Cuando las Hadas abandonaron nuestro plano de existencia.
Para el año 1846, en plena era victoriana, el investigador William John Thomas sostuvo que la creencia en las Hadas no estaba extinguida en Inglaterra. Otros, como Thomas Keightley —autor de La mitología de las hadas (The Fairy Mythology)— lo acompañaron en esa audaz afirmación.
Lo cierto es que durante este período, y solo en este, se realizó una auténtica búsqueda por encontrar evidencias que prueben la existencia de las Hadas.
No hablamos de personas que realmente creían en las Hadas sin necesidad de cuestionar esa creencia, sino de historiadores, científicos, teólogos, artistas, escritores, anticuarios, medievalistas; todos ellos participaron en esta búsqueda de las Hadas.
Para el año 1880, los más importantes estudiosos del folklore y la mitología, como Sabine Baring-Gould, Andrew Lang —El libro azul de los cuentos de hadas (The Blue Fairy Book)—, Joseph Jacobs, y John Rhys, examinaron testimonios orales, cuentos, leyendas, e incluso restos arqueológicos relacionados con la «gente pequeña».
El resultado de estas investigaciones, incierto en términos científicos, logró que un gran porcentaje de la población creyera que las hadas realmente existían, o que existieron en alguna época.
Ya en el siglo XX, verdaderas eminencias de la literatura, como Arthur Conan Doyle y Arthur Machen publicitaron sus hallazgos con respecto a las Hadas. W.B. Yeats —El crepúsculo celta: hadas y folklore (The Celtic Twilight: Faerie and Folklore) —publicó interminables reportes de sus interacciones con las Sidhe, haciendo que la creencia en las hadas se convirtiera en una necesidad cultural y política en Irlanda.
George Russell y William Sharp, por su parte, encabezaron verdaderas cacerías de hadas, realizando minuciosos mapas sobre las zonas de avistamiento más calientes. Incluso algunos eruditos que no estaban totalmente convencidos del tema, como Douglas Hyde, afirmaban que las Hadas estaban vivas en Irlanda.
Por otra parte, folkloristas como Patrick Kennedy, Lady Wilde, y Lady Gregory, anunciaron que comenzaba a observarse un comportamiento extraño en las Hadas; como si estas se estuviesen preparando para un gran acontecimiento, que luego sería conocido como el Éxodo de las Hadas.
En definitiva, las Hadas estaban a punto de abandonar para siempre nuestro plano de existencia.
El Éxodo de las Hadas comenzó a finales del siglo XVIII; y la literatura se encargó de divulgar ese acontecimiento: Charlotte Bronte, en su novela: Shirley (Shirley), sostuvo que el creciente avance de la tecnología y la industrialización habían obligado a las Hadas a abandonar las Islas Británicas.
El Irlanda, sin embargo, las Hadas eran parte del patrimonio nacional de la isla, uno que Inglaterra no podría expropiar mediante temerarias afirmaciones, de modo tal que siguieron apareciendo allí durante algún tiempo.
La idea de que las Hadas estaban abandonando nuestro plano de existencia, es decir, el plano material, o físico, se tomó con cierta alarma, y precipitó una enorme cantidad de hipótesis acerca de la procedencia de estas criaturas.
Para trazar un paralelo con nuestro tiempo, podemos imaginar el impacto que produciría en la opinión pública si, repentinamente, los reportes de personas que afirman haber visto un OVNI comenzaran a reducirse dramáticamente.
No obstante, antes de desaparecer para la mayoría de las personas que habitualmente veían a las hadas, o que creían verlas, en general, en un ámbito rural, la «gente pequeña» siguió manteniendo contacto con destacadas personalidades del arte y la cultura:
El escritor Lafcadio Hearn detalló sus reuniones con ellas, incluso en Japón. Martín Lutero se encontraba frecuentemente con los Changelings. Richard Dadd, el pintor, entabló una entrañable amistad con las Hadas. W. Graham Robertson, guionista teatral, dejó testimonio de sus intercambios artísticos con la «gente pequeña». Maurice Hewlett, en El saber de Proserpina (The Lore of Proserpine), desarrolló sus experiencias personales con las Hadas. Y Walter Scott —Sobre las hadas de la superstición popular (On the Fairies of Popular Superstition)— se manifestó abiertamente como un creyente en las Hadas; por mencionar los casos más resonantes.
