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«La bruja»: Adelaide Crapsey; poema y análisis.


«La bruja»: Adelaide Crapsey; poema y análisis.




«¿Habéis oído (y yo he oído)
de hombres perplejos que juzgaron
y la colgaron en el prado de Salem?»



La bruja (The Witch) es un poema de la escritora norteamericana Adelaide Crapsey (1878-1914), publicado en la antología de 1922: Verso (Verse).

La bruja, uno de los poemas de Adelaide Crapsey más reconocidos, explora diferentes concepciones de la feminidad a lo largo del tiempo: de sacerdotisa y oráculo en tiempos antiguos a ser quemada en la hoguera. Esta idea de la mujer como vínculo con lo sagrado que, eventualmente, se transforma en una asociación con las fuerzas del mal, puede no ser tan novedosa hoy en día, pero fue disruptiva en ti época:


Cuando era una chica junto a la corriente del Nilo
vi surgir las estrellas del desierto;
mi amante, que soñó con la Esfinge,
inspiró todos sus sueños de mis ojos.

En Grecia llevé un nombre ardiente,
y en Italia fui
la Madonna de un joven pintor
y la amante de un Medici.

¿Y habéis oído (y yo he oído)
de hombres perplejos de semblante decoroso,
que juzgaron —el potro sabe demasiado—
y la colgaron en el prado de Salem?


Los poemas de Adelaide Crapsey tienen menor impacto en su lectura que en la forma en la que prosperan en la imaginación. Al principio parecen, bueno, aceptables: pero luego uno empieza a pensar en ellos. Perduran en la memoria. Parecen haber sido escritos para ser recordados más que para ser leídos.

La carrera de Adelaide Crapsey pudo haber sido más auspiciosa. Problemas económicos, familiares y, posteriormente, de salud, le impidieron dedicarse a su obra. Fue diagnosticada con tuberculosis, que a fines del siglo XIX y comienzos del XX se consideraba una enfermedad sedentaria. Pero Adelaide Crapsey estaba lejos de encajar en el estereotipo del poeta lánguido, enfermizo, mórbido. Era sociable, cordial, robusta y con afición por el pensamiento científico.

La bruja explora cómo podría haber sido la vida de cualquier mujer moderna en tiempos antiguos. En Egipto, Grecia y Roma podría haber sido adorada, ocupado cargos espirituales, y después, bajo la influencia de otros vientos ideológicos, colgada en «el prado de Salem».

No creo que se trate de un poema sobre la tolerancia, como se ha postulado, sino sobre cómo algo tan bien establecido como la idea de que la mujer posee un vínculo con la espiritualidad puede convertirse en motivo de persecución.




La bruja.
The Witch, Adelaide Crapsey (1878-1914)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Cuando era una chica junto a la corriente del Nilo
vi surgir las estrellas del desierto;
mi amante, que soñó con la Esfinge,
inspiró todos sus sueños de mis ojos.

En Grecia llevé un nombre ardiente,
y en Italia fui
la Madonna de un joven pintor
y la amante de un Medici.

¿Y habéis oído (y yo he oído)
de hombres perplejos de semblante decoroso,
que juzgaron —el potro sabe demasiado—
y la colgaron en el prado de Salem?


When I was a girl by Nilus stream
I watched the desert stars arise;
My lover, he who dreamed the Sphinx,
Learned all his dreaming from my eyes

I bore in Greece a burning name,
And I have been in Italy
Madonna to a painter-lad,
And mistress to a Medici.

And have you heard ( and I have heard)
Of puzzled men with decorous mien,
Who judged - The wrench knows far too much-
And hanged her on the Salem green?


NOMBRE (1793-1864)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Adelaide Crapsey.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Adelaide Crapsey: La bruja (The Witch), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«La casa silenciosa»: Charlotte Mew; poema y análisis.


«La casa silenciosa»: Charlotte Mew; poema y análisis.




«La habitación donde murió mamá está cerrada,
las otras están como estaban,
afuera, el mundo sigue igual.»



La casa silenciosa (The Quiet House) es un poema de la escritora inglesa Charlotte Mew (1869-1928), publicado en la antología de 1916: La novia del granjero (The Farmer's Bride).

La casa silenciosa, uno de los poemas de Charlotte Mew más destacados, comienza con la vida tranquila de una mujer bajo la atenta mirada de un padre protector. A medida que el poema avanza nos damos cuenta que debajo de esta fachada de respetable soltería la mujer está al borde del colapso mental.

La casa silenciosa presenta algunos hechos sobre los cuales construye una especie de narración: la Oradora es una mujer joven y solitaria que vive con su padre en una casa de Londres. El poema pasa por abruptas transiciones entre sentimientos ominosos, agobiantes, y detalles absolutamente prosaicos. Apenas Charlotte Mew establece un hecho concreto, procede a brindar una declaración de lo intangible. En esta Casa, los sentimientos viven en las cosas, y las cosas viven en los sentimientos [ver: Casas como metáfora de la psique]

Charlotte Mew era la mayor de siete hermanos cuyas vidas terminaron prematuramente. Tres de ellos murieron siendo niños, a los otros dos [Henry y Freda] se les diagnosticó dementia praecox [esquizofrenia], y fueron internados en un hospital psiquiátrico [nunca volverían a salir]. Tras la muerte de su padre, Charlotte Mew quedó a cargo de su madre y de su hermana, Anne, la única hermana sobreviviente. En su biografía oficial, Penelope Fitzgerald comenta que, tras el encierro de Henry y Freda, Charlotte y Anne se prometieron que nunca se casarían y tendrían hijos por temor a transmitirles algún tipo de enfermedad mental [ver: La locura hereditaria de Charlotte Mew]

En La casa silenciosa podemos encontrar este miedo a descubrir la locura en uno mismo, particularmente de la posibilidad de ver, oír y sentir realidades que no existen objetivamente: En un momento del poema, llaman a la puerta pero al abrir no hay nadie, y la Oradora concluye que es ella misma quien está llamándose, que la campana suena únicamente para ella, dentro de su cabeza:


Esta noche volví a escuchar una campana.
Afuera estaba la misma niebla de delicada lluvia,
las farolas recién encendidas en la calle larga y oscura,
nadie para mí.
Creo que es a mí misma a quien voy a encontrar.


En general, los oradores de Charlotte Mew le dan voz a personas tristes, afligidas, marginadas; hablan de la muerte de niños e historias de enfermedades mentales. Los oradores masculinos, como el oficinista de En el cementerio de Nunhead (In Nunhead Cemetery), que presencia el entierro de la mujer que ama, son dignos de compasión; mientras que las oradoras mujeres poseen un mayor grado de integridad ante el dolor y la pérdida. Supongo que esto tiene que ver con los elementos autobiográficos que recaen sobre las oradoras. Si cambiáramos los nombres de los cuatro niños y la problemática que aflige a los padres [en La casa silenciosa es la madre la que ha fallecido] tendríamos un panorama muy similar a la verdadera situación de vida que atravesó Charlotte Mew.

La figura del «Padre» es central. Después de la muerte de su madre, la Oradora vive sola con él, quien es representado desde la distancia como el clásico patriarca victoriano. En este contexto, el título del poema no alude a la tranquilidad y el silencio de una casa pacífica, sino más bien a un sitio de aislamiento físico del exterior y sus goces sensoriales. De hecho, La casa silenciosa parece tratarse de dos poemas, no uno: el primero habla de la devastadora monotonía de la vida cotidiana; el otro expresa la voluptuosa vida interior de la Oradora:


Ningún año ha sido como éste que acaba de pasar;
puede que lo que dice Padre sea verdad,
si las cosas son así no importa por qué:
todo se ha quemado aunque no del todo.


Al igual que Madeleine [Madeleine en la iglesia (Madeleine in Church)], la Oradora de La casa silenciosa necesita de los hombres para satisfacer su deseo sexual. La figura sombría del «amigo de mi prima» introduce el interés sexual en la trama, pero al final es pasajero [«su voz se ha apagado, su rostro se está oscureciendo / y si me gusta ahora no lo sé»]. Es como si la sexualidad ofreciera una via de escape para la Oradora, pero en última instancia no logra resolver sus problemas psicológicos.

