¡No te metas con la glándula pineal!: análisis de «Del más allá» de Lovecraft


¡No te metas con la glándula pineal!: análisis de «Del más allá» de Lovecraft.




Del más allá (From Beyond), escrito en 1920, fue rechazado por todas las revistas a las cuales H.P. Lovecraft lo envió, hasta que finalmente fue impreso por The Fantasy Fan en junio de 1934, casi catorce años después. El relato es protagonizado por Crawford Tillinghast, quien descubre la clave para desbloquear el acceso a otra dimensión: un extraño dispositivo eléctrico que le permite al sujeto activar algo más que los cinco sentidos tradicionales. En esencia, es el primer relato de Lovecraft en presentar una materialidad anómala, cuando no completamente alienígena, y además una justificación filosófica para ella (ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu)

El Resonador de Tillinghast crea ondas que estimulan los sentidos inactivos o atrofiados en el ser humano, especialmente en la glándula pineal [broma a expensas de René Descartes, quien propuso que esta glándula era el punto de mediación entre el cuerpo y el alma], lo que permite a las personas ver un mundo invisible de formas de vida depredadoras, parasitarias (ver: Descartes vs. Lovecraft: una astilla clavada en el cerebro). Estas se sienten atraídas por la luz y el movimiento ordinarios y pueden consumir, o más bien absorber, a sus víctimas. La desintegración es bastante indolora, se lo aseguro, dice Tillinghast, de forma no muy convincente. El narrador, afortunadamente, escapa de un destino espantoso gracias a una rápida reacción. Tillinghast, no tanto (ver: Black Goo y otras monstruosidades amorfas en la ficción)

El Resonador Tillinghast fue diseñado y fabricado por Crawford Tillinghast [apellido augusto que vuelve a ser mencionado en El caso de Charles Dexter Ward (The Case of Charles Dexter Ward)], un científico de Providence, Rhode Island. Según Tillinghast, el Resonador es capaz de activar órganos sensoriales vestigiales en el cerebro, abriéndolos a visiones de dimensiones superiores y sus habitantes (ver: ¡No mires! Bueno, quizás un poco

En 1920, Tillinghast invitó a su amigo, Franklin Rathke, a una demostración en su casa de Benevolent Street. Esta fue tan impresionante que, cuando finalizó, Tillinghast murió de apoplejía. Por suerte, una oportuna bala del arma de Rathke detuvo el experimento. La policía interrogó a Rathke pero lo liberó cuando no se pudo encontrar ningún vínculo entre él y la muerte de Tillinghast [la policía en los cuentos de Lovecraft no es demasiado sagaz].

Ahora bien, al compartir la experiencia con Tillinghast, el narrador se vuelve consciente de aquel entorno translúcido e interdimensional que se superpone a nuestra propia realidad. Desde esta perspectiva es testigo de hordas de criaturas extrañas y horribles que desafían toda descripción. Tillinghast revela que ha utilizado su máquina para transportar a sus sirvientes domésticos al más allá. También que el efecto funciona en ambos sentidos y permite que los habitantes de esa dimensión alternativa perciban a los humanos. Los sirvientes de Tillinghast fueron atacados y asesinados por una de esas entidades interdimensionales, y Tillinghast informa al narrador que una de ellas está justo detrás de él. Aterrado, el narrador toma un arma y dispara al Resonador, destruyéndolo. Tillinghast muere inmediatamente después.

En Del más allá, el mal no tiene nada que ver con cuestiones religiosas; no es el pecado, tampoco la creación de mentes maquiavélicas, sino más bien naturalista: una voraz ecología de depredadores astrales y sin ninguna consciencia, como larvas o parásitos. Como muchos monstruos lovecraftianos menores, estos seres son amorfos e indistintos: medusas que tiemblan flácidamente en armonía con las vibraciones de la máquina. Nuestra ignorancia colectiva de su presencia es lo que realmente nos salva de ellas (ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción)

Lovecraft realmente lleva la tecnología un paso adelante en Del más allá. ; probablemente inspirándose en el relato de Francis Stevens: El Gran Oculto (Unseen - Unfeared). El Resonador de Tillinghast funciona directamente sobre el sistema sensorial humano y parece alterarlo de manera peligrosa y permanente. El propio Tillinghast ha cambiado físicamente por el uso de la máquina y su exposición a lo que esta revela, volviéndolo más monomaníaco, menos humano en cierto modo. El descubrimiento de la verdad, de lo desconocido, parece dejar cicatrices permanentes.

