«Liber Infecunditatem»: el libro de la infertilidad


«Liber Infecunditatem»: el libro de la infertilidad.




El Liber InfecunditatemLibro de la infertilidad— es un capítulo particularmente inquietante del Malleus Maleficarum que nunca se publicó en el corpus original de 1487, pero que circuló en ciertos ámbitos dentro de la Inquisición. Esencialmente trata sobre la capacidad de las brujas para interferir o destruir a fertilidad del hombre, los animales y las cosechas (ver: Cómo las brujas causaban impotencia en los hombres).

Esta destrucción obstrucción maliciosa se consideraba una actividad común entre las brujas, y en el folclore y la magia circulaban distintos remedios y acciones preventivas. En cierto modo, estos hechizos de infertilidad eran la antítesis de los ritos de fertilidad, aunque a las brujas también se les atribuía el poder de producir cosechas abundantes y asegurar una descendencia saludable de ganado y humanos. Curiosamente, este tipo de actividades beneficiosas no constituían un delito, a pesar de tratarse de magia. Los inquisidores no podía procesar a las brujas por sus buenas acciones (ver: El baile de las brujas: descubriendo los secretos de sabbats y aquelarres).

Dado que la fertilidad era vital para la prosperidad, tanto individual como social, se creía que una bruja que quisiera dañar a un vecino lanzaría un hechizo de infertilidad para afectar su capacidad generativa o la de su sustento. El Liber Infecunditatem narra historias escalofriantes de vacas que no parían, cosechas que se malograban, y mujeres que no lograban quedar embarazadas. Lo extraño es que esta clase de hechizos, según el Liber Infecunditatem, no constituían un gran esfuerzo para la bruja. De hecho, eran bastante sencillos de lanzar.

Los hechizos de infertilidad podían hacerse con algo tan simple como una mirada, o con el tacto, pero generalmente involucraban ciertos encantamientos y polvos mágicos. Paradójicamente, el Liber Infecunditatem razona que Dios permitía que el diablo tuviera poder sobre el acto generativo porque él mismo era incapaz de reproducirse (ver: Los Demonios, el amor, y el placer). Abyzou era el demonio más dispuesto a obstruir los asuntos de alcoba era (ver: Abyzou: la demonio que persigue a las embarazadas)

Para destruir las cosechas, se decía que las brujas tomaban un gato, un sapo, un lagarto o una víbora (ver: Los «espíritus familiares» en la brujería), luego los desollaban y colocaban sobre las brasas hasta reducirlos a cenizas. Con algunas palabras en su lengua secreta (ver: Transitus Fluvii: el idioma de las brujas) cargaban estas cenizas y las esparcían por los campos de cultivo.

Para interrumpir la concepción y causar abortos espontáneos las brujas empleaban métodos similares, pero esta vez los polvos eran colocados debajo de las casas. Una bruja medieval, según el Liber Infecunditatem, confesó —tal vez con la ayuda de la tortura— que durante cinco años había interrumpido todos los embarazos de la localidad.

En una historia contada en el Malleus Maleficarum se habla de una noble embarazada de Reichshofen, quien fue advertida por su partera para que no hablara ni tocara a ninguna mujer si se aventuraba fuera del castillo. La noble prestó poca atención a la recomendación, y durante un paseo se le acercó una mujer. Parecía amable, por lo que la mujer noble accedió a su pedido de tocarle la panza. Al regresar al castillo, la noble comenzó a experimentar un dolor insoportable, y su embarazo se interrumpió de un modo francamente espantoso (ver: La marca de las brujas).

Pero a veces los hechizos de infertilidad debían lanzarse sobre alguien que ya había dejado descendencia, lo cual presentaba algunas dificultades. El Liber Infecunditatem informa que, en estos casos, las brujas podían arruinar a las generaciones venideras de una familia a través de diversas maldiciones. Algunas de ellas podían prolongarse hasta nueve generaciones.

Con respecto a los humanos, se creía que las brujas podían interferir con la fertilidad de varias maneras. Algunas preferían proyectar una imagen espeluznante —a menudo la del diablo— para que se interponga entre los cuerpos en el lecho, lo cual causaba la suficiente alarma como para detener las maniobras amorosas. Otras directamente lanzaban hechizos para destruir el deseo, y finalmente estaban las influenciaban sobre la biología de los hombres, causando impotencia e incluso obstruyendo los conductos seminales.

