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La Hora de las Brujas [¿por qué a las 03:00 AM?]


La Hora de las Brujas [¿por qué a las 03:00 AM?]




«Ha sonado la medianoche, la hora de las brujas,
cuando en los cementerios bostezan las tumbas
y el hálito del Infierno se escapa por ellas.
En esta hora sería capaz de beber sangre tibia
y cometer crímenes que causarían espanto a la luz del día.»

[Hamlet, William Shakespeare]



Despertar a mitad de la noche, especialmente a las 03 de la mañana, y sentir que algo no anda del todo bien [un escalofrío, la sensación de estar siendo observado], puede resultar particularmente inquietante. Uno puede lamentarse de haber visto demasiadas películas de terror, o escuchado demasiadas historias donde el mal se manifiesta con mayor intensidad a las 03:00 AM. Definitivamente hay algo sobre la Hora de las Brujas que toca una fibra común [ver: ¿Qué ocurre a las 03:33 de la madrugada?]

La Hora de las Brujas se ha asociado con una variedad de supersticiones y creencias. Por ejemplo, algunas personas creen que despertar a las 03:00 AM significa que alguien te está observando o que un espíritu está tratando de comunicarse contigo. Otros creen que si llaman a la puerta en ese momento, no debes abrir, ya que podría ser un espíritu maligno [ver: Un golpe: «SÍ»; dos golpes: «NO»; tres golpes: «DÉJAME ENTRAR»]

Muchos «expertos» en lo paranormal consideran que las 03:00 de la madrugada es un momento donde los demonios o entidades del mundo espiritual hacen sentir su presencia con mayor intensidad. Esto, por supuesto, hunde sus raíces en el folclore. La Hora de las Brujas [o la Hora del Diablo, Hora Muerta, etc.] es un momento de la noche asociado históricamente con eventos sobrenaturales, donde las brujas, los demonios y fantasmas se muestran en su máximo poder. Ahora bien, la definición «Hora de las Brujas» varía dependiendo de la época, y apunta, en algunos casos, a la hora inmediatamente posterior a la medianoche; y en otros al lapso de tiempo entre las 3:00 AM y las 4:00 AM.

La creencia popular de que las 03:00 AM es la Hora de las Brujas [cuando las entidades tienen más poder] puede haber surgido de la idea de que ese momento de la noche es la «hora más oscura», y por lo tanto la más alejada de la luz del sol, cuando la mayoría de las personas están durmiendo y el mundo se siente más tranquilo y silencioso. Esta sensación de aislamiento y falta de actividad puede contribuir a experimentar sentimientos de inquietud o miedo.

La explicación más cercana a la ciencia tiene que ver con los ritmos circadianos y los ciclos de sueño, que experimentan una caída en las primeras horas de la madrugada, de manera tal que en estos momentos las personas son más propensas a tener sueños vívidos, pesadillas y despertarse sobresaltadas. Esto podría contribuir a las experiencias aparicionales, comunes entre las 02:00 AM y las 04:00 AM, cuando la cantidad de melatonina en el cuerpo alcanza su pico máximo.

Sin embargo, esto sólo es aplicable a los tiempos modernos; porque en la época en la que se forjó la creencia en la Hora de las Brujas las personas estaban despiertas. En efecto, durante la Edad Media existía el primer sueño [aproximadamente entre las 19:00 y las 23:00]. Las personas se levantaban y realizaban sus actividades normales durante dos o tres horas, y volvían a acostarse. Es decir que durante la época en la que se originó la Hora de las Brujas, la mayoría de las personas tenían horarios de sueño donde estaban despiertas durante la mitad de la noche.

La Hora de las Brujas, como lo indica su nombre, tiene sus orígenes en la creencia en la brujería y el ocultismo, no en la actividad paranormal como la entendemos en la actualidad. Desde un punto de vista racional, no hay razón para creer que las 03:00 AM tenga algún significado especial para una entidad sobrenatural. El momento en que se producen fenómenos paranormales parece aleatorio y no está vinculado a ninguna hora del día o de la noche. En todo caso, la Hora de las Brujas apunta a un espacio de tiempo en la madrugada donde las brujas están más activas.

¿Y por qué las brujas están activas a las 03:00 AM?

En primer lugar, por una cuestión práctica: esa es la hora en que los buenos ciudadanos están durmiendo. Pero hay una razón adicional. El cristianismo relaciona a las 03:00 AM con la actividad demoníaca, siendo este momento de la madrugada el horario opuesto a las 15:00 [03:00 PM], hora en la que supuestamente murió Cristo en la cruz. Aceptando este cálculo, la inversión se consideraba entonces como la Hora del Diablo. Lo cierto es que durante toda la Edad Media se creyó que cualquier barrera entre los vivos y los muertos era más delgada entre la medianoche y las 03:00 AM.

La asociación de las brujas con las 03:00 de la madrugada, entonces, está relacionada con la creencia de que los fenómenos sobrenaturales son más frecuentes en determinados momentos del día y del año. Al igual que los sucesos estacionales, como los solsticios y los equinoccios, entre la medianoche y las 03:00 AM evocaba magia negra. Entre los demonólogos clásicos existen dos explicaciones que no son excluyentes: algunos afirman que durante la Hora de las Brujas los vivos son más sensibles a los espíritus de los muertos; otros que los muertos poseen poderes más fuertes en estos momentos y por eso llevan a cabo sus «travesuras» durante la noche.

Si tomamos ambas explicaciones podríamos decir que la Hora de las Brujas es cuando las brujas, los demonios y los fantasmas están más activos, ya sea debido a una distorsión en la frontera entre los vivos y los muertos, o a causa de una mayor actividad mágica. En la Hora de las Brujas los vivos pueden sentir más fácilmente la presencia de los muertos, y los muertos pueden interferir en el plano físico; pero su nombre depende de la suposición de que las brujas lanzaban sus hechizos en la oscuridad de la noche, cuando podían pasar desapercibidas y el velo entre la vida y la muerte es más débil [ver: Transitus Fluvii: el idioma secreto de las brujas]

Una versión más moderna de esta creencia afirma que cuando despiertas a las 03:00 AM hay una entidad observándote en la habitación. Sin embargo, esa sensación podría tener una explicación fisiológica: a las 03:00 de la madrugada la mayoría de las personas están en medio del ciclo REM, que es el sueño más profundo que se experimenta durante la noche. En este momento tu frecuencia cardíaca baja, tu respiración se hace más lenta y tu temperatura corporal disminuye. El cuerpo pasa por estos cambios para ayudarte a tener el mejor descanso posible, pero puede ser preocupante despertar durante este período, ya sea a causa de un ruido o de un llamado de la naturaleza. Despertar durante el sueño profundo te deja sintiéndote desorientado y frío, y tu cuerpo reacciona con miedo, incluso con terror. La creencia popular utiliza todo esto y le da una explicación sobrenatural: un fantasma o un demonio te ha hecho una visita [ver: Sentir que hay un espíritu en casa]

La investigación paranormal seria no le da ninguna importancia a la hora. Después de todo, ¿porqué importaría tal o cual hora, la medición humana del tiempo, si un lugar está embrujado? Más bien podríamos pensar que la noche, independientemente de la hora, puede marcar la diferencia en algunas situaciones, y que ciertas entidades parecen ser más activas en las horas de oscuridad. Incluso podríamos aceptar, como los demonólogos medievales, que los muertos tienen más poder durante la noche, en el sentido de que en ese contexto somos más propensos a sentir miedo, y por lo tanto a ceder a él ante una interacción con una entidad inteligente. Si fuésemos espíritus atados al plano físico seguramente haríamos algunas cosas durante el día si surge la oportunidad, pero la mejor recompensa sería por la noche, cuando el miedo es más fácil de provocar.

La energía residual [el fantasma promedio] generalmente se manifiesta al azar, durante el día o la noche. Las cosas simplemente suceden y a veces los vivos podemos percibirlo. Encuentras un armario abierto, sientes como si alguien estuviera en la habitación contigo, un portarretratos o un libro se cae, pero no hay límites ni restricciones de tiempo. Si estás despierto a las 03:00 de la madrugada es posible que notes todo eso con mayor intensidad debido al silencio y el poco movimiento en la casa [ver: Pasos, golpes, objetos que caen y otros ruidos inexplicables]

A principios del siglo XX, la parapsicología se ocupó de estudiar la Hora de las Brujas, no necesariamente en términos fijos [las 03:00 de la mañana], sino como lapso de tiempo entre las 02:00 y las 04:00 AM. Muchos autores sugieren que hay más energía disponible por alguna razón. Entonces, si una entidad, humana o no, normalmente no tiene la fuerza para producir un efecto físico, a la madrugada podría obtener suficiente energía para que esto suceda. Es una hipótesis vaga que depende de demasiadas suposiciones sin fundamento [ver: Libros, cuadros y portarretratos que se caen solos]

Es absurdo pensar que la Hora de las Brujas empieza y termina en algún momento. Annie Besant, C.W. Leadbeater, y otros teósofos, afirman que la energía requerida para que una entidad se manifiste en el plano físico necesita acumularse a lo largo del tiempo. Es decir que la Hora de las Brujas no empezaría a las 03:00 AM, sólo está llegando a su pico, y no se cortará abruptamente a las 04:00 AM, sino que se apagará progresivamente [ver: Espíritus y «ambientes cargados»]. Esto también suena a un intento por poner algo de orden en la aleatoriedad. En definitiva, el enfoque de las 03:00 de la mañana [en términos de energía paranormal más fuerte o mejor percibida] podría ser una especie de tradición espiritual mal interpretada que se sigue difundiendo como un conocimiento técnico.

Dicho esto, es claro que hay buenas razones para esperar hasta la noche para tener este tipo de experincias. En general, hay menos contaminación acústica y lumínica, y la temperatura ha bajado al mínimo. Tu entorno físico está más tranquilo. Hay menos cosas que distraigan la mente, menos ruido de fondo. Cada experiencia tiene la oportunidad de destacarse con claridad [también las que tienen causas naturales]. Eres más consciente de ti mismo y de lo que sientes o experimentas, y tienes menos excusas para culpar a la actividad de fondo. Por lo tanto, no es tanto una cuestión de tiempo, sino más bien de conciencia aumentada.

El problema con este tipo de creencias es que sirven para explicar cualquier cosa extraña que ocurra dentro de sus parámetros: ruidos extraños, pasos, susurros, puertas que se abren y cierran solas, cuestiones que durante el día serían explicadas fácilmente por causas naturales, pero que se vuelven ominosas a la Hora de las Brujas. De todas formas, esta tradición popular admite tantas posibilidades que resulta dificultoso precisar qué ocurre exactamente a las 03:00 AM; en realidad, todo parece ocurrir:


a- Escuchar una voz que suena como la de un ser querido que ha fallecido [ver: Espíritus que imitan la voz humana]

b- Otra experiencia común durante la Hora de las Brujas son las apariciones. Estas pueden ser cualquier cosa, desde apariciones en toda regla [personas o animales] hasta figuras de sombras y orbes.

c- Puntos fríos, que según algunos son causados por espíritus que extraen energía del entorno para manifestarse. Pueden sentirse en toda la casa o en áreas específicas.

d- Quizás la experiencia más vaga durante la Hora de las Brujas es tener una sensación general de malestar. Esta puede ser causada por una variedad de factores, como sentir que te están observando o sentir una presencia en la habitación [ver: Sentir «presencias» cuando estás solo]


En términos ocultistas, la Hora de las Brujas o la Hora del Diablo define el momento de la noche en que los poderes de la oscuridad son más fuertes, no necesariamente una hora específica, como las 03:00 de la madrugada. Según la tradición, es durante la Hora de las Brujas cuando el practicante de las artes negras está en el apogeo de sus poderes y los seres sobrenaturales son los más activos. Tal vez por eso, durante la Edad Media la Iglesia Católica prohibió a las mujeres salir a la calle entre las 03:00 y las 04:00 de la mañana. Las mujeres que no respetaban esa regla eran vistas como sospechosas de practicar la brujería.

