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Significado de las estatuas de los cementerios


Significado de las estatuas de los cementerios:




Las estatuas de los cementerios tienen un significado cultural y folklórico muy profundo; y si bien es cierto que las variantes son muchas en términos de diseño, casi todas se basan en una serie de pincipios simbólicos invariables, un patrón, si se quiere, que se repite en todos los cementerios occidentales.

Esto quiere decir que las estatuas de ángeles en los cementerios, por ejemplo, pueden variar en tamaño, diseño y estilo, pero a pesar de sus diferencias estéticas el motivo folklórico que las sustenta, en este caso, la figura mítica del ángel, posee un significado específico, y eso es precisamente lo que nos proponemos investigar en este artículo.

En primer lugar, hay que decir que todas las estatuas de los cementerios son representaciones de las distintas facetas del Espíritu Guardián de la necrópolis.

Desde la Edad Media hasta nuestros días, todos los cementerios poseen un Espíritu Guardián: un alma destinada a proteger al cementerio y sus difuntos de los espíritus diabólicos; por un lado, pero también para evitar que las almas de los fallecidos regresen a atormentar a los vivos.

Para lograr este objetivo, el Espíritu Guardián es representado a través de estatuas, cada una con sus propias características, pero cuya función es, precisamente, proteger al cementerio y a sus habitantes.

Es decir que el significado de las estatuas de los cementerios no tiene nada que ver con lo ornamental. No están ahí simplemente para adornar un nicho, una tumba, una cripta, un mausoleo o un sepulcro, sino justamente para asegurar el descanso eterno de sus habitantes.

Algunas de las formas más populares en las que este Espíritu Guardián de los cementerios es representado es bajo la forma de ángeles, leones, esfinges, águilas, perros, caballos, figuras encapuchadas, entre otras.

Antes de proseguir es importante hacer una excepción:

El Espíritu Guardián de los cementerios NUNCA es representado como una estatua mirando hacia arriba: el guardián siempre mira hacia abajo, vigilando a aquellos a quien debe proteger, o bien hacia el frente, observando sus dominios y custodiándolos.



Significado de las estatuas de leones en los cementerios:


El león es un símbolo de fuerza y poder. Casi siempre las estatuas de leones en los cementerios se encuentran en pares. Su función es custodiar la entrada a un mausoleo y evitar el ingreso de espíritus malignos.

Mientras uno de los dos leones descansa, con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, o incluso con los ojos cerrados, como si estuviese durmiendo, el otro observa atentamente hacia adelante, vigilando.

De esta forma es representado el Espíritu Guardián del cementerio en su rol de custodio. Cuando los leones aparecen en otras posiciones simbolizan el coraje de los fallecidos, quienes esperan pacientemente, como el león a su presa, el momento de la resurrección.

En los cementerios de la Antigua Roma, los leones eran utilizados para ahuyentar a las Bustuariae: las reinas del cementerio, es decir, mujeres entregaban sus cuerpos sobre las tumbas a cambio de dinero; y, ya en la Edad Media, a los nigromantes, quienes frecuentaban los cementerios para practicar ritos odiosos, como invocar a los muertos.



Significado de las estatuas de esfinges en los cementerios:


Las estatuas de esfinges son, básicamente, aquellas que poseen el cuerpo de un león y una cabeza humana. Si bien son las criaturas mitológicas más populares en las necrópolis occidentales, puede haber otras, aunque generalmente con un mismo significado en común.

Al igual que las estatuas de los leones, suelen encontrarse en pares; pero a diferencia de aquellos, las esfinges no vigilan la entrada a la tumba de visitantes indeseables, sino que su trabajo consiste en impedir que las almas de los fallecidos salgan de su sepulcro.



Significado de las estatuas de águilas en los cementerios:


Las estatuas de águilas en los cementerios suelen estar ubicadas en el techo de ciertos mausoleos. Rara vez se encuentran en pares.

Las águilas simbolizan la fe, el coraje y la generosidad; pero dentro de los cementerios usualmente representan al Espíritu Guardián en su rol de psicopompo; es decir, de guía de los muertos.



Significado de las estatuas de perros en los cementerios:


Una de las estatuas de cementerio más populares es la de un perro sentado junto a un mausoleo, tumba, cripta o sepulcro.

Pueden o no aparecer en pares; pero casi siempre se observa a un solo perro, sentado, como esperando tranquilamente a su amo, lo cual simboliza la lealtad, la fidelidad y la vigilancia del Espíritu Guardián.

En algunos cementerios existen estatuas de perros un poco alejadas de las tumbas, y siempre mirando hacia la entrada principal. Esto representa la leyenda de que el Espíritu Guardián puede perseguir a los intrusos que pasan la noche en el cementerio bajo la forma de un enorme perro negro.

No es lo más común de observar, pero en ciertos cementerios hay estatuas de perros enfurecidos, enseñando los dientes en una clara actitud agresiva. En estos casos, protegen a los fallecidos de la presencia de los Grobnik y los ghouls: vampiros de cementerio, criaturas abominables que cultivan el malicioso hábito de comer cadáveres.

También hay casos de estatuas de dos perros, un macho y una hembra. El macho generalmente se ubica a la derecha, con un objeto entre las patas, que puede ser una pelota o una pequeña presa. La hembra, situada a la izquierda desde la perspectiva del observador, aparece jugando con algún cachorro.

En ambos casos esto representa al Espíritu Guardián en su rol más piadoso y comprensivo, el cual sugiere que los lazos que construimos a lo largo de la vida continúan después de la muerte.



Significado de los caballos, alces y ciervos en los cementerios:


Las estatuas de este tipo de animales representan, en general, al Espíritu Guardián del cementerio como líder de la comunidad de difuntos, no únicamente como guardián de una tumba en particular.

Muchas veces se los encuentran en áreas del cementerio donde no hay personas enterradas, sino inhumadas en nichos, por ejemplo.



Significado de las estatuas de ángeles en los cementerios:


Las estatuas de ángeles, independientemente de su tamaño y diseño, representan al Espíritu Guardián en su rol como intermediario entre el cielo y la tierra.

