El despertar de la Diosa Madre: análisis de «El pantano de la luna» de Lovecraft.


El despertar de la Diosa Madre: análisis de «El pantano de la luna» de Lovecraft.




Hoy en El Espejo Gótico analizaremos el relato de H.P. Lovecraft: El pantano de la luna (The Moon-Bog), escrito en 1921 y publicado originalmente en la edición de junio de 1926 de la revista Weird Tales. Posteriormente sería reeditado por Arkham House en la antología de 1943: Más allá del muro del sueño (Beyond the Wall of Sleep).


[«Y esa noche mis sueños de flautas y peristilos de mármol llegaron a un final repentino e inquietante; porque sobre la ciudad en el valle vi descender una pestilencia, y luego una espantosa avalancha de laderas boscosas que cubrieron los cadáveres en las calles y solo dejaron sin enterrar el templo de Artemisa en el alto pico, donde yacía la anciana sacerdotisa de la luna, Cleis, fría y silenciosa con una corona de marfil en su cabeza de plata.»]


El narrador de El pantano de la luna visita a un viejo amigo en el condado de Meath, Irlanda. Denys Barry hizo una fortuna en los Estados Unidos, que está utilizando para restaurar su ancestral hogar en Kilderry. Los lugareños inicialmente aprueban estas reformas, pero para el momento de la visita del narrador, todos han abandonado el pueblo. Barry planea drenar el pantano junto a su castillo, y no tiene paciencia para escuchar las leyendas sobre su sombrío espíritu guardián y la antigua ciudad de piedra que duerme bajo el pantano.

Se dice que los hijos de Partholón construyeron la ciudad en años fabulosos, antes de morir a causa de la peste. Su diosa de la luna los enterró bajo las colinas. Solo unas extrañas ruinas blancas permanecen sobre la superficie, brillando espectralmente desde su islote en el pantano. Nuestro narrador puede ver las ruinas desde su habitación en la torre, y en su primera noche en Kilderry cree escuchar una música tenue flotando sobre las aguas.

Barry ha reemplazado a los supersticiosos aldeanos de Kilderry con sirvientes y trabajadores del norte. El cambio de aire no parece ser beneficioso para ellos. Se despiertan exhaustos por sueños que no pueden recordar. Interrogados por el narrador, algunos recuerdan haber escuchado sonidos extraños.

La segunda noche, el narrador sueña con una ciudad de mármol. La peste destruye al populacho. Las colinas se deslizan hacia abajo para cubrir a los muertos, dejando expuesto solo el templo de Artemisa. Se despierta con un silbido salvaje. Desde su ventana mira hacia abajo, hacia un grupo de personas que bailan. La mitad son los trabajadores que deberían estar dormidos. La otra mitad son mujeres vestidas de blanco, como náyades. Lógicamente, los trabajadores están exhaustos a la mañana siguiente. El narrador, hasta entonces emocionado por drenar el pantano y sondear sus secretos arqueológicos, ahora teme la idea de perturbarlo. Barry, sin embargo, se ríe de sus vacilaciones.

La tercera noche el narrador despierta en una habitación llena de un resplandor rojo. Suenan las reverberaciones de una flauta. Teme mirar por las ventanas. Se viste y se prepara para escapar del castillo. Sin embargo [no puede evitarlo] primero mira hacia el este a través del pantano y ve las distantes ruinas de mármol. Este edificio restaurado de manera imposible arroja rayos escarlata que hacen que todo el paisaje parezca infernal. Entonces mira hacia el norte, hacia el pueblo. Una vez más, los espectros del pantano y los trabajadores bailan juntos, los humanos se tambalean, ciegos e idiotas, como si fueran arrastrados por una voluntad demoníaca. Los sirvientes de Barry se unen a la procesión hacia el pantano. Las náyades se derriten con gracia en las aguas; los humanos se sumergen sin luchar. La música se detiene. La luz roja se apaga. Una luna pálida comienza a ascender.

