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Angelología: libros, ensayos, artículos, mitos y leyendas de ángeles


Angelología: libros, ensayos, artículos, mitos y leyendas de ángeles.








El artículo: Angelología: libros, ensayos, artículos, mitos y leyendas de ángeles fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El ángel de la casa»: Coventry Patmore; poema y análisis.


«El ángel de la casa»: Coventry Patmore; poema y análisis.




El ángel de la casa (The Angel in the House) es un poema epistolar del escritor inglés Coventry Patmore (1823-1896), publicado originalmente en 1854 y corregido en 1862 para la antología: Poemas (Poems).

Si bien El ángel de la casa, uno de los mejores poemas de Coventry Patmore, fue ignorado en su época, lentamente fue ganando prestigio a finales del siglo XIX, convirtiéndose tanto en un símbolo como en un estigma.

Podemos pensar que El ángel de la casa es una idealización y una sublimación del cortejo, particularmente el de Coventry Patmore a su primera esposa, Emily, a quien consideraba la encarnación de la perfección femenina; pero también como un intento de explorar un triángulo amoroso.

El ángel de la casa consta de dos partes. La primera, y más coherente, presenta las intenciones del poeta en la figura de un tal Felix, seguidas de algunas reflexiones acerca de su amada y sobre la naturaleza del ideal femenino. Extrañamente, no solo el poeta especula en voz alta, sino que también se nos ofrece el punto de vista de la dama, llamada aquí Honoria, y sus tribulaciones al enfrentarse simultáneamente con dos candidatos. La segunda parte de El ángel de la casa nos invita a mirar la cuestión desde los ojos de Frederick, el tercero en discordia que ha sido rechazado por Honoria. Este buen hombre, despechado, contrae matrimonio con una tal Jane; y a partir de allí comenzamos a recorrer su historia en una serie de epístolas versificadas.

Con el tiempo el poema se convirtió en un síntoma del estigma femenino de la época. En Inglaterra, el término «ángel de la casa» [angel in the house] se convirtió en una referencia para designar a las mujeres que encarnaban el ideal femenino en el período victoriano; esto es: esposa sumisa y madre devota.

A continuación les dejamos un brevísimo fragmento de El ángel en la casa. Al seleccionar un fragmento de un poema tan largo uno corre el riesgo de desvirtuar por completo la obra, sin embargo, este ejercicio también posibilita aislar ciertas atmósferas. En una obra que estigmatiza a la mujer y la reduce a una especie de servidumbre moral, ética y erótica, nos parece atinado escuchar la voz de Honoria.




El ángel de la casa.
The Angel in the House, Coventry Patmore (1823-1896)

El hombre debe ser complacido, pero complacido
en el placer de la mujer,
Bajando por el golfo de sus necesidades
Ella pone su mejor esfuerzo, ella se arroja.
¡Y con qué frecuencia se arroja en vano!
Estrecha su corazón en el capricho,
Cada palabra impaciente provoca otra,
No de ella, sino de él,
Mientras ella, suave aún para la réplica,
Espera de él una respuesta amable,
Espera su remordimiento,
Ya con el perdón en sus ojos.


Man must be pleased; but him to please
Is woman’s pleasure; down the gulf
Of his condoled necessities
She casts her best, she flings herself.
How often flings for nought, and yokes
Her heart to an icicle or whim,
Whose each impatient word provokes
Another, not from her, but him;
While she, too gentle even to force
His penitence by kind replies,
Waits by, expecting his remorse,
With pardon in her pitying eyes


Coventry Patmore (1823-1896)




Poemas de Coventry Patmore. I Poemas góticos.


Más literatura gótica:
El análisis, resumen y traducción al español del poema de Coventry Patmore: El ángel en la casa (The Angel in the House) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Jerarquías angélicas [Quién es quién en el Cielo]


Jerarquías angélicas [Quién es quién en el Cielo]




El orden jerárquico entre los ángeles fue clasificado alrededor del siglo V d.C. por el pseudo Dionisio Areopagita en su obra De Coelesti hyerarchia (La Jerarquía Celeste); obra que influyó considerablemente en la idea de un orden descendente en los cielos, de ángeles poderosos que gobiernan sobre otros menores.

De Coelesti hyerarchia sugiere un esquema de tres jerarquías angélicas, cada una de las cuales contiene tres clases de ángeles diferentes. En orden descendente, estas esferas o tríadas angélicas se conforman del siguiente modo:

Primera jerarquía: Serafines, Querubines y Tronos [ver: La verdadera historia de los Serafines]

Segunda jerarquía: Dominaciones, Virtudes y Potestades.

Tercera jerarquía: Principados, Arcángeles y Ángeles.

Vayamos recorriendo paso a paso estas jerarquías angélicas, dando cuenta de sus características principales.


Primera Jerarquía: Consejeros divinos. Los ángeles de la primera jerarquía son algo así como la corte de Dios, los ángeles más cercanos a su pensamiento y, en consecuencia, a sus designios, por lo general, inescrutables.

Del hebreo seraph, «ardiente». Los Serafines son los ángeles de mayor rango. Rodean el trono de Dios y su tarea, notablemente tediosa, consiste en cantar alabanzas a sol y sombra. La tradición hebrea incluso nos revela esta loa cacofónica: Kadosh, Kadosh, Kadosh, que significa: «Santo, Santo, Santo». Dionisio, menos proclive al ocio celestial, sostiene que esa cercanía con el trono divino consiste en que sólo allí es posible regular el movimiento del universo. En la Edad Media se los representaba con ocho alas que les cubren constantemente los ojos, acaso para protegerse del vivo resplandor que emite la deidad.

Querubines: De etimología dudosa. En griego querub significa tanto «toro» como «segundo», y en hebreo, kerubim es un diminutivo poco claro, acaso relacionado con karov, «cercano». Los Querubines son los guardianes de las estrellas y la luz. Algunos sostienen que no son ángeles en absoluto, y que pertenecen a un orden inclasificable de seres, incluso de un poder superior al de los ángeles más enérgicos. Al ser entidades asociadas a la luz se cree que Lucifer, cuyo nombre significa «portador de la luz», comandaba sobre los Querubines.

Tronos: Del latín:thronis, «trono». Su nombre original en hebreo es erelim, y significa «héroes». Los Tronos son los primeros ángeles en relacionarse con los hombres. Llevan un registro de las acciones humanas, y construyen una suerte de orden universal. La Edad Media los representó como criaturas ciclópeas encargadas de sostener el trono de Dios.


Segunda Jerarquía: Los ángeles de la segunda jerarquía están encargados del gobierno de los cielos.

Dominaciones: Del latín Dominationes, «dominaciones»; traducción del griego kyriotites, «nobles», «Señores». Su nombre original en hebreo es Hashmallin. Son los encargados de organizar las tareas de los ángeles inferiores. Reciben órdenes directas de los Serafines y los Querubines, aunque en ocasiones, cuando el caso amerita cierta prudencia, las reciben del propio Dios. Rara vez se manifiestan en el mundo, y menos aún frente a los mortales. Para algunos especialistas, los Dominaciones se ocupan principalmente de los detalles del universo, de aquellas sutilezas microscópicas que lejos están de los asuntos mundanos.

Virtudes: De el hebreo ophanim, literalmente, «ruedas». Son ángeles similares en casi todo a los Principados, solo que su deber es supervisar a los grandes grupos humanos, ya sean naciones o pueblos. En ocasiones son los que avivan o apaciguan determinados movimientos evolutivos, siguiendo siempre los ilógico designios del Señor.

Potestades: Del griego exousies, «autoridades», y el latín potestatis, «potestades». Son los ángeles encargados de proteger la conciencia y la historia de los hombres. Los ángeles de la muerte y el nacimiento se encuentran en esta jerarquía; así como los ángeles dedicados a imprimir dones sobre los hombres.


Tercera Jerarquía: Los ángeles de la tercera jerarquía son el vínculo entre el Cielo y la Tierra, como su nombre lo indica, son «mensajeros» divinos.

Principados: Del latín Principatus. Los Principados son los custodios de los países. Supervisan todos los eventos que puedan afectar los destinos de una nación, incluyendo cuestiones militares, políticas o nétamente económicas; aunque pocas veces influyen para torcer una situación adversa. En este sentido, los Principados son más historiadores asépticos que voluntariosos colaboradores cósmicos.