Al igual que en la mayoría de los poemas de Edgar Allan Poe, para la Oradora de La casa silenciosa la satisfacción sexual está ligada a la muerte. En la tercera estrofa, la idea del deseo que trae la muerte sugiere un ciclo que se desarrolla incesantemente. En este sentido, el Rojo [la Muerte] es predominante en el poema; de hecho, resulta significativo que sólo en términos de color ella pueda localizar su propia identidad [«Pienso que mi alma es roja / como la de una espada o una flor escarlata»]. El poema continúa:


La habitación donde murió mamá está cerrada,
las otras están como estaban,
afuera, el mundo sigue igual,
los gorriones vuelan por la plaza,
los niños juegan como lo hicimos nosotros,
los árboles crecen verdes y marrones y desnudos,
el sol brilla en la torre de la iglesia muerta,
y nada vive aquí excepto el fuego,
mientras papá observa desde su silla,
día tras día,
igual, o de vez en cuando, de un gris diferente,
hasta que, como su cabello,
que mamá dijo que una vez fue ondulado y brillante,
todos se volverán blancos.


La ralentización del tiempo implica que la Oradora se encuentra suspendida en una situación. Como en muchos de los poemas de Charlotte Mew, ella está atrapada en un momento:

No hay reencuentro entre la Oradora y el afuera. En cierto modo, el afuera es una exteriorización del mundo interior. Cuando ella va a abrir la puerta, reconoce al otro que ha tocado la campana como «yo misma». Este encuentro con el Yo es menos macabro que el que se produce en el cuento de H. P. Lovecraft: El Extraño (The Outsider), donde el orador irrumpe en una fiesta, todos salen corriendo, y descubre en el espejo que su aspecto es el que ha causado el terror. Aquí, la Oradora de Charlotte Mew no se horroriza al encontrase a «sí misma» al otro lado de la puerta; más bien parece una reconciliación entre sus diversas identidades, hasta entonces fracturadas e independientes [¿psicosis?].

Antes de reencontrarse consigo misma, la Oradora tiene fantasías donde es apuñalada y quemada; imagina el derramamiento de su propia sangre y lo asocia con «desperdiciar» su vida. Algunos han intepretado esto en relación a la soltería [victoriana] y el «desperdicio» de la sangre menstrual. Lo cierto es que el motivo del desprendimiento de los fluidos corporales es un aspecto crucial de la poesía de Charlotte Mew. Sus Oradoras siempre parecen ansiosas por purgarse de estos fluidos, como si se desangraran.

Después de la muerte de su hermana, Anne, en 1927, Charlotte cayó en una depresión y fue internada. De a poco pareció ir progresando, sin embargo, poco después del mediodía del sábado 24 de marzo de 1928, le informó al director de la institución que saldría por un rato. Regresó con una botella de Lysol [un desinfectante], vertió la mitad del contenido en un vaso y bebió. Cuando un médico hizo su visita de rutina la encontró en la cama, echando espuma por la boca. No pudo hacer nada para salvarla. Sus últimas palabras, según Penelope Fitzgerald, fueron: Don’t keep me; let me go [«No me retengan; déjenme ir»].

Charlotte Mew fue enterrada en el cementerio Fortune Green, Londres, junto a su hermana Anne.

Es curioso cómo la historia de vida de un autor afecta la forma en que uno lee e interpreta sus obras. Conociendo el final de Charlotte Mew, hay rastros de ese dolor oculto en La casa silenciosa.




La casa silenciosa.
The Quiet House, Charlotte Mew (1869-1928)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Cuando éramos niños, la vieja niñera solía decir
que la casa era como una subasta o una feria
hasta que todos estábamos a salvo en la cama.
Ha estado tan tranquila como el campo
desde que Ted y Janey y luego mamá murieron,
y Tom se enojó con papá y lo enviaron lejos.
Después del juicio, el pobre papá
no podía mantener la cabeza en alto
y no le importa la gente de aquí, tampoco ir a ninguna parte.

Fue difícil escapar a casa de mi tía
ese fin de semana (desde entonces, hace un año,
apenas me deja escapar de su vista).
Al principio no me gustó el amigo de mi prima,
no pensé que lo recordaría:
su voz se ha apagado, su rostro se está oscureciendo
y si me gusta ahora no lo sé.
Me asustó antes de sonreír
—No me preguntó si podía—,
dijo que un domingo por la noche vendría,
me habló como si fuera una niña.

Ningún año ha sido como éste que acaba de pasar;
puede que lo que dice Padre sea verdad,
si las cosas son así no importa por qué:
todo se ha quemado aunque no del todo.
Los colores del mundo se han convertido en llamas,
el azul, el oro, han ardido en lo que solía ser un cielo plomizo.
Cuando uno arde por completo, muere.

El rojo es el dolor más extraño de soportar;
en primavera las hojas de los árboles en ciernes;
en verano las rosas son peores,
más terribles que dulces:
una rosa puede apuñalarte
más hondo que cualquier cuchillo:
y el carmesí te persigue en todas partes.
Delgados rayos de sol, como fantasmas de espadas enrojecidas,
han golpeado nuestra escalera como si,
al bajar, hubieras derramado tu vida.

Pienso que mi alma es roja
como la de una espada o una flor escarlata:
pero cuando éstas mueren,
tuvieron su hora.

Yo también habré tenido la mía,
porque desde la cabeza hasta los pies
estoy quemada y apuñalada,
y el dolor es mortalmente dulce.

Las cosas que nos matan parecen
ciegas a la muerte que nos dan:
sólo en nuestro sueño
viven las cosas que nos matan.

La habitación donde murió mamá está cerrada,
las otras están como estaban,
afuera, el mundo sigue igual,
los gorriones vuelan por la plaza,
los niños juegan como lo hicimos nosotros,
los árboles crecen verdes y marrones y desnudos,
el sol brilla en la torre de la iglesia muerta,
y nada vive aquí excepto el fuego,
mientras papá observa desde su silla,
día tras día,
igual, o de vez en cuando, de un gris diferente,
hasta que, como su cabello,
que mamá dijo que una vez fue ondulado y brillante,
todos se volverán blancos.

Esta noche volví a escuchar una campana.
Afuera estaba la misma niebla de delicada lluvia,
las farolas recién encendidas en la calle larga y oscura,
nadie para mí.
Creo que es a mí misma a quien voy a encontrar:
no importa; algún día ya no pensaré; ¡ya no seré!


When we were children old Nurse used to say,
The house was like an auction or a fair
Until the lot of us were safe in bed.
It has been quiet as the country-side
Since Ted and Janey and then Mother died
And Tom crossed Father and was sent away.
After the lawsuit he could not hold up his head,
Poor Father, and he does not care
For people here, or to go anywhere.

To get away to Aunt’s for that week-end
Was hard enough; (since then, a year ago,
He scarcely lets me slip out of his sight—)
At first I did not like my cousin’s friend,
I did not think I should remember him:
His voice has gone, his face is growing dim
And if I like him now I do not know.
He frightened me before he smiled—
He did not ask me if he might—
He said that he would come one Sunday night,
He spoke to me as if I were a child.

No year has been like this that has just gone by;
It may be that what Father says is true,
If things are so it does not matter why:
But everything has burned and not quite through.
The colours of the world have turned
To flame, the blue, the gold has burned
In what used to be such a leaden sky.
When you are burned quite through you die.

Red is the strangest pain to bear;
In Spring the leaves on the budding trees;
In Summer the roses are worse than these,
More terrible than they are sweet:
A rose can stab you across the street
Deeper than any knife:
And the crimson haunts you everywhere—
Thin shafts of sunlight, like the ghosts of reddened swords have struck our stair
As if, coming down, you had spilt your life.

I think that my soul is red
Like the soul of a sword or a scarlet flower:
But when these are dead
They have had their hour.

I shall have had mine, too,
For from head to feet,
I am burned and stabbed half through,
And the pain is deadly sweet.

The things that kill us seem
Blind to the death they give:
It is only in our dream
The things that kill us live.

The room is shut where Mother died,
The other rooms are as they were,
The world goes on the same outside,
The sparrows fly across the Square,
The children play as we four did there,
The trees grow green and brown and bare,
The sun shines on the dead Church spire,
And nothing lives here but the fire,
While Father watches from his chair
Day follows day
The same, or now and then, a different grey,
Till, like his hair,
Which Mother said was wavy once and bright,
They will all turn white.

To-night I heard a bell again—
Outside it was the same mist of fine rain,
The lamps just lighted down the long, dim street,
No one for me—
I think it is myself I go to meet:
I do not care; some day I shall not think; I shall not be!


Charlotte Mew (1869-1928)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Charlotte Mew.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Charlotte Mew: La casa silenciosa (The Quiet House), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«La bruja del pueblo»: Madison Cawein; poema y análisis.


«La bruja del pueblo»: Madison Cawein; poema y análisis.




«Algunos decían que era una bruja
y que cabalgaba, con el pelo alborotado,
hacia las fiestas de los demonios.»



La bruja del pueblo (The Town Witch) es un poema gótico del escritor norteamericano Madison Julius Cawein (1865-1914), publicado en la antología de 1909: Nuevos poemas (New Poems).