El narrador se descubre a sí mismo orando a cada deidad griega que puede recordar. Tal vez eso lo salve del viento helado que sopla a través del pantano. Cae, indefenso, mientras sus gritos alcanzan un tono indescriptible. En algún momento se anima a huir. Avanzando a lo largo del borde del pantano, se da cuenta de que sus profundidades, antes sin vida, ahora albergan enormes ranas. Entonces observa un rayo de luz que forma un camino pálido hacia las ruinas lejanas. En el rayo está el horror supremo: una sombra que se retuerce como si estuviera en las garras de unos captores invisibles, una sombra en la que el narrador ve una efigie blasfema de su viejo amigo, Denys Barry.

Nuestro narrador se encuentra al día siguiente cerca de un pueblo vecino, vagando sin sentido. Cuando sale de su misericordioso olvido, no puede explicar a las autoridades la desaparición de Barry y de los trabajadores. Desde entonces se estremece en los lugares pantanosos, a la luz de la luna.


Lo primero que salta a la vista al analizar El pantano de la luna, es que uno esperaría que Lovecraft sea mordaz, cuando no directamente despectivo, con los irlandeses, pero excepto por la suposición de que los campesinos son supersticiosos, su interpretación aquí es bastante comprensiva, tal vez por estar influenciada por Lord Dunsany, quien suele acentuar la deferencia hacia los señores por parte de las clases bajas rurales [ver: Los Mitos de Pegana: la mitología de Lord Dunsany]

Si bien no parece ser exactamente una historia de los Mitos de Cthulhu, es difícil no relacionar esas flautas enloquecidas con las de algunos cultos humanos a los dioses antiguos [ver: Lovecraft y el culto secreto de los Antiguos]. Por otro lado, El Libro de los Invasiones [Leabar Ghabhala] es real, una pseudohistoria medieval que mezcla las mitologías pagana, cristiana y celta. Además de ofrecer una base para la historia de fondo de El pantano de la luna, su mención justifica el empleo de todas esas mitologías junto con los tropos más habituales de Lovecraft.

El Libro de las Invasiones básicamente relata la historia de Partholón y sus seguidores, quienes descienden de Noé. Después de vagar por lugares tan variados como Grecia, Anatolia, Sicilia e Iberia, se establecieron en el oeste de Irlanda y se ocuparon de introducir la agricultura, la cerveza, el comercio y la arquitectura [presumiblemente en mármol blanco] a los rudimentarios locales. Una plaga cayó sobre ellos y acabó con todos, según se dice, en una semana. Tuan supuestamente sobrevivió a una serie de metamorfosis en animales y luego volvió a adoptar un cuerpo humano en el siglo VI para poder contar la triste historia de Partholón y los suyos.

El narrador de El pantano de la luna de Lovecraft es propenso a las alucinaciones; sin embargo, no es un narrador poco confiable, sobre todo porque generalmente se las arregla para distinguir sus alucinaciones de la realidad, lo cual hace que su incertidumbre al final de la historia sea mucho más efectiva.

Es relativamente sencillo ceder ante los dispositivos superficiales de El pantano de la luna. Después de todo, tiene casas antiguas y espeluznantes, pantanos terroríficos y criaturas incomprensibles más allá del espacio-tiempo que llevan a los durmientes a su perdición. Todo eso está muy bien, pero el motivo central resulta mucho más interesante. En definitiva, estas criaturas están tratando de proteger a su amado pantano de la lógica del progreso, representado en la historia por este sujeto dispuesto a reformar toda el área, a profanar su historia bajo pretextos banales. Porque el verdadero error de Denys Barys no está en reclamar su herencia, sino en tratar de modernizarla [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]

Hay mucho que salta a la vista en El pantano de la luna que luego se derrumba en una lectura posterior. Estoy seguro de que la mayoría opinará que es una excelente combinación de horror cósmico con los aspectos más oscuros de los mitos celtas; sin embargo, Lovecraft solo menciona explícitamente nombres y leyendas de los mitos griegos, aunque las propias criaturas, y la trama misma, se basan en los cuentos de hadas irlandeses [ver: Los cuentos de hadas y una Teoría sobre la Imaginación]

Curiosamente, esta fusión es eficaz. En lugar del esperable sincretismo profano entre los Dioses Mayores y los humanos, El pantano de la luna de algún modo lima los bordes entre las mitologías y las integra en un mismo marco de forma creíble.