Arcángeles: Del griego archangělǒs, «jefe de los ángeles». Los arcángeles se ocupan directamente de recompensar los esfuerzos humanos, así como de administrar los asuntos celestiales. Cuando son enviados a la Tierra normalmente se ocupan de cuestiones de suma importancia. Entre ellos se encuentran los ángeles más conocidos: Rafael, Gabriel y Miguel.

Ángeles. Del hebreo malakhim y el griego angělǒs. Ambos significan «mensajeros». Los ángeles son la orden más baja de la jerarquía angelical, y acaso los más conocidos por los hombres, ya que están intrínsecamente relacionados con las cuestiones humanas. No solo se ocupan de enviar mensajes a los hombres, sino que incluso pueden aconsejarlos, si es que éstos demuestran tener un oído agudo para percibirlos. Los ángeles de la guarda o ángeles custodios se encuentran en este orden, pero no figuran en la antigüedad, sino que son un agregado posterior, y acaso apócrifo; ya que ningún «mensajero» puede establecerse en un solo sitio, ya que su oficio requiere una naturaleza más bien nómade.




Angelología. I Mitos bíblicos.


El artículo: De las jerarquías angélicas [quién es quién en el Cielo] fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Al Aaraaf»: Edgar Allan Poe; poema y análisis


«Al Aaraaf»: Edgar Allan Poe; poema y análisis.




Al Aaraaf (Al Aaraaf) es un poema maldito del escritor norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849), publicado originalmente en la antología de 1829: Al Aaraaf, Tamerlane y otros poemas menores (Al Aaraaf, Tamerlane, and Minor Poems), y luego reeditado en la colección de 1850: Las obras del difunto Edgar Allan Poe (The Works of the Late Edgar Allan Poe).

Al Aaraaf, uno de los grandes poemas de Edgar Allan Poe, fue escrito cuando el poeta tenía apenas quince años. Se trata del poema más largo de E.A. Poe.

Resulta casi inimaginable que alguien sea capaz de componer un poema tan complejo como Al Aaraaf a los quince años, en especial si tomamos en cuenta los cimientos sobre los que se construyó la obra. E.A. Poe se inspiró en el descubrimiento de Tycho Brahe, efectuado en 1572, de una supernova que fue visible en el hemisferio norte durante 17 meses. E.A. Poe identifica esta extraordinaria luminiscencia estelar con Al-A`raaf («Las alturas»), especie de limbo en la cosmogonía islámica donde habitan los tibios de corazón, es decir, aquellos que no han hecho el bien ni el mal en su paso por la Tierra. Se lo encuentra con alguna dificultad en el séptimo capítulo del Corán.

Si lidiamos con un lector poco impresionable, sigamos adelante con la idea central de Al Aaraaf, repito, ejecutada a una edad en la que el desconocimiento de la mitología árabe es proverbial.

Al Aaraaf abre con la orden de Dios a Nesace, un epíteto del Espíritu de la Belleza, de llevar un mensaje a otros mundos. Nesace se dirige al ángel Ligeia y le ordena que despierte a cien serafines para concretar la directiva divina. Sin embargo, dos almas se rehusan a la convocatoria, la Doncella Angélica (Maiden-Angel) y su amante, Angelo, quien describe su muerte en la Tierra y el vuelo de su espíritu hacia los salones siderales de Al Aaraaf.

Para muchos eruditos, Al Aaraaf es un poema ininteligible, y en parte lo es. Estructuralmente, no posee rimas formales, sino una suerte de fluctuación armónica. Tanto su extensión como la oscuridad de sus versos marcaron la tendencia posterior de E.A. Poe por los poemas breves. No obstante, Al Aaraaf posee algunas cualidades que luego encontraremos en casi toda la obra de Edgar Allan Poe: la vida después de la muerte, el amor ideal, la belleza femenina, la pasión y la melancolía de los amantes abandonados.




Al Aaraaf.
Al Aaraaf, Edgar Allan Poe (1809-1849)

¡Oh, nada terrenal!, solamente el rayo difundido
por la mirada de la belleza y retornado por las flores,
como en aquellos jardines donde el día
surge de las gemas de Circasia.
¡Oh, nada terrenal!, solamente la emoción
melódica que brota del arroyuelo en el bosque
(música de los apasionados),
o el júbilo de la voz exhalada tan apacible,
que como el murmullo en la caracola
su eco perdura y habrá de perdurar…
¡oh, nada de nuestra escoria!,
sino la belleza toda, las flores que orlan
nuestro amor y que nuestros cenadores engalanan,
se muestran en tu mundo tan lejano, tan distante,
¡oh, estrella errante!

Para Nesace todo era dulzura porque allí yacía
su esfera reclinada en el dorado aire,
cerca de cuatro brillantes soles: un temporal descanso,
un oasis en el desierto de los bienaventurados.
En la distancia, entre océanos de rayos que restituyen
el empíreo esplendor al espíritu desencadenado,
a un alma que difícilmente (los oleajes son tan densos)
puede luchar contra su predestinada grandeza.
Lejos, muy lejos viajó Nesace, en ocasiones, hacia distantes esferas,
ella, la favorecida de Dios, y viajera reciente a la nuestra.
Pero ahora, de un mundo anclado soberana,
se despoja del cetro, abandona el supremo mando
y entre incienso y sublimes himnos espirituales,
baña en la cuádruple luz sus angelicales alas.

Ahora más feliz, más bella allá en la hermosa Tierra,
donde vio la luz la “idea de la belleza”
(cayendo en guirnaldas sobre más de una sorprendida estrella,
como cabellera femenina entre perlas, hasta que a lo lejos
encendióse en las colinas aqueas, y ahí moró),
miró Nesace hacia el infinito y se arrodilló;
espléndidas nubes como doseles en torno a ella se rizaban,
apropiados emblemas de la evocación de su mundo,
visto solo en la belleza, y que no perturba la contemplación
de otra rutilante hermosura entre la luz.
Una guirnalda entreteje cada constelación,
y confina en sus colores el opalino aire.

Se postró con urgencia Nesace en su lecho florido,
un lecho de lirios como los que se erguían
en el bello cabo Deucato y que anhelantes,
brotaron acá y allá dispuestos a suspenderse
bajo las etéreas pisadas, profundo orgullo,
de ella que amó a un mortal, y así murió.
Facelia, brotando junto a las delicadas abejas,
su tallo púrpura levanta en torno a sus rodillas;
y la resplandeciente flor, mal llamada de Trebizonda,
de las eminentes estrellas huésped, donde antaño avergonzó
a todas las bellezas; su enmelado rocío
(fabuloso néctar conocido por los paganos),
delirantemente dulce, gota a gota vertido desde el Cielo,
cayó en los jardines de los imperdonables,
en Trebizonda, y sobre una flor bañada por el sol,
tan parecida a la suya,
que aún conserva el néctar, y a la abeja
tortura con exaltación y raro ensueño;
en el Cielo y en sus contornos,
la hoja y la floración de la encantadora planta, penando
con desconsuelo persiste; oh tristeza que le hace inclinar su cabeza
arrepintiéndose de desatinos idos ha mucho tiempo,
e irguiendo en el fragante aire su blanco pecho,
como una belleza culpable, purificada y más bella;
Nictanta, tan sagrada como la luz,
teme perfumar perfumando la noche,
y Clitia, meditabunda entre más de un sol,
mientras que lágrimas quisquillosas por sus pétalos se deslizan.
Y aquella ambiciosa flor que brotó sobre la Tierra,
y murió antes de que penosamente se reanimara en su nacimiento,
estallando en espíritu su fragante corazón, y rauda
viajó al Cielo desde el jardín de un rey.
El loto Valisneria, que hacia allá escapó,
luego de su lucha con las aguas del Ródano.
¡Y tu más encantador perfume púrpura, oh Zante!
¡Isola d’oro!, ¡Fior di Levante!
Y el botón de Nelumbo que por siempre flota
con el Cupido de la India allá en el río sagrado;
¡bellas y encantadoras flores!, que a tu custodia se confía
transponer el canto de la Diosa en aras de fragancias al Cielo:

“¡Espíritu que habitáis
en el profundo cielo,
donde lo terrible y lo perfecto
en belleza rivalizan!
Más allá de la línea del azul,
el límite del astro
que se desvía al ver
vuestra barrera y vuestra valla;
esa barrera trascendida
por los expulsados cometas
de su trono y de su orgullo,
para ser esclavos hasta el fin
y portadores del fuego
(el fuego rojo de su corazón)
con velocidad incansable,
y dolor incesante;
oh vos que habitáis, eso lo sabemos,
en la eternidad, y lo sentimos;
pero la sombra en vuestra frente,
¿qué espíritu la revelará?
Aunque los seres a quienes vuestra Nesace,
vuestra mensajera conoce,
han soñado para vuestra infinidad
como su modelo propio.
¡Vuestra voluntad se ha cumplido, oh Dios!
Por las alturas ha surcado la estrella
entre numerosas tempestades, pero siempre viajó
delante de vuestra ardiente mirada.
Y aquí, con el pensamiento hacia vos dirigido,
pensamiento que solo asciende
a vuestra majestad,
y es partícipe de vuestro trono,
la fantasía alada
os entrega mi mensaje,
hasta que lo secreto sea conocimiento
en las cercanías del Cielo”.

