«Fragmento de una balada»: Elizabeth Siddal; poema y análisis


«Fragmento de una balada»: Elizabeth Siddal; poema y análisis.




Fragmento de una balada (Fragment of a Ballad) es un poema de amor de la modelo prerrafaelita y escritora inglesa Elizabeth Siddal (1829-1862), compuesto en 1854 y publicado en la antología de 1978: Poemas de Elizabeth Siddal (Poems of Elizabeth Siddal).

Fragmento de una balada, uno de los mejores poemas de amor de Elizabeth Siddal, continúa el mismo tema que se observa en obras como Al final (At Last) y Amor y odio (Love and Hate), es decir, la mujer que advierte demasiado tarde la falsedad del hombre.

Algunos acusan a Elizabeth Siddal de forzar la poesía medieval; sin embargo, sus poemas nada tienen que ver con el tema central de las baladas medievales: el retorno del amante; sino más bien con la transición de la doncella jóven y apasionada hacia la experiencia de frustración de la mujer madura que aún aguarda a su caballero, sabiendo que esa espera y ese hombre constituyen una idealización que le ha sido impuesta por la sociedad a través de rígidos roles de género.

Al contrario de lo que ocurre en muchos poemas del romanticismo, donde la mujer que espera el regreso de su amante lo hace con angustia, ternura y pasión, la narradora de Fragmento de una balada está exhausta, devastada, a tal punto que cuando su caballero finalmente retorna ella ya no manifiesta ningún interés en él.




Fragmento de una balada.
Fragment of a Ballad, Elizabeth Siddal (1829-1862)

Muchas millas sobre el campo y el mar
Hasta que mi amor pudo retornar,
De sus palabras no tengo recuerdos,
Sólo el de los árboles y el gemido del viento.

Y arribó listo para tomar sin daño
La cruz que he cargado por años,
Pero las palabras llegaron lentas
De aquellos fríos y mudos labios.

¿Cómo sonaban mis palabras lentas y plenas,
En aquel gran corazón que me amó en la pena,
Venido a salvarme del odio y el dolor
Y a confortarme con su delicado amor?

Sentí al viento golpeando frío, gélido,
Y a la bruma roja acariciar la puerta;
Sentí que el hechizo que sostenía mi aliento
Se quebraba, viviendo siempre muerta.


Many a mile over land and sea
Unsummoned my love returned to me;
I remember not the words he said
But only the trees moaning overhead.

And he came ready to take and bear
The cross I had carried for many a year,
But words came slowly one by one
From frozen lips shut still and dumb.

How sounded my words so still and slow
To the great strong heart that loved me so,
Who came to save me from pain and wrong
And to comfort me with his love so strong?

I felt the wind strike chill and cold
And vapours rise from the red-brown mould;
I felt the spell that held my breath
Bending me down to a living death.


Elizabeth Siddal (1829-1862)




Poemas góticos. I Poemas de Elizabeth Siddal.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Elizabeth Siddal: Fragmento de una balada (Fragment of a Ballad), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Sonya Scarlet (Theatre des vampires): imágenes


Sonya Scarlet (Theatre des Vampires): imágenes.



Por Atenea Helenaus.

Agregamos a la vocalista italiana Sonya Scarlet, referente de Theatre des vampires, a nuestra sección dedicada a las mejores bandas de la escena gótica.










Imágenes góticas. I Wallpapers góticos.


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«Amor»: Guy de Maupassant; relato y análisis


«Amor»: Guy de Maupassant; relato y análisis.




Amor (Amour) es un relato fantástico del escritor francés Guy de Maupassant (1850-1893), publicado en la edición del 7 de diciembre de 1886 de la revista Gil Blas.

Se trata de uno de los cuentos de amor más extraños de Guy de Maupassant.

En los párrafos de Amor, Guy de Maupassant nos habla justamente de este noble sentimiento, y también de la fidelidad y el profundo dolor frente a la pérdida de la persona amada; y todo eso a través de las increíbles aventuras de dos cazadores y una curiosa pareja de patos.




Amor.
Amour, Guy de Maupassant (1850-1893)

Páginas del Diario de un cazador.



Nací con las emociones del hombre primitivo, muy poco atenuados por los razonamientos de la civilización. Amo la caza, y la bestia ensangrentada, con sangre en su plumaje. Me hace desfallecer de placer.

Aquel año, al final del otoño, se presentó frío, y mi primo Karl de Ranyule me invitó a cazar con él en el bosque; había patos magníficos en los pantanos de su posesión.

Mi primo, un buen mozo de cuarenta años, con mucha vida en el cuerpo, bruto y semicivilizado, de alegre carácter, dotado de ese esprit gaulois que tan agradablemente vela las deficiencias del ingenio, vivía en una especie de cortijo con aires de castillo señorial, escondido en un amplio valle.

Adornaban las colinas hermosos bosques señoriales, con árboles antiquísimos y poblados de caza excelente. Algunas veces se abatían allí águilas soberbias, y esos pájaros errantes, que raramente se aventuran en países demasiados poblados para su azorada independencia, encontraban en aquella selva secular asilo seguro, como si reconocieran en ella alguna rama que en otros tiempos los acogiera durante sus excursiones sin rumbo.

Mi primo lo cuidaba con esmero digno del mejor de los parques, y con razón, pues era aquel pantano la mejor región de caza que he conocido. Entre aquellos innumerables islotes verdes que le daban vida había arroyuelos estrechos por los que se deslizaban las barcas. Mudas sobre el agua muerta, frotando los juncos, ahuyentaban a los peces y a los pájaros que desaparecían, éstos entre las espigas, aquellos entre las raíces de las altas hierbas.

