Los Demonios, el amor, y los placeres de la carne.
La teología sostiene que los demonios no pueden sentir amor, algo perfectamente lógico si tenemos en cuenta su condición de expatriados de la bonanza celestial; sin embargo, los grimorios medievales presentan una enorme cantidad de ejemplos contrarios, es decir, historias de demonios que pueden enamorarse, o en su defecto disfrutar de los placeres de la carne.
Por otro lado, si los mitos bíblicos eximen a Dios de tales prácticas, es razonable deducir que su adversario, Satanás, haya elegido el camino inverso.
La demonología, entonces, observa que, contrariamente a lo que sucede con los ángeles, donde no hay ejemplos de feminidad, es decir, de ángeles mujeres, lo femenino abunda en el infierno. En este contexto, la diversidad de género parece ser un asunto exclusivo de los demonios, y si hay diversidad debemos admitir que tiene una función: la atracción.
John Milton, sin embargo, asegura en El Paraíso Perdido (Lost Paradise) que los demonios no poseen un género definido, y que asumen las características que necesitan para cumplir con su odiosa agenda. Esto contradice mitos como el de Baal, que originalmente era un demonio de la fecundidad, y de Yecum, un demonio femenino a la cual se le adjudica el poder de seducir incluso a los ángeles.
Muchos libros medievales suscriben la opinión de que los demonios asumen los rasgos predominantes de cada género en función de sus propias personalidades. En este contexto, Nicolás Remy asegura en el libro Demonolatría (Daemonolatriae) que los demonios son incapaces de amar, pero que sí pueden mantener relaciones, y que de hecho viven en un constante estado de lujuria, ya que para ellos el encuentro de los cuerpos no tiene ningún vínculo con el afecto, la ternura, el amor, y sobre todo con la saciedad. En todo caso, utilizan al amor como herramienta para humillar y someter a sus seguidores (ver: Belial: el demonio del amor estéril).
Esto parece ignorar algunas interesantes historias de amor entre demonios, como la de Pinet y Florina, por ejemplo, quienes mantienen una relación sentimental desde que fueron arrojados del cielo; y la de Kelen y Nisroch, otros dos demonios enamorados a pesar de las adversidades de existir en el infierno.
Por otro lado, Thomas de Aquino, Plutarco, y otros, sostienen que los demonios no sienten deseo, sino que lo simulan, aunque no rechazan la posibilidad de que puedan mantener encuentros detestables con humanos. Por allí andan las leyendas de Íncubos y Súcubos; y probablemente la más interesante de todas: Abrahel, una demonio a quien nadie, que se sepa, ha logrado resistirse.
Claramente los demonios utilizan el placer como arma. Barbatos, por ejemplo, se caracteriza por ser un maestro de la seducción. Prusias y Larimón, a su vez, conocen todos los secretos y fantasías de las mujeres. Incluso Samael fue lo suficientemente sagaz como para seducir a Eva y engendrar con ella a Caín.
El Malleus Maleficarum, por su parte, señala que nos demonios no aman a sus brujas, y que sus relaciones con ellas tienen la función de sellar con ellas algún tipo de compromiso infernal, o pacto satánico, con el objeto de arrancarlas del Libro de la Vida, haciéndoles imposible que el arrepentimiento las vuelva a acercar a Dios. Esto explicaría por qué las brujas necesitaban untar sus escobas con ungüentos que, quizás, servían para acelerar el deseo, ya que los demonios no podían safisfacerlo acabadamente (ver: ¿Por qué las brujas vuelan en escobas?).
William de Auvergne, contrario a las opiniones del Malleus Maleficarum, declara que los demonios no solo aman a las mujeres, sino que sienten una particular debilidad por las mujeres de cabello largo, oscuro, y corpulentas.
Evolucionista a pesar suyo, Plutarco también suscribe la opinión de que los demonios no sienten deseo, y para argumentar esa hipótesis declara que esa ausencia responde a una imposibildad de procrear. En este contexto, la lujuria demoníaca es una impostura más que busca exaltar las pasiones elementales del ser humano para ofender al Creador.
