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Emanuel Swedenborg: libros, artículos y ensayos


Emanuel Swedenborg: libros, artículos y ensayos.




Emanuel Swedenborg (1688-1772) fue un destacado teólogo, filósofo y místico sueco, el cual, según su testimonio, visitó los tormentos del infierno y la beatitud impávida de los cielos. Estos hechos quedarían registrados en un libro prohibido fascinante: De caelo et ejus mirabilibus et de inferno, ex auditis et visis.

En esta sección daremos cuenta de todos los libros, artículos y ensayos de Emanuel Swedenborg, un pensador que capturó la atención de las mentes más brillantes del mundo, y cuya filosofía y cosmovisión resultarían decisivas para la metafísica de Jorge Luis Borges.




Emanuel Swedenborg: obras completas:
  • El paraíso oscuro de Emanuel Swedenborg.
  • Sobre el cielo y sus maravillas y sobre el infierno (De caelo et ejus mirabilibus et de inferno)
  • Un teólogo en la muerte.
  • Arcanos celestes (Arcana Caelestia)
  • Continuación del Juicio Final (Continuatio De Ultimo Judicio)
  • De la interacción del alma y el cuerpo (De Commercio Animæ & Corporis)
  • Diario de sueños (Drömboken, Journalanteckningar)
  • Diario espiritual (Diarum, Ubi Memorantur Experientiae Spirituales)
  • Divino amor y sabiduría (Sapientia Angelica de Divino Amore et de Divina Sapientia)
  • Doctrina de la fe (Doctrina Novæ Hierosolymæ de Fide)
  • Doctrina de las Sagradas Escrituras (Doctrina Novæ Hierosolymæ de Scriptura Sacra)
  • Doctrina de la vida (Doctrina Vitæ)
  • Doctrina del Señor (Doctrina Novæ Hierosolymæ de Domino)
  • El amor conyugal (Deliciae Sapientiae de Amore Conjugiali)
  • El amor escatológico.
  • El apocalípsis revelado (Apocalypsis Revelata)
  • El caballo blanco en Apocalípsis, capítulo XIX (De Equo Albo de quo in Apocalypsi Cap. XIX)
  • El culto y el amor de Dios (De Cultu et Amore Dei)
  • El infinito y la causa final de la creación (Prodromus Philosophiz Ratiocinantis de Infinito, et Causa Finali Creationis)
  • El inventor norteño o algunos nuevos experimentos en Matemáticas y Física (Daedalus Hyperboreus, eller några nya mathematiska och physicaliska försök)
  • El reino animal (Regnum animale)
  • El último juicio (De Ultimo Judicio)
  • Estados del alma.
  • La divina Providencia (Sapientia Angelica de Divina Providentia)
  • La nueva Jerusalén y su doctrina celeste (De Nova Hierosolyma et Ejus Doctrina Coelesti)
  • La sabiduría de los ángeles.
  • Las cuatro doctrinas.
  • La verdadera religión cristiana (Vera Christiana Religio)
  • Misterios celestiales (Arcana Cœlestia)
  • Principios de Química (Prodromus principiorum rerum naturalium: sive novorum tentaminum chymiam et physicam experimenta geometrice explicandi)
  • Tierras en el universo (De Telluribus in Mundo Nostro Solari)
  • Trabajos filosóficos y minerológicos (Opera Philosophica et Mineralia)
  • Tratado de las representaciones y de las correspondencias.




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


El artículo: Emanuel Swedenborg: libros, artículos y ensayos fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

La extraña historia de la calavera del marqués de Sade


La extraña historia de la calavera del marqués de Sade.




Mucho se ha escrito sobre Donatien Alphonse François, más conocido como Marqués de Sade (1740-1814), aristócrata, revolucionario, filósofo, escritor y posiblemente uno de los libertinos más notables de la historia.

En 1801, Napoleon Bonaparte emitió la orden de su detención. El marqués de Sade fue arrestado en las oficinas de su editor y encarcelado sin posibilidad de juicio en la prisión de Sainte-Pélagie. No obstante, las denuncias continuaron acumulándose, esta vez de parte de otros presos, quienes alegaron comportamientos demasiado escandalosos aún para la vida en reclusión. Debido a esto el marqués de Sade fue trasladado a la impenetrable fortaleza de Bicêtre.

Dos años después fue declarado oficialmente lunático. El marqués de Sade fue transferido al manicomio de Charenton, donde se le permitió seguir escribiendo pequeñas obras teatrales que serían interpretadas por otros reclusos. Sin embargo, debido a sus constantes actos de rebeldía, estos privilegios pronto le fueron retirados.

Naturalmente, el marqués de Sade continuó haciendo las dos cosas que mejor sabía hacer: escribir y entregarse a las fantasías más extrañas.

Comenzó una relación con Madeleine LeClerc, hija de un empleado de Charenton, que se prolongaría durante cuatro años. También escribió, y mucho, aunque gran parte de esas páginas se han perdido para siempre.

El 2 de diciembre de 1814, tras una breve pero devastadora enfermedad que afectó su aparato digestivo, el marques de Sade murió mientras dormía. Tenía 74 años de edad.

Ahora bien, el marqués de Sade sabía con absoluta certeza que la ciencia aguardaba su deceso para examinar en detalle su cuerpo, buscando causas físicas para sus escandalosas desviaciones; de tal forma que seis años antes de su muerte estableció por escrito su deseo no ser desenterrado bajo ningún pretexto.

Citamos parte de aquellas exigencias:


Prohibo categóticamente la disección de mi cuerpo. Exijo, además, que mi cadáver sea mantenido durante cuarenta y ocho horas en la habitación en la que muera. Durante este tiempo se harán los arreglos para ser trasladado a los bosques de mi propiedad en Malmaison. Allí seré enterrado sin ningún tipo de ceremonia religiosa o laica. Prohibo además la colocación de cualquier clase de lápida o escultura que identifique mi lugar de descanso. Que los rastros de mi tumba se desvanezcan para siempre, así como mi nombre será borrado eventualmente de la memoria de los hombres.


El cadáver del marqués de Sade no fue diseccionado, pero el resto de sus demandas fueron completamente ignoradas.

No fue enterrado en los bosques de Malmaison, ya que la propiedad había sido vendida unos años antes sin su consentimiento. En cambio, fue inhumado en un pobre cementerio cristiano de Charenton. Su tumba fue marcada con una cruz a pesar de su vasta militancia en el ateísmo.

Algunos años después, el cuerpo del marqués de Sade fue exhumado por un grupo profanadores; para muchos, enviados por el doctor Ramon, director del manicomio de Charenton. Todo parece indicar que pagó una alta suma de dinero por obtener la calavera de su paciente más famoso.

Ramon era devoto de la frenología, y más especialmente de la craneometría; pseudociencias desarrolladas por los alemanes Franz Joseph Gall y Johann Spurzheim, cuyas bases formulan la idea falsa de que la forma del cráneo es moldeada por las características morales del sujeto.

En otras palabras, los frenólogos sostenían que la actividad mental puede cambiar la forma y el tamaño del cerebro, dependiendo del grado de depravación del individuo.

Esto, desde luego, no tiene ningún asidero científico; sin embargo, la frenología fue una tendencia con gran aceptación en su época; en parte porque separaba de forma brutal a los humanos propiamente dichos de otras razas supuestamente menores, y en consecuencia más proclives a un comportamiento salvaje.

Al parecer, Ramon conservó la calavera del marqués de Sade por muy poco tiempo, pero lo suficiente como para elaborar una profunda investigación.

Los resultados de estos exámenes fueron, cuanto menos, desconcertantes. El cráneo del marqués de Sade no ofrecía indicio alguno que justifique sus apetitos libertinos. Ramon incluso llegó a señalar que esa calavera no se diferenciaba en nada de la de otros hombres reconocidamente probos.

Tras la publicación de estas conclusiones, Ramon recibió la visita del eminente Johann Spurzheim. El teutón logró obtener prestada la calavera del marqués de Sade, que desde luego jamás devolvió; y con ella se embarcó en una impresionante gira mundial donde dio innumerables conferencias que agruparon a verdaderas multitudes de curiosos.

Johann Spurzheim se volvió un hombre rico y afamado gracias al cráneo del marqués de Sade, que pronto se convertiría en un objeto de culto para los amantes de lo grotesco.

El alemán falleció en 1832, en la ciudad de Boston, debido a la fiebre tifoidea. Se cree que el cráneo estaba en su posesión al momento de morir, y que luego pasaría a engrosar la colección de uno de sus mejores amigos, el capitán Johan Didrik Holm, un acaudalado navegante sueco.

