«Liber Incantationum»: el libro de los Nigromantes.
El inquisidor Nicolás Aymerich (1320-1399) evidentemente mantuvo un amplio contacto con Nigromantes. En su Directorium Inquisitorum informó sobre la confiscación de varios libros prohibidos, entre ellos, la Tabla de Salomón y El tesoro de la nigromancia [del olvidado Honorio el Nigromante], los cuales ordenó quemar en público. Fue Aymerich quien examinó en detalle las extrañas y, a menudo, horrorosas prácticas implícitas en el culto a los demonios. Según el Directorium Inquisitorum, los Nigromantes eran disciplinados, prometían obediencia y se entregaban al servicio de los demonios; entonaban cánticos en su honor y ofrecían no sólo animales sino su propia sangre como sacrificio:
[También practican una especie de ascetismo en el ejercicio de la magia negra. Ayunan y observan la castidad con el perverso motivo de honrar a los demonios. Asimismo, por reverencia a los demonios, se visten con ropajes negros.]
No podemos suponer que Aymerich simplemente estaba inventando estos cargos; a lo sumo, podría estar exagerándolos. Pero cuando afirma que ha leído los libros de los Nigromantes, no tenemos motivos para sospechar que miente. Parte de este material todavía sobrevive; y el Manual de Munich [código CLM 849 en la Biblioteca Estatal de Baviera], también conocido como Liber incantationum, es excelente ejemplo del tipo de documento al que hace referencia Aymerich [ver: Libros de demonología]
El Manual de Munich contiene una gran cantidad de operaciones mágicas realmente extraordinarias. Un conjuro, por ejemplo, pretende invocar a un demonio que impartirá un dominio sin igual sobre todas las artes y ciencias sin ningún esfuerzo por parte del Nigromante. Evidentemente, el autor era un erudito ambicioso pero no particularmente diligente [ver: Grimorios]
En general, los conjuros, fórmulas y rituales del Manual de Munich tienen los siguientes objetivos:
Afectar las mentes y voluntades de otras personas; a veces para volverlas locas, otras para inflamarlas de amor u odio, para ganar su favor, para obligarlas a hacer o no algo; etc. No son sólo los seres humanos los que pueden ser así dominados, sino también los espíritus y los animales.
Si bien la Nigromancia no se usa a menudo para causar daños corporales [para eso hay otras opciones], puede provocar molestias tanto físicas como mentales. Por ejemplo, en el Manual de Munich hay conjuro que llama a los demonios a afligir a alguna víctima para que no pueda dormir, comer, beber o... bueno, cumplir con sus obligaciones maritales [ver: Cómo las brujas causaban impotencia en los hombres]
El objetivo final aquí, como en otras ramas del ocultismo, es afligir a la víctima como un medio para que cumpla la voluntad del Nigromante. En segundo lugar, el Nigromante puede crear ilusiones para lograr el mismo fin; por ejemplo, festines y banquetes extravagantes, o bien apariciones horrorosas. Igualmente ilusorio es el uso de la Nigromancia para resucitar a los muertos [ver: Nigromancia: el arte de invocar a los muertos y regresarlos a la vida]:
[Un anillo consagrado, colocado en la mano o en el pie de un cadáver, bastará para convocar a seis demonios, cada uno de los cuales animará el cuerpo durante un día para que pueda resucitar, levantarse y hablar. El mismo anillo, puesto en el dedo de una persona viva, lo hará parecer muerto hasta que se lo quiten.]
Otro propósito de la Nigromancia es descubrir cosas secretas, ya sean pasadas, presentes o futuras. El Manual de Munich brinda instrucciones detalladas para la Nigromancia adivinatoria: fórmulas para encontrar objetos robados o perdidos, para identificar a un ladrón o un asesino, y en general para obtener conocimiento de cualquier cosa que sea incierta. De hecho, el Manual de Munich incluso presenta una especie fórmula de geolocalización; mediante la cual, sostiene, uno puede saber exactamente dónde se encuentra una persona en particular; así como otra que permite el diagnóstico de una persona enferma, y su consiguiente tratamiento.
La información deseada, por supuesto, la proporcionan los espíritus de los muertos, que se aparecerán a un niño [o, excepcionalmente, a una niña] en un cristal, en un espejo, en la hoja de una espada, en el omóplato engrasado de un carnero; en fin, objetos que siempre es conveniente tener a mano.