Concluyó su canto, y hundió sus ardorosas mejillas,
avergonzada, entre el lecho de lirios,
buscando refugio ante el fervor de su mirada,
porque los astros tiemblan en presencia de la deidad.
No se perturbó, ni respiró, porque ahí mismo había una voz,
¡cuán solemne impregnaba el apacible aire!,
sonido del silencio en los sobresaltados oídos
al que los soñadores poetas llaman “música de las esferas”.
Un mundo de palabras es nuestro mundo, y a la quietud
llamamos “silencio”, que es la más simple de todas las palabras.
Habla toda la naturaleza, y hasta de las cosas ideales
se desprenden intangibles sonidos por la agitación de visionarias alas.
Pero no así, cuando en los dominios de las alturas
escúchase la eterna voz de Dios,
¡y los rojos vientos decaen en el Cielo!

“Aun cuando en los mundos rigen invisibles ciclos
sujetos a un pequeño sistema y a un sol,
son mundos en los que todo mi amor es insensatez, y todavía concibe
la muchedumbre mis terrores, por la ira de la nube del trueno,
de la tormenta, del terremoto y del océano furioso
(¿se cruzarán conmigo en mi senda iracunda?).
Aun cuando en los mundos poseedores de un solo sol
se atenúan las arenas del tiempo conforme se escapan,
siempre vuestro es mi resplandor, así consagrado
para preservar a través del Cielo mis secretos.
¡Abandonad vuestro cristalino hogar,
y con vuestro séquito por el lunado cielo volad,
pero debéis disperaros como luciérnagas en la noche siciliana,
y que os lleven vuestras alas a otros mundos, con otra luz!
¡Divulgad los secretos de vuestra misión
a los orgullosos orbes titilantes,
y que sean para cada ocasión, barrera y proclama!
¡Qué no se tambaleen las estrellas por la culpa del hombre!”.

En la ambarina noche irguióse la doncella,
¡el ocaso de una sola luna! (en la Tierra comprometemos
a un amor nuestra fe, y adoramos a una luna),
nada más tenía el sitio donde nació la flamante belleza.
Y cuando emergió el astro de ámbar de las aterciopeladas horas,
se levantó la doncella de su florido santuario,
y por la brillante montaña y la mortecina planicie inició
su camino, mas no abandonó todavía su reino de Terasia.

En lo alto de una montaña de cumbre esmaltada,
(el soñoliento pastor en su lecho
de enorme pasto, tranquilo reposa,
levanta sus pesados párpados, se sobresalta y verifica,
murmurando repetidas expresiones de que “espera ser perdonado”,
y a qué hora alcanza la luna su culminación en el cielo),
de rosada cúspide que imponente se destaca a lo lejos,
adentrándose en el éter iluminado por el sol, y captura los rayos
de los soles ocultados al atardecer (a medianoche,
mientras que la luna danzaba con bella y foránea luz),
se erigió un conjunto allí, en esas alturas,
de magníficas columnas en el tenue aire,
fulgurando desde los mármoles de Paros esa simétrica sonrisa
sobre las lejanas olas que allí relumbran,
y que protegen a la formidable montaña en su fundamento.
Pavimentada de estrellas fundidas, como si hubiesen caído
a través del aire de ébano, plateando el manto mortuorio
de su propia disolución, mientras que van muriendo,
las celestes moradas adornan.
Descendida una cúpula desde el Cielo unida por la luz,
delicadamente se posó como una corona sobre las columnas;
una ventana hecha de circular diamante
ahí mira hacia el exterior, hacia el aire purpúreo,
y los rayos de Dios matizaron aquella cadena de meteoros,
y de nuevo consagraron toda la belleza,
salvo cuando entre el Empíreo y aquel anillo,
sus negras alas batió un ávido espíritu.
Pero en los pilares los ojos de los serafines vieron
de este mundo la oscuridad: ese verde grisáceo,
preferido color de la naturaleza para la tumba de la belleza,
oculto en cada cornisa y alrededor de cada arquitrabe…
y los esculpidos querubines que por ahí se hallan,
que atisban desde sus moradas marmóreas,
terrenales parecían en la sombra de sus nichos.
¿Estatuas aqueas en un mundo tan precioso?
¡Frisos de Tadmor y Persépolis,
de Baalbek, y el claro y silencioso abismo
de la bella Gomorra! ¡Ah, sobre ti está ahora la ola,
pero ya es demasiado tarde para rescatarte!

Ama el sonido deleitarse en la noche estival:
testigo del gris crepúsculo es el murmullo
que sigiloso, llegó a los oídos, en Eiraco,
de los visionarios observadores de astros mucho tiempo ha.
Llega siempre furtivo a los oídos de aquel,
que contemplativo, su mirada fija en la umbrosa distancia,
y ve aproximarse como una nube la oscuridad…
¿No es su forma, su voz, más sonora y palpable?

Pero, ¿qué es esto? Viene y trae
consigo música: hay un agitar de alas,
una pausa, y luego del espacio surca descendente una cadencia,
y Nesace está de nuevo en sus salones.
Por la desbordante energía de su jovial urgencia,
encendidas están sus mejillas, entreabiertos sus labios,
y el cinto que ciñe su graciosa cintura
por el palpitar de su corazón se ha reventado
En el centro del salón aquel, y para respirar,
se detiene Zante. ¡Y todo bajo el fulgor
de la bella luz que besa su dorada cabellera;
ansiaba ella el descanso, mas solo resplandecer podía!

Delicadas flores susurraban melodías
a algunas flores aquella noche, a los árboles, de uno a otro,
y fuentes de las que brotaba música mientras que se derramaban
entre arboledas a la luz de las estrellas, y en los valles a la luz de la luna.
Pero acalló el silencio las cosas materiales
(bellas flores iridiscentes, cascadas y alas de ángeles)
y solamente el sonido surgido del espíritu,
fue la vibración del encanto que entonó la doncella:

“Debajo de las campanillas, de los arcos
de la aurora, del florido ramaje, o de las cimas de flores,
protégese el soñador
de los rayos lunares.
Seres luminosos, que meditáis
con entornados ojos
en las estrellas atraídas
por vuestra fantasía de los Cielos,
brillando ellas a través de las sombras
y que descienden en vuestras frentes,
como los ojos de la doncella
que ahora os llama;
levantáos y abandonad vuestro soñar
en violáceos cenadores;
id a vuestras tareas, pues el deber os llama
en estas horas plenas de estelares luces,
y sacudid vuestras cabelleras
por el rocío abrumadas,
y por el aliento de esos besos,
que también las agobian
(¿cómo podrían, amor, sin ti
ser benditos los ángeles?),
¡besos aquellos de amor sincero
que os han arrullado hasta el reposo!
¡Arriba! Sacudid de vuestras alas
todo estorbo;
el nocturno rocío
lastre sería para vuestro vuelo,
y también las caricias del amor sincero,
esas, dejadlas aparte,
son leves en los cabellos
pero plomo en el corazón.

¡Ligeia! ¡Ligeia!,
bella mía,
tu idea más desagradable
se transforma en melodía.
¿Es tu voluntad
oscilarte armónicamente en las brisas,
o inmóvil por capricho,
como el solitario albatros,
apoyada en la noche
(como él en el aire)
para vigilar con deleite
la armonía de este lugar?

