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«Muchas invenciones»: Rudyard Kipling; libro y análisis


«Muchas invenciones»: Rudyard Kipling; libro y análisis.




Muchas invenciones (Many Inventions) es una colección de relatos fantásticos del escritor inglés Rudyard Kipling (1865-1936), publicada en 1893.

Muchas invenciones es, sin dudas, una de las grandes antologías de este auténtico maestro de la literatura, la cual agrupa varios cuentos de Rudyard Kipling muy poco conocidos. El título del libro refiere al Eclesiastés 7:29:


He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas invenciones.
(Lo, this only have I found, that God hath made man upright; but they have sought out many inventions)





Muchas invenciones.
Many Inventions, Rudyard Kipling (1865-1936)
  • El cuento más hermoso del mundo (The Finest Story in the World)
  • La legión perdida (The Lost Legion)
  • Amor de mujeres (Love-o’-Women)
  • Brugglesmith (Brugglesmith)
  • De hecho (A Matter of Fact)
  • El perturbador del tráfico (The Disturber of Traffic)
  • El récord de Badalia Herodsfoot (The Record of Badalia Herodsfoot)
  • En el Ruck (In the Rukh)
  • Judson y el Imperio (Judson and the Empire)
  • Los niños del zodíaco (The Children of the Zodiac)
  • Mi Señor el elefante (My Lord the Elephant)
  • Su honor privado (His Private Honour)
  • Una conferencia de los poderes (A Conference of the Powers)
  • Una mirada sobre el tema (One View of the Question)




Relatos góticos. I Libros de Rudyard Kipling.


El análisis y resumen del libro de Rudyard Kipling: Muchas invenciones (Many Inventions), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El hándicap de la vida»: Rudyard Kipling; libro y análisis


«El hándicap de la vida»: Rudyard Kipling; libro y análisis.




El hándicap de la vida (Life's Handicap) es una colección de relatos fantásticos del escritor británico Rudyard Kipling (1865-1936), publicada en 1891.

Se trata de la tercera antología de cuentos de Rudyard Kipling, probablemente aquella que reune las mejores piezas de aquellos años. En El hándicap de la vida se destacan, sobre todo, los relatos de terror de Rudyard Kipling, muchos de los cuales se convertirían en auténticos clásicos del relato de fantasmas del siglo XIX.




El hándicap de la vida.
Life's Handicap, Rudyard Kipling (1865-1936)
  • Al final del callejón (At the End of the Passage)
  • El retorno del Imray (The Return of Imray)
  • Georgie Porgie (Georgie Porgie)
  • La cabeza del distrito (The Head of the District)
  • La ciudad de la noche pavorosa (The City of Dreadful Night)
  • La marca de la bestia (The Mark of the Beast)
  • A través del fuego (Through the Fire)
  • Bertran y Bimi (Bertran and Bimi)
  • El camino de Bubblling Well (Bubbling Well Road)
  • El cortejo de Dinah Shadd (The Courting of Dinah Shadd)
  • El envío (L'Envoi)
  • El hombre que fue (The Man Who Was)
  • El judío errante (The Wandering Jew)
  • El motín de los Mavericks (The Mutiny of the Mavericks)
  • El sueño de Duncan Parrenness (The Dream of Duncan Parrenness)
  • En la colina de Greenhow (On Greenhow Hill)
  • La encarnación de Krishna Mulvaney (The Incarnation of Krishna Mulvaney)
  • La homilía de Amir (The Amir's Homily)
  • Las finanzas de los dioses (The Finances of the Gods)
  • Las limitaciones de Pambe Serang (The Limitations of Pambe Serang)
  • Los hombres altos de Larut (The Lang Men o' Larut)
  • Moti Guj, el amotinado (Moti Guj — Mutineer)
  • Nabot (Naboth)
  • Namgay Doola (Namgay Doola)
  • Pequeño Tobrah (Little Tobrah)
  • Reingelder y la bandera alemana (Reingelder and the German Flag)
  • Sin beneficios del clero (Without Benefit of Clergy)




Relatos góticos. I Libros de Rudyard Kipling.


El análisis y resumen del libro de Rudyard Kipling: El hándicap de la vida (Life's Handicap), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El Rickshaw fantasma y otros relatos»: Rudyard Kipling; libro y análisis


«El Rickshaw fantasma y otros relatos»: Rudyard Kipling; libro y análisis.




El Rickshaw fantasma y otros relatos (The Phantom 'Rickshaw and Other Tales) es una colección de relatos fantásticos del escritor inglés Rudyard Kipling (1865-1936), publicada en 1888.

El Richshaw fantasma y otros relatos es, sin dudas, una de las antologías más reconocidas del autor; superior, incluso, a Cuentos de las colinas (Plain Tales from the Hills), otro clásico de la época. En definitiva, aquí encontramos relatos de Rudyard Kipling mucho más maduros y complejos, tanto en sus argumentos como en su desarrollo.

Estos cuentos de Rudyard Kipling combinan de forma magistral la leyenda y el folklore de la India durante la ocupación británica con la afición victoriana por los relatos de fantasmas. De hecho, el título del libro bien podría hablar de un carruaje o coche fantasma, sin embargo, elige el término rickshaw, aquellos vehículos de dos ruedas tirados por personas que recorrían las calles de la India, y que acaso las siguen recorriendo en la actualidad.




El Rickshaw fantasma y otros relatos.
The Phantom 'Rickshaw and Other Tales, Rudyard Kipling (1865-1936)




Relatos góticos. I Libros de Rudyard Kipling.


El análisis y resumen del libro de Rudyard Kipling: El Rickshaw fantasma y otros relatos (The Phantom 'Rickshaw and Other Tales), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Cuentos de las colinas»: Rudyard Kipling; libro y análisis


«Cuentos de las colinas»: Rudyard Kipling; libro y análisis.




Cuentos de las colinas (Plain Tales from the Hills) es una colección de relatos fantásticos del escritor inglés Rudyard Kipling (1865-1936), publicado en 1888.

Cuentos de las colinas es la primera antología publicada por este notable escritor inglés, la cual cuenta con algunos de los mejores cuentos de Rudyard Kipling de su vasta producción literaria.

En El Espejo Gótico hemos elegido la traducción habitual del título: Cuentos de las colinas, aunque en realidad debería traducirse como Cuentos llanos desde las colinas. Esto refiere a un juego de palabras entre plain, «llano», y hills, «colinas»; es decir, al estilo narrativo simple que utiliza Rudyard Kipling en contraste con la complejidad, o altura, de los temas que toca; además del hecho de que buena parte de los relatos incluídos en el libro ocurren en las cercanías de las estación de Hill Simla, India, durante el verano.

Cuentos de las colinas, decíamos, incluye algunos de los grandes relatos de Rudyard Kipling, los cuales combinan lo fantástico con interesantes aspectos de la vida cotidiana en la India durante la época de la ocupación inglesa.