La creencia primitiva en la Hora de las Brujas tiene una base bastante lógica: a la madrugada era cuando se ofrecían menos oraciones «oficiales» a Dios, es decir, oraciones hechas por agentes de la Iglesia [la única arma espiritual eficaz contra Satanás]. En consecuencia, se creía que los espíritus de la oscuridad podían hacer su trabajo sin la interferencia de rezos y plegarias. Este lapso entre oraciones oficiales forma parte de la Liturgia de las Horas. Los monjes medievales llevaban a cabo el oficio de Maitines [Entre las 02:00 AM y las 03:00 AM], y recién volvían a sus rezos a las 05:00 AM [hasta las 06:00] en el oficio de Laudes. Este período de tiempo, entre las 03:00 y las 05:00 AM, en teoría, era el responsable del supuesto aumento de la actividad demoníaca.

En la Alta Edad Media todavía no existía un consenso general sobre el significado de las apariciones y fantasmas: todo se resumía a la actividad del Maligno y sus agentes terrenales. Recién cuando la Iglesia acuñó la idea de Purgatorio, el concepto de «fantasma» ganó más terreno. Las almas con más probabilidades de volver a atormentar a los vivos eran aquellas cuyos rituales funerarios no se habían realizado correctamente, o que bien tenían asuntos pendientes que necesitaban cerrarse: suicidios, mujeres que morían al dar a luz o personas que morían sin tiempo para la confesión y la absolución.

De hecho, fue en esta época que comenzaron los ritos estandarizados para que los vivos pudieran despedirse adecuadamente y hacer frente a la pérdida de un ser querido. En cierto modo, estos ritos tenían varios objetivos: dejar ir a la persona fallecida, darle un cierre a los vivos, y evitar incómodos retornos de ultratumba durante las horas de la noche.

Sin embargo, con la llegada del concepto de Purgatorio, los espíritus de los muertos comenzaron a verse como entidades no exclusivamente demoníacas, pero rápidamente se viró teológicamente para evitar confusiones. Si una entidad aparecía en la forma de un ser querido fallecido, lo más probable es que fuera un demonio que asumía esa forma para tentar a las personas a cuestionar el plan divino. La noción de que un fantasma podía no ser demoníaco amenazaba toda la estructura espiritual post-mortem [cielo, infierno y purgatorio]; no sólo porque estaba fuera de lugar, sino que había regresado adonde ya no pertenecía [el plano terrenal]. Si Dios tenía realmente el control, ¿cómo un fantasma podía irse de su lugar asignado para regresar a los vivos?

Antes del surgimiento del Cristianismo, los fantasmas [espíritus humanos] se entendían como un aspecto natural, aunque incómodo, de la existencia humana. Al final, la Iglesia acabaría aceptando la misma concepción de «fantasma» de los sistemas de creencias paganos: que los espíritus de los muertos podían regresar para pedir ayuda a los vivos, castigarlos por la falta de ritos funerarios apropiados, o para cerrar asuntos pendientes. De hecho, es lícito afirmar que el concepto de Purgatorio no es original de la Iglesia. Su visión fue expresada por primera vez por Platón [Fedón], donde se describe la existencia de almas que llevan el peso de pecados no lo suficientemente malos como para ser sentenciados al nivel más bajo del inframundo, el Tártaro, pero sin las virtudes suficientes para acceder a los Campos Elíseos. No es asombroso que estos espíritus de los que habla Platón fueran más activos en horas de la madrugada.

Para finalizar, hemos consultado con el profesor Lugano sobre la Hora de las Brujas, pero se abstuvo de brindar demasiados detalles. Simplemente sostuvo que, la mayoría de las veces, el bar Teufel de Chacarita cierra alrededor de las 03:00 AM, por lo que históricamente la gente del barrio sabe que a esa hora comienzan a suceder cosas extrañas.




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El artículo: La Hora de las Brujas [¿por qué a las 03:00 AM?] fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción, enviar consultas o compartir tu experiencia, escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Cuando yo era una bruja»: Charlotte Perkins Gilman; relato y análisis.


«Cuando yo era una bruja»: Charlotte Perkins Gilman; relato y análisis.




Cuando yo era una bruja (When I Was a Witch) es un relato fantástico de la escritora norteamericana Charlotte Perkins Gilman (1860-1935), publicado originalmente en la edición de mayo de 1910 de la revista The Forerunner.

Cuando yo era una bruja, uno de los mejores cuentos de Charlotte Perkins Gilman, relata la historia de una mujer que descubre que sus deseos pueden hacerse realidad, incluso cambiar la sociedad en general. El problema con el cumplimiento ilimitado de deseos es saber qué desear sin que se produzcan consecuencias desagradables.

La Narradora comienza aclarando su incomprensión del pacto unilateral que hizo con Satanás; de otro modo hubiese podido seguir siendo Bruja. En cualquier caso, su conversión se produjo la medianoche de un 30 de octubre, en la terraza de su edificio, después de un día urbano lleno de vicisitudes miserables: perros y gatos que le quitaron el sueño, calor, un huevo semi-podrido para el desayuno, periódicos engañosos, un taxi que la ignora, un guarda del subterráneo que le cierra la puerta en la cara y, una vez a bordo, el manoseo de los hombres y los peligrosos sombreros de las mujeres con sus bordes filosos. Después de un día como este, el techo del edificio al menos le ofrece un poco de fresco y soledad...

Pero la Narradora no está sola. Hay un gato. Un gato negro, hambriento y en pésimo estado, que aparece detrás de una chimenea y maúlla lastimosamente. La Narradora ve pasar un carruaje en la calle, su conductor azota a su caballo exhausto. Ella desea en voz alta, con todo su corazón, que cualquiera que lastime a un caballo sienta su dolor mientras el animal sale ileso. El conductor vuelve a azotar al caballo y grita él mismo. La Narradora no hace la conexión de inmediato, pero el gato negro se frota contra su falda y vuelve a maullar. La Narradora lamenta cuántos gatos sin hogar sufren en las ciudades. Sin embargo, más tarde esa noche despierta por los aullidos de los felinos y desea que todos los gatos de la ciudad estén «cómodamente muertos».

A la mañana siguiente su hermana le sirve otro huevo pasado. La Narradora maldice a todos los proveedores de alimentos a probar sus propios productos, a sentir su sobreprecio como lo hacen los pobres y a sentir cómo éstos últimos los odian. De camino al trabajo, se da cuenta de que la gente abusa de sus caballos, solo para sufrir ellos mismos. Cuando un conductor la pasa de largo, ella desea que él sienta el golpe y retroceda para dejarla subir con una disculpa. ¡Y lo mismo a cualquier otro conductor que haga esa jugarreta! El suyo, por supuesto, retrocede y se disculpa, frotándose la mejilla.

La Narradora se sienta frente a una mujer adinerada, vestida de forma llamativa, con un perrito faldero sobre las rodillas. ¡Pobre criatura endogámica! La Narradora desea que todos esos perros miserables mueran de una vez. El perro de la mujer adinerada deja caer la cabeza y muere. Más tarde, los periódicos vespertinos describen una repentina enfermedad que está matando a los gatos y perros. Pronto, una «nueva ola de sentimiento humano» eleva el estatus de los caballos, y la gente comienza a reemplazarlos por vehículos motorizados.

La Narradora empieza a entender que debe usar su poder con cuidado. Sus principios fundamentales son: no atacar a nadie que no pueda evitar lo que hace y hacer que el castigo se ajuste al crimen. Hace una lista de sus «preciados rencores». Empresarios corruptos y/o inescrupulosos y autoridades negligentes sienten su justa ira. Las reformas proliferan. Cuando las religiones intentan atribuirse el mérito, maldice a sus líderes con el impulso irresistible de decirles a sus seguidores lo que realmente piensan de ellos. Maldice a los loros para que hagan lo mismo con sus dueños, y a sus dueños a cuidar y mimar a los loros de todos modos. Los periódicos deben imprimir todas sus mentiras, errores, publicidades engañosas, notas sensacionalistas, en diferentes colore para que el lector identifique cada cual. La gente se da cuenta de que ha estado viviendo en la irracionalidad. Conocer los hechos mejora todos los aspectos de la sociedad.

La Narradora ha disfrutado viendo los resultados, pero la condición de las mujeres sigue siendo un punto doloroso para ella. ¿Deben ser juguetes caros o esclavas ingratas? ¿No pueden darse cuenta del verdadero poder de la feminidad, de ser madres amorosas y afectuosas para todos, de elegir y criar solo a los mejores hombres? Con todas sus fuerzas, la Narradora desea esta iluminación femenina universal... y no sucede nada.

Ese deseo no corresponde a las brujas: se necesita magia blanca para llevarlo a cabo. Intentarlo la ha despojado de su poder y ha deshecho todas las mejoras que había logrado. ¡Si solo hubiera deseado la permanencia de sus «adorables castigos»!


Charlotte Perkins Gilman [conocida por El empapelado amarillo (The Yellow Wallpaper) y la novela Herland] fue una feminista que aspiraba a la utopía, es decir, a la reforma social. La Narradora de Cuando yo era una bruja siente que el comportamiento de las mujeres en la sociedad es «como ver arcángeles jugando con pajas, o caballos reales usados como caballitos de balancín», pero al mismo tiempo castiga a ciertas mujeres, como las que usan esos anchos sombreros, sin reparar en cómo son incentivadas para usarlos. Además, la historia presenta algunos elementos bastante crudos, incluidos los matices racistas, el abuso animal y la muerte de animales. La Narradora se conmueve por el sufrimiento de los caballos, pero no vacila en exterminar a todos los perros y gatos.

Cuando yo era una bruja se siente como un grito de desahogo por todas esas pequeñas estupideces cotidianas con las que tenemos que lidiar en la vida urbana, cosas que en sí mismas no son suficientente graves, pero cuya acumulación se torna insoportable. Uno no suele obtener la simpatía del lector matando perros y gatos, pero creo que Charlotte Perkins Gilman intenta decir que la adquicisión de estos deseos, esta magia negra, de algún modo sacan a la superficie todos los impulsos reprimidos de la Narradora.

Hay muchas historias sobre los peligros de obtener el cumplimiento de deseos, desde Las mil y una noches hasta La pata del mono (The Monkey's Paw) de W.W. Jacobs; sin embargo, Charlotte Perkins Gilman invierte el patrón habitual: en Cuando yo era una bruja solo funcionan los deseos egoístas y dañinos. Y funcionan según lo previsto: sin reacciones negativas ni efectos adversos contra el deseante, sin torcer el significado de sus palabras para darle una lección. Nuestra Bruja no sufre consecuencias, excepto cuando pide un deseo «bueno». Esto rompe «los términos de ese contrato unilateral con Satanás».

