«La casa silenciosa»: Charlotte Mew; poema y análisis.


«La casa silenciosa»: Charlotte Mew; poema y análisis.




«La habitación donde murió mamá está cerrada,
las otras están como estaban,
afuera, el mundo sigue igual.»



La casa silenciosa (The Quiet House) es un poema de la escritora inglesa Charlotte Mew (1869-1928), publicado en la antología de 1916: La novia del granjero (The Farmer's Bride).

La casa silenciosa, uno de los poemas de Charlotte Mew más destacados, comienza con la vida tranquila de una mujer bajo la atenta mirada de un padre protector. A medida que el poema avanza nos damos cuenta que debajo de esta fachada de respetable soltería la mujer está al borde del colapso mental.

La casa silenciosa presenta algunos hechos sobre los cuales construye una especie de narración: la Oradora es una mujer joven y solitaria que vive con su padre en una casa de Londres. El poema pasa por abruptas transiciones entre sentimientos ominosos, agobiantes, y detalles absolutamente prosaicos. Apenas Charlotte Mew establece un hecho concreto, procede a brindar una declaración de lo intangible. En esta Casa, los sentimientos viven en las cosas, y las cosas viven en los sentimientos [ver: Casas como metáfora de la psique]

Charlotte Mew era la mayor de siete hermanos cuyas vidas terminaron prematuramente. Tres de ellos murieron siendo niños, a los otros dos [Henry y Freda] se les diagnosticó dementia praecox [esquizofrenia], y fueron internados en un hospital psiquiátrico [nunca volverían a salir]. Tras la muerte de su padre, Charlotte Mew quedó a cargo de su madre y de su hermana, Anne, la única hermana sobreviviente. En su biografía oficial, Penelope Fitzgerald comenta que, tras el encierro de Henry y Freda, Charlotte y Anne se prometieron que nunca se casarían y tendrían hijos por temor a transmitirles algún tipo de enfermedad mental [ver: La locura hereditaria de Charlotte Mew]

En La casa silenciosa podemos encontrar este miedo a descubrir la locura en uno mismo, particularmente de la posibilidad de ver, oír y sentir realidades que no existen objetivamente: En un momento del poema, llaman a la puerta pero al abrir no hay nadie, y la Oradora concluye que es ella misma quien está llamándose, que la campana suena únicamente para ella, dentro de su cabeza:


Esta noche volví a escuchar una campana.
Afuera estaba la misma niebla de delicada lluvia,
las farolas recién encendidas en la calle larga y oscura,
nadie para mí.
Creo que es a mí misma a quien voy a encontrar.


En general, los oradores de Charlotte Mew le dan voz a personas tristes, afligidas, marginadas; hablan de la muerte de niños e historias de enfermedades mentales. Los oradores masculinos, como el oficinista de En el cementerio de Nunhead (In Nunhead Cemetery), que presencia el entierro de la mujer que ama, son dignos de compasión; mientras que las oradoras mujeres poseen un mayor grado de integridad ante el dolor y la pérdida. Supongo que esto tiene que ver con los elementos autobiográficos que recaen sobre las oradoras. Si cambiáramos los nombres de los cuatro niños y la problemática que aflige a los padres [en La casa silenciosa es la madre la que ha fallecido] tendríamos un panorama muy similar a la verdadera situación de vida que atravesó Charlotte Mew.

La figura del «Padre» es central. Después de la muerte de su madre, la Oradora vive sola con él, quien es representado desde la distancia como el clásico patriarca victoriano. En este contexto, el título del poema no alude a la tranquilidad y el silencio de una casa pacífica, sino más bien a un sitio de aislamiento físico del exterior y sus goces sensoriales. De hecho, La casa silenciosa parece tratarse de dos poemas, no uno: el primero habla de la devastadora monotonía de la vida cotidiana; el otro expresa la voluptuosa vida interior de la Oradora:


Ningún año ha sido como éste que acaba de pasar;
puede que lo que dice Padre sea verdad,
si las cosas son así no importa por qué:
todo se ha quemado aunque no del todo.


Al igual que Madeleine [Madeleine en la iglesia (Madeleine in Church)], la Oradora de La casa silenciosa necesita de los hombres para satisfacer su deseo sexual. La figura sombría del «amigo de mi prima» introduce el interés sexual en la trama, pero al final es pasajero [«su voz se ha apagado, su rostro se está oscureciendo / y si me gusta ahora no lo sé»]. Es como si la sexualidad ofreciera una via de escape para la Oradora, pero en última instancia no logra resolver sus problemas psicológicos.