Soy admirador apasionado del agua: el mar demasiado grande, demasiado vivo, de imposible posesión; los ríos que pasan, que huyen, que se van, y, sobre todo, los pantanos en que bulle la vida indescifrable de los animales acuáticos. Un pantano es un mundo sobre la tierra, un mundo aparte, con vida propia, con pobladores permanentes y con habitantes de un día; con sus ruidos, con sus voces, y, singularmente, con un característico misterio; nada que tanto turbe, que tanto inquiete, que tanto asuste algunas veces. ¿Por qué ese miedo singular que se siente en esas llanuras cubiertas de agua? ¿Será por el rumor vago de las aguas, por los fuegos fatuos, por el silencio profundo que lo envuelve en las noches de calma, por la bruma caprichosa que viste con sudario de muerte a los juncos, por el hervor casi imperceptible de aquel mundo tan dulce, tan fugaz; pero más aterrador a veces que el estruendo de los cañones de los hombres y de las tempestades del cielo? ¿Qué tendrán en común los pantanos de los países del ensueño y esas regiones espantables que ocultan un secreto inescrutable y peligroso?

Un misterio profundo, grave, flota sobre aquellas brumas: ¡el misterio mismo de la creación! ¿No fue en el agua sin movimiento y fangosa, en la humedad triste de la tierra, mojada bajo los colores del sol, donde vibró y surgió a la luz el primer germen de vida?

Llegué por la noche a casa de mi primo. Hacía un frío que helaba las piedras.

Durante la comida en la vasta sala, donde los muebles y las paredes y el techo estaban cubiertos de pájaros disecados, y donde hasta mi primo, con aquella chaqueta de piel de foca, parecía un animal exótico de los países helados, el buen Karl me dijo lo que había preparado para aquella misma noche.

Debíamos ponernos en marcha a las tres de la madrugada, con objeto de llegar a las cuatro y media al punto designado para la cacería. Allí nos habían construido una cabaña para abrigarnos de ese viento terrible de la mañana que rasga las carnes como una sierra, la corta como una espada, la hiere como una aguja envenenada, la retuerce como tenazas y la quema como el fuego.

Mi primo se frotaba las manos.

—Nunca he visto una helada como esta. —me decía.

Y a las seis de la tarde teníamos 12 grados bajo cero.

Apenas terminada la comida, me eché en la cama y me quedé dormido, mirando las llamas que regocijaban la chimenea. A las tres en punto me despertaron. Me abrigué con una piel de carnero, y después de tomar cada uno dos tazas de café hirviendo y dos copas de coñac abrasador, nos pusimos en camino acompañados por un guarda y por nuestros perros Plongeon y Pierrot.

Al dar los primeros pasos me sentía helado. Era una de esas noches en que la tierra parece muerta. El aire glacial hace tanto daño que parece palpable; no lo agita soplo alguno; diríase que está inmóvil; muerde, traspasa, mata los árboles, los insectos, los pajarillos que caen muertos sobre el suelo duro y se endurecen en seguida para el fúnebre abrazo del frío. La luna, en el último cuarto, pálida, parecía también desmayada en el espacio; tan débil que no le quedaban ya fuerzas para marcharse y se estaba allí arriba inmóvil, paralizada también por el rigor del cielo inclemente. Repartía sobre el mundo luz apagadiza y triste, esa luz amarillenta y mortecina que nos arroja todos los meses al final de su resurrección.

Karl y yo íbamos uno al lado del otro, con la espalda encorvada, las manos en los bolsillos y la escopeta debajo del brazo. Nuestro calzado, envuelto en lana a fin de que pudiéramos caminar sin resbalar por la escurridiza tierra helada, no hacía ruido: yo iba contemplando el humo blancuzco que producía el aliento de nuestros perros. Pronto estuvimos a la orilla del pantano y nos internamos por una de las avenidas de juncos que la rodean.

Nuestros codos, al rozar con las largas hojas del junco, iban dejando en pos de nosotros un ruido misterioso que contribuyó a que me sintiese poseído, como nunca, por la singular y poderosa emoción que hace siempre nacer en mí la proximidad de un pantano. Aquel en el cual nos encontrábamos estaba muerto, muerto de frío.

De pronto, al revolver una de las calles de juncos, apareció a mi vista la choza de hielo que habían levantado para ponernos al abrigo de la intemperie. Entré en ella, y como todavía faltaba más de una hora para que se despertaran las aves errantes que íbamos a perseguir, me envolví en mi manta y traté de entrar un poco en calor. Entonces, echado boca arriba, me puse a mirar a la luna, que, vista a través de las paredes vagamente transparentes de aquella vivienda polar, aparecía ante mis ojos con cuatro cuernos.

Pero el frío del helado pantano, el frío de aquellas paredes, el frío que caía del firmamento, se metió hasta mis huesos de una manera tan terrible que me puse a toser. Mi primo Karl, alarmado por aquella tos, me dijo lleno de inquietud:

—Aunque no matemos mucho hoy, no quiero que te resfríes; vamos a encender lumbre.

Y dio orden al guardia para que cortara algunos juncos. Hicieron un montón de ellos en medio de la choza, que tenía un agujero en el techo para dejar salir el humo; y cuando la llama rojiza empezó a juguetear por las cristalinas paredes, éstas empezaron a fundirse suavemente y muy poco a poco, como si aquellas piedras de hielo echaran a sudar. Karl, que se había quedado fuera, me llamó.

Salí y me quedé absorto. La choza, en forma de cono, parecía un monstruoso diamante rosa, colocado de pronto sobre el agua helada del pantano. Y dentro se veían dos sombras fantásticas: las de nuestros perros que se estaban calentando. Un graznido extraño, graznido errante, perdido, se oyó allá en lo alto, por encima de nuestras cabezas. El reflejo de nuestra hoguera despertaba a las aves salvajes.

No hay nada que me conmueva tanto como ese primer grito de vida que no se ve y que corre por el aire sombrío, rápido, lejano, antes de que se aparezca en el horizonte la primera claridad de los días de invierno. Me parece, a esa hora glacial del alba, que ese grito fugitivo, escondido entre las plumas de un pajarraco, es un suspiro del alma del mundo.

—Apaguen la hoguera —decía Karl—, que ya amanece.

Y, en efecto, comenzaba a clarear, y las bandadas de patos formaban amplias manchas de color, pronto borradas en el firmamento.

Brilló un fogonazo en la oscuridad; Karl acababa de disparar; los perros salieron a la carrera. Entonces, de minuto en minuto, unas veces él, otras yo, nos echábamos la escopeta a la cara en cuanto por encima de los juncos aparecía la sombra de una tribu voladora. Y Pierrot y Plongeon, sin aliento, gozosos, entusiasmados, nos traían, uno tras otro, patos ensangrentados que, moribundos, nos miraban melancólicamente.