¡Ligeia! Dondequiera
que se halle tu imagen,
no hay magia que separe
tu música de ti.
Has atraído infinidad de ojos
en un dormir de sueños,
pero emergen aún las armónicas cadencias
que tu vigilia tutela.
El sonido de la lluvia
que salta en las flores,
y baila nuevamente
al ritmo del chubasco,
el murmullo que brota
del crecer de la hierba,
música de las cosas son,
pero arquetipos son al fin.
Ve, pues, mi amadísima,
date prisa y llega
a los más diáfanos manantiales
bajo los rayos lunares;
al sonriente lago solitario
en su sueño de sumergido reposo;
a las estelares islas
de enjoyados pechos;
donde las silvestres flores, trepando,
sus sombras tejen,
y en sus bordes duermen
infinidad de doncellas;
algunas abandonaron la fría claridad
y con la abeja duermen;
despertadlas, doncella mía,
en el páramo y en la pradera,
¡ve!, susurra en su sueño,
suavemente al oído
la armónica cadencia
que soñaron oír,
mas, ¿qué puede despertar,
tan temprano a un ángel,
cuyo sueño ha transcurrido
bajo la fría luna,
como el conjuro aquel que ningún sueño
de brujería probar puede
aquella armónica cadencia
que le arrulló al reposo?”

Alados espíritus, y ángeles visibles,
serafines mil surgen a través del Empíreo,
donde revolotean sus recientes sueños en su vuelo soñoliento;
serafines absolutos, salvo en “conocimiento”, la luz viva
que cayó refractada al cruzar por tus límites, lejos,
¡oh muerte!, desde los ojos de Dios hasta esta estrella.
Bella fue aquella transgresión, más dulce aún que la muerte,
bella fue aquella transgresión, y hasta en nosotros el aliento
de la ciencia opaca el espejo de nuestra alegría…
Para ellos era el simún, una fuerza destructora,
pero, ¿qué motivo tiene ahora para ellos saber
que la verdad es falsedad, o la felicidad es amargura?
Bella fue su muerte, y el morir para ellos
fue el éxtasis postrero de la plenitud de la vida;
y más allá de aquella muerte, ninguna inmortalidad,
solamente el reflexivo sueño y no ha de “ser”.
Y allá, ¡pudiese mi fatigado y débil espíritu habitar
lejos de la eternidad del Cielo, y empero cuán lejos del Infierno!

¿Qué espíritu culpable, y en qué oscuros arbustos
no escuchó la inflamada la exhortación de aquel himno?
Solo dos; y cayeron, porque no concede gracia el Cielo
a quienes no escuchan por el palpitar de sus corazones:
un ángel doncella y su amante serafín.
¿Dónde, (y buscar puedes por los anchurosos cielos)
el ciego amor fue conocido como solemne deber?
El amor, sin guía, cayó entre “lágrimas de perfecto gemido”.

Resplandeciente fue el espíritu caído;
caminante por entre fuentes vestidas de musgo,
observador de las luces que en lo alto brillan,
soñador en el ser amado bajo los rayos de la luna.
Y, ¿por qué maravillarse?, si toda estrella allí es como un ojo
que mira tan amorosamente mirando el cabello de la belleza;
y ellas, y cada musgoso manantial eran sagrados
para su corazón poseído por el amor y la melancolía.
La noche encontró al joven Angelo (oh noche de dolor para él)
en el risco de una montaña,
que proyectándose a través del solemne cielo,
ofrece un aspecto amenazador a los mundos estrellados que bajo él yacen.
Aquí permaneció Angelo con su amor y con mirada aquilina,
dirigidos sus negros ojos en la extensión del firmamento;
los volvió hacia ella, pero entonces se estremecieron
de nuevo al contemplar la esfera de la Tierra.

“¡Ianthe, queridísima, mira, cuán tenue aquel rayo,
y qué bello es mirarlo hacia la lejanía!
No se mostraba así el orbe, aquella tarde otoñal
cuando dejé sus magníficos salones, sin lamentar ausentarme.
Aquella tarde, oh aquella tarde (debería muy bien recordarla)
los rayos solares cayeron en Lemnos hechiceramente
en los esculpidos arabescos de un dorado salón
donde permanecí, y en una tapizada pared,
y en mis párpados. ¡Oh, qué luz tan opresiva!
¡Cuán adormecedoramente los fue sumiendo en la noche!
Entre flores, niebla y amor huyeron
con el persa Saadi por su Gulistán.
Pero, ¡oh, esa luz! Me dormí; y mientras tanto la muerte
estaba como a la espera de mis sentidos en esa adorable isla,
tan delicadamente, que ni una asedada cabellera
durmiendo, despertó o supo que ahí permanecía.

El último rincón de la Tierra que pisé
fue un orgulloso templo llamado El Partenón;
más belleza se adhería en sus paredes de columnata
que la que se anida en tu ardoroso pecho latiente;
y cuando el anciano tiempo mis alas liberó,
desde allí me remonté como el águila de su torre,
y en un instante, años dejé tras de mí.
¡Todo el tiempo en que estuve suspendido sobre sus aéreos límites,
la mitad del jardín de su esfera surgió,
desplegando ante mi vista, como un mapa,
también deshabitadas ciudades del desierto!
Entonces me abrumó la belleza, Ianthe,
y casi deseé otra vez ser hombre”.

“¡Angelo mío!, y, ¿por qué ser uno de ellos?
Existe aquí para ti una morada más feliz y luminosa,
y campos más verdes que en aquel mundo,
y la belleza de la mujer, y el amor apasionado”.

“Pero, ¡escucha Ianthe! Cuando por su liviandad el aire
disminuyó, y al saltar mi alado espíritu hacia el espacio,
quizá mi cerebro se aturdió, porque el mundo
que poco antes abandoné, sumido estaba en el caos;
de su sitio emergió, sobre los vientos separados,
una llama que se desplazó por el ígneo Cielo.
Me pareció, entonces, mi dulce bien, que cesaba de volar,
cayendo no tan raudamente como antes me elevé,
sino con un movimiento trepidante, descendente,
a través de la luz, de los broncíneos rayos, hasta esta dorada estrella.
No fue larga la medida de mis horas en mi caída,
porque el más cercano de todos los astros, era éste, el tuyo.
¡Oh temible estrella!, y apareció en medio en una noche de júbilo,
un rojo Dedalión sobre la tímida Tierra”.

“Llegamos, y a la Tierra tuya, pero a nosotros
no se nos permite discutir el mandato de nuestra dama;
a todos los rincones llegamos, amor mío,
alegres luciérnagas de la noche fuimos y vinimos;
sin demandar razones, salvo el asentimiento angélico
que ella nos confiere, como es conferido por su Dios…
Pero, Angelo, ¡el tiempo gris nunca desplegó
sus alas sobre un mundo más bello que el tuyo!
Tenue era su pequeño disco, y solo los ojos de los ángeles
podían ver el espectro en los cielos,
cuando supo Al Aaraaf que su curso
era precipitado hacia aquí, sobre el estrellado mar;
¡mas cuando su gloria se expandió en el cielo,
así como el reluciente busto de la Belleza frente a la mirada humana,
nos detuvimos ante el legado de los hombres,
y tu astro tembló, tal como entonces tembló la Belleza!”.

Así discurriendo, los amantes se entretuvieron
durante la noche que se acortaba, y se acortaba, y no traía el día.
Cayeron ellos, porque el Cielo no concede esperanza
a quienes no escuchan por el palpitar de sus corazones.


O! nothing earthly save the ray
(Thrown back from flowers) of Beauty's eye,
As in those gardens where the day
Springs from the gems of Circassy –
O! nothing earthly save the thrill
Of melody in woodland rill –
Or (music of the passion-hearted)
Joy's voice so peacefully departed
That like the murmur in the shell,
Its echo dwelleth and will dwell –
Oh, nothing of the dross of ours –
Yet all the beauty – all the flowers
That list our Love, and deck our bowers –
Adorn yon world afar, afar –
The wandering star.

'Twas a sweet time for Nesace – for there
Her world lay lolling on the golden air,
Near four bright suns – a temporary rest –
A garden-spot in desert of the blest.
Away – away – 'mid seas of rays that roll
Empyrean splendor o'er th' unchained soul –
The soul that scarce (the billows are so dense)
Can struggle to its destin'd eminence, –
To distant spheres, from time to time, she rode
And late to ours, the favor'd one of God –
But, now, the ruler of an anchor'd realm,
She throws aside the sceptre – leaves the helm,
And, amid incense and high spiritual hymns,
Laves in quadruple light her angel limbs.

