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«El hombre que no estaba ahí»: William Hughes Mearns; poema y análisis.


«El hombre que no estaba ahí»: William Hughes Mearns; poema y análisis.




«Ayer, en la escalera,
me encontré con un hombre que no estaba ahí.
Hoy tampoco estaba.
Ojalá se fuera, cómo deseo que se vaya.»



Antigonish (Antigonish) —también conocido como El hombrecito que no estaba ahí (The Little Man Who Wasn't There) y El hombre que no estaba ahí (The Man Who Wasn't There)— es un poema de fantasmas del escritor norteamericano William Hughes Mearns (1875-1965), escrito en 1899.

El hombre que no estaba ahí, uno de los grandes poemas de Huges Mearns, se apoya en descripciones minimalistas para referirse a una presencia que se manifiesta a través de su ausencia.


Ayer, en la escalera,
me encontré con un hombre que no estaba ahí.
Hoy tampoco estaba.
Ojalá se fuera, cómo deseo que se vaya.

Cuando anoche llegué a casa a las tres,
el hombre me estaba esperando,
pero cuando miré alrededor del salón,
no pude verlo ahí.
¡Vete, vete, no vuelvas más!
¡Vete, vete, y, por favor, no des un portazo!
(¡Slam!)

Anoche, en la escalera,
vi a un hombrecito que no estaba ahí.
Hoy tampoco estaba.
¡Como desearía que se marchara!


La primera estrofa de El hombre que no estaba ahí es magnética. Lo primero que uno piensa es en el vacío dejado por un ser querido que ha muerto, alguien que no está, pero cuya presencia no desaparece de la memoria. Si somos un poco más superficiales podríamos pensar que se trata de un fantasma [ver: Sentir «presencias» cuando estás solo]. De hecho, el poema decididamente evoca esa inquietante sensación que uno puede experimentar cuando está solo, pero siente una presencia a su lado, conocida como Experiencia Aparicional.

La idea de encontrarse con alguien «que no está ahí» admite múltiples interpretaciones. Podría tratarse de una Sombra, en el sentido jungiano [los aspectos inconscientes del Orador], la ausencia de un difunto, un espíritu, un recuerdo, un remordimiento. El hombre que no estaba ahí puede significar cualquiera de esas cosas, o ninguna. Hughes Mearns, sin embargo, tenía en mente una historia de fantasmas que circuló por la prensa. Varios reportes hablaban de una antigua casa embrujada en Antigonish [de ahí el título original del poema], Nueva Escocia, Canadá, donde testigos sostuvieron haber visto al fantasma de un hombre que merodeaba por las escaleras. Fue un caso poltergeist bien documentado: orbes de luz flotaban en el aire, se oían golpes extraños, las puertas se abrían y cerraban solas, una mano misteriosa fue vista saludando desde una ventana del primer piso cuando no había nadie en casa; y hasta se dice que la gente tenía dificultad para respirar en su interior. Finalmente empezaron a producirse incendios inexplicables: muebles, sábanas, el papel tapiz, las cosas simplemente ardían de repente [ver: 8 fases de la Actividad Poltergeist]

Hughes Mearns se inspiró en esta serie de notas sensacionalistas para escribir El hombre que no estaba ahí, sin embargo, como ocurre con los buenos poemas, este no se limita a un solo motivo. La [buena] poesía es mas que transferir una experiencia o una perspectiva; se trata de desplegar imágenes, símbolos cuyo significado no está especificado; lo que permite al lector convertirse en coautor; es decir, completar los espacios en blanco con material de su propia cosecha. En este contexto, Hughes Mearns sugiere un marco. Es nuestro trabajo crear significados. Este proceso se desarrolla involuntariamente, como una reacción. Leemos un poema, un libro, escuchamos una canción, y las imágenes que vamos cociendo en nuestra mente son exclusivamente nuestras. Por eso, a veces leemos algo de un completo desconocido y sentimos como si hubiera sido escrito expresamente para nosotros y, quizás, sobre nosotros.

La idea de algo que no está, pero que se rehúsa a irse, es la metáfora perfecta para el 99% de las catástrofes imaginarias que a menudo nos agobian. En este sentido, es lícito afirmar que El hombre que no estaba ahí es un poema sobre el miedo al miedo mismo.