Había amanecido un día claro y azul; el sol iba levantándose allá, en el fondo del valle. Ya nos disponíamos a marcharnos cuando dos aves, con el cuello estirado y las alas tendidas, se deslizaron bruscamente por encima de nuestras cabezas. Tiré. Una de ellas cayó a mis pies. Era una cerceta de pechuga plateada. Entonces se oyó un grito en el aire, grito de pájaro que fue un quejido corto, repetido, desgarrador; y el animalito que había salvado la vida empezó a revolotear por encima de nuestras cabezas mirando a su compañera, que yo tenía muerta entre mis manos. Karl, rodilla en tierra, con la escopeta en la cara, la mirada fija, esperaba a que estuviese a tiro.

—¿Has matado a la hembra? —dijo—. El macho no escapará.

Y, en efecto, no se escapaba. Sin dejar de revolotear por encima de nosotros, lloraba desconsoladamente. No recuerdo gemido alguno de dolor que me haya desgarrado el alma tanto como el reproche lamentable de aquel pobre animal, que se perdía en el espacio. De cuando en cuando huía bajo la amenaza de la escopeta, y parecía dispuesto a continuar su camino por el espacio. Pero no pudiendo decidirse a ello, pronto volvía en busca de su hembra.

—Déjala en el suelo —me dijo Karl—. Verás como se acerca.

Y así fue. Se acercaba, inconsciente del peligro que corría, loco de amor por la que yo había matado.

Karl tiró: aquello fue como si hubiera cortado el hilo que tenía suspendida al ave. Vi una cosa negra que caía; oí el ruido que produce al chocar con las juncos. Pierrot me la trajo en la boca.

Metí al pato, frío ya, en un mismo zurrón... y aquel mismo día salí para París.

Guy de Maupassant (1850-1893)




Relatos góticos. I Relatos de Guy de Maupassant.


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El análisis y resumen del cuento de Guy de Maupassant: Amor (Amour), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«A una gota de rocío»: Carolina Coronado; poema y análisis


«A una gota de rocío»: Carolina Coronado; poema y análisis.




A una gota de rocío (A una gota de rocío) es un poema de amor de la escritora española Carolina Coronado (1820-1911), publicado en la antología de 1843: Poesías (Poesías).

A una gota de rocío, uno de los mejores poemas de amor de Carolina Coronado, sincroniza la imagen del rocío matutino con la de sus propias lágrimas cayendo suavemente por sus mejillas. En este sentido, el poema no está dedicado a cualquier gota de rocío, sino a aquella que le permite a la autora ocultar sus lágrimas.

La escena no es caprichosa, y en cierta forma nos recuerda la imagen de un entierro, certeza que obsesionó profundamente a la autora. Indicios de ese espanto se vislumbran en la historia del silencioso hombre de arriba de Carolina Coronado, una anécdota digna de los mejores cuentos de Edgar Allan Poe.




A una gota de rocío.
A una gota de rocío, Carolina Coronado Romero de Tejada (1820-1911)

Lágrima viva de la fresca aurora,
a quien la mustia flor la vida debe,
y el prado ansioso entre el follaje embebe;
gota que el sol con sus reflejos dora;

Que en la tez de las flores seductora
mecida por el céfiro más leve,
mezclas de grana tu color de nieve
y de nieve su grana encantadora:

Ven a mezclarte con mi triste lloro,
y a consumirte en mi mejilla ardiente;
que acaso correrán más dulcemente

las lágrimas amargas que devoro...
mas ¡qué fuera una gota de rocío
perdida entre el raudal del llanto mío!

Carolina Coronado (1820-1911)




Poemas góticos. I Poemas de Carolina Coronado.


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El análisis y resumen del poema de Carolina Coronado: A una gota de lluvia (A una gota de rocío) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Una invitación a la eternidad»: John Clare; poema y análisis


«Una invitación a la eternidad»: John Clare; poema y análisis.




Una invitación a la eternidad (An Invite to Eternity) es un poema del romanticismo del escritor inglés John Clare (1793-1864), publicado en la antología de 1841: Primer amor (First Love).

Una invitación a la eternidad, uno de los mejores poemas de John Clare, fue escrito cuando el poeta se encontraba recluido en un manicomio de Northampton; y debido a eso se integra al ciclo de poemas de manicomio de John Clare. Su sintaxis oscura, la ausencia de puntuación, la superposición de imágenes inarticuladas, supone que el único responsable de descifrar e interpretar el poema es el lector.

Lo único cierto es que Una invitación a la eternidad es un poema acerca de la alienación del autor, aislado de su familia y amigos, durante su larga temrporada en el Northampton General Lunatic. El narrador le teme a la soledad, y por eso invita al lector, bajo la figura de una dulce doncella, a unirse a él en esa eternidad pavorosa.

Una aclaración: en nuestra versión en español de Una invitación a la eternidad hemos añadido los signos de puntuación ausentes en el original, que puede leerse al final de la traducción. En definitiva, es imposible determinar si esa ausencia es producto de una búsqueda del autor o de las inusuales circunstancias en la que fue escrito.




Una invitación a la eternidad.
An Invite to Eternity, John Clare (1793-1864)

Vendrás conmigo, dulce doncella,
Di que vendrás conmigo
A los profundos valles de la sombra,
Donde brilla la oscuridad de las estrellas;
Donde el camino pierde su rumbo,
Donde el sol se olvida del día,
Donde la luz es siempre sombría,
Vemdrás conmigo, dulce doncella,

Donde las piedras se hunden bajo la corriente,
Donde las plantas se elevan incandescentes,
Donde la vida se desvanece como una visión efímera
Donde las montañas se oscurecen en grutas eternas,
Di que vendrás conmigo, dulce doncella,
A través de esta tristeza sin identidad,
Donde los padres viven y son olvidados,
Donde las hermanas viven y no nos recuerdan.

Di que vendrás conmigo, dulce doncella,
A esta extraña muerte en vida,
A vivir en la muerte y ser la misma,
Sin hogar, sin nombre, sin destino,
A ser sin jamás ser,
—Aquello que fue y no será—
Viendo las cosas como sombras pasar,
Con el cielo arriba, debajo, dentro,
Yaciendo en torno a nuestro silencio?