Now happiest, loveliest in yon lovely Earth,
Whence sprang the "Idea of Beauty" into birth,
(Falling in wreaths thro' many a startled star,
Like woman's hair 'mid pearls, until, afar,
It lit on hills Achaian, and there dwelt)
She looked into Infinity – and knelt.
Rich clouds, for canopies, about her curled –
Fit emblems of the model of her world –

Seen but in beauty – not impeding sight
Of other beauty glittering thro' the light –
A wreath that twined each starry form around,
And all the opal'd air in color bound.

All hurriedly she knelt upon a bed
Of flowers: of lilies such as rear'd the head
On the fair Capo Deucato, and sprang
So eagerly around about to hang
Upon the flying footsteps of – deep pride –
Of her who lov'd a mortal – and so died.
The Sephalica, budding with young bees,
Upreared its purple stem around her knees:—
And gemmy flower, of Trebizond misnam'd –
Inmate of highest stars, where erst it sham'd
All other loveliness: – its honied dew
(The fabled nectar that the heathen knew)
Deliriously sweet, was dropp'd from Heaven,
And fell on gardens of the unforgiven
In Trebizond – and on a sunny flower
So like its own above that, to this hour,

It still remaineth, torturing the bee
With madness, and unwonted reverie:
In Heaven, and all its environs, the leaf
And blossom of the fairy plant in grief
Disconsolate linger – grief that hangs her head,
Repenting follies that full long have Red,
Heaving her white breast to the balmy air,
Like guilty beauty, chasten'd and more fair:
Nyctanthes too, as sacred as the light
She fears to perfume, perfuming the night:
And Clytia, pondering between many a sun,
While pettish tears adown her petals run:
And that aspiring flower that sprang on Earth,
And died, ere scarce exalted into birth,
Bursting its odorous heart in spirit to wing
Its way to Heaven, from garden of a king:

And Valisnerian lotus, thither flown
From struggling with the waters of the Rhone:
And thy most lovely purple perfume, Zante!
Isola d'oro! – Fior di Levante!
And the Nelumbo bud that floats for ever
With Indian Cupid down the holy river –
Fair flowers, and fairy! to whose care is given
To bear the Goddess' song, in odours, up to Heaven:

"Spirit! that dwellest where,
In the deep sky,
The terrible and fair,
In beauty vie!
Beyond the line of blue –
The boundary of the star
Which turneth at the view
Of thy barrier and thy bar –
Of the barrier overgone

By the comets who were cast
From their pride and from their throne
To be drudges till the last –
To be carriers of fire
(The red fire of their heart)
With speed that may not tire
And with pain that shall not part –
Who livest – that we know –
In Eternity – we feel –
But the shadow of whose brow
What spirit shall reveal?
Tho' the beings whom thy Nesace,
Thy messenger, hath known
Have dream'd for thy Infinity
A model of their own –

Thy will is done, O God!
The star hath ridden high
Thro' many a tempest, but she rode
Beneath thy burning eye;
And here, in thought, to thee –
In thought that can alone
Ascend thy empire and so be
A partner of thy throne –
By winged Fantasy,
My embassy is given,
Till secrecy shall knowledge be
In the environs of Heaven."

She ceas'd – and buried then her burning cheek
Abash'd, amid the lilies there, to seek
A shelter from the fervor of His eye;
For the stars trembled at the Deity.

She stirr'd not – breath'd not – for a voice was there
How solemnly pervading the calm air!
A sound of silence on the startled ear
Which dreamy poets name "the music of the sphere."
Ours is a world of words: Quiet we call
"Silence" – which is the merest word of all.
All Nature speaks, and ev'n ideal things
Flap shadowy sounds from visionary wings –
But ah! not so when, thus, in realms on high
The eternal voice of God is passing by,
And the red winds are withering in the sky: –

"What tho 'in worlds which sightless cycles run,
Linked to a little system, and one sun –
Where all my love is folly and the crowd
Still think my terrors but the thunder cloud,
The storm, the earthquake, and the ocean-wrath -
(Ah! will they cross me in my angrier path?)
What tho' in worlds which own a single sun
The sands of Time grow dimmer as they run,
Yet thine is my resplendency, so given
To bear my secrets thro' the upper Heaven!
Leave tenantless thy crystal home, and fly,

With all thy train, athwart the moony sky –
Apart – like fire-flies in Sicilian night,
And wing to other worlds another light!
Divulge the secrets of thy embassy
To the proud orbs that twinkle – and so be
To ev'ry heart a barrier and a ban
Lest the stars totter in the guilt of man!"

Up rose the maiden in the yellow night,
The single-mooned eve! – on Earth we plight
Our faith to one love – and one moon adore –
The birth-place of young Beauty had no more.
As sprang that yellow star from downy hours
Up rose the maiden from her shrine of flowers,
And bent o'er sheeny mountains and dim plain
Her way, but left not yet her Therasaean reign.

High on a mountain of enamell'd head –
Such as the drowsy shepherd on his bed
Of giant pasturage lying at his ease,
Raising his heavy eyelid, starts and sees
With many a mutter'd "hope to be forgiven"
What time the moon is quadrated in Heaven –
Of rosy head that, towering far away
Into the sunlit ether, caught the ray
Of sunken suns at eve – at noon of night,
While the moon danc'd with the fair stranger light –
Uprear'd upon such height arose a pile
Of gorgeous columns on th' unburthen'd air,
Flashing from Parian marble that twin smile
Far down upon the wave that sparkled there,
And nursled the young mountain in its lair.
Of molten stars their pavement, such as fall
Thro' the ebon air, besilvering the pall

Of their own dissolution, while they die –
Adorning then the dwellings of the sky.
A dome, by linked light from Heaven let down,
Sat gently on these columns as a crown –
A window of one circular diamond, there,
Look'd out above into the purple air,
And rays from God shot down that meteor chain
And hallow'd all the beauty twice again,
Save, when, between th' empyrean and that ring,
Some eager spirit flapp'd his dusky wing.
But on the pillars Seraph eyes have seen
The dimness of this world: that greyish green
That Nature loves the best Beauty's grave
Lurk'd in each cornice, round each architrave –
And every sculptur'd cherub thereabout
That from his marble dwelling peered out,
Seem'd earthly in the shadow of his niche –
Achaian statues in a world so rich!
Friezes from Tadmor and Persepolis –
From Balbec, and the stilly, clear abyss

Of beautiful Gomorrah! O! the wave
Is now upon thee – but too late to save!—

Sound loves to revel in a summer night:
Witness the murmur of the grey twilight
That stole upon the ear, in Eyraco,
Of many a wild star-gazer long ago –
That stealeth ever on the ear of him
Who, musing, gazeth on the distance dim,
And sees the darkness coming as a cloud –
Is not its form – its voice – most palpable and loud?

But what is this? – it cometh, and it brings
A music with it – 'tis the rush of wings –
A pause – and then a sweeping, falling strain
And Nesace is in her halls again.

From the wild energy of wanton haste
Her cheeks were flushing, and her lips apart;
And zone that clung around her gentle waist
Had burst beneath the heaving of her heart
Within the centre of that hall to breathe,
She paused and panted, Zanthe! all beneath,
The fairy light that kiss'd her golden hair
And long'd to rest, yet could but sparkle there.

Young flowers were whispering in melody
To happy flowers that night – and tree to tree;
Fountains were gushing music as they fell
In many a star-lit grove, or moon-lit dell;
Yet silence came upon material things –
Fair flowers, bright waterfalls and angel wings –
And sound alone that from the spirit sprang
Bore burthen to the charm the maiden sang:

"'Neath the blue-bell or streamer –
Or tufted wild spray
That keeps, from the dreamer,
The moonbeam away –

Bright beings! that ponder,
With half closing eyes,
On the stars which your wonder
Hath drawn from the skies,
Till they glance thro' the shade, and
Come down to your brow
Like eyes of the maiden
Who calls on you now –
Arise! from your dreaming
In violet bowers,
To duty beseeming
These star-litten hours –
And shake from your tresses
Encumber'd with dew
The breath of those kisses
That cumber them too –
(O! how, without you, Love!
Could angels be blest?)
Those kisses of true Love
That lull'd ye to rest!
Up! – shake from your wing
Each hindering thing:

The dew of the night –
It would weigh down your flight
And true love caresses –
O, leave them apart!
They are light on the tresses,
But lead on the heart.