Si se trata de la estatua de un ángel que llora, generalmente se ubica en un mausoleo donde está enterrado el cuerpo de una persona que falleció prematuramente. Las estatuas de ángeles con espada, en cambio, protegen al nicho familiar, es decir, a todos los miembros de la familia enterrados ahí. El mismo significado se les atribuye a los ángeles que llevan una rosa en las manos.

En los mitos bíblicos, los ángeles son algo más que simples mensajeros: son intermediarios entre el hombre y Dios; y si bien muchos de ellos son representados llorando, otros aparecen llevando en brazos a un niño, o incluso a una figura humana adulta, reflejando así su labor como transportadores de almas.

En cualquier caso, los ángeles de los cementerios cumplen dos funciones específicas: cuidar al alma, llorarla, si se trata de una muerte temprana, pero también escoltarla hacia la otra vida.



Significado de las estatuas de figuras encapuchadas en los cementerios:


Las figuras encapuchadas son, quizá, las estatuas de los cementerios más misteriosas, y poseen muchas variantes que vale la pena repasar.

Algunas figuras encapuchadas pueden verse sentadas, o bien de pie frente a la tumba que custodian. Sus rostros aparecen cubiertos, pero solo en parte, revelando facciones que no parecen ser precisamente amigables.

En este sentido, las estatuas de figuras encapuchadas representan al Espíritu Guardián en una postura que tradicionalmente se conoce como de "eterno silencio"; es decir, de quietud y paciencia por el alma que acaba de partir, la cual necesita tiempo para abandonar la tumba y ascender al cielo.

Otras figuras encapuchadas aparecen lamentándose visiblemente, a veces arrodilladas, otras inclinadas sobre la tumba o mausoleo, como si estuviesen llorando.

De acuerdo a la leyenda, las figuras encapuchadas recorren el cementerio durante la noche, con la cabeza al descubierto, para custodiar su perímetro y alejar a los malos espíritus. En cualquier caso, estas extrañas figuras están encapuchadas durante el día por la sencilla razón de que si alguien observa fijamente sus ojos podría ver su propia muerte.



Algo más acerca de los Espíritus Guardianes de los cementerios:


Para finalizar este repaso por el significado de las estatuas de los cementerios, diremos algo más acerca de sus misteriosos guardianes.

No se trata de un espíritu enviado para esa tarea, sino esencialmente del alma de la primera persona enterrada en el cementerio. Esta tradición alcanzó una enorme popularidad en la Edad Media, y se trasladó hasta nuestros días, a veces con matices sumamente perturbadores.

Algunas personas eran especialmente seleccionadas para ser los Espíritus Guardianes del cementerio. Esto, que a simple vista parece un gran honor, refleja en gran medida los oscuros ritos funerarios del pasado, ya que esa primera persona en ser enterrada en el cementerio debía, además, ser enterrada viva.

De esta forma se aseguraba que el alma no ascendiera al cielo, sino que quedara perpetuamente arraigada al cementerio. Por otro lado, el Espíritu Guardián del cementerio solo puede ser reemplazado cuando alguna otra persona es enterrada viva allí, algo que en otros tiempos ocurría con bastante frecuencia.

Más allá de estos detalles macabros, la función del Espíritu Guardián es asegurar que la frase que se encuentra tallada en prácticamente todas las tumbas se cumpla con absoluto rigor: Requiescat in Pace (R.I.P.), es decir, «descansa en paz».

Y para que los muertos descansen, él debe velar.




Misterios miserables. I Fenómenos paranormales.


Más literatura gótica:
El artículo: Significado de las estatuas de los cementerios fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

La mujer que enamoró a un ángel, y no supo cómo dejarlo


La mujer que enamoró a un ángel, y no supo cómo dejarlo.




Algunos ocultistas comparan a los ángeles de las religiones monoteístas con los viejos dioses del paganismo, y no sin razón.

Los ángeles son, tal vez, las criaturas más sexuales que aparecen en los mitos bíblicos, y más aún, las que más se sienten atraídos por los seres humanos, dejando en ridículo la libido de dioses probadamente calenturientos, como Zeus, por ejemplo, o incluso Afrodita, la diosa griega del amor.

El libro de Enoc sostiene que en la antigüedad los ángeles se sintieron atraídos por la belleza de las hembras humanas. Algunos, de hecho, descendieron de los cielos, liderados por Semihazah, y se unieron a ellas carnalmente.

De aquellos encuentros escandalosos nacerían los Nephilim, los Vigilantes, y una larga corte de híbridos que morirían ahogados durante el Diluvio.

A esta lucha se la conoce como la Segunda Guerra de los Ángeles, durante la cual Dios utilizó toda clase de artimañas para obtener la victoria, entre ellas, las habilidades persuasivas y la seducción de Yecum, una ángel de pasado más bien deshonroso pero capaz de encender la lujuria del más atildado mensajero de los cielos.

No obstante, la línea de sangre de estos ángeles nunca se cortó.

De hecho, muchos creen que todas las personas con especial habilidad para la magia son descendientes de los Nephilim, es decir, parte de una estirpe de híbridos que descienden de la unión de los ángeles con las mujeres humanas.

Tampoco es necesario retroceder hasta los tiempos bíblicos para encontrar ejemplos de relaciones entre ángeles y mujeres mortales.

Ida Craddock fue una feminista criada entre los cuáqueros de Filadelfia; y la primera mujer, de hecho, en ser admitida en la Universidad de Pennsylvania. Durante buen parte de su juventud se ganó la vida ejerciendo el cargo de profesora de estenografía, hasta que se unió a la Sociedad Teosófica de H.P. Blavatsky, Annie Besant y otros, donde se sintió fuertemente atraída por el yoga y el ocultismo.

En 1893 Ida Craddock se mudó a Chicago, donde participó en un concurso de baile realizando una versión bastante escandalosa de la danza del ombligo. Naturalmente, las autoridades la descalificaron, argumentando que sus movimientos antinaturales infundían una especie de repulsión entre los jurados.

Ida Craddock defendió su inquietante performance en un periódico local, asegurando que esos movimientos provenían de una antigua tradición de hembras capaces de seducir a los ángeles, lo cual fue recibido con cierta indignación por los lectores.

