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Marqués de Sade: cuentos destacados


Marqués de Sade: cuentos destacados:




El Marqués de SadeDonatien Alphonse François de Sade (1740-1814)— fue, sin lugar a dudas, uno de los escritores franceses más polémicos de la historia. Y si bien es cierto que los cuentos del Marqués de Sade fueron perseguidos, e incluso prohibidos, durante mucho tiempo, hay que decir que su producción literaria es también una crítica a los valores sociales de su tiempo, colocando además al deseo, al placer personal, en el centro de la escena.

En esta sección iremos repasando algunos de los más destacados cuentos del Marqués de Sade.




Cuentos destacados del Marqués de Sade:




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


El artículo: Marqués de Sade: cuentos destacados fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Casanova, el Marqués de Sade, y el misterioso Libro de la Seducción


Casanova, el Marqués de Sade, y el misterioso Libro de la Seducción.




Siempre existieron libros prohibidos dedicados al arte de la seducción, incluso demonios y otros seres sobrenaturales a los cuales se les atribuye cierta colaboración en asuntos como la atracción y el deseo, pero ninguno con las mismas características asombrosas que el llamado Libro de la Seducción; cuyas páginas, astutas y perversas, ayudaron a hombres obsesionados con el hábito de seducir.

Nadie sabe a ciencia cierta quién es el verdadero autor de El libro de la seducción. Para muchos, sus secretos fueron traicionados por un grupo de réprobos de escasa influencia en la jerarquía infernal. Barbatos y Prusias, demonios de la seducción, y Yecum, la seductora de ángeles, concibieron sus páginas malditas; pero fue Zorneo, sagaz patrono de los perversos, quien las distribuyó entre los seductores más notables de su tiempo: Giácomo Casanova y el Marqués de Sade.

Otros afirman que El libro de la seducción también cayó en las manos de Aleister Crowley, quien lo utilizó para perfeccionar su estilo amatorio y de ese modo invocar a Babalon, principio femenino del universo que puede introducirse en el cuerpo de las mujeres durante el orgasmo; algo similar a lo que ocurría con las bacantes romanas.

Esta opinión, sin embargo, fue refutada por Moina Mathers, Leah Hirsig, y otras chicas de la Orden Hermética del Alba Dorada, quienes solían entregarse al desenfreno colectivo pero que habitualmente alcanzaban el orgasmo mediante la autosatisfacción, como se sabe, contraindicada para la invocación de potencias cósmicas.

De acuerdo con la mayoría de los diccionarios demonológicos, Zorneo es un demonio gentil con los hombres, a tal punto que resulta peligrosamente fácil invocarlo. Muchos libros malditos aclaran que para realizar un pacto con este demonio no se necesitan ritos de ninguna índole, ni siquiera la formulación en voz alta de un pedido explícito de favores.

El arreglo se produce de forma inconsciente, y las exigencias de Zorneo como retribución por su ayuda son ciertamente discretas. A diferencia de otros demonios, cuyas simples apariciones requieren grandes inversiones de parte del nigromante, Zorneo sólo demanda fidelidad y algunas libaciones en su honor durante el lapso de la vida mortal del iniciado, sin consecuencias para su alma en la otra vida.

Esa filosofía desapegada de los arreglos contractuales convirtió a Zorneo en el vehículo perfecto para El libro de la seducción; debido a que este arte se desentiende de la trascendencia, es decir, del amor entendido en términos de una relación duradera. En otras palabras, tanto Zorneo como El libro de la seducción son devotos del deseo inmediato.

Si bien es cierto que Zorneo es un demonio sensato al momento de exigir prebendas, como divulgador de El libro de la seducción puede llegar a ser bastante rígido con quienes transgreden sus normas. Si uno de sus devotos no cumple con lo pactado, las cosas pueden tornarse difíciles.

Es por eso que los grandes maestros en el arte de invocar a los demonios recomiendan la mayor prudencia a quienes soliciten la ayuda de Zorneo, así también como una lectura de El libro de la seducción. La sabiduría que se desprende de sus páginas no puede desperdiciarse en la búsqueda de la fama o del prestigio.

En otras palabras, aquellos que deseen leer El libro de la seducción deberán ser incesantes en la práctica de seducir, pero sin emitir juicios públicos acerca de esa sabiduría, y mucho menos divulgarla directamente.

Tal vez por eso, tanto el Marqués de Sade como Giácomo Casanova, que figuran en la lista de perversos que accedieron a las páginas de El libro de la seducción, no pudieron escapar de la cárcel, el exilio, y una vejez ostensiblemente flácida por haber traicionado sus secretos.

Pero en un mundo en el que todos aspiran a ser iguales, únicamente las personalidades que se atreven a transgredir las normas son aquellas condenadas a la eternidad; aún cuando ésta se desarrolle en el infierno.

La última referencia a El libro de la seducción se produjo en el relato del Marqués de Sade: Aventura incomprensible (Aventure incompréhensible), publicado en la antología de 1788: Historietas, cuentos y fábulas (Historiettes, Contes et Fabliaux).

Allí se relata la historia de un mago que, tras descubrir un antiguo y enigmático libro, obtiene el conocimiento para firmar un pacto con el demonio. Según algunos estudiosos laxos para las cronologías, el mago sería una representación del propio Marqués de Sade, y el libro prohibido una síntesis desmejorada de El libro de la seducción.

Tanto en este notable cuento del Marqués de Sade como en las oscuras leyendas que giran alrededor de El libro de la seducción, el acuerdo con el demonio Zorneo tiene un plazo establecido de antemano: al cumplir los sesenta años de edad el iniciado deberá cesar sus actividades amatorias de forma abrupta. Desde ese momento, la sabiduría de la seducción queda suspendida para él. Esto, al menos para el Marqués de Sade, suponía una desgracia peor que la entrega del alma.

Para evitar malentendidos, el Marqués de Sade divulgó los secretos de El libro de la seducción recurriendo a un estilo que no abunda en su prosa. Dejó de lado el erotismo y utilizó la sátira, el sarcasmo, la ironía, para reunir aquel saber ancestral que muchos han confundido con simple perversión. En última instancia, la singular filosofía sadiana podría estar basada en este libro legendario.

Por otro lado, algunos sostienen que las indiscreciones del aristócrata van aún más lejos, y que el peligroso afrodisíaco del Marqués de Sade también procede de las fórmulas arcanas de El libro de la seducción.

Si bien la transgresión de Casanova no fue pública, su falta fue castigada debidamente. Este aristócrata itinerante se excedió del plazo establecido para seducir a cuanta dama se cruzara en su camino; de modo tal que Zorneo articuló sus oscuras influencias para que una de esas mujeres, cuyo verdadero nombre Casanova no conoció hasta después de haber consumado las más exquisitas escenas de depravación, fuese, además de una amante admirable, una de sus tantas hijas ilegítimas.