Al igual que en la mayoría de los poemas de Edgar Allan Poe, para la Oradora de La casa silenciosa la satisfacción sexual está ligada a la muerte. En la tercera estrofa, la idea del deseo que trae la muerte sugiere un ciclo que se desarrolla incesantemente. En este sentido, el Rojo [la Muerte] es predominante en el poema; de hecho, resulta significativo que sólo en términos de color ella pueda localizar su propia identidad [«Pienso que mi alma es roja / como la de una espada o una flor escarlata»]. El poema continúa:


La habitación donde murió mamá está cerrada,
las otras están como estaban,
afuera, el mundo sigue igual,
los gorriones vuelan por la plaza,
los niños juegan como lo hicimos nosotros,
los árboles crecen verdes y marrones y desnudos,
el sol brilla en la torre de la iglesia muerta,
y nada vive aquí excepto el fuego,
mientras papá observa desde su silla,
día tras día,
igual, o de vez en cuando, de un gris diferente,
hasta que, como su cabello,
que mamá dijo que una vez fue ondulado y brillante,
todos se volverán blancos.


La ralentización del tiempo implica que la Oradora se encuentra suspendida en una situación. Como en muchos de los poemas de Charlotte Mew, ella está atrapada en un momento:

No hay reencuentro entre la Oradora y el afuera. En cierto modo, el afuera es una exteriorización del mundo interior. Cuando ella va a abrir la puerta, reconoce al otro que ha tocado la campana como «yo misma». Este encuentro con el Yo es menos macabro que el que se produce en el cuento de H. P. Lovecraft: El Extraño (The Outsider), donde el orador irrumpe en una fiesta, todos salen corriendo, y descubre en el espejo que su aspecto es el que ha causado el terror. Aquí, la Oradora de Charlotte Mew no se horroriza al encontrase a «sí misma» al otro lado de la puerta; más bien parece una reconciliación entre sus diversas identidades, hasta entonces fracturadas e independientes [¿psicosis?].

Antes de reencontrarse consigo misma, la Oradora tiene fantasías donde es apuñalada y quemada; imagina el derramamiento de su propia sangre y lo asocia con «desperdiciar» su vida. Algunos han intepretado esto en relación a la soltería [victoriana] y el «desperdicio» de la sangre menstrual. Lo cierto es que el motivo del desprendimiento de los fluidos corporales es un aspecto crucial de la poesía de Charlotte Mew. Sus Oradoras siempre parecen ansiosas por purgarse de estos fluidos, como si se desangraran.

Después de la muerte de su hermana, Anne, en 1927, Charlotte cayó en una depresión y fue internada. De a poco pareció ir progresando, sin embargo, poco después del mediodía del sábado 24 de marzo de 1928, le informó al director de la institución que saldría por un rato. Regresó con una botella de Lysol [un desinfectante], vertió la mitad del contenido en un vaso y bebió. Cuando un médico hizo su visita de rutina la encontró en la cama, echando espuma por la boca. No pudo hacer nada para salvarla. Sus últimas palabras, según Penelope Fitzgerald, fueron: Don’t keep me; let me go [«No me retengan; déjenme ir»].

Charlotte Mew fue enterrada en el cementerio Fortune Green, Londres, junto a su hermana Anne.

Es curioso cómo la historia de vida de un autor afecta la forma en que uno lee e interpreta sus obras. Conociendo el final de Charlotte Mew, hay rastros de ese dolor oculto en La casa silenciosa.




La casa silenciosa.
The Quiet House, Charlotte Mew (1869-1928)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Cuando éramos niños, la vieja niñera solía decir
que la casa era como una subasta o una feria
hasta que todos estábamos a salvo en la cama.
Ha estado tan tranquila como el campo
desde que Ted y Janey y luego mamá murieron,
y Tom se enojó con papá y lo enviaron lejos.
Después del juicio, el pobre papá
no podía mantener la cabeza en alto
y no le importa la gente de aquí, tampoco ir a ninguna parte.

Fue difícil escapar a casa de mi tía
ese fin de semana (desde entonces, hace un año,
apenas me deja escapar de su vista).
Al principio no me gustó el amigo de mi prima,
no pensé que lo recordaría:
su voz se ha apagado, su rostro se está oscureciendo
y si me gusta ahora no lo sé.
Me asustó antes de sonreír
—No me preguntó si podía—,
dijo que un domingo por la noche vendría,
me habló como si fuera una niña.