A partir de allí, esta extraña y fascinante mujer desarrolló una teoría polémica, al menos para la época, la cual sostenía que el miedo y aún el rechazo por el sexo provenía de una profunda ignorancia de las técnicas apropiadas para conferir y recibir placer.

La Sociedad para la Supresión del Vicio (Society for the Suppression of Vice), liderada por Anthony Comstock, atacó a Ida Craddock asegurando que era inmoral que una mujer tuviera semejantes conocimientos sin estar debidamente casada.

Ida Craddock respondió que sí estaba casada, pero no con un hombre mortal, si no con un ángel.

Desde luego, este matrimonio inconcebible despertó toda clase de polémicas. Tomemos como ejemplo un párrafo del diario personal de Ida Craddock, fechado el 11 de octubre de 1894:


Anoche Soph y yo nos unimos, mayormente en el clítoris, donde su órgano fue durante gran parte del tiempo perceptible en su textura.

(Last night, Soph and I united, mainly at the clitoris, where his organ was for a great part of the time strongly perceptible in its texture)


Existen otros registros de aquel encuentro con el ángel, que Ida Craddock llamá Soph; de hecho, sus vecinos reportaron aquella noche una serie de ruidos perturbadores a las autoridades policiales.

Ida Craddock nos dejó una vasta bibliografía sobre el tema del amor entre los ángeles y los humanos. Su libro: Novios celestiales (Heavenly Bridegrooms), celebra estos encuentros portentosos; así como en Matrimonio psíquico (Psychic Wedlock) revela secretos insospechados en el goce femenino.

Eventualmente Ida Craddock caería bajo las garras de la censura, e incluso sería encarcelada durante un tiempo por distribuir material inapropiado a través del correo federal.

A pesar de estas controversias, Ida Craddock recuperó parte del interés por la personalidad y los hábitos mundanos de los ángeles; particularmente por las antiguas tradiciones de comercio carnal con los ángeles de la guarda, algo que se observa con notable nivel de detalle en varios libros prohibidos y grimorios, por ejemplo, El libro de Abramelin (The Book of Abramelin); obra que describe el arduo proceso de 18 meses para conseguir que el ángel guardián conceda a practicar todo tipo de relaciones.

En cierta forma, la idea del amor con los ángeles también tiene su contrapartida, es decir, con demonios, personalizados en las figuras de los íncubos y súcubos.

Ahora bien, todo parece indicar que resulta mucho más sencillo acostarse con un ángel que dejarlo.

Al igual que las parejas humanas, los ángeles pueden llegar a ser —en opinión de Ida Craddock, que nunca pudo dejar a su ángel a pesar de sus esfuerzos— tan obsesivos, parasitarios, e incluso peligrosos como cualquier amante abandonado.

De hecho, la autora sostiene que muchas mujeres no logran encontrar al hombre adecuado debido a que su ángel de la guarda no se los permite.

Estas mujeres desdichadas han tenido la mala fortuna de poseer ángeles celosos, resentidos, que incluso desvían su atención en el momento del clímax.

La investigadora propone varias recetas absurdas para combatir a estos ángeles despechados. No obstante, advierte que todas las mujeres que logran entablar este tipo de relaciones descienden de los Nephilim, es decir, que ellas mismas participan del árbol genealógico de los ángeles y los mortales.

A estas hembras se las reconoce por su frecuentación con la magia, por su afinidad por los animales, la noche, la soledad, y en la total ausencia de hombres en sus vidas.




Más libros de ángeles y angelología. I Feminología: mitología de la mujer.


Más literatura gótica:
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Angelología: libros, ensayos, artículos, mitos y leyendas de ángeles


Angelología: libros, ensayos, artículos, mitos y leyendas de ángeles.








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Cómo conversar con el ángel de la guarda.


Cómo conversar con el ángel de la guarda.




El ocultista Aleister Crowley destaca en El libro de Abramelin algunos procedimientos para favorecer una conversación con el ángel de la guarda, aunque aclara que no existen métodos absolutos para obtener su atención, y que todo dependerá, en mayor o menor medida, de la voluntad y los deseos del oficiante [ver: La verdadera historia del ángel de la guarda]

En este sentido, cada ángel de la guarda posee gustos, simpatías, deseos y rechazos particulares, de modo que existe un ritual inalterable que funcione sobre cada uno de ellos, sino que luego de varios intentos el oficiante podrá ir descubriendo qué cosas le agradan y qué palabras le resultan inadecuadas para obtener su atención. No obstante estas advertencias, Aleister Crowley incluyó un ritual para convocar al ángel de la guarda, aunque estimula a sus seguidores a modificarlo y ajustarlo a las características de sus propios ángeles de la guarda.

Este rito es notablemente complejo en su concepción, y requiere tiempos que normalmente serían imposibles para cualquiera que no sea un hechicero consumado [ver: Hechizo para contactar con tu ángel guardián]

Ya en la Abadía de Thelema, Aleister Crowley se convenció de que podía proveerle a sus seguidores un método más accesible. Escribió entonces el Liber Samekh, basado en el Ritual del No Nacido [Bornless Ritual], sobre el que hablaremos en poco tiempo; básicamente un rito diseñado para obtener la atención, el conocimiento y la conversación del ángel de la guarda. Y luego añade, como único secreto para el éxito de estas operaciones: «llámenlo a menudo».

No daremos aquí el ritual completo, ya que pueden hallarlo en el libro propiamente dicho, sino que daremos cuenta del proceso místico por el cual se desarrolla [ver: Significado de soñar con ángeles]

El adepto deberá ejercitar la concentración hasta sumergirse en las aguas más profundas de su conciencia. Con el tiempo, sostiene Crowley, el individuo será capaz de abstraer su mente de las operaciones del cuerpo, permitiéndole liberarse momentáneamente de sus sentidos groseros, y de este modo comenzar a percibir su entorno ya despojado de estímulos sensoriales. En este punto, la presencia del ángel de la guarda no solo es perceptible, sino que incluso puede manifestarse sin profundizar en el ritual.