Libros prohibidos. I Libros extraños y lecturas extraordinarias.


Más literatura gótica:
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El peligroso afrodisíaco del Marqués de Sade


El peligroso afrodisíaco del Marqués de Sade.




La mayoría conoce al menos algo de la tormentosa vida del marqués de Sade: estudiante mediocre, lector voraz, libertino consumado y referente de la narrativa más obscena y deliciosa de su tiempo.

Sin embargo, lo que pocos saben es que el Marqués de Sade realmente llevó al límite sus impulsos sádicos, a los cuales les dio nombre propio, a través de un peligroso afrodisíaco capaz de producir un efecto devastador... y posteriormente la muerte.

Después de haber pasado una temporada en prisión como castigo por haber flagelado a una muchacha, el Marqués de Sade resolvió experimentar con afrodisíacos. En aquella época, o en todas, en realidad, el afrodisíaco más poderoso era siempre el más peligroso de ingerir; de tal forma que el Marqués de Sade, incapaz de sentir culpa o remordimiento por sus caprichos, decidió distribuirlo solapadamente entre sus invitados.

En 1772, durante su estancia en Marsella, el Marqués de Sade organizó una de sus típicas reuniones de desenfreno. Para amenizar la velada, distribuyó unos bombones de anís entre sus invitados, los cuales estaban rellenos con el polvo disecado de la mosca española (cantharis vesicatoria), coleóptero que contiene altas concentraciones de alcaloides.

Aquellos invitados que tuvieron la audacia de probar esos bocados entraron en un frenesí que incluso perturbó al propio Marqués de Sade. Pero el refriegue duró muy poco. En menos de una hora los comensales empezaron a vomitar, luego a convulsionar, y buena parte de ellos falleció en el curso de una semana.

Hay que decir que el afrodisíaco del Marqués de Sade no era una novedad en el siglo XVIII, y por tal caso en la antigüedad clásica.

Desde tiempos inmemoriales se lo utilizó para tratar diversas enfermedades, siempre con efectos secundarios que oscilaban entre la excitación más salvaje a la muerte.

Por ejemplo, la emperatriz romana Livia Drusila solía deslizar este peligroso afrodisíaco entre otros miembros de la familia imperial. Su objetivo era causar ciertas indiscreciones que luego podían ser utilizadas para la extorsión.

En los archivos de la Bastilla, actualmente de dominio público, pueden leerse las órdenes de compra de los famosos «polvos de amor» con los que Madame La Volisin amenizaba sus misas negras, los cuales eran además de suministrados a Madame de Montespán para vigorizar sus encuentros con el rey.

Estos «polvos de amor» estaban hechos a base de la mosca española, como ya se ha dicho, extremadamente populares y peligrosos.

Las golosinas que se confeccionaban con este poderoso afrodisísco eran conocidas como «pastillas de Richelieu» (pastilles de Richelieu), en alusión a la delictiva tendencia del duque de Richelieu a suministrárselas a sus amantes para que complazcan sus deseos más inconfesables.

A finales del siglo XVIII, Madame du Barry (1743-1793), amante de Luis XV, las popularizó con el nombre de pastillas de serallo. Al parecer, la cortesana —una de las favoritas de la corte francesa— se exigía los más altos estándares amorosos; de modo que para estar a la altura del desafío que suponía meterse en las enaguas reales consumía grandes cantidades de este afrodisíaco.

Si bien Madame du Barry no murió a causa de estos excesos, en cierta forma la ayudaron a encontrar un final más placentero. Fue guillotinada en 1793, no sin antes haber ingerido una dosis letal de mosca española. Sus últimas palabras: encore un moment, monsieur le bourreau, encore un moment (Un momento más, señor verdugo, un momento más) parecen evidenciar que sus efectos ansiolíticos no eran precisamente eficaces.

Ya para el siglo XIX el afrodisíaco del Marqués de Sade se comercializaba libremente.

Las clases bajas podían adquirirlo bajo el nombre philtre amoureux (filtro amoroso); básicamente un polvo que se disolvía en alcohol y que podía ser consumido, o distribuido solapadamente, para obtener un rápido descenso en las barreras represivas del sujeto, volviéndolo sumiso ante cualquier indicación.

A pesar de estos antecedentes, la enorme masividad del afrodisíaco del Marqués de Sade se expresa mejor al retroceder en el tiempo. Incluso obras magníficas, como el Philaster de los dramaturgos ingleses Francis Beaumont (1584-1616) y John Fletcher (1579-1625), versifican sobre sus propiedades:


Antes ella estaba en boca de todos;
Ahora nadie se atreve a decir
Que la cantárides puede agitarla.


(Before, she was common talk;
Now, none dare say,
cantharides can stir her)


O en esta acusación del poeta inglés Ben Jonson, fechada en 1601:


¡Tu, hijo de perra cantárides!
(You whoreson cantharides!)


La mosca española, curiosamente, no era mosca ni era española, sino un coleóptero bastante utilizado por los médicos españoles para tratar heridas superficiales en la piel así como aliviar los padecimientos de la gota y el reumatismo.

Si se la consume en grandes dosis, sin embargo, produce una tremenda inflamación en todos los órganos del tracto genital, incluso en los genitales, efecto que propagó la creencia de que poseía propiedades afrodisíacas.

El dolor que causaba este afrodisíaco era atroz, y rara vez cumplía con su propósito original. Con solo 10 miligramos se obtenía la muerte, e incluso con dosis considerablemente menores las mujeres sufrían horribles contracciones uterinas que en muchos casos conducían al suicidio.

Aún para aquellos que no encontraron la muerte, el afrodisíaco del Marqués de Sade trajo aparejado todo tipo de problemas. Se cree que la daño renal de Luis XV, que le produjo dolores permanentes durante el resto de su vida, fue producto del abuso de la mosca española.

La historia de los afrodisíacos posee algunas páginas inquietantes, y la dedicada a la mosca española es sin dudas una de las que más sombrías de todas.




Historias del Marqués de Sade. I Autores con historia.


Más literatura gótica:
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La extraña historia de la calavera del marqués de Sade


La extraña historia de la calavera del marqués de Sade.




Mucho se ha escrito sobre Donatien Alphonse François, más conocido como Marqués de Sade (1740-1814), aristócrata, revolucionario, filósofo, escritor y posiblemente uno de los libertinos más notables de la historia.

En 1801, Napoleon Bonaparte emitió la orden de su detención. El marqués de Sade fue arrestado en las oficinas de su editor y encarcelado sin posibilidad de juicio en la prisión de Sainte-Pélagie. No obstante, las denuncias continuaron acumulándose, esta vez de parte de otros presos, quienes alegaron comportamientos demasiado escandalosos aún para la vida en reclusión. Debido a esto el marqués de Sade fue trasladado a la impenetrable fortaleza de Bicêtre.