No puedes obtener la misma reacción del lector al utilizar Hadas, Dioses Mayores, extraterrestres o seres interdimensionales. Hay una escala de miedo e incomprensibilidad. Por ejemplo, las Hadas [al menos para mí] pueden, a lo sumo, ser criaturas benévolas o malévolas, pero en cierto modo cómodas, familiares; en esencia, terráqueas. Los seres de los Mitos de Cthulhu son mucho más incomprensibles. Poseen una agenda que está muy por encima de nuestra comprensión. Sin embargo, El pantano de la luna ajusta esa escala, haciendo que estos simpáticos seres de nuestras mitologías resulten congruentes con las entidades imposibles de los Mitos, a pesar de que Lovecraft no las mencione específicamente [ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu]

Lovecraft es un verdadero maestro al proporcionar y administrar esta escala de incomprensibilidad. En algunas historias tenemos a estos seres que van desde lo relativamente comprensible, como los Yith y el propio Cthulhu, a los decididamente alienígenas, como los pólipos voladores. Muy pocos escritores pueden hacer funcionar la incomprensibilidad total. Uno de ellos es Lovecraft, quien a menudo juega con la idea de que la comprensión de algo es en sí mismo el destino más horrible al que podemos aspirar.

En este contexto, emplear a las Hadas es una jugada arriesgada. Su familiaridad atenta contra el efecto sorpresivo. Pero, cuando la gente parece haber estado bailando en el bosque toda la noche, pero a la mañana siguiente solo recuerda que se fue a dormir, sabes muy bien lo que está pasando. Por lo tanto, tratar de unir a las Hadas con el Horror Cósmico requiere un trabajo meticuloso, y El pantano de la luna realmente lo consigue.

Es importante mencionar que El pantano de la luna fue escrito por Lovecraft para ser leído el Día de San Patricio durante una reunión de periodistas aficionados en el Hub Club de Boston, en marzo de 1921. El flaco de Providence es un poco laxo en su geografía. Sitúa al pueblo de Kilderry en el condado de Meath, al noroeste de Irlanda, cuando en realidad está ubicado en el condado de Kerry, en el extremo suroeste de la isla. Hay un Ballinlough en Meath, que supongo que podría ser el Ballylough de Lovecraft, la parada de tren más cercana al castillo condenado de Barry.

Supongo que si Lovecraft tenía la intención de leer El pantano de la luna después de la cena, no era conveniente hacerlo demasiado largo. De hecho, la descripción y el ritmo sufren menos en esta historia que la caracterización. Denys Barry es un cifrado casi total. Es rico, se ríe mucho, quiere salirse con la suya, y tiene un vago pero no redentor interés por la antigüedad. El narrador es todavía peor. Es amigo de Barry y una especie de psíquico. Le gusta la antigüedad, ha tenido una educación clásica, y está bien preparado para huir del horror final, que convenientemente olvidará.

Si bien son descendientes de Noé, Lovecraft llama al Pueblo de Partholón «hijos de Grecia», y con buenas razones. Algunas leyendas sostienen que Partholón era hijo de Sera, rey de Grecia. Tuvo que salir del país después de deshacerse de sus padres y terminó en Irlanda. Hay otras historias interesantes de Partholón matando al amante y al perro de su esposa, no necesariamente en ese orden. El asesinato del amante de su esposa es comprensible, pero, ¿el perro? Parece excesivo. Tal vez por eso la plaga cayó sobre él y sus descendientes, incluida la rama que menciona Lovecraft. La diosa patrona de Partholón y los suyos era Artemisa, la cazadora, notoriamente aficionada a los perros. Así que podría ser que ella quién se vengó por la ofensa, aunque después se haya apiadado de sus víctimas lo suficiente como para enterrarlos bajo las colinas.