Holm albergaba una gran añoranza por los tiempos de los piratas. De hecho, era un renombrado coleccionista de cráneos famosos. Algunos creen que incluso llegó a organizar profanaciones a lo largo de toda Europa, siendo la calavera del místico Emanuel Swedenborg uno de sus tesoros más preciados.

Existen pocos indicios sobre el destino final de la calavera del marqués de Sade. Algunos la ubican en Norteamérica, ya sin identidad, donde fue utilizada para definir las líneas estéticas del cráneo típico de los hombres con una gran pulsión religiosa.

Todo lo absurdo de la frenología puede resumirse en esta última anécdota.

De acuerdo a Maurice Lever, uno de los biógrafos más confiables, Thibault de Sade —descendiente del marqués— eventualmente encontró un molde del cráneo de su ancestro en el laboratorio de antropología del Musee de l’Homme, ubicado en Francia.

Sobre cráneo se habían inscrito las siguientes palabras:

«Marquis de Sade. Coll. Dumoutier (nombre de un asistente de Spurzheim) no. 259». (ver imagen a la izquierda)


La literatura gótica y el cine se encargarían de recuperar aquella última voluntad del marqués de Sade.

Robert Bloch, miembro del Círculo de Lovecraft, escribió un notable relato llamado: La calavera del marqués de Sade (The Skull of the Marquis de Sade); que luego sería llevado al cine en 1965 con el título: La calavera (The Skull), de la mano de una dupla notable de actores: Peter Cushing y Christopher Lee.



La calavera (1965), trailer:





Más sobre el marqués de Sade. I Autores con historia.


Más literatura gótica:
El artículo: La extraña historia de la calavera del marqués de Sade fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El matrimonio del Cielo y el Infierno»: William Blake; libro y análisis.


«El matrimonio del Cielo y el Infierno»: William Blake; libro y análisis.




El matrimonio del Cielo y el Infierno (The Marriage of Heaven and Hell) —a veces publicado como Las bodas del cielo y el infierno— es una antología del escritor e ilustrador inglés William William Blake (1757-1827), cuyos poemas fueron escritos entre 1790 y 1793.

El estilo de los poemas de William Blake en El matrimonio del Cielo y el Infierno imita la atmósfera profética de la Biblia, aunque su espíritu expresa ideas y sentimientos contrarios a los de los mitos bíblicos.

El título de este magnífico libro de William Blake es una referencia irónica al libro prohibido del teólogo y místico Emanuel Swedenborg: El cielo y el infierno (De Caelo et Ejus Mirabilibus et de inferno, ex Auditis et Visis), publicado algunas décadas antes, quien se jactaba de haber sido abducido por un grupo de ángeles, quienes lo llevaron a conocer tanto el Cielo como el Infierno.

La visión de William Blake contradice los parámetros maniqueos de Swedenborg. Su concepto del cosmos, es decir, de la creación, carece de las estructuras morales que imperaban en su tiempo; es, en toda regla, una creación desprovista de polaridades. Esta concepción es la que sostiene el título de El matrimonio del Cielo y el Infierno, el cual expresa la mutua comprensión entre el mundo material, sus deseos y deficiencias, y el orden caótico del mundo espiritual.




El matrimonio del Cielo y el Infierno.
The Marriage of Heaven and Hell, William Blake (1757-1827)
  • El argumento (The Argument)
  • La voz del diablo (The voice of the Devil)
  • Una fantasía memorable (A Memorable Fancy)
  • Proverbios del infierno (Proverbs of Hell)
  • Suficiente o demasiado (Enough! or Too much)
  • Una canción de libertad (A Song of Liberty)
  • Coro (Chorus)




Poemas de William Blake. I Poemas del romanticismo.


El análisis y resumen del libro de William Blake: El matrimonio del Cielo y el Infierno (The Marriage of Heaven and Hell) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Del Cielo y del Infierno»: Emanuel Swedenborg; libro y análisis


«Del Cielo y del Infierno»: Emanuel Swedenborg; libro y análisis.




Del Cielo y del Infierno (De Caelo et Ejus Mirabilibus et de Inferno, ex Auditis et Visis) es un libro prohibido del místico inglés Emanuel Swedenborg (1688-1772), publicado en 1758. El título original del libro, al igual que el resto de la obra, escritos en un correctísimo latín. significa: «Sobre el Cielo y sus Maravillas, y sobre el Infierno, en base Cosas Oídas y Vistas».

Del Cielo y del Infierno, posiblemente uno de los libros de Swedenborg más impresionantes, brinda una detallada descripción de la vida en el más allá, y en particular de las regiones remotas, siderales, por las que viaja el alma al desprenderse del cuerpo, hasta arribar a uno de sus dos destinos posibles: el Cielo y el Infierno.

Según Emanuel Swedenborg, al morir el alma despierta en medio de una gran confusión, algo comprensible si tenemos en cuenta que, hasta entonces, tenía un cuerpo físico en el cual manifestarse. Ese despertar se produce en una región incierta, que el filósofo llama Limbo, un sitio a mitad de camino entre el Cielo y el Infierno, y que se asemeja de algún modo al concepto de Plano Astral establecido por los teósofos en el siglo XIX.

Es interesante señalar que Del Cielo y del Infierno defiende a ultranza la teoría del libre albedrío, y no solo en lo que respecta a los espíritus o almas desencarnadas de los seres humanos, sino también entre los ángeles y los demonios. Respecto a las almas humanas, Swedenborg asegura que, al momento de despertar en el más allá, es el espíritu quien resuelve a qué sitio le corresponde ir, teniendo en cuenta sus virtudes y miserias en la Tierra, siendo él mismo quien decide si su destino es el Cielo o el Infierno, sin la mediación de intermediarios.

Ahora bien, el título de Del Cielo y del Infierno aclara que toda la información reunida en el libro fue obtenida en base cosas oídas y vistas. En efecto, Emanuel Swedenborg afirma haber presenciado tanto las bondades celestiales como los tormentos del infierno, en calidad de testigo. ¿Cómo? Mediante una especie de viaje astral, o proyección astral, gestionada por fuerzas superiores, no humanas, quienes lo habrían elegido para dar testimonio de aquellas regiones poco descritas en los mitos bíblicos.

Muchas de las afirmaciones hechas en Del Cielo y del Infierno se apoyan en el sentido común, rasgo que no siempre está presente en los grandes textos religiosos. Por ejemplo, en un capítulo Swedenborg señala que todas las personas decentes, incluso aquellas que nacieron antes de Jesucristo, frecuentemente condenadas por la Iglesia al Purgatorio, residen en realidad en el Cielo. Es decir que todos los individuos que han vivido una vida justa, independientemente de su fe, tienen su lugar en los amplios salones de la mansión celeste. Del mismo modo ocurre con el Infierno.

Emanuel Swedenborg explica que el camino al infierno se costruye poco a poco a través del amor propio, es decir, del amor por uno mismo y por las cosas mundanas. Cada pequeño paso que damos en ese sentido, sostiene Del Cielo y del Infierno, nos acerca un poco más a ese destino ingrato.

Es interesante que, al mismo tiempo, Swedenborg vea en Dios al amor absoluto, sin reservas, característica que, al parecer, puede convivir perfectamente con la existencia del sufrimiento. La intención de Dios, afirma Del Cielo y del Infierno, es que toda su creación retorne a Él, destino que anhela incluso para los demonios más abyectos.

¿Pero qué ocurre con el Dios temperamental de los mitos hebreos? En definitiva, éste crea al Sheol, una casa oscura, parecida al Hades de los mitos griegos, donde viven tanto los justos como los réprobos. Swedenborg explica que esta visión es inexacta, y que la llamada Ira de Dios es un error de interpretación de los pueblos de la antigüedad, quienes habrían visto en la firmeza y la resolusión divina a un Dios iracundo, volátil, pero esos rasgos no estaban en Dios, sino en los ojos y en los corazones de sus primeros creyentes.

Del Cielo y del Infierno tuvo una profunda influencia, no sólo en la fe, sino también en la literatura. Jorge Luis Borges a menudo se detiene en sus páginas. William Blake juega con el libro en Las bodas del Cielo y el Infierno (The Marriage of Heaven and Hell); y Edgar Allan Poe lo utiliza como referencia en el relato: La caída de las Casa Usher (The Fall of the House of Usher).