Seguirás el rastro de la tierra de sombras,
Y al mirar sin conocer el rostro del otro,
El ahora mezclado con razones desaparecidas,
El pasado y el presente como uno solo,
Dirás, doncella, que tu vida puede ser guiada
Para unir a los vivos con los muertos,
Entonces rastrea mis huellas
Hasta que podamos unirnos en la eternidad.


Wilt thou go with me sweet maid
Say maiden wilt thou go with me
Through the valley depths of shade
Of night and dark obscurity
Where the path hath lost its way
Where the sun forgets the day
Where there's nor life nor light to see
Sweet maiden wilt thou go with me

Where stones will turn to flooding streams
Where plains will rise like ocean waves
Where life will fade like visioned dreams
And mountains darken into caves
Say maiden wilt thou go with me
Through this sad non-identity
Where parents live and are forgot
And sisters live and know us not

Say maiden wilt thou go with me
In this strange death of life to be
To live in death and be the same
Without this life or home or name
At once to be or not to be
That was and is not—yet to see
Things pass like shadows—and the sky
Above, below, around us lie.

The land of shadows wilt thou trace
And look nor know each other's face
The present mixed with reasons gone
And past and present all as one
Say maiden can thy life be led
To join the living with the dead
Then trace thy footsteps on with me
We're wed to one eternity.


John Clare (1793-1864)




Poemas góticos. I Poemas de John Clare.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de John Clare: Una invitación a la eternidad (An Invite to Eternity), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

John Clare: poemas


John Clare: poemas.




John Clare (1793-1864) fue uno de los grandes poetas ingleses del romanticismo. Sus obras, de hecho, fueron esenciales para establecer una filosofía del romanticismo; esto es, el culto por el individuo, la exaltación de la vida rural y un fuerte rechazo por lo industrial. En este sentido, los poemas de John Clare incluyen todas las características del romanticismo pero dentro de una estética propia, íntima, una mirada poética del mundo desde la perspectiva de la clase trabajadora que celebra las cosas simples de la vida sin olvidar las terribles.

En esta sección de El Espejo Gótico daremos cuenta de los mejores poemas de John Clare que pueblan nuestra biblioteca.




Grandes poemas de John Clare:
  • Amor y soledad (Love and Solitude)
  • Donde ella confesó su amor (Where She Told Her Love)
  • El amor no puede morir (Love Cannot Die)
  • El amor vive más allá de la tumba (Love Lives Beyond the Tomb)
  • El instinto de la esperanza (The Instinct of Hope)
  • El secreto (The Secret)
  • Poemas de manicomio de John Clare.
  • Primer amor (First Love)
  • Una invitación a la eternidad (An Invite to Eternity)
  • Una visión (A Vision)
  • Yo soy (I Am)
  • Byron (Byron)
  • El calendario del pastor (The Shepherd's Calendar)
  • El ministro de aldea (Village Minstrel)
  • El sueño (The Dream)
  • El tejón (The Badger)
  • Ensayos sobre el paisaje (Essays on Landscape)
  • Ensayos sobre la crítica y la moda (Essays on Criticism and Fashion)
  • Excursiones con un pescador (Excursions with an Angler)
  • Gotas de rocío (Dewdrops)
  • Keats (Keats)
  • Historias de aldea (Village Stories)
  • La cola de fuego (The Firetail)
  • La popularidad de la autoría (Popularity of Authorship)
  • La siega del heno (Haymaking)
  • Moscas de la casa o la ventana (House or Window Flies)
  • Musa rural (Rural Muse)
  • Noche de invierno (Winter Evening)
  • Poemas descriptivos sobre los escenarios de la vida rural (Poems Descriptive of Rural Life and Scenery)
  • Recuerdos de un viaje desde Essex (Recollections on a Journey from Essex)
  • Retratos del bosque en verano (Wood Pictures in Summer)
  • Soneto (Sonnet)
  • Tormenta de nieve (Snow Storm)
  • Yo soy (I Am)




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


El artículo: John Clare: poemas, libros, ensayos fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Sor Aparición»: Emilia Pardo Bazán; relato y análisis


«Sor Aparición»: Emilia Pardo Bazán; relato y análisis.




Sor Aparición (Sor Aparición) es un relato fantástico de la escritora española Emilia Pardo Bazán (1851-1921), publicado en la antología de 1898: Cuentos de amor.

Sor Aparición, uno de los mejores cuentos más importantes de Emilia Pardo Bazán, examina la sobrevaloración de lo masculino dentro del romanticismo, una figura literaria que oscila entre el arquetipo del Don Juan, el héroe byroniano y Prometeo.

Emilia Pardo Bazán revela algunos aspectos interesantes de la misoginia del romanticismo, en este caso, en la figura del poeta español José de Espronceda, que aquí aparece bajo el nombre de Juan Camargo.

Resumir a Sor Aparición como una historia triste de amor es peligroso. En todo caso, podemos hablar de un relato acerca del desencanto, donde el profundo dolor de una monja fantasmagórica se transforma en algo más, algo sublime y, quizás por eso, también inquietante.




Sor Aparición.
Sor Aparición, Emilia Pardo Bazán (1851-1921)

En el convento de las Clarisas de S***, al través de la doble reja baja, vi a una monja postrada, adorando. Estaba de frente al altar mayor, pero tenía el rostro pegado al suelo, los brazos extendidos en cruz y guardaba inmovilidad absoluta. No parecía más viva que los yacentes bultos de una reina y una infanta, cuyos mausoleos de alabastro adornaban el coro. De pronto, la monja prosternada se incorporó, sin duda para respirar, y pude distinguir sus facciones. Se notaba que había debido de ser muy hermosa en sus juventudes, como se conoce que unos paredones derruidos fueron palacios espléndidos. Lo mismo podría contar la monja ochenta años que noventa. Su cara, de una amarillez sepulcral, su temblorosa cabeza, su boca consumida, sus cejas blancas, revelaban ese grado sumo de la senectud en que hasta es insensible el paso del tiempo.