Barry encarna la atroz cultura occidental de hacer uso del espacio «desperdiciado», en este caso, por esa molesta naturaleza. Barry se propone «despojar al pantano prohibido de su musgo verde y brezo rojo, y ahogar a los pequeños arroyos y tranquilos estanques azules bordeados de juncos.» Uno podría pensar que alterar este ecosistema podría producir algún tipo de pequeño desastre ecológico localizado. En este contexto, el sueño posterior del narrador no es caprichoso, porque el desastre ecológico realmente ocurre:


[«Y luego una espantosa avalancha de laderas boscosas cubrieron los cadáveres en las calles y solo dejaron sin enterrar el templo de Artemisa en el alto pico, donde la anciana sacerdotisa de la luna, Cleis, yacía fría y silenciosa con una corona de marfil sobre su cabeza plateada.»]


Evidentemente, Cleis y las ranas, que una vez fueron los desventurados trabajadores privados de sueño, no están dispuestos a que un desarrollo inmobiliario convierta su santuario pagano en una zona urbanizada [ver: ¡Vamos a Arkham!: Lovecraft y sus paisajes]

Además de ser una historia temprana, El pantano de la luna padece el hecho de haber sido escrito para una lectura de sobremesa. Deberíamos ver muchas interacciones entre Berry, los aldeanos y los trabajadores posteriores, pero no obtenemos nada de eso. La tendencia de Lovecraft a contar, en lugar de mostrar, es mucho más fuerte aquí que en otros relatos más desarrollados. Por ejemplo, elementos muy interesantes como las ranas y la falta de vida en el pantano durante el curso de la narración, apenas son mencionados, lo cual hace difícil concluir que todos esos trabajadores y sirvientes se convirtieron en ranas. Después de todo, a Artemisa le gustaba convertir a las personas en animales; lo cual contecta esta historia con El Templo (The Temple).

Como muchos cuentos de Lovecraft, El pantano de la luna es una historia donde el motivo principal es la transgresión de un tabú. Barry obtiene suficientes señales de que está metiéndose donde no debe. Conoce las tradiciones locales sobre el pantano y además presencia cómo todos los trabajadores que viven en el área empacan sus cosas y se van. Lamentablemente para él, sus reemplazantes no han crecido al abrigo de estas «supersticiones», por lo que no están atentos a las señales de que algo anda mal. Es cierto, se despiertan cansados, pero eso no es suficiente para infundirles miedo. Después de todo, las personas que realizan trabajos manuales intensos se despiertan cansadas. No, la responsabilidad de romper el tabú del pantano recae exclusivamente sobre Barry.

En este contexto, Lovecraft revierte la dinámica de los cuentos de hadas tradicionales. Por ejemplo, en un cuento popular tradicional que trate este tipo de cosas, la gente ignoraría las advertencias y las tradiciones; y solo el sobreviviente final tendría una idea clara de la transgresión. En definitiva, se salvaría por ser el único que respeta el tabú. Pero eso no es lo que hace Lovecraft. En El pantano de la luna, el responsable de romper el tabú de algún modo consigue sobrevivir hasta el final. Es un universo inseguro donde ninguna precaución es suficiente, la salvación a veces proviene del azar.