Antes de pasar directamente al libro compartimos un resumen de sus capítulos más importantes:


Parte I. El Cielo.
  • I. El Dios del Cielo es el Señor.
  • II. La Divinidad del Señor hace el Cielo.
  • III. En el Cielo la Divinidad del Señor es el amor a Él y la caridad hacia el prójimo.
  • IV. El Cielo está dividido en dos reinos.
  • V. Hay tres cielos.
  • VI. Los cielos se componen de innumerables sociedades.
  • VII Cada sociedad es un Cielo en la más pequeña forma, y cada ángel en la más pequeña forma, constituye un Cielo.
  • VIII. Todo Cielo en su conjunto, refleja a un sólo hombre.
  • IX. Cada sociedad en el Cielo refleja a un sólo hombre.
  • X. Todo Ángel está en el Cielo en forma completamente humana.
  • XI. De la Divina Humanidad del Señor es de donde el Cielo, como un todo y una parte, se refleja en el hombre.
  • XII. Hay una correspondencia de todas las cosas del Cielo con todas las cosas del hombre.
  • XIII. Hay una correspondencia del Cielo con todas las cosas de la Tierra.
  • XIV. El sol en el Cielo.
  • XV. La luz y el calor en el Cielo.
  • XVI. Las cuatro partes del Cielo o los cuatro puntos cardinales.
  • XVII. Cambios de estado de los ángeles en el Cielo.
  • XVIII. El tiempo en el Cielo.
  • IXX. Las representaciones y las apariencias en el Cielo.
  • XX. Los vestidos con que los ángeles aparecen ataviados.
  • XXI. Las moradas de los ángeles.
  • XXII. El espacio en el Cielo.
  • XXIII. La Forma del Cielo y de cómo ésta determina las afiliaciones y las comunicaciones allá.
  • XXIV. Los gobiernos en el Cielo.
  • XXV. El culto Divino en el Cielo.
  • XXVI. El poder de los ángeles en el Cielo.
  • XXVII. El habla de los ángeles.
  • XXVIII. El habla de los ángeles con el hombre.
  • IXXX. La escritura en el Cielo.
  • XXX. La sabiduría de los ángeles del Cielo.
  • XXXI. El estado de inocencia de los ángeles en el Cielo.
  • XXXII. El estado de paz en el Cielo.
  • XXXIII. La unión del Cielo con la especie humana.
  • XXXIV. La unión del Cielo con el hombre a través de la palabra.
  • XXXV. El Cielo y el Infierno son propios de la especie humana.
  • XXXVI. Situación de los no cristianos o de los que están fuera de la Iglesia, en el Cielo.
  • XXXVII. Los niños en el Cielo.
  • XXXVIII. Los sabios y los sencillos en el Cielo.
  • XXXIX. Los ricos y los pobres en el Cielo.
  • XL. Los matrimonios en el Cielo.
  • XIL. Los empleos de los ángeles en el Cielo.
  • XIIL. La alegría y la felicidad en el Cielo.
  • XIIIL. La inmensidad del Cielo.


Parte II. El mundo de los espíritus y el estado del hombre después de la muerte.
  • I. De lo que es el mundo de los espíritus.
  • II. Con respecto a su interioridad, todo hombre es un espíritu.
  • III. La resurrección y la entrada a la vida eterna.
  • IV. El hombre después de la muerte está en completa forma humana.
  • V. Después de la muerte el hombre posee todos los sentidos, toda la memoria, pensamiento y afección que tuvo en el mundo, no dejando nada tras de si, sino su cuerpo terrenal.
  • VI. El hombre después de la muerte es tal como lo fue en su vida en el mundo.
  • VII. Las delicias de la vida de cada cual, se transforman, después de la muerte, en las delicias correspondientes.
  • VIII. El primer estado del hombre después de la muerte.
  • IX. El segundo estado del hombre después de la muerte.
  • X. El tercer estado del hombre después de la muerte: estado de instrucción para aquellos que entran al Cielo.
  • XI. Nadie entra al Cielo por mera misericordia sin los medios necesarios para ello.
  • XII. No es tan difícil vivir la vida que conduce al Cielo como muchos creen.


Parte III. El Infierno.
  • I. El Señor gobierna los infiernos.
  • II. Ninguno es arrojado al Infierno por el Señor, esto lo hace el espíritu de cada cual.
  • III. Todos los que están en los infiernos están en los males y en los errores que hay en ellos, derivados del amor al yo (egoísmo) y al mundo.
  • IV. Lo que es el fuego del Infierno y el crujir de dientes.
  • V. La malicia y los artificios de los espíritus infernales.
  • VI. La aparente situación y número de los infiernos.
  • VII. El equilibrio entre el Cielo y el Infierno.
  • VIII. Por medio del equilibrio entre el Cielo y el Infierno, el hombre tiene libertad.




Del Cielo y del Infierno.
De Caelo et Ejus Mirabilibus et de inferno, ex Auditis et Visis, Emanuel Swedenborg (1688-1772)

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  • http://libroesoterico.com/biblioteca/Varios/VARIOS%203/153225490-El-Cielo-y-El-Infierno.pdf




Libros prohibidos. I Libros de Swedenborg.


Más literatura gótica:
El análisis y resumen del libro de Emanuel Swedenborg: Del Cielo y del Infierno (De Caelo et Ejus Mirabilibus et de inferno, ex Auditis et Visis), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Un teólogo en la muerte»: Borges y Swedenborg; relato y análisis


«Un teólogo en la muerte»: Borges y Swedenborg; relato y análisis.




Un teólogo en la muerte (Un teólogo en la muerte) es un relato fantástico del escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), publicado en la antología de 1935: Historia universal de la infamia.

El relato pretende ser un fragmento del libro prohibido de Emanuel Swedenborg (1688-1772), Arcana Cœlestia, o Los secretos del cielo, donde el místico efectúa un repaso de todas las cosas que pudo ver y oír durante sus frecuentes visitas al cielo y al infierno.

Jorge Luis Borges recrea este fragmento del Arcana Cœlestia, aunque con ciertas discrepancias. En la versión de Swedenborg se describe cómo Melanchton murió y entró en el mundo de los espíritus. Borges, en cambio, consigue que el pobre Melanchton, al ingresar en el mundo espiritual, se encuentre con las mismas personas, objetos y preocupaciones de la vida terrenal, explicando porqué los muertos rara vez saben que han fallecido; hecho que coloca a todas las personas que creen estar vivas en una peligrosa situación.

También hay que mencionar que el protagonista de Un teólogo en la muerte, Philip Schwarzerdt, fue un reformista protestante alemán del siglo XV, alineado con las teorías de Martín Lutero. Su apellido, Schwarzerdt, significa en alemán «tierra negra». Para evitar asociaciones deslucidas lo cambió por Melanchton, palabra griega que tiene el mismo significado.



Un teólogo en la muerte.
Un teólogo en la muerte, Jorge Luis Borges y Emanuel Swedenborg.

Los ángeles me contaron que cuando murió Melanchton le fue suministrado en el otro mundo un hogar ilusorio, exactamente igual a la que había tenido en la tierra. (A casi todos los recién venidos a la eternidad les ocurre lo mismo y por eso creen que no han muerto). Los objetos domésticos eran idénticos: la mesa, el escritorio con sus cajones, la biblioteca. En cuanto Melanchton se despertó en ese lugar, reanudó sus tareas literarias como si no fuera un cadáver y escribió durante unos días sobre la justificación por la fe. Como era su costumbre, no dijo una palabra sobre la caridad. Los ángeles notaron esa omisión y mandaron personas a interrogarlo.

Melanchton les dijo:

—He demostrado irrefutablemente que el alma puede prescindir de la caridad y que para ingresar en el cielo basta la fe.

Esas cosas las decía con soberbia y no sabía que ya estaba muerto y que su lugar no era el cielo.

Cuando los ángeles oyeron sus palabras lo abandonaron. A las pocas semanas, los muebles empezaron a diluirse hasta ser invisibles, salvo el sillón, la mesa, las hojas de papel y el tintero. Las paredes del aposento se mancharon de cal, y el piso, de un barniz amarillo. Su misma ropa ya era mucho más ordinaria. Seguía, sin embargo, escribiendo, pero como persistía en la negación de la caridad, lo trasladaron a un taller subterráneo, donde había otros teólogos como él.

Ahí estuvo unos días y empezó a dudar de su tesis y le permitieron volver. Su ropa era de cuero sin curtir, pero trató de imaginarse que lo anterior había sido una mera alucinación y prosiguió elevando la fe y denigrando la caridad.