Lo singular de aquella cara espectral, que ya pertenecía al otro mundo, eran los ojos. Desafiando a la edad, conservaban, por caso extraño, su fuego, su intenso negror, y una violenta expresión apasionada y dramática. La mirada de tales ojos no podía olvidarse nunca. Semejantes ojos volcánicos serían inexplicables en monja que hubiese ingresado en el claustro ofreciendo a Dios un corazón inocente; delataban un pasado borrascoso; despedían la luz siniestra de algún terrible recuerdo. Sentí ardiente curiosidad, sin esperar que la suerte me deparase a alguien conocedor del secreto de la religiosa.

Sirvióme la casualidad a medida del deseo. La misma noche, en la mesa redonda de la posada, trabé conversación con un caballero muy comunicativo y más que medianalmente perspicaz, de esos que gozan cuando enteran a un forastero. Halagado por mi interés, me abrió de par en par el archivo de su feliz memoria. Apenas nombré el convento de las Claras e indiqué la especial impresión que me causaba el mirar de la monja, mi guía exclamó:

—¡Ah! ¡Sor Aparición! Ya lo creo, ya lo creo. Tiene un no sé qué en los ojos. Lleva escrita allí su historia. Donde usted la ve, los dos surcos de las mejillas que de cerca parecen canales, se los han abierto las lágrimas. ¡Llorar más de cuarenta años! Ya corre agua salada en tantos días. El caso es que el agua no le ha apagado las brasas de la mirada. ¡Pobre sor Aparición! Le puedo descubrir a usted el quid de su vida mejor que nadie, porque mi padre la conoció moza y hasta creo que le hizo unas miajas el amor. ¡Es que era una deidad!
Sor Aparición se llamó en el siglo Irene. Sus padres eran gente hidalga, ricachos de pueblo; tuvieron varios retoños, pero los perdieron, y concentraron en Irene el cariño y el mimo de hija única. El pueblo donde nació se llama A. Y el Destino, que con las sábanas de la cuna empieza a tejer la cuerda que ha de ahorcarnos, hizo que en ese mismo pueblo viese la luz, algunos años antes que Irene, el famoso poeta.

Lancé una exclamación y pronuncié, adelantándome al narrador, el glorioso nombre del autor del Arcángel maldito, tal vez el más genuino representante de la fiebre romántica; nombre que lleva en sus sílabas un eco de arrogancia desdeñosa, de mofador desdén, de acerba ironía y de nostalgia desesperada y blasfemadora. Aquel nombre y el mirar de la religiosa se confundieron en mi imaginación, sin que todavía el uno me diese la clave del otro, pero anunciando ya, al aparecer unidos, un drama del corazón de esos que chorrean viva sangre.

—El mismo —repitió mi interlocutor—, el ilustre Juan de Camargo orgullo del pueblecito de A, que ni tiene aguas minerales, ni santo milagroso, ni catedral, ni lápidas romanas, ni nada notable que enseñar a los que lo visitan, pero repite, envanecido: En esta casa de la plaza nació Camargo.

—Vamos —interrumpí—, ya comprendo; sor Aparición; digo, Irene, se enamoró de Camargo, él la desdeñó, y ella, para olvidar, entró en el claustro.

—¡Chis! —exclamó el narrador, sonriendo—. ¡Espere usted, espere usted, que si no fuese más! De eso se ve todos los días; ni valdría la pena de contarlo. No; el caso de sor Aparición tiene miga. Paciencia, que ya llegaremos al fin.

De niña, Irene había visto mil veces a Juan Camargo, sin hablarle nunca, porque él era ya mozo y muy huraño y retraído: ni con los demás chicos del pueblo se juntaba. Al romper Irene su capullo, Camargo, huérfano, ya estudiaba leyes en Salamanca, y sólo venía a casa de su tutor durante las vacaciones. Un verano, al entrar en A, el estudiante levantó por casualidad los ojos hacia la ventana de Irene y reparó en la muchacha, que fijaba en él los suyos.... unos ojos de date preso, dos soles negros, porque ya ve usted lo que son todavía ahora. Refrenó Camargo el caballejo de alquiler para recrearse en aquella soberana hermosura; Irene era un asombro de guapa. Pero la muchacha, encendida como una amapola, se quitó de la ventana, cerrándola de golpe. Aquella misma noche, Camargo, que ya empezaba a publicar versos en periodiquillos, escribió unos, preciosos, pintando el efecto que le había producido la vista de Irene en el momento de llegar a su pueblo. Y envolviendo en los versos una piedra, al anochecer la disparo contra la ventana de Irene. Rompióse el vidrio, y la muchacha recogió el papel y leyó los versos, no una vez, ciento, mil; los bebió, se empapó en ellos.

Sin embargo, aquellos versos, que no figuran en la colección de las poesías de Camargo, no eran declaraciones amorosas, sino algo raro, mezcla de queja e imprecación. El poeta se dolía de que la pureza y la hermosura de la niña de la ventana no se hubiesen hecho para él, que era un réprobo. Si él se acercase, marchitaría aquella azucena. Después del episodio de los versos, Camargo no dio señales de acordarse de que existía Irene en el mundo, y en octubre se dirigió a Madrid. Empezaba el período agitado de su vida, las aventuras políticas y la actividad literaria.

Desde que Camargo se marchó, Irene se puso triste, llegando a enfermar de pasión de ánimo. Sus padres intentaron distraerla; la llevaron algún tiempo a Badajoz, le hicieron conocer jóvenes, asistir a bailes; tuvo adoradores, oyó lisonjas; pero no mejoró de humor ni de salud.

No podía pensar sino en Camargo, a quien era aplicable lo que dice Byron de Larra: que los que le veían no le veían en vano; que su recuerdo acudía siempre a la memoria; pues hombres tales lanzan un reto al desdén y al olvido. No creía la misma Irene hallarse enamorada, juzgábase solo víctima de un maleficio, emanado de aquellos versos tan sombríos, tan extraños. Lo cierto es que Irene tenía eso que ahora llaman obsesión, y a todas horas veía aparecer a Camargo, pálido, serio, el rizado pelo sombreando la pensativa frente. Los padres de Irene, al observar que su hija se moría minada por un padecimiento misterioso, decidieron llevarla a la corte, donde hay grandes médicos para consultar y también grandes distracciones.