Cuentos de las colinas.
Plain Tales from the Hills, Rudyard Kipling (1865-1936)
  • El bisara del Poore (The Bisara of Pooree)
  • Atado a un no creyente (Yoked with an Unbeliever)
  • Cerdo (Pig)
  • Consecuencias (Consequences)
  • De boca en boca (By Word of Mouth)
  • El amigo de un amigo (A Friend's Friend)
  • El arresto del teniente Golightly (The Arrest of Lieutenant Golightly)
  • El caso del divorcio de los Bronckhorst (The Bronckhorst Divorce-case)
  • El fraude bancario (A Bank Fraud)
  • El otro hombre (The Other Man)
  • El rescate de Pluffles (The Rescue of Pluffles)
  • El sais de la señorita Youghal (Miss Youghal's Sais)
  • En el orgullo de su juventud (In the Pride of his Youth)
  • En error (In Error)
  • En la casa de Suddhoo (In the House of Suddhoo)
  • En la fuerza de una semejanza (On the Strength of a Likeness)
  • Enmienda de Tod (Tods' Amendment)
  • Falso amanecer (False Dawn)
  • Flechas de Cupido (Cupid's Arrows)
  • La conversión de Aurelian Mc Goggin (The Conversion of Aurelian McGoggin)
  • La desventaja del enlace roto (The Broken Link Handicap)
  • La hija del regimiento (The Daughter of the Regiment)
  • La historia de Muhammad Din (The Story of Muhammad Din)
  • La huída de los húsares blancos (The Rout of the White Hussars)
  • La locura del soldado Otheris (The Madness of Private Ortheris)
  • Lanzado lejos (Thrown Away)
  • La puerta de los cien lamentos (The Gate of the Hundred Sorrows)
  • La toma de Lungtungpen (The Taking of Lungtungpen)
  • Lispeth (Lispeth)
  • Los tres mosqueteros (The Three Musketeers)
  • Más allá de los límites (Beyond the Pale)
  • Para ser llenado como referencia (To be Filed for Reference)
  • Relojes de la noche (Watches of the Night)
  • Secuestrado (Kidnapped)
  • Su esposa casada (His Wedded Wife)
  • Su oportunidad en la vida (His Chance in Life)
  • Tres y uno extra (Three and - an Extra)
  • Un germen destructor (A Germ-Destroyer)
  • Venus Annodomini (Venus Annodomini)
  • Wressley de la oficina extranjera (Wressley of the Foreign Office)




Relatos góticos. I Libros de Rudyard Kipling.


El análisis y resumen del libro de Rudyard Kipling: Cuentos de las colinas (Plain Tales from the Hills), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Rudyard Kipling: poemas destacados


Rudyard Kipling: poemas destacados.




Rudyard Kipling (1865-1936) fue, sin lugar a dudas, uno de los más destacados autores ingleses de todos los tiempos, mucho más reconocido por sus cuentos y relatos que por su producción poética, sin embargo, los poemas de Rudyard Kipling llegaron a transformarse en auténticos clásicos en la transición entre la poesía victoriana y otros movimientos en auge. No en vano se lo conoció como el poeta del imperio.

En esta sección de El Espejo Gótico iremos repasando algunos de los más destacados poemas de Rudyard Kipling.




Poemas de Rudyard Kipling:




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


El artículo: Rudyard Kipling: poemas destacados fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

6 relatos de terror protagonizados por chicos


6 relatos de terror protagonizados por chicos.




El relato de terror admite casi cualquier monstruo que podamos concebir, incluso aquellos que por su naturaleza inocente parecen intérpretes inadmisibles.

Hoy daremos cuenta de otra lista literaria claramente subjetiva, como todas, donde los protagonistas del horror son chicos.

No hablamos aquí de niños que le temen a la oscuridad o que despiertan en medio de la noche para descubrir que son acechados por vagas criaturas del más allá; todo lo contrario, los niños de estos grandes relatos de terror son precisamente quienes inducen el horror dentro de las historias; son, en todo caso, aquello que sigilosamente acecha en la oscuridad.




6 grandes relatos de terror protagonizados por niños.




Relatos de terror. I Antologías.


El artículo: 6 relatos de terror protagonizados por chicos fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Si...»: Rudyard Kipling; poema y análisis.


«Si...»: Rudyard Kipling; poema y análisis.




Si... (If—) —a veces publicado Si puedes...— es un poema del escritor inglés Rudyard Kipling (1865-1936), compuesto en 1896 y publicado en la antología de 1910: Recompensas y hadas (Rewards and Fairies).

Si... es una de las odas más impresionantes al estoicismo, es decir, un poema que narra las asperezas de la vida, sus desilusiones y frustraciones, pero también al hombre y la mujer que, a pesar de ello, continúan de pie, firmes contra las oscuras nubes de la tempestad.

Si... es, además, uno de los más reconocidos poemas de Rudyard Kipling. En una estadística realizada en 1995 se lo consideró como el poema más popular de Inglaterra, tal vez porque uno de sus versos está inscrito sobre la entrada de los jugadores a la cancha central de Wimbledon:


Si te encuentras con el Triunfo y la Derrota
y tratar a estos dos impostores de igual forma.


[If you can meet with Triumph and Disaster
and treat those two impostors just the same
]


A pesar de la naturaleza beligerante de Si..., de acuerdo al propio Rudyard Kipling, que en su autobiografía [Algo de mí mismo (Something of Myself)] sostuvo que el poema estuvo inspirado en el doctor Leander Starr Jameson, hombre que en 1895 lideró una incursión de las fuerzas británicas contra los Boers en Sudáfrica, podemos verlo justificadamente como uno de los más hermosos poemas sobre la condición humana frente a las peores adversidades.




Si...
If, Rudyard Kipling (1865-1936)

Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando los que te rodean
la han perdido y te reprochan.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptar que tengan dudas.

Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no dejas lugar al odio
Y aun así no te jactas de bueno ni de sabio.

Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes encontrarte con el Triunfo y la Derrota,
y tratar a esos dos impostores de la misma manera.
Si puedes soportar oír la verdad que has formulado,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas gastadas.

Si puedes apilar todas tus ganancias
y arriesgarlas en una sola jugada;
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
a cumplir con su deber mucho después del agotamiento,
y así resistir cuando ya no te queda nada
excepto la Voluntad, que grita: "¡Resistid!".

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
O caminar junto a Reyes sin menospreciar por ello a la gente común.
Si los amigos y enemigos no pueden herirte.
Si todos pueden contar contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el implacable minuto,
con sesenta segundos de diligente labor,
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más: ¡serás un Hombre, hijo mío!


If you can keep your head when all about you
Are losing theirs and blaming it on you;
If you can trust yourself when all men doubt you,
But make allowance for their doubting too;

If you can wait and not be tired by waiting,
Or, being lied about, don't deal in lies,
Or, being hated, don't give way to hating,
And yet don't look too good, nor talk too wise;

If you can dream—and not make dreams your master;
If you can think—and not make thoughts your aim;
If you can meet with Triumph and Disaster
And treat those two imposters just the same;
If you can bear to hear the truth you've spoken
Twisted by knaves to make a trap for fools,
Or watch the things you gave your life to broken,
And stoop and build 'em up with wornout tools;

If you can make one heap of all your winnings
And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at your beginnings
And never breathe a word about your loss;
If you can force your heart and nerve and sinew
To serve your turn long after they are gone,
And so hold on when there is nothing in you
Except the Will which says to them: "Hold on";

If you can talk with crowds and keep your virtue,
Or walk with Kings—nor lose the common touch;
If neither foes nor loving friends can hurt you;
If all men count with you, but none too much;
If you can fill the unforgiving minute
With sixty seconds' worth of distance run
Yours is the Earth and everything that's in it,
And—which is more—you'll be a Man my son!


Rudyard Kipling (1865-1936)




Poemas de Rudyard Kipling. I Poemas góticos.


Más literatura gótica:
El análisis, resumen y traducción al español del poema de Rudyard Kipling: Si... (If—) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Relatos de la noche.


Relatos de la noche.




Relatos de la noche (Stories Of The Night) es una colección de relatos de terror editada en 1976.

Todos los cuentos de terror que integran la antología nos presentan el mismo escenario, casi con devoción: la noche y las criaturas terroríficas que se ocultan bajo su velo.






Relatos de la noche.
Stories Of The Night.
  • Cuando anochece en el parque (After Dark in the Playing Fields, M.R. James)
  • La ciudad de la noche pavorosa (The City of Dreadful Night, Rudyard Kipling)
  • La gran noche (The Big Night, Henry Kuttner)
  • La noche (La nuit, Guy de Maupassant)
  • A través de la noche (All Through the Night, Rhys Davies)
  • Danza macabra (Dans Macabre, L.A.G. Strong)
  • El guardián (The Guardian, Walter de la Mare)
  • La historia del difunto señor Elvesham (The Story of the Late Mr Elvesham, H.G. Wells)
  • La señal roja (The Red Signal, Agatha Christie)
  • La serpiente (The Snake, John Steinbeck)
  • La sombra en la pared (The Shadow on the Wall, L.P. Hartley)
  • Variadas tentaciones (Various Temptations, William Sansom)




Antologías. I Relatos góticos.