Un atardecer sintió frío. Entonces recorrió la casa y comprobó que los demás aposentos ya no correspondían a los de su habitación en la tierra. Alguno contenía instrumentos desconocidos; otro se había achicado tanto que era imposible entrar; otro no había cambiado, pero sus ventanas y puertas daban a grandes médanos. La pieza del fondo estaba llena de personas que lo adoraban y que le repetían que ningún teólogo era tan sapiente como él. Esa adoración le agradó, pero como alguna de esas personas no tenía cara y otras parecían muertas, acabó por aborrecerlas y desconfiar. Entonces decidió escribir un elogio de la caridad, pero las páginas escritas hoy aparecían mañana borradas. Eso le aconteció porque las componía sin convicción.

Recibía muchas visitas de gente recién muerta, pero sentía vergüenza de mostrarse en un alojamiento tan sórdido. Para hacerles creer que estaba en el cielo, se arregló con un brujo de los de la pieza del fondo, y éste los engañaba con simulacros de esplendor y de serenidad. Apenas las visitas se retiraban reaparecían la pobreza y la cal, y a veces un poco antes.

Las últimas noticias de Melanchton dicen que el brujo y uno de los hombres sin cara lo llevaron hacia los médanos y que ahora es como un sirviente de los demonios.

Jorge Luis Borges (1899-1986)




Relatos góticos. I Relatos de ángeles.


Más literatura gótica:
El análisis y resumen del relato de Jorge Luis Borges: Un teólogo en la muerte fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El libro de Thel»: William Blake; poema y análisis


«El libro de Thel»: William Blake; poema y análisis.




El libro de Thel (The Book of Thel) es un poema del escritor inglés William Blake (1757-1827), compuesto e ilustrado por él mismo en 1789.

De toda la mitología de William Blake, precursora, entre otras, de las legendarias visiones de Lord Dunsany y H.P. Lovecraft, El libro de Thel resulta uno de sus exponentes más fáciles de abordar, además de ser uno de los más destacados poemas de William Blake.

Aquí, la joven y hermosa Thel, recluida en su reino mientras sus hermanas pasean los rebaños, comienza a sentir una profunda angustia, una pena y una nostalgia que roen incluso sus fugaces instantes de felicidad.

Thel, en definitiva, sufre por lo efímero de la existencia, por los pequeños y delicados tesoros que florecen y mueren cada día, sin que nadie se detenga a llorarlos, sin que nadie los extrañe realmente.

Sumida en la tristeza, Thel recibe la visita de cuatro trémulos tesoros de la creación, quienes le revelarán los secretos que se ocultan detrás de las apariencias, entre ellas, la muerte.

Es así que la melancólica y triste Thel descubrirá que todo lo humilde y pequeño en este mundo resuena con majestuosa grandeza en la eternidad.

Thel representa el deseo; de hecho, en griego significa literalmente «deseo». Algunos investigadores de la mitología de William Blake discrepan con esta teoría y sostienen que Thel es una alegoría de lo femenino. En cualquier caso, Thel parece representar un motivo recurrente en William Blake: la idea de un alma no nacida que se rehúsa a vivir como mortal en un mundo groseramente material.

En este contexto, la psicología sugiere que esta sublimación enmascara en realidad el concepto de una virgen inmadura, Thel, que se niega a alcanzar la madurez sexual.

Otros personajes emblemáticos de El libro de Thel son El Lirio del Valle (The Lily of the Valley), a quien Thel encuentra en los Valles de Har (Vales of Har), símbolo geográfico de la juventud así como Har resulta ser un eco del bíblico Adán.

El Lirio del Valle representa la feminidad madura que, sin embargo, se considera tan insignificante como la propia Thel. En cierta forma, sus comentarios sobre Dios evalúan la matriz constitutiva de la sociedad patriarcal. Su sentimiento de inferioridad, de hecho, procede de esa filosofía, que reduce la majestuosa belleza de lo femenino a una fragilidad patológica.

Por allí andan también la Nube (The Cloud), que representa la mortalidad; el Gusano (The Worm), símbolo de la infancia que logra conmover a Thel, pero que luego de su metamorfosis, es decir, luego de mudar su fisionomía flácida por una más rígida, simbolizando de este modo el miembro masculino, es burlonamente rechazado por la muchacha.

Luvah, un personaje secundario, es uno de los cuatro Zoas de la mitología de William Blake. Representa el amor pasional y fundamentalmente la rebelión ante las convenciones sociales.

Finalmente aparece el Terrón de Arcilla (The Clod of Clay), figura maternal que admite la filosofía cristiana, y por ende, masculina, de que nada en este mundo es real, sino más bien una antesala de la eternidad, recluyendo de este modo el deseo a una simple ilusión sensorial.

Por su propia fe inalterable, el Terrón de Arcilla es incapaz de cambiar ya que carece de la habilidad para cuestionar sus propias ideas. Sin autonomía moral, es también incapaz de diferenciar el bien y el mal, conceptos que le han sido impuestos.

¿Cuál es el significado de El libro de Thel? O mejor dicho, ¿a qué se refiere William Blake al emplear estos fascinantes y grandiosos personajes?

El tema central de El libro de Thel es una fuerte condena a la Iglesia. La Cruz de Plata (Silver Rod), traducida aquí como el Cetro, representa la férrea filosofía eclesiástica, disimulada bajo una fachada de costosa sabiduría anterior al advenimiento de los sentimientos patrióticos del siglo XVI y XVII.

William Blake sostiene en El libro de Thel que el amor no puede hallarse en la Copa de Oro (Golden Bowl), expresando así sus dudas acerca de la eucaristía cristiana representada en el cáliz.

En cierta forma, El libro de Thel expresa la desilusión del romanticismo frente a la Iglesia, apoyándose en la alienación y los sentimientos revolucionarios de toda una era. Sin embargo, la Cruz de Plata y la Copa de Oro pueden verse además como representaciones de la genitalidad masculina y femenina, o al menos de sus arquetipos tradicionales.

En esta coyuntura, lo masculino, es decir, la Cruz de Plata, sintetiza la sabiduría, la intelectualidad, mientras que la Copa de Oro representa el amor en estado puro.

El libro de Thel es una de las obras que mejor expresan la ideología de William Blake. Para el poeta, vivir absorto en uno mismo es una actitud perversa, un síntoma evidente del triunfo del mal, es decir, del egoísmo

En su filosofía, estrechamente ligada al gnosticismo y el catarismo, pero aún más a la figura del místico sueco Emanuel Swedemborg, un mundo hermanado en el materialismo necesariamente trabaja en favor del gobierno de las fuerzas oscuras.

El libro de Thel plantea la posibilidad de que este Mal no sea quizás una entidad autónoma sino el reflejo patético de un dios imbécil, o lo que es peor, inepto.

Todo en este mundo desaparece. Nada perdura en las áridas revoluciones del tiempo. ¿Es esto producto del Mal? ¿Un dios piadoso permitiría la corrupción y el olvido de lo bello?

El libro de Thel no responde estas dudas, aunque de hecho termina haciendo una insinuación tan contundente como poética: el Mal es una sombra; no posee vida propia, no es antagónica del bien, ya que su esencia consiste en el alejamiento, en la distancia del Bien. No tiene la capacidad de crear, sino de pervertir lo que por naturaleza es bueno y justo.

Y es la pequeña madre del Gusano quien le revela a Thel el secreto de la existencia: vivir para los otros. Es decir, el propósito de la vida, incluso en su expresión más modesta, es brindarse por los demás.

Allí, mientras Thel reposa junto a su próxima tumba en las profundidades del inframundo, útero de nuestro plano físico, es asaltada por una multitud de voces: siniestros espectros que la abruman con horribles interrogantes sobre la vida. Luego llega la huida, y el retorno a los Valles de Har.

En otras palabras: con la vejez llega la comprensión de todos nuestros dilemas. Aquel mundo subterráneo es un símbolo de la revelación final de todos los misterios de la vida y de la ancianidad que tributa ese conocimiento. Por eso Thel intenta regresar a los profundos campos y arroyos, a la frescura de la juventud y la inocencia, a los verdes Valles de Har, cuya ignorancia juvenil resulta infinitamente más placentera y reconfortante que la sabiduría de la decrepitud.



El libro de Thel.
The Book of Thel, William Blake (1757-1827)

El Lema de Thel.

¿Sabe el águila lo que está en el foso
o irás a preguntárselo al topo?
¿Puede la sabiduría encerrarse en un cetro
y el amor en un cuenco dorado?


I.

Las hijas de Mne. Seraphim cuidaban sus soleados rebaños, con excepción de la más joven que, lívida, buscaba la brisa secreta para desvanecerse como la belleza matutina de su día mortal.