También puede suceder que el ángel de la guarda se mantenga en una posición espectante y no colabore en modo alguno al acercarse a nuestra conciencia. En este sentido, habrá que permitirle un acercamiento paulatino, sin imposiciones ni órdenes de ninguna clase. Casi siempre, el ángel de la guarda se manifiesta abiertamente positivo en cuanto al acercamiento del mortal a cargo, aunque existen casos en donde pareciera que la cercanía de nuestra conciencia, ya libre de ataduras sensoriales, le produjese una suerte de intoxicación, de intensidad, que puede resultar peligrosa si no se la mantiene a raya.

La única forma de controlar al ángel de la guarda es empleando lo que Aleister Crowley denomina como «voz mental», es decir, la voz de nuestros pensamientos, de nuestro monólogo interior, mediante la cual es posible asignarle una disposición anímica acorde a las intenciones del sujeto [ver: ¿Por qué no hay ángeles mujeres?]

El nigromante sugiere, con total razón, que las personas impresionables se abstengan de realizar el ritual, ya que en última instancia puede provocar distintos estados de alienación. Según su propia concepción del ángel de la guarda, éste no siempre puede manifestarse pacíficamente, sino que incluso puede reaccionar con violencia ante el arribo de una conciencia mortal a su propio plano de existencia.

De más está decir que Aleister Crowley era proclive a admitir prodigios, como aquel encuentro con una entidad sideral llamada Aiwass, una especie de ángel de la guarda de nuestro propio mundo, quien le dictó algunos capítulos de su obra capital: El libro de la ley (Liber AL vel Legis).




Angelología. I Misterios.


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La verdadera historia del Ángel de la Guarda


La verdadera historia del Ángel de la Guarda.




Todos tenemos una idea más o menos completa sobre lo que es, o debe ser, un Ángel de la Guarda. Sin embargo, la historia de esta criatura que supuestamente nos escolta como una sombra imperceptible posee características no del todo felices [ver: ¿Por qué no hay ángeles mujeres?]

El término Ángel de la Guarda comienza a ganar fuerza con los comentarios de Abraham de Würzburg, un cabalista francés que escribió un reconocido manual de magia ceremonial en el siglo XV. Otra fuente es nada menos que Samuel Liddell MacGregor Mathers, el fundador de la Orden Hermética del Alba Dorada [Hermetic Order of the Golden Dawn], quien acondicionó el manuscrito de Abraham of Würzburg. Sin embargo, la fuente más antigua que menciona a los Ángeles de la Guarda proviene del zoroastrismo, donde se los llamaba Arda Fravas, literalmente «sagrados ángeles guardianes».

Casi todos los comentadores sostienen que los Ángeles de la Guarda son «emanaciones» de una criatura más grande y noble encargada de regir sobre la vida en la Tierra, es decir, no ya como entidades individuales, sino como partes de un todo. Esta idea es acaso anterior a la unificación de los ángeles al sistema judeocristiano, y en ninguna forma tienen un vínculo directo con el Hacedor del universo. Por el contrario, los Ángeles de la Guarda no están allí para cumplir una función protectora. No son custodios, tal como lo sugiere su nombre, sino «maestros» de los que es posible aprender [ver: El olor de los ángeles]

Por ejemplo, para el ocultismo, una de las metas más importantes del hombre es entrar en comunicación con su Ángel de la Guarda, que a menudo se lo denomina como el Yo Silencioso. Este experimento, que por razones obvias no detallaremos, propone dar un primer paso hacia el contacto con el Ángel de la Guarda, siendo él quien en definitiva tomará desde entonces las riendas de la comunicación.

De cierta forma el Ángel de la Guarda tiene poca relación con esos seres rechonchos y alados del Renacimiento, casi siempre niños, que flotan sobre sus custodiados buscando asistirlos. Es mucho más clara su relación con los Daemon de la Grecia Antigua, los Lares y Genius de los Romanos [que aparecen de forma notable en el cuento de Clark Ashton Smith: Genius Loci (Genius Loci)], y los Atman del hinduísmo, entre otros [ver: Genius Loci: el espíritu del lugar]

Todas estas posibilidades no hablan del Ángel de la Guarda como una entidad totalmente independiente de nosotros mismos, sino de una especie de Alter Ego inmaterial, una versión acabada de nuestra conciencia, desde luego, en permanente contacto con otras esferas de la realidad a las que normalmente no tenemos acceso salvo mediante el sueño o la transfiguración.

Por supuesto, esta opinión tiene sus refutaciones. Por ejemplo, Aleister Crowley, quien afirmaba mantener largas charlas con el Ángel Guardián del Mundo, llamado Aiwass, sostiene que el Ángel de la Guarda es de hecho una criatura completamente distinta de nosotros mismos, y que no mantiene ningún tipo de relación unidireccional, es decir, que actúa en la medida en que nosotros interactuemos con él, ya sea de forma directa o indirecta.

Así como es el propio hombre quien le asigna una moral y una ética a Dios, los Ángeles de la Guarda poseen idénticas ambigüedades; pudiendo encarnar el Bien y el Mal según la naturaleza de su «protegido». Son, en cierta forma, un microcosmos tal como lo somos nosotros, con los mismos defectos y virtudes. Naturalmente poseen características distintas al humano, pero [según lo sugiere Crowley] los Ángeles de la Guarda son capaces del odio, la amistad y el amor, ya sea sobre su «protegido» o sobre sus colegas; incluso se señala que buscan la compañía de otros seres análogos a sus tendencias [ver: Significado de soñar con ángeles]

El ocultista John Dee, revelador de la Magia Enochiana durante el siglo XVI, discrepa anticipadamente con Crowley y denuncia que la composición del Ángel de la Guarda no difiere demasiado de la humana, salvo que éstos habitan en un orden menos «material» de existencia. A su vez indica que su estado de evolución es, en comparación con el nuestro, notablemente alto; aunque no lo suficiente como para desligarse por completo de los círculos del mundo. Su mayor virtud [continúa] es la empatía con los seres humanos y sus sufrimientos; empatía que, por otro lado, no siempre los estimula a brindar asistencia directa [ver: Enoquiano: el idioma de los ángeles]

Para finalizar este escueto repaso sobre la historia del Ángel de la Guarda citaremos un pasaje del propio John Dee en el Cotton Appendix XLVI, donde el ocultista mantiene una conversación filosófica con el ángel Jubanladace.