Ningún año ha sido como éste que acaba de pasar;
puede que lo que dice Padre sea verdad,
si las cosas son así no importa por qué:
todo se ha quemado aunque no del todo.
Los colores del mundo se han convertido en llamas,
el azul, el oro, han ardido en lo que solía ser un cielo plomizo.
Cuando uno arde por completo, muere.

El rojo es el dolor más extraño de soportar;
en primavera las hojas de los árboles en ciernes;
en verano las rosas son peores,
más terribles que dulces:
una rosa puede apuñalarte
más hondo que cualquier cuchillo:
y el carmesí te persigue en todas partes.
Delgados rayos de sol, como fantasmas de espadas enrojecidas,
han golpeado nuestra escalera como si,
al bajar, hubieras derramado tu vida.

Pienso que mi alma es roja
como la de una espada o una flor escarlata:
pero cuando éstas mueren,
tuvieron su hora.

Yo también habré tenido la mía,
porque desde la cabeza hasta los pies
estoy quemada y apuñalada,
y el dolor es mortalmente dulce.

Las cosas que nos matan parecen
ciegas a la muerte que nos dan:
sólo en nuestro sueño
viven las cosas que nos matan.

La habitación donde murió mamá está cerrada,
las otras están como estaban,
afuera, el mundo sigue igual,
los gorriones vuelan por la plaza,
los niños juegan como lo hicimos nosotros,
los árboles crecen verdes y marrones y desnudos,
el sol brilla en la torre de la iglesia muerta,
y nada vive aquí excepto el fuego,
mientras papá observa desde su silla,
día tras día,
igual, o de vez en cuando, de un gris diferente,
hasta que, como su cabello,
que mamá dijo que una vez fue ondulado y brillante,
todos se volverán blancos.

Esta noche volví a escuchar una campana.
Afuera estaba la misma niebla de delicada lluvia,
las farolas recién encendidas en la calle larga y oscura,
nadie para mí.
Creo que es a mí misma a quien voy a encontrar:
no importa; algún día ya no pensaré; ¡ya no seré!


When we were children old Nurse used to say,
The house was like an auction or a fair
Until the lot of us were safe in bed.
It has been quiet as the country-side
Since Ted and Janey and then Mother died
And Tom crossed Father and was sent away.
After the lawsuit he could not hold up his head,
Poor Father, and he does not care
For people here, or to go anywhere.

To get away to Aunt’s for that week-end
Was hard enough; (since then, a year ago,
He scarcely lets me slip out of his sight—)
At first I did not like my cousin’s friend,
I did not think I should remember him:
His voice has gone, his face is growing dim
And if I like him now I do not know.
He frightened me before he smiled—
He did not ask me if he might—
He said that he would come one Sunday night,
He spoke to me as if I were a child.

No year has been like this that has just gone by;
It may be that what Father says is true,
If things are so it does not matter why:
But everything has burned and not quite through.
The colours of the world have turned
To flame, the blue, the gold has burned
In what used to be such a leaden sky.
When you are burned quite through you die.

Red is the strangest pain to bear;
In Spring the leaves on the budding trees;
In Summer the roses are worse than these,
More terrible than they are sweet:
A rose can stab you across the street
Deeper than any knife:
And the crimson haunts you everywhere—
Thin shafts of sunlight, like the ghosts of reddened swords have struck our stair
As if, coming down, you had spilt your life.

I think that my soul is red
Like the soul of a sword or a scarlet flower:
But when these are dead
They have had their hour.

I shall have had mine, too,
For from head to feet,
I am burned and stabbed half through,
And the pain is deadly sweet.

The things that kill us seem
Blind to the death they give:
It is only in our dream
The things that kill us live.

The room is shut where Mother died,
The other rooms are as they were,
The world goes on the same outside,
The sparrows fly across the Square,
The children play as we four did there,
The trees grow green and brown and bare,
The sun shines on the dead Church spire,
And nothing lives here but the fire,
While Father watches from his chair
Day follows day
The same, or now and then, a different grey,
Till, like his hair,
Which Mother said was wavy once and bright,
They will all turn white.

To-night I heard a bell again—
Outside it was the same mist of fine rain,
The lamps just lighted down the long, dim street,
No one for me—
I think it is myself I go to meet:
I do not care; some day I shall not think; I shall not be!


Charlotte Mew (1869-1928)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Charlotte Mew.


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El análisis, traducción al español y resumen del poema de Charlotte Mew: La casa silenciosa (The Quiet House), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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