En un apartado del Liber Infecunditatem, llamado De Infecunditate, se aclara que el diablo era perfectamente capaz de llevar a cabo por sí solo estas operaciones detestables, pero que prefería hacerlo a través de sus agentes, las brujas, porque esto ofendía más a Dios.

Pero el hechizo más interesante al respecto, llamado maleficia, consistía en la extracción del órgano masculino, no de forma real, sino a través de una ilusión. El Liber Infecunditatem advierte contra las despectum, o amantes despreciadas, quienes fácilmente podían ser brujas (¡todas las mujeres podían serlo!) capaces de lanzar estos hechizos de ilusión, haciéndoles creer a sus víctimas que habían perdido su virilidad. La ilusión era tan eficaz que el sujeto no podía ver ni sentir nada en la zona.

Tal vez para profundizar el pánico ante la posibilidad de ser víctima de tales hechizos, el Liber Infecunditatem asegura que la única forma de restaurar el miembro desaparecido era conseguir que la bruja cortara la maldición. Si no lo hacía, por ejemplo, muriendo inoportunamente durante la tortura, el efecto era permanente.

El testimonio de terceros, incluso de personas respetables que juraban que el miembro seguía allí, tenía poco impacto en el ánimo de la víctima. No poder verlo, ni sentirlo, bien equivalía a no tenerlo.

Una historia del Malleus Maleficarum menciona a un monje que, en la confidencialidad de la confesión, le enseñó a su confesor que le faltaba una parte importante de sí mismo debido a la maldición de una bruja. ¡El sacerdote confesor apenas pudo creer lo que veía! Aquello que el monje aseguraba estaba ausente, en realidad era perfectamente visible, y hasta palpable. Finalmente, el monje convenció a la bruja que lo había embrujado para que retirara la maldición, y sus atributos fueron restaurados.

Hay que decir que este tipo de hechizos rara vez era denunciado. Muchos preferían vivir en la ilusión de la impotencia que recurrir a las autoridades. Después de todo, estos trabajos esotéricos supuestamente afectaban solo a los hombres con gran aptitud para el pecado. El diablo, aparentemente, no podía perturbar los órganos de los piadosos.

Ahora bien, esta clase de hechizos demandaban constantes refuerzos de parte de la bruja para que no perdieran eficacia. El Liber Infecunditatem revela que el método preferido por las brujas para recargar la ilusión era, curiosamente, proceder como si fuera real. Tal es así que se decía que algunas brujas recolectaban estos órganos imaginarios y los guardaban en cajas, de tamaño variable, donde se retorcían y eran alimentados con leche, maíz y avena (ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción).

La imagen de una caja que se mueve por la agitación de hambrientos miembros autónomos, aunque fuesen ilusorios, es escalofriante.

A propósito, el Malleus Maleficarum relata la historia de un hombre que perdió sus atributos y le exigió a una bruja que se lo restaurara. Ella se mostró comprensiva al principio. Le dijo al hombre afigido que trepara a cierto árbol. En las ramas superiores encontraría una caja escondida debajo de un nido. Dependía de él reconocer su propio miembro entre los otros tantos que reptaban en el interior de la caja.

El hombre trepó al árbol mientras la bruja lo observaba desde abajo. Encontró el nido, y la caja debajo de él. No se sabe si con buenas intenciones, o tratando de aprovechar las circunstancias, el hombre intentó tomar el órgano más grande. Desde abajo, la bruja lo reprendió severamente, diciéndole que no podía llevarse ese, y añadió: porque pertenecía al párroco.

El Liber Infecunditatem es un opúsculo extraño, lleno de pócimas, recetas y encantamientos abominables, lo cual nos hace preguntarnos: ¿cuál era el sentido de divulgar tales conocimientos profanos? En principio, porque la Inquisición también utilizó estos hechizos para sus propios fines, justificándose en la lucha contra herejes, paganos y enemigos políticos de la Iglesia.

En El Espejo Gótico consideramos que es poco ético brindar detalles específicos sobre estos actos de magia dañina. No tanto porque algún imbécil intente practicarlos, sino para no ofender a nuestras queridas brujas, y sobre todo para no profanar sus secretos. Lo decimos sinceramente, verificando que todo esté en su lugar.




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