Cuestión aparte es la de Robert Louis Stevenson, hombre extremadamente racional, quien creía que las Hadas solo eran visibles para los niños, y que en la edad adulta se presentan únicamente en sueños. En su obra: Un capítulo sobre los sueños (A Chapter on Dreams), asegura que todos los detalles de El extraño caso del doctor Jeckyll y Mr. Hyde (The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde) le fueron dictados en sueños por las Hadas, y más precisamente por una raza conocida como Brownies.
Es importante señalar que, en la era victoriana, las Hadas no eran vistas simplemente como seres mágicos; sino más bien como criaturas espirituales, originadas fuera del mundo material pero estrechamente vinculadas a él.
Algunos estudios arrojan la sospecha de que las Hadas son, en definitiva, ángeles de muy baja jerarquía que no se comprometieron con las Guerras Celestiales, o Guerras de los Ángeles, y que su estadía en el plano terrenal responde a una especie de castigo divino por esa falta de compromiso.
Otros, en cambio, consideraban que las Hadas eran los espíritus de aquellas personas que no fueron lo suficientemente buenas como para ascender al cielo, ni lo suficientemente malas para ser condenadas al infierno; lista en la que se incluye a los paganos, personas que fallecieron sin ser bautizadas, personas asesinadas, muertas antes de tiempo, y un largo etcétera.
Más allá de estas conjeturas, lo cierto es que si las Hadas estaban abandonando nuestro plano de existencia, entonces era lógico suponer que eran libres de hacerlo, es decir, que poseían libre albedrío.
En este contexto, resurgieron las ideologías de los neoplatónicos, como Paracelso, que además crear a un homúnculo dedujo que las Hadas eran elementales: ni ángeles ni demonios ni espíritus humanos, sino criaturas con agenda propia.
A partir de entonces, las Hadas ocuparon un lugar especial, único y distante de los problemas políticos entre el cielo y el infierno. Si bien las categorías siguieron existiendo, es decir, las razas y especies de hadas, como djinns, duendes, sátiros, gnomos, ogros, sirenas, faunos, elfos, enanos, trolls, etc; en general todos los espíritus de la naturaleza cayeron bajo la denominación de Hadas.
Las Hadas de este período no eran completamente etéreas, sino que estaban hechas de carne, hueso y sangre. Se reproducían sexualmente y no eran inmortales, aunque su vida era extremadamente larga para los estándares humanos. En ciertos casos incluso podían enamorarse de nosotros, pero cuando un hada se enamora de un hombre mortal, afirman aquellos que han tenido la mala fortuna de entablar este tipo de relación amorosa, las cosas generalmente terminan en tragedia.
Se cree que las Hadas incluso podían asumir una posición sumisa frente a ciertas personas, como Bridget Cleary: la mujer que se convirtió en reina de las hadas. También eran capaces de producir ciertas ilusiones ópticas, como volverse invisibles o levitar; y poseian una fuerza y una rapidez sobrehumanas.
Los últimos en pronunciar una teoría sobre las hadas fueron los miembros más ilustres de la naciente teosofía:
H.P. Blavatsky —Isis sin velo (Isis Unveiled)— sostiene que las Hadas son en realidad criaturas no humanas del plano astral; opinión a la cual suscribe Charles W. Leadbeater en su libro: El plano astral (The Astral Plane).
En cualquier caso, las Hadas estaban estrechamente relacionadas con la naturaleza, y el impacto que produjo sobre ellas la industrialización parece haber sido el factor determinante para que abandonaran nuestro plano.
Anna Kingsford: médica, vegetariana, anti-vivisección y enemiga psíquica de Pasteur, fechó el año en que las Hadas iniciaron su Éxodo: 1799; el cual se prolongó hasta 1912.
Desde entonces, solo quedan algunas pocas Hadas rezagadas en el mundo, casi todas hurañas, hostiles, demasiado aferradas a la tierra como para partir definitivamente hacia otros planos de existencia.
Sin embargo, la mayoría de ellas se han ido marchitando con el tiempo, desvaneciéndose lentamente hasta volverse indistinguibles de un simple grano de arena, de una ráfaga de viento, de un breve pero intenso estremecimiento en la médula cuando pensamos en ellas.
Mitología. I Bestiario de seres mágicos.
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