En un nivel simbólico, Del más allá establece una oposición entre el mundo tridimensional normal, el «aquí», y lo que está «más allá». Esta oposición cuestiona en última instancia la naturaleza de la realidad misma. Vemos las cosas sólo como estamos construidos para verlas, y no podemos tener una idea de su naturaleza absoluta, dice Tillinghast. Por lo tanto, la humanidad con sus «débiles cinco sentidos» es incapaz de ver la verdad y no puede comprender el universo que la rodea. Como filosofía, esta idea es bastante inofensiva; sin embargo, el protagonista va «más allá» de pensar simplemente en la naturaleza de la realidad y, en cambio, intenta expandirla. A través de sus investigaciones encuentra una manera de romper esas barreras que impiden que el ser humano vea la verdad. Esto conduce a una percepción nueva y diferente de una realidad donde la luz ultravioleta ahora es visible, al igual que mundos enteros de entidades extrañas y desconocidas.

Una vez que las barreras han caído, lo conocido y lo desconocido se fusionan: las oposiciones entre fantasía y realidad, verdad e ignorancia, ya no existen. El verdadero problema de esta historia tiene que ver con el acto de ver, porque las barreras impiden que el hombre vea lo que hay más allá. Al eliminar las barreras, el Resonador de Tillinghast deja la verdad abierta a la vista del público. Sin embargo, advierte que en estos rayos podemos ser vistos tanto como ver. La verdad, reconoce, tiene un doble filo. Aunque no pueden herirnos físicamente, al menos aquí en nuestro plano, el solo hecho de mirar estas criaturas puede llevarnos a la locura. Como advierte Tillinghast, mis mascotas no son bonitas.

Si bien Lovecraft, al igual que sus protagonistas, pasó gran parte de su vida en busca de la verdad y el conocimiento, llegó a la conclusión de que las respuestas nunca eran «bonitas». Como hemos visto, su cosmovisión presenta un universo donde la humanidad no es más que un insecto, diminuto e insignificante. Su propia búsqueda personal de la verdad reveló una historia de enfermedad mental en su familia y, considerando su interés en la genealogía, no es improbable que haya descubierto que su padre murió de sífilis (ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft). Además, se veía a sí mismo como físicamente feo e incapaz de ganarse la vida por sí mismo. De hecho, en el mundo de Lovecraft, la verdad, tal como la percibía, era dolorosa de ver. En este mundo, entonces, no es de extrañar que el hombre levante barreras para protegerse de una verdad tan dolorosa. Y si bien estas barreras protegen a la mayoría de las personas de la naturaleza destructiva de la verdad, Tillinghast y otros protagonistas deben superarlas y buscar la verdad a pesar de las consecuencias.

Mientras que en el nivel simbólico, decíamos, la oposición entre el «aquí» y el «más allá» describe la lucha entre lo que el hombre quiere creer y lo que es real, un análisis psicológico de Del más allá ofrece una mirada interesante de la psique humana. Lovecraft, muy familiarizado con las teorías de Sigmund Freud, expresa algunas ambivalencias sobre el padre de la psicología, llamándolo un viejo sabio que reduce todo placer a lo erótico; pero luego admite que sus principios psicológicos son fundamentalmente importantes (ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror). Cuando se examina a nivel psicoanalítico, Del más allá habla de la relación entre la mente consciente y la subconsciente, especialmente en función de la verdad.

El «Aquí», por supuesto, se refiere a la mente consciente, donde el hombre básicamente inventa su propia realidad para adaptarse a sí mismo. La mente consciente ve el mundo a través del punto de vista limitado del Ego, el «Yo», quien, según el principio del placer, es el centro del universo. Este «Yo» de la mente consciente lo ve todo en relación a sí mismo, y se considera de suprema importancia. Curiosamente, este «Yo» está más desarrollado en el recién nacido, que se ve a sí mismo no ya como el centro del universo, sino como el universo mismo; todo y todos en su mundo existen solo para satisfacer sus necesidades. A medida que el niño crece, el «Yo» se encoge mientras el universo se expande continuamente. De hecho, cuanto más aprende, más pequeño e insignificante se siente el niño en el esquema general de las cosas. Mientras todos los seres humanos aprenden esta verdad hasta cierto punto, y de algún modo la desplazan para poder existir con cierto grado de funcionalidad, el erudito y el investigador están expuestos a la verdad cósmica que sostiene toda la ficción de Lovecraft: la insignificancia del hombre (ver: Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa)

El «Más allá», entonces, representa la mente subconsciente, la cual instintivamente suele tener un manejo más apropiado de la verdad que la mente consciente. Freud demostró que el hombre a menudo oculta verdades desagradables o dolorosas dentro de la mente subconsciente, verdades que solo pueden salir a la superficie mediante asociaciones libres y sueños. Por supuesto, para un escritor imaginativo como Lovecraft, la mente subconsciente también representa la parte creativa del cerebro, la parte de la mente a la que se le permite entregarse a la fantasía y la ficción (ver: ¡Vamos a R'lyeh! [con Freud y Kristeva]). Sin embargo, aunque la mayoría de las personas pueden considerar la imaginación como una fantasía, Lovecraft la vio como un medio para expresar la verdad. Sus sueños e historias —sus «mascotas»—, ciertamente «no son bonitas».