El análisis y resumen del libro: Relatos de la noche (Stories Of The Night) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

3 historias de terror de Año Nuevo


3 historias de terror de Año Nuevo.




El Año Nuevo no es una fecha habitual en el relato de terror. Son pocos, de hecho, los cuentos que nos sitúan en esa frontera simbólica que separa lo realizado y lo inconcluso de lo potencial.

A continuación les dejamos 3 cuentos de terror de Año Nuevo que si han decidido aprovechar esa fecha incierta, hecha de forzados balances y esperanzas que de tan ilógicas nos parecen razonablemente realizables.



3 historias de terror de Año Nuevo.




Antologías. I Relatos fantásticos.


El resumen de las 3 historias de terror de Año Nuevo fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Relatos de terror de Navidad


Relatos de terror de Navidad.




Escalofríos de Navidad (Chillers for Christmas) es una colección de relatos de terror publicada en 1989.

Todos los cuentos de terror que integran la antología están enfocados en la Nochebuena o —Víspera de Navidad— y la Navidad propiamente dicha.

Si bien se trata de una colección realmente breve, resulta ideal para aquellos que necesiten algún escalofrío después de la medianoche.






Relatos de terror de Navidad.
(Chillers for Christmas)




Más antologías de terror. I Relatos góticos.


Más literatura gótica:
El resumen de los Relatos de terror de Navidad: Escalofríos de Navidad (Chillers for Christmas) fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Poemas para hermanos y hermanas


Poemas para hermanos y hermanas.








Poemas de amor. I Poemas de familia.


El resumen de los Poemas para hermanos y hermanas fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Relatos urbanos de terror


Relatos urbanos de terror.




El relato de terror a menudo nos ubica en escenarios agrestes, suburbanos, rurales, telúricos, tal vez porque las grandes ciudades son en sí mismas un ingrediente terrorífico que opaca la intervención de fantasmas, demonios y vampiros.

Recién a finales del siglo XIX, cuando las ciudades del mundo comenzaron poblarse exponencialmente a causa de la industralización, creando barrios marginales, dialectos, geografías, muchedumbres, fue cuando el relato de terror ya no necesitó ir más lejos para desarrollarse.

A continuación les dejamos los que a nuestro juicio son los mejores relatos urbanos de terror.




Relatos urbanos de terror.




Relatos de terror. I Relatos góticos.


El artículo: Relatos urbanos de terror fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Relatos de terror de bichos y cosas que se arrastran


Relatos de terror de bichos.




El título de esta antología de cuentos de terror ofrece dificultades insólitas en su traducción. Para algunos podría llamarse El libro de los bichos, aunque sin aludir específicamente a los insectos; o bien El libro de las cosas asquerosas que se arrastran (The Creepy-Crawly Book), aunque en sus páginas también encontremos una o dos historias de criaturas probadamente aladas [ver: Relatos de terror de insectos]

Los 22 relatos de terror de bichos que componen el libro se basan en criaturas repulsivas, como arañas, ratas, murciélagos, sepientes; y otros animalejos difíciles de clasificar salvo como objeto de raras fobias [ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción]




El libro de las cosas que se arrastran.
The Creepy-Crawly Book.
  • El entierro de las ratas (The Burial of the Rats, Bram Stoker)
  • El Kraken (The Kraken, Lord Alfred Tennyson)
  • El valle de las arañas (The Valley of Spiders, H.G. Wells)
  • Las ratas en las paredes (The Rats in the Walls, H.P. Lovecraft)
  • Las ratas del cementerio (The Graveyard Rats, Henry Kuttner)
  • Rikki-Tikki-Tavi (Rikki-Tikki-Tavi, Rudyard Kipling)
  • Buena compañía (Good Company, Leonard Clark)
  • El escorpión (The Scorpion, Richard Henwood)
  • El ratón (The Mouse, Henry Williamson)
  • El viejo Rattler y la serpiente rey (Old Rattler and the King Snake, David Starr Jordan)
  • Gusanos y el viento (Worms and the Wind, Carl Sandburg)
  • La cola del ratón (The Mouse's Tail, Lewis Carroll)
  • La leyenda de Aracne (The Legend of Arachne, Lucy Berman)
  • La leyenda de Cadmo (The Legend of Cadmus, Thomas Bulfinch)
  • La leyenda de Robert Buce y la araña (The Legend of Robert Bruce and the Spider, Walter Scott)
  • La maldición del Torre del Ratón (The Curse of Mouse Tower, Bernhardt J. Hurwood)
  • Las hormigas (The Ants, Hanns Heinz Ewers)
  • Los murciélagos (The Vampire Bats, William Beebe)
  • Murciélagos (Bats, Randall Jarrell)
  • Ratas (Rats, Joan Beadon)
  • Wilhelmina (Wilhelmina, Gerald Durrell)




Antologías. I Relatos de terror.


El análisis y resumen del libro: El libro de las cosas que se arrastran (The Creepy-Crawly Book) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

10 mejores relatos de terror de Rudyard Kipling.


10 mejores relatos de terror de Rudyard Kipling.




Más asociado a la selva y las enigmáticas noches de la India que al rostro más sombrío del relato fantástico, Rudyard Kipling (1865-1936) fue, además, un maestro del relato de terror.

Masón y escritor del imperio, tal como lo calificaban sus compatriotas ingleses, Rudyard Kipling fue un ejemplo de que el cuento de terror no necesita de espectros ortodoxos para inquietarnos. Por el contrario, a menudo sus estremecimientos se hallan en sitios cotidianos, saturados de familiaridad, de cuyas aristas previsibles a menudo saltan ante nuestros ojos con toda la potencia de un reflejo que repentinamente se vuelve independiente.

A continuación compartimos con ustedes los que a nuestro juicio son los 10 mejores relatos de terror de Rudyard Kipling.





10 mejores relatos de terror de Rudyard Kipling.




Relatos de terror de Rudyard Kipling. I Relatos góticos.


El resumen de los 10 mejores relatos de terror de Rudyard Kipling fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Relatos de terror de «Strand Magazine».


Relatos de terror de «Strand Magazine».




En la antología de hoy se agrupan los mejores relatos de terror de Strand Magazine, revista que apareció en el Reino Unido entre 1891 y 1950 con algo más de 700 ejemplares editados. Strand Magazine alcanzó una enorme popularidad casi desde su primer número, en la navidad de 1891. Los mejores autores del cuento fantástico y el relato de detectives aparecieron en sus páginas, entre ellos H.G. Wells, Agatha Christie, D.H. Lawrence, Edith Nesbit, W.W. Jacobs, Rudyard Kipling, Dorothy L. Sayers y Arthur Conan Doyle. Strand Magazine incluso puede jactarse de haber publicado el primer relato de Sherlock Holmes.

La masividad de Strand Magazine en el Reino Unido le permitió ciertas licencias, por ejemplo, un cuento escrito por Winston Churchill y algunos dibujos realizados por la reina Victoria.