Este último deseo incumplido es donde podemos reconocer a Charlotte Perkins Gilman: es un deseo de empoderamiento femenino que deja al resto de la historia bajo una luz diferente. Desde el principio, la Narradora rastrea su amargura hasta el punto en que se supone que no debe estar amargada. Después de todo, las mujeres son los «ángeles del hogar»; no desean la muerte de simpáticos animales domésticos. ¿Acaso es una Bruja aquella mujer que simplemente no se ajusta a las normas? La bruja de Shirley Jackson [La bruja (The Witch)] sugiere que son algo más: no solo es Bruja la mujer que busca romper las normas sociales, sino la que trata de romperlas para hacer daño. Si estás teniendo un día de mierda, la tentación de causar el daño puede ser alta [ver: Puérpera, loca y poseída: análisis de «El empapelado amarillo»]

La Narradora asume que hay un pacto satánico involucrado, pero en realidad nunca se confirma. Hay un gato negro, es cierto. Y el deseo que rompe el hechizo es el primero que no trata de hacer daño. Ciertamente hay personas que se sentirían agraviadas si, de repente, las mujeres se empoderaran por completo; pero el deseo no se centra en su descontento. Por otro lado, la Narradora desea que los periódicos digan la verdad y resalten sus mentiras para que sean evidentes. Esto no parece muy satánico; de hecho, obligar a los medios de comunicación a decir la verdad, sin importar sus intereses empresariales, es algo bueno. En ese caso, el «contrato unilateral con Satanás» debería haberse roto. Pero no se rompe, porque algo más está pasando aquí; y no tengo idea de qué se trata. Tal vez algún lector de El Espejo Gótico pueda aportar algo.

Uno no puede sentir otra cosa que simpatía por el Satanás de Cuando yo era una bruja. En el techo, la Narradora esta hirviendo de frustración, arde por hacer mejoras en la sociedad, corregir errores y, lo más importante, castigar a los culpables. Esto último es crucial. Cuando Satanás olfatea a una posible seguidora, rápidamente organiza una prueba. La forma en que la Narradora responda al conductor que azota al caballo determinará su elegibilidad. Ella podría haber deseado que el conductor detuviera su mano antes del golpe; en cambio, desea de todo corazón que el dolor que el inflige repercuta en sí mismo.


«Debo tener cuidado —me dije—; mucho cuidado, y, sobre todas las cosas, adecuar el castigo al delito.»


La Narradora quiere ser una bruja buena y justa, pero sus prejuicios la desvían. Acariciada por el gato negro siente una oleada de compasión por todos los pobres felinos que sufren en la ciudad. Un par de horas más tarde, el aullido de los gatos en la noche la irrita tanto que desea que todos caigan muertos. Y mueren, seguidos por todos esos perritos falderos, vestidos y sobrealimentados, que las mujeres adineradas cargan como si fuesen cachorros humanos...

La Narradora descubre que no puede usar su magia para realizar tareas simples, como rellenar tinteros. Esos resultados serían neutrales, mundanos, no respaldados por rencores. En definitiva, ella ha establecido buenas reglas: «no lastimar a nadie que no pueda evitar lo que está haciendo y que el castigo se ajuste al crimen»; pero no puede seguirlas consistentemente. La magia negra no permite tal pureza ética. Además, cuando la Narradora empieza a notar que sus reformas funcionan y las cosas están yendo bastante bien, se olvida de estar enojada. Esto nos lleva a la ironía suprema:

Una vez que la Narradora deja de estar enojada, es decir, una vez que consigue el espacio emocional para alejarse de los deseos punitivos, puede comenzar a imaginar la emancipación de las mujeres de sus distracciones cosméticas, una emancipación que les permitirá abrazar «su poder real, su dignidad real, sus responsabilidades reales en el mundo». En lugar del enojo, es la esperanza lo que vierte en su deseo. Esto no solo le arrebata sus poderes, sino que revierte las reformas hechas; por lo tanto, la esperanza, la magia blanca, vuelve a sumir a la sociedad en el caos. Emplear el castigo de acuerdo a sus desagrados personales y, de hecho, disfrutarlo, independientemente de cómo el mundo la haya moldeado para tener este enfoque del poder, deja a la Narradora como un agente inadecuado para el ejercicio de la magia blanca. De hecho, transforma a la magia blanca en un agente del mal.




Cuando yo era una bruja.
When I Was a Witch, Charlotte Perkins Gilman (1860-1935)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Si hubiera entendido los términos de ese contrato unilateral con Satanás, el Tiempo de las Brujas habría durado más, puedes estar seguro de eso. Pero, ¿cómo iba a saberlo? Simplemente sucedió, y nunca ha vuelto a suceder, aunque he intentado los mismos preliminares en la medida en que pude controlarlos.

La cosa empezó de repente, una medianoche de octubre, el 30, para ser exactos. Hacía calor, mucho calor, todo el día, y la noche era sofocante y atronadora; sin aire y toda la casa hervía con esa actividad imprudente que siempre parece mover el radiador de vapor cuando no se lo necesita. Yo estaba en un estado de ira a fuego lento, lo suficientemente caliente, incluso sin el clima y el radiador, y subí al techo para refrescarme. Un apartamento en el último piso tiene esa ventaja, entre otras: ¡puedes dar un paseo sin la mediación de un ascensorista!

Hay suficientes cosas en Nueva York para perder los estribos, y en este día en particular parecían suceder todas a la vez. La noche anterior, perros y gatos habían roto mi descanso, por supuesto. Mi periódico de la mañana era más mentiroso que de costumbre; y el periódico matutino de mi vecino, más visible que el mío cuando iba al centro de la ciudad, era más lascivo que de costumbre. Mi crema no era crema, mi huevo era una reliquia del pasado. Mis servilletas «nuevas» se estaban agotando.

Siendo mujer, se supone que no debo maldecir; pero cuando el motorista hizo caso omiso de mi simple señal y sonrió mientras pasaba de largo; cuando el guardia del subterráneo esperó hasta que estaba a punto de subir y luego me cerró la puerta en la cara, permaneciendo detrás de ella tranquilamente durante algunos minutos antes de que sonara la campana para ordenar su cierre, deseé maldecir como un arriero.

Por la noche era peor. ¡La forma en que la gente se toca entre la multitud! El guarda que empaca a la gente o la saca de un tirón, los hombres que fuman y escupen, con o sin ley, las mujeres cuyos sombreros con ruedas de carreta con bordes aserrados, plumas que se agitan y alfileres mortales, se suman a la comodidad de una. Bueno, como dije, estaba de muy mal humor y subí al techo para refrescarme. Pesadas nubes negras colgaban en lo alto, y los relámpagos parpadeaban amenazantes aquí y allá. Un gato negro, hambriento, salió sigilosamente de detrás de una chimenea y maulló lastimosamente. ¡Pobre cosa! La habían escaldado.

La calle estaba tranquila para ser Nueva York. Me incliné un poco y miré arriba y abajo los largos paralelos de luces titilantes. Se acercó un coche retrasado, el caballo estaba tan cansado que apenas podía mantener la cabeza erguida. Entonces el conductor, con una habilidad nacida de la práctica, arrojó su látigo y lo curvó bajo el vientre de la pobre bestia con un tajo punzante que me hizo estremecer. El caballo también se estremeció, pobre miserable, y tintineaba su arnés con un esfuerzo al trote.

Me incliné sobre el parapeto y observé a ese hombre con un espíritu de mala voluntad absoluta.

—Deseo —dije lentamente, y lo deseé con todo mi corazón—, que cada persona que golpee o lastime a un caballo innecesariamente sienta el dolor produce, ¡y que el caballo no lo sienta!

Me hizo bien decirlo, pero nunca esperé ningún resultado. Vi que el hombre blandía de nuevo su gran látigo. Lo vi levantar las manos, lo escuché gritar, pero nunca pensé cuál era el problema, incluso entonces.

El gato negro y delgado, tímido pero confiado, se frotaba contra mi falda y maullaba.

—Pobre gatito —dije—; pobre gatito. ¡Es una vergüenza! —Y pensé con ternura en todos los miles de gatos hambrientos y perseguidos que apestan y sufren en una gran ciudad.

Más tarde, cuando traté de dormir, y a través de la quietud se alzaron los estridentes chillidos de algunos de estos mismos sufrientes, mi piedad se enfrió.

—¿Qué imbécil tendría un gato en una ciudad? —murmuré, enojada.

Otro grito, una pausa, un grito continuo y ensordecedor.

—¡Ojalá —exclamé—, que todos los gatos de la ciudad estuvieran cómodamente muertos!

Se hizo un silencio repentino y, con el tiempo, me quedé dormida.

Las cosas fueron bastante bien a la mañana siguiente, hasta que probé otro huevo. También eran huevos caros.

—¡No puedo evitarlo! —dijo mi hermana, que cuida la casa.

—Sé que no puedes —admití—. Pero alguien podría evitarlo. ¡Ojalá las personas responsables tuvieran que comerse sus huevos viejos y nunca obtener uno bueno hasta que vendieran los buenos!

—Dejarían de comer huevos, eso es todo —dijo mi hermana—, y comerían carne.

—¡Déjalos comer carne! —dije, imprudentemente—. ¡La carne es tan mala como los huevos! ¡Hace tanto tiempo que no comimos un pollo fresco y limpio que he olvidado cómo saben!

—Es el almacenamiento en frío—dijo mi hermana.

Ella es una especie pacífica; yo no.

—¡Sí, almacenamiento en frío! —rompí—. Debería ser una bendición: superar la escasez, igualar los suministros y bajar los precios. ¿Qué hace? ¡Acapara el mercado, sube los precios durante todo el año y arruina toda la comida!

Mi ira aumentó.

—¡Si hubiera alguna forma de llegar a ellos! —lloré—. La ley no los toca. ¡Tienen que ser maldecidos de alguna manera! ¡Me gustaría hacerlo! Ojalá toda la multitud que se beneficia de este vicioso negocio pudiera probar su carne en mal estado, su pescado viejo, su leche rancia, lo que sea que comieran. ¡Sí, y que sientan los precios como nosotros!

—No podrían sentirlo; son ricos —dijo mi hermana.

—Lo sé —admití, malhumorada—. No hay forma de llegar a ellos. Pero me gustaría poder. ¡Y desearía que supieran cómo la gente los odia, que sintieran eso también hasta que se enmendaran!

Cuando me fui a mi oficina vi algo gracioso. Un hombre que conducía un carro de basura tomó su caballo por los frenos y tiró y tiró brutalmente. Me asombró verlo llevarse las manos a la mandíbula con un gemido, mientras el caballo se lamía filosóficamente y lo miraba.

El hombre pareció resentirse por su expresión y lo golpeó en la cabeza, solo para frotarse la nuca y maldecir asombrado, mirando a su alrededor para ver quién lo había golpeado. El caballo avanzó un paso, estirando un hocico hambriento hacia un cubo de basura coronado con hojas de col, y el hombre, recuperando su sentido de la propiedad, lo maldijo y lo pateó en las costillas. Esa vez tuvo que sentarse, poniéndose pálido y débil. Observé con creciente asombro y deleite.

Un carro del mercado venía traqueteando por la calle con un joven rufián de rostro fresco para su tarea matutina. Recogió los extremos de las riendas y las descargó sobre el lomo del caballo con un sonoro golpe. El caballo no se dio cuenta de esto en absoluto, pero el joven sí. ¡Gritó!

Llegué a un lugar donde muchos hombres estaban acarreando tierra y piedra triturada. Un extraño silencio y paz se cernían sobre la escena donde usualmente el sonido de los latigazos y la vista de brutales golpes me hacían pasar apresuradamente. Los hombres hablaban un poco entre ellos y parecían estar intercambiando notas. Era demasiado bueno para ser cierto. Miré y me maravillé, esperando mi carro.

Llegó corriendo alegremente. No estaba lleno.

No muy lejos había uno que no había visto al observar los caballos; no había otro cerca de él en la parte trasera. Sin embargo, la autoridad de rostro tosco que lo dirigía pasó alegremente sin detenerse, aunque yo estaba casi en la vía y agitaba mi paraguas. Un sofoco de rabia subió a mi rostro.