Esto se aproxima bastante a un concepto filosófico llamado Barba de Platón, una especie de acertijo sobre el no-ser. En pocas palabras, la Barba de Platón propone que no podemos hablar de algo que no existe. Si de hecho podemos referirnos a ella, significa que existe en algún sentido, aunque sea en el plano especulativo. Por lo tanto, existe. El nombre de esta paradoja es un divertido juego de palabras: la barba desafila a la navaja; más precisamente a la Navaja de Occam, que postula que la explicación con menos suposiciones a menudo es la correcta. Por el contrario, Platón sostiene [de forma muy convincente] que el no-ser en realidad tiene ser. Entonces, los argumentos de Platón [su «barba»] desafían a la «navaja» de Occam.




Antigonish.
Antigonish, William Hughes Mearns (1875-1965)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Ayer, en la escalera,
me encontré con un hombre que no estaba ahí.
Hoy tampoco estaba.
Ojalá se fuera, cómo deseo que se vaya.

Cuando anoche llegué a casa a las tres,
el hombre me estaba esperando,
pero cuando miré alrededor del salón,
no pude verlo ahí.
¡Vete, vete, no vuelvas más!
¡Vete, vete, y, por favor, no des un portazo!
(¡Slam!)

Anoche, en la escalera,
vi a un hombrecito que no estaba ahí.
Hoy tampoco estaba.
¡Como desearía que se marchara!


Yesterday, upon the stair,
I met a man who wasn't there
He wasn't there again today
I wish, I wish he'd go away...

When I came home last night at three
The man was waiting there for me
But when I looked around the hall
I couldn't see him there at all!
Go away, go away, don't you come back any more!
Go away, go away, and please don't slam the door...
(slam!)

Last night I saw upon the stair
A little man who wasn't there
He wasn't there again today
Oh, how I wish he'd go away...


Hughes Mearns (1875-1965)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de fantasmas.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de William Hughes Mearns: Antigonish (Antigonish), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El Hombre-Polilla»: Elizabeth Bishop; poema y análisis.


«El Hombre-Polilla»: Elizabeth Bishop; poema y análisis.




«Si llegas a verlo,
acércale una linterna a los ojos. Pupilas negras,
todo noche, cuyo horizonte veteado se contrae
cuando te devuelve la mirada.»



El Hombre-Polilla (The Man-Moth) es un poema de la escritora norteamericana Elizabeth Bishop (1911-1979), escrito en 1935 y publicado en la antología de 1946: Norte y sur (North and South).

El Hombre-Polilla, uno de los mejores poemas de Elizabeth Bishop, está inspirado en un error tipográfico en un artículo del New York Times, en el que se utilizó equivocadamente el término manmoth [«hombre-polilla»] en lugar de la palabra correcta: mammoth [«mamut»]. En una entrevista, la autora mencionó que es errata «parecía estar destinada» a ella:


«Un oráculo me habló desde la página del New York Times (...) A una le ofrecen este tipo de declaraciones oraculares todo el tiempo, pero a menudo se las pasa por alto, o el significado se niega a permanecer en su lugar.»


El Hombre-Polilla nos introduce en un escenario urbano, nocturno: la luz de la luna se filtra por las grietas de los edificios, y esto atrae a una criatura humanoide, extraordinariamente delgada, que emerge de las alcantarillas. El El Hombre-Polilla no puede ver la luna, pero sí sentir su luz. Comienza a trepar por un edificio; cree que la luna es en realidad una pequeña abertura en el cielo por la cual podrá meter su cabeza. Está asustado, pero la luz lo atrae inexorablemente.


«Aquí, arriba,
las grietas de los edificios están llenas de la maltrecha luz de la luna.
La sombra del Hombre es tan grande como su sombrero.
Yace a sus pies como el pedestal circular de una muñeca,
y él es como un alfiler invertido, con la punta magnetizada hacia la luna.
No ve la luna; sólo observa sus vastas propiedades,
sintiendo la extraña luz en sus manos, ni cálida ni fría,
de una temperatura imposible de registrar en los termómetros.»


Como en otras ocasiones, el Hombre-Polilla cae y regresa a su mundo subterráneo. Abatido por una sensación general de lentitud, se sube a un vagón del metro. Por alguna razón siempre elige sentarse «al revés», es decir, de espaldas a la dirección en la que se mueve el tren. «No se atreve a mirar por la ventana» a causa del tercer raíl [siendo mitad polilla, probablemente termine siendo atraído y carbonizado por la electridad]. Temeroso, el Hombre-Polilla no se permite tocar o interactuar con su entorno [«Tiene que mantener / sus manos en los bolsillos»], limitando aún más sus oportunidades de conexión y hace que su soledad sea aún más completa. Todas las noches de luna se repite la misma escena: el ascenso por los edificios, la caída y el retorno a los túneles «a soñar los mismos sueños» [ver: El Hombre Polilla: una leyenda urbana]

Elizabeth Bishop concluye el poema con una advertencia: si el lector llega a encontrarse por casualidad con el Hombre-Polilla, debe iluminarle los ojos con una linterna. No tiene iris; todo es negro, como el cielo nocturno. Sus párpados son como el horizonte, se contraen cuando te miran. Entonces se le escapa una lágrima: lo único que tiene para ofrecer. Pero, cuidado, intentará esconderla en su mano y, si no estás atento, se la comerá.