Aunque sus obras incluyen mundos y principios fantásticos, Lovecraft consideraba la verdad como una parte necesaria del arte: ningún adulto en su sano juicio podría desear que la vida fuera representada en otras proporciones que no sean sus verdaderas. Y en 1930 añadió: las obras artificiales que no se basan en la naturaleza o en los armónicos normales son tonterías, falsificaciones; no arte.

Parece extraño que Lovecraft predicara el realismo en la ficción, pero sus cuentos, cuando se despojan de toda la parafernalia fantástica, siempre hablan de la verdad tal como la percibía. Si bien ni él ni sus lectores [no todos, al menos] creían realmente en la existencia de Yog-Sothoth y Cthulhu, estos extraterrestres y seres extradimensionales personifican simbólicamente la verdad cósmica de la insignificancia del hombre. Este tema naturalista fue presentado de una manera realista por muchos autores contemporáneos de Lovecraft, solo que el maestro de Providence eligió la paleta de colores de lo fantástico, del horror, como medio para exponerlo. Esa elección, en su momento, fue pobre en términos de reconocimiento y prosperidad económica, pero eventualmente demostró ser la correcta, aunque Lovecraft no haya podido disfrutar de sus frutos tardíos. Ningún otro autor expresó el tema de la insignificancia del ser humano en el universo de la misma manera.

El «Más allá», tanto subconsciente como fantástica, conduce a una verdad perturbadora y potencialmente destructiva. Como Lovecraft entendió, encontrar esta verdad requiere que uno derribe barreras, no solo las que evitan que profundicemos demasiado en nuestra propia imaginación, sino también las barreras culturales y literarias que niegan la fantasía como medio legítimo para llegar a la verdad. Normalmente esta negación proviene del realismo, sin entender que él mismo no puede lograr el mismo efecto que la fantasía, ya que todo el impulso del realismo se basa en confiar en lo que la palabra representa como referente universalmente reconocido y nada más. Su objetivo es ser inequívoco. La fantasía, en cambio, busca la riqueza de significados (ver: Autopsias lovecraftianas: el arte de diseccionar lo innombrable)

En el contexto de Lovecraft, el realismo parecía haber agotado las posibilidades de descubrir la verdad. Por tanto, propuso un retorno a la fantasía. Este tipo de ficción, según su propia filosofía, debe presentar visiones alternativas de la realidad y poner el acento en sus diferencias con la nuestra para aproximarse a la verdad. Y una de las verdades aterradoras de la ficción de Lovecraft, el horror cósmico, puede resumirse en la incapacidad de la humanidad, con su visión limitada, de comprender la complejidad del universo. Por lo tanto, el horror cósmico también tiene la función de transmitir la idea de que, cuanto más cree el hombre que sabe, menos sabe realmente (ver: Horror Cósmico: el universo conspira para destruirnos)

Para Lovecraft, la verdad más terrible a la que se enfrenta el ser humano es el conocimiento de que está ciego a la realidad que lo rodea, y sin el fantástico Resonador de Crawford Tillinghast estaríamos destinados a permanecer ciegos. Además, incluso si un dispositivo así estuviera disponible para romper las barreras, solo destruiría al hombre cuando intentara usarlo.

La barrera final que Lovecraft rompe en Del más allá es la que separa la ciencia y la filosofía, dos campos tradicionalmente en conflicto. Tillinghast, sin embargo, estudia tanto la ciencia como la filosofía, una combinación peligrosa. La ciencia simboliza la búsqueda lógica de la verdad, de hechos, cifras y datos tangibles. La filosofía simboliza la búsqueda creativa del hombre por la verdad, sus búsquedas metafísicas en la religión, la ética e incluso la naturaleza de la verdad misma. Cada uno de estos campos, por sí mismo, conduce a una verdad unidimensional. Sin embargo, cuando los dos se combinan, resulta una verdad más extradimensional y perturbadora. A medida que la humanidad descubre más hechos y cifras, más verdades científicas, este nuevo conocimiento impacta en la filosofía, como ha sido el caso de Darwin y Einstein. Cuanto más aprendemos como especie [como los niños a un nivel individual], más se deteriora nuestro el ego, percisamente porque carcome nuestro supuesto lugar de privilegio en el universo (ver: Einstein, la Relatividad y los Antiguos)

