El asesinato de Delmira Agustini.
El saber popular señala que todas las personas son irrepetibles. Si esto es cierto, hay un grupo selecto que excede los cálculos de la estadística, y se vuelven no ya irrepetibles en un estricto sentido genético, sino únicos e irremplazables a un nivel mucho más sutil.
Delmira Agustini (1886-1914) nació en Montevideo, Uruguay. Fue una niña mimada en una casa en donde el lujo no era una rareza. Se dice que su espíritu era melancólico, sensible; acorde con la belleza de su cuerpo, para algunos, de cualidades etéreas. Ningún apodo le calzaba mejor que el elegido por su padre: «la Nena».
A los diez años compuso sus primeros poemas; versos infantiles que no anunciaban el espíritu devastador de su obra. La sexualidad femenina, hasta entonces, relegada a un ámbito mítico donde el hombre era Zeus, fue el núcleo de su obra poética, amparada en alas del Modernismo. El amor también está presente, aunque de un modo vago e insinuante. Su dios era Eros, el erotismo simbolizado. Para Delmira Agustini el placer era más importante que el amor, en definitiva, un un efecto secundario de aquel [ver: Sádica: análisis de «El Vampiro» de Delmira Agustini]
La sociedad de su tiempo era incapaz de aceptar la dicotomía que encarnaba su personalidad. Por un lado, su conducta social era irreprochable, sus modales y actitudes eran los de una mujer de gran educación e inteligencia, pero de sus versos emergía una descarnada celebración del erotismo, un vehículo inquietante con el instinto femenino alejado de las imposiciones y las convenciones sociales. En palabras de Robert Graves: una «Diosa Blanca» en estado puro.
El mundo eligió mirarla superficialmente: una chica consentida de la burguesía uruguaya muy apegada a su madre. Los que se atrevieron a agudizar la mirada advirtieron un temperamento ardiente en estado de trance, aguardando el momento preciso para emerger a la superficie. Las noches le brindaron seguridad, y el insomnio, hijo de aquella revolución interna, la llevó a componer versos secretos durante largas madrugadas. Su intuición era tal, o tan grande era su nexo con la Diosa Primitiva, que su poesía precoz consigna eficientes matices sensuales sin haber conocido ningun amor pecaminoso.
Ninguna mujer, antes o después de ella, en lengua hispana u otra, había encarado el sexo con el desenfado de Delmira Agustini. Naturalmente, esta desfachatez no pasó desapercibida. Se alzaron voces de escarnio, de lasciva indignación. Los críticos estaban perplejos y sus colegas, acaso celosos de sus amores secretos con la Diosa, la condenaron a una rara clase de infamia pública que consiste en la indiferencia.
Uno de los pocos que se atrevió a contactarla fue el escritor Carlos Vaz Ferreira, que haciendo alusión al primer libro de Delmira Agustini, El libro blanco, por cierto, el que menos se acerca al climax devastador de su obra posterior, le escribió:
[«Usted no debería ser capaz, no ya de escribir, sino de entender su libro. Cómo ha llegado usted a saber, o a sentir, lo que hay en sus páginas, me resulta completamente inexplicable.»]
Recordemos que Delmira Agustini tenía apenas 20 años cuando compuso su primer poemario.
Esa batalla interna que le impidió a Delmira Agustini aceptar su naturaleza extraordinaria fue la que eventualmente la llevó a cometer un error que le costaría la vida. Su temperamento, renovado con los bríos de sus experimentos poéticos, se desbordaba constantemente. En un rapto abandonó a su viejo novio, Amancio Sollers, tras un largo noviazgo en donde se concretó poco o nada de lo que sugería en su poesía. Rápidamente entabló una relación inexplicable con Enrique Job Reyes, un comerciante mediocre, inculto, incapaz de entender su espíritu poético. Algunos críticos maliciosos sugieren que acaso aquel caballero la satisfacía en otros foros menos intelectuales, pero lo cierto es que Reyes era el típico déspota de la época, un hombre que no evitaba menoscabar a su novia en público.
