Sobre las apariciones demoníacas.


Sobre las apariciones demoníacas.




Otro viernes en el Consultorio Paranormal de El Espejo Gótico, esta vez con algo diferente.

Son muchas las consultas y experiencias que nos llegan sobre el tema de los demonios, desde personas que creen haber visto a un demonio siendo niños, a otras que han percibido fugazmente una visión de este tipo criaturas en la edad adulta. Es oportuno aclarar que, por «apariciones demoníacas», no me refiero a «posesión demoníaca», sino más bien a visiones muy fugaces de figuras y rostros con rasgos diabólicos. Podría dar un ejemplo personal, pero creo que no vale la pena. Casi todos hemos tenido este tipo de experiencia en la cual, durante una fracción de segundo, nos pareció ver un rostro particularmente horrible flotando sobre nosotros, o una figura demoníaca que desaparece en un abrir y cerrar de ojos [ver: Diccionario demonológico]

Este tipo de fugaces apariciones demoníacas son muy frecuentes, sobre todo en la infancia, y pueden quedar grabadas a fuego en la memoria, e incluso atormentarnos durante toda la vida; sin embargo, podrían ser un síntoma mucho más saludable de lo que cabe imaginar.

Como siempre, comenzaremos con una experiencia personal de un lector de El Espejo Gótico.


***

No le he contado esto a nadie, y no he pensado en ello durante años, pero ahora he vuelto a tener horribles pesadillas en las que me torturan y me pasan cosas terribles. Honestamente ha estado afectando mi cordura.

Todo esto comenzó probablemente cuando nos mudamos a la primera casa en la que recuerdo haber estado, cuando tenía seis años. Sé que cuando eres tan pequeño puedes tener una imaginación hiperactiva, pero nunca había sentido algo así, tan real. Empecé a tener pesadillas recurrentes con cosas demoníacas que no puedo describir mucho [ver: Significado de soñar con el demonio]. Se intensificó con la sensación de que no estaba solo, una paranoia constante que no es normal para un niño de seis años.

La primera experiencia real que tuve, sinceramente, fue la cosa más horrible que haya visto en mi vida. Estaba sentado esperando que mi mamá terminara de vestirse para salir a comer. Mientras estaba sentado en la sala de estar, me sentí obligado a mirar hacia el comedor. Sentí que TENÍA que hacerlo. Cuando lo hice, vi esta cabeza gris que sobresalía del suelo con una sonrisa anormalmente amplia. Tenía cabello largo y negro y ojos blancos.

Detrás de esa cosa había una sombra alta de un hombre sin cabeza. Se sentían como entidades separadas, como si la cabeza fuera hostil y la sombra simplemente se sintiera triste. Sé que probablemente soy sensible a esas cosas porque todavía capto ese tipo de energías [ver: ¿Energía Residual o entidades inteligentes?]

Cuando los vi, incliné la cabeza hacia atrás y me quedé lo más quieto que pude. Estaba aterrorizado de moverme y sentí que estuve allí durante horas, aunque fueron unos segundos. Desde ese episodio las cosas empeoraron en casa. Tuvimos una invasión de insectos [moscas y cucarachas en su mayoría], y eran tantos que los exterminadores no pudieron erradicarlos [ver: Infección Astral: casas tomadas por los espíritus]

Las cosas se pusieron tensas entre la familia. Tuve gatitos y murieron a los pocos días a pesar de que gozaban de buena salud. Después de eso comencé a despertarme con rasguños y de vez en cuando sentía que algo frío me tocaba la cara [ver: Cuando algo invisible te respira en la cara]. Nos terminamos mudando cuando tenía once años, por otras razones que no mencionaré, pero cuando pasaba por el frente de esa casa sentía escalofríos.