Dee: Si no es ofensa, alégremente desearía saber cuál es tu posición con respecto a otros ángeles, por ejemplo, Miguel, Gabriel, Rafael y Uriel.

Jubanladace: Según lo merezcan los hombres existe un Gobernador o Ángel a disposición de quien lo busque. Cada alma que transita por el mundo puede acceder a él, así como a sus hermanos oscuros. Según su Excelencia soy apenas un ministro de aquella orden de notables.




Angelología. I Demonología.


El artículo: La verdadera historia del Ángel de la Guarda fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Poemas de ángeles


Poemas de ángeles.








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«El ángel de lo extraño»: Edgar Allan Poe; relato y análisis


«El ángel de lo extraño»: Edgar Allan Poe; relato y análisis.




El ángel de lo extraño (The Angel of the Odd) —a veces traducido como El ángel de lo singular y El ángel de lo raro— es un relato fantástico del escritor norteamericano Edgar Allan Poe, publicado en la edición de octubre de 1844 de la revista Columbian Magazine, y luego reeditado en la antología de 1856: Las obras del difunto Edgar Allan Poe (The Works of the Late Edgar Allan Poe).

El ángel de lo extraño, tal vez uno de los cuentos de Edgar Allan Poe menos reconocidos, es probablemente una de sus mejores sátiras. Aquí, el narrador nos cuenta la curiosa muerte de un hombre, quien fenece accidentalmente al tragar una aguja. Este suceso, nefasto y absurdo, dispara una de las piezas irónicas más notables de su época.




El ángel de lo extraño, una extravagancia.
The Angel of the Odd, An Extravaganza, Edgar Allan Poe (1809-1849)

Era una fría tarde de noviembre. Acababa de dar fin a un almuerzo más copioso que de costumbre, en el cual la indigesta trufa constituía una parte apreciable, y me encontraba solo en el comedor, con los pies apoyados en el guardafuegos, junto a una mesita que había arrimado al hogar y en la cual había diversas botellas de vino yliqu eur. Por la mañana había estado leyendo el Leónidas, de Glover; la Epigoniada, de Wilkie; el Peregrinaje, de Lamartine; la Columbiada, de Barlow; la Sicilia, de Tuckermann, y las Curiosidades, de Griswold; confesaré, por tanto, que me sentía un tanto estúpido. Me esforzaba por despabilarme con ayuda de frecuentes tragos de Laffitte, pero como no me daba resultado, empecé a hojear desesperadamente u n periódico cualquiera. Después de recorrer cuidadosamente la columna de casas de alquiler, la de perros perdidosy las dos de esposas y aprendices desaparecidos, ataqué resuelto el editorial, leyéndolo del principio al fin sin entender una sola sílaba; pensando entonces que quizá estuviera escrito en chino, volví a leerlo del fin al principio, pero los resultados no fueron más satisfactorios. Me disponía a arrojar disgustado este infolio de cuatro páginas, feliz obra que ni siquiera los poetas critican, cuando mi atención se despertó a la vista del siguiente párrafo:

Los caminos de la muerte son numerosos y extraños. Un periódico londinense se ocupa del singular fallecimiento de un individuo. Jugaba éste a soplar el dardo, juego que consiste en clavar en un blanco una larga aguja que sobresale de una pelota de lana, todo lo cual se arroja soplándolo con una cerbatana. La víctima colocó la aguja en el extremo del tubo que no correspondía y, al aspirar con violencia para juntar aire, la aguja se le metió por la garganta, llegando a los pulmones y ocasionándole la muerte en pocos días.

Al leer esto, me puse furioso sin saber exactamente por qué.

-Este artículo –exclamé- es una despreciable mentira, un triste engaño, la hez de las invenciones de un escritorzuelo de a un penique la línea, de un pobre cronista de aventuras en el país de Cucaña. Individuos tales, sabedores de la extravagante credulidad de nuestra época, aplican su ingenio a fabricar imposibilidades probables… accidentes extraños, como ellos lo denominan. Pero una inteligencia reflexiva (como la mía, pensé entre paréntesis apoyándome el índice en la nariz), un entendimiento contemplativo como el que poseo, advierte de inmediato que el maravilloso incremento que han tenido recientemente dichos accidentes extrañoses en sí el más extraño de los accidentes. Por mi parte, estoy dispuesto a no creer de ahora en adelante nada que tenga alguna apariencia singular.

-¡Tíos mío, que estúpido es usted, ferdaderamente! –pronunció una de las más notables voces que jamás haya escuchado.

En el primer momento creí que me zumbaban los oídos (como suele suceder cuando se está muy borracho), pero pensándolo mejor me pareció que aquel sonido se asemejaba al que sale de un barril vacío si se lo golpea con un garrote; y hubiera terminado por creerlo de no haber sido porque el sonido contenía sílabas y palabras. Por lo general, no soy muy nervioso, y los pocos vasos de Laffitte que había sido saboreado sirvieron para darme aún más coraje, por lo cual alcé los ojos con toda calma y los paseé por la habitación en busca del intruso. No vi a nadie.

-¡Humf! –continuó la voz, mientras seguía yo mirando-. ¡Debe estar más borracho que un cerdo, si no me fe sentado a su lado!

Esto me indujo a mirar inmediatamente delante de mis narices y, en efecto, sentado en la parte opuesta de la mesa vi a un estrambótico personaje del que, sin embargo, trataré de dar alguna descripción. Tenía por cuerpo un barril de vino, o una pipa de ron, o algo por el estilo que le daba un perfecto aire a lo Falstaff. A modo de extremidades inferiores tenía dos cuñetes que parecían servirle de piernas. De la parte superior del cuerpo le salían, a guisa de brazos, dos largas botellas cuyos cuellos formaban las manos. La cabeza de aquel monstruo estaba formada por una especie de cantimplora como las que usan en Hesse y que parecen grandes tabaqueras con un agujero en mitad de la tapa. Esta cantimplora (que tenía un embudo en lo alto, a modo de gorro echado sobre los ojos) se hallaba colocada sobre aquel tonel, de modo que el agujero miraba hacia mí; y por dicho agujero, que parecía fruncirse en un mohín propio de una solterona ceremoniosa, el monstruo emitía ciertos sonidos retumbantes y ciertos gruñidos que, por lo visto, respondían a su idea de un lenguaje inteligible.

