Monstruología: cuatro categorías para lo monstruoso en la ficción


Monstruología: cuatro categorías para lo monstruoso en la ficción.




Lograr una clasificación precisa de los Monstruos en la ficción es un asunto complejo. Algunos estudios alcanzan un nivel considerable de complejidad, por ejemplo, categorizando a los monstruos de acuerdo a su similitud o diferencia con la forma humana ideal, su simetría, su fisiología, y hasta por la cifra par o impar de apéndices en sus cuerpos (ver: Los Monstruos y lo Monstruoso)

Stephen King propone un modelo más simple en el libro Danza Macabra (Danse Macabre). Allí, el creador de Pennywise y otros horrores menos coloridos, sostiene que todos los monstruos de la ficción pueden clasificarse como variaciones de cuatro modelos arquetípicos resumidos en las figuras de Frankenstein, Drácula, el Hombre Lobo, y el Fantasma.

En términos más o menos reduccionistas, Frankenstein representa al Monstruo artificial, creado a partir de retazos, completamente incapaz de asimilarse a su entorno y, por tal caso, de aceptarse tal como es.

Debido a ese rechazo, mezcla de arrogancia pero también de cierto sentimiento de superioridad, propio y de la sociedad que lo creó —representada en el Científico Loco—, Frankenstein es un Monstruo que se convierte en una fuerza destructiva y ciega, aunque no idiota, por cierto (ver: Lo que Mary Shelley nunca contó sobre Víctor Frankenstein).

Dentro del modelo de King, Drácula representa a todos esos Monstruos que se alimentan de la fuerza vital de sus víctimas, a quienes contaminan, o contagian, a menudo a través de ciertas desviaciones y perversidades (ver: Por qué Drácula nunca pudo enamorarse de Mina). Los vampiros, en términos generales, también podrían encabezar este modelo de categorización.

El Hombre Lobo, por su parte, expresa el conflicto entre la civilización y la barbarie, es decir, nos confronta con nuestro lado salvaje, primordial. En este sentido, el Hombre Lobo es un Monstruo puramente instintivo, sin planes ni grandes ambiciones más allá de expresar justamente sus impulsos.

Finalmente, el Fantasma representa las proyecciones de una mente dividida, atormentada; en cierta forma, el Fantasma es como un doble de nosotros mismos, un doppëlganger, si se quiere.

Existen innumerables subcategorías de lo monstruoso que King no aborda, quizás las más interesantes. De hecho, King se enfoca en el Horror a partir de la década de 1950, de modo tal que su modelo de lo monstruoso se pierde algunos ejemplos notables, como por ejemplo las mutaciones de la descendencia humana.

En el Renacimiento se creía que los niños nacidos con algún tipo de defecto eran el resultado de un desorden de la imaginación maternal. Sí, así como suena.

En lugar de reproducir a un niño sano —léase: parecido a su padre—, la madre desplaza la influencia masculina y la sustituye con los productos de sus propios caprichos, traumas y deseos. Estos subproductos de la imaginación, de algún modo, se imprimen en el futuro niño durante la concepción y, posteriormente, durante el embarazo; generando un Monstruo.

Esta subcategoría de lo monstruoso está presente en numerosas obras. Podemos encontrarlo en el descendiente desviado de la familia, en la figura del Monstruo como un extraño, un desconocido, alguien diferente. En los mitos se lo representa muy bien en la figura del Changeling, esencialmente un sustituto, una criatura mágica criada por mortales, que poco a poco va revelando su naturaleza retorcida (ver: Changeling: los hijos de las hadas criados por mujeres humanas).

Por otro lado, el papel de la Madre como creadora de un Monstruo es un dispositivo que se sigue utilizando muy a menudo, aunque de hecho las creencias que lo sustentan ya fueron abolidas hace muchísimo tiempo, y que pueden resumirse en la idea de lo monstruoso como algo ausente de paternidad.

La noción renacentista de que la monstruosidad, y también sus efectos devastadores sobre la sociedad y la familia, son el resultado de la eliminación, o al menos del desplazamiento, de la paternidad, está presente de forma brillante en la película de David Cronenberg The Brood —en español apareció como Cromosoma Tres y El engendro del diablo—, donde una joven es capaz de producir descendencia al transformar sus emociones reprimidas en una especie de embarazo partenogenético, es decir, sin padre.

La eliminación del Padre como elemento indispensable para la fabricación de un Monstruo, y su recurrencia en la ficción y los mitos, sugiere que este motivo toca algún miedo primordial respecto de la reproducción.

Claro que, actualmente, las personas que sufren algún tipo de anomalía física ya no son consideradas Monstruos, y menos aun el producto de un mal presagio divino. Sin embargo, lo «raro», lo distinto, en términos físicos, sigue poniendo cierta distancia psicológica entre el «Monstruo» y el resto de la sociedad.

Esta concepción es ciertamente horrorosa, pero así funciona. El Monstruo es el raro, el distinto, pero al mismo tiempo es percibido como algo inferior, a pesar de que posea atributos que lo sitúan como una criatura con mayor fortaleza que nosotros. Es inferior porque lo distinto lo deshumaniza (ver: Cuando lo que sale del closet es un Monstruo).

Un examen meticuloso de la monstruosidad nos lleva a descubrir, en última instancia, lo monstruoso en nosotros mismos, en nuestra sociedad; porque los temores de una época determinada siempre se reflejan en los Monstruos que crea, como espejos distorsionados de los miedos y prejuicios que los originaron en primer lugar.

En este sentido, ¿los Monstruos son aquello que no logramos ver en nosotros mismos?

Freud seguramente habría aprobado esa posibilidad. Y probablemente Carl Jung, quien afirmó que la Sombra, nuestro inconsciente, es inaccesible para nosotros, pero que podemos verla en todos aquellos aspectos que condenamos en los demás.

Si esa dinámica es cierta, ¿que ven los Monstruos cuando nos ven?

Frankenstein sencillamente quería alejarse de la sociedad. Drácula padecía horribles pesadillas donde aldeanos enfurecidos, portando antorchas, descubrían su ataúd en pleno mediodía. Los Fantasmas suelen buscar ayuda desesperadamente. Y el Hombre Lobo seguramente debe vernos como criaturas ridículas, sometidas a rutinas aun más absurdas, e incapaces de experimentar libremente nuestros impulsos.

Entonces, ¿quién es el Monstruo?

Para responder esa pregunta hay que situarse en un lugar determinado, un lugar seguro, familiar, una perspectiva que nos evite vernos a nosotros mismos como Monstruos. Sin embargo, el modelo cambia con el tiempo. Las ideas del Renacimiento hoy parecen monstruosas, como sin dudas lo serán las nuestras desde una perspectiva futura.




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1 comentarios:

Luciano dijo...

Muy interesante.



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