Las cosas estuvieron bien por un tiempo hasta que mi madre falleció cuando yo tenía trece años. Entonces todo empeoró. En mi habitación, por la noche, veía esta sombra con forma humana en un rincón de mi habitación [ver: ¿Por qué siempre se asoman desde los rincones?]. Tuve parálisis del sueño durante dos meses seguidos y me volví insomne. Todavía lo sigo siendo hasta el día de hoy. A partir de estas experiencias, me convertí en cristiano y empecé a orar para tratar de protegerme. Al principio las pesadillas empeoraron. Me sentía físicamente agotado al despertar. Tuve sueños lúcidos en los que me atacaban y podía sentirlo.

Han pasado quince años, pero todavía tengo pesadillas cada dos noches, aunque no son tan malas y ya no me siento agotado a la mañana. Creo que este demonio, o lo que sea, se apegó a mí [ver: Apego espiritual: causas y síntomas]. Realmente me gustaría saber qué opinan en El Espejo Gótico sobre mi caso.

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No es nuestra intención desestimar las creencias del otro. Más bien todo lo contrario. En El Espejo Gótico sentimos un profundo respeto por las experiencias de los demás. Dicho esto, cuando se trata de experiencias con demonios nos parece acertado dar un paso al costado y dejar que otros, más sabios que nosotros, nos ayuden a aclarar un poco el panorama. Esto dijo Carl Jung sobre el tema:


[«Es un pensamiento aterrador que el hombre también tenga un lado sombrío, que consiste no solo en pequeñas debilidades sino en un dinamismo positivamente demoníaco. El individuo rara vez sabe algo de esto; para él, como individuo, es increíble que alguna vez, en cualquier circunstancia, vaya más allá de sí mismo. Pero si estas criaturas inofensivas forman una masa, emerge un monstruo furioso; y cada individuo es sólo una diminuta célula en el cuerpo del monstruo, por lo que, para bien o para mal, debe acompañarlo en sus sangrientos desmanes e incluso asistirlo. Teniendo una oscura sospecha de estas sombrías posibilidades, el hombre hace la vista gorda ante el lado oscuro de la naturaleza humana.»]


La creencia en demonios no está en discusión aquí. Podemos tomarla o descartarla. En todo caso, podemos discutir verdadera naturaleza de esos demonios; su origen en términos psicológicos. Después de todo, aquello de los demonios interiores bien podría ser cierto; y solo cuando enfocamos la mirada hacia nosotros mismos podemos enfrentarlos [ver: Invité a un demonio a mi casa]

Entre los arquetipos más comunes que se manifiestan en el curso de cualquier tratamiento psicológico que penetre en lo más profundo de la psique, está la Sombra: esa personalidad oculta, reprimida, cargada de culpa, cuyas raíces se remontan a nuestros ancestros primates. A través del análisis de la Sombra, y de los procesos contenidos en ella, podemos descubrir la verdadera naturaleza de los demonios [ver: ¿Tocada por un ángel o quemada por un demonio?]

Superficialmente, la Sombra es proyectada por la mente inconsciente. Su inferioridad moral, en comparación con la mente consciente, puede ser considerada como una privación del bien. Sin embargo, en una inspección más detenida, la Sombra es una oscuridad que oculta factores autónomos. Cuando los observamos en pleno funcionamiento, literalmente poseen las características y atributos que las leyendas les atribuyen a los demonios [ver: Lingua Diaboli: el lenguaje del diablo]

La Sombra desafía a nuestro Yo, porque nadie puede volverse consciente de ella sin un esfuerzo moral considerable. Tomar conciencia de la Sombra implica reconocer los aspectos oscuros de la personalidad como algo presente y real. Esta es, según Carl Jung, «la condición esencial para cualquier tipo de autoconocimiento». Por lo tanto, al tratar de conocer e integrar a la Sombra a la mente consciente encontraremos una resistencia considerable. De hecho, durante este proceso la Sombra bien podría resistirse mediante su proyección externa, y de eso se trata la mayoría de experiencias con demonios.