El escenario de El pantano de la luna es ideal. Los pantanos, ciénagas y humedales son, en esencia, territorios intermedios. No estamos completamente en el agua ni en tierra firme, lo cual puede ser fuente de desorientación y temor. Este es el reino de los anfibios, seres nacidos en el agua pero capaces de arrastrarse por la tierra, atraídos por la luz, pero siempre ligados física y espiritualmente a su oscuro origen acuoso. Lo típicamente separado u opuesto [como el agua y la tierra] se une temporalmente en un equilibrio inestable. Las categorías pierden sus límites; las cosas cambian de forma [ver: El Pantano Arquetípico en el Horror]

El Pantano también encuentra algunas expresiones femeninas en la obra de Lovecraft, desde escenarios hasta apellidos, desde el pantano donde se encuentra la estatua de Cthulhu hasta las lúgubres marismas en las afueras de Arkham donde Walter Gilman es enviado por la bruja Keziah Mason. No obstante, el Pantano más significativo en términos de expresión de la feminidad sagrada en Lovecraft es El pantano de la luna, cuyas aguas turbias ocultan un verdadero reino de maravillas femeninas: Hadas, Náyades, un templo de Artemisa y, por supuesto, el poder y la influencia de la feminidad sagrada sobre los hombres.

Los pantanos también figuran incidentalmente en Polaris (Polaris) y La declaración de Randolph Carter (The Statement of Randolph Carter), asociados en este último relato con la «exuberancia bruta de la vegetación malsana» típicamente pagana [ver: ¡Warren NO está muerto!]. Esto forma un escenario que Randolph Carter denomina «sombras amorfas», las cuales participan en «alguna procesión ceremonial blasfema», una imagen muy parecida a la procesión hipnótica, femenina, fatal, que Lovecraft desarrolla en El pantano de la luna [ver: Cultos paganos en los Mitos de Cthulhu]

Es importante mencionar que Lovecraft no está explorando un terreno desconocido aquí. Los Pantanos a menudo se asocian en la mitología con poderes femeninos. Por ejemplo, el antropólogo Erich Neumann escribe en La Gran Madre (Die große Mutter) sobre la legendaria «Dama del Agua» de los mitos nórdicos, donde se la consideraba como la Madre Primordial. En El miedo a lo femenino (Die Angst vor dem Weiblichen), Neumann va más lejos y sugiere una conexión entre las palabras germánicas mutter [«madre»] y morast [«pantano»], una conexión etimológica que se parece mucho a una relación similar, pero en términos psicológicos, establecida por Ernest Jones, quien sugirió que las palabras femeninas marsh [«pantano»], mare [«yegua»] y mara [la bruja nocturna de la pesadilla] proceden de la misma raíz [ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas]

Aunque es arriesgado simplificar demasiado, muchas de las visiones más poderosas de Lovecraft pueden situarse en este territorio intermedio y arquetípico que es el Pantano. Además, buena parte de la obra del flaco de Providence tiene que ver con los sueños, es decir, con imágenes que progresan de la oscuridad del subconsciente a la luz de la consciencia.

La mayoría de los críticos de Lovecraft, entre ellos, S.T. Joshi [Yo soy Providence (I am Providence)], coinciden en afirmar que El pantano de la luna es un relato mediocre. Ciertamente es un relato con motivos convencionales [venganza sobrenatural], pero también es justo decir que El pantano de la luna es una de las historias más abiertamente sobrenaturales de Lovecraft, y eso la conecta significativamente con muchas de sus historias posteriores de los Mitos de Cthulhu.

El pantano de la luna es interesante en varios niveles. La legendaria ciudad que acecha bajo el pantano era un puesto de avanzada de una antigua sociedad griega. De este modo Lovecraft superpone creativamente su fascinación por la mitología y la cultura griega en el campo irlandés. En la escena culminante, las ruinas se transforman en el espléndido «ápice de un templo en la cima de una montaña», y el narrador se encuentra rezando a las antiguas deidades griegas. Lovecraft vincula ingeniosamente el canto de las ranas en el pantano con el sonido salvaje de la flauta que se escucha en la noche mientras los antiguos rituales se desarrollan espectralmente. Como en un sueño [y la mitad de esta historia es una serie de sueños recordados que tienen lugar a la luz de la luna], las imágenes del pasado se mezclan con el presente y los sonidos de la naturaleza se mezclan con los del extático culto religioso [ver: H.P. Lovecraft vs. Freud: la interpretación de los sueños según Cthulhu]

A propósito, y a pesar de su reserva general, Lovecraft identifica de manera conmovedora la atracción libidinosa de los ritos impíos:


[«Temblando con un terror extrañamente mezclado con éxtasis, crucé la habitación circular hacia la ventana norte. Allí mis ojos se dilataron de nuevo con un asombro salvaje.»]