Cuando Irene llegó a Madrid, era célebre Camargo. Sus versos, fogosos, altaneros, de sentimiento fuerte y nervioso, hacían escuela; sus aventuras y genialidades se comentaban. Asociada con él una pandilla de perdidos, de bohemios desenfadados e ingeniosos, cada noche inventaban nuevas diabluras, ya turbaban el sueño de los honrados vecinos, ya realizaban las orgiásticas proezas a que aluden ciertas poesías blasfemas y obscenas, que algunos críticos aseguran que no son de Camargo en realidad. Con las borracheras y el libertinaje alternaban las sesiones en las logias masónicas y en los comités; Camargo se preparaba ya la senda de la emigración. No estaba enterada de todo esto la provinciana y cándida familia de Irene; y como se encontrasen en la calle al poeta, le saludaron alegres, que al fin era de allá.

Camargo, sorprendido otra vez de la hermosura de la joven, notando que al verle se teñían de púrpura las descoloridas mejillas de una niña tan preciosa, los acompañó, y prometió visitar a sus convecinos. Quedaron lisonjeados los pobres lugareños, y creció su satisfacción al notar que de allí a pocos días, habiendo cumplido Camargo su promesa, Irene revivía. Desconocedores de la crónica, les parecía Camargo un yerno posible, y consintieron que menudeasen las visitas.

Veo en su cara de usted que cree adivinar el desenlace. ¡No lo adivina! Irene, fascinada, trastornada, como si hubiese bebido zumo de hierbas, tardó, sin embargo, seis meses en acceder a una entrevista a solas, en la misma casa de Camargo. La honesta resistencia de la niña fue causa de que los perdidos amigotes del poeta se burlasen de él, y el orgullo, que es la raíz venenosa de ciertos romanticismos, como el de Byron y el de Camargo, inspiró a éste una apuesta, un desquite satánico, infernal. Pidió, rogó, se alejó, volvió, dio celos, fingió planes de suicidio, e hizo tanto, que Irene, atropellando por todo, consintió en acudir a la peligrosa cita. Gracias a un milagro de valor y de decoro salió de ella pura y sin mancha, y Camargo sufrió una chacota que le enloqueció de despecho.

A la segunda cita se agotaron las fuerzas de Irene; se oscureció su razón y fue vencida. Y cuando confusa y trémula, yacía, cerrando los párpados, en brazos del infame, éste exhaló una estrepitosa carcajada, descorrió unas cortinas, e Irene vio que la devoraban los impuros ojos de ocho o diez hombres jóvenes, que también reían y palmoteaban irónicamente.

Irene se incorporó, dio un salto, y sin cubrirse, con el pelo suelto y los hombros desnudos, se lanzó a la escalera y a la calle. Llegó a su morada seguida de una turba de pilluelos que le arrojaban barro y piedras. Jamás consintió decir de dónde venía ni qué le había sucedido. Mi padre lo averiguó porque casualmente era amigo de uno de los de la apuesta de Camargo. Irene sufrió una fiebre de septenarios en que estuvo desahuciada; así que convaleció, entró en este convento, lo más lejos posible de A. Su penitencia ha espantado a las monjas: ayunos increíbles, mezclar el pan con ceniza, pasarse tres días sin beber; las noches de invierno, descalza y de rodillas, en oración; disciplinarse, llevar una argolla al cuello, una corona de espinas bajo la toca, un rallo a la cintura.

Lo que más edificó a sus compañeras que la tienen por santa fue el continuo llorar. Cuentan —pero serán consejas— que una vez llenó de llanto la escudilla del agua. ¡Y quién le dice a usted que de repente se le quedan los ojos secos, sin una lágrima, y brillando de ese modo que ha notado usted! Esto aconteció más de veinte años hace; las gentes piadosas creen que fue la señal del perdón de Dios. No obstante, sor Aparición, sin duda, no se cree perdonada, porque, hecha una momia, sigue ayunando y postrándose y usando el cilico de cerda.

—Es que hará penitencia por dos —respondí, admirada de que en este punto fallase la penetración de mi cronista—. ¿Piensa usted que sor Aparición no se acuerda del alma infeliz de Camargo?

Emilia Pardo Bazán (1851-1921)




Relatos góticos. I Relatos de Emilia Pardo Bazán.


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Anneke Van Giersbergen: imágenes y wallpapers


Anneke Van Giersbergen: imágenes y wallpapers.



Por Atenea Helenaus:

Actualizando un poco nuestra sección de diosas del metal les dejamos algunas imágenes y wallpapers de Anneke van Giersbergen, ex-vocalista de The Gathering, Agua de Annique y otros proyectos solistas; una de las voces más dulces de la escena.




Wallpapers e imágenes de Anneke Van Giersbergen.







































Más bandas góticas. I Videos góticos.


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«Letanías de Satán»: Charles Baudelaire; poema y análisis


«Letanías de Satán»: Charles Baudelaire; poema y análisis.




Letanías de Satán (Les Litanies de Satan) es un poema maldito del escritor francés Charles Baudelaire (1821-1867), publicado en la antología de 1857: Las flores del mal (Les Fleurs du mal).

Letanías de Satán, uno de los más importantes poemas de Charles Baudelaire, ejecuta una fuerte renunciación de la fe, especialmente católica. Desde su composición se utiliza como parte de la liturgia de la misa negra, quizás porque Charles Baudelaire invierte aquí algunos fragmentos de la misa católica.

Algernon Swinburne, lejos de dejarse llevar por las acusaciones de blasfemia que cayeron sobre Charles Baudelaire, considera que Letanías de Satán es la verdadera clave para entender Las flores del mal.

En definitiva, Charles Baudelaire utiliza aquí la imagen de Satanás como representación de todas las personas que han experimentado un castigo injusto. Esto, sin embargo, podía resultar evidente para cualquier persona razonable, pero no para la crítica, quien lo acusó de blasfemo y decadente. Por eso mismo, en el prólogo de la segunda edición de Las flores del mal, Charles Baudelaire debió aclarar que no había formalizado un pacto con el diablo, y que jamás había sido un seguidor de Lucifer.