Dos años después fue declarado oficialmente lunático. El marqués de Sade fue transferido al manicomio de Charenton, donde se le permitió seguir escribiendo pequeñas obras teatrales que serían interpretadas por otros reclusos. Sin embargo, debido a sus constantes actos de rebeldía, estos privilegios pronto le fueron retirados.

Naturalmente, el marqués de Sade continuó haciendo las dos cosas que mejor sabía hacer: escribir y entregarse a las fantasías más extrañas.

Comenzó una relación con Madeleine LeClerc, hija de un empleado de Charenton, que se prolongaría durante cuatro años. También escribió, y mucho, aunque gran parte de esas páginas se han perdido para siempre.

El 2 de diciembre de 1814, tras una breve pero devastadora enfermedad que afectó su aparato digestivo, el marques de Sade murió mientras dormía. Tenía 74 años de edad.

Ahora bien, el marqués de Sade sabía con absoluta certeza que la ciencia aguardaba su deceso para examinar en detalle su cuerpo, buscando causas físicas para sus escandalosas desviaciones; de tal forma que seis años antes de su muerte estableció por escrito su deseo no ser desenterrado bajo ningún pretexto.

Citamos parte de aquellas exigencias:


Prohibo categóticamente la disección de mi cuerpo. Exijo, además, que mi cadáver sea mantenido durante cuarenta y ocho horas en la habitación en la que muera. Durante este tiempo se harán los arreglos para ser trasladado a los bosques de mi propiedad en Malmaison. Allí seré enterrado sin ningún tipo de ceremonia religiosa o laica. Prohibo además la colocación de cualquier clase de lápida o escultura que identifique mi lugar de descanso. Que los rastros de mi tumba se desvanezcan para siempre, así como mi nombre será borrado eventualmente de la memoria de los hombres.


El cadáver del marqués de Sade no fue diseccionado, pero el resto de sus demandas fueron completamente ignoradas.

No fue enterrado en los bosques de Malmaison, ya que la propiedad había sido vendida unos años antes sin su consentimiento. En cambio, fue inhumado en un pobre cementerio cristiano de Charenton. Su tumba fue marcada con una cruz a pesar de su vasta militancia en el ateísmo.

Algunos años después, el cuerpo del marqués de Sade fue exhumado por un grupo profanadores; para muchos, enviados por el doctor Ramon, director del manicomio de Charenton. Todo parece indicar que pagó una alta suma de dinero por obtener la calavera de su paciente más famoso.

Ramon era devoto de la frenología, y más especialmente de la craneometría; pseudociencias desarrolladas por los alemanes Franz Joseph Gall y Johann Spurzheim, cuyas bases formulan la idea falsa de que la forma del cráneo es moldeada por las características morales del sujeto.

En otras palabras, los frenólogos sostenían que la actividad mental puede cambiar la forma y el tamaño del cerebro, dependiendo del grado de depravación del individuo.

Esto, desde luego, no tiene ningún asidero científico; sin embargo, la frenología fue una tendencia con gran aceptación en su época; en parte porque separaba de forma brutal a los humanos propiamente dichos de otras razas supuestamente menores, y en consecuencia más proclives a un comportamiento salvaje.

Al parecer, Ramon conservó la calavera del marqués de Sade por muy poco tiempo, pero lo suficiente como para elaborar una profunda investigación.

Los resultados de estos exámenes fueron, cuanto menos, desconcertantes. El cráneo del marqués de Sade no ofrecía indicio alguno que justifique sus apetitos libertinos. Ramon incluso llegó a señalar que esa calavera no se diferenciaba en nada de la de otros hombres reconocidamente probos.

Tras la publicación de estas conclusiones, Ramon recibió la visita del eminente Johann Spurzheim. El teutón logró obtener prestada la calavera del marqués de Sade, que desde luego jamás devolvió; y con ella se embarcó en una impresionante gira mundial donde dio innumerables conferencias que agruparon a verdaderas multitudes de curiosos.

Johann Spurzheim se volvió un hombre rico y afamado gracias al cráneo del marqués de Sade, que pronto se convertiría en un objeto de culto para los amantes de lo grotesco.

El alemán falleció en 1832, en la ciudad de Boston, debido a la fiebre tifoidea. Se cree que el cráneo estaba en su posesión al momento de morir, y que luego pasaría a engrosar la colección de uno de sus mejores amigos, el capitán Johan Didrik Holm, un acaudalado navegante sueco.

Holm albergaba una gran añoranza por los tiempos de los piratas. De hecho, era un renombrado coleccionista de cráneos famosos. Algunos creen que incluso llegó a organizar profanaciones a lo largo de toda Europa, siendo la calavera del místico Emanuel Swedenborg uno de sus tesoros más preciados.

Existen pocos indicios sobre el destino final de la calavera del marqués de Sade. Algunos la ubican en Norteamérica, ya sin identidad, donde fue utilizada para definir las líneas estéticas del cráneo típico de los hombres con una gran pulsión religiosa.

Todo lo absurdo de la frenología puede resumirse en esta última anécdota.

De acuerdo a Maurice Lever, uno de los biógrafos más confiables, Thibault de Sade —descendiente del marqués— eventualmente encontró un molde del cráneo de su ancestro en el laboratorio de antropología del Musee de l’Homme, ubicado en Francia.

Sobre cráneo se habían inscrito las siguientes palabras:

«Marquis de Sade. Coll. Dumoutier (nombre de un asistente de Spurzheim) no. 259». (ver imagen a la izquierda)


La literatura gótica y el cine se encargarían de recuperar aquella última voluntad del marqués de Sade.

Robert Bloch, miembro del Círculo de Lovecraft, escribió un notable relato llamado: La calavera del marqués de Sade (The Skull of the Marquis de Sade); que luego sería llevado al cine en 1965 con el título: La calavera (The Skull), de la mano de una dupla notable de actores: Peter Cushing y Christopher Lee.



La calavera (1965), trailer:





Más sobre el marqués de Sade. I Autores con historia.


Más literatura gótica:
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Pierre Choderlos de Laclos: novelas


Pierre Choderlos de Laclos: novelas.




Pierre Choderlos de LaclosPierre Ambroise François Choderlos de Laclos (1741-1803)— fue un escritor francés prácticamente olvidado en nuestra época, autor de obras verdaderamente originales, ingeniosas, y sobre todo polémicas. De hecho, las novelas de Pierre Choderlos de Laclos rivalizaron con las obras del Marqués de Sade en el terreno del escándalo público en su tiempo.