Relatos de terror de Strand Magazine.
Strange Tales from the Strand.
  • El horror de las alturas (The Horror of the Heights, Arthur Conan Doyle)
  • El lago (The Tarn, Hugh Walpole)
  • La casa embrujada (The Haunted House, Edith Nesbit)
  • La tortura por la esperanza (La torture par l’espérance, Villiers de L'Isle-Adam)
  • ¡Boletos, por favor! (Tickets, Please!, D.H. Lawrence)
  • Como sucedió (How it Happened, Arthur Conan Doyle)
  • El caso de Roger Carboyne (The Case of Roger Carboyne, H. Greenhough Smith)
  • El espejo plateado (The Silver Mirror, Arthur Conan Doyle)
  • El guardián de su hermano (His Brother's Keeper, W.W. Jacobs)
  • El lagarto (The Lizzard, C. J. Cutcliffe Hyne)
  • El motor de Lord Beden (Lord Beden's Motor, J.B. Harris-Burland)
  • El poder de la oscuridad (The Power of Darkness, Edith Nesbit)
  • El vagón (The Railway Carriage, F. Tennyson Jesse)
  • Espectro blanco (White Spectre, B.L. Jacot)
  • Inexplicable (Inexplicable, L.G. Moberly)
  • La cámara profética (The Prophetic Camera, L. de Giberne Sieveking)
  • La campana (The Bell, Beverley Nichols)
  • La catástrofe del valle del Tames (The Thames Valley Catastrophe, Grant Allen)
  • La gripe negra (The Black Grippe, Edgar Wallace)
  • La historia del periódico de Brownlow (The Queer Story Of Brownlow’s Newspaper, H.G. Wells)
  • La maldición de Cavalanci (Cavalanci's Curse, Henry A. Hering)
  • La niebla (The Fog, Morley Roberts)
  • La orquesta de la muerte (The Orchestra of Death, Ianthe Jerrold)
  • Resurgam (Resurgam, Rina Ramsay)
  • Todo menos lleno (All But Empty, Graham Greene)
  • Un horrible estremecimiento (A Horrible Fright, T. Meade)




Antologías. I Relatos pulp.


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«Tres hombres en un bote»: Jerome K. Jerome; novela y análisis.


«Tres hombres en un bote»: Jerome K. Jerome; novela y análisis.




Tres hombres en un bote (Three Men in a Boat) —también traducido como Tres hombres en una barca— es una novela victoriana del escritor inglés Jerome K. Jerome (1859-1927), publicada en 1889.

La novela se despega ligeramente de las inclinaciones de nuestra biblioteca por tratarse de una sátira, aunque con la objeción de que sus ironías no están completamente despegadas del absurdo y el horror.

En junio de 1888, Jerome K. Jerome se casó con Georgina Elizabeth Henrietta Stanley Marris [Ettie], apenas nueve días después de que ella se divorciara de su primer esposo. La luna de miel, rápida como las nupcias, tuvo lugar sobre el río Támesis. De aquella experienia Jerome K. Jerome extrajo su obra más determinante: Tres hombres en un bote.

En la historia, su esposa fue reemplazada por los amigos de Jerome K. Jerome: George Wingrave [George] y Carl Hentschel [Harris]. Esta sustitución le permitió elaborar situaciones maravillosamente absurdas, que sin embargo también se vinculan directamente con la historia del Támesis. La popularidad de Tres hombres en un bote fue inmediata, y continúa hasta nuestros días. En sus primeros veinte años vendió más de un millón de copias alrededor del mundo, una cifra descomunal para la época.

En éxito de Tres hombres en un bote le permitió a Jerome K. Jerome dedicarse por completo a la literatura, aunque nunca con la popularidad de aquella. En 1892 venció nada menos que a Rudyard Kipling en la carrera por ser el editor en jefe de The Idler, publicación que estimulaba la pereza y el ocio como elementos esenciales de la vida moderna.




Tres hombres en un bote.
Three Men in a Boat, Jerome K. Jerome (1859-1927)

Copia y pega el enlace en tu navegador para leer o descargar en PDF Tres hombres en un bote de Jerome K. Jerome.
  • https://www.suneo.mx/literatura/subidas/Jerome%20K.%20Jerome%20Tres%20hombres%20en%20una%20barca.pdf




Novelas góticas. I Novelas de Jerome K. Jerome.


El análisis y resumen de la novela de Jerome K. Jerome: Tres hombres en un bote (Three Men in a Boat) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Los mejores relatos náuticos de terror


Los mejores relatos náuticos de terror.




Las historias del mar y sus misterios han ejercido un fuerte encanto en el relato de terror. No hay maestro del género que no haya sentido la atracción del océano y sus olas embravecidas, así como de los valientes que se atreven a ellas [ver: Relatos de terror del mar].

Esta antología, titulada: Misteriosas historias del mar (Mysterious Sea Stories), reune algunos de los mejores cuentos náuticos de terror, relatos que se desarrollan en el mar y el océano, ya sea desde el espíritu temerario de navegantes y marineros, como de los testigos ocasionales de la tempestad.





Misteriosas historias del mar.
Mysterious Sea Stories.
  • El barco fantasma (The Ghost Ship, Frederick Marryat)
  • El regreso al hogar del Shamraken (The Shamraken Homeward-Bounder, William Hope Hodgson)
  • El retorno de Imray (The Return of Imray, Rudyard Kipling)
  • De hecho (A Matter of Fact, Rudyard Kipling)
  • El barco de la muerte (A Bewitched Ship, W. Clark Russell)
  • El cambio de la marea (The Turning of the Tide, C.S. Forester)
  • El compañero negro (The Black Mate, Joseph Conrad)
  • El fantasma benevolente y el capitán Lowrie (The Benevolent Ghost and Captain Lowrie, Richard Sale)
  • El obsequio de Davy Jones (Davy Jones's Gift, John Masefield)
  • En el abismo (In the Abyss, H.G. Wells)
  • Hacia el poniente (Make Westing, Jack London)
  • La declaración de J. Habakuk Jephson (J. Habakuk Jephson’s Statement, Arthur Conan Doyle)
  • La isla de Hood y el ermitaño Oberlus (Hood’s Isle and The Hermit Oberlus, Herman Melville)
  • La leyenda de Bell Rock (The Legend of the Bell Rock, Frederick Marryat)
  • Los guardianes subacuáticos (Undersea Guardians, Ray Bradbury)




Antologías. I Relatos góticos.


El análisis y resumen del libro: Misteriosas historias del mar (Mysterious Sea Stories) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Relatos góticos del período victoriano


Relatos góticos del período victoriano.




Si bien la literatura gótica nació y se desarrolló a finales del siglo XVIII, alcanzando la cima de su potencial a mediados del siglo XIX, el período victoriano, lleno de contradicciones y experimentos, fue testigo de las últimas variantes del género antes de convertirse en algo completamente nuevo.

En esta antología, titulada: Relatos góticos del período victoriano tardío (Late Victorian Gothic Tales), se reunen algunos de los mejores relatos góticos del período victoriano, una suerte de gótico tardío, si se quiere, con los pies en el horror tradicional del género y la mirada puesta en sus nuevas formas.





Relatos góticos del período victoriano.
Late Victorian Gothic Tales.




Antologías. I Relatos góticos.


El análisis y resumen del libro: Relatos góticos del período victoriano (Late Victorian Gothic Tales) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Mi domingo en casa»: Rudyard Kipling; relato y análisis.


«Mi domingo en casa»: Rudyard Kipling; relato y análisis.




Mi domingo en casa (My Sunday at Home) es un relato fantástico del escritor británico Rudyard Kipling (1865-1936), publicado originalmente en la revista americana The Idler, y luego recogido en la antología de 1898: El trabajo de un día (The Day's Work).






Mi domingo en casa.
My Sunday at Home, Rudyard Kipling (1865-1936)

Si el Asesino Rojo piensa que asesina,
o si el asesinado piensa que es asesinado,
no conocen bien las maneras sutiles que
yo mantengo, traspaso y cambio.
[Emerson]


Fue el deslizamiento irreproducible de la R, cuando me dijo que era su «fy-ist» primera visita a Inglaterra lo que me indicó que era un neoyorquino de Nueva York; y cuando en el curso de nuestro largo y perezoso viaje hacia el oeste desde Waterloo se extendió acerca de las bellezas de su ciudad, yo, asumiendo ignorancia, no dije una palabra. Me sentía sorprendido y complacido por la cortesía de aquel hombre, que había dado al maletero de Londres un chelín por llevarle la bolsa menos de cin cuenta metros; había investigado plenamente el com partimento de aseo de primera clase que el London & South-Western proporciona a veces sin cargo adicional; y ahora, mitad con respeto y mitad con desprecio, pero totalmente interesado, contemplaba el ordenado paisa je inglés envuelto en su paz dominical, mientras yo ob servaba que la sorpresa crecía en su rostro. ¿Por qué los coches del ferrocarril eran tan cortos y envarados? ¿Por qué los coches de carga estaban cubiertos con una lona alquitranada? ¿Qué salario podía obtener ahora un in geniero? ¿Dónde estaban los populosos habitantes de Inglaterra, de los que tanto había leído? ¿Cuál era la po sición de todos aquellos hombres que recorrían los ca minos en triciclos? ¿Cuándo llegaríamos a Plymouth?