Un examen detenido de los impulsos inferiores que constituyen la Sombra, revela que estos tienen una naturaleza emocional, una especie de autonomía y, en consecuencia, una cualidad obsesiva o, mejor dicho, posesiva.

Ahora bien, las emociones no son una actividad del individuo, sino algo que nos sucede. Podemos trabajar para entenderlas, pero no podemos controlarlas. En este contexto, la Sombra suele proyectarse allí donde las emociones del individuo lo vuelven más débil y, en cierto modo, revela la razón de esa debilidad. En este nivel inferior que es la Sombra, las emociones están descontroladas [o escasamente controladas]. Si uno pudiera integrar completamente su Sombra nos comportaríamos más o menos como un ser primitivo, elemental; que no es solo una víctima pasiva de sus emociones sino también singularmente incapaz de tener el más rudimentario juicio moral.

Estas son, básicamente, las características de las experiencias con demonios.

En la ficción [sobre todo en el cine], esta idea de Lucifer como un caballero elegante, bien hablado, dueño de una astucia y una malicia exquisitamente refinadas, funciona muy bien; pero eso no tiene nada que ver con las experiencias reales de personas reales. Los demonios, en términos de la Sombra proyectada, aúllan, babean, gritan, balbucean, se contorsionan, profieren las peores blasfemias. Son, en esencia, emociones en estado crudo. De hecho, son tan espantosas que resulta mucho más cómodo verlas como entidades exteriores que como proyecciones de nuestro propio ser.

Ahora bien, una buena forma de aproximarnos a nuestros propios demonios [sin quemarnos] es estudiando los de los demás. De eso se trata El libro rojo de Carl Jung.

Una de las razones del enigma que rodea al Libro Rojo de Carl Jung es que nunca pudo terminarlo. Termina abruptamente en medio de una oración, justo después de que su autor reconoce: «mi conocimiento de la alquimia me alejó de ella...». Es un final intrigante para un libro lleno de acertijos, un libro sobre la comunión con deidades y demonios [propios y ajenos].

El manuscrito del Libro Rojo se mantuvo en un armario, cerrado con llave, en la casa de Carl Jung en Kusnacht, en los suburbios de Zúrich, después de su muerte en 1961. En 1984, el manuscrito fue guardado en la bóveda de un banco. Fue publicado hace algunos años, casi exactamente medio siglo después de la muerte de su autor. Se tardaron cinco años tratando de descifrar e interpretar el manuscrito, y otros tres tratando de persuadir a la familia Carl Jung para que sea publicado.

Aunque los junguianos se han apresurado a restar importancia a cualquier sugerencia de que el Libro Rojo registre algo más que la crisis espiritual y mental de su autor, basta leer el libro, examinar sus imágenes, para advertir que Carl Jung realmente estaba tratando de integrar su Sombra [o buena parte de ella] e imprimirla simbólicamente sobre el papel.

El Libro Rojo, que Carl Jung bautizó en realidad como Liber Novus [«Libro Nuevo»], documenta asuntos tales como su conversaciones con el alado Filemón durante sus paseos diurnos. En ese momento, Carl Jung había estado tratando la esquizofrenia durante varios años; y aunque algunos acreditan que todo el libro es un experimento controlado, las inusuales alucinaciones de Carl Jung parecen haber sido involuntarias. En otras palabras, a medida que el psiquiatra suizo se sumergía más y más profundo en su psique, accediendo parcialmente al material provisto por su Sombra, los demonios comenzaron a aparecer, literalmente, ante él [ver: Si los ves, Ellos te ven]

En un estado de ensoñación, Carl Jung afirmó haber escuchado a una niña-pájaro anunciar: «Solo en la primera hora de la noche puedo convertirme en humana, mientras que el palomo está ocupado con los doce muertos». En otra ocasión, atormentado por las premoniciones de la Primera Guerra Mundial [o hiperconsciente de la creciente amenaza del militarismo europeo] vio un «paisaje sumergido por un río de sangre que transportaba no solo detritos sino también cuerpos»; posiblemente una premonición de la devastación que persistiría en Europa durante los próximos cinco años. Y estos son algunos ejemplos, digamos, benévolos, de las visiones demoníacas de Carl Jung.