—Ojalá sintieras el golpe que te mereces —dije con saña—. Ojalá tuvieras que parar, volver aquí, abrir la puerta y disculparte. Ojalá eso les sucediera a todos ustedes, cada vez que hacen ese truco.

Para mi infinito asombro, ese coche se detuvo y retrocedió hasta que la puerta principal estuvo frente a mí. El motorista la abrió. llevándose la mano a la mejilla.

—¡Disculpe, señora! —dijo.

Entré, aturdida, abrumada. ¿Podría ser? ¿Podría ser posible que lo que deseaba se hiciera realidad? La idea me tranquilizó, pero la descarté con una sonrisa desdeñosa.

—¡No hay tal suerte! —dije.

Frente a mí estaba sentada una persona en enaguas. Era de un tipo que detesto particularmente. No hay un cuerpo real de huesos y músculos, sino los contornos de salchichas agrupadas. Complaciente, vestida de forma llamativa, con una peluca pesada y andrajosa, con talco y perfume y flores y joyas... y un perro. Un pobre, miserable, pequeño, artificial perro, vivo, pero sólo en virtud de la insolencia humana; no una criatura real que Dios hizo. ¡Y el perro tenía ropa puesta y un collar! ¡Su chaqueta entallada tenía un bolsillo y un pañuelo! Parecía enfermo e infeliz.

Medité sobre su lamentable posición, y la de todos los demás pobres prisioneros encadenados que llevaban vidas antinaturales de celibato forzado, privados de la luz del sol, del aire fresco, del uso de sus extremidades; llevados a intervalos establecidos por sirvientes reacios para profanar nuestras calles; sobrealimentados, poco ejercitados, nerviosos y poco saludables.

—¡Y decimos que los amamos! —dije amargamente para mí misma—. Con razón ladran, aúllan y se vuelven locos. ¡Con razón tienen casi tantas enfermedades como nosotros! Desearía… —aquí el pensamiento que había descartado me golpeó de nuevo—. ¡Ojalá todos los perros infelices de las ciudades murieran de una vez!

Observé al pequeño inválido de ojos tristes al otro lado del coche. Dejó caer la cabeza y murió. Ella nunca lo notó hasta que se bajó; entonces hizo bastante alboroto.

Los periódicos de la tarde estaban llenos de todo esto. Al parecer, alguna pestilencia repentina había golpeado tanto a perros como a gatos. Los titulares llamaron la atención, las letras grandes y las columnas se llenaron de las quejas de quienes habían perdido a sus «mascotas», de los trabajos repentinos de la junta de salud y de las entrevistas con los médicos.

Durante todo el día, mientras realizaba la rutina de la oficina, la extraña sensación de este nuevo poder luchó con la razón y el sentido común. Incluso probé algunos «deseos» furtivos, a modo de prueba: deseé que la papelera se cayera, que el tintero se llenara solo; pero no lo hicieron.

Deseché la idea como una tontería, hasta que vi esos periódicos y escuché a la gente contar historias peores. Una cosa decidí de inmediato: no decírselo a nadie.

—Nadie me creería si lo hiciera —me dije a mí misma—. Y no les daré la oportunidad. De todos modos, me he enfocado en perros y gatos... y en caballos.

Mientras observaba a los caballos en el trabajo esa tarde, y pensaba en todos sus sufrimientos desconocidos por los establos abarrotados de la ciudad, el mal aire y la comida insuficiente, y por la tensión desgastante de los pavimentos en clima húmedo y helado, decidí intentarlo de nuevo con los caballos.

—Deseo —dije lenta y cuidadosamente, pero con una intensidad fija de propósitos—, que cada dueño de caballo, cuidador, arrendador, conductor o jinete, pueda sentir lo que siente el caballo cuando sufre en nuestras manos. Que lo sienta aguda y constantemente hasta que el caso esté reparado.

No pude verificar este intento durante algún tiempo; pero el efecto fue tan general que pronto se habló mucho de él; y esta «nueva ola de sentimiento humano» pronto elevó el estatus de los caballos en nuestra ciudad. También disminuyeron sus números. La gente empezó a preferir los camiones de motor, lo cual era algo muy bueno.

Ahora me sentía bastante segura, y guardé mi seguridad para mí misma. También comencé a hacer una lista de mis acariciados rencores, con una fina sensación de poder y placer.

—Debo tener cuidado —me dije—; mucho cuidado, y, sobre todas las cosas, adecuar el castigo al delito.

Lo siguiente que me vino a la mente fue la aglomeración del metro; tanto las personas que se amontonan porque tienen que hacerlo, como las personas que las producen.

—No debo castigar a nadie por lo que no puede evitar —reflexioné—. Pero cuando es pura mezquindad…

Entonces pensé en los accionistas remotos, en los directores más inmediatos, en los funcionarios dolorosamente prominentes y en los empleados insolentes, y me puse manos a la obra.

—También podría hacer un buen trabajo mientras esto dure —me dije—. Es toda una responsabilidad, pero muy divertida.

Y deseaba que todas las personas responsables del estado de nuestros subterráneos se vieran misteriosamente obligadas a subir y bajar de ellos continuamente durante las horas pico. Este experimento lo observé con gran interés, pero pude ver poca diferencia. Había algunas personas mejor vestidas entre la multitud, eso era todo. Así que llegué a la conclusión de que el público en general era el principal culpable y llevaba su castigo diario sin saberlo.

Para los guardias insolentes y los vendedores de boletos estafadores que te dan cambio corto, muy lentamente, cuando estás bailando en un pie y tu tren está allí, simplemente deseaba que pudieran sentir el dolor que sus a víctimas les gustaría infligirles.

Luego deseé cosas similares para todo tipo de corporaciones y funcionarios. Funcionó. Funcionó asombrosamente. Hubo un súbito avivamiento en todo el país. Los huesos secos traquetearon y se incorporaron. Las juntas directivas, que ya tenían suficientes problemas, se vieron agravadas por innumerables comunicaciones de accionistas repentinamente sensibles.

En los molinos, las casas de moneda y los ferrocarriles, las cosas empezaron a mejorar. El país zumbó. Los diarios engordaron. Las iglesias se levantaron y se atribuyeron el mérito. Yo estaba indignada por esto; y, después de una breve consideración, deseé que cada ministro predicara a su congregación exactamente lo que creía y lo que pensaba de ellos.

Asistí a seis servicios el domingo siguiente, de unos diez minutos cada uno, durante dos sesiones. Fue de lo más divertido. Inmediatamente se vaciaron mil púlpitos, se rellenaron, se volvieron a vaciar, y así sucesivamente, semana tras semana. La gente empezó a ir a la iglesia; pero hubo cierta indignación. Siempre habían supuesto que los ministros los tenían en mayor consideración de lo que ahora parecía ser el caso.

Uno de mis rencores más antiguos era contra la gente de los coches cama; y ahora comencé a considerarlos. Cuántas veces había sonreído y soportado, junto con otros miles, sometiéndome impotente. Este es el ferrocarril, un transporte público, y tienes que usarlo. Usted paga por su transporte una buena suma redonda. Pero si desea permanecer en el coche cama durante el día, le cobran otros dos dólares y medio por el privilegio de sentarse allí, mientras que pagó por un asiento cuando compró su boleto. Ese asiento ahora se vende a otra persona, ¡vendido dos veces!

Cinco pesos por veinticuatro horas en un espacio de seis pies por tres por tres de noche y un asiento de día; veinticuatro de estos privilegios en un carro –$120 por día por el alquiler del carro– y los pasajeros a pagar al portero, además. Eso genera $44,800 al año.

Los coches cama son caros de construir, dicen. También lo son los hoteles; pero no cobran a esa tasa. Ahora, ¿qué podría hacer para desquitarme? Nada podría devolver los dólares a los millones de bolsillos; pero este hermoso proceso podría detenerse ahora. ¡Así que deseé que todas las personas que se beneficiaron de esta actuación sintieran una vergüenza tan aguda que hicieran pública confesión y disculpa y, como restitución parcial, ofrecieran su riqueza para promover la causa de los ferrocarriles libres!

Entonces me acordé de los loros. Fue una suerte, porque mi ira se encendió de nuevo. Fue realmente genial, ya que traté de determinar la responsabilidad y ajustar las sanciones. ¡Pero loros! ¡Cualquier persona que quiera tener un loro debe irse a vivir a una isla sola con su conversador preferido!

Había un loro enorme y graznante justo enfrente mío que sumaba sus gritos ásperos y sin sentido a los males más necesarios de otros ruidos. También tenía una tía con un loro. Era una persona rica, ostentosa, que había sido hija única y heredó su dinero. El tío Joseph odiaba al pájaro, pero eso no supuso ninguna diferencia para la tía Mathilda.

No me caía bien esta tía, y no quería visitarla, no fuera que pensara que me estaba fijando en su dinero; pero después de haber deseado este deseo, llamé a la hora fijada para que mi maldición obrara; y funcionó con creces. Allí estaba sentado el pobre tío Joe, más delgado y manso que nunca; y mi tía, como una ciruela demasiado madura, bastante complaciente.

—¡Déjame salir! —dijo Polly de repente—. ¡Déjame salir a dar un paseo!

—¡Qué cosa inteligente! —dijo tía Mathilda—. Nunca dijo eso antes.

Ella lo dejó salir. Luego se subió a la araña y se sentó entre los prismas, bastante seguro.

—¡Qué vieja cerda eres, Mathilda! —dijo el loro.

Ella se puso de pie, naturalmente.

—Nacida como una cerda, entrenado como una cerda, ¡un cerda por naturaleza y educación! —dijo el loro—. Nadie te aguantaría, excepto por tu dinero; a menos que sea este sufrido esposo tuyo. ¡No lo haría, si no tuviera la paciencia de Job!

—¡Cierra ese pico! —gritó tía Mathilda—. ¡Baja de ahí! ¡Ven aquí!

Polly ladeó la cabeza e hizo tintinear los prismas.

—¡Siéntate, Mathilda! —dijo alegremente—. Tienes que escuchar. Eres gorda, fea y egoísta. Eres una molestia para todos los que te rodean. Tienes que alimentarme y cuidarme mejor que nunca, y tienes que escucharme cuando hablo. ¡Cerda!

Visité a otra persona con un loro al día siguiente. Puso un paño sobre su jaula cuando entré.

—¡Llévatelo! —dijo Polly.

Ella se lo quitó.

—¿No quieres pasar a la otra habitación? —me preguntó, nerviosa.

—¡Mejor quédate aquí! —dijo su mascota—. ¡Siéntate quieta, siéntate quieta!

Ella se quedó quieta.

—Tu cabello es mayormente postizo —dijo el loro—. Y tus dientes... y tus contornos. Comes demasiado. Eres una vaga. Deberías hacer ejercicio. ¡Mejor discúlpate con esta señora por murmurar! Tienes que escuchar.

El comercio de loros cayó desde ese día; dicen que no hay mercado para ellos. Pero las personas que criaban loros los mantienen todavía: los loros viven mucho tiempo.

Los aburridos eran una clase de delincuentes contra los que había sentido una enemistad eterna. Ahora me froté las manos y comencé con ellos con este simple deseo: que cada persona a la que aburrieran les dijera la pura verdad.

Hay un hombre a quien tengo especialmente en mente. Fue excluido de un club agradable, pero continúa yendo allí. Él no es miembro, simplemente va y nadie hace nada. Fue muy divertido después de esto. Apareció esa misma noche en una reunión y casi todos los presentes le preguntaron cómo había llegado allí.