A largo del río de Adona se oye su delicada voz.

De esta manera cae su tierno lamento, similar al rocío de la aurora:

¡Oh vida de esta primavera nuestra! ¿Porqué se marchita el loto sobre el agua?

¿Porqué se marchitan estos hijos de la primavera, nacidos sólo para sonreír y caer?

Ah, Thel es como un arco acuoso, como una nube que se aleja, como la imagen en un espejo, como sombra en el agua, como el sueño del infante, como la risa en el rostro juvenil, como la voz de la paloma, como el día fugitivo, como la música en el aire.

Ah, dulcemente desearía yacer, con ternura posar mi cabeza y dormir el sueño de la muerte, escuchando la voz de aquel que se pasea por el Jardín de la noche.

El lirio del valle, que respiraba confundiéndose con la modesta hierba, respondió así a la hermosa doncella:

Soy una brizna acuosa, y pequeñísima, a quien gusta habitar las tierras bajas. Tan débil soy, que la dorada mariposa apenas puede posarse sobre mi cabeza. Sin embargo, recibo visitas del cielo. Aquel que a todos sonríe camina por el valle, y cada mañana sobre mi extiende su mano diciéndome:

Regocíjate, humilde hierba, flor de lirio recién nacida, gentil doncella de los prados silenciosos y de los tímidos arroyos, pues de luz te habrán de vestir y te alimentarás con el maná de la aurora; hasta que el calor del verano te derrita junto a las fuentes y los manantiales, para florecer en eternos valles. ¿Porqué pues, habría de lamentarse Thel? ¿Porqué dejaría escapar un suspiro la Señora de los valles de Har?

Calló y sonrió entre lágrimas, antes de sentarse en su altar de plata.

Respondió Thel:

Oh, tú, pequeña virgen del tranquilo valle, que das a quienes no pueden implorar, a los sin voz, a los exhaustos; tu aliento nutre al inocente cordero que huele tus prendas lácteas, y cosecha tus flores mientras tu le sonríes al rostro, limpiando en su tierna y mansa boca toda mácula. Tu vino purifica la áurea miel; el aroma que viertes sobre cada hoja de hierba, anima el alma de las reses, y doma al corcel de flamígero aliento. Pero Thel es como una desfalleciente nube que el sol nuevo ilumina: me esfumo en mi trono perlado. ¿Quién podrá hallar mi lugar?

Pregunta a mi tierna nube, reina de los valles -respondió el lirio.- y te dirá porqué rutila en el cielo matutino, y porqué siembra su belleza brillante en el aire húmedo. Desciende, pequeña nube, desciende sobre los ojos de Thel.

Bajó la nube; el lirio inclinó su tímida cabeza, y se retiró a descansar sobre la hierba.


II.

Oh, pequeña nube, -dijo la virgen- te conmino a que reveles porqué no te quejas cuando en una hora te desvaneces. Cuando el instante pasa, te buscamos sin poder hallarte. Ah, similar eres a Thel, ya que cuando me voy, nadie me lamenta, nadie escucha mi voz.

La nube reveló entonces su dorada cabeza, y así surgió en su refulgente forma, flotando resplandeciente en el aire, ante el rostro de Thel.

Oh, virgen, ¿acaso ignoras que nuestros corceles beben en los manantiales dorados, dónde Luvah renueva sus caballos? ¿Has contemplado mi juventud y temes que me desvanezca y nadie pueda ya verme? Nada permanece, doncella. Al morir me dirijo a una vida decuplicada en amor, paz, y sagrado éxtasis. Invisible desciendo y poso mis ligeras alas sobre las flores aromáticas, seduciendo al rocío de bello mirar, para que consigo me lleve a su fulgurante morada. La llorosa virgen, temblorosa, se arrodilla ante el sol que se eleva hasta que nos levantamos, unidas por una cinta de oro, para no separarnos jamás, llevando por siempre el alimento a nuestras tiernas flores.

¿Eso haces, pequeña nube? Me temo que no soy como tú. Yo paseo por los prados de Har saboreando las flores más fragantes, pero no alimento trémulas hierbas; escucho las aves cantoras, pero no las nutro; ellas mismas vuelan en busca de sustento. Sin embargo, Thel ya no se deleita con ello, pues lentamente se va desvaneciendo, y todos dirán: ¿habrá vivido tan sólo para convertirse en hogar de lascivos gusanos?

La nube se reclinó en su aéreo trono, y así repuso:

Si has de ser alimento de gusanos, virgen de los cielos, ¡cuánta será tu utilidad! ¡Qué amplia tu gracia! Nada de cuanto vive existe para sí mismo. Nada temas, pequeña. Llamaré al débil gusano que en su lecho subterráneo yace, para que oigas su voz. ¡Acude gusano, larva del silente valle, junto a tu pensativa reina!

El indefenso gusano se asomó, y fue a detenerse sobre la hoja del lirio. La nube refulgente voló para encontrarse con su compañero en el valle.


III.

Thel contempló asombrada al gusano en su lecho, bañado de rocío.

¿Gusano eres? Tú, emblema de la fragilidad, ¿eres sólo un gusano? Te veo como un niño envuelto en la hoja de lirio. Ah, no llores, diminuto, que si no puedes hablar eres capaz de llorar. ¿Es esto un gusano? Te veo, inerme y desnudo, llorando sin que nadie te responda, sin que nadie te reconforte con maternal sonrisa.

Inclinándose sobre el lloroso infante, la madre del gusano su vida exhaló en lácteo afecto. Luego dirigió a Thel sus humildes ojos.

Oh, belleza de los valles de Har -dijo el gusano.- No vivimos para nosotros mismos. Ante ti tienes a la cosa más irrisoria, pues eso soy en realidad; mi seno está frío de sí mismo, y de sí mismo oscuro. Pero aquel que lo humilde ama, unge mi cabeza y me besa, tendiendo sus cintas nupciales en torno a mi pecho, mientras dice: Madre de mis hijos, te he amado y te he regalado una corona que nadie podrá arrebatarte.

Cómo es esto, dulce doncella, es algo que ignoro y que averiguar no puedo. Reflexiono y no puedo pensar. Sin embargo, vivo y amo.

La Hija de la Belleza enjuagó sus compasivas lágrimas con su velo blanco, diciendo:

Ay, nada sabía de esto, y en consecuencia lloraba. Sabía, sí, que Dios amaba al gusano y que castigaba al pie malvado, si caprichosamente hería su indefenso cuerpo; pero que le regalara con leche y aceite, lo ignoraba, y de ahí mi llanto. Al aire tibio lanzaba mi queja porque me esfumaba, tendida en tu lecho yerto dejaba mi luminoso reino.

Reina de los valles —repuso el terroso gusano—, he oído tus suspiros, tus lamentos sobrevolaron mi tejado y los llamé para que bajaran. ¿Quieres, oh reina, entrar en mi casa? Dueña eres de penetrar en ella, y de volver. Nada temas. Entra con tus virginales pies.


IV.

El formidable centinela de las eternas puertas alzó la barra septentrional.

Entró Thel, y contempló los secretos de la ignota tierra; vio los lechos de los muertos y el sitio donde la raíz de cada corazón terreno hinca su incansable vibrar. Tierra de pesares y lágrimas, donde jamás se viera una sonrisa.

Erró por el país de las nubes atravesando oscuros valles y escuchando gemidos y lamentos. A menudo se detenía cerca de una tumba, de rocío bañada.

Permaneció en silencio para oír las voces de la tierra. Finalmente, a su propia tumba llegó, y cerca de ella se sentó.

Escuchó entonces aquella voz del dolor que alentaba en la hueca fosa.

¿Por qué es incapaz el oído de permanecer cerrado a su propia destrucción, y el rutilante ojo al veneno de una sonrisa?

¿Por qué están cargados los párpados de flechas, donde mil guerreros al acecho yacen?

¿Por qué está el ojo lleno de dones y gracias que siembran frutos y monedas de oro?

¿Por qué la lengua se endulza con la miel de todos los vientos?

¿Por qué es el oído un torbellino afanoso que pretende envolver en su seno a toda la creación?

¿Por qué la nariz se dilata al inhalar el terror, temblorosa y espantada?

¿Por qué un suave ondular sobre el muchacho levemente?

¿Por qué una tenue cortina de carne yace sobre el lecho de nuestro deseo?

La virgen dejó su asiento y, lanzando un grito, huyó desesperada, hasta llegar a los valles de Har.


William Blake (1757-1827)




Más poemas góticos. I Más poemas de William Blake.