Le dije todo lo que sabía y mucho de lo que ignora ba. Él se dirigía a Plymouth para ayudar en la consulta de un compatriota que se había retirado a un lugar lla mado The Hoe -¿estaba en la parte alta de la ciudad o en la baja?- para recuperarse de una dispepsia nervio sa. Sí, él era médico, y no podía entender que nadie en Inglaterra pudiera tener un trastorno nervioso. Jamás había soñado que existiera una atmósfera tan tranqui lizadora. Incluso el fragor profundo del tráfico londi nense resultaba monacal en comparación con el de al gunas ciudades que él podía nombrar; y el campo... bueno, era el paraíso. Confesó que la permanencia en él acabaría por volverle loco; pero unos cuantos meses era la cura de descanso más suntuosa que conocía.

-A partir de ahora vendré todos los años -dijo complacido mientras pasábamos entre dos setos de dos metros y medio de altura de espinos blancos y ro sados-. Estoy viendo todas aquellas cosas sobre las que había leído. Evidentemente, no impresionan igual. ¿Puedo suponer que es usted de esta zona? ¡Qué paisa je tan acabado! ¡Qué logrado! Debió de nacer así. En cambio, donde yo solía vivir... ¡vaya! ¿Qué sucede?

El tren se detuvo bajo el brillo del sol en Framlyngha me Admiral, una estación compuesta exclusivamente por el tablero con el nombre, dos andenes y un puente por encima, que incluso carecía de la habitual vía muerta. No sabía que ni el más lento de los trenes lo cales se hubiera detenido allí antes, pero en domingo todas las cosas son posibles para el London and South Western. Podíamos escuchar el zumbido de la con versación en los coches, y apenas algo más fuerte el de los abejorros en los setos floridos de la orilla. Mi compañero sacó la cabeza por la ventanilla y olfateó complacidamente.

-¿Dónde estamos ahora? -preguntó.

-En Wiltshire -contesté yo.

-¡Ah! En un campo como éste un hombre podría escribir novelas con la mano izquierda. ¡Bien, bien! Así que éste es el condado de Tess, ¿no es así? Tengo la sensación de estar dentro de un libro. Y el conduc... el revisor tiene algo en mente. ¿Qué estará diciendo?

El revisor, con espléndidas insignias y cinturón, recorría con grandes zancadas el andén con el paso ofi cial de reglamento, y con la voz oficial de reglamento decía en cada puerta:

-¿Algún caballero tiene un frasco de medicinas? Un caballero ha tomado por error un frasco de veneno (láudano).

Entre cada uno de los cinco pasos contemplaba un telegrama oficial que llevaba en la mano, refrescaba la memoria y decía su frase. La mirada soñadora del ros tro de mi compañero -que se había escapado con Tess- desapareció con la velocidad de un cierre auto mático. Según la costumbre de sus compatriotas, se había levantado nada más conocer la situación, de un salto cogió la bolsa que tenía en la repisa superior, la abrió y pude escuchar el ruido que hacían los frascos al chocar entre ellos.

-Entérese de dónde está ese hombre -dijo breve mente-. Tengo aquí algo que le curará... si todavía es capaz de tragarlo.

Rápidamente recorrí los coches buscando al revisor. En un compartimiento trasero había un clamor: la voz de alguien que vociferaba pidiendo que le soltaran y los pies de alguien que daba patadas. Con el rabillo del ojo vi al doctor neoyorquino que se apresuraba hacia mí lle vando en la mano un vaso azul de los aseos lleno hasta los topes. Encontré al revisor rascándose la cabeza en ac titud poco oficial junto a la máquina, y murmurando:

-Bueno, puse un frasco de medicinas en Andover, estoy seguro de que lo hice.

-De todas maneras será mejor que lo vuelvas a de cir -exclamó el maquinista-. Las órdenes son órdenes. Dilo otra vez.

Una vez más el revisor retrocedió, mientras yo, de seoso de atraer su atención, trotaba tras él.

-En un minuto, señor... en un minuto -dijo levan tando un brazo que podría poner en marcha todo el trá fico en el ferrocarril de London and South-Western-. ¿Algún caballero tiene un frasco de medicina? Un caba llero ha tomado por error un frasco de veneno (láudano).

-¿Dónde está ese hombre? -pregunté quedándo me boquiabierto.

-Trabajando. Aquí están mis órdenes -me enseñó el telegrama con las palabras que tenía que decir -. Debe de haber dejado su frasco en el tren llevándose otro por error. Ha puesto un telegrama desde el traba jo, y ahora que pienso en ello estoy casi seguro de que dejé un frasco de medicina en Andover.

-¿Entonces el hombre que tomó el veneno no está en el tren?

-Dios mío, no, señor. Nadie tomó veneno de esa manera. Se lo llevó con él, en sus manos. Ha puesto un telegrama desde el trabajo. Mis órdenes son preguntar a todos los que hay en el tren, y lo he hecho, y ya lleva mos cuatro minutos de retraso. ¿Sube, señor? ¿No? ¡Coja el siguiente!

No hay nada, a menos que pensemos quizás en la lengua inglesa, que sea más terrible que el funciona miento de una línea de ferrocarril inglesa. Un instante antes parecía que fuéramos a pasarnos toda la eternidad en Framlynghame Admiral, y ahora observaba la cola del tren desaparecer en la curva siguiente.

Pero no estaba solo. En el único banco que había en el andén inferior se hallaba sentado el peón cami nero más grueso que había visto en mi vida, suavizado y más amable (pues sonreía generosamente) por el li cor. En sus enormes manos acariciaba un vaso vacío marcado por fuera con las letras «L. S. W R.»; y man chado interiormente con franjas de sedimento azul grisáceo. Delante de él, y con una mano apoyada en su hombro, estaba el doctor, y cuando me acerqué lo bas tante para oírles, escuché que el médico le decía:

-Sea paciente y reténgalo uno o dos minutos más y se encontrará tan perfectamente como nunca en su vida. Me quedaré con usted hasta que mejore.

-¡Dios mío! Pero si estoy muy cómodo -contestó el peón caminero-. Nunca en mi vida me sentí mejor.

Volviéndose hacia mí, el doctor dijo en voz baja:

-Podría haber muerto mientras ese estúpido del conduc... del revisor decía su frase. Pero le he curado. Eso hará efecto en unos cinco minutos, pero está como pasmado. No veo de qué manera podremos obligarle a hacer ejercicio.

En un primer momento sentí como si me hubieran aplicado en el estómago inferior tres kilos de hielo pi cado en forma de compresa.

-¿Cómo... cómo lo hizo? -le pregunté con la boca abierta por la sorpresa.

-Le pregunté si estaría dispuesto a beber algo. Es taba echando un trago fuera del coche... imagino que por la fuerza de su constitución. Dijo que iría casi a cualquier lado por una bebida, de modo que le atraje hasta el andén y le subí a él. Ustedes los británicos son gente de sangre fría. El tren se ha ido y a nadie parecía importarle un comino.

-Lo hemos perdido -dije.

Me miró con curiosidad.

-Vendrá otro antes de la puesta de sol, si ése es su único problema. Dígame, mozo, ¿cuándo pasa el si guiente tren?

