«El libro de Thel»: William Blake; poema y análisis.
El libro de Thel (The Book of Thel) es un poema del escritor inglés William Blake (1757-1827), compuesto e ilustrado por él mismo en 1789.
De toda la mitología de William Blake, precursora, entre otras, de las legendarias visiones de Lord Dunsany y H.P. Lovecraft, El libro de Thel resulta uno de sus exponentes más fáciles de abordar, además de ser uno de los más destacados poemas de William Blake.
Aquí, la joven y hermosa Thel, recluida en su reino mientras sus hermanas pasean los rebaños, comienza a sentir una profunda angustia, una pena y una nostalgia que roen incluso sus fugaces instantes de felicidad.
Thel, en definitiva, sufre por lo efímero de la existencia, por los pequeños y delicados tesoros que florecen y mueren cada día, sin que nadie se detenga a llorarlos, sin que nadie los extrañe realmente.
Sumida en la tristeza, Thel recibe la visita de cuatro trémulos tesoros de la creación, quienes le revelarán los secretos que se ocultan detrás de las apariencias, entre ellas, la muerte.
Es así que la melancólica y triste Thel descubrirá que todo lo humilde y pequeño en este mundo resuena con majestuosa grandeza en la eternidad.
Thel representa el deseo; de hecho, en griego significa literalmente «deseo». Algunos investigadores de la mitología de William Blake discrepan con esta teoría y sostienen que Thel es una alegoría de lo femenino. En cualquier caso, Thel parece representar un motivo recurrente en William Blake: la idea de un alma no nacida que se rehúsa a vivir como mortal en un mundo groseramente material.
En este contexto, la psicología sugiere que esta sublimación enmascara en realidad el concepto de una virgen inmadura, Thel, que se niega a alcanzar la madurez sexual.
Otros personajes emblemáticos de El libro de Thel son El Lirio del Valle (The Lily of the Valley), a quien Thel encuentra en los Valles de Har (Vales of Har), símbolo geográfico de la juventud así como Har resulta ser un eco del bíblico Adán.
El Lirio del Valle representa la feminidad madura que, sin embargo, se considera tan insignificante como la propia Thel. En cierta forma, sus comentarios sobre Dios evalúan la matriz constitutiva de la sociedad patriarcal. Su sentimiento de inferioridad, de hecho, procede de esa filosofía, que reduce la majestuosa belleza de lo femenino a una fragilidad patológica.
Por allí andan también la Nube (The Cloud), que representa la mortalidad; el Gusano (The Worm), símbolo de la infancia que logra conmover a Thel, pero que luego de su metamorfosis, es decir, luego de mudar su fisionomía flácida por una más rígida, simbolizando de este modo el miembro masculino, es burlonamente rechazado por la muchacha.
Luvah, un personaje secundario, es uno de los cuatro Zoas de la mitología de William Blake. Representa el amor pasional y fundamentalmente la rebelión ante las convenciones sociales.
Finalmente aparece el Terrón de Arcilla (The Clod of Clay), figura maternal que admite la filosofía cristiana, y por ende, masculina, de que nada en este mundo es real, sino más bien una antesala de la eternidad, recluyendo de este modo el deseo a una simple ilusión sensorial.
Por su propia fe inalterable, el Terrón de Arcilla es incapaz de cambiar ya que carece de la habilidad para cuestionar sus propias ideas. Sin autonomía moral, es también incapaz de diferenciar el bien y el mal, conceptos que le han sido impuestos.
¿Cuál es el significado de El libro de Thel? O mejor dicho, ¿a qué se refiere William Blake al emplear estos fascinantes y grandiosos personajes?
El tema central de El libro de Thel es una fuerte condena a la Iglesia. La Cruz de Plata (Silver Rod), traducida aquí como el Cetro, representa la férrea filosofía eclesiástica, disimulada bajo una fachada de costosa sabiduría anterior al advenimiento de los sentimientos patrióticos del siglo XVI y XVII.