En esta sección de El Espejo Gótico iremos analizando las mejores novelas de Pierre Choderlos de Laclos.




Pierre Choderlos de Laclos: obras completas:
  • Las amistades peligrosas (Les liaisons dangereuses)
  • De la guerra y de la paz (De la guerre et de la paix)
  • Diario de los amigos de la Constitución (Journal des amis de la Constitution)
  • Ernestina (Ernestina)
  • Instrucciones para las asambleas de las bailías (Intructions aux assemblées de bailliage)
  • La educación de las mujeres (De l'éducation des femmes)
  • Relaciones peligrosas (Les Liaisons dangereuses)




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


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«Las 120 jornadas de Sodoma»: Marqués de Sade; libro y análisis


«Las 120 jornadas de Sodoma»: Marqués de Sade; libro y análisis.




Las 120 jornadas de Sodoma (Les 120 journées de Sodome) —a veces publicada en español como: Los 120 días de Sodoma— es una novela gótica del escritor francés Donatien Alphonse François, más conocido como el Marqués de Sade (1740-1814), escrita en 1785.

Las 120 jornadas de Sodoma, sin dudas uno de los cuentos del Marqués de Sade más memorable, narra la historia de cuatro nobles, quienes resuelven evadir las buenas costumbres y entregarse a las prácticas más desenfrenadas en un remoto castillo.

Si bien se trata de un libro prohibido, probablemente a causa de las exuberantes escenas descritas por el Marqués de Sade, lo cierto es que Las 120 jornadas de Sodoma busca denunciar de forma cruda, e incluso grotesca, la corrupción de la élite de su tiempo, es decir, los excesos producidos como consencuencia directa del poder y la impunidad de los poderosos.

En este sentido, el libro del Marqués de Sade forma parte de las aspiraciones más nobles de la Ilustración, y para ello utilize una gran cantidad de recursos vinculados a la literatura gótica.

Es importante señalar que Las 120 jornadas de Sodoma fue escrito durante los treinta y siete días que el Marqués de Sade estuvo encerrado en la la Bastilla. Algunos dicen que el manuscrito original fue resguardado entre los muros de su celda. Lo cierto es que el autor lo dio por perdido. Deberían pasar más de cien años hasta que un descubrimiento azaroso nos permitiera recuperar este clásico de la literatura francesa.




Las 120 jornadas de Sodoma.
, Marqués de Sade (1740-1814)

Copia y pega el link en tu navegador para leer online o descargar en PDF: Las 120 jornadas de Sodoma del Marqués de Sade:
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Novelas góticas. I Novelas del Marqués de Sade.


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«Aventura incomprensible»: Marqués de Sade; relato y análisis


«Aventura incomprensible»: Marqués de Sade; relato y análisis.




Aventura incomprensible (Aventure incompréhensible) es un relato fantástico del escritor francés Donatien Alphonse François —más conocido como Marqués de Sade (1740-1814)—, publicado en la antología de 1788: Historietas, cuentos y fábulas (Historiettes, Contes et Fabliaux).

Aventura incomprensible relata la historia de un nigromante que, tras descubrir un misterioso libro prohibido, firma un pacto con el demonio para obtener toda clase de favores, entre ellos: fortuna, amor, prestigio, y las típicas prebendas que los réprobos suelen solicitar. Naturalmente, el acuerdo tiene un plazo establecido: al cumplir los sesenta años de edad el nigromante deberá entregar su alma al demonio.

El tema central del cuento es el pacto satánico, una aberración contractual incluida entre las múltiples acusaciones que cayeron sobre el Marqués de Sade; entre ellas, el haber entablado amistad con el demonio Zorneo, según los diccionarios demonológicos, un esbirro menor en la jerarquía infernal.

Es justo decir que Aventura incomprensible, así como el resto de los relatos del Marqués de Sade que pertenecen a Historietas, cuentos y fábulas, se encuadran en un estilo más bien humorístico, no erótico. Y aunque todos los cuentos permiten la aparición de la peculiar filosofía sadiana, también es cierto que ninguno de ellos siquiera se acerca a las exquisitas y mórbidas escenas de depravación a las que nos tiene acostumbrados el Marqués de Sade.




Aventura incomprensible.
Aventure incompréhensible, Marqués de Sade (1740-1814)

Hace menos de cien años, en varios lugares de Francia perduraba aún la absurda tradición de que, entregando el alma al demonio, con ciertas ceremonias tan crueles como fanáticas, se conseguía de ese espíritu infernal todo lo que se deseara, y no ha pasado un siglo desde que la aventura que vamos a narrar tuvo lugar en una de nuestras provincias meridionales. El lector puede creerla o no, hablamos solamente después de haberla verificado; por supuesto no le garantizamos el hecho, pero le certificamos que más de cien mil almas lo creyeron y que más de cincuenta mil pueden corroborar en nuestros días la autenticidad con que está consignada en registros solventes. Nos dará permiso para disfrazar la provincia y los nombres.

El Barón de Vaujour combinaba desde su juventud el desenfrenado libertinaje con el cultivo de las ciencias y muy especialmente el de aquellas que inducen al hombre al error y le hacen perder un tiempo precioso que podría emplear de alguna otra manera infinitamente mejor; era alquimista, astrólogo, brujo, nigromante, astrónomo —bastante notable, por cierto— y físico mediocre; a la edad de veinticinco años, el barón, dueño ya de su patrimonio y de sus actos, descubrió en sus libros -según afirmaba- que inmolando un niño al demonio, empleando determinadas palabras y contorsiones durante la execrable ceremonia, se conseguía que el demonio se apareciera y se obtenía de él todo lo que se deseaba, siempre que se le prometiera el alma, y entonces se decidió a perpetrar esa monstruosidad con el único propósito de vivir felizmente su duodécimo lustro, de que nunca le faltara dinero y de conservar asimismo en el más alto grado de potencia sus facultades prolíficas hasta esa edad.

Cometida la infamia y firmado el pacto, ocurrió lo siguiente:

Hasta la edad de sesenta años, el Barón, que disponía tan sólo de quince mil libras de renta, había gastado regularmente doscientas mil y jamás debió un céntimo. En lo que respecta a sus proezas amorosas, hasta esa misma edad fue capaz de gozar a una mujer quince o veinte veces en una noche, y a los cuarenta y cinco ganó cien luises en una apuesta con unos amigos suyos que habían afirmado que no podría satisfacer a veinticinco mujeres, una después de otra; lo hizo y entregó los cien luises a las mujeres. En otra cena, tras la que se inició un juego de azar, el Barón advirtió al empezar que no podía participar, pues no tenía un céntimo. Le ofrecieron dinero, pero lo rechazó; mientras que jugaban, dio dos o tres vueltas por la sala, volvió, se hizo hacer un sitio y apostó diez mil luises a una carta, luises que fue sacando en diez o doce fajos de su bolsillo; el envite no fue aceptado, el Barón preguntó el motivo y uno de sus amigos le contestó bromeando que la carta no iba lo bastante bien servida y el Barón añadió otros diez mil. Todo esto está registrado en dos ayuntamientos respetables y lo hemos podido leer.