Los lectores de Lovecraft encontrarán en El pantano de la luna algunas conexiones interesantes. Por ejemplo, un descendiente de antiguos nobles ingleses, como Barry lo es de la aristocracia irlandesa, regresa a sus tierras ancestrales para restaurar Exham Priory en Las ratas en las paredes (The Rats In the Walls), con consecuencias igualmente desastrosas [ver: El nido de Nyarlathotep: análisis de «Las ratas en las paredes»]. Hay una referencia al monte Menalo, la ubicación de los escultores condenados, Kalos y Musides, en El árbol (Te Tree), escrito el mismo año que El pantano de la luna. En esencia, la misma ansiedad del autor por los batracios puede encontrarse en Dagón (Dagon) y luego en La sombra sobre Innsmouth (The Shadow Over Innsmouth) [ver: El despertar del Dios-Pez: análisis de «Dagón»]

Ahora bien, no es esta la primera vez que Lovecraft asocia una isla relativamente pequeña con cultos paganos. Por allí tenemos las islas levantadas de R'lyeh, los islotes en el Miskatonic descritos en El color que cayó del espacio (The Colour Out Of Space), Los sueños en la casa de la bruja (The Dreams in the Witch House); y los «monolitos siniestros en islas deshabitadas» en El grabado en la casa (The Picture in the House) [ver: El horror en el patio trasero: análisis de «El grabado en la casa»]

De hecho, es frecuente que Lovecraft asocie estas islas con algún tipo de culto oscuro, probablemente debido a su juventud clasicista. Aunque evidentemente es un cuento irlandés, el elemento clásico en El pantano de la luna predomina en la narración, en este caso, bajo la figura maléfica de una sacerdotisa de Artemisa, llamada Cleis, enterrada en un templo sumergido en un pantano irlandés. El mito de Partholón vincula a los mitos griegos y los mitos celtas, como ya hemos visto, también la figura de Deméter [la cual se menciona en la historia] quien, según el mito, también fue adorada en Irlanda.

El mayor avance que hace Lovecraft en El pantano de la luna, en términos de su cosmología posterior, es su atribución del Mal a una fuente clásica: en este caso, la diosa Artemisa, que incluso en el período clásico integraba aspectos tanto benévolos como malévolos. Artemisa también estaba asociada con la luna creciente y ciertos ritos sádicos que incluían el sacrificio humano. Conocida por los romanos como Diana, Artemisa ocupó un lugar destacado en los cultos de fertilidad de la Edad Media, que también desempeñaron un papel importante en la ficción de Lovecraft. [ver: Diosas en los Mitos de Cthulhu]

Las Ninfas y Náyades, compañeras de Artemisa, también aparecen en El pantano de la luna, llevando a los campesinos a la muerte en el pantano [después de lo cual algunos de ellos aparentemente se transforman en ranas]. Lovecraft finalmente invoca el espíritu orgiástico de la bacanal, que ya no es únicamente una fuerza de retribución o venganza justa, sino una fuerza negativa, con el baile, las procesiones ceremoniales y los ritmos hipnóticos y femeninos que conducen a una muerte inevitable.

Lovecraft también asocia tentativamente este trasfondo griego con la locura en la escena en la que el narrador cruza la línea hacia la locura y comienza a rezar [como lo hizo Lovecraft durante su juventud] a las diosas clásicas, «mientras los horrores de la situación despertaban mis más profundas supersticiones». Las flautas de Pan también hacen su aparición en El pantano de la luna, [«el sonido de las flautas salvajes en la noche»], y son asociadas específicamente a los mitos griegos como «aires extraños y salvajes que me hicieron pensar en una danza de faunos en el lejano Ménalo».