William Blake sostiene en El libro de Thel que el amor no puede hallarse en la Copa de Oro (Golden Bowl), expresando así sus dudas acerca de la eucaristía cristiana representada en el cáliz.
En cierta forma, El libro de Thel expresa la desilusión del romanticismo frente a la Iglesia, apoyándose en la alienación y los sentimientos revolucionarios de toda una era. Sin embargo, la Cruz de Plata y la Copa de Oro pueden verse además como representaciones de la genitalidad masculina y femenina, o al menos de sus arquetipos tradicionales.
En esta coyuntura, lo masculino, es decir, la Cruz de Plata, sintetiza la sabiduría, la intelectualidad, mientras que la Copa de Oro representa el amor en estado puro.
El libro de Thel es una de las obras que mejor expresan la ideología de William Blake. Para el poeta, vivir absorto en uno mismo es una actitud perversa, un síntoma evidente del triunfo del mal, es decir, del egoísmo
En su filosofía, estrechamente ligada al gnosticismo y el catarismo, pero aún más a la figura del místico sueco Emanuel Swedemborg, un mundo hermanado en el materialismo necesariamente trabaja en favor del gobierno de las fuerzas oscuras.
El libro de Thel plantea la posibilidad de que este Mal no sea quizás una entidad autónoma sino el reflejo patético de un dios imbécil, o lo que es peor, inepto.
Todo en este mundo desaparece. Nada perdura en las áridas revoluciones del tiempo. ¿Es esto producto del Mal? ¿Un dios piadoso permitiría la corrupción y el olvido de lo bello?
El libro de Thel no responde estas dudas, aunque de hecho termina haciendo una insinuación tan contundente como poética: el Mal es una sombra; no posee vida propia, no es antagónica del bien, ya que su esencia consiste en el alejamiento, en la distancia del Bien. No tiene la capacidad de crear, sino de pervertir lo que por naturaleza es bueno y justo.
Y es la pequeña madre del Gusano quien le revela a Thel el secreto de la existencia: vivir para los otros. Es decir, el propósito de la vida, incluso en su expresión más modesta, es brindarse por los demás.
Allí, mientras Thel reposa junto a su próxima tumba en las profundidades del inframundo, útero de nuestro plano físico, es asaltada por una multitud de voces: siniestros espectros que la abruman con horribles interrogantes sobre la vida. Luego llega la huida, y el retorno a los Valles de Har.
En otras palabras: con la vejez llega la comprensión de todos nuestros dilemas. Aquel mundo subterráneo es un símbolo de la revelación final de todos los misterios de la vida y de la ancianidad que tributa ese conocimiento. Por eso Thel intenta regresar a los profundos campos y arroyos, a la frescura de la juventud y la inocencia, a los verdes Valles de Har, cuya ignorancia juvenil resulta infinitamente más placentera y reconfortante que la sabiduría de la decrepitud.
El libro de Thel.
The Book of Thel, William Blake (1757-1827)
El Lema de Thel.
¿Sabe el águila lo que está en el foso
o irás a preguntárselo al topo?
¿Puede la sabiduría encerrarse en un cetro
y el amor en un cuenco dorado?
¿Sabe el águila lo que está en el foso
o irás a preguntárselo al topo?
¿Puede la sabiduría encerrarse en un cetro
y el amor en un cuenco dorado?
I.
Las hijas de Mne. Seraphim cuidaban sus soleados rebaños, con excepción de la más joven que, lívida, buscaba la brisa secreta para desvanecerse como la belleza matutina de su día mortal.
A largo del río de Adona se oye su delicada voz.
De esta manera cae su tierno lamento, similar al rocío de la aurora:
¡Oh vida de esta primavera nuestra! ¿Porqué se marchita el loto sobre el agua?
¿Porqué se marchitan estos hijos de la primavera, nacidos sólo para sonreír y caer?
Ah, Thel es como un arco acuoso, como una nube que se aleja, como la imagen en un espejo, como sombra en el agua, como el sueño del infante, como la risa en el rostro juvenil, como la voz de la paloma, como el día fugitivo, como la música en el aire.