Más literatura gótica:
El análisis, resumen y traducción al español del poema de William Blake: El libro de Thel (The Book of Thel) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a: elespejogotico@gmail.com

«Visiones de la noche»: Ambrose Bierce y los sueños lúcidos


«Visiones de la noche»: Ambrose Bierce; relato y análisis.




Visiones de la noche (Visions of the Night) —a veces publicado como Visiones nocturnas— es un relato de terror del escritor norteamericano Ambrose Bierce (1842-1914), publicado en la antología de 1877: Telarañas de una calavera vacía (Cobwebs from an Empty Skull).

Siguiendo la tradición de William Blake, Emanuel Swedenborg y Samuel Coleridge, este notable cuento de Ambrose Bierce relata sus experiencias en el universo de los Sueños Lúcidos, tal vez similares a las que luego inspirarían el Ciclo Onírico de H.P. Lovecraft.




Visiones de la noche.
Visions of the Night, Ambrose Bierce (1842-1914)

Tengo la seguridad de que el don de soñar es un valioso tesoro literario, pues si con alguna técnica aún no descubierta pudiésemos captar, fijar y utilizar las insólitas imágenes que nos proporciona, tendríamos una literatura muy por encima de lo normal. Del mismo modo que los animales adiestrados adquieren nuevas capacidades y aptitudes, ese don podría mejorarse sensiblemente una vez capturado y domesticado. Con ello, doblaríamos las horas productivas y realizaríamos nuestra más fructífera labor mientras dormimos. Pero, incluso en las condiciones actuales, el enigmático mundo de los sueños es un terreno que produce rentas, tal y como demuestra «Kubla Khan» de Samuel Coleridge.

¿Qué es un sueño?

Pues una desordenada disposición de recuerdos, en ocasiones, inconexos, una intrincada sucesión de pensamientos que una vez estuvieron presentes en la conciencia insomne. Es una resurrección de todos los muertos (pasados y recientes, justos e injustos) que, emergiendo de sus tumbas resquebrajadas «con las mismas ropas que llevaban en vida», corren desordenadamente para conseguir una audiencia del director de todo ese baile mientras se desgarran los vestidos unos a otros. Pero, ¿es que realmente hay un director? En absoluto; el que debía serlo renunció a su autoridad y la masa se ha apoderado de su voluntad. Murió, pero no resucita con los demás; su capacidad de juicio y de sorpresa se ha esfumado. Puede sentir dolor y alegría, terror y atracción, pero no asombro. Lo monstruoso, absurdo y antinatural se convierte entonces en sencillo, correcto y razonable. Ni lo ridículo divierte ni lo imposible desconcierta. El único poeta verdadero que encontramos es, pues, el soñador; en él «la imaginación es compacta».

Pero la imaginación no es otra cosa que recuerdo. Si no, intenta imaginar algo que nunca hayas visto, sentido, oído o leído. Prueba a concebir, por ejemplo, un animal que no tenga cuerpo, miembros o cola, o una casa sin paredes ni techo. Cuando estamos despiertos dirigimos y ordenamos nuestros pensamientos por medio de la voluntad y el juicio; seleccionamos y sacamos del almacén de los recuerdos aquello que nos sirve, y excluimos, no sin dificultad, lo que no nos interesa. Por el contrario, cuando dormimos nuestras fantasías nos suceden. Aparecen tan agrupadas y mezcladas, tan impregnadas de sus mutuos elementos, que el conjunto parece nuevo; pero las viejas y conocidas unidades de pensamiento son las mismas. Tanto despiertos como dormidos, lo que sacamos de nuestra imaginación son nuevas combinaciones; la materia de la que están hechos los sueños es reunida por los sentidos y almacenada en la memoria del mismo modo que las ardillas almacenan nueces. Pero hay al menos un sentido que no contribuye a la fábrica de los sueños: nadie ha soñado nunca un olor. La vista, el oído, el tacto, e incluso el gusto trabajan para asegurar nuestro entretenimiento nocturno; pero el sueño no tiene nariz. Sorprende que observadores tan sagaces como los antiguos poetas no describieran a la divinidad en actitud durmiente, y que sus obedientes siervos, los escultores, no la representaran. Puede que estos últimos, al trabajar para la posteridad, intuyeran que el tiempo y la fatalidad revisarían inevitablemente su obra, y por ello la conformaran a hechos naturales.

¿Quién es capaz de relatar un sueño de tal forma que lo parezca? No creo que exista un poeta con un estilo tan fino; es como intentar transcribir la música de un arpa eólica. Existe una especie conocida del género Pelmazo (Penetrator intolerabilis) que después de leer una narración (tal vez de algún gran escritor) se las ve y se las desea para exponer su argumento con el fin de instruir y deleitar. Al final considera (¡qué buen espíritu!) que no hace falta leerla. «Bajo condiciones y circunstancias sustancialmente semejantes» (como reza una ley que rige el comercio interestatal) yo no debería incurrir en una falta similar.

Con todo, me propongo exponer en estas hojas la trama de algunos de mis propios sueños, si bien hay que tener en cuenta que aquí «las condiciones y circunstancias» son diferentes, pues mis fantasías no son accesibles al lector. Algunos fragmentos parecerán pobres y sé que al comentarlos no alcanzaré un gran éxito, pero he de reconocer que me resulta imposible apresar a un espíritu tan esquivo como éste.

Caminaba durante el crepúsculo por un enorme bosque de árboles antes nunca vistos, sin saber de dónde venía ni hacia dónde iba. Sentí la desmesurada extensión de aquel lugar y me noté que estaba completamente solo. La idea de algún horrible hechizo, como castigo a un crimen olvidado que debía de haber cometido al amanecer, me obsesionaba. Avancé mecánicamente y sin esperanzas bajo los árboles siguiendo una senda que atravesaba las embrujadas soledades de la espesura. Un tenebroso arroyo cruzaba perezosamente mi camino: era sangre. Giré hacia la derecha y lo seguí; al cabo de un instante llegué a un abierto espacio circular, inundado por una luz tenue e irreal, en cuyo centro se podía reconocer un depósito de mármol blanco. Estaba lleno de sangre y el riachuelo que había seguido era su desagüe. En torno al depósito, entre él y el bosque, había un espacio de unos dos pies de anchura cubierto por grandes losas de mármol sobre las que yacían unos veinte cuerpos humanos sin vida. Aunque no los conté, sabía que su número tenía alguna relación clara y portentosa con mi crimen. Posiblemente indicaba en siglos la fecha en la que lo había cometido; la precisión de la cifra era pues evidente. Los cuerpos estaban desnudos y distribuidos simétricamente alrededor del tanque como si fueran los radios de una rueda: reposaban sobre la espalda con los pies hacia afuera, y sus cabezas, abatidas sobre el borde de la cubeta, mostraban un corte en la garganta del que brotaba sangre lentamente. Observé toda la escena sin hacer el menor movimiento. Era el resultado natural y necesario de mi pecado y, por ello, no me afectaba. Pero había algo que me llenaba de aprensión y temor, una pulsación monstruosa que tenía un ritmo lento e inexorable. No sé si se dirigía a alguno de mis sentidos o si llegaba directamente a mi conocimiento a través de algún camino desconocido para la ciencia. La lastimosa regularidad de su amplia cadencia era enloquecedora e invadía todo el bosque. Parecía la manifestación de un mal gigantesco e implacable.

No recuerdo nada más de este sueño. Dominado probablemente por el pánico, cuyo origen debía de ser el malestar propio de una mala circulación sanguínea, grité y mi propia voz me despertó.

Este otro sueño aconteció en los primeros años de mi juventud. No tendría más de dieciséis años y, a pesar del tiempo transcurrido, recuerdo lo que en él ocurría con la misma claridad que cuando apenas había pasado una hora y yacía encogido de miedo bajo la colcha.