—No eres miembro, lo sabes —dijeron—. ¿Por qué te metes? A nadie le gustas.

Algunos fueron más indulgentes.

—¿Por qué no aprendes a ser más considerado y haces verdaderos amigos? —dijeron—. Consigue amigos que disfruten de tus visitas, que de hecho son una molestia pública.

Desapareció de ese club.

Empecé a sentirme muy arrogante. En el negocio de alimentos ya había una marcada mejoría; y en el transporte. El alboroto de la reforma se hacía cada día más fuerte, impulsada por los sufrimientos desconocidos de todos los aprovechados por la iniquidad.

Los periódicos prosperaron con todo esto; y mientras observaba las protestas en voz alta de mi abominación favorita, el periodismo, tuve una idea brillante, literalmente.

A la mañana siguiente llegué temprano al centro de la ciudad y observé cómo los hombres abrían sus periódicos. Mi abominación fue vergonzosamente popular, y nunca tanto como esta mañana. En la parte superior estaba impreso en letras doradas:

Toda mentira intencional, en adv., editorial, noticias, o cualquier otra columna; escarlata.
Todo asunto malicioso, carmesí.
Todos los errores por descuido o ignorancia, rosa.
Todo por el interés del propietario, verde oscuro.
Todo mero cebo: vender el periódico, verde brillante.
Toda la publicidad, primaria o secundaria, marrón.
Todo asunto sensacionalista y lascivo, amarillo.
Toda la hipocresía contratada, púrpura.
Buena diversión, instrucción y entretenimiento, azul.
Noticias verdaderas y necesarias y editoriales honestas, impresión ordinaria.

Los periódicos fueron comprados como pan caliente durante algunos días; pero el negocio real cayó muy pronto. Lo habrían detenido todo si hubieran podido; pero los papeles parecían estar bien cuando salían de la imprenta. El esquema de color se encendía solo para el lector de buena fe.

Dejé que esto funcionara durante una semana, para inmensa alegría de todos los demás periódicos; y luego lo hice con ellos, todos a la vez. La lectura del periódico se volvió muy emocionante por un tiempo, pero el comercio se desvaneció. Incluso los editores no podían seguir alimentando un mercado como ese. Los impresos en azul y ordinarios crecieron de columna en columna y de página en página. Algunas publicaciones pequeñas, sin duda, pero refrescantes, comenzaron a aparecer solo en azul y negro.

Esto me mantuvo interesada y feliz durante bastante tiempo; tanto que me olvidé por completo de enfadarme por otras cosas. Hubo tal cambio en todo tipo de negocios solo siguiendo la mera impresión de la verdad en los periódicos. Empezó a parecer como si hubiéramos vivido en una especie de delirio, sin saber realmente los hechos acerca de nada. Tan pronto como supimos los hechos comenzamos a comportarnos de manera muy diferente, por supuesto.

Lo que realmente puso fin a todo mi disfrute fueron las mujeres. Siendo mujer, estaba naturalmente interesada en ellas y podía ver algunas cosas más claramente que los hombres. Vi su poder real, su dignidad real, su responsabilidad real en el mundo. La forma en que se visten y se comportan solía ponerme bastante frenética. Era como ver arcángeles jugando con pajas, o caballos reales usados como caballitos de balancín. Así que decidí ir tras ellas.

¡Cómo gestionarlo! ¡Qué golpear primero! Sus sombreros, sus sombreros feos, estúpidos, escandalosos, en eso es en lo que una piensa primero. Su ropa tonta y cara, sus abalorios y joyas, su infantilismo codicioso, la mayoría de las mujeres provistas por hombres ricos.

Entonces pensé en todas las demás mujeres, las verdaderas, la gran mayoría, haciendo pacientemente el trabajo de sirvientas sin siquiera un salario de sirvienta, y descuidando los deberes más nobles de la maternidad en favor del servicio de la casa; el poder más grande de la tierra, ciego, encadenado, ignorante. Pensé en lo que podrían hacer en comparación con lo que hacían, y mi corazón se hinchó con algo que estaba lejos de la ira.

Entonces deseé, con todas mis fuerzas, que las mujeres, todas las mujeres, pudieran por fin realizar la Feminidad; su poder y orgullo y lugar en la vida; para que puedan ver su deber como madres del mundo: amar y cuidar a todos los vivos; para que puedan ver su suciedad a los hombres: elegir solo lo mejor, y luego dar a luz y criar mejores; ¡para que puedan ver su deber como seres humanos, y salir directamente a la vida plena, al trabajo y a la felicidad!

Me detuve, sin aliento, con los ojos brillantes. Esperé, temblando, a que sucedieran cosas.

No pasó nada.

Verás, esta magia que había caído sobre mí era magia negra, y yo había deseado la blanca.

No funcionó en absoluto y, lo que es peor, detuvo todas las otras cosas que funcionaban tan bien.

¡Oh, si se me hubiera ocurrido desear la permanencia de aquellos hermosos castigos! ¡Si tan solo hubiera hecho más mientras podía hacerlo, si hubiera apreciado la mitad de mis privilegios cuando yo era una bruja!

Charlotte Perkins Gilman (1860-1935)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Charlotte Perkins Gilman.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Charlotte Perkins Gilman: Cuando yo era una bruja (When I Was a Witch), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Stickman»: de la Bruja de Blair a Carl Jung.


«Stickman»: de la Bruja de Blair a Carl Jung.




Según Carl Jung, un símbolo es la representación abstracta, simplificada, de algo que originalmente es mucho más complejo. El significante, es decir, aquello que el símbolo representa, debe ser conocido dentro de la sociedad donde se aplica. La brujería [como el arte prehistórico] prefiere la abstracción para centrarse en la esencia. Lo que importa no es la forma, sino su núcleo espiritual.

El twana, también conocido como stickman, es un símbolo recurrente en la película El proyecto de la Bruja de Blair (The Blair Witch Project). Se trata de esas misteriosas figuras hechas con ramitas compuestas de cinco puntas con un triángulo central apuntando hacia abajo, que se asemejan a un hombre con los brazos y las piernas extendidos, vagamente similares al Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci [ver: ¿La Bruja Blair pertenece a los Mitos de Cthulhu?]

La premisa de la película gira en torno a tres estudiantes de cine que desaparecen en el bosque mientras son acechados por una entidad invisible. Las figuras hechas con ramitas son algo así como los tótems de la Bruja de Blair, símbolos que actúan como una especie de frontera, de umbral. Cada vez que los estudiantes ven estas extrañas figuras colgadas alrededor de sus tiendas, a Bruja se manifiesta.

Repasemos brevemente el argumento de la película antes de analizar sus símbolos.

Heather, Mike y Josh se proponen realizar un documental sobre la legendaria Bruja de Blair. Viajan a Maryland y entrevistan a los lugareños, quienes hablan de un tal Rustin Parr, un sujeto extraño que vivía solo en el bosque y secuestró a siete niños en la década de 1940. Supuestamente los asesinó en su sótano, en tandas de dos: mientras uno era asesinato, el otro era obligado a pararse mirando un rincón. 

Los estudiantes exploran el bosque y se encuentran con dos pescadores, uno de los cuales les advierte que el bosque está maldito [ver: Psicología del bosque embrujado]. Les habla de un niño llamado Robin Weaver, que desapareció en 1888. Cuando regresó, tres días después, habló de «una anciana cuyos pies nunca tocaban el suelo».

Los estudiantes caminan hasta un sitio en el bosque donde cinco hombres fueron asesinados ritualmente en el siglo XIX. Acampan y, al día siguiente, encuentran un antiguo cementerio con siete pequeños montículos de piedras, uno de los cuales Josh derriba accidentalmente. Esa noche, escuchan el sonido de ramas rompiéndose en el bosque.

Al día siguiente tratan de regresar al automóvil, pero no pueden encontrarlo antes del anochecer y deciden acampar. Vuelven a escuchar el chasquido de ramas. Por la mañana, descubren que se han construido tres pequeños túmulos junto a su tienda. Heather advirte que su mapa ha desaparecido. Mike revela que lo arrojó a un arroyo en un arrebato de frustración. Están perdidos, pero resuelven dirigirse hacia el sur utilizando la brújula de Mike. En el camino descubren estas misteriosas figuras hechas con ramitas, los stickmen, colgando de los árboles.

Esa noche vuelven a oír sonidos inquietantes, incluso de niños riéndose [ver: Escuchar fantasmas de niños que ríen y lloran en la casa]. Después de que una fuerza desconocida sacude la tienda en la oscuridad, se esconden en el bosque hasta el amanecer. Al regresar al campamento descubren que sus pertenencias han sido saqueadas y que el equipo de Josh está cubierto de una especide de baba. Se encuentran con un río idéntico al que cruzaron antes y se dan cuenta de que han estado caminando en círculos [ver: Aragorn, el Sendero de los Muertos y un pasaje a la Cuarta Dimensión]

Josh desaparece a la mañana siguiente. Heather y Mike intentan encontrarlo pero en vano. Esa noche escuchan los gritos agónicos de Josh, pero no pueden encontrarlo. Creen que, en realidad, esos gritos son una invención de la Bruja de Blair para sacarlos de su campamento y poder atacarlos en el bosque.

Al día siguiente, Heather descubre un manojo de ramitas atadas con un pedazo de tela de la camisa de Josh. Al abrir el paquete, también encuentra un trozo de su camisa empapada en sangre que contiene dientes, cabello, un dedo y lo que podría ser un pedazo de lengua. Decide no decirle nada a Mike.

Esa noche se graba disculpándose con las familias de Mike y Josh, asumiendo la responsabilidad de su situación. Vuelven a escuchar los gritos agonizantes de Josh y los siguen a una casa en ruinas que contiene símbolos demoníacos y huellas de manos ensangrentadas de niños en las paredes. Tratando de localizar a Josh, van al sótano, donde una fuerza invisible asalta a Mike y hace que suelte su cámara. Heather entra al sótano y su cámara capta a Mike parado en un rincón. Heather lo llama, pero él no reacciona. La fuerza invisible [que en este punto puede o no ser paranormal] ataca a Heather, lo que hace que suelte la cámara y la película termina.


Los stickmen son fetiches, efigies, juju, y están presentes en la mayoría, si no en todas, las culturas chamánicas.

Estas simples figuras humanoides hechas con ramitas resultan particularmente inquietantes, en parte por su capacidad de mezclarse con el entorno boscoso. Parecen hechas por el hombre y naturales al mismo tiempo. Pueden integrarse en la naturaleza, marcando el espacio, pero también pasar desapercibidas como una de las tantas marañas de ramas que uno puede encontrar en un paseo por el bosque. Otro elemento interesante, y quizás otra característica aterradora, es que los stickman parecen constituir un mensaje específico en una lengua arcana [ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas]

Existen algunas relaciones directas, y otras tangenciales, entre los twanas u Hombres de Palo [stickmen] de la Bruja de Blair con diversas prácticas populares, como los muñecos vudú e incluso con los espantapájaros. De hecho, estos últimos suelen fabricarse en la misma posición que los stickmen, es decir, con los brazos extendidos.

En la Wicca y el neopaganismo en general, los signos, símbolos y sigilos juegan un papel importante, de hecho, son casi imposibles de evitar si estás involucrado en algún tipo de ritual o práctica mágica. Muchos símbolos son conocidos universalmente, otros están limitados a una tradición en particular. Al usarlos, lo único imprescindible es saber qué significan, qué representan, de lo contrario pueden tener un efecto contrario a las intenciones del practicante. En otras palabras, usar un pentagrama de protección o de destierro cuando estás tratando de abrir una puerta, incluso si no conoces su significado, es algo peligroso. También hay que decir que muchas prácticas neopaganas, sobre todo la Wicca, proponen que el practicante diseñe y fabrique sus propios símbolos, cuyo significado debe ser accesible al menos a nivel subconsciente.