-A las siete cuarenta y cinco -dijo el único mozo pasando por la compuerta y perdiéndose en el paisaje. Eran las tres y veinte de una tarde calurosa y somno lienta. La estación estaba absolutamente desierta. El peón había cerrado los ojos y asentía.

-Está mal -dijo el doctor-. Me refiero al hombre, no al tren. Tenemos que hacerle pasear, pasear arriba y abajo.

Con la máxima rapidez que me fue posible le expli que lo delicado de la situación y el doctor de Nueva York se puso de un color verde bronce. Después blas femó ampliamente contra todo el tejido de nuestra gloriosa Constitución maldiciendo la lengua inglesa, sus raíces, ramas y paradigmas, pasando por sus más oscuros derivados. Tenía el abrigo y la bolsa en el ban co, junto al durmiente. Avanzó hasta allí cuidadosa mente y pude ver la traición en su mirada. No sé por qué razón el retraso le indujo a ponerse el abrigo de primavera. Dicen que un ruido ligero des pierta a un durmiente con más seguridad que uno po tente, y apenas se había puesto el doctor las mangas cuando el gigante despertó y con la calurosa mano de recha sujetó el cuello forrado de seda. Había rabia en su rostro... rabia y la comprensión de emociones nuevas.

-No... no me siento tan cómodo como antes -dijo desde lo más profundo de su interior-. Esperará con migo, lo hará -añadió respirando pesadamente a tra vés de los labios entrecerrados.

Si hay una cosa que más que ninguna otra hubiera mencionado el doctor en su conversación conmigo era el esencial acatamiento de la ley, por no decir la amabi lidad, de sus compatriotas, tan equivocadamente con siderados. Y sin embargo (aunque en realidad quizás no fuera más que un botón que le molestaba) vi que movió la mano hacia atrás, hacia la cadera derecha, agarró algo y volvió a sacarla vacía.

-No va a matarle -le dije-. Probablemente le pre sentará una demanda legal, si es que conozco a los míos. Será mejor que le dé algo de dinero de vez en cuando.

-Si se mantiene tranquilo hasta que el material haga su trabajo -respondió el doctor-, todo irá bien. Si no... me llamó Emory, Julian B. Emory, 193 de Steenth Street, esquina a Madison y...

-Me siento peor que nunca -exclamó de pronto el peón-. ¿Para... qué... me... dio... la... bebida?

Aquello parecía tan puramente personal que me retiré a una posición estratégica en el puente, y cuando me encontré en su centro exacto, miré hacia la lejanía. Pude ver la carretera blanca que recorría las estriba ciones de la llanura de Salisbury, sin la menor sombra una milla tras otra, y un punto a media distancia que era la espalda del único mozo de estación que regresa ba a Framlynghame Admiral si es que tal lugar existía, hasta las siete cuarenta y cinco. Resonó suavemente la campana de una iglesia invisible. Escuché el susurro de las hojas del castaño de indias situado a la izquierda de la vía y el sonido de unas ovejas que se acercaban. La paz del nirvana se extendía sobre la tierra, y me ditando en ella, con los codos apoyados en la caliente viga de hierro de la pasarela (cruzar las vías por cual quier otro medio significaba una multa de cuarenta chelines), comprendí como nunca antes lo había he cho de qué manera las consecuencias de nuestros actos prosiguen eternamente a través del tiempo y a través del espacio. Si dejamos aunque sea la más ligera im presión en la vida de un compañero de mortalidad, el contacto de nuestra personalidad, como las ondas de una piedra arrojada en el agua, se amplía y amplía en círculos interminables a lo largo de eones hasta que ni siquiera los remotos dioses pueden saber cuándo cesará su acción. Había sido yo quien silenciosamente puso ante el doctor el vaso del compartimento de aseo de primera clase que ahora se aproximaba veloz a Plymouth. Y sin embargo, al menos en espíritu, estaba un millón de kilómetros alejado de ese infeliz hombre de otra nacionalidad que había decidido introducir un inexperto dedo en el funcionamiento de una vida aje~ na. La maquinaria le arrastraba arriba y abajo por el andén soleado. Parecía como si los dos hombres estu vieran aprendiendo a bailar juntos la polca y la mazur ca, y el tema central de su canción, expresado por una voz profunda, era: «¿Para qué me dio la bebida?»

Vi el destello de la plata en la mano del doctor. El peón la cogió y la metió en el bolsillo con la mano iz quierda; pero ni por un instante su poderosa mano de recha abandonó el cuello del abrigo del doctor, y con forme se aproximaba la crisis se elevaba más y más su voz estruendosa: «¿Para qué me dio la bebida?» Bajo las grandes maderas sujetas con pernos de trein ta centímetros de la pasarela fueron acercándose hacia el banco, y comprendí que el momento culminante estaba próximo. El material estaba haciendo su trabajo. El ros tro del peón caminero se fue poniendo por oleadas azul, blanco y nuevamente azul hasta que se asentó en un fuerte amarillo de arcilla de río y... entonces cayó.

Pensé en la voladura del Hell Gate; en los géiseres del parque de Yellowstone; en Jonás y la ballena; pero el original en vivo que observaba desde muy cerca, desde arriba, sobrepasaba a todo aquello. Se tambaleó hasta el banco, el fuerte asiento de madera sujeto con grapas de hierro a la piedra duradera, y se aferró a él con la mano izquierda. Se sacudió y estremeció lo mis mo que se estremecen los pilotes del rompeolas ante la fuerza de los mares que se abalanzan sobre la tierra; tampoco faltó, cuando recuperó el aliento, «el grito de una playa enloquecida arrastrada por la ola» Seguía aferrando con la mano derecha el cuello del doctor, por lo que los dos se estremecían en un mismo paroxismo, vibrando juntos como péndulos, y yo, alejado, me agitaba con ellos.

Fue algo colosal... inmenso; pero para ciertas mani festaciones la lengua inglesa se queda corta. Sólo el francés, el francés de cariátide de Victor Hugo, lo ha bría podido describir; y yo gemía y reía, repasando y re chazando rápidamente los adjetivos inadecuados. La vehemencia de la agitación se agotó a sí misma y el pa ciente medio se arrodilló sobre el banco. Ahora llamaba con voz ronca a Dios y a su esposa, lo mismo que el toro herido pide al rebaño ileso que permanezca. Curiosa mente, el lenguaje que utilizaba no era malo: ése había desaparecido de él con el resto de las cosas. El doctor le enseñó oro. Lo cogió y lo retuvo. Lo mismo que retuvo la fuerza con la que le sujetaba el cuello del abrigo.

-Si soy capaz de soportarlo -bramó el gigante con desesperación-, le aplastaré... a usted y sus bebidas. ¡Me muero... me muero... me muero!

-Eso es lo que piensa usted -dijo el doctor-. Verá como le hace mucho bien -y convirtiendo en virtud una necesidad imperativa, añadió-: Me quedaré a su lado. Si me dejara libre un momento le daría algo que le arreglaría.

-Ya me ha arreglado, condenado anarquista. ¡Le ha quitado el pan de la boca a un trabajador inglés! Pero seguiré sujetándole hasta que esté bien o haya muerto. Nunca le hice daño. ¿Suponía que estaba un poco car gado? Ya me bombearon una vez en Guy's con un bombeo estomacal. Aquello pude entenderlo, pero no esto, y me está matando lentamente.

-Se encontrará bien dentro de media hora. ¿Por qué supone que querría yo matarle? -preguntó el doc tor, que procedía de una raza lógica.

-¿Cómo voy a saberlo yo? Cuéntelo en el tribunal. Le darán siete años por esto, ladrón de cuerpos. Que eso es lo que es... un maldito ladrón de cuerpos. Pero le aseguro que en Inglaterra hay justicia; y también mi sindicato le perseguirá. No nos gusta que hagan trucos a nuestra gente. Condenaron a diez años a una mujer por mucho menos que esto. Y tendrá que pagar cien tos y cientos de libras, además de una pensión a la pa rienta. Ya lo verá usted, falso médico. ¿Dónde está su licencia para hacer tal cosa? ¡Le cazarán, se lo aseguro!