Letanías de Satán.
Les Litanies de Satan, Charles Baudelaire (1821-1867)

Oh tú, el ángel más hermoso y por ello el más sabio.
Dios ajeno a la suerte y ayuno de alabanzas,

¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!

Príncipe del exilio, a quien aborrecieron, y que
vencido aún te alzas con más fuerza,

¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!

Tú que todo lo conoces, oh gran rey subterráneo,
familiar médico de la angustia humana,

¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!

Tú que incluso al leproso y a los parias más bajos
solo por amor muestras el gusto del Edén,

¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!

Oh tú que de la muerte, tu vieja y constante amante,
engendras la Esperanza- ¡esa adorable demente!

¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!

Tú que das al perseguido esa orgullosa mirada
que en torno del cadalso condena a un pueblo entero.

¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!

Tú, que en el corazón de las putas enciendes el culto
por las llagas y el amor a las mortajas.

¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!

Báculo de exiliados, lámpara de creadores,
confidente de ahorcados y de conspiradores.

¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!

Padre adoptivo de aquellos que, en su cólera,
del paraíso terrestre arrojó Dios un día.


¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!
Gloria y loas a ti, Satán, en las alturas del cielo donde reinas
y en las profundidades del infierno en el que sueñas,
vencido y silencioso, haz de mi alma, bajo el Árbol de la Ciencia,
como una Iglesia nueva sus ramajes expandan.


Ô toi, le plus savant et le plus beau des Anges,
Dieu trahi par le sort et privé de louanges,

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Ô Prince de l’exil, à qui l’on a fait tort,
Et qui, vaincu, toujours te redresses plus fort,

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Toi qui sais tout, grand roi des choses souterraines,
Aimable médecin des angoisses humaines,

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Qui même aux parias, ces animaux maudits,
Enseignes par l’amour le goût du Paradis,

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Ô toi, qui de la Mort, ta vieille et forte amante,
Engendras l’Espérance, — une folle charmante!

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Toi qui peux octroyer ce regard calme et haut
Qui damne tout un peuple autour d’un échafaud,

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Toi qui sais en quels coins des terres envieuses
Le Dieu jaloux cacha les pierres précieuses,

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Toi dont l’œil clair connaît les secrets arsenaux
Où dort enseveli le peuple des métaux,

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Toi dont la large main cache les précipices
Au somnambule errant au bord des édifices,

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Toi qui frottes de baume et d’huile les vieux os
De l’ivrogne attardé foulé par les chevaux,

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Toi qui, pour consoler l’homme frêle qui souffre,
Nous appris à mêler le salpêtre et le soufre,

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Toi qui mets ton paraphe, ô complice subtil,
Sur le front du banquier impitoyable et vil,

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Toi qui mets dans les yeux et dans le cœur des filles
Le culte de la plaie et l’amour des guenilles!

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Bâton des exilés, lampe des inventeurs,
Confesseur des pendus et des conspirateurs,

Ô Satan, prends pitié de ma longue misère!

Père adoptif de ceux qu’en sa noire colère
Du paradis terrestre a chassés Dieu le Père,


Ô Satan, prends pitié de ma longue misère
! Gloire et louage à toi, Satan, dans les hauteurs
Du Ciel, où tu régnas, et dans les profondeurs
De l’Enfer où, fécond, tu couves le silence! Fais que mon âme un jour, sous l’Arbre de Science,
Près de toi se repose, à l’heure où sur ton front
Comme un Temple nouveau ses rameaux s’épandront!


Charles Baudelaire (1821-1867)




Poemas góticos. I Poemas de Charles Baudelaire.


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«Escrito con un nictógrafo»: Arturo Carrera en la voz de Alejandra Pizarnik


«Escrito con un nictógrafo»: Arturo Carrera en la voz de Alejandra Pizarnik.




Escrito con un nictógrafo (Escrito con un nictógrafo) es un poema del escritor argentino Arturo Carrera (1948- ), publicado en la antología de 1972: Escrito con un nictógrafo.

Arturo Carrera llegó a Buenos Aires en 1966, cuando tenía dieciocho años de edad. Lo primero que hizo fue rastrear la dirección de Alejandra Pizarnik en la guía de teléfonos. Encontró su domicilio en la calle Montes de Oca al 600, en el barrio de Barracas. Inmediatamente se hicieron amigos.

Indicios de esa amistad se encuentran en esta lectura de Alejandra Pizarnik del poema de Arturo Carrera, Escrito con un nictógrafo; éste último, especie de dispositivo artesanal para escribir en la oscuridad.




«Escrito con un nictógrafo»: lectura de Alejandra Pizarnik.






Poemas góticos. I Poemas de Alejandra Pizarnik.


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«Requiescat»: Matthew Arnold; poema y análisis


«Requiescat»: Matthew Arnold; poema y análisis.




Requiescat (Requiescat) —término en latín que significa «descansa», utilizado en innumerables lápidas a través de la frase Requiescat in pace, «descansa en paz»— es un poema del romanticismo del escritor inglés Matthew Arnold (1822-1888), compuesto en 1849 y publicado por primera en la antología de ese mismo año: El juerguista extraviado y otros poemas (The Strayed Reveller and Other Poems). Más adelante reaparecería en la colección de 1853: Poemas (Poems).

Requiescat, uno de los mejores poemas de Matthew Arnold, fue escrito cuando el autor tenía apenas veintisiete años de edad. Se presume que fue dedicado a una mujer que conocía, y recitado durante su entierro.

Un repaso superficial de este extraordinario poema de Matthew Arnold puede dejarnos la impresión de ser un poema fúnebre, otra balada a la muerte prematura de una mujer joven y hermosa; sin embargo, Requiescat es mucho más que eso.

La esperanza puede apreciarse en cada verso, sin ironía ni cinismo, casi como una ausencia. Ciertamente no es esta una esperanza voluptuosa, y mucho menos apasionada, sino un humilde deseo de que al término de todas las distracciones e inquietudes de la vida encontremos una merecida recompensa.




Requiescat.
Requiescat, Matthew Arnold (1822-1888)

Que se esparzan sobre ella las rosas
y nunca el rocío del tejo.
En paz ella descansa,
así también como lo haré yo.