[«Desgraciadamente, no cabe duda de que el hombre es, en general, menos bueno de lo que imagina. Todo el mundo lleva una Sombra, y cuanto menos esta se encarna en la vida consciente del individuo, más negra y densa es. Si una inferioridad es consciente, uno siempre tiene la oportunidad de corregirla. Además, la Sombra está constantemente en contacto con otros intereses, por lo que está continuamente sujeta a modificaciones. Pero si se reprime y se aísla de la conciencia, nunca se corrige»]


Las apariciones demoníacas son, en general, manifestaciones o proyecciones de la Sombra. De hecho, el Diablo es uno de los principales arquetipos del subconsciente humano. Ahora bien, Carl Jung creía fundamentalmente en la mente humana, no en los demonios en términos de entidades autónomas, aunque también afirmó haber tenido experiencias paranormales, algunas de las cuales ya hemos analizado en El Espejo Gótico [ver: La aterradora experiencia de Carl Jung en una casa embrujada]

En este contexto, agregó que era posible que la soledad pudiera agudizar los sentidos para ver lo que normalmente no se puede ver ni sentir. El año antes de su muerte dijo que las personas, cuando son empujadas a estados mentales extremos, y además poseen «cierto genio creativo de carácter», pueden tener experiencias paranormales e incluso visiones extremadamente aterradoras.

En definitiva, no es posible distinguir con absoluta certeza entre posesión y enfermedad mental porque nadie ha sido capaz de probar definitivamente que los demonios existen en primer lugar. Los exorcistas generalmente asumen la demonización, y si la persona que está «afligida» no responde de la manera que creen que lo haría un demonio, entonces apuntan a una enfermedad mental. En cambio, si la persona responde de la manera que creen que lo haría un demonio, entonces se habla de demonización. Básicamente, si quieres creer que se trata de un demonio siempre puedes encontrar una manera de creerlo [ver: Qué siente una persona poseída: síntomas de posesión]

Desde que los seres humanos existen hemos estado explicando lo que no entendemos con lo sobrenatural. No digo que lo sobrenatural no exista, porque personalmente creo que sí; pero no debe usarse para fingir que entendemos cosas que no entendemos. Nosotros, como seres humanos, sabemos muy poco sobre las capacidades del cerebro humano, y menos aun sobre sus profundidades. Proponemos teorías para explicar lo que vemos, pero lo que sabemos es muy poco en comparación con lo que hay que saber. Explicarlo todo con lo sobrenatural, en lugar de tratar de descifrarlo y estudiarlo, es una actitud simplemente perezosa.

Personalmente creo que cuando hablamos de apariciones demoníacas lo más acertado es aprovechar la conceptualización de Carl Jung sobre el tema. Para él, los demonios son una forma extrema de presencia arquetípica que puede abrumar a la personalidad. En estos términos teóricos, esta estructura psicológica extremadamente desequilibrada podría producir este tipo de visiones. Eso no significa que el individuo esté padeciendo una enfermedad mental severa, sino simplemente atravesando una crisis en la integración equilibrada de su Sombra.

En Los Arquetipos y el Inconsciente Colectivo, Carl Jung distingue el «nivel del sujeto» y el «nivel del objeto». En otra parte [El método constructivo], sostiene que la represión, el proceso de suprimir contenido mental problemático en el inconsciente, nunca puede eliminar este contenido que reaparece como condiciones neuróticas. Este problema, básico de la tradición psicoanalítica, puede tener lugar en lo que Carl Jung llama el «nivel de objeto»: nuestra relación con los demás en nuestra vida.