La bruja del pueblo, uno de los poemas de Madison Cawein más interesantes, presenta la historia de una anciana acusada [injustamente] de brujería y asesinada por la gente de su pueblo.

En general, el soneto suele asociarse a la poesía sentimental, amorosa, no a una anciana malhumorada, solitaria y sin amigos; pero de algún modo resulta pertinente aquí.

Madison Cawein describe a esta mujer como la típica bruja de pueblo: antipática, decrépita, que no tiene trato con sus vecinos. Vive en una «choza», y la gente evita pasar por allí. No se nos dice nada específico sobre el pueblo ni sobre la época en la que transcurre el drama. De hecho, el autor le da un tratamiento bastante genérico al contexto, aunque la creencia en brujas, sabbats, el ahorcamiento de una mujer acusada y la lapidación de su perro sugieren que podríamos estar en la Nueva Inglaterra puritana, en particular en la época de los juicios de Salem.

Esta es una conjetura sin demasiados fundamentos. No hay ninguna referencia directa a Salem, ni siquiera a los Estados Unidos. El «pueblo» de esta bruja podría estar en cualquier lugar donde la creencia en la brujería estuviera lo suficientemente arraigada como para acusar a alguien de su práctica y ejecutarlo por el clamor popular.

La situación es similar a la que podríamos encontrar en los casos registrados por el Malleus Maleficarum, donde la mujer acusada de bruja solía ser una anciana que vivía sola, alienada y marginada. No se nos da su nombre ni su historia; la vemos como una simple anciana y sólo en relación con su entorno: es la «bruja del pueblo», como si cumpliera un papel involuntario en esta comunidad, atrapada en la percepción que los demás tienen de ella:


Algunos decían que era una bruja y que cabalgaba, con el pelo alborotado,
hacia las fiestas de los demonios; en la piedra áspera de su hogar.


Lo cierto es que la anciana no está completamente sola. Tiene un perro, que desde luego es visto por la comunidad como un espíritu familiar, un demonio menor que asiste a las brujas, a menudo tomando la forma de un animal [gatos, perros, sapos]:


un demonio estaba sentado siempre con ojos demacrados que brillaban,
como un perro peludo cuyos colmillos estaban al descubierto.


Madison Cawein revela gradualmente que este «familiar» es sólo un perro. Sin embargo, los habitantes del pueblo, que ya la han declarado una bruja, no pueden ver en el animal otra cosa que su asistente demoníaco. Desde una tranquilizadora perspectiva moderna podríamos decir que este perro simplemente está sincronizado con la actitud general de su dueña, y que se muestra hostil con los demás porque su ama se siente de ese modo.

Recién al final del poema se introduce algo de acción: se produce una racha de mala suerte. Una vaca muere, un niño enferma, y todos dirigen sus sospechas hacia la anciana:


Así que, un día, cuando la vaca de un vecino murió y el bebé de alguien enfermó,
unos buenos hombres encerraron a la vieja en prisión,
la arrastraron a la corte y la juzgaron;
luego la colgaron por bruja y quemaron su choza.


La mujer es ejecutada, y esto no causa demasiada antipatía en el lector. Después de todo, hasta aquí hemos visto a la anciana y a su perro desde el punto de vista de los habitantes del pueblo. No necesariamente la compartimos, pero es la perspectiva que nos dan: ella es hostil, desdeñosa, marginal, muy probablemente una bruja; y su perro es agresivo y cruel, quizás un demonio familiar.

En los versos finales, de manera brillante, Madison Cawein nos da una fugaz visión de la vida interior de la presunta bruja. No tiene amigos y no se menciona a ningún marido o hijo, vivo o muerto. ¿Qué vínculo emocional, qué forma de amor ha entrado alguna vez en la vida de esta mujer?

El perro.


Días después, sobre su tumba, todo piel y huesos,
encontraron al perro, y lo mataron a pedradas.


El perro, ahora hambriento [«todo piel y huesos»] sin su ama que lo alimente, se queda fielmente junto a su tumba. Es una imagen conmovedora, sugiere un vínculo profundo entre dos criaturas aisladas y no queridas. La gente del pueblo lo mata a piedrazos [castigo bíblico]. Nada ha cambiado su perspectiva; no pueden ver a un perro leal que, guiado por su olfato, llegó hasta la tumba de su dueña porque la ama, porque ha perdido a la única persona que probablemente le dispensó cuidados y afecto. Hasta ese gesto de amor es interpretado como una prueba más de brujería, la confirmación de que no han cometido una atrocidad.




La bruja del pueblo.
The Town Witch, Madison Cawein (1865-1914)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Con el rostro contorsionado, la lengua ennegrecida, ojos hundidos y fijos,
hostil y sin amigos, la vieja vivía sola en su choza,
frente a la cual rara vez pasaba algún aldeano.
Algunos decían que era una bruja y que cabalgaba, con el pelo alborotado,
hacia las fiestas de los demonios; en la piedra áspera de su hogar,
un demonio estaba sentado siempre con ojos demacrados que brillaban
como un perro peludo cuyos colmillos estaban al descubierto.
Así que, un día, cuando la vaca de un vecino murió y el bebé de alguien enfermó,
unos buenos hombres encerraron a la vieja en prisión,
la arrastraron a la corte y la juzgaron;
luego la colgaron por bruja y quemaron su choza.
Días después, sobre su tumba, todo piel y huesos,
encontraron al perro, y lo mataron a pedradas.


Crab-Faced, crab-tongued, with deep-set eyes that glared,
Unfriendly and unfriended lived the crone
Upon the common in her hut, alone,
Past which but seldom any villager fared.
Some said she was a witch and rode, wild-haired,
To devils' revels: on her hearth's rough stone
A fiend sat ever with gaunt eyes that shone
A shaggy hound whose fangs at all were bared.
So one day, when a neighbour's cow had died
And some one's infant sickened, good men shut
The crone in prison: dragged to court and tried:
Then hung her for a witch and burnt her hut.
Days after, on her grave, all skin and bones
They found the dog, and him they killed with stones.


Madison Cawein (1865-1914)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Madison Cawein.


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El análisis, traducción al español y resumen del poema de Madison Cawein: La bruja del pueblo (The Town Witch), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Sádica: análisis de «El Vampiro» de Delmira Agustini.


Sádica: análisis de «El Vampiro» de Delmira Agustini.




La poeta uruguaya Delmira Agustini (1886-1914) encerró a su sujeto a solas con un Vampiro en el poema de 1910: El Vampiro, publicado originalmente en la antología de 1910: Cantos de la mañana, y luego reeditado en Los cálices vacíos y El rosario de Eros. El poema está impregnado de los aspectos negativos [e inevitables] de la existencia: dolor, enfermedad y muerte, y desde allí proyecta sobre el lector una sensación de desesperanza y pavor.

Antes del análisis comencemos con el poema de Delmira Agustini:


En el regazo de la tarde triste
Yo invoqué tu dolor... Sentirlo era
Sentirte el corazón! Palideciste
Hasta la voz, tus párpados de cera,

...Bajaron... y callaste... Pareciste
Oir pasar la Muerte... Yo que abriera
Tu herida mordí en ella —¿me sentiste?—
¡Como en el oro de un panal mordiera!

... Y exprimí más, traidora, dulcemente
Tu corazón herido mortalmente,
Por la cruel daga rara y exquisita
De un mal sin nombre, ¡hasta sangrarlo en llanto!
Y las mil bocas de mi sed maldita
Tendí a esa fuente abierta en tu quebranto.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿Por qué fuí tu vampiro de amargura?
¿Soy flor o estirpe de una especie obscura
Que come llagas y que bebe el llanto?


El Vampiro gira en torno a una voz poética atrapada, aunque no del todo sola, en un mundo de desesperación. El sujeto de Delmira Agustini, una mujer, se rebela contra su cautiverio emocional y físico, pero es incapaz de mirar más allá de sus circunstancias presentes.

El Vampiro, entonces, se centra en la extrema soledad que sienten ciertos individuos, aunque irónicamente no estén solos. Esta paradoja del aislamiento [entre otras personas] parece ser un elemento en común en muchos poemas de vampiros; como si el Vampiro y su víctima generaran una cierta atmósfera o estado de ánimo solitario, íntimo [ver: El enlace entre el Vampiro y su víctima]. En este contexto, el poema de Delmira Agustini no solo es una especie de microcosmos de la sociedad de comienzos del siglo XX, y particularmente de las mujeres inmersas en sus códigos sociales, sino también un reflejo reinterpretado de los clásicos poemas y novelas que lo precedieron.