En general, la información que busca el Nigromante puede aparecer en la superficie reflectante. Es un procedimiento complejo, donde deben observarse diversas pautas de hospitalidad. Por ejemplo, el Nigromante debe invitar al espíritu a desmontar de su caballo [por alguna razón siempre se presentan de este modo], preguntarle si tiene hambre y, si es así, ofrecerle carnero asado. Cuando el espíritu se haya alimentado [aunque sin tocar la comida], el Nigromante debe ponerle la mano derecha sobre la cabeza y hacerle jurar que dirá la verdad. Un lector medieval no habría encontrado nada gracioso en todo esto. Por el contrario, la perspectiva seguramente habría despertado horror o fascinación, y tal vez ambas simultáneamente [ver: Sobre el arte de la nigromancia]
En otros casos, los conjuros, fórmulas y rituales del Manual de Munich están destinados a obtener visiones de ángeles [a menudo durante el sueño] para que puedan impartir conocimiento de cosas pasadas, presentes y futuras. Si bien las técnicas de Nigromancia pueden volverse bastante complejas, se reducen a unos pocos elementos principales: círculos mágicos, conjuros y sacrificios son los elementos más distintivos.
Los círculos mágicos pueden trazarse en el suelo con una espada o un cuchillo, o bien inscribirse en un pergamino o tela. A veces son formas geométricas simples con quizás unas pocas palabras o caracteres inscritos alrededor de la circunferencia. Más a menudo son complejos, con inscripciones y símbolos de varios tipos en el interior, posiciones para varios objetos mágicos y un lugar designado para el «Maestro», es decir, el Nigromante. El Manual de Munich describe varios círculos mágicos, desde los más simples a los más complejos; y todos requieren incripciones sobre un trozo de lino, hechas con la sangre de animales [ratas y murciélagos, sobre todo], que luego serán enterradas cerca de la casa de la víctima [ver: Cómo funciona la Sal en la magia]
Un círculo mágico particularmente interesante del Manual de Munich tiene la forma básica de un círculo y un triángulo en su interior. En el centro se representan varios objetos: una espada, un anillo, una vasija, un cetro y una tablilla con el Tetragrámaton y cuatro cruces. Las inscripciones dentro del triángulo son esencialmente caracteres y palabras mágicas, como AGLA, que se ha descifrado como sinónimo de Ata Gibor Leolam Adonai, hebreo para «Tú eres poderoso para siempre, oh, Señor» [ver: Algunas lenguas para la comunicación interdimensional]
Por supuesto, el Manual de Munich no utiliza el término «círculo mágico»; de hecho, a veces ni siquiera se trata de un círculo en absoluto. La figura geométrica parece haber sido menos importante para los Nigromantes que los signos e inscripciones en su interior. Si bien existe una amplia evidencia de la importancia de los círculos como focos de poder mágico, los Nigromantes los concibieron principalmente como recintos dentro de los cuales podrían estar contenidos varios signos y objetos [ver: El efecto rebote en la magia]
Tampoco hay evidencia de que los círculos mágicos de la Nigromancia tuviesen una función protectora. Todos estamos más o menos familarizados con las leyendas de magos y brujas que interpretaban estos círculos mágicos como dispositivos dentro de los cuales el oficiante estaba a salvo de los demonios, pero hay pocas razones para pensar que los propios Nigromantes los vieran de esta manera. Un ritual en el Manual de Munich dice expresamente que los demonios vendrán cuando sean invocados, dentro del círculo; mientras que es el Nigromante quien debe mantenerse fuera.
En otro caso, la periferia del círculo mágico es inocua. El libro presenta un ritual de magia amorosa que involucra un círculo mágico dentro del cual los amantes pueden «encontrarse» sin ser vistos. El redactor incluso proporciona intrucciones para trazar una circunferencia amplia que permita mayor fluidez en las maniobras [ver: Las pociones de amor más extrañas de la Edad Media]
Si los círculos mágicos están inscritos en tela o pergamino, pueden tener otros poderes además de conjurar demonios. Por ejemplo, un círculo mágico destinado a invocar a un demonio en forma de caballo puede usarse para proteger a su portador de caballos hostiles, y si está acompañado por la sangre y los dientes de un caballo, causará la muerte a cualquier montura que lo mire; algo útil en una época donde la caballería era la fuerza más poderosa en el campo de batalla.
Por otro lado, un círculo mágico diseñado como parte de una ceremonia para resucitar a una persona muerta puede usarse para la magia del amor, o para saber si una persona enferma morirá, o incluso para cuestiones más banales, como evitar que los perros ladren [esto es útil si eres un Nigromante enterrando una efigie cerca de la parroquia local]. Sin embargo, si los círculos mágicos se trazan en el suelo, son, por así decirlo, descartables. El Manual de Munich tiene mucho cuidado de instruir al Nigromante cuándo y cómo debe borrar el círculo mágico, no solo para no dejar evidencia física de sus actividades, sino también para evitar que otros la usen [ver: «Glamour» y otros extraños hechizos de belleza]
Si el círculo mágico [que incluye tanto el círculo como los caracteres y otras figuras geométricas en su interior] es el principal elemento visual de las técnicas del Nigromante, la conjuración es el componente oral clave. La conjuración suele imperativa. Es decir, el Nigromante no pide a los espíritus y demonios, les ordena que aparezcan ante él y realicen alguna acción. En el caso de invocar a un demonio poderoso, el Nigromante puede embellecer la fórmula de invocación para no ofender a su invitado, pero de ningún modo debe ponerse en un plano inferior.