El «nivel de objeto» es el nivel que se relaciona con los objetos externos en el mundo del paciente. Pero Carl Jung agrega otro nivel, el «nivel del sujeto», basado en la idea de que cada objeto en la vida del paciente representa un cierto aspecto de su inconsciente: el sujeto. Por eso, a diferencia de Freud y Lacan, Carl Jung se preocupa por el sujeto mismo, y no por sus relaciones con el objeto. Esto quiere decir que, si estamos desconectados de una parte reprimida de nuestro inconsciente, esta se proyectará sobre un objeto exterior. Esa podría ser la verdadera explicación de las apariciones demoníacas.

Por extraño que parezca, este tipo de manifestaciones, aunque sin dudas aterradoras, pueden ser muy saludables. De hecho, una parte del proceso psicoanalítico es la transferencia de esta proyección al terapeuta, lo cual posibilita su manifestación y resolución. Al psicoanalizar un sueño, por ejemplo, podemos tratar los símbolos en el sueño como manifestaciones de objetos en nuestra vida [este es el «nivel de objeto»]. Además, podemos interpretarlos como símbolos que apuntan a ciertos elementos en nosotros mismos [este es el «nivel de sujeto»]. Dicho esto, una aparición demoníaca es una forma extrema de exteriorización de la Sombra, tan terrible, tan aterradora, que difícilmente lleguemos a aceptarla como parte de nosotros mismos. Sin embargo, lo es.

Una parte central de la teoría de Carl Jung en Los Arquetipos del Inconsciente Colectivo es el concepto de «demonio». Este, según Jung, es un aspecto de nuestra psique que se experimenta como negativo, y por lo tanto no puede concebirse como parte de lo que somos. Reprimir al demonio solo lo hace más poderoso, y nuestro miedo aumenta.

Ahora bien, nuestros ancestros creían honestamente en la existencia de dioses y demonios que jugaban diferentes papeles en su realidad diaria, sin comprender que ambos son proyecciones del ser arrojadas sobre el mundo exterior. El hombre y su mundo, por lo tanto, no se distinguían entre sí. El hombre [racional] moderno, por otro lado, es consciente del hecho de que los dioses y los demonios son de su propia creación y, por lo tanto, siendo racional, niega su existencia y los reprime en el inconsciente. Este proceso racionalista hace que la energía mental, que antes estaba proyectada sobre el mundo, sea redirigida hacia adentro. Mientras nuestros ancestros [supuestamente ignorantes y primitivos] proyectaban su lado más oscuro [la Sombra] sobre el mundo real a través del arquetipo del demonio, podían permanecer relativamente limpios de esos impulsos. El hombre moderno, por el contrario, sobrecarga su propio inconsciente con energías mentales negativas, pierde el contacto con sus propios demonios, que ya no se manifiestan en el mundo exterior, sólo se reprimen.

Por todo esto, las apariciones demoníacas [y por tal caso cualquier manifestación exterior de la Sombra], aunque evidentemente aterradoras, son en realidad una purga saludable, una válvula de escape que le permite a nuestro inconsciente expresar ciertos aspectos de nosotros mismos que, por su propia naturaleza, no podemos reconocer como propios.

Volviendo a la experiencia que compartíamos al principio, es importante destacar que nuestro amigo, a pesar de estar aterrorizado por la visión, consiguió comprender de qué se trataba:


[«Detrás de esa cosa había una sombra alta de un hombre sin cabeza. Se sentían como entidades separadas, como si la cabeza fuera hostil y la sombra simplemente se sintiera triste.»]


Algo tan simple como interpretar el rango de emociones que proyectan este tipo de manifestaciones [en este caso, «hostilidad» y «tristeza»], puede decirnos todo lo que necesitamos saber sobre la naturaleza de nuestros propios demonios, y por qué se han manifestado en una visión fugaz. Eso, colocado en el contexto y las circunstancias de nuestra vida en ese momento en particular, es suficiente para captar el mensaje.




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