Ah, dulcemente desearía yacer, con ternura posar mi cabeza y dormir el sueño de la muerte, escuchando la voz de aquel que se pasea por el Jardín de la noche.
El lirio del valle, que respiraba confundiéndose con la modesta hierba, respondió así a la hermosa doncella:
Soy una brizna acuosa, y pequeñísima, a quien gusta habitar las tierras bajas. Tan débil soy, que la dorada mariposa apenas puede posarse sobre mi cabeza. Sin embargo, recibo visitas del cielo. Aquel que a todos sonríe camina por el valle, y cada mañana sobre mi extiende su mano diciéndome:
Regocíjate, humilde hierba, flor de lirio recién nacida, gentil doncella de los prados silenciosos y de los tímidos arroyos, pues de luz te habrán de vestir y te alimentarás con el maná de la aurora; hasta que el calor del verano te derrita junto a las fuentes y los manantiales, para florecer en eternos valles. ¿Porqué pues, habría de lamentarse Thel? ¿Porqué dejaría escapar un suspiro la Señora de los valles de Har?
Calló y sonrió entre lágrimas, antes de sentarse en su altar de plata.
Respondió Thel:
Oh, tú, pequeña virgen del tranquilo valle, que das a quienes no pueden implorar, a los sin voz, a los exhaustos; tu aliento nutre al inocente cordero que huele tus prendas lácteas, y cosecha tus flores mientras tu le sonríes al rostro, limpiando en su tierna y mansa boca toda mácula. Tu vino purifica la áurea miel; el aroma que viertes sobre cada hoja de hierba, anima el alma de las reses, y doma al corcel de flamígero aliento. Pero Thel es como una desfalleciente nube que el sol nuevo ilumina: me esfumo en mi trono perlado. ¿Quién podrá hallar mi lugar?
Pregunta a mi tierna nube, reina de los valles -respondió el lirio.- y te dirá porqué rutila en el cielo matutino, y porqué siembra su belleza brillante en el aire húmedo. Desciende, pequeña nube, desciende sobre los ojos de Thel.
Bajó la nube; el lirio inclinó su tímida cabeza, y se retiró a descansar sobre la hierba.
II.
Oh, pequeña nube, -dijo la virgen- te conmino a que reveles porqué no te quejas cuando en una hora te desvaneces. Cuando el instante pasa, te buscamos sin poder hallarte. Ah, similar eres a Thel, ya que cuando me voy, nadie me lamenta, nadie escucha mi voz.
La nube reveló entonces su dorada cabeza, y así surgió en su refulgente forma, flotando resplandeciente en el aire, ante el rostro de Thel.
Oh, virgen, ¿acaso ignoras que nuestros corceles beben en los manantiales dorados, dónde Luvah renueva sus caballos? ¿Has contemplado mi juventud y temes que me desvanezca y nadie pueda ya verme? Nada permanece, doncella. Al morir me dirijo a una vida decuplicada en amor, paz, y sagrado éxtasis. Invisible desciendo y poso mis ligeras alas sobre las flores aromáticas, seduciendo al rocío de bello mirar, para que consigo me lleve a su fulgurante morada. La llorosa virgen, temblorosa, se arrodilla ante el sol que se eleva hasta que nos levantamos, unidas por una cinta de oro, para no separarnos jamás, llevando por siempre el alimento a nuestras tiernas flores.
¿Eso haces, pequeña nube? Me temo que no soy como tú. Yo paseo por los prados de Har saboreando las flores más fragantes, pero no alimento trémulas hierbas; escucho las aves cantoras, pero no las nutro; ellas mismas vuelan en busca de sustento. Sin embargo, Thel ya no se deleita con ello, pues lentamente se va desvaneciendo, y todos dirán: ¿habrá vivido tan sólo para convertirse en hogar de lascivos gusanos?
