Las pociones de amor más extrañas de la Edad Media


Las pociones de amor más extrañas de la Edad Media.




Las pociones de amor fueron notablemente populares en la Edad Media. Contrariamente a lo que se cree, no todas eran ineficaces.

Particularmente las hierbas utilizadas en muchas pociones de amor de la Edad Media en realidad tenían efectos concretos que podrían relacionarse con el deseo, tales como excitación, euforia, o simplemente el placer que producen los olores agradables.

Este último punto pudo tener un efecto decisivo en una época donde abundaban los olores repugnantes.

Ahora bien, en la historia de las pociones de amor de la Edad Media se inscriben algunos de los elixires y tónicos más asquerosos de los que se tenga conocimiento, más proclives a destrozar los intestinos que a favorecer el normal desarrollo de mariposas en el estómago.

Repasemos algunas de las pociones de amor más extrañas de la Edad Media:


Alberto Magno, uno de los hombres más destacados en el ámbito de la química del siglo XII, citado en muchos grimorios y libros prohibidos, sugiere el uso combinado de una hierba conocida como periwinkle (vicapervinca), puerro y gusanos. Al ingerirlos en la proporción adecuada, sostiene el sabio, es posible fortalecer el vínculo de pareja.

Lo que Alberto Magno no aclara es la cantidad exacta que se debe utilizar de periwinkle, notable por sus concentraciones de alcaloides y alucinógenos.

En Inglaterra existía una vieja tradición que sostenía que si una mujer quería encontrar esposo debía atar un ramo de hojas de laurel a su almohada. Antes de dormir debía comer una hoja, y repetir el proceso durante nueve noches consecutivas.

El problema de este sistema es que la humedad de los aposentos del medioevo era formidable; de tal forma que las hojas frescas pronto eran invadidas por el moho y hongos de todo tipo. Al llegar a la quinta o sexta noche la pobre mujer seguramente se veía obligada a consumir hojas con una alta concentración de elementos nocivos.

Tal vez por eso la tradición asegura que este trabajo induce sueños realmente vívidos, cuando no directamente pesadillas, donde la mujer en cuestión podía identificar al hombre más adecuado para ella de sus pretendientes.

Otra poción de amor de la Edad Media con gran aceptación proponía la colocación de pétalos de caléndula sobre las huellas de la persona que se deseaba enamorar.

Acto seguido se debían hervir estos pétalos en una especie de caldo, que además incluía la tierra donde se encontraba la huella.

Algunos sostienen que este preparado altamente peligroso dio origen al nombre con el que popularmente se conocía a la flor caléndula en la Inglaterra Medival: Sun Bride, ya que teñía el cutis con un brillo amarillento similar al producido por los trastornos hepáticos severos.

En la Francia medieval, cuna del todavía embrionario oficio de perfumista, se empleaban toda clase de fluidos para confeccionar pócimas de amor.

El principal de ellos era la sangre menstrual, que combinada con larvas de mosca española y yuyos como la verbena podían inflamar el deseo de cualquier caballero con indisimulables disfunciones.

Esta pócima de amor se ingería a través de infusiones. Si los efectos que producía en el caballero flácido no eran evacuadas en tiempo y forma se corría el riesgo de padecer los primeros síntomas de la licantropía.

A los franceses les debemos una larga lista de pociones de amor, algunas de ellas claramente ineficaces y que se reservaban gran parte del significado secreto de las flores.

Estas pociones de amor francesas apelaban normalmente a los pétalos de una flor conocida como aguileña, así como los jugos gástricos de toros y otros animales reconocidos por su vigor. Estos ungüentos debían ser frotados en las zonas más sensibles del cuerpo, como las axilas, la mucosa vaginal y el miembro viril.

Algo similar ocurría con las escobas de las brujas, cuyo secreto para volar era, naturalmente, el uso de alucinógenos en contacto directo con los genitales, los cuales eran absorbidos por el cuerpo sin los efectos indeseables del consumo por vía oral.

Las propiedades mágicas de las flores fueron cambiando con el tiempo. Por ejemplo, la flor de la aguileña también fue utilizada en los códigos florales de la era victoriana, ya como señal de que un hombre estaba interesado ardorosamente en una dama.

La datura, flor que produce altas y hasta letales concentraciones de alucinógenos, era utilizada en España como poción de amor.

Las propiedades de la datura, clínicamente comprobada como un estimulante del sistema nervioso central, poseían el efecto a largo plazo de depresivo; lo cual validaba la creencia general de que el amor, una vez satisfecho, produce en los hombres un estado similar a la melancolía, considerado antiguamente como el octavo pecado capital.

Ahora bien, así como en la Edad Media existían muchos tipos de pociones de amor, también se disponía de una larga lista de antídotos.

La mayoría de las curas para el mal de amor inducido requerían de una práctica médica conocida como flebotomía, básicamente sangrías que se realizaban periódicamente para extraer del paciente los humores maliciosos que le habían sido inseminados a través de la magia roja.




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