El libro de Nekyia.
Carlos Iturbe, geólogo de profesión y mitófilo en sus horas libres, jugó su mano con perfecto desinterés y perdió.
Asesorado por el profesor Lugano, Iturbe se resistió a la idea de perder a su amada, Adela Montolivo, y decidió que no hay razón aparente para permitirle al Hades llevarse a nuestros seres queridos sin articular un reproche.
Fue entonces cuando en la oscuridad clandestina del bar el profesor le acercó una copia manuscrita de un desgastado libro que el tiempo y la prudencia han condenado al olvido.
Nosotros fuimos testigos de aquel encuentro fatídico. Iturbe tomó el libro y descendió a las dependencias subterráneas del bar, las cuales se conectan con el inframundo a través un prodigo edilicio que ningún arquitecto ha querido comentar oficialmente.
Mientras lo vimos descender con paso resuelto, alumbrado por los dos haces de luz macilenta que proyectamos con nuestras linternas, el profesor Luganos me informó acerca de los propósitos de aquella expedición.
—Usted sabe que Iturbe está loco.
—Lo sé, profesor.
—Tal vez ese sea uno de los dos requisitos para descender voluntariamente a los infiernos.
—¿Y el otro?
—Creer que uno está cuerdo.
Hicimos silencio durante unos minutos. Los pasos de Iturbe se perdieron en la oscuridad.
—Hábleme del libro, profesor.
—El loco Iturbe me pidió la clave secreta para acceder a los vestíbulos del infierno. Naturalmente, hay un solo lugar en dónde conseguirla: El libro de Nekyia.
—¿Se refiere al ritual griego?
—Efectivamente. El Nekyia, o Necuia, significa «evocación de los muertos»; pero en realidad se utilizaba para designar un viaje al Hades. Estos episodios se repiten en los mitos. Heracles, Orfeo, Teseo, Eneas, todos ellos descendieron al submundo; también el astuto Odiseo, que buscaba la mirada profética del sabio Tiresias; y ni hablar del rabí Jesús, que luego de la crucifixión se dio una vuelta por los avernos para poner en orden uno o dos asuntos.
—Imagino que para efectuar aquellos descensos existía un procedimiento establecido.
—Precisamente. No cualquiera está calificado para semejante exploración.
—Pero, profesor; según entiendo la Nekyia es un residuo mitológico de las antiguas creencias nigrománticas de los pueblos prehelénicos. Quiero decir, ¿no creerá que realmente es posible bajar al infierno?
Nos llegaron algunos ecos desoladores. Tal vez un grito, un insulto, la promesa de un horror inimaginable. Agudizamos el oído para percibir la retirada de Iturbe de las dependencias infernales pero no detectamos ningún paso desde la abertura al sótano.
—¿Está usted familiarizado con el Nekyiomanteion?
—Vagamente.
—Permítame explicárselo. El Nekyiomanteion fue el templo mas oscuro de la Antigua Grecia. Estaba localizado sobre una colina maldita al noroeste de Grecia, desde donde se podían ver las aguas del río Aqueronte. Allí no solo se practicaba el Nekromanteion, es decir, la nigromancia; sino que las piedras que conformaban esa colina blasfema tenían propiedades traslúcidas, e incluso algunas de ellas podían transformarse en portales hacia la Casa Oscura.
—Ya veo. Y nuestro amigo geólogo ha conseguido una de esas piedras...
Aguardamos algunos instantes hasta que finalmente oimos una sucesión de pasos irregulares ascendiendo por la escalera. No parecían tener relación con el caminar aplomado y seguro de Iturbe, sino más bien con un andar inarticulado, inestable; casi como el de alguien que no sabe controlar los impulsos musculares que nos permiten desplazarnos.
Apuntamos nuestras linternas hacia la abertura del sótano. Apareció una frente, el segmento de una cabeza, y un par de ojos que se correspondían con las características oculares de Iturbe pero en cuyo centro se adivinaba una otredad.
—Huyamos —dijo Lugano.
Abandonamos las linternas y ganamos la puerta con gran elegancia. Ya lejos de aquel portal maldito, me animé a preguntar:
—¿Era Iturbe?
—Sí.
—¿Entonces por qué huímos?
—Por que además de Iturbe era alguien más.
—¿Quién?
—¿Eso qué importa? ¿Recuerda a los héroes de los que hablábamos hace un rato?
—Por supuesto: Jesús, Eneas, Heracles, Teseo, Odiseo, Orfeo...
—¿Sabe qué tienen en común todos ellos?
—¿Qué todos han visto y regresado del infierno?
—No. Que cuando regresaron ya no eran ellos mismos.
—¿Qué clase de libro le entregó a Iturbe, profesor?
—El libro de Nekyia.
—Ya lo sé, ¿pero qué contiene?
—Nada. Todos los libros son el libro de Nekyia. El acceso a los infiernos es libre y gratuito.
Dejé atrás a Lugano y sus exégesis progresistas y me perdí en la noche que agonizaba. Horas después supimos que Iturbe había sido visto rondando por el cementerio con andar sonambúlico y masticando furiosamente los adoquines de la calle principal.
Egosofía. I Filosofía del profesor Lugano.
El artículo: El libro de Nekyia fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
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