Contrajeron matrimonio el 14 de agosto de 1913. El escritor argentino Manuel Ugarte, uno de los invitados y antiguo amante de Delmira, recibió a los pocos días de la boda el siguiente comentario epistolar.
[«Fuiste el tormento de mi noche de bodas.»]
Tras una luna de miel en una estancia bucólica, se desencadenó la catástrofe.
Antes de cumplirse dos meses de la boda Delmira Agustini, «la Nena» abandonó a su marido. Se refugió en las faldas pudorosas de su madre argumentando que «huía de la vulgaridad». Casi de inmediato inició los trámites de divorcio, aunque al mismo tiempo organizó citas clandestinas con su ex marido, convertido insólitamente en amante. Los encuentros se suceden, cada vez más intensos y escandalosos, al tiempo que Delmira retoma sus amores epistolares con Manuel Ugarte, parcialmente conservados por un grupo de alcahuetes.
Mientras Delmira Agustini y Reyes mantienen encuentros cada vez más violentos, el juicio de divorcio siguió adelante con toda prolijidad. Casi todos los testigos, aún aquellos que provenían de Reyes, hablaron a favor de Delmira, sosteniendo que aquel la trataba más como a una prostituta que como a una esposa. Finalmente, el juez encargado del caso dictaminó el divorcio el 5 de junio de 1914.
Un mes después, el 6 de julio de 1914, Delmira Agustini y Enrique Reyes tuvieron su último encuentro.
Después de una tarde de extenuantes acrobacias lascivas, Reyes le disparó dos tiros por la espalda y luego se suicidó. La última bala, acaso con mano temblorosa, no fue eficaz. Reyes llegó con vida al hospital y murió pocas horas después. Se habló de un pacto suicida, de un drama anticipado, de un final inevitable. Los periódicos, más ocupados del atentado a Sarajevo del 19 de junio, relegaron el hecho a las páginas policiales, donde un periodista de inusual agudeza señaló que la posición en la que fue encontrado el cadáver de Delmira Agustini insinuaba una huída.
Posteriores investigaciones dan cuenta que cuando la primera bala penetró su espalda la joven poetisa estaba vistiéndose, acaso intuyendo su destino de diosa y de eternidad.
Hace tiempo, algún alma ya borrada fue mía.
Se nutrió de mi sombra... Siempre que yo quería
el abanico de oro de su risa se abría,
o su llanto sangraba una corriente más;
alma que yo ondulaba, tal una cabellera
derramada en mis manos... Flor del fuego y la cera,
murió de una tristeza mía... Tan dúctil era,
tan fiel, que a veces dudo si pudo ser jamás...
[Los relicarios dulces, Delmira Agustini]
Se nutrió de mi sombra... Siempre que yo quería
el abanico de oro de su risa se abría,
o su llanto sangraba una corriente más;
alma que yo ondulaba, tal una cabellera
derramada en mis manos... Flor del fuego y la cera,
murió de una tristeza mía... Tan dúctil era,
tan fiel, que a veces dudo si pudo ser jamás...
[Los relicarios dulces, Delmira Agustini]
Poemas de Delmira Agustini. I Autores con historia.
El artículo: El asesinato de Delmira Agustini fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
3 comentarios:
¿Por qué tienen una foto de Clarice Lispector?
Vaya uno a saber porqué...
Solucionado.
Me parece que Delmira murió como vivió. Puso el placer y los caprichos por encima de la cordura y el amor y eso, como sabemos, suele llevar al desastre. Digamos que tuvo una muerte poética digna de una tragedia griega. Buscó su muerte sin dudas, y la encontró. Creo que si ella ubiese leído mis libros (en esa época no existían) se ubiese aburrido mucho... En mi literatura las mujeres no se enamoran de los patanes, y eso, a muchas mujeres, les aburre. Estas tías buscan todo el tiempo la ADRENALINA, o sea la droga. Y así terminan, pobres, con cuatro tiros en la espalda.
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