Cuando cumplió cincuenta años, el Barón decidió casarse; lo hizo con una joven de su provincia con la que siempre ha vivido en los mejores términos, sin que las infidelidades tan propias de su temperamento provocaran nunca el menor roce; tuvo siete hijos de esa esposa y desde hacía algún tiempo los encantos de su mujer habían ido volviéndole más sedentario; habitualmente vivía con su familia en el castillo donde en su juventud había hecho la espantosa promesa que hemos mencionado, invitando a hombres de letras, apreciando su trato y cultivando su amistad. Sin embargo, a medida que se aproximaba al término de los sesenta años, se acordaba de su desdichado pacto y como ignoraba si el demonio iba a contentarse con retirarle sus favores o le quitaría entonces la vida, su humor cambiaba por completo, se ponía triste y meditabundo y ya casi no salía de su casa.

El día señalado, a la hora exacta en que el barón cumplía sesenta años, un criado le anuncia a un desconocido que había oído hablar de sus conocimientos y solicita el honor de entrevistarse con él; el Barón, que en ese momento no estaba pensando en aquello que no había dejado de preocuparle desde hacía varios años, contesta que le haga pasar a su gabinete. Sube allí y encuentra a un forastero que, por su manera de hablar, le parece que es de París, un hombre bien vestido, con una figura hermosísima y que en seguida se pone a discutir con él sobre las ciencias más elevadas; el Barón le va contestando a todo y la conversación se anima.

El señor de Vaujour propone a su huésped ir a dar un pequeño paseo, él acepta y nuestros dos filósofos salen del castillo; era época de faenas y todos los labradores estaban en el campo; algunos, al ver gesticular a solas al señor de Vaujour, piensan que se ha vuelto loco y corren a avisar a la señora pero nadie contesta en el castillo; aquella buena gente vuelve a su sitio y siguen observando a su señor, que, creyendo que está conversando con alguien animadamente, agitaba las manos como es habitual en esos casos; por fin, nuestros dos sabios llegan a una especie de paseo cerrado al otro extremo y del que no se podía salir más que dando media vuelta. Treinta campesinos pudieron verlo, treinta fueron interrogados y treinta contestaron que el señor de Vaujour había entrado solo, sin dejar de gesticular en aquella especie de alameda cubierta.

Al cabo de una hora, la persona con la que cree estar, le dice:

—Y bien, Barón, ¿no me reconoces? ¿Has olvidado acaso la promesa? ¿Has olvidado cómo yo la he cumplido?

El Barón se estremece.

—No temas —le dice el espíritu—, no soy dueño de tu vida, pero sí lo soy de retirarte todos mis favores y arrebatarte todo lo que te es querido; vuelve a tu casa y verás en qué estado la encuentras, en ello reconocerás el justo castigo a tu imprudencia y a tus crímenes. A mí me gustan los crímenes, Barón, incluso los deseo, pero mi destino me obliga a castigarlos; vuelve a tu casa, repito, y conviértete, aún te queda un lustro de vida, morirás dentro de cinco años, pero sin que la esperanza de poder estar un día con Dios te haya sido negada. Adiós.

Y el Barón, que sólo entonces se da cuenta de que está solo y que no ha visto que nadie se despidiera de él, vuelve a toda prisa sobre sus pasos y pregunta a todos los campesinos que encuentra si no le han visto entrar en la alameda con un hombre; todos le contestan que había entrado solo, que asustados al verle gesticular de aquella manera incluso habían ido a avisar a la señora, pero que no había nadie en el castillo.

—¿Que no hay nadie? —exclama el Barón terriblemente turbado— ¡Pero si he dejado dentro a diez criados, a siete niños y a mi mujer!

—Pues no hay nadie, señor —le contestan.

Cada vez más asustado corre hacia su casa, llama, nadie le contesta, fuerza una puerta, entra, y la sangre que inunda los escalones le está ya anunciando la catástrofe que se ha abatido sobre él; abre una gran sala y descubre a su mujer, a sus siete hijos y a sus diez sirvientes desparramados por el suelo en diferentes posturas, en medio de un mar de sangre, todos ellos decapitados.

Se desmaya, varios campesinos, cuyas declaraciones constan, entran y tienen ocasión de contemplar el mismo espectáculo; ayudan a su señor, que poco a poco va volviendo en sí, les ruega que faciliten los últimos auxilios a la desdichada familia, y sin pérdida de tiempo se encamina hacia la Gran Cartuja, donde falleció al cabo de cinco años en el ejercicio de la más elevada piedad.

No emitimos ningún juicio sobre este incomprensible suceso. Existe, no se puede negar, pero es incomprensible.

Hay que andar con cuidado y no creer sin duda en quimeras, pero cuando una cosa es atestiguada por todo el mundo y pertenece como ésta a un género tan singular, hay que bajar la cabeza, cerrar los ojos y decir: así como no entiendo cómo los orbes flotan en el espacio, así también pueden existir cosas sobre la tierra que no acierte a comprender.

Marqués de Sade (1740-1814)




Relatos góticos. I Relatos del Marqués de Sade.


Más literatura gótica:
El análisis y resumen del relato del Marqués de Sade: Aventura incomprensible (Aventure incompréhensible), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El fingimiento feliz»: Marqués de Sade; relato y análisis.


«El fingimiento feliz»: Marqués de Sade; relato y análisis.




El fingimiento feliz (L’Heureuse Feinte) —también traducido como El fingimiento feliz o la ficción afortunada— es un relato del escritor francés Donatien Alphonse François de Sade —más conocido como Marqués de Sade (1740-1814)—, publicado en la antología de 1788: Historietas, cuentos y fábulas (Historiettes, Contes et Fabliaux), cuyas páginas fueron escritas mientras el autor se encontraba preso en la Bastilla.

El fingimiento feliz, uno de los más destacados cuentos del Marqués de Sade, relata las imprudencias epistolares de la Marquesa de Guissac, quien recibe a cambio de sus indiscreciones la parodia de un envenenamiento y una confesión insólita.




El fingimiento feliz.
L’Heureuse Feinte, Marqués de Sade (1740-1814)

Hay muchísimas mujeres que piensan que con tal de no llegar hasta el fin con un amante, pueden permitirse, sin ofensa para su esposo, un cierto comercio de galantería, y a menudo esta forma de ver las cosas tiene consecuencias más peligrosas que si la caída hubiese sido completa. Lo que le ocurrió a la Marquesa de Guissac, mujer de elevada posición de Nimes, en el Languedoc, es una prueba evidente de lo que aquí proponemos como máxima.