Por supuesto, hay espíritus y, sobre todo, demonios, que no están realmente felices de que se les obligue a manifestarse; tanto es así que el Nigromante muchas veces debe repetir el conjuro tres veces, o siete, y al parecer este es un proceso muy desgastante y, en consecuencia, peligroso, porque cuando el espíritu o demonio por fin comparece el Nigromante puede estar demasiado cansado como para imponer su voluntad. Es por eso que la mayoría de las fórmulas de invocación del Manual de Munich instruyen repetidamente a los espíritus para que aparezcan en una forma agradable y no amenazante.
Los espíritus de los muertos aparecen con la forma física que tenían al momento de morir. Los demonios de mayor jerarquía suelen elegir una forma majestuosa, generalmente como reyes o caballeros. Los demonios de menor rango generalmente se presentan como perros negros y responderán las preguntas en esta forma [ver: Los «espíritus familiares» en la brujería]
Además de los elementos visuales y orales en la Nigromancia, había componentes operativos: actos que realizaba el Nigromante, particularmente sacrificios y rituales simpáticos. El Manual de Munich instruye en el peligroso arte de invocar a los espíritus en una encrucijada con el sacrificio de un gallo blanco. Otro ritual requiere llevar un gato negro al lugar, donde los demonios reclamarán su sacrificio una vez que hayan jurado obediencia. Alberto el Grande corrobora este testimonio, informando que el cerebro, la lengua y el corazón del gato son especialmente agradables al paladar demoníaco [ver: Demonología]
En la Edad Media [como en los relatos de fantasmas clásicos] se creía que los espíritus y los demonios podían ser atraídos por la sangre, especialmente por la sangre humana; así, según el Manual de Munich, los Nigromantes a menudo usaban agua o vino mezclados con un poco de sangre, ya que la consagración de un espíritu en un anillo, o en una botella, no puede lograrse sino mediante la ofrenda de sangre.
Por lo general, el sacrificio solía ser de un animal, pero a veces se ofrecían otras sustancias a los demonios. El Nigromante podía utilizar leche, miel, cenizas, harina, sal y otros ingredientes colocados en frascos dentro del círculo mágico. En otros casos, las sustancias eran más difíciles de conseguir, como las excrecencias agónicas de los ahorcados.
La Nigromancia muchas veces suele ser simpática, es decir, la acción que se realiza sobre una imagen se traslada a la persona representada. Por lo tanto, la magia amorosa puede implicar escribir los nombres de los demonios en una imagen de la persona deseada, de modo que estos la aflijan hasta que se someta a la voluntad del Nigromante, o de un tercero. Los demonios representados simbólicamente en la imagen deben estar realmente presentes en la mujer [ver: El «precio» de los hechizos de amor]
A menudo estas operaciones simpáticas van acompañadas de encantamientos. Si el Nigromante está tratando de despertar el odio o la discordia entre dos personas, puede calentar dos piedras [que representan a las víctimas] sobre el fuego, luego arrojarlas al agua helada y luego golpearlas una contra la otra. Mientras lo hace, dirá: «No golpeo estas piedras, sino que golpeo a X. y X. cuyos nombres están escritos aquí». Un ritual simpático de amor incluye la siguiente fórmula:
[Como un ciervo anhela la fuente, que X. anhele mi amor, y como el cuervo anhela los cadáveres, que ella me desee, y como esta cera se derrite ante el fuego, así ella desee mi amor.]
De más está decir que el secretismo era vital para todas estas operaciones, no tanto por el riesgo que entrañaba ser encontrado realizando estas prácticas, sino por el peligro de que caigan en manos inadecuadas. El Manual de Munich advierte al Nigromante que mantenga sus rituales en secreto porque tienen un poder «inefable», tal es así que los rituales deben realizarse en un lugar secreto y, por supuesto, guardar cuidadosamente el libro «en el que está contenido todo el poder para que no caiga en manos de los necios».