Ligeia! Ligeia!
My beautiful one!
Whose harshest idea
Will to melody run,
O! is it thy will
On the breezes to toss?
Or, capriciously still,
Like the lone Albatross,
Incumbent on night
(As she on the air)
To keep watch with delight
On the harmony there?

Ligeia! wherever
Thy image may be,

No magic shall sever
Thy music from thee.
Thou hast bound many eyes
In a dreamy sleep –
But the strains still arise
Which thy vigilance keep –
The sound of the rain,
Which leaps down to the flower –
And dances again
In the rhythm of the shower –
The murmur that springs
From the growing of grass
Are the music of things –
But are modell'd, alas! –
Away, then, my dearest,
Oh! hie thee away
To the springs that lie clearest
Beneath the moon-ray –

To lone lake that smiles,
In its dream of deep rest,
At the many star-isles
That enjewel its breast –
Where wild flowers, creeping,
Have mingled their shade,
On its margin is sleeping
Full many a maid –
Some have left the cool glade, and
Have slept with the bee –
Arouse them, my maiden,
On moorland and lea –
Go! breathe on their slumber,
All softly in ear,
Thy musical number
They slumbered to hear
For what can awaken
An angel so soon,

Whose sleep hath been taken
Beneath the cold moon,
As the spell which no slumber
Of witchery may test,
The rhythmical number
Which lull'd him to rest?"

Spirits in wing, and angels to the view,
A thousand seraphs burst th' Empyrean thro'
Young dreams still hovering on their drowsy flight –
Seraphs in all but "Knowledge," the keen light
That fell, refracted, thro' thy bounds, afar,
O Death! from eye of God upon that star:
Sweet was that error – sweeter still that death –
Sweet was that error – even with us the breath
Of Science dims the mirror of our joy –
To them 'twere the Simoom, and would destroy –
For what (to them) availeth it to know
That Truth is Falsehood – or that Bliss is Woe?
Sweet was their death – with them to die was rife
With the last ecstasy of satiate life –
Beyond that death no immortality –
But sleep that pondereth and is not "to be"!—

And there – oh! may my weary spirit dwell –
Apart from Heaven's Eternity – and yet how far from Hell!
What guilty spirit, in what shrubbery dim,
Heard not the stirring summons of that hymn?
But two: they fell: for Heaven no grace imparts
To those who hear not for their beating hearts.
A maiden-angel and her seraph-lover –
O! where (and ye may seek the wide skies over)
Was Love, the blind, near sober Duty known?
Unguided Love hath fallen – 'mid "tears of perfect moan."

He was a goodly spirit – he who fell:
A wanderer by mossy-mantled well –
A gazer on the lights that shine above –
A dreamer in the moonbeam by his love:
What wonder? for each star is eye-like there,
And looks so sweetly down on Beauty's hair –
And they, and ev'ry mossy spring were holy
To his love-haunted heart and melancholy.
The night had found (to him a night of woe)
Upon a mountain crag, young Angelo –
Beetling it bends athwart the solemn sky,
And scowls on starry worlds that down beneath it lie.
Here sat he with his love – his dark eye bent
With eagle gaze along the firmament:
Now turn'd it upon her – but ever then
It trembled to the orb of EARTH again.

"Ianthe, dearest, see – how dim that ray!
How lovely 'tis to look so far away!
She seem'd not thus upon that autumn eve
I left her gorgeous halls – nor mourn'd to leave.
That eve – that eve – I should remember well –
The sun-ray dropp'd in Lemnos, with a spell

On th' Arabesq' carving of a gilded hall
Wherein I sate, and on the drap'ried wall –
And on my eyelids – O! the heavy light!
How drowsily it weigh'd them into night!
On flowers, before, and mist, and love they ran
With Persian Saadi in his Gulistan:
But O! that light! – I slumber'd – Death, the while,
Stole o'er my senses in that lovely isle
So softly that no single silken hair
Awoke that slept – or knew that he was there.

"The last spot of Earth's orb I trod upon
Was a proud temple call'd the Parthenon;
More beauty clung around her column'd wall
Than ev'n thy glowing bosom beats withal,
And when old Time my wing did disenthral
Thence sprang I – as the eagle from his tower,
And years I left behind me in an hour.
What time upon her airy bounds I hung,
One half the garden of her globe was flung

Unrolling as a chart unto my view –
Tenantless cities of the desert too!
Ianthe, beauty crowded on me then,
And half I wish'd to be again of men."

"My Angelo! and why of them to be?
A brighter dwelling-place is here for thee –
And greener fields than in yon world above,
And woman's loveliness – and passionate love."

"But, list, Ianthe! when the air so soft
Fail'd, as my pennon'd spirit leapt aloft,
Perhaps my brain grew dizzy – but the world
I left so late was into chaos hurl'd –
Sprang from her station, on the winds apart.
And roll'd, a flame, the fiery Heaven athwart.
Methought, my sweet one, then I ceased to soar
And fell – not swiftly as I rose before,
But with a downward, tremulous motion thro'
Light, brazen rays, this golden star unto!
Nor long the measure of my falling hours,
For nearest of all stars was thine to ours –

Dread star! that came, amid a night of mirth,
A red Daedalion on the timid Earth."

"We came – and to thy Earth – but not to us
Be given our lady's bidding to discuss:
We came, my love; around, above, below,
Gay fire-fly of the night we come and go,
Nor ask a reason save the angel-nod
She grants to us, as granted by her God –
But, Angelo, than thine grey Time unfurl'd
Never his fairy wing o'er fairier world!
Dim was its little disk, and angel eyes
Alone could see the phantom in the skies,
When first Al Aaraaf knew her course to be
Headlong thitherward o'er the starry sea –
But when its glory swell'd upon the sky,
As glowing Beauty's bust beneath man's eye,
We paused before the heritage of men,
And thy star trembled – as doth Beauty then!"

Thus, in discourse, the lovers whiled away
The night that waned and waned and brought no day.
They fell: for Heaven to them no hope imparts
Who hear not for the beating of their hearts.
.

Edgar Allan Poe
(1809-1849)




Poemas de E.A. Poe. I Poemas de ángeles.

Más literatura gótica:
El análisis y resumen del poema de Edgar Allan Poe: Al Aaraaf (Al Aaraaf) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejoogtico@gmail.com

Poemas de ángeles


Poemas de ángeles.








El artículo: Poemas de ángeles fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Aire y ángeles»: John Donne; poema y análisis


«Aire y ángeles»: John Donne; poema y análisis.




Aire y ángeles (Air and Angels) es un poema metafísico del escritor inglés John Donne (1572-1631), compuesto alrededor de 1623 y publicado en la antología de 1633: Poemas (Poems).

Aire y ángeles, uno de los grandes poemas de John Donne, regresa sobre el tema del amor y los sentimientos a través de un narrador que afirma haber amado varias veces, pero sin haber conocido al amor realmente, es decir, sosteniendo que el amor existe en sus propios términos, separado de la persona a la que se dirige.

En este contexto, Aire y ángeles de John Donne compara el amor con la pureza de los ángeles. En esencia, el amor, de acuerdo a la visión del narrador, cumple a misma función en el mundo que los ángeles que se mueven en el aire.




Aire y ángeles.
Air and Angels, John Donne (1572-1631)

Dos o tres veces te habré amado
antes de conocer tu rostro o tu nombre;
en una voz, en una llama informe,
a menudo los ángeles nos afectan, y aún así los adoramos;
como cuando me acerqué a tí
vi una espléndida y gloriosa nada.
Puesto que mi alma, cuyo hijo es el amor,
requiere de miembros de carne y hueso
o nada podría si ellos,
más sutil que el padre el amor no ha de ser,
sino también ha de encarnar un cuerpo;
por consiguiente, invoco quién y lo que eras,
y al amor conmino, en este mismo instante,
a que se aloje en tu cuerpo,
y en tus labios, ojos y cejas se instale.

En tal caso, como un ángel, con rostro y alas
de aire, no tan puro éste, pero que lleva puramente,
de este modo pueda tu amor ser mi angélica esfera.
Justamente igual diferencia,
como aquella que reina
entre la pureza de los ángeles y del aire,
como la que siempre existirá entre el amor
del hombre y de la mujer.