Sin embargo, y a pesar de seguir explorando los aspectos negativos de la vida, tal como lo hicieron sus predecesores, Delmira Agustini consigue eludir nuestras expectativas clásicas y presenta una nueva perspectiva del Vampiro.

El Vampiro de Delmira Agustini ejemplifica el cambio de la Nueva Mujer que se estaba apoderando de las esferas doméstica, pública y artística en la sociedad de principios del XX. Debido a estas circunstancias cambiantes, el poema refleja el desconcierto y la inquietud al colocar a su sujeto en una posición de poder desconocida. Es en una habitación oscura donde Delmira Agustini introduce a los sujetos masculino y femenino de El Vampiro, similar a la «antigua capilla en ruinas, que evidentemente había sido utilizada como cementerio» que utiliza el Conde Drácula como dormitorio en la novela de Bram Stoker.

En este dormitorio-cementerio, Drácula parece perdido en algún lugar entre la vida y la muerte, un contexto similar a la figura masculina en El Vampiro de Delmira Agustini. En Drácula, Jonathan Harker inspecciona el cuerpo del Conde en busca de señales de vida [movimiento, pulso, respiración] pero no hay nada. Drácula mira con ojos muertos, ausentes, aparentemente inconsciente de la presencia de Harker. Sin embargo, a pesar de las apariencias, Harker sabe que Drácula no está muerto, que resucitará en la noche. Es exactamente el mismo ambiente que encontramos en El Vampiro de Delmira Agustini. [ver: ¡Este hombre me pertenece! Harker y Drácula]

Ambos en habitaciones interiores oscuras, Jonathan Harker y Delmira Agustini se enfrentan a sus antagonistas durmientes, aunque, como comenta Harker, «hacerlo me produjo pavor en el alma». Cuando se enfrenta al miedo, el instinto humano ofrece solo dos opciones: luchar o huir. Cuando se encuentra cara a cara con Drácula, Harker elige huir. Por otro lado, la protagonista femenina de Delmira Agustini elige quedarse y luchar.

En Drácula, mientras que el Conde ocupa el papel principal de Vampiro, hay varias Vampiresas en papeles secundarios o inferiores. Aunque pueda parecer que la figura masculina dormida de Delmira Agustini es el Vampiro del título, por la similitud con la escena de Bram Stoker, existe otra posibilidad. Varias, en realidad [ver: El código secreto en el «Drácula» de Bram Stoker]

En Cantos de la mañana, Delmira Agustini lucha contra el sufrimiento causado por el amor; y lo hace a través de temas como el aislamiento, la soledad y la muerte. Con exquisita ironía, los títulos alegres de todos los poemas de esta colección describen escenarios y elementos góticos. En otras palabras, donde el título promete una obra llena de vida y esperanza, los poemas de Delmira Agustini se centran en el terror y la muerte. En uno de los poemas finales de esta colección, Los retratos, Delmira Agustini descorre el telón, como si se tratara de un teatro macabro, para revelar la verdadera escencia de Cantos:


Si os asomárais a mi alma como a una estancia profunda,
veríais cuánto la entenebrece e ilumina
la intrincada galería de los Desconocidos…
Figuras incógnitas que, acaso, una sola vez en la vida
pasaron por mi lado sin mirarme,
y están fijas allá dentro como clavadas con astros…


Los poemas de Delmira Agustini están construidos sobre varios niveles de contradicción. La primera imagen que presenta en El Vampiro, obviamente, ocurre en el título, y es la de un Vampiro. Por lo tanto, incluso antes de leer el poema, esta imagen de una criatura fantástica queda grabada en el lector. Manteniéndose dentro de la tradición de la novela gótica, obras que a menudo transcurren en ruinas de abadías y castillos medievales con mazmorras, pasadizos secretos y cámaras de tortura, el título del poema de Delmira Agustini también implica un escenario gótico y, por lo tanto, asociado con estos motivos. La segunda imagen es la de una «tarde triste». Por lo tanto, a medida que el sol se pone, el crepúsculo eventualmente colocará el escenario de El Vampiro en el ámbito de la noche.

Como es lógico, la ansiedad aumenta a medida que se acerca la noche, especialmente cuando hay un Vampiro cerca. Al respecto, Jonathan Harker anota en su diario:


[Siempre ha sido de noche cuando he sido molestado o amenazado, o de alguna manera puesto en peligro. Todavía no he visto al Conde a la luz del día. ¿Puede ser que duerma cuando los demás despiertan, para estar despierto cuando los otros duermen?]


Por lo tanto, no es irracional suponer que el escenario es crepuscular, dada la presencia de un Vampiro, ya que la noche es el hábitat natural de estas criaturas. En otras palabras, no hay necesidad de afirmar que es de noche si hay un Vampiro.

Ahora bien, hay dos figuras presentes dentro de la habitación de Delmira Agustini: un hombre incapacitado y una mujer. La figura masculina se presenta como un cadáver, dejando su identidad indefinida. La figura femenina de El Vampiro es tranquila, reflexiva, al menos al principio del poema. Sola en la penumbra, ella se inclina sobre él y estudia su rostro, notando que parece estar escuchando a la muerte [«Pareciste oír pasar la muerte»]. A medida que el poema continúa, una especie de angustia, de tristeza, se apodera de la voz de la mujer. En este punto, el escenario sombrío de la sala funeraria de la primera estrofa cambia a la de un dormitorio cargado de tormentos. Además de su diálogo cada vez más violento, ella también agrede físicamente a la figura masculina. Así, la distancia respetuosa, implícita en el comienzo del poema, da paso a una intimidad sádicamente emocional entre los sujetos masculino y femenino [ver: La cuestión de género entre vampiros y vampiresas]

En Los retratos, la voz poética se define a través de la imagen de una habitación. Por lo tanto, no es exagerado imaginar que el escenario de la cámara de tortura en El Vampiro también representa el alma tumultuosa de la voz poética. En este sentido, Delmira Agustini invierte los términos clásicos de los relatos de vampiros, donde generalmente se expresa un miedo subyacente del hombre a la mujer. Aquí, Delmira Agustini expresa el miedo de la mujer a la mujer, o, mejor dicho, el miedo de la mujer a sí misma [ver: El cuerpo de la mujer en el Gótico]

A principios del siglo XX, no solo los hombres experimentaron temor respecto de la cambiante sociedad patriarcal. Las mujeres, liberales o no, también tuvieron que aprender a vivir dentro de estos cambios. En cierto modo, toda mujer debía tomar una posición, decidir qué máscara social usar: la de una mujer liberal o conservadora. Por ello, Delmira Agustini rehuye de las máscaras externas y se centra en el interior cada vez más agitado de la mujer [ver: El asesinato de Delmira Agustini]

En las tres primeras estrofas de El Vampiro, la figura femenina se refleja en el cuerpo silencioso del hombre tendido frente a ella. En la cuarta y última estrofa, su reflexión se vuelve hacia adentro, hacia la contemplación de su propia vida. Sin embargo, la mujer de Delmira Agustini busca definirse a sí misma, no desde su propia perspectiva, sino desde la de la figura masculina inmóvil. En las líneas finales, le hace dos preguntas al hombre silencioso, queriendo que le aclare su identidad. Ella quiere saber si, para él, ella es una flor o un Vampiro. Aquí termina el poema y sus preguntas quedan sin respuesta.

El Vampiro demuestra cómo el conflicto de una sociedad puede manifestarse devastadoramente en el interior de un individuo. En oposición a los clásicos del género, el papel del Vampiro no es evidente en el poema de Delmira Agustini. Aunque el lector es inmediatamente informado de la presencia de un Vampiro debido al título, no hay pistas visuales disponibles para guiarlo hacia la identidad de la criatura. ¿Quién es el Vampiro en el poema de Delmira Agustini?

Veamos si podemos descubrirlo.

En la primera estrofa se nos presentan los posibles personajes del poema: un Vampiro, una figura masculina y una figura femenina [además, la voz poética]. Sin embargo, solo los personajes masculino y femenino se discuten en términos concretos, lo que lleva al lector a suponer [equivocadamente o no] que el Vampiro es cualquiera de estas dos figuras, consolidando así dos personajes en uno. En otras palabras [este es un detalle hermoso], Delmira Agustini obliga al lector a creer que la figura masculina o la femenina es, simultáneamente, el Vampiro del título, pero en ningún momento dice algo concreto al respecto.