-Digo –repitió- que debe estar más borracho que un cerdo para no ferme sentado a su lado. Y digo también que debe ser más estúpido que un ganso para no creer lo que esdá impreso en el diario. Es la ferdad… toda la ferdad… cada palabra.

-¿Quién es usted, si puede saberse? –pregunté con mucha dignidad, aunque un tanto perplejo-. ¿Cómo ha entrado en mi casa? ¿Yqué significan sus palabras?

-Cómo he endrado aquí no es asunto suyo –replicó la figura-; en cuanto a mis palabras, yo hablo de lo que me da la gana; y he fenido aquí brecisamente para que sepa quién soy.

-Usted no es más que un vagabundo borracho –dije-. Voy a llamar para que mi lacayo lo eche a puntapiés a la calle.

-¡Ja, ja! –rió el individuo-. ¡Ju, ju, ju! ¡Imbosible que haga eso!

-¿Imposible? –pregunté-. ¿Qué quiere decir?

-Toque la gambanilla –me desafió, esbozando una risita socarrona con su extraña y condenada boca.

Al oír esto me esforcé por enderezarme, a fin de llevar a ejecución mi amenaza; pero entonces el miserable se inclinó con toda deliberación sobre la mesa y me dio en mitad del cráneo con el cuello de una de las largas botellas, haciéndome caer otra vez en el sillón del cual acababa de incorporarme. Me quedé profundamente estupefacto y por un instante no supe que hacer. Entretanto, él seguía con su cháchara.

-¿Ha visto? Es mejor que se guede guieto. Y ahora sabrá guien soy. ¡Míreme! ¡Vea! Yo soy el Ángel de lo Extraño.

-¡Vaya si es singular! –me aventuré a replicar-. Pero siempre he vivido bajo la impresión de que un ángel tenía alas.

-¡Alas! –gritó, furibundo-. ¿Y bara qué quiero las alas? ¡Me doma usted por un bollo?

-¡Oh, no, ciertamente! –me apresuré a decir muy alarmado-. ¡No, no tiene usted nada de pollo!

-Pueno, entonces quédese sentado y bórtese pien, o le begaré de nuevo con el buño. El bollo tiene alas, y el púho tiene alas, y el duende tiene alas, y el gran tiablo tiene alas. El ángel no tiene alas, y yo soy el Ángel de lo Extraño.

-¿Y qué se trae usted conmigo? ¿Se puede saber…?

-¡Qué me draigo! –profirió aquella cosa-. ¡Bues… que berfecto maleducado tebe ser usted para breguntar a un ángel qué se drae!

Aquel lenguaje era más de lo que podía soportar, incluso de un ángel; por lo cual, reuniendo mi coraje, me apoderé de un salero que había a mi alcance y lo arrojé a la cabeza del intruso. O bien lo evitó o mi puntería era deficiente, pues todo lo que conseguí fue la demolición del cristal que protegía la esfera del reloj sobre la chimenea. En cuanto al ángel, me dio a conocer su opinión sobre mi ataque en forma de dos o tres nuevos golpes en la cabeza. Como es natural, esto me redujo inmediatamente a la obediencia, y me avergüenza confesar que, sea por el dolor o la vergüenza que sentía, me saltaron las lágrimas de los ojos.

-¡Tíos mío! –exclamó el ángel, aparentemente muy sosegado por mi desesperación-. ¡Tíos mío, este hombre está muy borracho o muy triste! Usted no tebe beber tanto… usted tebe echar agua al fino. ¡Vamos beba esto… así, berfecto! ¡Y no llore más, famos!

Y, con estas palabras, el Ángel de lo Extraño llenó mi vaso (que contenía un tercio de oporto) con su fluido incoloro que dejó salir de una de las botellas-manos. Noté que las botellas tenían etiquetas y que en las mismas se leía: Kirschenwasser.

La amabilidad del ángel me ablandó grandemente y, ayudado por el agua con la cual diluyó varias veces mi oporto, recobré bastante serenidad como para escuchar su extraordinarísimo discurso. No pretendo repetir aquí todo lo que me dijo, pero deduje de sus palabras que era el genio que presidía sobre los contratiempos de la humanidad, y que su misión consistía en provocar los accidentes extraños que asombraban continuamente a los escépticos. Una o dos veces, al aventurarme a expresar mi completa incredulidad sobre sus pretensiones, se puso muy furioso, hasta que, por fin, estimé prudente callarme la boca y dejarlo que hablara a gusto. Así lo hizo, pues, extensamente, mientras yo descansaba con los ojos cerrados en mi sofá y me divertía mordisqueando pasas de uva y tirando los cabos en todas direcciones. Poco a poco el ángel pareció entender que mi conducta era desdeñosa para con él. Levantóse, poseído de terrible furia, se caló el embudo hasta los ojos, prorrumpió en un largo juramento, seguido de una amenaza que no pude comprender exactamente y, por fin, me hizo una gran reverencia y se marchó, deseándome en el lenguaje del arzobispo en Gil Blas, beaucoup de bonheur et un peu plus de bon sens.

Su partida fue un gran alivio para mí. Lospoquís imosvasos de Laffitte que había bebido me producían una cierta modorra, por lo cual decidí dormir quince o veinte minutos, como acostumbraba siempre después de comer. A la seis tenía una cita importante, a la cual no debía faltar bajo ningún pretexto. La póliza de seguro de mi casa había expirado el día anterior, pero como surgieran algunas discusiones, quedó decidido que los directores de la compañía me recibirían a las seis para fijar los términos de la renovación. Mirando el reloj de la chimenea (pues me sentía demasiado adormecido para mi reloj del bolsillo) comprobé con placer que aún contaba con veinticinco minutos. Eran las cinco y media; fácilmente llegaría a la compañía de seguros en cinco minutos; y como mis siestas habituales no pasaban jamás de veinticinco, me sentí perfectamente tranquilo y me acomodé para descansar.