Twice or thrice had I loved thee,
Before I knew thy face or name;
So in a voice, so in a shapeless flame,
Angels affect us oft, and worshipped be;
Still when, to where thou wert, I came,
Some lovely glorious nothing I did see,
But since my soul, whose child love is,
Takes limbs of flesh, and else could nothing do,
More subtle than the parent is
Love must not be, but take a body too,
And therefore what thou wert, and who
I bid love ask, and now
That it assume thy body, I allow,
And fix itself in thy lip, eye, and brow.

Then as an angel, face and wings
Of air, not pure as it, yet pure doth wear,
So thy love may be my love's sphere;
Just such disparity
As is 'twixt air and angels' purity,
'Twixt women's love, and men's will ever be.


John Donne
(1572-1631)




Poemas góticos. I Poemas de John Donne.


Más literatura gótica:
El análisis, resumen la traducción al español del poema de John Donne: Aire y ángeles (Air and Angels), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El campamento de las almas»: Isabella Valancy Crawford; poema y análisis


«El campamento de las almas»: Isabella Valancy Crawford; poema y análisis.




El campamento de las almas (The Camp of Souls) es un poema mitológico de la escritora canadiense Isabella Valancy Crawford (1850-1887), publicado en la antología de 1905: Poemas escogidos de Isabella Valancy Crawford (The Collected Poems of Isabella Valancy Crawford).

El campamento de las almas, uno de los mejores poemas de Isabella Valancy Crawford, combina su estrecho vínculo con la poesía celta —recordemos que la autora nació en Dublín, Irlanda— con una profunda pasión y admiración por los mitos de los pueblos originarios de América del Norte, en especial los Angolquinos.

En este sentido, El campamento de las almas integra deidades como Manitou, jefe de los espíritus en los mitos angolquinos, cuyas leyendas se extienden a lo largo de toda la obra de Isabella Valancy Crawford. En este contexto, El campamento de las almas refiere a una especie de Olimpo, de Valhal, pero donde las almas no se entregan al regocijo eterno o entablan combates sin sentido; por el contrario, allí las almas se mantienen en perpetuo contacto con los pensamientos que dejaron sembrados en la tierra.




El campamento de las almas.
The Camp of Souls; Isabella Valancy Crawford (1850-1887)

En mi canoa blanca, como el plateado aire
Sobre el Río de la Muerte que oscuro pasa,
Cuando las lunas del mundo son circulares,
Yo remaba volviendo del Campo de las Almas.
Y cuando los deseos del bajo pantano se apenan,
Llegan las plumas sombrías de las Hojas que Cantan.

Doscientas veces las lunas de primavera
Rodaron sobre el aliento azur de la bahía,
Adornándome con las alas del águila,
Pintando mi rostro con el Tinte de la Muerte,
Y de las cañas sobre mi cadáver rompieron
Los solemnes anillos del azul, el último humo.

Doscientas veces las lunas invernales
Arroparon la tierra muerta con su manto pálido;
Doscientas veces las aves del viento salvaje
Chillaron sobre el rubor de la luz dorada
En aquella dulce alba, cuando el verano urdía
Su choza sombría de hojas perfectas.

Doscientas lunas de hojas decrecientes han pasado
Desde que colocaron el arco sobre mi mano muerta,
Cantando a mi alrededor la Canción del Dolor,
Mientras tomaba mi camino en la tierra de los espíritus;
Sin embargo, cuando el cielo azul quiebra su aliento
Llegan las plumas sombrías de las Hojas que Cantan.

Blancas son las chozas en aquel campo lejano,
Donde el ciervo de ojos claros corre por los llanos;
¡No hay pantanos amargos ni marjales cerrados
En la tierra donde feliz caza el gran Manitou!
Y la luna de verano rueda eternamente
Sobre los hombres rojos del Campo de las Almas.

Azules son sus lagos, como el pecho de las palomas salvajes,
Murmurando suave mientras oyen sus apacibles notas;
Tan calmos como las estrellas que duermen en el cielo,
Los lirios amarillos flotando sobre ellos;
Y las canoas, como escamas de nieve plateada,
Atraviesan el lecho de juncos que vienen y van.

Verdes son sus bosques; sin aires violentos
Azotando la arboleda en el crepúsculo,
Con el llanto de los árboles que se afligen detrás;
Pero el viento del sur, amigo del gran Manitou,
Cuando el verde es bañado por el rocío,
Dobla alientos floridos de su caña roja.

Sobre ellos nunca caen las blancas heladas,
Ni sus ramas brillan con el Tinte de la Muerte;
Manitou sonríe en su cielo de cristal,
Cerrando sobre ellos su aliento vital;
Y allí su voz no ruge en el trueno feroz,
Allí cerca de sus felices campos de caza.

Pero a veces anhelo, sobre mi canoa blanca,
Volver a los llanos y bosques del mundo:
Allí está la flecha negra que me penetró,
Allí está la mujer que me dio a luz,
Allí, en la luz del alba de un joven,
Gané el corazón del lirio del ocaso.

Y el amor es una cuerda creciendo fuera de la vida,
Y teñida en el rojo de un corazón vivo;
Y el tiempo es el cuchillo herrumbrado del cazador,
Que jamás podrá cortar aquellos hilos carmesí:
Navego desde la orilla de los espíritus a explorar
Donde el tejido de aquella cuerda comenzó.

Pero no regresaré con las manos vacías,
Muchas riquezas acumulo en mi canoa;
Capullos que florecen en la tierra de los espíritus,
Inmortales sonrisas del gran Manitou;
Y cuando remo hacia las costas de la Tierra
Las disperso sobre el corazón del hombre blanco.

Pues el amor es el aliento del alma puesta en libertad;
Entonces cruzo el Río de la Muerte que oscuro pasa,
Para que mi espíritu pueda susurrar suave
A los que aguardan por el Campo de las Almas.
Cuando sonríe la luz del día,
Cuando la noche pálida se vuelve triste,
Llegan las plumas sombrías de las Hojas que Cantan.


My white canoe, like the silvery air
O'er the River of Death that darkly rolls
When the moons of the world are round and fair,
I paddle back from the 'Camp of Souls.'
When the wishton-wish in the low swamp grieves
Come the dark plumes of red 'Singing Leaves.'

Two hundred times have the moons of spring
Rolled over the bright bay's azure breath
Since they decked me with plumes of an eagle's wing,
And painted my face with the 'paint of death,'
And from their pipes o'er my corpse there broke
The solemn rings of the blue 'last smoke.'

Two hundred times have the wintry moons
Wrapped the dead earth in a blanket white;
Two hundred times have the wild sky loons
Shrieked in the flush of the golden light
Of the first sweet dawn, when the summer weaves
Her dusky wigwam of perfect leaves.

Two hundred moons of the falling leaf
Since they laid my bow in my dead right hand
And chanted above me the 'song of grief'
As I took my way to the spirit land;
Yet when the swallow the blue air cleaves
Come the dark plumes of red 'Singing Leaves.'

White are the wigwams in that far camp,
And the star-eyed deer on the plains are found;
No bitter marshes or tangled swamp
In the Manitou's happy hunting-ground!
And the moon of summer forever rolls
Above the red men in their 'Camp of Souls.'

Blue are its lakes as the wild dove's breast,
And their murmurs soft as her gentle note;
As the calm, large stars in the deep sky rest,
The yellow lilies upon them float;
And canoes, like flakes of the silvery snow,
Thro' the tall, rustling rice-beds come and go.

Green are its forests; no warrior wind
Rushes on war trail the dusk grove through,
With leaf-scalps of tall trees mourning behind;
But South Wind, heart friend of Great Manitou,
When ferns and leaves with cool dews are wet,
Bows flowery breaths from his red calumet.

Never upon them the white frosts lie,
Nor glow their green boughs with the 'paint of death';
Manitou smiles in the crystal sky,
Close breathing above them His life-strong breath;
And He speaks no more in fierce thunder sound,
So near is His happy hunting-ground.

Yet often I love, in my white canoe,
To come to the forests and camps of earth:
'Twas there death's black arrow pierced me through;
'Twas there my red-browed mother gave me birth;
There I, in the light of a young man's dawn,
Won the lily heart of dusk 'Springing Fawn.'