Alocada, aturdida, alegre, rebosante de ingenio y de simpatía, la señora de Guissac creyó que ciertas cartas de amor, escritas y recibidas por ella y por el barón de Aumelach, no tendrían consecuencia alguna, siempre que no fueran conocidas; y que si, por desgracia, llegaban a ser descubiertas, pudiendo probar su inocencia a su marido, no perdería en modo alguno su favor. Se equivocó. El señor de Guissac, desmedidamente celoso, sospecha el intercambio, interroga a una doncella, se apodera de una carta, al principio no encuentra en ella nada que justifique sus temores, pero sí mucho más de lo que necesita para alimentar sus sospechas, toma una pistola y un vaso de limonada e irrumpe como un poseso en la habitación de su mujer.

—Señora, he sido traicionado —ruge enfurecido—; leed: él me lo aclara, ya no hay tiempo para juzgar, os concedo la elección de vuestra muerte.

La Marquesa se defiende, jura a su marido que está equivocado, que puede ser, es verdad, culpable de una imprudencia, pero que no lo es, sin lugar a duda, de crimen alguno.

—¡Ya no me convenceréis, pérfida! —responde el marido furioso—, ¡ya no me convenceréis! Elegid rápidamente o al instante este arma os privará de la luz del día.

La desdichada señora de Guissac, aterrorizada, se decide por el veneno; toma la copa y lo bebe.

—¡Deteneos! —le dice su esposo cuando ya ha bebido parte—, no pereceréis sola; odiado por vos, traicionado por vos, ¿qué querríais que hiciera yo en el mundo? —y tras decir esto bebe lo que queda en el cáliz.

—¡Oh, señor! —exclama la señora de Guissac—. En terrible trance en que nos habéis colocado a ambos, no me neguéis un confesor ni tampoco el poder abrazar por última vez a mi padre y a mi madre.

Envían a buscar en seguida a las personas que esta desdichada mujer reclama, se arroja a los brazos de los que le dieron la vida y de nuevo protesta que no es culpable de nada. Pero, ¿qué reproches se le pueden hacer a un marido que se cree traicionado y que castiga a su mujer de tal forma que él mismo se sacrifica? Sólo queda la desesperación y el llanto brota de todos por igual. Mientras tanto llega el confesor.

—En este atroz instante de mi vida -dice la Marquesa- deseo, para consuelo de mis padres y para el honor de mi memoria, hacer una confesión pública —y empieza a acusarse en voz alta de todo aquello que su conciencia le reprocha desde que nació.

El marido, que está atento y que no oye citar al barón de Aumelach, convencido de que en semejante ocasión su mujer no se atrevería a fingir, se levanta rebosante de alegría.

—¡Oh, mis queridos padres! —exclama abrazando al mismo tiempo a su suegro y a su suegra—, consolaos y que vuestra hija me perdone el miedo que le he hecho pasar, tantas preocupaciones me produjo que es lícito que le devuelva unas cuantas. No hubo nunca ningún veneno en lo que hemos tomado, que esté tranquila; calmémonos todos y que por lo menos aprenda que una mujer verdaderamente honrada no sólo no debe cometer el mal, sino que tampoco debe levantar sospechas de que lo comete.

La Marquesa tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para recobrarse de su estado; se había sentido envenenada hasta tal punto que el vuelo de su imaginación le había ya hecho padecer todas las angustias de muerte semejante. Se pone en pie temblorosa, abraza a su marido; la alegría reemplaza al dolor y la joven esposa, bien escarmentada por esta terrible escena, promete que en el futuro sabrá evitar hasta la más pequeña apariencia de infidelidad. Mantuvo su palabra y vivió más de treinta años con su marido sin que éste tuviera nunca que hacerle el más mínimo reproche.

Marqués de Sade (1740-1814)




Relatos góticos. I Relatos del Marqués de Sade.


Más literatura gótica:
El análisis y resumen del relato del Marqués de Sade: El fingimiento feliz (L’Heureuse Feinte), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Marqués de Sade: relatos, libros, novelas, historias, biografía


Marqués de Sade: relatos, libros, novelas, historias, biografía:




Donatien Alphonse François de Sade —más conocido por su título nobiliario: marqués de Sade (1740-1814)— fue un filósofo, libertino y escritor francés que llegaría a convertirse en un autor de culto.

La filosofía del Marqués de Sade sublima el placer personal por encima de los valores sociales, es decir, coloca al individuo y sus impulsos primarios por adelante de las convenciones de la sociedad. Esa filosofía, tan polémica y escandalosa en su tiempo que le valió varios años de prisión, no sólo se aplica en términos de placer sensual sino también a la libertad de expresión.

Al final de nuestra selección con algunos de los más notables cuentos del Marqués de Sade repasaremos algunos detalles sustanciosos de su agitada vida.



Marqués de Sade: historias sádicas:


Marqués de Sade: relatos:


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Marqués de Sade: historias, biografía:

Antes de entrar en la vida del Marqués de Sade nos apoyamos en una advertencia hecha por el mismo autor:


...Imperioso, colérico, irascible, extremo en todo, con una imaginación disoluta como nunca se ha visto, ateo al punto del fanatismo, ahí me tenéis en una cáscara de nuez. Mátenme de nuevo o tómenme como soy, porque jamás cambiaré.


El Marqués de Sade no fue un estudiante particularmente ejemplar, aunque si se lo ha destacado como uno de los lectores más voraces de su época; apetito que saciaba casi exclusivamente con el estudio de la literatura francesa.. Cursó sus estudios en Provenza, en la abadía de Saint Léger d'Ebruil, bajo la estricta vigilancia de su tío, el abad de Sade, quien fue una poderosa influencia en relación a sus hábitos libertinos, ya que el abad compartía con el Marqués de Sade ciertos placeres irreconciliables con la vida monacal.

Por esos años el Marqués de Sade tuvo su primer desengaño amoroso. Fue rechazado por la bella Laurais, castellana de Vacqueyras; aunque luego contrajo matrimonio con Renée-Pélagie de Montreuil. De ese matrimonio nacieron tres hijos.

Su vida de excesos comenzó, extrañamente, dentro de su hogar. Allí solía aprovecharse tanto de prostitutas como de los mismos empleados del castillo, sin hacer distinción entre sexos. De hecho, su apetito era tan impresionante que no se privó de cortejar a la propia hermana de su esposa.

En 1767, sólo cuatro meses después de su matrimonio, el Marqués de Sade fue encarcelado por primera vez; al parecer, gracias a ciertos exabruptos en un prostíbulo. Pasó algunas semanas de prisión en el castillo de Vincennes, hasta que se le ordenó que se abandonara París. Su nueva morada fue el castillo de Échaffars, en Normandía.

