La marca de las brujas


La marca de las brujas.




La marca de las brujas —también conocida como la marca del diablo— refiere a la evidencia de iniciación de las brujas y los hechiceros medievales, quienes al realizar un pacto con el diablo sellaban su compromiso de obediencia con una marca imborrable en el cuerpo.

El que oficializaba la marca de las brujas era el propio demonio, a menudo utilizando sus propias garras o una aguja caliente. La marca propiamente dicha poseía tintes azules y rojos, y su sello no dejaba cicatriz; o al menos así lo afirma un sinnúmero de tratados demonológicos y libros prohibidos de la Edad Media.

El Malleus Maleficarum, por ejemplo, aclara que la marca del diablo se realizaba al finalizar el sabbath, es decir, en el ocaso de los excesos: momento de gran agitación donde se efectuaba el llamado baile de las brujas.

El Compendium Maleficarum, de Francesco María Guazzo, revela que la marca de las brujas se imprimía en sitios ocultos del cuerpo femenino, a veces debajo de los párpados, en las axilas y otras cavidades que la prudencia exige omitir.

En cualquier caso, la marca de las brujas era considerada como una prueba irrefutable de brujería. Esto queda reflejado en libros como el Daemonolatriae libris tres, de Nicolás Remy, quien sostiene que todas las brujas y brujos poseen al menos una marca que los distingue y les permite reconocerse mutuamente.

Huelga decir que todas las mujeres acusadas de brujería eran literalmente vejadas por las autoridades inquisitoriales con el pretexto de inspeccionar sus cuerpos en búsqueda de la marca del diablo.

Estos procedimientos eran tan horripilantes que actualmente comienza a barajarse la posibilidad de dejar de llamarlos cacerías de brujas, y emplear el más adecuado: cacería de mujeres.

El De Daemonialitate et Incubis et Succubis informa que la marca de las brujas se caracteriza por ser una zona insensible al dolor. Tarde o temprano todas las brujas terminaban revelando un área con propiedades similares: después de recibir cientos, si no miles, de pinchazos en todo el cuerpo, es probable que sea imposible reaccionar frente a nuevas perforaciones.

Jean Bodín aclara en el De la démonomanie des sorciers que la marca de las brujas es notablemente distinta a las marcas de nacimiento, lunares y heridas cicatrizadas.

La ubicación precisa de la marca de las brujas se obtenía a través de la tortura, y ninguna confesión resultaba totalmente confiable hasta que se la practicaba con un rigor cercano al sadismo más abyecto.

En el De Praestigiis Daemonum et Incantationibus ac Venificiis, de Johann Weyer, se detallan los elementos más macabros del procedimiento:

La mujer acusada de bruja era desnudada y su cuerpo era afeitado por completo. Se utilizaban largas agujas para perforar su piel, comenzando por las áreas más sensibles. Se buscaban zonas insensibles, es decir, callosidades o puntos que al ser perforados no provocaran una reacción de dolor.

Si tenemos en cuenta que estos procedimientos normalmente se realizaban frente a una multitud de personas enfervorizadas, no es ilógico suponer que los gritos de las mujeres torturadas fuesen pasados por alto.

Para agregarle mayor perversión al asunto, cuando no se encontraba ninguna marca visible, los inquisidores podían recurrir a un argumento que luego sería registrado por Collin de Plancy en el Dictionnaire Infernal: existen marcas invisibles, lo cual garantizaba que cualquier mujer que cayera bajo las garras de la inquisición podía ser fácilmente condenada por bruja.

La antropóloga británica Margaret A. Murray —autora de: El culto de la brujería en Europa Occidental (The Witch Cult in Western Europe) y El dios de los brujos (The God of the Witches)— elabora la hipótesis de que las marcas de las brujas fuesen en realidad tatuajes, los cuales serían el residuo de antiguos cultos paganos que actualmente fueron revitalizados por la Wicca.

Las hipótesis de Margaret A. Murray fueron ampliamente desacreditadas, sobre todo por otras investigadoras mucho más agudas para interpretar lo que la inquisición realmente buscaba: reducir a la mujer a su mínima expresión, es decir, a la servidumbre física y moral más absoluta.

Anne Barstow realiza un impresionante análisis en su libro Una nueva historia de las cacerías de brujas en Europa (A New History of the European Witch Hunts). Allí argumenta que la marca de las brujas era una excusa para imponer un inusual tipo de violencia sobre el cuerpo femenino y cuyo propósito final, tal vez, era servir de advertencia a todas las mujeres: tanto el exterior de la piel como el interior del cuerpo podían y debían ser registrados centímetro a centímetro, perforándolo una y otra vez, penetrándolo con dispositivos escalofriantes, hasta que cualquier atisbo de rebeldía o individualidad fuese debidamente aplastado.

En este contexto podemos pensar que las brujas de la Edad Media fueron verdaderas mártires de la feminidad.




Diarios Wiccanos. I Libros de brujería.


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