Todo símbolo, como el stickman, son tanto representaciones más o menos abstractas como acciones. Hay símbolos que se dibujan sobre papel, que se organizan en piedra, madera o metal, e incluso que se trazan en el aire; y todos ellos requieren acciones.

Para el psicólogo suizo Carl Jung, la Bruja en sí misma es un símbolo del anima [ver: ANIMUS y ANIMA: las almas de los hombres y las mujeres]. En su último libro, El hombre y sus símbolos (Man and His Symbols), Jung afirma:


«El anima se representa como una bruja o una sacerdotisa, mujeres vinculadas con las fuerzas de la oscuridad y el mundo de los espíritus (...) el anima puede aparecer en sueños como mujeres que guían al soñador hacia los poderes del más allá».

En un sueño, o en una pesadilla colectiva, como la que experimentan Heather, Mike y Josh en El proyecto de la Bruja de Blair, la Bruja nos guía hacia los reinos de lo desconocido. El anima es el polo femenino de la psique, y la Bruja es una representación, un símbolo, del costado aterrador de la feminidad.

Como en la película, la Bruja suele ser representada en la marginalidad, viviendo en las afueras de las comunidades, sola en el bosque, así como el anima vive aislada del animus, el polo masculino de la psique [ver: Mæra: la bruja de todos los cuentos de hadas]. Esta es una representación del miedo a la fuerza y sabiduría femenina. Uno sencillamente no quiere perturbar a la Bruja en su marginalidad [en el bosque o en la psique] porque entrar en sus dominios podría obligarnos a descubrir y enfrentar cuestiones con las que no queremos lidiar. Carl Jung escribe lo siguiente sobre la relación al anima y la Bruja:


«El anima se presenta como una bruja, y en general muestra una independencia que no parece del todo adecuada en un contenido psíquico. En ocasiones provoca estados de fascinación que rivalizan con los mejores hechizos, o desata en nosotros terrores que no serán superados por ninguna manifestación demoníaca. Es una criatura traviesa que se cruza en nuestro camino en numerosas transformaciones y disfraces, jugándonos toda clase de trucos, provocándonos delirios felices e infelices, depresiones y éxtasis, arrebatos de afecto, etc... La bruja no ha dejado de mezclar sus viles brebajes de amor y muerte; su veneno mágico ha sido refinado en intriga y autoengaño, invisible aunque no menos peligrosa por eso.»


Sigmund Freud propuso que el Ego constituye el centro del campo de la conciencia, pero el individuo consta de otras regiones de las que no somos conscientes. Nuestra identidad se basa en el Ego; sin embargo, hay extensiones desconocidas, densos bosques psicológicos escondidos que, de vez en cuando, salen a la luz conciencia, no literalmente, sino simbólicamente. Incluso la persona individualizada, es decir, aquella que está en contacto con su Sombra, mantendrá una cierta cantidad de material inconsciente desconocido, y la única forma en que uno puede inferir esos contenidos es a través de sus invasiones a la conciencia, expresadas en forma de fantasías y sueños [ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror]

Todo esto es relevante al examinar la figura de la Bruja. Al igual que con el inconsciente, no se puede decir nada preciso sobre ella, solo que rodea la conciencia, la realidad, e incide sobre ella. En la película, nunca vemos a la Bruja de Blair como tal. Está ahí, en algún lugar periférico del bosque, así como nuestros impulsos reprimidos, la Sombra, está en algún lugar periférico del Ego [ver:  El monstruo femenino como figura de resiliencia]

Es cierto, en El proyecto de la Bruja de Blair se menciona cierta información sobre una mujer llamada Elly Kedward, pero todo lo que sabemos es que fue acusada de brujería, más precisamente de extraer sangre de varios niños. Después fue desterrada de la aldea y se presume que murió durante el invierno. Otro rumor la vincula con un árbol en el bosque donde fue apedreada hasta la muerte por un grupo de aldeanos. Después de eso, todo lo que sabemos es que la mitad de los niños del pueblo desaparecieron.

Volviendo a los twanas, los stickman, estos parecen delimitar el territorio de la Bruja de Blair. Allí, esta entidad es capaz de arrastrar a un hombre adulto fuera de su tienda en medio de la noche e incluso reoganizar el diseño del bosque y los senderos para que la gente no pueda salir. Por alguna razón, le gusta atormentar a sus víctimas durante algunas noches antes de matarlas, tal vez ganando fuerza o simplemente alimentándose de miedo. En cualquier caso, la Bruja de Blair impone una realidad primordial a las frágiles convicciones de la cultura. Una simple figura de madera, vagamente humana, es suficiente para activar en nosotros ese terror primordial [ver: ¡No salgas del camino! El Modelo «Caperucita Roja» en el Horror]

Cuando la Bruja se encuentra en el terreno de la conciencia, de la civilización construida por el Yo, es fácilmente derrotada, desterrada o ejecutada. La Bruja que vive aislada o reprimida en el bosque primero fue una víctima. Sin embargo, cuando el Yo se introduce en sus dominios, la balanza de poder se inclina. La Bruja lo controla todo, incluso puede reorganizar el espacio físico a voluntad. Mientras la Bruja de Blair controla la historia general, flotando sin ser vista en el fondo, Heather controla visiblemente la trama secundaria: narra, entrevista, pone palabras en la boca de Mary Brown, bebe mientras da órdenes a sus dos «espíritus familiares» [Mike y Josh] y, lo más importante, controla lo que nosotros, el público, vemos o no vemos.

Otro punto interesante en la película es la ausencia de tensión sexual entre los protagonistas. Es cierto, se quedan juntos bebiendo en un hotel, pero no hay sexo, no hay cuerpos desnudos. Es una decisión acertada, porque de ese modo los tres siguen siendo como niños, no adultos, que se aventuran en el bosque.

Cuando llegan a su primer destino, un sitio conocido como Coffin Rock, Heather lee con autoridad un texto que describe el descubrimiento de los cuerpos mutilados de cinco hombres. Al parecer, fueron decapitados, sus intestinos fueron extirpados y se tallaron símbolos extraños en sus cuerpos. En este punto, Heather parece estar leyendo un macabro cuento de hadas [ver: Porqué los cuentos de hadas no son para chicos]

Al tercer día, Heather vacila. Ya no está segura de su orientación geográfica, ni siquiera de la historia que está persiguiendo. Cuando se le pregunta qué piensa de la Bruja de Blair y, por lo tanto, de todo su proyecto, simplemente dice: «No lo sé». Heather está perdiendo control sobre la narrativa, y Mike y Josh comienzan a dudar cada vez más de su capacidad como líder.

El grupo eventualmente encuentra su segundo objetivo: el cementerio local, que se compone de siete pequeños montículos de piedras. Heather nos recuerda que había piedras similares alrededor de la casa de la bruja Mary Brown. Infieren lógicamente que deben ser las tumbas de los siete niños desaparecidos.

Después de una noche de escuchar ruidos aterradores en el bosque, el equipo se despierta con una tensión cada vez mayor. Uno de los varones se pregunta si los lugareños no estarán tratando de asustarlos. Finalmente, los varones se amotinan y exigen que Heather les entregue el mapa. Tampoco logran orientarse, porque despiertan a la mañana siguiente y descubren tres montículos de piedras fuera de la tienda [ver: Genius Loci: el espíritu del lugar]. El grupo empieza a entrar en pánico y, mientras se preparan para huir, Heather descubre que ha perdido el mapa [en realidad, Mike luego confiesa haberlo arrojado al río]. Su liderazgo se desintegra.

Entonces llegamos a un claro en el bosque repleto de stickmen, que Josh llama pertinentemente «cosas de vudú». Evidentemente se trata de símbolos mágicos, pero en el contexto de la película los stickmen colgados de las ramas de los árboles, balanceándose en el viento, le recuerdan al público el horroroso cuadro de masculinidad torturada [y acaso castrada] que se representó en Coffin Rock.

Heather parece más susceptible a estas figuras hechas con ramitas. Está paralizada, es incapaz de apartar los ojos del stickman; de hecho, tiene que ser forzada por sus compañeros a seguir adelante. En esta noche los sonidos nocturnos se vuelven todavía más perturbadores. Parece haber cierta conmoción en el campamento, se oyen bebés llorando y algo golpea el techo de la tienda. El grupo sale corriendo, presa del pánico. Al amanecer regresan y encuentran que sus pertenencias están dispersas por el campamento. Josh en particular ha sido el objetivo. Se queja de que sus cosas tienen slime [limo, baba] por todas partes. ¿Este su castigo por burlarse de Heather?

El sexto día, después de caminar durante 15 horas y llegar al punto donde habían partido, Heather pierde el control, pasando de la negación a las lágrimas y la histeria. Josh insiste en torturarla, imitando a Heather como directora y repitiendo una y otra vez: «No hay nadie aquí para ayudarte, ¡ESA es tu motivación!» Es un comentario interesante porque nunca sabemos qué motiva a la Bruja de Blair, tampoco quién es, por qué es tan cruel y de dónde viene su apetito por los niños.

Al séptimo día, Josh desaparece. Esto lleva a Heather y Mike a un estado de pánico casi incontrolable. Después de algunos arrebatos, en un momento más racional, deciden ir hacia el este, siguiendo la lógica de los cuentos de hadas [la Bruja del Oeste siempre es la mala]. Esa noche despiertan escuchando algo que suena como Josh gritando de dolor. No duermen.

A la mañana siguiente, Heather encuentra un manojo de ramitas. En el interior, descubre un jirón ensangrentado de la camisa de Josh que contiene lo que parecen ser dientes. En este punto, Freud se habría levantado de su asiento en el cine y habría señalado que los dientes caídos o arrancados son un símbolo clásico de castración. Después de este espeluznante descubrimiento odontológico, Mike filma a Heather y podemos verla lavándose la sangre de las manos como Lady MacBeth. Ella no le cuenta a Mike sobre el paquete ensangrentado aunque hay un registro fílmico de este secreto.

Heather, ya como una víctima más, se graba a sí misma en primer plano. La vemos desmoronarse con la boca abierta en un rictus de terror, con lágrimas y mocos cayendo por su rostro, hablándole significativamente a las madres de los integrantes del grupo. Heather se disculpa, dice que todo es culpa suya: «fue mi proyecto», dice. En este punto nos vemos obligados a hacernos dos preguntas: ¿por qué Heather está invocando a las «madres»? Y, si este es su «proyecto», como afirma repetidamente, ¿no significa que Heather, no Mary Brown o Elly Kedward, es la verdadera Bruja de Blair?

Después de este espectáculo, Heather y Mike, buscando a Josh, se acercan a una casa decrépita y posiblemente embrujada [ver: Psicología de las Casas Embrujadas]. Heather sigue a Mike por la casa, guiado por lo que parecen ser gritos de Josh. Suben las escaleras, pasan por un lugar pintado con diminutas huellas de manos, pero no encuentran nada y, finalmente, en una de las peores decisiones que podrían tomar, descienden al sótano [ver: El Horror siempre viene desde el Sótano]

El ritmo de la edición se acelera, moviéndose frenéticamente entre el video en color de Mike y el blanco y negro de Heather. Empezamos a escuchar a Heather gritando horriblemente, pero su voz está en la distancia. La cámara a color cae. Nos quedamos mirando a través de la cámara en blanco y negro, que antes hacía las veces de ojos de Heather. Sin embargo, ella ya no tiene el control de la lente porque la escuchamos gritar en el fondo, lejos de la ubicación de la cámara. Al público se le permite vislumbrar a Mike parado en un rincón; se oye el sonido de golpes violentos y la cámara en blanco y negro cae, zumba, se vuelve borrosa y luego hay oscuridad.