En 1763, al morir su padre, adquirió oficialmente el título de Conde de Sade, aunque siempre prefirió que se lo llamara Marqués de Sade. En 1768 el estado aumentó la vigilancia que pendía sobre él. Fue acusado por una mendiga, llamada Rose Keller, de haberla llevado al castillo mediante engaños, y luego flagelarla cruelmente.

Después de este episodio, el Marqués de Sade pasó nuevamente una temporada en prisión.

Sería inadecuado enumerar la cantidad de variantes que el Marqués de Sade utilizaba para satisfacer sus instintos; pero creo que la siguiente anécdota sirve como ejemplo paradigmático de los desquiciados hábitos que su lujuria lo impulsaba a realizar.

Al parecer, durante su estancia en Marsella, decidió darles un estímulo extra a sus orgiásticos invitados. Entonces pensó en la mosca española.

Este afrodisíaco estaba prohibido en casi todos los países; razón por demás poderosa para que el Marqués de Sade se haya sentido tentado a usarlo. No daremos la receta completa, la cual fue escrupulosamente consignada en el Códice Negro de Praga, ya que algún curioso lector puede sentirse incitado a experimentar sus propiedades. Baste decir que el afrodisíaco se elaboraba con el cuerpo disecado de la cantharis vesicatoria, más conocida como mosca española, entre otros ungüentos y pócimas.

Sus efectos eran, según se dice, diferentes para cada sexo. En las mujeres, el afrodisíaco actuaba aumentando la sensibilidad genital, al punto en que el ardor púbico las excitaba de tal manera que eran capaces de entregarse a cualquier aberración. En los hombres los efectos eran más bien sencillos: provocaban lo que los monjes llamaban animalis erectio, las cuales no se diluían hasta pasadas varias horas; algo similar a lo que ocurría con Príapo y su incómodo atributo.

Cuando los supuestos beneficios de un producto son tan prometedores, las contraindicaciones suelen ser disuasivas. En este caso, los efectos nocivos oscilaban entre una sensación de incomodidad y la muerte.

En el episodio de Marsella, afortunadamente, no murió nadie; pero varias prostitutas y otras mujeres de buena casta se sintieron indignadas, o más bien irritadas, por los efectos del afrodisíaco del Marqués de Sade; las cuales llegarían a acusarlo de intento de envenenamiento.

Fue encontrado culpable de estas acusaciones, a la que se le agregó la sodomía; motivos exiguos para sentirse avergonzado pero lo suficientemente poderosos como para apresurar su huida a Italia. Antes de exiliarse, el Marqués de Sade creyó que aquel no era un viaje para realizar solo por lo que decidió secuestrar a la hermana de su esposa. Para mayores inconvenientes, la muchacha se había recluido en un convento con la esperanza de que el Señor la perdonara por los abominables excesos carnales a los que se había sometido.

Regresó a París en un pésimo momento. Su suegra había conseguido que se emitiera la lettre de cachet, una orden de prisión firmada por el rey de Francia. Después de una infructuosa huida, el Marqués de Sade fue encarcelado. Allí comenzó a escribir casi de manera febril. muchas de sus obras se perdieron o fueron quemadas por él mismo; pero afortunadamente otras sobrevivieron a los años de encierro.

En 1789 fue trasladado a la Bastilla, en dónde permaneció un año. Cuando la lettre de cachet fue derogada por la asamblea constituyente, el Marqués de Sade quedó en libertad. El mismo día en que salió a la calle, su mujer le exigió el divorcio. No podemos culparla.

A comienzos de 1791 comenzó a publicar algunas de sus obras, siempre bajo curiosos seudónimos. Ese mismo año conoció a Marie-Constance Quesnet, una actriz desempleada y madre soltera. Con ella permanecería el resto de su vida.

Durante el reinado del terror, el Marqués de Sade mostró una enorme adaptabilidad; ya que, a pesar de ser de familia aristócrata, logró desempeñar varios cargos públicos. Incluso llegó a escribir un elogio de admiración a Jean Paul Marat, aunque esto fue, evidentemente, un movimiento para asegurar su posición.

Muchos biógrafos afirman que por aquellos años el Marqués de Sade comenzó a padecer los efectos adversos de sus excesos. La buena comida, obsesión que sólo era superada por el sexo, se convirtió en su deporte personal, y su admirada figura poco a poco fue transformándose en una masa casi irreconocible.

En 1800 escribió una obra utilizando anagramas en los que sutilmente se burlaba de Napoleón. En 1801 fue encarcelado (otra vez) y mientras se esperaba la organización del juicio recibió una nueva acusación, esta vez de parte de sus compañeros de celda, los cuales, según el testimonio de los cronistas, temían dormir boca abajo en su presencia.

En 1803 fue declarado oficialmente demente y trasladado al manicomio de Charenton. El director de esta institución, un abad bastante liberal para la época, lo instó a que continuara escribiendo, e incluso le permitió que montase algunas obras de teatro dentro del manicomio. Allí comenzó una relación Madeleine Leclerc, una empleada de Charenton que sólo contaba con trece años. El romance duraría hasta el día de su muerte.

Pocos días antes de morir, el Marqués de Sade le confió a Madeleine su última voluntad: deseaba ser enterrado en un monte rodeado de árboles, sin lápida que recordase su nombre:


Que las huellas de mi tumba desaparezcan de la superficie de la tierra, como me jacto de que mi memoria ha de borrarse de la mente de los hombres.


El 2 de diciembre de 1814, el Marqués de Sade murió. No hubo montes arbolados para él: se lo enterró en el cementerio del manicomio, y luego su cráneo fue exhumado para oportunas investigaciones científicas.

La filosofía del Marqués de Sade siempre fue motivo de debate. Por un lado sugiere una exaltación de la libertad personal pero por el otro anula cualquier ley moral que proteja a los indefensos.

Nos explicamos:

El Marqués de Sade tenía una visión particular de la libertad, para él: consistía en el sometimiento del hombre a sus propios instintos, por lo que cualquier aberración estaba justificada siempre que esté conducida a saciar aquellos apetitos. Algunos estudiosos afirman que esto era más una pose que una verdadera creencia; y que sus relatos y obras de teatro eran simples medios para purgarse de sus impulsos licenciosos. En lo personal creo que los demonios que el poeta exorcizaba a través de la escritura gozaban de excelente salud.




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


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«El aparecido»: Marqués de Sade; relato y análisis


«El aparecido»: Marqués de Sade; relato y análisis.