Al despertar, muy satisfecho, miré nuevamente el reloj y estuve a punto de empezar a creer en accidentes extraños cuando descubrí que en vez de mi sueño ordinario de quince o veinte minutos sólo había dormido tres, ya que eran las seis menos veintisiete. Volví a dormirme, y al despertar comprobé con estupefacción quetodaví aeran las seis menos veintisiete. Corrí a examinar el reloj, descubriendo que estaba parado. Mi reloj de bolsillo no tardó en informarme que eran las siete y media y, por consiguiente, demasiado tarde para la cita.

-No será nada –me dije-. Mañana por la mañana me presentaré en la oficina y me excusaré. Pero, entretanto, ¿qué le ha ocurrido al reloj?

Al examinarlo descubrí que uno de los cabos del racimo de pasas que había estado desparramando a capirotazos durante el discurso del Ángel de lo Singular había aprovechado la rotura del cristal para alojarse –de manera bastante singular- en el orificio de la llave, de modo que su extremo, al sobresalir de la esfera, había detenido el movimiento del minutero.

-¡Ah, ya veo! –exclamé-. La cosa es clarísima. Un accidente muy natural, como los que ocurren a veces.

Dejé de preocuparme del asunto y a la hora habitual me fui a la cama. Luego de colocar una bujía en una mesilla de lectura a la cabecera, y de intentar la lectura de algunas páginas de la Omnipresencia de la Deidad, me quedé infortunadamente dormido en menos de veinte segundos, dejando la vela encendida.

Mis sueños se vieron aterradoramente perturbados por visiones del Ángel de lo Singular. Me pareció que se agazapaba a los pies del lecho, apartando las cortinas, y que con las huecas y detestables resonancias de una pipa de ron me amenazaba con su más terrible venganza por el desdén con que lo había tratado. Concluyó una larga arenga quitándose su gorro-embudo, insertándomelo en el gaznate e inundándome con un océano de Kirschenwasser, que manaba a torrentes de una de las largas botellas que le servían de brazos. Mi agonía se hizo, por fin, insoportable y desperté a tiempo para percibir que una rata se había apoderado de la bujía encendida en la mesilla, peronoa tiempo de impedirle que se metiera con ella en su cueva. Muy pronto asaltó mis narices un olor tan fuerte como sofocante; me di cuenta de que la casa se había incendiado, y pocos minutos más tarde las llamas surgieron violentamente, tanto, que en un período increíblemente corto el entero edificio fue presa del fuego.

Toda salida de mis habitaciones había quedado cortada, salvo una ventana. La multitud reunida abajo no tardó en procurarme una larga escala. Descendía por ella rápidamente sano y salvo cuando a un enorme cerdo (en cuya redonda barriga, así como en todo su aire y fisonomía había algo que me recordaba al Ángel de lo Extraño) se le ocurrió interrumpir el tranquilo sueño de que gozaba en un charco de barro y descubrir que le agradaría rascarse el lomo, no encontrando mejor lugar para hacerlo que el ofrecido por el pie de la escala. Un segundo después caí yo desde lo alto, con la mala fortuna de quebrarme un brazo.

Aquel accidente, junto con la pérdida de mi seguro y la más grave del cabello (totalmente consumido por el fuego), predispuso mi espíritu a las cosas serias, por lo cual me decidí finalmente a casarme.

Había una viuda rica, desconsolada por la pérdida de su séptimo marido, y ofrecí el bálsamo de mis promesas a las heridas de su espíritu. Llena de vacilaciones, cedió a mis ruegos. Arrodilléme a sus pies, envuelto en gratitud y adoración. Sonrojóse, mientras sus larguísimas trenzas se mezclaban por un momento con los cabellos que el arte de Grandjean me había proporcionado temporariamente. No sé cómo se enredaron nuestros cabellos, pero así ocurrió. Levantéme con una reluciente calva y sin peluca, mientras ella, ahogándose con cabellos ajenos, cedía a la cólera y al desdén. Así terminaron mis esperanzas sobre aquella viuda por culpa de un accidente por cierto imprevisible, pero que la serie natural de los sucesos había provocado.

Sin desesperar, empero, emprendí el asedio de un corazón menos implacable. Los hados me fueron propicios durante un breve período, pero un incidente trivial volvió a interponerse. Al encontrarme con mi novia en una avenida frecuentada por toda laélite de la ciudad, me preparaba a saludarla con una de mis más respetuosas reverencias, cuando alguna partícula de alguna materia se me alojó en el ojo, dejándome completamente ciego por un momento. Antes de que pudiera recobrar la vista, la dama de mi amor había desaparecido, irreparablemente ofendida por lo que consideraba descortesía al dejarla pasar a mi lado sin saludarla. Mientras permanecía desconcertado por lo repentino de este accidente (que podía haberle ocurrido, por lo demás, a cualquier mortal), se me acercó el Ángel de lo Extraño, ofreciéndome su ayuda con una gentileza que no tenía razones para esperar. Examinó mi congestionado ojo con gran delicadeza y habilidad, informándome que me había caído en él una gota, y –sea lo que fuere aquella gota- me la extrajo y me procuró alivio.

Pensé entonces que ya era tiempo de morir, puesto que la mala fortuna había decidido perseguirme, y, en consecuencia, me encaminé al río más cercano. Una vez allí me despojé de mis ropas (dado que bien podemos morir como hemos venido al mundo) y me tiré de cabeza a la corriente, teniendo por único testigo de mi destino a un cuervo solitario, el cual, dejándose llevar por la tentación de comer maíz mojado en aguardiente, se había separado de sus compañeros. Tan pronto me hube tirado al agua, el pájaro resolvió echar a volar llevándose la parte más indispensable de mi vestimenta. Aplacé, por tanto, mis designios suicidas, y luego de introducir las piernas en las mangas de mi chaqueta, me lancé en persecución del villano con toda la celeridad que el caso reclamaba y que las circunstancias permitían. Mas mi cruel destino me acompañaba, como siempre. Mientras corría a toda velocidad, la nariz en alto y sólo preocupado por seguir en su vuelo al ladrón de mi propiedad, percibí de pronto que mis pies ya no tocaban terra firma: acababa de caer a un precipicio, y me hubiera hecho mil pedazos en el fondo, de no tener la buena fortuna de atrapar la cuerda de un globo que pasaba por ahí.