Simbólicamente, la imagen del Vampiro encarna ciertas características arquetípicas. Por ejemplo, los Vampiros beben la sangre de los vivos; es decir, su supervivencia depende de sus víctimas. La relación entre el perseguidor y la víctima es la del devorador y el devorado. Además, el Vampiro simboliza el ansia de existir, que brota de nuevo cada vez que ha sido saciada. En otras palabras: el Vampiro nunca está satisfecho; por lo tanto, si bien el Vampiro dirige sus impulsos hacia alguien más, en realidad es presa de una pasión autodestructiva [ver: Las fantasías privadas de Bram Stoker]

El Vampiro masculino, en la ficción, también encarna ciertas características arquetípicas. Por ejemplo, Lord Ruthven, el protagonista del poema de John William Polidori: El vampiro (The Vampyre, 1819), representa al Vampiro clásico de la literatura inglesa: distante, distinguido, aristócrata, frío, enigmáticamente perverso y fascinante para las mujeres [ver: ¿John Polidori y Elizabeth Siddal fueron vampiros?]. Si bien no es un lord británico, Drácula posee las mismas características. En la novela, Harker captura la imagen escalofriante del Conde mientras yace en su tumba diurna, brindándonos así una descripción física cuidadosamente detallada del Vampiro masculino arquetípico:


[¡Allí, en una de las grandes cajas, de las que había cincuenta en total, sobre un montón de tierra recién cavada, yacía el Conde! Estaba muerto o dormido, no sabría decirlo, porque los ojos estaban abiertos y pétreos, pero sin el brillo de la muerte, y las mejillas tenían el calor de la vida a través de toda su palidez, y los labios estaban tan rojos como siempre. Pero no había señales de movimiento, ni pulso, ni respiración, ni latidos del corazón. Me incliné sobre él y traté de encontrar alguna señal de vida, pero fue en vano. No pudo haber estado allí mucho tiempo, porque el olor a tierra habría desaparecido en unas pocas horas. A un lado de la caja estaba su tapa, perforada con agujeros aquí y allá. Pensé que podría tener las llaves encima, pero cuando traté de buscarlas vi los ojos muertos, y en ellos una mirada de odio tal, aunque inconsciente de mí o de mi presencia, que huí del lugar.]


Lord Ruthven y el Conde Drácula se presentan en la esfera pública como hombres sin emociones, nobles, elegantes, inteligentes, carismáticos con los hombres y atractivos para las mujeres. Incluso en la sociedad actual, estas cualidades ejemplifican alguna forma de éxito. Sin embargo, en las sociedades patriarcales de fines del siglo XIX y principios del XX, donde el hombre debía encarnar el estereotipo del protector y proveedor, estas características podrían determinar no solo el éxito del hombre, sino de su esposa. Sin embargo, estas características positivas del Vampiro solo resultan deseables en la esfera pública. En general, la mayoría de los hombres preferirían no llevar la vida privada del Vampiro, esencialmente la de un muerto viviente en un ataúd lleno de tierra, como podemos ver en el testimonio de Jonathan Harker [ver: Strigoi: los vampiros que inspiraron la leyenda de Drácula]

La figura masculina de El Vampiro de Delmira Agustini es descrita en la primera estrofa por la voz poética como [vampíricamente] incapacitada por el sueño o la muerte. Este estado indeterminado entre el sueño y la muerte recuerda la escena donde Harker se encuentra con el Conde en su guarida. Así, el lector puede suponer que la figura masculina es el Vampiro del título. Sin embargo, entre la primera y la segunda estrofa, la figura masculina es dominada físicamente por la voz femenina; en la tercera estrofa ella lo hiere en el corazón [«Y exprimí más, traidora, dulcemente tu corazón herido mortalmente»]; pero, en la cuarta estrofa, ella lo cuestiona del siguiente modo: «¿Por qué fui tu vampiro de amargura?». Si, de hecho, la figura masculina es el Vampiro, tiene sentido que la figura femenina haya sido su víctima, como Lucy Westenra lo fue del Conde Drácula.

Bajo el escrutinio de la mujer, la figura masculina ocupa un papel subordinado, el mismo que típicamente se le asigna a la mujer en las sociedades patriarcales. Por lo tanto, aunque la figura masculina de Delmira Agustini actúa como el Drácula dormido de Bram Stoker, en realidad está subordinado a la mujer, a su víctima.

Si bien puede parecer irónico que la poderosa figura del Vampiro masculino esté al servicio de una mujer, esa es su realidad cotidiana, que acaso se enmascara en su magnética máscara pública. El Vampiro depende de la sangre de otros para sobrevivir. Por lo tanto, sin la sangre de su víctima dejaría de existir. En términos simbólicos, el Vampiro es el depredador y la hembra es su víctima; y, como depredador, depende de ella para sobrevivir. La hembra, por otro lado, no es dependiente del Vampiro, sino más bien su víctima, y su existencia no está atada a la de su perseguidor [ver: Atrapado en el cuerpo equivocado: la identidad de género en el Horror]

De esta manera, Delmira Agustini invierte los roles estereotipados de las figuras masculinas y femeninas dentro del hogar. Es la mujer la que tiene el poder en esta habitación, no el hombre; al menos mientras ella siga siendo humana. Sin embargo, si él la ha seducido, e infectado con el vampirismo, entonces ella cumple el rol de víctima. Así, la figura masculina actuaría como creadora en el poema al dar a luz a la Vampiresa. Sin embargo, lo único que sabemos con certeza es que, al final del poema, el cuerpo del hombre permanece tendido en la habitación, en la misma posición sumisa generalmente reservada a la mujer [ver: El cuerpo de la mujer en el Horror]

Tumbado tranquilamente en la cama, la figura masculina ejemplifica al Drácula dormido de Bram Stoker. De esta manera, Delmira Agustini puede estar recreando la típica escena donde el héroe mata al Vampiro, aunque con una clara inversión de roles. Mientras que en Drácula son los hombres quienes llevan a cabo la hazaña de matar a los Vampiros [Lucy Westenra y el Conde Drácula], en el poema de Delmira Agustini se proyecta a una mujer como cazadora de Vampiros. Sin embargo, es justo decir que el Vampiro arquetípico no se identifica específicamente como masculino o femenino; por lo tanto, es posible que la mujer en el poema de Delmira Agustini sea, después de todo, el Vampiro del título.

En general, la diferencia entre los Vampiros arquetípicos masculinos y femeninos es la representación de la mujer como puramente demoníaca, es decir, desprovista de cualquier característica que la sociedad pueda considerar positiva. Lord Ruthven y el Conde Drácula, por ejemplo, destilan maldad, pero también son caballeros. En lo que respecta a las Vampiresas podemos pensar en las Tres Vampiresas del castillo de Drácula, o en la propia Lucy Westenra, quienes se presentan en términos exclusivamente demoníacos [ver: La verdad sobre las tres Vampiresas de Drácula]

En la sociedad de principios del siglo XX, la mujer estaba ligada al hogar y a los hijos. Además, se la ve como dadora de vida y cuidadora del hogar. Por lo tanto, la mujer ideal fue proyectada como una figura materna. De más está decir que la Vampiresa arquetípica rompe con este rol materno. Más aún, con un perverso sentido de la ironía, la Vampiresa mata a los niños en lugar de engendrarlos, como en el caso de Bloofer Lady en Drácula [ver: Bloofer Lady: la transformación de Lucy Westenra] Intrínsecamente diabólicas, las Vampiresas parecen haber heredado el estigma de las brujas medievales, a menudo acusadas de robar niños con propósitos infames.

En este contexto, el doctor Seward describe en su diario los rasgos faciales de la vampírica Lucy:


[Tenía las cejas arrugadas, como si los pliegues de la carne fueran los anillos de las serpientes de Medusa. La hermosa boca ensangrentada se convirtió en un pozo abierto, como las máscaras de los griegos. Si alguna vez un rostro significó la muerte, si las miradas pudieran matar, ¿la vimos en ese momento?]


En la época de Bram Stoker, los antropólogos especulaban que Medusa, cuya virtud está en su cabeza, se deriva de la máscara ritual de cultos primitivos. Es decir que la evaluación del doctor Seward de la apariencia de máscara de Lucy Westenra es simbólicamente precisa; así como la relación entre estas cultistas con la posterior brujería medieval y su rechazo por la maternidad [ver: La maternidad fallida en «Drácula»]

En cualquier caso, la mujer en el poema de Delmira Agustini, en términos de cazadora de vampiros, es una versión inversa de la escena en la que Van Helsing, Arthur Holmwood, el doctor Seward y Quincey Morris ingresan al cementerio para liberar a la Lucy de su condición de Vampiresa. Es allí donde los hombres son testigos de la verdadera situación de su Lucy. Entre las tumbas, ella se alimenta de un niño pequeño. Solo entonces reconocen que Lucy, en términos de ideal victoriano de la mujer, se ha ido para siempre. En su lugar se encuentra una criatura sobrenatural capaz de cometer crímenes indescriptibles.