A pesar de los males provocados por las fuerzas femeninas en El pantano de la luna, Lovecraft sigue siendo ligeramente equívoco en su inversión de la mitología griega. Al igual que en La calle (The Street) y En las Montañas de la Locura (At the Mountains of Madness), donde los narradores son capaces de discernir espejismos de una gloria pasada que brillan sobre ruinas decadentes, el narrador de El pantano de la luna tiene una visión de la ciudad de Artemisa sobre las ruinas del pantano, elevándose «majestuosa e intacta, espléndida y rodeada de columnas». Al mismo tiempo observa «con asombro y terror, formas oscuras, saltantes, recortadas grotescamente contra la visión de mármol y refulgencia». Aquí Lovecraft muestra una especie de coexistencia entre la grandeza clásica, por un lado, y la decadencia bacanal, por el otro. Es inevitable no pensar en la civilización de los Antiguos en su apogeo y su período de decadencia inducido por los Shoggoth [ver: Lovecraft y la IA: el futuro es de los Shoggoth]

Otro detalle interesante en relación con la feminidad sagrada es esta influencia o hipnosis que arrastra a los trabajadores a la muerte; ya sea por las Náyades, la sacerdotisa, o por la propia diosa Artemisa. Reducidos a un estado de sumisión perruna por las fuerzas femeninas que emanan del pantano, los trabajadores siguen la procesión de hembras «con pasos ciegos, descerebrados, tambaleantes, como si fueran arrastrados por una voluntad demoníaca, torpe pero irresistible», hasta que finalmente se ahogan o se transforman en batracios. Y, al igual que En las Montañas de la Locura, El pantano de la luna culmina con el avistamiento de la escalera lunar, descrita aquí por el narrador como «uno de los incidentes fantásticos que me trastornó por completo», donde cree ver la sombra espectral de su amigo, Denys Barry, «retorciéndose lentamente, una vaga sombra contorsionada que lucha como si fuera atraída por demonios invisibles».

La reducción de los hombres a bestias por parte de las mujeres es un tema común en los mitos clásicos. Pensemos en la transformación de los amantes de Ishtar en animales, o la de la tripulación de Ulises en cerdos por parte de Circe. Algo similar sucede en El pantano de la luna, donde los trabajadores son convertidos en batracios por esta abrumadora voluntad femenina representada en las Náyades. Estos elementos de lo Femenino [el hipnotismo, la bacanal y la parálisis], se combinan en Lovecraft con la imagen recurrente de procesiones ceremoniales femeninas a lo largo de sus escritos, que a menudo conducen a la muerte de sus participantes masculinos. El mismo dispositivo se encuentra en El horror en Red Hook (The Horror at Red Hook), El horror en la Playa Martin (The Horror at Martin’s Beach), La declaración de Randolph Carter y en el poema: Unda o La novia del mar (Unda; or, The Bride of the Sea). Todas estas imágenes de procesiones ceremoniales femeninas parecen reflejar alguna ansiedad palpable en la mente de Lovecraft, y todas ellas, evidentemente, están alejadas de cualquier noción de lo cósmico.

Es tentador trazar aquí un paralelo entre las visiones de Lovecraft sobre la maternidad, y como sus propias referencias maternales cobran gran importancia en su ficción; por supuesto, transfiguradas a través de procesos inconscientes [sueños y pesadillas]. En El pantano de la luna nuevamente encontramos a Lovecraft invocando los motivos de tamaño y edad que también caracterizan a la Gran Raza y a los Antiguos. No importa si se trata de una bruja o una «envejecida sacerdotisa de la luna», estas figuras femeninas primordiales reflejan la persistente visión infantil de Lovecraft con respecto a la maternidad [ver: La maternidad fallida en «Drácula»]




H.P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhu.


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