Me encontraba solo en una inmensa llanura y era de noche (en mis pesadillas siempre suelo estar solo y normalmente es de noche). No había árboles, ni ríos ni colinas, ni rastro alguno de presencia humana. El terreno estaba cubierto de una vegetación rala y oscura, una especie de rastrojos, que recordaba que la llanura había sido arrasada por el fuego. El camino por el que deambulaba mostraba algunos charcos que desaparecían y volvían a aparecer, como si al fuego le hubiera seguido la lluvia. Unos oscuros nubarrones desplazaban aquellas partes de cielo reflejadas en los charcos. Al desaparecer, daban paso al brillo acerado de los astros, a cuya luz álgida las aguas mostraban un lustre sombrío. Me dirigí hacia el oeste, donde un fulgor escarlata resplandecía en el horizonte bajo largas franjas nubosas, produciendo un efecto de lejanía inconmensurable, semejante a la que había aprendido a escudriñar en los dibujos de Doré, quien, con cada trazo, formulaba un presagio y una maldición. Mientras avanzaba vi siluetas de torres y almenas que se perfilaban contra ese escenario misterioso y que crecían cada vez más hasta alcanzar unas dimensiones inimaginables. Aquella construcción que iba llenando mi amplio ángulo de visión no parecía, sin embargo, estar más cercana. Desesperado y sin ánimos, continué avanzando con dificultad por la condenada y lúgubre llanura, mientras la enorme estructura siguió creciendo hasta resultar inabarcable con la vista. Sus torres eclipsaron completamente las estrellas. Entonces atravesé un pórtico descomunal cuyas columnas estaban construidas con sillares ciclópeos.

El interior, completamente vacío, mostraba el polvo propio del abandono. Una luz difusa —esa luz que sólo existe en los sueños, y que tiene vida propia— me permitió recorrer largos pasillos que parecían no tener fin y atravesar estancias enormes cuyas puertas cedían a mi paso. Mis pisadas resonaban con el mismo eco que en las mansiones abandonadas y en las criptas habitadas. Caminé durante horas por aquella horrible soledad, consciente de que buscaba algo desconocido. Por fin, me encontré en lo que supuse el último rincón del edificio: una habitación de dimensiones normales con una única ventana. A través de ella volví a ver el resplandor rojizo que, como un signo inequívoco, se extendía hacia el occidente, y reconocí en él al fuego inmutable de la eternidad. Por encima de aquel fulgor siniestro y amenazante llegaba la terrible verdad que años más tarde, como un capricho extravagante, intenté expresar en verso:

Hace tiempo el hombre desapareció del orbe.
La corte de ángeles cayó en tumbas ignoradas.
También los diablos han quedado fríos al fin,
Y hasta el mismo Dios yace al pie del gran trono blanco.

A pesar del resplandor, era difícil ver en la oscuridad reinante y pasó algún tiempo antes de que descubriera, en el rincón más alejado de la habitación, los contornos de una cama a la que me acerqué con un fatal presentimiento. Sospechaba que la parte funesta de mi aventura terminaría con un clímax espantoso, pero no pude resistirme al hechizo que me empujaba a concluirla. Sobre la cama, medio desnudo, yacía el cadáver de un hombre. Estaba boca arriba, con los brazos pegados a los costados. Al inclinarme sobre él, cosa que hice con asco pero sin miedo, descubrí que estaba horriblemente descompuesto. Las costillas sobresalían entre la carne apergaminada y, a través del vientre hundido, asomaban las protuberancias de la espina dorsal. Tenía el rostro renegrido y acartonado, y sus labios, algo separados de unos dientes amarillentos, castigaban su semblante con una sonrisa horrenda. Un abultamiento bajo los párpados parecía indicar que los ojos habían escapado a la destrucción general. Y así era, pues cuando me acerqué a verlos, se abrieron lentamente y se clavaron en los míos con una mirada sólida y tranquila. Traten de imaginar mi espanto, pues me resulta imposible describirlo: ¡aquellos ojos eran los míos! Esos someros restos de una especie desaparecida, ese engendro horrible que ni el tiempo ni la eternidad habían conseguido destruir, aquel desperdicio tan odioso y aborrecible que continuaba vivo tras la muerte de Dios y de los ángeles... ¡era yo!

Hay sueños que se repiten. De ellos hay uno que me parece suficientemente raro como para justificar su relato, aunque me temo que el lector llegue a pensar que el reino de los sueños es cualquier cosa menos un terreno feliz por el que mi alma vaga a altas horas. Y no es así. Un gran número de mis incursiones en el mundo onírico, y supongo que muchas de las de los demás, van acompañadas de los más felices finales. Mi imaginación retorna al cuerpo como la abeja a la colmena, cargada de un botín que, con la ayuda del azar, se transforma en miel y se almacena en las celdas del recuerdo como un gozo eterno. Pero el sueño que voy a relatar tiene una carácter doble; se trata de una experiencia extrañamente horrorosa, pero el horror que inspira es tan absurdamente desproporcionado al incidente que lo provoca que, al recordarlo, su fantasía divierte.

Atravieso un claro en una zona escasamente boscosa. Entre el cordón de árboles diseminados alrededor de ese espacio irregular, se ven algunos campos cultivados y viviendas en las que habitan inteligencias extrañas. Debe de estar a punto de amanecer porque, a través de las neblinas que llenan caprichosamente el paisaje, se ve una luna casi llena que, de un color rojo sanguinolento, desciende por el oeste. La hierba que piso está húmeda por el rocío y toda la escena tiene la luz de plenilunio de una mañana estival. Junto al camino hay un caballo que pasta ruidosamente. Cuando paso a su lado levanta la cabeza y, sin hacer el menor movimiento, me observa durante un rato. Después se acerca. Es blanco como la leche, manso de porte y de aspecto amigable. «Este caballo es un alma apacible», me digo mientras me detengo a acariciarlo. Con los ojos fijos en los míos, se aproxima más y me habla con voz humana, con palabras articuladas. Esto, más que sorprenderme, me aterroriza, y rápidamente me despierto.

El caballo siempre habla mi lengua, pero nunca entiendo lo que dice. Supongo que será porque salgo de su mundo antes de que se acabe de expresar. Seguro que a él le asusta tanto mi repentina desaparición como a mí su forma de hablarme. Daría cualquier cosa por conocer el significado de sus palabras.

Tal vez una mañana lo haga y ya no regrese nunca más a este nuestro mundo.

Ambrose Bierce (1842-1914)




Más relatos góticos. I Relatos de Ambrose Bierce.


Más literatura gótica:
El resumen y análisis del cuento de Ambrose Bierce: Visiones de la noche (Visions of the Night) fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

"Proverbios del infierno": William Blake; poema y análisis


"Proverbios del infierno": William Blake; poema y análisis.




Proverbios del infierno (Proverbs of Hell) es un fragmento de la colección de poemas del ilustrador y poeta inglés William Blake: El matrimonio del cielo y el infierno (The Marriage of Heaven and Hell), compuestos en los últimos años del siglo XVIII.

El título de esta obra, por cierto, uno de los más destacados poemas de William Blake, hace referencia al trabajo teológico de Emanuel Swedenborg: El cielo y el infierno (De Caelo et Ejus Mirabilibus et de inferno, ex Auditis et Visis), donde el místico asegura haber sido invitado a recorrer las maravillas del cielo y las tremendas desdichas y tormentos del infierno.

La estructura propuesta por Swedenborg contradice la visión cósmica del pensamiento de William Blake, poco inclinado a aceptar las estructuras convencionales de la moral reinante.

Contrario a las visiones de John MiltonEl paraíso perdido (Paradise Lost)— y DanteLa divina comedia—, la concepción del infierno de William Blake no apunta hacia un siniestro lugar de castigo, sino a una fuente arcana de fuerzas primordiales, de energías en estado puro, en cierta forma, dionisíacas, opuestas a la autoridad represiva del Cielo.

Esa es la naturaleza de los Proverbios del infierno: una manifestación de sabiduría que objeta y rechaza el autoritarismo regulador de Dios bajo la forma de extraordinarios y provocativos proverbios.



Proverbios del infierno.
Proverbs of Hell, William Blake (1757-1827)

La cólera del león es la sabiduría de Dios.

La desnudez de la mujer es obra de Dios.

El exceso de pena ríe; el exceso de dicha llora.

El rugir de los leones, el aullido de los lobos, el oleaje furioso del mar huracanado y la espada destructora son porciones de la eternidad demasiado grandes para que las aprecie el ojo humano.

El zorro condena a la trampa, no a sí mismo.

El júbilo impregna; las penas procrean.

Que el hombre vista la melena del león y la mujer el vellón de la oveja.

Para el pájaro el nido, para la araña su tela, para el hombre la amistad.

El egoísta y sonriente necio y el necio que frunce malhumorado el ceño han de considerarse sabios, que podrían ser cetros.

Lo que hoy está probado, en su momento era sólo algo imaginado.

La rata, el ratón, el zorro y el conejo vigilan las raíces; el león, el tigre, el caballo y el elefante vigilan los frutos.

La cisterna contiene; el manantial rebosa.

Un pensamiento llena la inmensidad.

Presto has de estar para decir lo que piensas que así el ruin te evitará.

Todo lo que es posible creerse es imagen de la verdad.

Nunca el águila malgastó tanto su tiempo como cuando se avino a aprender del cuervo.