Observé entonces lo que antes ya había visto con frecuencia, que un hombre que sólo tiene un miedo ra zonable a un altercado con un desconocido sufre verda dero pavor ante el mismo hecho en una tierra extranje ra. La voz del doctor se asemejaba en su tono al de una flauta en su exquisita cortesía cuando respondió:

-Pero le he dado muchísimo dinero... cinc... tres libras, creo.

-¿Y de qué valen tres libras a cambio de envenenar me? En Guy's me dijeron que obtendría veinte... que dándome frío sobre la pizarra. ¡Ay! Ya vuelve.

Por segunda vez pareció como si le cortaran los pies y el banco se movió hacia adelante y atrás mientras yo apartaba la mirada. Aquel día de mediados de un mayo inglés estaba en el punto mismo de la perfección. Las mareas invisibles del aire habían cambiado y toda la naturaleza volvía el rostro, con la sombra de los castaños de indias, hacia la paz de la noche próxima. Pero quedaban horas toda vía, yo lo sabía -larguísimas horas del eterno crepúsculo inglés- para que acabara el día. Me sentía bastan te contento de estar vivo... de abandonarme a la deriva del tiempo y el destino; de absorber una gran paz a tra vés de mi piel y amar a mi país con la devoción que tres mil millas de mar situado en medio hacían florecer plenamente. ¡Y qué jardín del Edén era esta tierra fer tilizada, recortada y húmeda! Cualquier hombre po día acampar en campo abierto con mayor sensación de hogar y seguridad que la que podían aportarle los edi ficios más majestuosos de las ciudades extranjeras. Y la alegría se debía a que todo era inalienablemente mío: el seto cuidado, la carretera inmaculada, decentes ca sas de piedra gris, sotos apretados, bosquecillos como borlas, espinos con manzanas y árboles bien cultiva dos. Un ligero soplo de viento -que esparció copos de espino sobre los brillantes raíles-, me trajo un débil aroma como a coco fresco, lo que me permitió saber que la aulaga dorada estaba floreciendo en algún lugar que yo no veía. Linneo dio gracias a Dios poniéndose de rodillas la primera vez que vio un campo de aula gas; y dicho sea de paso, también el peón estaba de ro dillas. Pero no se encontraba rezando, sino que sim plemente tenía náuseas.

El doctor se vio obligado a inclinarse sobre él, con el rostro hacia la parte posterior del asiento, y por lo que pude ver supuse que el peón había muerto. De ser así, era el momento apropiado para irme; pero sabía que mientras un hombre se confía a la corriente de las cir cunstancias, aceptando lo que en ella viene sin recha zarlo nunca, no puede sucederle daño alguno. El que es atrapado por la ley es aquel que ha inventado y planifi cado, nunca el filósofo. Sabía que cuando la obra fuera interpretada el propio destino me conmovería desde el cadáver; y sentí mucha pena por el médico.

En la distancia, posiblemente en la carretera que conducía a Framlynghame Admira], apareció un vehí culo y un caballo: esa antigua calesa que aparece en casi todos los pueblos cuando es necesario. Aquello avanzaba, sin que yo hubiera pagado por ello, hacia la estación; tendría que pasar por el callejón profundo, por debajo del puente del ferrocarril, y salir por el lado del doctor. Yo estaba en el centro de las cosas, y por eso todos los lados eran semejantes para mí. Aquí estaba pues mi máquina de la máquina. Cuando llegara su cedería algo, o pasaría cualquier cosa. Por lo demás, me poseía mi alma profundamente interesada.

El doctor, junto al asiento, giró todo lo que se lo permitió su posición acalambrada, con la cabeza sobre el hombro izquierdo, y se llevó la mano derecha a los labios. Eché hacia atrás mi sombrero y elevé las cejas a modo de pregunta. El doctor cerró los ojos y asintió dos o tres veces lentamente con la cabeza, haciéndome señas para que acudiera. Descendí precavidamente, tal como me había indicado por los signos. El peón estaba dormido, tras haberse vaciado totalmente; pero su mano seguía aferrando el cuello del doctor, y al más li gero movimiento (el doctor estaba realmente muy acalambrado) se apretaba mecánicamente, como la mano de una mujer enferma aprieta la de un observa dor. Se había dejado caer, sentándose casi sobre los ta lones, y con la caída había arrastrado al doctor hacia la izquierda.

El doctor llevó la mano derecha, que tenía libre, a su bolsillo, sacó unas llaves y agitó la cabeza. El peón mur muró entre sueños. Silenciosamente metí la mano en mi bolsillo y saqué un soberano, sosteniéndolo entre el índice y el pulgar. Pero el médico volvió a agitar la cabe za. No era el dinero lo que su paz requería. Su bolsa ha bía caído desde el banco hasta el suelo. Miró hacia ella y abrió la boca, formando una O. La cerradura no era di fícil, y cuando la hube dominado el índice derecho del doctor estaba cortando el aire. Con inmensa precau ción saqué de la bolsa un cuchillo como los que utilizan para cortar tajadas de pata. El doctor frunció el ceño y con los dedos índice y corazón imitó el movimiento de unas tijeras. Volví a buscar y encontré un diabólico par de tijeras de hojas curvas capaz de saquear el interior de un elefante. Entonces el doctor levantó lentamente el hombro izquierdo hasta que la muñeca derecha del peón quedó apoyada en el banco y se detuvo un mo mento cuando el volcán que parecía apagado retumbó de nuevo. El doctor descendió más y más, arrodillán dose junto al costado del peón, hasta tener la cabeza a la misma altura y delante del enorme puño peludo, y en tonces dejó de sentir tensión en el cuello del abrigo. Entonces se me hizo la luz.

Empezando un poco hacia la derecha de la colum na vertebral, corté una enorme media luna en su nue vo abrigo de primavera bajando tanto como me atreví por el costado izquierdo (que equivalía al lado derecho del peón). Pasando rápidamente desde allí hasta la parte posterior del asiento, y trabajando entre las tiras, corté la parte delantera del forro de seda por el lado iz quierdo del abrigo hasta que se unieron los dos cortes. Con precaución, como la tortuga caja de Carolina de su páramo natal, el doctor se fue alejando hacia la derecha con la actitud de un ladrón frustrado que sale de debajo de una cama, y se puso en pie ya liberado con un hombro negro sobresaliendo en diagonal a tra vés del gris de su estropeado abrigo. Volví a colocar las tijeras en la bolsa, la cerré y se la entregué en el mo mento en el que las ruedas de la calesa sonaron huecas bajo el arco del ferrocarril.

Pasó a medio metro de la puerta de la estación y el doctor lo detuvo con un silbido. Iba cinco millas más allá a llevar a casa desde la iglesia a alguien -no pude oír el nombre- cuyo caballo se había herido las patas. Su destino resultó ser precisamente el lugar de todo el mundo que el doctor más ardientemente deseaba visi tar, y prometió al conductor todo el oro del mundo por que le llevara junto a una antigua novia suya... lla mada Helen Blazes.

-¿Viene también? -preguntó metiendo el abrigo en la bolsa.

Era tan evidente que la calesa había sido enviada ex clusivamente al doctor, y nada más que a él, que no me preocupé por ello. Comprendí que nuestros caminos se separaban y además tenía yo la necesidad de reír.

-Me quedaré aquí -respondí-. Es una zona muy bonita.

-¡Dios mío! -murmuró tan suavemente como si estuviera cerrando una puerta, y yo sentí que era una oración.

Entonces desapareció de mi vida y me encaminé hacia el puente del ferrocarril. Necesitaba pasar de nuevo junto al banco, pero el portillo estaba entre no sotros. La marcha de la calesa había despertado al peón. Se arrastró sobre el asiento y con ojos malignos vio al conductor manejando el látigo por el camino.