Tan pronto recobré suficientemente los sentidos como para darme cuenta de la terrible situación en que me hallaba (o, mejor, de la cual colgaba), ejercité todas las fuerzas de mis pulmones para llevar dicha terrible situación a conocimiento del aeronauta. Pero en vano grité largo tiempo. O aquel estúpido no me oía, o aquel miserable no quería oír, Entretanto el globo ganaba altura rápidamente, mientras mis fuerzas decrecían con no menor rapidez. Me disponía a resignarme a mi destino y caer silenciosamente al mar, cuando cobré ánimos al oír una profunda voz en lo alto, que parecía estar canturreando un aire de ópera. Mirando hacia arriba, reconocí al Ángel de lo Singular. Con los brazos cruzados, se inclinaba sobre el borde de la barquilla; tenía una pipa en la boca y, mientras exhalaba tranquilamente el humo, parecía muy satisfecho de sí mismo y del universo. En cuanto a mí, estaba demasiado exhausto para hablar, por lo cual me limité a mirarlo con aire implorante.

Durante largo tiempo no dijo nada, aunque me contemplaba cara a cara. Por fin, pasándose la pipa al otro lado de la boca, condescendió a hablar.

-¿Quién es usted y qué diablos hace aquí? –preguntó-. A esta desfachatez, crueldad y afectación sólo pude responder con una sola palabra: ¡Socorro!

-¡Socorro! –repitió el malvado-. ¡Nada te eso! Ahí fa la potella… ¡Arréglese usted solo, y que el tiablo se lo lleve!

Con estas palabras, dejó caer una pesada botella de Kirschenwasser que, dándome exactamente en mitad del cráneo, me produjo la impresión de que mis sesos acababan de volar. Dominado por esta idea me disponía a soltar la cuerda y rendir mi alma con resignación, cuando fui detenido por un grito del ángel, quien me mandaba que no me soltara.

-¡Déngase con fuerza! –gritó-. ¡Y no se abresure! ¿Quiere que le dire la otra potella… o brefiere bortarse bien y ser más sensato?

Al oír esto me apresuré a mover dos veces la cabeza, la primera negativamente, para indicar que por el momento no deseaba recibir la otra botella, y la segunda afirmativamente, a fin de que el ángel supiera que me portaría bien y que sería más sensato. Gracias a ello logré que se dulcificara un tanto.

-Entonces… ¿cree por fin? –inquirió-. ¿Cree por fin en la bosibilidad de lo extraño?

Asentí nuevamente con la cabeza.

-¿Y cree en mí, el Ángel de lo Extraño?
Asentí otra vez.

-¿Y reconoce que usted es un borracho berdido y un estúbido?

Una vez más dije que sí.

-Bues, pien, bonga la mano terecha en el polsillo izquierdo te los bantalones, en señal de su entera sumisión al Ángel de lo Extraño.

Por razones obvias me era absolutamente imposible cumplir su pedido. En primer lugar, tenía el brazo izquierdo fracturado por la caída de la escala y, si soltaba la mano derecha de la soga, no podría sostenerme un solo instante con la otra. En segundo término, no disponía de pantalones hasta encontrara al cuervo. Me vi, pues, precisado, con gran sentimiento, a sacudir negativamente la cabeza, queriendo indicar con ello al ángel que en aquel instante me era imposible acceder a su muy razonable demanda. Pero, apenas había terminado de moverla, cuando…

-¡Fáyase al tiablo, entonces! –rugió el Ángel de lo Extraño.

Y al pronunciar dichas palabras dio una cuchillada a la soga que me sostenía, y como esto ocurría precisamente sobre mi casa (la cual, en el curso de mis peregrinaciones, había sido hábilmente reconstruida), terminé cayendo de cabeza en la ancha chimenea y aterricé en el hogar del comedor.

Al recobrar los sentidos –pues la caída me había aturdido terriblemente- descubrí que eran las cuatro de la mañana. Estaba tendido allí donde había caído del globo. Tenía la cabeza metida en las cenizas del extinguido fuego, mientras mis pies reposaban en las ruinas de una mesita volcada, entre los restos de una variada comida, junto con los cuales había un periódico, algunos vasos y botellas rotos y un jarro vacío de Kirschenwasser de Schiedam. Tal fue la venganza del Ángel de lo Extraño.

Edgar Allan Poe (1809-1849)




Relatos de Edgar Allan Poe. I Relatos góticos.


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Fondos de ángeles


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Imágenes de ángeles. I Fondos góticos.


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Anime gótico: imágenes


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Primera parte de imágenes de animé gótico de nuestra galería.



















Imágenes góticas. I Wallpapers góticos.


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Ángeles góticos: wallpapers y fondos.


Ángeles góticos: wallpapers y fondos.



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Después de algunas semanas compartimos una serie de nuevos fondos y wallpapers de ángeles góticos. Espero que los disfruten.



Wallpapers de ángeles góticos I.




Wallpapers de ángeles góticos</> II.




Wallpapers de ángeles góticos III.




Wallpapers de ángeles góticos IV.




Wallpapers de ángeles góticos V.





Wallpapers góticos. I Angelología.


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Ángeles góticos en cementerios: arte de la tumba


Ángeles góticos en cementerios: arte de la tumba.




El hombre no ha adornado en vano su lecho final. El arte nos acompaña más allá de la tumba ya que es algo más que un simple consuelo para los intensos dolores de la vida. A veces, hasta la muerte se rinde a sus encantos.





Más sobre ángeles y angelología. I Relatos de cementerios.


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