En la primera estrofa de El Vampiro, la mujer parece encajar en el molde de cuidadora del hombre, en este caso, incapacitado. Uno podría imaginar a estos dos personajes como una pareja estereotipada, la esposa estoica lamentando la pérdida del único proveedor de la familia. Esta pérdida, sin embargo, conduciría a la eventual inversión de roles. Por ejemplo, en el poema, la historia superficial que emerge inicialmente es la de un amor perdido, una mujer que llora a un hombre. Por lo tanto, dentro de la primera estrofa, Delmira Agustini presenta dos personajes dentro de los roles estereotipados de la época. Sin embargo, a medida que el poema avanza, la cuidadora se transforma en depredador [ver: Virgen o Bruja: la mujer según la literatura gótica]

Aparentemente, la mujer que permanece sobre el hombre mudo [¿antes de morderlo y matarlo?] representaría la figura de poder. De hecho, Delmira Agustini representa su personaje femenino como una figura masculina estereotipada, elevándose sobre un otro sumiso y débil. La figura femenina como Vampiresa, aunque logra obtener un nuevo poder sobre el hombre, no logra cumplir con sus roles socioculturales estereotipados [ver: El Machismo en el Horror]

Consideremos la herida que ella inflige a la figura masculina en la tercera estrofa [«herido mortalmente»]. Aquí, la mujer no es una dadora de vida, sino una destructora de vida. En otras palabras, en lugar de nutrir a la figura masculina, comete un asesinato. Y aunque este asesinato podría definirse como un acto de amor [si se lo percibe de la misma manera que los hombres de Drácula «liberan» a Lucy], Delmira Agustini parece estar más cerca de la venganza que del afecto. En cierto modo, Delmira Agustini invierte los roles tradicionales del Vampiro masculino como perseguidor o devorador y de la figura femenina como víctima o comida. En este escenario de roles invertidos, el hombre depende de la mujer para sobrevivir, o para morir.

Después de analizar todo eso, el panorama no es mucho más claro que al principio. El Vampiro del poema de Delmira Agustini podría ser cualquiera de los dos personajes. Si es el hombre, entonces este reniega de su papel como proveedor, generalmente visto de manera positiva. Si es la mujer, entonces reniega de su rol maternal como cuidadora. En ambos casos, los roles tradicionales están invertidos; probablemente porque ambos personajes poseen características vampíricas.

En este contexto, el tercer personaje en El Vampiro de Delmira Agustini es el espacio, el cual juega un papel clave en la acción del poema. El hombre y la mujer, aunque están dentro de la misma habitación, e incluso en contacto físico, hay una sensación de separación entre las dos figuras.

Justo antes del final, Delmira Agustini incluye una línea de puntos que separa visualmente la última estrofa de las demás. Esta línea marca la separación entre el clímax y la resolución del poema. En la segunda estrofa, el conflicto entre el hombre y la mujer aumenta cuando ella lo muerde. Sin embargo, en la tercera estrofa la tensión llega a su clímax cuando ataca físicamente su herida. En la estrofa final, la voz poética parece alejarse de la figura masculina y, en lugar de continuar con su ataque físico, comienza a interrogarlo. De esta manera, elige las palabras como arma final.

No obstante, aunque sus preguntas están dirigidas a él, parece que también se está desafiando a sí misma a responderlas. Así, la voz poética dirige su asalto verbal y físico a la figura masculina en las tres primeras estrofas antes de volverse sobre sí misma y cuestionar su propia posición o rol respecto a él.

En la estrofa final, entonces, la voz poética cambia su perspectiva hacia ella misma. Es aquí donde el lector advierte que es ella el Vampiro. Dicho esto, la identidad de la figura masculina como Vampiro también sigue siendo una opción viable a la luz de sus características correspondientes con la tradición y la literatura vampíricas. De hecho, es a partir de este corpus que podemos determinar que Delmira Agustini está retratando a ambos como Vampiros.

«¿Por qué fui tu vampiro de amargura?». Hasta esta declaración de la mujer, la figura masculina ha sido representada como el Vampiro, al igual que el Conde Drácula de Stoker cuando Jonathan Harker lo descubre dentro del ataúd. Sin embargo, es una afirmación ambigua. «tu vampiro», dice ella; y el «tu» apunta a la figura masculina como la del victimario, lo cual convierte a la voz poética en víctima. Debido a que el hombre también posee características vampíricas, se puede asumir una especie de cronología con respecto a esto. En otras palabras, él es un Vampiro [tal vez muy viejo y decrépito] y ella, también una Vampiresa, es una discípula convertida por él, una amante, que decide matarlo y liberarse, siendo esencialmente una víctima que se convierte en victimario al final [ver: Drácula y las mujeres]

Por lo tanto, si el hombre es un Vampiro, entonces la mujer probablemente fue victimizada por él en el pasado. A través de este proceso, la mujer habría sucumbido a la seducción del Vampiro, transformándose ella también en una criatura de la noche. Es en este momento final del poema de Delmira Agustini que la mujer reconoce y cuestiona su existencia vampírica. Ambos son prisioneros de sus propios miedos: el hombre en su posición de incapacitado y la mujer en su prominente posición de poder sobre él. Encerrados en esta habitación, al revés de sus roles tradicionales, no están seguros de sí mismos. El macho es sumiso a la hembra mientras que la hembra domina físicamente al macho. En cualquier sociedad patriarcal, esta escena sería percibida con inquietud.

Invirtiendo todas las expectativas, Delmira Agustini le da voz a una mujer que cuestiona su posición. No sólo se queda en la habitación con el hombre, sino que la suya es la única voz en el poema. En contraste con el Drácula de Bram Stoker, donde Jonathan Harker relata su encuentro con el Conde a través de un diario en el que huye de la escena, la mujer del poema de Delmira Agustini se queda, y no solo eso, expresa su preocupación e interroga directamente a la figura masculina, aunque nunca obtiene una respuesta. Hubiese sido interesante ver a Harker interpelando al Conde [ver: Mina y Lucy: la ideología de género en «Drácula»]

Un Vampiro que viene acechando en la noche, tratando de entrar, es lo primero que uno imagina al leer el título del poema de Delmira Agustini. Luego la autora parece señalar a una mujer que está a punto de matar a un Vampiro en su momento más vulnerable. Finalmente nos encontramos con esta mujer que se coloca físicamente en una posición superior, que muerde al hombre, hiriendo su corazón, y que al saborear su sangre incluso parece ganar más fuerza. Por lo tanto, la mujer se convierte en la improbable intrusa en el cuerpo del hombre, sometiéndolo, y también como intrusa del silencio de la habitación al ser ella la única voz que escuchamos. Desde el título, Delmira Agustini se propuso invertir todas las expectativas, y vaya que lo logró [ver: Por qué Drácula nunca pudo enamorarse de Mina]

El tono de certeza en las primeras tres estrofas de El Vampiro se disipa en la duda al final. No solo se rompe el tono de la voz poética, sino también la apariencia visual del poema en la página. Atrás quedaron las clásicas estrofas de cuatro y seis versos. Separados por una línea de asteriscos, no hay nada más que preguntas. Por lo tanto, el final del poema no trae ningún cierre al lector, tampoco a la voz poética, solo más preguntas. Pero tal vez esa era la intención de Delmira Agustini.




Vampiros. I Taller gótico.


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El artículo: Sádica: análisis de «El Vampiro» de Delmira Agustini fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«A la indiferencia»: Ann Yearsley; poema y análisis


«A la indiferencia»: Ann Yearsley; poema y análisis.




A la indiferencia (To Indifference) es un poema del romanticismo de la escritora inglesa Ann Yearsley (1753-1806), publicado en la antología de 1787: Poemas sobre diversos temas (Poems on Various Subjects).