El mundo requirió su alegría;
ella se bañó en el regocijo de las sonrisas,
pero su corazón estaba cansado, cansado,
y ahora el mundo la deja ser.

Su vida daba vueltas y vueltas,
en laberintos de sonido y calor.
Pero paz era lo que su corazón deseaba,
y ahora la paz baila a su alrededor.

Su espíritu amplio y fuerte
revoloteó sin poder respirar.
Esta noche por fin podrá heredar
El vasto salón de la muerte.


Strew on her roses, roses,
And never a spray of yew.
In quiet she reposes:
Ah! would that I did too.

Her mirth the world required:
She bathed it in smiles of glee.
But her heart was tired, tired,
And now they let her be.

Her life was turning, turning,
In mazes of heat and sound.
But for peace her soul was yearning,
And now peace laps her round.

Her cabin'd, ample Spirit,
It flutter'd and fail'd for breath.
To-night it doth inherit
The vasty hall of Death.


Matthew Arnold (1822-1888)




Poemas góticos. I Poemas de Matthew Arnold.


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Joseph Vargo: imagenes

Joseph Vargo es uno de los grandes ilustradores del arte gótico contemporáneo. Digamos que es un artista sin demasiadas vueltas. La fantasía en él siempre es algo directo, a veces demasiado.
Les dejamos un video con algunas de sus ilustraciones, y les recomendamos que se den una vuelta por su página oficial.


Joseph Vargo: imágenes.


Más imágenes góticas. I Videos de Victoria Frances.


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«Las hadas»: William Allingham; poema y análisis


«Las hadas»: William Allingham; poema y análisis.




Las hadas (The Fairies) es un poema de hadas del escritor irlandés William Allingham (1824-1889), publicado en la antología de 1850: Poemas (Poems), y luego reeditado en las colecciones de 1855: Canciones del día y la noche (Day and Night Songs), y Cuentos de hadas y folklóricos del campesino irlandés (Fairy and Folk Tales of the Irish Peasantry), de 1888, la cual fue dirigida por W.B. Yeats.

Hoy en día prevalece una mirada ingenua sobre las hadas, elfos, trolls, duendes, y en general sobre toda la gente pequeña; sin embargo, en otros tiempos estas criaturas inducían respeto, inquietud, cuando no directamente terror. En definitiva, las hadas son símbolos de la tradición pagana, y frente a la imposibilidad de barrerlas hacia el olvido se resolvió ridiculizarlas.

Las hadas, uno de los más exquisitos poemas de William Allingham, pertenece a esa antigua tradición de los mitos celtas, rescatada del olvido por los grandes poetas irlandeses del romanticismo.




Las hadas.
The Fairies, William Allingham (1824-1889)

Arriba en la aireada montaña,
Abajo en la sombría cañada,
Nos desafiamos a la caza
Por temor a la pequeña gente,
Diminuta gente, buena gente,
Marchando unidos, diligentes,
¡Chaquetas verdes, gorros rojos
Y blancas plumas relucientes!

Abajo en la orilla rocosa
Algunos hacen su hogar,
Viven en crujientes chozas,
Junto al arroyo o el mar;
Otros en las tenebrosas cañas
Del lago negro en la montaña,
Con sapos como guardianes,
Perros de una vigilia interminable.

Arriba en la sierra
El viejo rey se sienta;
Es tan viejo y maliciento
Que casi a perdido el ingenio.
Con un puente de niebla rosa
Sobre el Columbkill siempre cruza,
En su majestuosa jornada
Por Slieveleague y Rosses;
O persiguiendo la música
De las frías noches estrelladas,
Buscando incesante a su Reina
Bajo la alegre aurora boreal.

La pequeña Bridget allí se ha perdido
Por siete largos años,
Cuando ella volvió del rebaño
Todos sus amigos se habían ido.
Ellos tomaron su ligera espalda
Entre el crepúsculo y la mañana,
Pensaron que dormía con rubor,
Pero yacía muerta de dolor.
Ellos la tienen desde entonces
En las profundidades del lago,
Sobre un lecho de olas veloces,
Velando hasta que descanse.

Junto a la ladera del monte altivo,
A través del musgo desnudo,
Han plantado árboles y espinos,
Y allí danzan esos pies duros.
Si algún hombre atrevido
Se acerca con orgullo y sigilo,
Habrá de caer entre los espinos,
Y encontrará un oscuro destino.

Arriba en la aireada montaña,
Abajo en la sombría cañada,
Nos desafiamos a la caza
Por temor a la pequeña gente,
Diminuta gente, buena gente,
Marchando unidos, diligentes,
¡Chaquetas verdes, gorros rojos
Y blancas plumas relucientes!


Up the airy mountain,
Down the rushy glen,
We daren't go a-hunting
For fear of little men;
Wee folk, good folk,
Trooping all together;
Green jacket, red cap,
And white owl's feather!

Down along the rocky shore
Some make their home,
They live on crispy pancakes
Of yellow tide-foam;
Some in the reeds
Of the black mountain lake,
With frogs for their watch-dogs,
All night awake.

High on the hill-top
The old King sits;
He is now so old and gray
He 's nigh lost his wits.
With a bridge of white mist
Columbkill he crosses,
On his stately journeys
From Slieveleague to Rosses;
Or going up with music
On cold starry nights
To sup with the Queen
Of the gay Northern Lights.

They stole little Bridget
For seven years long;
When she came down again
Her friends were all gone.
They took her lightly back,
Between the night and morrow,
They thought that she was fast asleep,
But she was dead with sorrow.
They have kept her ever since
Deep within the lake,
On a bed of flag-leaves,
Watching till she wake.

By the craggy hill-side,
Through the mosses bare,
They have planted thorn-trees
For pleasure here and there.
If any man so daring
As dig them up in spite,
He shall find their sharpest thorns
In his bed at night.

Up the airy mountain,
Down the rushy glen,
We daren't go a-hunting
For fear of little men;
Wee folk, good folk,
Trooping all together;
Green jacket, red cap,
And white owl's feather!


William Allingham (1824-1889)




Poemas góticos. I Poemas de William Allingham.


Más literatura gótica:
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