El Nigromante también puede deshacer el daño que ha hecho, y esto es bastante fácil si el ritual original se llevó a cabo mediante operaciones simpáticas que pueden revertirse. Si las piedras han sido enterradas para despertar el odio en una pareja, el amor puede restaurarse desenterrándolas. Si se ha enterrado un objeto cargado mágicamente cerca de la casa de la víctima, el hechizo se puede deshacer del mismo modo. El efecto puede garantizarse recitando diversas fórmulas. Del mismo modo, los espíritus y demonios que han causado daño bajo la orden del Nigromante pueden ser liberados de este servicio [ver: Diccionario demonológico]
Aquí en El Espejo Gótico nos sentimos tentados a preguntarnos cuál era el efecto real de estas operaciones. ¿Acaso el poder de la sugestión obraba sobre la mente del Nigromante o los demonios realmente aparecían? Uno también se pregunta cuántos Nigromantes intentaron uno o dos rituales y luego se dieron por vencidos. A modo de respuesta, creo que debemos evaluar una combinación de resultados. Si la magia no funcionaba, el Nigromante podía culpar el resultado a su propia incapacidad o inexperiencia. En otras ocasiones, los resultados serían lo suficientemente persuasivos para convencer al Nigromante de que su creencia estaba bien fundamentada.
Después de todo, la mayoría de los objetivos perseguidos por esta forma particular de magia eran de índole psicológico y, por lo tanto, intangibles, lo que dificultaría probar que un ritual había fallado por completo. Si el Nigromante intentaba matar a una persona por arte de magia y esa persona sobrevivía, el fracaso sería claro, pero si el objeto era obtener un favor en la corte o la enemistad entre amigos, a menudo se podría señalar un éxito aparente, aunque no fuera dramático.
Desde luego, el autor del Manual de Munich admite pocas posibilidades de fracaso y proporciona numerosos testimonios de la eficacia de sus rituales, fórmulas y conjuros.
Al leer el Manual de Munich uno se comprende por qué este tipo de libros fueron perseguidos con tanta saña. El uso blasfemo del ritual, la invocación de espíritus con fines amorales o directamente destructivos, y la pura megalomanía de los Nigromantes, son repulsivos tanto para la mirada moderna como para la medieval. Sin embargo, estos libros prohibidos también revelan cosas sobre la sociedad que los generó. Tanto los Nigromantes como los Inquisidores creían en el poder del ritual. Más específicamente, creían que al cumplir con ciertos estándares externos y objetivos, el ritual podría tener un poder automático. La disposición interna no era decisiva; lo que contaba era la correcta observancia de las formas exteriores. La hostia se consagraba efectivamente en la misa, incluso si el sacerdote era un pecador. Así también, creían los Nigromantes, Dios podía ser burlado de manera efectiva, y su poder utilizado para fines malvados si los rituales se realizaban correctamente.
Libros prohibidos. I Libros extraños.
Más literatura gótica:
El artículo: «Liber Incantationum»: el libro de los Nigromantes fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
5 comentarios:
Muy interesante artículo. Sin duda alguna, hoy día hay personas (en las que me incluyo) que llegan a sugestionarse a sí mismas ante la presencia de tales situaciones desconocidas. Lo cual es interesante porque, por más escéptico que uno sea (o quiera ser), a fin de cuentas termina por temer o por lo menos acumular tensión sobre qué sucedería después de realizado una ceremonia. Creo que ese temor o curiosidad ya es innato a nuestra mentalidad, a consecuencia de que nos ha sido "heredado" a través de los años, de las creencias y costumbres que nos inculcan. O quizás me estoy "mal viajando".
¿Habrá alguna fuente de la que pueda leerse, o por lo menos echar una ojeada, al Manual de Múnich?
Creo que fue digitalizado hace algunos años. De todos modos, se han escrito varios estudios sobre el libro que incluyen buena parte del material. Es cuestión de buscar simplemente.
Nicolás Aymerich nunca existió, existió Nicolau Aymerich. No traduzcáis nombres, es ridículo y una falta de respeto. Como cuando alguien dice Julio Verne o Maria Shelley.Editad, si queréis parecer rigurosos.
Lo de traducir nombres propios es relativo, y siempre se ha hecho. En la Edad Media, el Renacimiento y principios de la Edad Moderna se acostumbraba latinizar los nombres y los apellidos. Nunca hubo ningún Nicolaus Copernicus sino un tal Niklas Koppernigk, por ejemplo, aunque él mismo haya usado la versión latina de su nombre. Más allá de eso, tampoco decimos Milano o Firenze, sino Milán y Florencia (a no ser que ser trate de uno de esos que en su vida han leído un libro de historia o geografía), y usamos Londres en lugar de London lo mismo que Colonia por Köln. Hay filólogos que aseguran que la palabra griega original no se corresponde con «cíclope» (esdrújula) sino con «ciclope» (llana). ¿Y qué hay de los nombres y apellidos rusos? ¿Habrá que escribirlos en cirílico porque la transliteración es solo aproximada fonéticamente? De modo que en algunos casos la traducción procede y en otros no. Es cuestión de uso y consenso.
Publicar un comentario