La nube se reclinó en su aéreo trono, y así repuso:
Si has de ser alimento de gusanos, virgen de los cielos, ¡cuánta será tu utilidad! ¡Qué amplia tu gracia! Nada de cuanto vive existe para sí mismo. Nada temas, pequeña. Llamaré al débil gusano que en su lecho subterráneo yace, para que oigas su voz. ¡Acude gusano, larva del silente valle, junto a tu pensativa reina!
El indefenso gusano se asomó, y fue a detenerse sobre la hoja del lirio. La nube refulgente voló para encontrarse con su compañero en el valle.
III.
Thel contempló asombrada al gusano en su lecho, bañado de rocío.
¿Gusano eres? Tú, emblema de la fragilidad, ¿eres sólo un gusano? Te veo como un niño envuelto en la hoja de lirio. Ah, no llores, diminuto, que si no puedes hablar eres capaz de llorar. ¿Es esto un gusano? Te veo, inerme y desnudo, llorando sin que nadie te responda, sin que nadie te reconforte con maternal sonrisa.
Inclinándose sobre el lloroso infante, la madre del gusano su vida exhaló en lácteo afecto. Luego dirigió a Thel sus humildes ojos.
Oh, belleza de los valles de Har -dijo el gusano.- No vivimos para nosotros mismos. Ante ti tienes a la cosa más irrisoria, pues eso soy en realidad; mi seno está frío de sí mismo, y de sí mismo oscuro. Pero aquel que lo humilde ama, unge mi cabeza y me besa, tendiendo sus cintas nupciales en torno a mi pecho, mientras dice: Madre de mis hijos, te he amado y te he regalado una corona que nadie podrá arrebatarte.
Cómo es esto, dulce doncella, es algo que ignoro y que averiguar no puedo. Reflexiono y no puedo pensar. Sin embargo, vivo y amo.
La Hija de la Belleza enjuagó sus compasivas lágrimas con su velo blanco, diciendo:
Ay, nada sabía de esto, y en consecuencia lloraba. Sabía, sí, que Dios amaba al gusano y que castigaba al pie malvado, si caprichosamente hería su indefenso cuerpo; pero que le regalara con leche y aceite, lo ignoraba, y de ahí mi llanto. Al aire tibio lanzaba mi queja porque me esfumaba, tendida en tu lecho yerto dejaba mi luminoso reino.
Reina de los valles —repuso el terroso gusano—, he oído tus suspiros, tus lamentos sobrevolaron mi tejado y los llamé para que bajaran. ¿Quieres, oh reina, entrar en mi casa? Dueña eres de penetrar en ella, y de volver. Nada temas. Entra con tus virginales pies.
IV.
El formidable centinela de las eternas puertas alzó la barra septentrional.
Entró Thel, y contempló los secretos de la ignota tierra; vio los lechos de los muertos y el sitio donde la raíz de cada corazón terreno hinca su incansable vibrar. Tierra de pesares y lágrimas, donde jamás se viera una sonrisa.
Erró por el país de las nubes atravesando oscuros valles y escuchando gemidos y lamentos. A menudo se detenía cerca de una tumba, de rocío bañada.
Permaneció en silencio para oír las voces de la tierra. Finalmente, a su propia tumba llegó, y cerca de ella se sentó.
Escuchó entonces aquella voz del dolor que alentaba en la hueca fosa.
¿Por qué es incapaz el oído de permanecer cerrado a su propia destrucción, y el rutilante ojo al veneno de una sonrisa?
¿Por qué están cargados los párpados de flechas, donde mil guerreros al acecho yacen?
¿Por qué está el ojo lleno de dones y gracias que siembran frutos y monedas de oro?
¿Por qué la lengua se endulza con la miel de todos los vientos?
¿Por qué es el oído un torbellino afanoso que pretende envolver en su seno a toda la creación?
¿Por qué la nariz se dilata al inhalar el terror, temblorosa y espantada?
¿Por qué un suave ondular sobre el muchacho levemente?
¿Por qué una tenue cortina de carne yace sobre el lecho de nuestro deseo?
La virgen dejó su asiento y, lanzando un grito, huyó desesperada, hasta llegar a los valles de Har.
William Blake (1757-1827)
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