No estamos seguros de qué ocurrió, pero dado nuestro conocimiento previo de la historia de los niños parados en los rincones, asumimos que los protagonistas están muertos.

El proyecto de la Bruja de Blair es una película problemática, no por presentar a un líder que es mujer, a un Monstruo que también es mujer, y muchas víctimas que, en su mayoría, son varones; sino porque nos deja con más preguntas que respuestas. De hecho, ni siquiera podemos estar seguros de que haya una Bruja, habida cuenta de la historia de Rustin Parr, quien fue ejecutado por secuestrar y mantener como rehenes a varios niños locales en su infame casa en el bosque, donde colocó sus cuerpos en los rincones de la habitación y los mató ritualmente. Parr, en el lore de la historia, asegura que fue atormentado por el fantasma de una anciana, pero, ¿realmente podemos tomar en serio la palabra de un asesino serial?

A primera vista, las figuras hechas con ramitas, los twanas o stickman, parecen ser advertencias. Están esparcidas por el campamento como un presagio: regresen ahora. Pero, ¿por qué la Bruja de Blair, si es que realmente hay una, advertiría a sus potenciales víctimas de su presencia? Aparte de su extraña presencia, las figuras no tienen una historia de fondo. No sabemos por qué la Bruja de Blair las hace o qué significan exactamente. En un momento, Heather rompe una figura, una decisión que bien puede haber desencadenado todo el drama posterior.




Taller gótico. I Cine.


Más literatura gótica:
El artículo: «Stickman»: de la Bruja de Blair a Carl Jung fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«La Bruja»: Shirley Jackson; relato y análisis.


«La Bruja»: Shirley Jackson; relato y análisis.




La bruja (The Witch) es un relato de terror de la escritora norteamericana Shirley Jackson (1916-1965), publicado en la antología de 1949: La lotería o Las aventuras de James Harris (The Lottery, or, The Adventures of James Harris).

La Bruja, uno de los mejores cuentos de Shirley Jackson, nos sitúa en un vagón de tren casi vacío; lo cual es una suerte para Johnny, de cuatro años, porque tiene un banco para él solo.

Su madre está sentada al otro lado del pasillo con su hermanita, absorta en su sonajero. La madre lee un libro y responde a las muchas preguntas de Johnny sin levantar la vista. El niño está interesado en mirar por la ventana e informar sobre todo lo que ve: un río, una vaca, etc. La beba se cae y se golpea la cabeza. Grita, y Johnny se apresura a consolarla, acariciando sus piecitos. La beba se calma y la madre recompensa a Johnny con un dulce. Sigue mirando por la ventana. Lo siguiente que informa es haber visto a una bruja: una «bruja vieja, gorda y fea» que amenazó con subir al tren y comérselo, pero él la ahuyentó. Bien, dice madre, imperturbable.

Un hombre canoso, de rostro agradable y traje azul, entra en el vagón fumando un cigarro. Le devuelve el saludo a Johnny [que le ha dicho «hola» a todos los que han pasado a su lado], se sienta y le pregunta al niño qué está mirando por la ventana. Una «gran vieja fea vieja mala vieja bruja», responde Johnny [compensando con énfasis lo que le falta en el vocabulario]. ¿Y has encontrado muchas? Una.

Johnny está interesado en el cigarro del hombre. Verán, su padre los fuma. Todos los hombres lo hacen, dice el anciano. Un día, Johnny también lo hará. ¿Y cuántos años tiene Johnny? ¿Cómo se llama? A tales convenciones Johnny responde: «Veintiséis. Ochocientos cuarenta y ochenta». Y su nombre es «Señor Jesús». Su madre sonríe ante la primera respuesta, frunce el ceño ante la segunda. Johnny agrega que su hermanita tiene doce años y medio.

El anciano se sienta al lado de Johnny. La madre está un poco ansiosa [no en pánico; las cosas estaban más relajadas entonces], hasta que el anciano empieza a contarle a Johnny la historia de su hermanita. ¿Era una bruja? quiere saber el chico. Tal vez, dice el anciano, lo que hace que Johnny se ría con entusiasmo.

Érase una vez, continúa el anciano, tenía una hermanita igualita a la de Johnny, tan linda y simpática que la amaba más que a nada en el mundo [la madre sonríe]. El anciano le compró regalos a su y un millón de caramelos. Luego le rodeó el cuello con las manos y la asfixió hasta matarla.

Johnny jadea.

La sonrisa de la madre se desvanece.

Sí, dice el anciano, para creciente fascinación de Johnny. Luego le cortó la cabeza, las manos, los pies, el pelo y la nariz. La profanó.

La madre está a punto de gritar pero la beba se cae de nuevo y necesita atención. Mientras tanto, el anciano cuenta cómo puso la cabeza de su hermanita en una jaula con un oso, y el oso se la comió.

¿Toda?

Toda.

La madre cruza el pasillo hecha una furia. ¿Qué cree que está haciendo? Será mejor que se vaya de este vagón. Ella llamará al guarda si no lo hace. El anciano le pregunta si la asustó. Le da un codazo a Johnny, quien proclama que este hombre descuartizó a su hermanita y agrega que, si llegara a venir el guarda, se comerá a mamá. ¡Y él y Johnny le cortarán la cabeza a mamá! Y a la hermanita también, incita el anciano.

El anciano se incorpora y avanza por el pasillo, pidiéndole cortésmente a la mamá que lo disculpe mientras abandona el vagón. ¿Cuánto falta para llegar?, pregunta Johnny. Poco, dice mamá. Ella mira a su hijo, queriendo decir más, pero solo puede ordenarle que se quede quieto y sea un buen niño. Después de recibir una golosina [y dar las gracias], Johnny pregunta si ese anciano realmente hizo todo aquello. Solo estaba bromeando, dice la mamá. Lo repite con urgencia: «Solo estaba bromeando». Claro, dice Johnny. Da la vuelta y sigue mirando la ventana; agrega: «Probablemente él era la bruja».


La Bruja de Shirley Jackson es una historia con relieves y grietas imperceptibles. No hay demasiado trasfondo, solo gente... y brujas. Asumiendo que son categorías diferentes [ver: ¡No salgas del camino! El Modelo «Caperucita Roja» en el Horror]

Johnny podría ser [y quizás lo es] solo otro chico que atraviesa una fase en la que piensa que «hablar mal» [sin decir realmente ninguna grosería] es gracioso. El Anciano podría ser uno de esos tipos que saben contar historias macabras que los chicos encuentran entretenidas, pero definitivamente hay algo más en La Bruja de Shirley Jackson. Ese «algo» reside en el poder de observación de la autora al tomar una situación aparentemente mundana: un anciano que cruza la raya en sus divagaciones, y nunca aclarar qué diablos está sucediendo, o qué podría suceder. Más aún, Shirley Jackson sitúa al lector a una distancia prudente, pero dentro del vagón, y eso nos obliga a decidir si deberíamos o no intervenir si estuviésemos en esa situación. En esa línea familiar, pero aterradora, brota una sensación de profunda incomodidad.

Como lector, instintivamente levanté un dedo acusador hacia la Madre. ¿Cómo permitió esta mujer que las cosas escalaran de ese modo? Entonces reparé en la astucia de Shirley Jackson al diagramar la situación para que la aparición del Anciano fuese verosimil: se trata de un largo viaje en tren [sabemos que es largo porque Johnny está insoportable], la mujer viaja con una beba que requiere constantes cuidados y un niño que no para de hablar. De algún modo [golosinas, probablemente], la Madre ha conseguido tener cinco minutos para terminar de leer su libro. En este punto, ella está en piloto automático. ¿Brujas por la ventana? Oh, qué interesante. Siéntate y quédate quieto.

Johnny parece un niño normal: inventa historias, no para de hablar, y es capaz de consolar a su hermanita cuando se cae. Como muchos chicos, le gusta hablar con suficiencia de cosas que le dan miedo [en este caso, brujas] porque le parece emocionante. Pero también parece sensible ante ciertas cuestiones. Es decir, nunca he conocido a un compañero de mi hijo de esa edad al que le molestara que le pregunten su edad. La mayoría, asumiendo que no son demasiado tímidos, te informarán su edad exacta, con meses y todo, y con gran entusiasmo. Lo mismo ocurre con los nombres. A Johnny le ofusca dar esas respuestas simples, como si evitara entrar en la tediosa respuesta de preguntas de ocasión [¿Cómo te llamas?, ¿Qué edad tienes? ¿En qué grado estás? ¿Te portas bien?]. Johnny busca algo más de sus interacciones sociales en el tren, algo más emocionante; y esto es lo que el Anciano le proporciona.

El Anciano rompe con las convenciones desde el primer momento. No se presenta; es decir, no entrega su nombre [ninguna Bruja lo haría]. Pero, ¿qué es una Bruja para Johnny? Alguien que «se come» a la gente. Ahora bien, hasta aquí el Anciano aprovecha la indulgencia de la Madre y se dispone a entretener a su hijo durante un rato, lo cual es aceptable. La elocuencia sobre el sororicidio no lo es.

Ya sea que el Anciano haya tenido una hermanita o no, ya sea que le haya dado su cabeza a un oso o no, ha lanzado un «hechizo» con su historia, y el daño ya está hecho. Alentó a Johnny a que liberara sus obsesiones violentas, le mostró las alturas fascinantes a las que los adultos pueden llegar en este campo; y además ha sembrado en la Madre la idea de que su hijo, que hasta hace poco mostró afecto y empatía al consolar a su hermanita, puede ser peligroso. Mi sospecha es que el Anciano acaba de reclutar a Johnny.

La sospecha sobre esta seducción espiritual se profundiza cuando el Anciano le pregunta a Johnny su nombre y este responde «Señor Jesús». La Madre lo reprende por esta pequeña blasfemia, pero Johnny quizás ha reconocido correctamente su papel en el drama que se desarrolla: está siendo tentado, pero, a diferencia de Jesús en el desierto, no demuestra demasiada resistencia. Además, Johnny solo se sorprende momentáneamente cuando la historia del Anciano sobre su devoción fraternal se convierte en una de brutales mutilaciones y asesinato. Su oscura imaginación [presagiada en su historia anterior de una bruja devoradora de niños] se pone en marcha, y no solo se aferra a la confesión impenitente del Anciano, sino que la incita: ¿El extraño realmente cortó a su hermana en pedacitos? ¿El oso realmente se comió toda la cabeza?

Ahora la Madre está indignada; solo la caída [sincronizada] de la beba le impide confrontar al Anciano rápidamente. Su indignación, tal vez, se convierte en horror cuando Johnny se ríe de la pregunta del extraño: «¿Te asusté?» Johnny no tiene miedo. Está en el equipo del viejo y trata de superarlo deportivamente: Espera, escucha, ese supuesto guarda del tren responderá a la queja de mamá comiéndosela. Y luego él y Johnny le cortarán la cabeza a mamá. ¡No, no, espera! ¡Mamá se comerá al Anciano! El extraño se une a la alegría de Johnny hasta que, tan repentinamente como apareció, abandona cortésmente el vagón. Es una salida oportuna, porque ya ha hecho su trabajo.

La normalidad parece regresar con repetida pregunta de Johnny sobre cuánto tiempo falta para llegar. La Madre está conmocionada, menos por lo que ha ocurrido que por la necesidad de neutralizar las palabras del Anciano. Como Johnny no se muestra inquieto o perturbado, ella tiene una excusa para desestimar el incidente y refugiarse en la normalidad. Solo le dice a Johnny que sea un buen chico y le ofrece un soborno azucarado.