Crawford Tillinghast, uno de los científicos más notorios de los cuentos de Lovecraft. También es uno de los más fáciles de identificar en relación con la ciencia ficción. Es, en esencia, un científico loco, y no uno más, sino probablemente el primero en aplicar algunas ideas y conceptos de la ciencia de principios del siglo XX. En este contexto, es tentador compararlo con Victor Frankenstein, pero este es más bien un científico metafísico que recurre a herramientas que Tillinghast probablemente rechazaría, como la alquimia. Además, Frankenstein abandona cualquier responsabilidad asociada con su creación. Tillinghast, por el contrario, se involucra, tal vez demasiado.

Crawford Tillinghast es uno de esos íconos poco reconocidos de la ciencia ficción; de hecho, combina tres de los tropos más comunes que normalmente asociamos con este tipo de científicos literarios. Primero, es un genio loco, alquien capaz de pensar lateralmente, lo cual le permite procesar conceptos e ideas que parecern ridículas al resto de la comunidad científica. En segundo lugar, trabaja de forma aislada, aunque esto quizás sea consecuencia de que sus colegas consideran que sus ideas son poco convencionales. En tercer lugar, subyace en él la idea de vengarse de aquellos que lo han ridiculizado. Esta «venganza» podría ser tan simple como probar que está en lo correcto, o tan extrema como utilizar su creación como un arma homicida. Tillinghast se inclina por lo segundo.

Hacia el final de la historia, cuando Tillinghast enciende el Resonador, nos damos cuenta de que su objetivo final es utilizar la curiosidad científica del protagonista para asegurarse de que muera. En esencia, Tillinghast quiere matar a uno de sus pocos amigos porque, como él mismo dice: intentaste detenerme; desanimaste a los demás cuando yo necesitaba cada gota de aliento que pudiera obtener; le tenías miedo a la verdad cósmica, maldito cobarde, ¡pero ahora te tengo!. Una vez más, Tillinghast exhibe lo que actualmente constituye el cliché del científico loco (ver: Clichés de la ciencia ficción que nos encantan)

Ahora bien, ¿qué es realmente lo que Tillinghast y Rathke ven? ¿Qué son estas entidades extradimensionales?


Formas indescriptibles, vivas y no tanto, estaban mezcladas en un desagradable desorden, y junto a cada cosa conocida había mundos enteros de entidades desconocidas, extrañas. Parecía también que todas las cosas conocidas entraban en la composición de las cosas desconocidas, y viceversa. Había monstruosidades negras y gelatinosas que se estremecían flácidamente en armonía con las vibraciones de la máquina. Estaban presentes en repugnante abundancia, y vi con espanto que se superponían; eran semifluidas y capaces de atravesarse entre sí y a través de lo que conocemos como sólidos. Estas cosas nunca estaban quietas, pero parecían flotar con algún propósito maligno. A veces parecían devorarse entre sí, la atacante se lanzaba sobre su víctima e instantáneamente la eliminaba de la vista.


Entonces interviene Tillinghast en un lenguaje mucho más coloquial y, al mismo tiempo, más aterrador:


¿Las ves? ¿Las ves? ¿Ves las cosas que flotan, que caen sobre ti y te atraviesan a cada instante a lo largo de tu vida? ¿Ves las criaturas que forman lo que los hombres llaman aire puro y cielo azul?


Aquí, Lovecraft parece nutrirse de la tradición teosófica, y más específicamente en la fauna del Plano Astral propuesta por Helena Blavatsky, Annie Besant y C.W. Leadbeater; esto es, seres descerebrados, o conscientes en algunos casos, que merodean en la periferia de nuestra realidad física, como sanguijuelas que buscan grietas para alimentarse. Estos seres, según esta tradición, pueden incluso adherirse a algunas personas y establecer con ellas una relación parasitaria (ver: Sobre las entidades, larvas, gusanos y parásitos del bajo astral). Tillinghast, siendo un hombre formado en la tradición oculta, probablemente estaba al tanto de estos seres del plano astral, y de la paradoja que plantea probar su existencia. Porque para hacerlo es necesario abrir las puertas de nuestro mundo, y eso significa convertirnos a todos en un exquisito bocado para los seres del más allá. Una manera poco elegante de probar un punto.




H.P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhu.


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