And love is a cord woven out of life,
And dyed in the red of the living heart;
And time is the hunter's rusty knife,
That cannot cut the red strands apart:
And I sail from the spirit shore to scan
Where the weaving of that strong cord began.

But I may not come with a giftless hand,
So richly I pile, in my white canoe,
Flowers that bloom in the spirit land,
Immortal smiles of Great Manitou.
When I paddle back to the shores of earth
I scatter them over the white man's hearth.

For love is the breath of the soul set free;
So I cross the river that darkly rolls,
That my spirit may whisper soft to thee
Of thine who wait in the 'Camp of Souls.'
When the bright day laughs, or the wan night grieves,
Come the dusky plumes of red 'Singing Leaves.'


Isabella Valancy Crawford (1850-1887)




Poemas góticos. I Poemas de Isabella Valancy Crawford.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Isabella Valancy Crawford: El campamento de las almas (The Camp Of Souls), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Diablo encarnado»: Dylan Thomas; poema y análisis


«Diablo encarnado»: Dylan Thomas; poema y análisis.




Diablo encarnado (Incarnate Devil) es un poema maldito del escritor galés Dylan Thomas (1914-1953), publicado en la antología de 1952: Poemas escogidos de Dylan Thomas (Collected Poems of Dylan Thomas).

Diablo encarnado, uno de los mejores poemas de Dylan Thomas, nos transporta hacia uno de los mitos bíblicos esenciales: la historia de amor de Adán y Eva, las intrigas de la serpiente, y esa manzana que quizá nunca existió.




Diablo encarnado.
Incarnate Devil; Dylan Thomas (1914-1953)

Diablo encarnado en una serpiente balbuceante,
Las planicies centrales de Asia fueron tu jardín,
En tiempo corpóreo el círculo fue despertado,
Tocando la hirsuta manzana en las formas del pecado,
Y Dios caminando por allí, como un guardián con su lira,
Tocaba su perdón desde las colinas del cielo.

Cuándo éramos extraños por los guiados mares,
Una media luna artesanal, santa, colgada en las nubes,
Los sabios me dicen que aquel jardín de los dioses
Conjuraba el bien y el mal en un árbol oriental;
Que cuando la luna se alzaba en la brisa virginal
Era negro como la bestia y más pálido que la cruz.

En el jardín conocimos a nuestro guardián,
En las aguas sagradas que no se congelan en invierno,
Lo sentimos en las poderosas mañanas del destierro
Vimos el infierno en un cuerno de sulfuro, el mito eterno,
Todo el cielo en la medianoche del sol,
Y una serpiente con su música en las formas del tiempo.


Incarnate devil in a talking snake,
The central plains of Asia in his garden,
In shaping-time the circle stung awake,
In shapes of sin forked out the bearded apple,
And God walked there who was a fiddling warden
And played down pardon from the heavens' hill.

When we were strangers to the guided seas,
A handmade moon half holy in a cloud,
The wisemen tell me that the garden gods
Twined good and evil on an eastern tree;
And when the moon rose windily it was
Black as the beast and paler than the cross.

We in our Eden knew the secret guardian
In sacred waters that no frost could harden,
And in the mighty mornings of the earth;
Hell in a horn of sulphur and the cloven myth,
All heaven in the midnight of the sun,
A serpent fiddled in the shaping-time


Dylan Thomas (1914-1953)




Poemas góticos. I Poemas de Dylan Thomas.


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«El gusano vencedor»: Edgar Allan Poe; poema y análisis


«El gusano vencedor»: Edgar Allan Poe; poema y análisis.




El gusano vencedor (The Conqueror Worm) es un poema maldito del escritor norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849), publicado originalmente en la revista Graham's Magazine en 1843, y luego añadido en la versión corregida del relato de terror de 1845: Ligeia (Ligeia). [ver: Los Misterios del Gusano: análisis de «El Gusano Vencedor»]

En esta segunda versión se nos aclara que El gusano vencedor fue compuesto por Ligeia durante su agonía. Entre ambos, poema y personaje, se resumen las ideas de Edgar Allan Poe acerca de la mortalidad.

El gusano vencedor es uno de los mejores poemas de Edgar Allan Poe acerca de la muerte. El autor emplea el teatro como escenario del drama, donde una serie de mimos grotescos ejecutan sus movimientos sin saber que participan de la obra. De más está decir que se trata de una metáfora sobre la humanidad.

Edgar Allan Poe sitúa a los ángeles como testigos de esta tragedia cotidiana, quienes discuten entre sí, oscilando entre la piedad y una morbosa curiosidad. Ya al final de El gusano vencedor se anuncia la entrada de una forma imposible, demasiado horrible para describirla. Es entonces cuando los ángeles observan cómo los mimos caen uno tras otro en la voracidad del gusano.

El gusano de este notable poema de Edgar Allan Poe es claramente una metáfora sobre la muerte pero también algo más: una visión de las oscuras formas que reptan detrás de la razón.

El gusano vencedor no sólo nos recuerda que el destino de todos nosotros es la muerte sino que el universo quizás es controlado por fuerzas sombrías que no logramos comprender; y lo que es todavía peor, que las huestes de la luz tal vez sean únicamente espectadores cuya mirada distante solo sirve para justificar o legitimar ese destino.



El gusano vencedor.
The Conqueror Worm, Edgar Allan Poe (1809-1849)

Ved! En una noche de gala,
En los tardíos años desolados.
Una hueste de ángeles alados,
Envueltos en velos y ahogados en lágrimas,
Sentados en el teatro, para ver
Un drama de temores y esperanzas,
Mientras la orquesta balbucea
La música de las esferas.

Unos mimos, hechos a imagen del Dios Alto,
Murmuran y susurran en voz baja,
Revoloteando de un lado a otro:
Simples títeres que vienen y van
Al capricho de unas vastas masas informes
Que recorren el escenario proyectando
Con sus alas de cóndor el invisible Dolor.

El drama apretado (que no caerá
En el olvido, estad seguros)
Con su fantasma perseguido sin cesar
Por una turba que no lo puede apresar,
A través de un círculo que siempre gira
Sobre el mismo espacio,
Y tanta locura, y aun más Pecado
Y el Horror como alma de la intriga.

Pero, ved! en medio del gesticulante tumulto,
Una forma reptante se introduce:
Una cosa sanguinolenta que se debate
En la soledad del escenario.
¡Se retuerce! ¡Se retuerce! Con mortal angustia
Los mimos se convierten en su cena,
Y los serafines lloran al ver los colmillos
Embebidos en sangre humana.

¡Afuera, afuera las luces, afuera todo!
Y sobre cada sombra palpitante
Cae el telón, como una mortaja fúnebre,
Con el rugido de la tormenta,
Mientras los ángeles, pálidos y excitados,
Se ponen de pie y quitando sus velos declaran
Que la obra es la tragedia del Hombre
Y su héroe el Gusano Vencedor.


Lo! 'tis a gala night
Within the lonesome latter years!
An angel throng, bewinged, bedight
In veils, and drowned in tears,
Sit in a theatre, to see
A play of hopes and fears,
While the orchestra breathes fitfully
The music of the spheres.

Mimes, in the form of God on high,
Mutter and mumble low,
And hither and thither fly—
Mere puppets they, who come and go
At bidding of vast formless things
That shift the scenery to and fro,
Flapping from out their Condor wings
Invisible Wo!

That motley drama—oh, be sure
It shall not be forgot!
With its Phantom chased for evermore,
By a crowd that seize it not,
Through a circle that ever returneth in
To the self-same spot,
And much of Madness, and more of Sin,
And Horror the soul of the plot.

But see, amid the mimic rout
A crawling shape intrude!
A blood-red thing that writhes from out
The scenic solitude!
It writhes!—it writhes!—with mortal pangs
The mimes become its food,
And the angels sob at vermin fangs
In human gore imbued.

Out—out are the lights—out all!
And, over each quivering form,
The curtain, a funeral pall,
Comes down with the rush of a storm,
And the angels, all pallid, and wan,
Uprising, unveiling, affirm
That the play is the tragedy, "Man,"
And its hero the Conqueror Worm.


Edgar Allan Poe (1809-1849)




Más poemas góticos. I Poemas de Edgar Allan Poe.


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El análisis, resumen y traducción al espalol del poema de Edgar Allan Poe: El gusano vencedor (The Conqueror Worm), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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