Si llegas a verlo,
acércale una linterna a los ojos. Pupilas negras,
todo noche, cuyo horizonte veteado se contrae
cuando él te devuelve la mirada y cierra sus ojos. Entonces, de los párpados
se desliza una lágrima, su única posesión, como el aguijón de una abeja.
La recoge disimuladamente y, si no estás atento, se la traga.
Pero si la ves, te la entregará,
fresca como los manantiales subterráneos y lo bastante pura como para beberla.


Elizabeth Bishop escribió El Hombre-Polilla a los veinticuatro años, justo después de graduarse de la universidad. Es un poema diferente del resto de su obra, mucho más surrealista, casi abstracto, y que por lo tanto permite una variedad de interpretaciones. La más obvia, y debido a eso probablemente equivocada, sugiere que los intentos metódicos de esta polilla de llegar a la luna, que cree es un agujero, y meter la cabeza, son una expresión alegórica de la sexualidad masculina. El mismo argumento puede utilizarse en relación a la espiritualidad o a la ambición.

En efecto, el Hombre-Polilla cree que la luna es un agujero en el cielo, y trata repetidamente [sin éxito] de alcanzarla. Esto podría verse como un ejemplo de perseverancia; al mismo tiempo, estos intentos podrían representar un deseo [inútil] de escape que deja al Hombre-Polilla atrapado en un ciclo de esperanza y decepción.

Si el Hombre-Polilla alcanzara la luna [esta es su teoría], cree que podría ver más allá, tal vez incluso salir de su lúgubre morada en la ciudad. Nunca ha estado ni cerca de lograrlo, pero eso no importa demasiado. En cada intento, el Hombre-Polilla cree que «se las arreglará para meter su cabecita a través de esa abertura redonda y limpia» y abrirse paso hacia el otro lado. El Orador del poema señala que, «por supuesto, falla» una y otra vez, resaltando tanto el empeño como la inutilidad de sus esfuerzos. ¿Será que el Hombre-Polilla no está buscando algo exterior [a sí mismo] sino tratando de escapar del mundo ordinario que lo rodea, paradójicamente, a través de una rutina?

Elizabeth Bishop nos anima a identificarnos con el Hombre-Polilla. Después de todo, es difícil no sentir simpatía por esta criatura que existe en una soledad opresiva e intenta alcanzar un objetivo heróico. Entonces, de repente, se dirige al lector como si fuera parte de esta fábula. Donde antes invocaba nuestra identificación, ahora afirma que no sólo compartimos el mismo mundo del Hombre-Polilla: podemos encontrarlo y despojarlo de su única posesión [sus lágrimas]. Esto, de algún modo, nos hace ver como intrusos de la noche, seres que patrullan la oscuridad con la fría luz de nuestras linternas, perfectamente capaces de actuar con la mayor crueldad. De este modo, la escala sobrenatural del poema se funde con una escena familiar. Pasamos de observar desde una prudente distancia a intervenir.

Al final del poema, la imaginación es derrotada. El Hombre-Polilla se ve obligado a esconderse, a enfrentar la posibilidad de ser asesinado, aunque sea de manera incidental, mientras el ser humano saquea su único tesoro.

El Hombre-Polilla es un poema singular, casi expresionista [como el juego de sombras de Murnau], una exploración al estilo de Kafka [ver: Kafka y lo Kafkiano]. El propio Hombre-Polilla es una figura lógica dentro del mundo que esboza Elizabeth Bishop, salida desde los túneles de la imaginación; de hecho, su incomodidad durante esta «visita a la superficie» es palpable. La naturaleza de su otra vida, bajo tierra, en los túneles, es desconocida [ver: En el Metro: el horror subterráneo de lo reprimido]

Algunos asocian ciertos aspectos de El Hombre-Polilla con el alcoholismo que sufría Elizabeth Bishop. Esas asociaciones derivan de sus cuadernos de trabajo, donde se forja una relación directa entre el fatal tercer raíl y los peligros del alcohol, haciendo del poema un retrato simbólico del artista como adicto. Es una interpretación plausible, pero alejada de lo más interesante de El Hombre-Polilla, que son sus puntos ciegos. La criatura intenta repetidamente [y sin éxito] perforar los límites físicos de la realidad [«meter su cabecita a través de esa abertura redonda y limpia»], y quizás nacer a una nueva existencia. Pero, ¿por que piensa que la luna es «como un pequeño agujero en lo alto del cielo»? ¿Por qué «debe atravesar túneles artificiales y tener sueños recurrentes»? Podríamos perdernos sin remedio en este laberinto de asociaciones.