A la indiferencia, tal vez uno de los mejores poemas de Ann Yearsley, aborda el tema de los sentimientos de un modo que contrasta con otros poetas del romanticismo, para quienes la sensibilidad, y por tal caso cualquier exceso afectivo, son la fuente de una experiencia edificante, incluso sublime. Sin embargo, Ann Yearsley rechaza la sensibilidad y ruega por un poco de indiferencia en su vida, quizás porque lograr una absoluta identificación con el sufrimiento de los demás la hace partícipe de ese dolor en la misma medida. En este contexto, A la indiferencia de Ann Yearsley es un poema que desarrolla esta interesante y conflictiva idea del costo del sentimiento [ver: El Gótico y la Belleza]

Aquí, la crudeza del sentimiento, la volatilidad de la emoción, el deseo de liberarse de esa intensa identificación con el otro a través de la indiferencia, ese «sueño parecido a la muerte», parece un tanto mórbido, pero en realidad expresa un sentido de urgencia, la necesidad de cerrar esa rica interioridad que se identifica con el dolor de los demás. Esto era rupturista en la época de Ann Yearsley, cuya cultura elogiaba la delicadeza y la sensibilidad como marcas distintivas de la feminidad [ver: El Feminismo y la muerte del Gótico]

El poema de Ann Yearsley es una súplica a la Indiferencia para que esta adormezca su sensibilidad. La vehemencia del tono es inesperada, y hasta estremecedora por momentos; pero, poco a poco, el lenguaje se vuelve más íntimo, más acogedor. Lejos de vindicar una lectura feminista de A la indiferencia, creo que Ann Yearsley utiliza la sensibilidad como un barniz para revelar la hipocresía de la sociedad en la que vivía. Políticamente incorrecta para la época, la autora parece preferir la locura de la naturaleza [los valores jerárquicos del orden natural] por encima de la sensibilidad instaurada por una civilización hipócrita que la consideraba la emoción más refinada y, por lo tanto, más acorde a una dama [ver: Virgen o Bruja: la mujer según la literatura gótica]. La Indiferencia, en cambio, más gutural, más instintiva.

En resumen: A la indiferencia de Ann Yearsley presenta a una narradora que ha sido herida [no sabemos cómo], la cual quiere perder todo sentimiento de sensibilidad y seguir adelante con su vida como si nada hubiese sucedido; algo que todos en algún momento hemos experimentado.




A la indiferencia.
To Indifference, Ann Yearsley (1753-1806)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


¡Ven, Indiferencia! Tus jugos tórpidos se derraman
en mi agudo sentido: hunden profundamente mi corazón herido
en la más densa apatía, hasta que se congele
o se mezcle contigo. Ven, enemiga de la sensación aguda,
en tu abrazo frío un sueño de muerte
dará un respiro a mi alma inquieta durante mucho tiempo,
desde el extremo de la dicha a la aflicción punzante.
¡Oh, dulce Poder, querido sustituto de la Paciencia!
Puedes aliviar el trabajo del Soldado, la lúgubre cadena del Cautivo,
la angustia del Amante y el miedo del Avaro.

Para la Sensibiliad, lo que no es bienaventuranza es aflicción.
Ningún plácido médium se ha mantenido
jamás por debajo de su tórrida línea, al tensar las fibras del alma.
Al Dolor o la Alegría, da una parte demasiado grande;
pero tú, más bondadosa, envuelves el corazón de ambos
y les pides que descansen en la siempre deseada tranquilidad.
Por todos los poderes que se mueven
dentro de la mente con diferentes fines,
prefiero perderme contigo y compartir tu feliz indolencia,
por una corta hora, que vivir de la Sensibilidad
por los siglos sin fin.
¡Oh! Sus puntas me han traspasado el alma,
hasta que, como una esponja, bebe mi aflicción.

¡Entonces déjame, Sensibilidad! ¡Vete!
Busca el alma refinada: Te odio, a tí
y tu larga y prole de alegrías y miserias.
¡Suave indiferencia, ven!
En esta casita baja serás mi huésped,
hasta que la Muerte cierre la hora:
aquí abajo me hundiré contigo
en mi lecho de hogareño ajetreo,
al que nunca deben acercarse formas marchitas de amistad,
amor o esperanza. ¡Ah! ¡Esconde rápidamente, poder,
esas intrusas imágenes muertas!
Oh, sella los párpados de la vista mental,
para que no abjure de mi súplica congelada. Todo está quieto.


INDIFFERENCE come! thy torpid juices shed
On my keen sense: plunge deep my wounded heart,
In thickest apathy, till it congeal,
Or mix with thee incorp'rate. Come, thou foe
To sharp sensation, in thy cold embrace
A death-like slumber shall a respite give
To my long restless soul, tost on extreme,
From bliss to pointed woe. Oh, gentle Pow'r,
Dear substitute of Patience! thou canst ease
The Soldier's toil, the gloomy Captive's chain,
The Lover's anguish, and the Miser's fear.

To SENSIBILITY, what is not bliss
Is woe. No placid medium's ever held
Beneath her torrid line, when straining high
The fibres of the soul. Of Pain, or Joy,
She gives too large a share; but thou, more kind,
Wrapp'st up the heart from both, and bidd'st it rest
In ever-wish'd-for ease. By all the pow'rs
Which move within the mind for diff'rent ends,
I'd rather lose myself with thee and share
Thine happy indolence, for one short hour,
Than live of Sensibility the tool
For endless ages. Oh! her points have pierc'd
My soul, till, like a sponge, it drinks up woe.

Then leave me, Sensibility! be gone,
Thou chequer'd angel! Seek the soul refin'd:
I hate thee! and thy long progressive brood
Of joys and mis'ries. Soft Indiff'rence, come!
In this low cottage thou shalt be my guest,
Till Death shuts out the hour: here down I'll sink
With thee upon my couch of homely rush,
Which fading forms of Friendship, Love, or Hope,
Must ne'er approach. Ah!--quickly hide, thou pow'r,
Those dead intruding images! Oh, seal
The lids of mental sight, lest I abjure
My freezing supplication.--AII is still.


Ann Yearsley
(1753-1806)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas del romanticismo.


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El análisis, traducción al español y resumen del poema de Ann Yearsley: A la indiferencia (To Indifference), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Flores nocturnas»: Felicia Dorothea Hemans; poema y análisis


«Flores nocturnas»: Felicia Dorothea Hemans; poema y análisis.




Flores nocturnas (Night-Blowing Flowers) es un poema gótico de la escritora inglesa Felicia Dorothea Hemans (1793-1835), publicado en la antología de 1825: El santuario del bosque (The Forest Sanctuary).

Flores nocturnas, posiblemente uno de los mejores poemas de Felicia Dorothea Hemans, versifica sobre la existencia discreta de las delicadas flores nocturnas, las cuales pueden ser vistas aquí como una metáfora de los insomnes, de los pensamientos que afloran en la quietud y la soledad de la noche.

Felicia Dorothea Hemans evita el sentimentalismo de la época, y logra uno de sus trabajos más bellos. Flores nocturnas es un ejemplo brillante del romanticismo, y que en cierto modo refleja algunas de las principales preocupaciones de la autora, como las de muchas otras mujeres de la época: la domesticación del matrimonio y la libertad de pensamiento y acción.

Estas flores nocturnas parecen representar a la propia Felicia Hemans, una mujer casada que solo podía escribir en horas de la noche, ya liberada de sus obligaciones como esposa y madre. En esa soledad noctámbula florecen sus pensamientos, sus ideas, sus intenciones. Algunos se marchitan, otros son arrancados prematuramente, pero todos florecen en su justa medida; existen, aunque sea fugazmente y no haya nadie cerca para percibir su delicada fragancia.




Flores nocturnas.
Night-Blowing Flowers, Felicia Dorothea Hemans (1793-1825)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


¡Hijas de la noche!, desplegándose mansamente, lentamente,
al dulce aliento de las horas sombrías,
cuando los cielos azul oscuro se ven más suaves y sagrados,
y la luz de luciérnagas brilla en las glorietas del bosque;
abriéndose a las cosas solemnes y profundas,
al sueño perseguido por el espíritu,
a los pensamientos, todos purificados
de la tierra, parecéis aliadas,
oh, flores dedicadas.

Tu, belleza velada ante la mirada de las multitudes,
guarda en tenues urnas de vestal la dulzura encerrada;
hasta que la suave luna, navegando serenamente alta,
te mire con tristeza y ternura.
Así el corazón soñador del amor
habita entre la multitud,
y en las sombras revela
el pensamiento más íntimo,
que resplandece
con su pura vida entrelazada.

Apártate de los sonidos en los que se regocija el día,
ante ningún canto triunfal tus pétalos se estremecen,
sino que envían fragancias con las voces débiles y suaves
que surgen de los arroyos ocultos, cuando todo está en calma.
Así surge la oración solitaria
mezclada con suspiros secretos,
cuando el dolor se despliega, como tú,
para llenarse de rocío celestial
en las horas silenciosas.


Children of night! unfolding meekly, slowly,
To the sweet breathings of the shadowy hours,
When dark-blue heavens look softest and most holy,
And glow-worm light is in the forest bowers;
To solemn things and deep,
To spirit-haunted sleep,
To thoughts, all purified
From earth, ye seem allied,
O dedicated flowers!

Ye, from the gaze of crowds your beauty veiling,
Keep in dim vestal urns the sweetness shrined;
Till the mild moon, on high serenely sailing,
Looks on you tenderly and sadly kind.
So doth love’s dreaming heart
Dwell from the throng apart,
And but to shades disclose
The inmost thought, which glows
With its pure life entwined.