Todo podría terminado bien si él no le hubiera preguntado a su mamá si ella creía que el extraño realmente cortó a su hermana. Mamá ya no está en modo automático; se da cuenta de que la situación es urgente. Enfatiza que el extraño solo estaba bromeando. Probablemente, admite Johnny, pero sus últimas palabras delatan que no le cree del todo. Mirando de nuevo por la ventana, dice que el extraño quizás era una Bruja, por lo tanto, capaz de cometer infanticidio, como la bruja de Hansel y Gretel, que además le daba dulces a los niños, casualmente como lo ha hecho mamá... repetidamente... [ver: Groac'h: la bruja de Hansel y Gretel]

Shirley Jackson era una bruja. Ella misma lo afirmó en la contratapa de su primera novela [El camino a través de la pared (The Road Through the Wall), llamándose a sí misma «quizás la única escritora contemporánea en ser una bruja practicante». Tenía varios gatos «familiares», y reunió una colección de libros sobre brujería que podría haber sido envidiada por la Universidad de Miskatonic. Sabía tirar las cartas y lanzó maleficios a varios miembros del mundo editorial de Nueva York. También era madre de cuatro: dos niñas y dos niños. Escribió dos libros con historias apenas disimuladas de su maternidad. Los títulos son reveladores: La vida entre los salvajes (Life Among the Savages) y Criando demonios (Raising Demons). Shirley Jackson conocía la oscura verdad que todos los padres saben y se ocultan a sí mismos: los niños pequeños son agentes del caos y la destrucción. No dejes que esos cachetes regordetes te engañen [ver: El pequeño Destructor de Mundos]

La Bruja de Shirley Jackson suele tomarse como una divertida burla o comedia social, pero ciertamente no lo parece. Johnny es capaz de la mayor ternura con su hermana, pero también muestra la típica atracción infantil por lo cruel y lo horrible. La Bruja conserva la ilusión de normalidad durante un buen rato. Mamá e hijos en un tren, aburridos pero sin síntomas de fiebre de cabaña, seguros de llegar a su destino sin mayores peligros que el ocasional golpe en la cabeza de la beba [quien se las arregla bastante bien con su sonajero]. Johnny es un buen chico, tal vez demasiado imaginativo, inquietante a veces, pero cariñoso. Mamá realiza múltiples tareas sin esfuerzo, acomodando a la beba según sea necesario, reconociendo las observaciones y preguntas de Johnny, leyendo su libro. Pero luego Johnny tiene que ir e imaginar que ve a una Bruja por la ventana, porque pensar que realmente ha visto una Bruja es absurdo, ¿verdad?

De todos modos, al hablar de la Bruja Johnny conjura a un anciano que respira humo. Sigmund Freud [quizás erróneamente] dijo que «a veces un cigarro es solo un cigarro», en lugar de un falo simbólico. No es el caso de La Bruja de Shirley Jackson. Aquí el cigarro no es solo un dispositivo que arde en su punta y produce placer. De hecho, Johnny se da cuenta de que el cigarro es la característica crucial del Anciano, de ahí su comentario de que su padre también fuma cigarros. Claro, dice el Anciano; todos los hombres lo hacen. También lo hará Johnny, algún día.




La bruja.
The Witch, Shirley Jackson (1916-1965)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


El vagón iba casi vacío, tanto que el chiquillo tenía un lugar para él solo y su madre ocupaba un asiento al otro lado del pasillo, junto a su hermanita, un bebé con un pedazo de pan tostado en una mano y un sonajero en la otra. La niña estaba atada al asiento de modo que pudiera incorporarse y mirar alrededor, y cuando empezaba a deslizarse lentamente de costado, la correa la sujetaba y la sostenía hasta que la madre se volvía y la enderezaba. El chiquillo miraba por la ventana y comía una galleta y la madre leía tranquilamente, respondiendo a las preguntas del niño sin levantar la vista.

—Estamos en un río —decía el pequeño—. Es un río y estamos encima.

—Muy bien —respondió la madre.

—Estamos en un puente sobre el río —dijo el niño para sí. Los demás viajeros, muy contados, estaban en el otro extremo del vagón; si alguno de ellos se acercaba por el pasillo en algún momento, el niño volvía la cabeza y decía: «¡Hola!», y el desconocido solía responder: «¡Hola!», y a veces le preguntaba si le gustaba ir en tren, o incluso le decía que era un chico muy guapo y muy mayor. Estos comentarios molestaban al niño y entonces volvía a mirar por la ventana, irritado.

—Veo una vaca —decía. O, con un suspiro—: ¿Cuándo llegaremos?

—Ya falta poco —respondía la madre cada vez.

En un momento dado, la niña, que estaba muy callada y ocupada con el sonajero y el pan tostado, que su madre reponía constantemente, cayó demasiado hacia el otro lado y se dio un golpe en la cabeza. Se puso a llorar, y por unos minutos hubo ruido y actividad en torno al asiento de la madre. El niño bajó de su asiento y corrió al otro lado del pasillo para acariciar los piececitos del bebé y rogarle que no llorara más y, por fin, el bebé se rio y volvió al pan tostado y el niño recibió una paleta y volvió a la ventana.

—Vi una bruja —dijo a su madre al cabo de un minuto—. Había una gran vieja fea vieja mala vieja bruja ahí fuera.

—Muy bien —respondió la madre.

—Una bruja vieja, gorda y fea y le dije que se fuera y se fue —continuó diciéndose a sí mismo en voz baja—. Vino y dijo: «Te voy a comer», y yo le dije: «No me comerás», e hice que se fuera, esa bruja fea, vieja y gorda.

Dejó de hablar y alzó la vista cuando se abrió la puerta del vagón y entró un hombre. Era un hombre ya maduro, con unas facciones agradables bajo un cabello canoso; su traje azul sólo mostraba las ligeras arrugas propias de un largo viaje en tren. Llevaba un habano, y cuando el niño dijo: «¡Hola!», el hombre lo señaló con el cigarro y respondió:

—Hola a ti, hijo —se detuvo justo detrás del asiento del pequeño y se apoyó en el respaldo mirando al niño, que torció el cuello para mirar hacia arriba—. ¿Qué buscas por esa ventana? —preguntó.

—Brujas —contestó el niño al instante—. Brujas feas, malas y viejas.

—Entiendo. ¿Has encontrado muchas?

—Mi padre fuma habanos —aseguró el niño.

—Todos los hombres fuman habanos —replicó el hombre—. Algún día tú también los fumarás.

—Ya soy un hombre.

—¿Cuántos años tienes?

Ante la eterna pregunta, el pequeño miró al hombre con suspicacia durante unos momentos y luego dijo:

—Veintiséis. Ochocientos y cuarenta ochenta.

La madre alzó la vista del libro.

—Cuatro —aclaró, con una tierna mirada al niño.

—¿Tantos? —dijo el hombre con seriedad—. ¿Veintiséis? —señaló con un gesto de cabeza a la mujer del otro lado del pasillo—. ¿Es tu madre?

El niño se inclinó hacia adelante a mirar y dijo:

—Sí.

—¿Cómo te llamas?

El niño lo observó con renovada suspicacia.

—Señor Jesús —dijo.

—Johnny —dijo la madre. Atrajo la atención de su hijo y frunció el entrecejo profundamente.

—Ésa de ahí es mi hermana —anunció el pequeño al hombre—. Tiene doce y medio.

—¿Quieres a tu hermanita? —preguntó el hombre.

El niño lo miró y el hombre dio media vuelta junto al banco y tomó asiento a su lado.

—Escucha, ¿quieres que te hable de mi hermanita? —dijo el hombre.

La madre, que había levantado la mirada con nerviosismo cuando el hombre se sentó junto a su hijo, volvió a concentrarse apaciblemente en su lectura.

—Háblame de tu hermanita —asintió el niño—. ¿Era una bruja?

—Tal vez.

El niño se rió con excitación. El hombre se recostó en el respaldo y dio una pitada al habano.

—Érase una vez —empezó— que yo tenía una hermanita como la tuya —el niño alzó la mirada al hombre, asintiendo a cada palabra—. Mi hermanita —continuó el narrador— era tan bonita y tan deliciosa que la quería más que a nada en el mundo. ¿Quieres, pues, saber lo que le hice?

El niño asintió con vehemencia y la madre levantó los ojos del libro y sonrió, atenta a sus palabras.

—Le compré un caballito de madera y una muñeca y un millón de paletas, y luego la agarré y cerré las manos en torno a su cuellecito y apreté y apreté hasta que estuvo muerta.

El niño se quedó boquiabierto y la madre se volvió. La sonrisa se desvaneció de su rostro. También ella abrió la boca, y volvió a cerrarla cuando el hombre añadió:

—Y luego le corté la cabeza, entonces agarré la cabeza y...

—¿La cortaste toda en pedazos? —preguntó el niño, pasmado.

—Le corté la cabeza y las manos y los pies y el pelo y la nariz —aseguró el hombre— y la golpeé con un palo y la maté.

—¡Espere un momento! —intervino la madre, pero la niña se cayó de lado en aquel preciso momento, y cuando la mujer terminó de incorporarla otra vez, el desconocido ya proseguía sus explicaciones:

—Y tomé la cabeza y le arranqué todo el cabello y...

—¿A tu hermanita? —inquirió el pequeño con vehemencia.

—A mi hermanita —asintió el hombre rotundamente—. Y eché la cabeza a la jaula de un oso y el oso se la comió.

—¿Se comió toda su cabeza? —preguntó el niño.

La madre dejó el libro sobre el asiento y cruzó el pasillo. Plantada ante el hombre, exclamó:

—¿Pero qué cree usted que está haciendo?

El desconocido alzó la vista con aire cortés, pero la mujer añadió:

—Váyase de aquí.

—¿La asusté? —preguntó él.

Volvió la vista al pequeño y le dio un ligero codazo y los dos se echaron a reír.

—Este señor cortó en pedacitos a su hermanita —contó el niño a su madre.

—Podría avisar inmediatamente al guarda —advirtió la madre al hombre.

—El guarda se comerá a mi mamá —añadió el pequeño—. Le cortaremos la cabeza.

—Y a tu hermanita también —asintió el hombre, incorporándose.

La madre se apartó un paso para dejarlo salir al pasillo.

—No se le ocurra volver a este vagón —le advirtió.

—Mi mamá te comerá —dijo el niño al desconocido.

El hombre se echó a reír, el niño también y, por último, el desconocido se disculpó ante la madre y abandonó el vagón pasando junto a ella. Cuando la puerta se cerró tras él, el niño preguntó:

—¿Cuánto falta para llegar?

—No mucho —dijo la madre. Se quedó mirando a su hijo con ganas de decir algo y, finalmente, añadió—: Siéntate y sé buen chico. Voy a darte otro caramelo.

El chiquillo se apresuró a saltar del asiento y seguir a su madre. Ella sacó el caramelo del bolso y se lo dio.

—¿Qué se dice? —preguntó la madre.

—Gracias —respondió el niño—. ¿Es verdad que ese señor hizo pedacitos a su hermanita?

—Hablaba en broma —le aseguró la mujer, y se apresuró a repetir—: Sí, sólo estaba bromeando.

—Probablemente —murmuró el pequeño. Con la paleta en la mano, regresó a su asiento y se acomodó para seguir mirando por la ventana—. Probablemente él era la bruja.

Shirley Jackson (1916-1965)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Shirley Jackson.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Shirley Jackson: La bruja (The Witch), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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