Boguet, en la misma sintonía, vocifera que los demonios no sienten atracción, o al menos tal como nosotros la concebimos, ya que son incapaces de dejar descendencia. El pensador incluso va más lejos, y razona que los demonios ni siquiera poseen los órganos indispensables para tales prácticas, pero que son capaces de ejecutar las más prodigiosas maniobras dactilares.
Pierre de Rostegny, sumamente perturbado por la idea, acusa a Lucifer de deleitarse en la seducción de mujeres casadas, agregando al adulterio al pecado venial de encamarse con el maligno. Esto, quizás, se apoya en el mito de Zar, un demonio que seducía a las mujeres casadas para vengarse de sus esposos. Además, De Rostegny prosigue, y aventura la noción, bien conocida en la Edad Media, de que el demonio jamás mantiene relaciones por las vías naturales, es decir, aquellas aprobadas por Dios para engendrar descendencia, sino que prefiere saciar sus instintos mediante otros accesos, muchas veces inaccesibles para el buen esposo cristiano.
Los ejemplos de demonios enamorados también nos permiten conocer algunas antiguas historias sobre violencia de género o, en este caso, de celos enfermizos. Asmodeo, por ejemplo, se sentía tan atraído por Sarah que asesinó a sus siete maridos consecutivamente, impidiéndoles sellar el vínculo matrimonial en la noche de bodas. Por suerte, el arcángel Rafael intercedió antes de que matara al octavo.
En La vida de San Bernardo (The Life of Saint Bernard), escrito en el siglo XI, se relata el repetitivo adulterio de una mujer casada con un demonio, con el cual habría vivido experiencias verdaderamente imborrables. Gregorio de Nyssa sube la apuesta, y menciona que los demonios pueden tener hijos con mujeres mortales, solo que con un número bastante reducido, y que esta tasa bajísima de natalidad los obliga a vivir en un perpetuo estado de lujuria.
Los Aquelarres y Sabbats eran el escenario ideal para este tipo de encuentros pecaminosos. Allí, el diablo se presentaba de numerosas formas, ya sea como un gato, un toro, un perro, e incluso un carnero. De hecho, abundan las declaraciones de brujas que afirmaban haber mantenido encuentros íntimos con el diablo en sus reuniones (ver: El baile de las brujas: los secretos de Sabbath), pero recordemos que en estas tertulias desenfrenadas el demonio no era una aparición real, es decir, física; sino que se manifestaba en el jefe regional. Así como el sacerdote católico es Dios, simbólicamente, durante la Eucaristía, el jefe regional era Satán durante el Sabbat.
Nicolás Remy la teoría inquietante de que los demonios de las altas jerarquías pueden incluso forzar a sus víctimas, sobre todo mujeres, aun cuando estas porten símbolos religiosos. En 1587, Catherine Latonia denunció haber sido atacada por un demonio, probablemente para no incriminar a alguien de su familia. Sylvester Prieras, un tanto confundido, coincide con Remy, pero asegura que el demonio no solo se gratifica al atacar a mujeres, sino también a monjas, las cuales, según este pensador, pertenecerían a un género desconocido.
Martín Lutero también sospecha que los demonios pueden dejar embarazadas a las mujeres, pero que el fruto de esas uniones ilegítimas no suele vivir mucho debido a un carácter heredado realmente salvaje, como el caso de Atila, según la leyenda, hijo de un demonio.
Dejando a los sabios de lado, el amor y el deseo de los demonios parecen expresar nuestro lado más primordial, y también un intento de aceptar esos instintos elementales. La liberación de los sentidos, de la sensualidad en estado puro, no es ciertamente un motivo romántico; por el contrario, requiere una fuerte presencia de espíritu, y una disposición al desenfreno, al extravío del Yo, que pocas personas están dispuestas a experimentar.
Demonología. I Mitología.
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1 comentarios:
Me resulta más creíble que esos seres sienten deseo, tengan sexo. Y tal vez que puedan enamorarse.
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