Lo único cierto es que la luna ejerce una atracción compulsiva sobre el Hombre-Polilla. Todo el poema está atravesado por un patrón de verticalidad, desde los túneles a las alturas de los edificios y de vuelta hacia abajo: ascenso imposible y caída inevitable. Todo esto acaso tiene relación con el proceso de creación artística. En este contexto, la compulsión por escalar hasta la luna es un sustituto del poeta que intenta lograr algo elevado y significativo, algo que requiere, en primer lugar, superar el miedo [«lo que el Hombre-polilla más teme es lo que debe hacer»]; y en segundo la perseverancia ante el fracaso seguro.




El Hombre-Polilla.
The Man-Moth, Elizabeth Bishop (1911-1979)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Aquí, arriba, las grietas de los edificios están llenas de la maltrecha luz de la luna.
La sombra del Hombre es tan grande como su sombrero.
Yace a sus pies como el pedestal circular de una muñeca,
y él es como un alfiler invertido, con la punta magnetizada hacia la luna.
No ve la luna; sólo observa sus vastas propiedades,
sintiendo la extraña luz en sus manos, ni cálida ni fría,
de una temperatura imposible de registrar en el termómetro.

Pero cuando el Hombre-Polilla
hace sus raras, aunque ocasionales, visitas a la superficie,
la luna le parece bastante diferente. Él emerge
de una abertura bajo el borde de una de las aceras
y nerviosamente comienza a escalar las fachadas de los edificios.
Cree que la luna es un pequeño agujero en lo alto del cielo,
lo que demuestra que el cielo es bastante inútil para protegerse.
Tiembla, pero debe descubrir hasta dónde puede escalar.

Por las fachadas,
arrastrando su sombra como el paño de un fotógrafo,
asciende, temeroso, pensando que esta vez logrará
introducir su cabecita por esa limpia abertura redonda
y que la luz lo obligará a pasar, como por un tubo, en volutas negras.
(El hombre, de pie debajo de él, no alberga tales ilusiones.)
Pero lo que más teme el Hombre-Polilla es lo que debe hacer,
aunque fracase, por supuesto, y caiga hacia atrás, asustado pero ileso.

Luego regresa
a los pálidos túneles del subterráneo que considera su hogar.
Revolotea, se agita y no logra subir a bordo de los trenes silenciosos
con la rapidez necesaria. Las puertas se cierran rápidamente.
El Hombre-Polilla siempre se sienta mirando hacia el lado equivocado
y el tren arranca de inmediato a toda su terrible velocidad,
sin cambios de marcha ni gradación de ningún tipo.
No puede calcular a qué velocidad viaja hacia atrás.

Cada noche
debe atravesar túneles artificiales y tener sueños recurrentes.
Así como los durmientes se repiten bajo su tren, éstos subyacen
bajo su mente acelerada. No se atreve a mirar por la ventana,
porque el tercer raíl, la corriente ininterrumpida de veneno,
corre a su lado. Lo considera como a una enfermedad
cuya propensión ha heredado. Tiene que mantener
las manos en los bolsillos, como otros deben usar bufandas.

Si llegas a verlo,
acércale una linterna a los ojos. Pupilas negras,
todo noche, cuyo horizonte veteado se contrae
cuando él te devuelve la mirada y cierra sus ojos. Entonces, de los párpados
se desliza una lágrima, su única posesión, como el aguijón de una abeja.
La recoge disimuladamente y, si no estás atento, se la traga.
Pero si la ves, te la entregará,
fresca como los manantiales subterráneos y lo bastante pura como para beberla.


Here, above,
cracks in the buildings are filled with battered moonlight.
The whole shadow of Man is only as big as his hat.
It lies at his feet like a circle for a doll to stand on,
and he makes an inverted pin, the point magnetized to the moon.
He does not see the moon; he observes only her vast properties,
feeling the queer light on his hands, neither warm nor cold,
of a temperature impossible to record in thermometers.