Shut from the sounds wherein the day rejoices,
To no triumphant song your petals thrill,
But send forth odours with the faint, soft voices
Rising from hidden streams, when all is still.
So doth lone prayer arise
Mingling with secret sighs,
When grief unfolds, like you,
Her breast, for heavenly dew
In silent hours to fill.


Felicia Dorothea Hemans
(1793-1825)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de la noche.


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«A los muertos en el cementerio debajo de mi ventana»: Adelaide Crapsey; poema y análisis


«A los muertos en el cementerio debajo de mi ventana»: Adelaide Crapsey; poema y análisis.




A los muertos en el cementerio debajo de mi ventana (To The Dead in the Graveyard Underneath My Window) es un poema gótico de la escritora norteamericana Adelaide Crapsey (1878-1914), publicado de manera póstuma en la antología de 1915: Verso (Verse).

A los muertos en el cementerio debajo de mi ventana, sin dudas uno de los mejores poemas de Adelaide Crapsey, versifica un momento de desesperación: postrada como consecuencia de la fase final de la tuberculosis, la autora decide hablar con los muertos en el cementerio a través de la ventana.

Adelaide Crapsey tenía un espíritu alegre e indomable. Amaba la vida, y, como Stevenson, escribió tenazmente durante muchos años contra el peso de una enfermedad mortal. Pasó su último año en Saranac Lake, en el Estado de Nueva York, obligada a guardar reposo, casi inmóvil en la cama. En esa quietud forzada, ante la ventana de su habitación, que daba al Cementerio de Saranac, florecieron sus mejores poemas. A los muertos en el cementerio debajo de mi ventana es el mejor de todos.

Adelaide Crapsey es una de esas autoras que escribía y destruía sus obras con total despreocupación. Buena parte de esa obra solo se resguardó un tiempo en la memoria de aquellos que la rodeaban. El resto prácticamente ha desaparecido. Solo podemos imaginar vagamente, y anhelar, los poemas que Adelaide Crapsey escribió y descartó como la fugaz expresión de un momento. De sus restos poéticos se observa una deliciosa aptitud para la ironía, pero también un sombrío cuestionamiento de la vida. Ninguno de sus poemas se publicó en vida. Recién recibió un aviso de que su primer poema había sido aceptado para su publicación en un periódico una una semana antes de morir.

A los muertos en el cementerio debajo de mi ventana de Adelaide Crapsey es un ejemplo de delicadeza y acabado artesanal, y también de un amplio conocimiento técnico de la poesía. Adelaide Crapsey no era una simple teórica de la métrica, era una experimentadora, una mujer que encontró su voz a través de su propio proceso creativo. En cierto modo, el aspecto más interesante de los poemas de Adelaide Crapsey es el modo subjetivo y fríamente irrespetuoso con el que aborda los estados emocionales más extremos.

En este sentido, A los muertos en el cementerio debajo de mi ventana es descriptivo de una especie de estancamiento mental, inexpresable en otros términos que no sean poéticos. Es un poema terriblemente sombrío y sincero.

Esta dimensión en la vida de Adelaide Crapsey era desconocida para la mayoría de sus allegados. Veían en ella a una joven trabajadora, amante de la diversión, que padecía una enfermedad, pero solo podían adivinar su lucha interior. La reticencia y el firme control, característicos de su mejor poesía, marcaron su propia conducta. El momento de exasperación que la hizo gritar con angustia: ¡No seré paciente! ¡No me quedaré quieta! en el poemaA los muertos en el cementerio debajo de mi ventana nunca se pronunció en voz alta, y se reveló a sus padres solo después de su muerte. Esta misma fuerza de carácter nos hace suponer que los pocos hechos biográficos que quedan solo puedan proporcionar indicios de la vida interior de Adelaide Crapsey. El lector solo puede adivinar su lucha, el humor subyacente en la batalla perdida contra su enfermedad, y la constante evasión de la indulgencia, de la autocompasión.

A los muertos en el cementerio debajo de mi ventana es el logro más notable de Adelaide Crapsey, donde los muertos en el cementerio de Saranac, a la vista de su propia habitación, se burlaron de ella y sus inquietudes mortales, pero donde ella también se dio el gusto de burlarse de los muertos.




A los muertos en el cementerio debajo de mi ventana.
To The Dead in the Graveyard Underneath My Window, Adelaide Crapsey (1878-1914)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Escrito en un momento de exasperación.

¿Cómo pueden estar tan quietos? Todo el día miro
y nunca una brizna de verde césped se mueve
para mostrar dónde, inquietos, se retuercen y recuercen,
estirando un brazo desesperado o levantando las rodillas,
rígidas y doloridas por su largo desuso;
observo toda la noche y ni un fantasma se adelanta
para tomar su libertad en la medianoche.
Oh, ¿no hay rebeldía en tus huesos?
Los mismos gusanos deben despreciarte donde yaces,
un moho pálido, pudoroso y complaciente,
humildes habitantes de tumbas sin resentimiento.
¿Por qué estás ahí, rígido,
donde debo verte desde mi cama,
donde tu mera presencia muda repite
el mismo texto fatigado en mis oídos: «Quédate quieta
y descansa; ten paciencia, quédate quieta y descansa»?
¡No seré paciente! ¡No me quedaré quieta!
Hay un camino marrón que corre entre los pinos,
y más allá se encuentran los bosques purpúreos,
y aún más allá se levantan y se ciernen montañas azules;
y caminaría por ese camino y estaría
en lo profundo de la sombra del bosque y llegaría
a las cimas de las montañas ventosas que tocan las nubes.
Mis ojos pueden seguir, pero mis pies están sujetos.
Tumbada como ustedes, ¿debo someterme yo también?
¿Debo imitar su inmovilidad con una almohada
y una colcha como lápida y césped?
Y si los muchos dichos de los sabios
enseñan la sumisión, no me someteré,
sino con un espíritu irreconciliable
gritaré un desafío insaciable a las estrellas.
Mejor es caminar, correr, bailar,
mejor es reír y saltar y cantar,
conocer los cielos abiertos del amanecer y la noche,
moverse sin trabas por el mediodía llameante,
y lo clamaré a través de los días cansados
manteniendo afilada la hoja de la privación,
nunca con el hablar dócil en mis labios de resignación, hermana a derrotar.
No tendré paciencia. No me quedaré quieta.

Y en una quietud irónica,
déspota de nuestros días y señora del polvo,
sin prestar mucha atención, espera para dejar caer
un sombrío comentario casual sobre el fin de la rebelión;
Sí, sí... voluntariosa y petulante,
pero ahora tan muerta y callada como los demás.

Y esto cada cuerpo y fantasma ha oído en sus tumbas,
por eso permanecen tan quietos.


Written in A Moment of Exasperation.

How can you lie so still? All day I watch
And never a blade of all the green sod moves
To show where restlessly you toss and turn,
And fling a desperate arm or draw up knees
Stiffened and aching from their long disuse;
I watch all night and not one ghost comes forth
To take its freedom of the midnight hour.
Oh, have you no rebellion in your bones?
The very worms must scorn you where you lie,
A pallid mouldering acquiescent folk,
Meek habitants of unresented graves.
Why are you there in your straight row on row
Where I must ever see you from my bed
That in your mere dumb presence iterate
The text so weary in my ears: "Lie still
And rest; be patient and lie still and rest."
I'll not be patient! I will not lie still!
There is a brown road runs between the pines,
And further on the purple woodlands lie,
And still beyond blue mountains lift and loom;
And I would walk the road and I would be
Deep in the wooded shade and I would reach
The windy mountain tops that touch the clouds.
My eyes may follow but my feet are held.
Recumbent as you others must I too
Submit? Be mimic of your movelessness
With pillow and counterpane for stone and sod?
And if the many sayings of the wise
Teach of submission I will not submit
But with a spirit all unreconciled
Flash an unquenched defiance to the stars.
Better it is to walk, to run, to dance,
Better it is to laugh and leap and sing,
To know the open skies of dawn and night,
To move untrammeled down the flaming noon,
And I will clamour it through weary days
Keeping the edge of deprivation sharp,
Nor with the pliant speaking on my lips
Of resignation, sister to defeat.
I'll not be patient. I will not lie still.

And in ironic quietude who is
The despot of our days and lord of dust
Needs but, scarce heeding, wait to drop
Grim casual comment on rebellion's end;
"Yes, yes . . Wilful and petulant but now
As dead and quiet as the others are."
And this each body and ghost of you hath heard
That in your graves do therefore lie so still.


Adelaide Crapsey
(1878-1914)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de muerte.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Adelaide Crapsey: A los muertos en el cementerio debajo de mi ventana (To The Dead in the Graveyard Underneath My Window), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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