El zorro provee para sí mismo; pero Dios provee para el león.

Piensa por la mañana, actúa a mediodía, come al anochecer y duerme por la noche.

Quien ha sufrido tus imposiciones, te conoce.

Como el arado sigue a las palabras, Dios recompensa las plegarias.

Los tigres de la ira son más razonables que los caballos de la instrucción.

Del agua estancada espera veneno.

No sabrás lo que es bastante hasta saber lo que es más que suficiente.

¡Escucha los reproches de los tontos! ¡Forman un título regio! Los ojos del fuego, las narices del aire, la boca del agua las barbas de la tierra.

El débil en coraje es fuerte en astucia.

El manzano nunca pregunta al haya cómo ha de crecer tal como el león no interroga al caballo sobre cómo atrapar la presa.

Quien recibe agradecido da copiosas cosechas.

Si otros no hubiesen sido tontos, tendríamos que serlo nosotros.

El alma de la dulce delicia no puede mancillarse. ver un águila ves una porción de genio. ¡Alza la cabeza!

Tal como la oruga elige las hojas mejores para depositar en ellas sus huevos, el sacerdote reserva su anatema para las mejores dichas.

Crear una florecilla es labor de eras.

La condena estimula, la bendición relaja.

El mejor vino es el más añejo; la mejor agua, la más nueva.

¡Las oraciones no aran!

¡Los elogios no cosechan!

La cabeza es lo Sublime; el corazón, lo patético; los genitales, la Belleza; manos y pies son la Proporción.

Como el aire es al ave o el mar al pez es el desdén para el despreciable.

El cuervo quisiera que todo fuese negro; el buho, que todo fuese blanco.

La exuberancia es belleza.

Si el león recibiese consejos del zorro, sería astuto.

El perfeccionamiento traza caminos rectos; pero los torcidos y sin perfeccionar son los caminos del genio.

Mejor matar a un niño en su cuna que alimentar deseos que no se llevan a la práctica.

Donde no está el hombre, la naturaleza es estéril.

La verdad nunca puede decirse de modo que sea comprendida sin ser creída.

¡Basta! o demasiado.

Los antiguos poetas animaban todos los objetos sensibles con dioses o genios. Les prestaban nombres de bosques, ríos, montañas, lagos ciudades, naciones y de todo lo que sus dilatados y numerosos sentidos podían percibir, y en particular estudiaban el genio de cada ciudad o país y los colocaban bajo el patrocinio de su divinidad mental. Hasta que se formó un sistema del cual algunos se aprovecharon para esclavizar al vulgo pretendiendo comprender o abstraer las divinidades mentales de sus objetos. Así comenzó el sacerdocio. Que escogió formas de culto tomándolas de cuentos poéticos. Hasta que por fin sentenciaron que eran los dioses quienes habían ordenado aquello. Así los hombres olvidaron que todas las deidades residen en el pecho humano.




Más poemas de William Blake. I Poemas góticos.


Más poesía gótica:
El resumen del libro de William Blake: Proverbios del infierno (Proverbs of Hell) fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

El infierno celestial de Emanuel Swedenborg


El infierno celestial de Emanuel Swedenborg.




En los laberintos del mito existen algunos Cielos que son mucho más perturbadores que el Infierno.

En general las religiones occidentales tienden a explicar el Cielo como un lugar donde el hombre justo encuentra la completa satisfacción de sus deseos. Son muchos los autores y visionarios que han descrito la vida en el más allá, pero ninguno de manera tan cruda como Emanuel Swedenborg.

El poeta inglés William Blake sostuvo que en un cielo perfecto, es decir, en un sitio de felicidad absoluta, solo una cosa debe estar ausente: la estupidez.

William BlakeEl matrimonio del Cielo y el Infierno (The Marriage of Heaven and Hell)— consideró que incluso los malvados podían tener acceso al goce que supone la contemplación de Dios, pero que este placer estaba vedado a la estulticia. Según el poeta, que compartía las mismas ideas que Emanuel Swedenborg, un hombre inteligente nunca podría encontrar la felicidad completa en compañía de imbéciles, por lo tanto, estos debían encontrarse en algún otro sitio, conocido vulgarmente como Infierno.

Ahora bien, Emanuel Swedenborg fue aún más lejos.

No solo estimó las cualidades del Cielo y el Infierno, sino que realmente los visitó en un peregrinaje que luego publicaría bajo el título: De Caelo et Ejus Mirabilibus et de inferno, ex Auditis et Visis, es decir, Sobre el cielo y sus maravillas, y sobre el infierno según lo escuchado y visto.

Allí relata la historia de un hombre, que si bien no es un imbécil, es incapaz de acceder a los placeres del más allá aún cuando es un justo merecedor de ellos.

En años olvidados, un hombre hastiado de la vida mundana se retiró a una eremita, dispuesto a pasar el resto de su vida en una sublime contemplación de la Nada acompañado por los vientos y la arena del desierto.

Los años pasaron, muchos, incontables, hasta que el hombre fue perdiendo todo rastro de orgullo y amor propio; lo único que albergaba en su corazón es la visión anticipada del Paraíso.

La muerte lo encontró arrodillado en la eremita, solo, agradeciendo a Dios por su bondad sin límites, por su amor imperecedero.

Naturalmente, el hombre fue recibido inmediatamente en el cielo.

Pero pronto el asceta notó algo singular, mejor dicho, una serie interminable de singularidades:

Los hombres se comunican allí de una manera plena, absoluta. No existen diálogos con palabras, sino un intercambio de pensamientos enormemente elaborados. Se podría decir que las agudezas de la retórica parecían los balbuceos de un infante al lado de aquellos intrincados tratados filosóficos que, insisto, eran transmitidos mediante el pensamiento.

¡Qué distinto era aquello de la soledad del desierto!

En el cielo no había inmovilidad. Bastaba desear estar en un lugar para aparecer allí en el instante. Los hombres y los ángeles brillaban con una luz directamente proporcional a la penetración su inteligencia.

Todo vibraba en una perpetua metamorfosis. Los hombres creaban aquello que en la Tierra les estaba vedado: los amantes de la pintura encontraban el pleno desarrollo de sus virtudes de una manera magistral. Los colores, cuyas tonalidades son inconcebibles para los mortales, danzaban ante la vista de los curiosos creando formas y paisajes más reales que la realidad misma, ya que no había un lienzo que limitase la imaginación del artista.

Por cierto, esta virtud divina no se limitaba sólo a las artes pictóricas, sino también a la literatura, a la música y a todas las pálidas expresiones que los mortales llamamos arte.

Allí todo encontraba su cauce natural: las melodías eran absolutas. Encantaban a los oyentes pero no sólo por los acordes virtuosos, sino porque los oyentes también eran capaces de modificar la música a medida que la percibían.

Los poetas encontraban aquello que todo escritor anhela: la eficacia y la belleza.

En este cielo abrumador se paseaba absorto nuestro asceta, aturdido por todas las cosas que no podía percibir.

Se acercó a los ángeles pero éstos no comprendían la lengua de los mortales; entonces intentó comunicarles su pensamiento, pero también fracasó.

Sabía que Dios se agitaba tanto en la arena del desierto como en la flor que resplandece bajo el rocío, lo sabía, lo sentía, pero no podía expresarlo, por lo tanto, incluso en el cielo estaba solo.

Dios observó el dolor de su hijo. Supo que el asceta, resignado y piadoso, no era ni sería nunca feliz en el Cielo. Enviarlo al infierno no era justo, ya que el hombre había vivido en la más incorruptible virtud. Por lo tanto, le otorgó un don, acaso el más terrible que pueda imaginarse.

El Altísimo se acercó al asceta, tomando la precaución de adoptar una forma cálida, y le dijo:

—Las formas del Cielo son horribles para quien no las comprende. Tu vida en la Tierra ha sido recta, por lo que puedes elegir ahora tu morada eterna.

Entonces, todo (la música, las risas, los besos, el Cielo mismo) desapareció.

Un vacío infinito se cerró en torno suyo. No había oscuridad, ni sombras, sino una estancia inabarcable para la vista, blanca como la nieve más pura de nuestros polos.

El asceta cruzó las piernas, adoptando aquella posición que tanto conocía, la misma que tomaba en el desierto cuando la aurora era sólo una promesa incumplida.

Cerró los ojos y meditó.

Dios le había otorgado el don invaluable de crear su propia morada eterna.

Se concentró con todo el fervor del que era capaz.

Entonces abrió los ojos.

Ante su vista se asomó un desierto, una eremita, y nada más.




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