-El hombre que va ahí dentro me envenenó -gri tó-. Es un ladrón de cuerpos. Volverá cuando me haya enfriado. ¡Aquí está mi prueba!

Agitaba su parte del abrigo, y yo seguí mi camino porque estaba hambriento. El pueblo de Framlyngha me Admiral se encontraba a unas buenas dos millas de la estación, y sacudí la sagrada tranquilidad de la tarde a cada paso que daba en ese camino gritando y vociferan do, apoyándome en los lados del seto verde cuando me encontraba demasiado débil para sostenerme. Había allí una posada -una bendita posada con techo de paja y peonias en el jardín- y pedí una habitación de la parte de arriba de las que servían para que los Foresters cele braran sus cortes, pues no se me habían quitado del todo las ganas de reír. Una mujer asombrada me trajo jamón y huevos, y yo me asomé junto al parteluz y reí mientras comía. Estuve sentado mucho tiempo por en cima de la cerveza y el humo perfecto que subía, hasta que cambió la luz en la tranquila calle y empecé a pen sar en las siete cuarenta y cinco y en todo el mundo de Noches arábigas que había abandonado.

Al bajar pasé a un gigante vestido de piel de topo que casi se daba con el bajo techo de la cervecería. Te nía muchos platos vacíos delante de él, y más allá ha bía una pequeña parte de la población de Framlyngha me Admiral, ante quienes desplegaba un maravilloso relato de anarquía, robo de cadáveres, sobre sobornos y el Valle de las Sombras, de donde acababa de salir. Y tanto como hablaba comía, y tanto como comía be bía, pues había mucho espacio en él; después pagó re giamente, hablando de la justicia y la ley, ante la cual todos los ingleses son iguales, y todos los extranjeros y anarquistas son chusma y lodo.

De camino a la estación pasó junto a mí dando grandes zancadas, su elevada cabeza por encima de los murciélagos de vuelo bajo, los pies firmes sobre el me tal de la carretera apisonada, los puños cerrados y res pirando con fuerza. Había un hermoso aroma en el aire -el olor a polvo blanco, ortigas maceradas y humo, que trae lágrimas a la garganta de un hombre que sólo raras veces contempla su país- un olor que era como los ecos de la conversación perdida de los amantes; el aroma infinitamente sugestivo de una ci vilización inmemorial. Fue un paseo perfecto; y dete niéndome a cada paso, llegué a la estación justo cuan do el único mozo encendía la última de varias mechas de lámpara de aceite y las ponía en el farol para des pués despachar billetes a cuatro o cinco habitantes del lugar que, no sintiéndose felices con su paz, habían considerado apropiado viajar. No era un billete lo que el peón parecía necesitar. Estaba sentado en el banco machacando iracundo con los pies un vaso hasta con vertirlo en fragmentas. Me quedé en la oscuridad del extremo del andén, interesado como siempre, gracias al cielo, por lo que me rodeaba. Percibí una vibración de ruedas en el camino. Al acercarse éstas se levantó el peón, cruzó a grandes zancadas la compuerta y puso una mano en la brida del caballo, que hizo a éste le vantarse sobre las patas traseras. Fue providencial que regresara la calesa y por un momento me pregunté si es que el doctor se había vuelto tan loco como para regre sar allí.

-Aléjese, está borracho -dijo el conductor.

-No lo estoy -contestó el peón-. He estado aguar dando aquí horas y horas. Salga de ahí, canalla.

-Continúe, conductor -dijo una voz inglesa clara y tensa que yo no conocía.

-Muy bien -añadió el peón-. No quiso escuchar me cuando fui cortés. ¿Saldrá ahora?

En el costado del vehículo había un agujero, pues el peón había arrancado la puerta de sus goznes y se había metido dentro. Una pierna con una buena bota le recompensó, y después salió no con placer, sino sal tando sobre un pie, un inglés rechoncho y de cabellos grises de cuyos brazos cayeron libros de himnos, aun que su boca entonaba un servicio totalmente distinto.

-¡Ven, maldito ladrón de cuerpos! Creías que ha bía muerto, ¿verdad? -rugía el peón. Y el respetable caballero fue incapaz de hablar por causa de la rabia.

-Hay un hombre que está asesinando al terrate niente -gritó el conductor, lanzándose desde el pes cante sobre el cuello del peón.

Para hacerles justicia hay que decir que los habi tantes de Framlynghame Admiral, tantos como había en el andén, acudieron a la llamada con el mejor espí ritu feudal. El mozo de estación fue el que golpeó al peón en la nariz con la máquina de picar billetes, pero fueron los tres viajeros de tercera clase los que se aga rraron a sus piernas y liberaron al cautivo.

-¡Buscad un policía! ¡Encerradle! -dijo el hombre ajustándose el cuello; todos a una le metieron en la ha bitación del farol y giraron la llave, mientras el con ductor se quejaba por la ruina de su vehículo.

Hasta ese momento el peón, cuyo único deseo era el de justicia, había mantenido un temperamento no ble. Pero entonces se puso frenético ante nuestros asombrados ojos. La puerta de la habitación había sido generosamente construida y no cedía un centí metro, pero arrancó la ventana de sus goznes y la lanzó hacia el exterior. El mozo cantó el daño en voz alta y los otros, armándose con herramientas agrícolas del jardín de la estación, empezaron a agitarlas sin cesar delante de la ventana, mientras se mantenían de espal das al muro, y decían al prisionero que pensara en la cárcel. Hasta ese momento éste apenas respondió, por lo que ellos pudieron entender; pero viendo que se le impedía la salida, cogió una lámpara y la lanzó a través de la ventana rota. Después salió él de un salto y se marchó. Con una velocidad inconcebible, los demás, quince en total, le siguieron como cohetes en la oscu ridad, pero con todo esto (que él no podía haber pre visto) perdió la rabia frenética cuando despertó el bre baje mortal del doctor, bajo el estímulo del ejercicio violento y de una comida excesiva, produciendo la úl tima exhibición cataclísmica, y entonces... oímos el silbato del tren de las siete cuarenta y cinco.

Todos estaban realmente interesados en la parte de ruina que podían ver, pues la estación olía a aceite y la máquina pasó por encima de los cristales rotos como un terrier por un huerto de pepinos. El revisor quería escucharlo y el terrateniente hizo su versión del brutal asalto, mientras por todas las ventanas de los coches sobresalían cabezas y yo buscaba un asiento.

-¿Qué es ese alboroto? -preguntó un hombre joven cuando entré yo-. ¿Un borracho?

-Bueno, los síntomas, por lo que ha captado mi ob servación, se asemejan más a los del cólera asiático que a cualquier otra cosa -respondí lenta y juiciosamente de manera que cada palabra pudiera tener su peso en el plan designado de las cosas. Hasta ese momento, como obser vará el lector, yo no había tomado parte en esa guerra.

Era un inglés, pero recogió sus pertenencias tan rá pidamente como lo había hecho el americano, muchí simo antes, y saltó sobre el andén gritando:

-¿Puedo ser útil en algo? Soy médico.

Desde la habitación de los faroles escuché el gemi do de una voz fatigada:

-¡Otro maldito doctor!

Y el tren de las siete cuarenta y cinco me acercó un paso más a la eternidad por el camino que está gasta do, cosido y canalizado por las pasiones, las debilida des y los intereses encontrados del hombre, que es in mortal y dueño de su destino.

Rudyard Kipling (1865-1936)




Relatos de Rudyard Kipling. I Relatos góticos.


El análisis y resumen del cuento de Rudyard Kipling: Mi domingo en casa (My Sunday at Home) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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Análisis de «Christabel» de Samuel Coleridge.
Poema de Elizabeth Akers Allen.
Relato de Carl Jacobi.


Poema de Amy Lowell.
Poema de Dora Sigerson Shorter.
Poema de Thomas Lovell Beddoes.