El aparecido (Le Revenant) es un relato de fantasmas del escritor francés Donatien Alphonse François de Sade —más conocido como Marqués de Sade (1740-1814)—, publicado en la antología: Cuentos, historietas y fábulas(Historiettes, Contes et Fabliaux), selección que comprende sus relatos escritos entre 1787 y 1788, período en el que el Marqués de Sade estuvo preso en la Bastilla.

El aparecido, uno de los grandes cuentos del Marqués de Sade, es también un verdadero clásico entre los relatos de fantasmas, aunque de hecho interprete una visión bastante singular de estas criaturas sobrenaturales.

Sin dudas, esta concepción de los fantasmas resultará decepcionante para los fanáticos del género, pero también una rareza de gran valor para los seguidores del Marqués de Sade.



El aparecido.
Le Revenant, Donatien Alphonse François de Sade (1740-1814)

La cosa del mundo a la cual los filósofos otorgan menos fe es a los aparecidos. No obstante, si el caso extraordinario que voy a contar, caso certificado con la firma de muchos testigos y consignado en archivos respetables, si ese caso, digo, y teniendo en cuenta esos títulos y la autenticidad que tuvo en su tiempo, puede volverse susceptible de ser creído, será necesario, a pesar del escepticismo de nuestros estoicos, persuadirse de que si todos los cuentos de aparecidos no son verdaderos, al menos hay acerca de eso cosas muy extraordinarias.

Una gruesa Madame Dallemand, que todo París conocía entonces como una mujer alegre, viuda, franca, ingenua y de buena compañía, vivía con un cierto Ménou, hombre de negocios que habitaba cerca de Saint Jean-en-Grève. Madame Dallemand se encontraba un día cenando en casa de cierta Madame Duplatz, mujer de su apostura y de su sociedad, cuando en medio de una partida que habían comenzado al levantarse de la mesa, un lacayo vino a rogar a Madame Dallemand que pasara a un cuarto vecino, visto que una persona de su conocimiento demandaba insistentemente hablarle por un asunto tan apurado como consecuente; Madame Dallemand dijo que la esperara, que no quería interrumpir su partida; el lacayo vuelve e insiste de tal manera que la dueña de la casa es la primera en apurar a Madame Dallemand para que vaya a ver qué es lo que quiere. Ella sale y reconoce a Ménou.

—¿Qué asunto tan urgente —le dice ella— puede hacerle venir a turbarme de esta manera en una casa en la que no eres conocido?

—Uno muy esencial, señora —responde el corredor—, y debe creer que es bien necesario que sea de esa especie, para que haya obtenido de Dios el permiso de venir a hablarle por última vez en mi vida...

Ante esas palabras que no anunciaban un hombre muy en sus cabales, Madame Dallemand se turbó. Observando a su amigo que no había visto desde hacía unos días, se espanta aun más al verlo pálido y desfigurado.

—¿Qué tienes, señor? —le dice— ¿Cuáles son los motivos del estado en que te veo y de las cosas siniestras de que me hablas... acláramelo rápidamente, qué te ha ocurrido?

—Sólo algo muy ordinario, señora —dice Ménou—, después de sesenta años de vida era muy simple llegar a puerto, he pagado a la naturaleza el tributo que todos los hombres le deben, no me lamento más que de haberte olvidado en mis últimos instantes, y es por esa falta, señora, que vengo a pedirte perdón.

—Pero, señor, tú bates el campo, no hay ningún ejemplo de una tal sinrazón; o vuelves en ti o voy a pedir socorro.

—No llames, señora. Esta visita inoportuna no será muy larga, me aproximo al término que me ha sido acordado por el Eterno; escucha, pues, mis últimas palabras, y es para siempre que vamos a dejarnos... Estoy muerto, te dije, señora. Muy pronto serás informada de la verdad de lo que te adelanto. Te he olvidado en mi testamento, vengo a reparar mi falta; toma esta llave, transpórtate al instante a mi casa; detrás de la tapicería de mi lecho encontrarás una puerta de hierro, la abrirás con la llave que te doy, y te llevarás el dinero que contendrá el armario cerrado por esa puerta; esa suma es desconocida por mis herederos, es tuya, nadie te la disputará. Adiós, señora, no me sigas...

Y Ménou desapareció.

Es fácil imaginar con qué turbación Madame Dallemand volvió al salón de su amiga; le fue imposible esconder el tema...

—La cosa merece ser reconocida —le dijo Madame Duplatz—; no perdamos un instante.

Se piden caballos, se sube en coche, se llega hasta casa de Ménou... Él estaba ante su puerta, yaciendo en su ataúd; las dos mujeres suben a los apartamentos. La amiga del dueño, demasiado conocida para ser rechazada, recorre todas las habitaciones, llega entonces a aquella indicada, encuentra la puerta de hierro, la abre con la llave que le han dado, reconoce el tesoro y se lo lleva.

He aquí sin duda pruebas de amistad y de reconocimiento cuyos ejemplos no son frecuentes y que, si los aparecidos espantan, deben al menos, se convendrá en ello, hacerse perdonar los miedos que pueden causarnos, en favor de los motivos que los conducen hacia nosotros.

Marqué de Sade (1740-1814)




Más relatos góticos. I Relatos del Marqués de Sade.


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Zorneo: el demonio amigo del Marqués de Sade y Casanova


Zorneo: el demonio amigo del Marqués de Sade y Casanova.




Según la mayoría de los libros prohibidos y tratados demonológicos, Zorneo es un demonio gentil y amable en el trato con los humanos.

A tal punto que Zorneo resulta peligrosamente fácil de invocar. Más aún, muchos libros malditos sostienen que su naturaleza laxa lo hace pasar por alto muchos arreglos contractuales, aunque puede ser muy exigente a la hora de pasar factura por sus favores.

A diferencia de algunos de sus célebres pares, denunciados por la tradición como cazadores de almas, Zorneo sólo pide fidelidad y consecuencia en el camino elegido durante el breve lapso de la vida mortal.

Semejante filosofía lo hace prolive a interesarse por todos aquellos que se desentienden de la trascendencia.

Se afirma que Zorneo hostiga de forma terrible a quien no cumple con lo pactado. Por eso los expertos recomiendan prudencia a quien solicite su intervención. Por ejemplo, si se le pide talento no será lícito desperdiciarlo en búsqueda de fama o prestigio. Si se le pide lujuria se deberá ser incesante en la práctica de la depravación.

El marqués de Sade y Giácomo Casanova, que figuran en la lista de sus adeptos más notables, fueron fieles al pacto con Zorneo pero no pudieron escapar de las condenas que la sociedad fija para quienes se atreven a transgredir las normas.

Ambos pagaron con la cárcel, el exilio y una vejez maltrecha el delito de ser distintos en un mundo en el que todos aspiran a ser iguales.



Más diccionario demonológico. I Diccionario de demonios femeninos.


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