But when the Man-Moth
pays his rare, although occasional, visits to the surface,
the moon looks rather different to him. He emerges
from an opening under the edge of one of the sidewalks
and nervously begins to scale the faces of the buildings.
He thinks the moon is a small hole at the top of the sky,
proving the sky quite useless for protection.
He trembles, but must investigate as high as he can climb.

Up the façades,
his shadow dragging like a photographer’s cloth behind him
he climbs fearfully, thinking that this time he will manage
to push his small head through that round clean opening
and be forced through, as from a tube, in black scrolls on the light.
(Man, standing below him, has no such illusions.)
But what the Man-Moth fears most he must do, although
he fails, of course, and falls back scared but quite unhurt.

Then he returns
to the pale subways of cement he calls his home. He flits,
he flutters, and cannot get aboard the silent trains
fast enough to suit him. The doors close swiftly.
The Man-Moth always seats himself facing the wrong way
and the train starts at once at its full, terrible speed,
without a shift in gears or a gradation of any sort.
He cannot tell the rate at which he travels backwards.

Each night he must
be carried through artificial tunnels and dream recurrent dreams.
Just as the ties recur beneath his train, these underlie
his rushing brain. He does not dare look out the window,
for the third rail, the unbroken draught of poison,
runs there beside him. He regards it as a disease
he has inherited the susceptibility to. He has to keep
his hands in his pockets, as others must wear mufflers.

If you catch him,
hold up a flashlight to his eye. It’s all dark pupil,
an entire night itself, whose haired horizon tightens
as he stares back, and closes up the eye. Then from the lids
one tear, his only possession, like the bee’s sting, slips.
Slyly he palms it, and if you’re not paying attention
he’ll swallow it. However, if you watch, he’ll hand it over,
cool as from underground springs and pure enough to drink.


Elizabeth Bishop (1911-1979)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Elizabeth Bishop.


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El análisis, traducción al español y resumen del poema de Elizabeth Bishop: El Hombre-Polilla (The Man-Moth), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Siempre por primera vez»: André Breton; poema y análisis.


«Siempre por primera vez»: André Breton; poema y análisis.




Siempre por primera vez (Toujours pour la première fois) es un poema de amor del escritor francés André Breton (1896-1966), escrito en 1934.

Siempre por primera vez, uno de los mejores poemas de André Breton, es una historia de amor; en realidad, una historia sobre el anhelo del amor. A primera vista, el poema está escrito como una nota para una mujer que el narrador nunca ha conocido, y a quien espera conocer algún día:


de la fusión sin esperanza de tu presencia y de tu ausencia
he encontrado el secreto
de amarte
siempre por primera vez


Siempre por primera vez de André Breton también podría ser la historia de un amor no correspondido, o incluso una aventura clandestina. Sin embargo, sabemos que la mujer no regresa a la casa del narrador, sino que «regresas a cierta hora de la noche a una casa oblicua a mi ventana». Perfecto, se trata de una vecina, pero entonces el autor añade: «casa imaginada». En este punto es aconsejable dejar de lado las interpretaciones habituales, incluso la forma habitual de leer, porque lo cierto es que André Bretón escribe para que el lector se encuentre al límite de su respiración [idealmente, la poesía se lee en voz alta]. No hay signos de puntuación, lo cual es interesante porque el surrealismo a menudo raya con la locura, y este poema en particular parece escrito por alguien con los ojos desorbitados.

Siempre por primera vez no puede analizarse desde la frialdad. El Narrador está alterado, la lectura es vertiginosa, y están sucediendo muchas cosas sin ocurrir nada realmente.

El estilo de André Breton depende en gran medida de la escritura automática, en palabras que se correlacionan sin subordinarse unas a otras, en interrupciones y reanudaciones, en bloques de pensamiento que se suceden como vagones de tren completamente aislados, en cambios abruptos en los contextos del lenguaje y, tal vez lo primero que salta a la vista, en la eliminación de la gramática tradicional. Siempre por primera vez es un poema surrealista que genera una visión y la expresa desvinculándose de los patrones lingüísticos tradicionales, lo cual, a su vez, exige que el lector se despoje de los hábitos tradicionales de pensamiento para interpretarlo.

Aquí, André Bretón genera una brecha entre el comienzo de este amor y su declive para que el Narrador, al final, pueda inclinarse sobre el enorme vacío en el medio y comenzar de nuevo como si fuera siempre la primera vez.

Ahora bien, para representar esta especie de bucle, este sentido de siempre comenzar por primera vez, Andre Bretón no brinda ninguna declaración de tema, nada que pueda conducir a un final; y lo logra vinculando varios conjuntos de imágenes [referencias a la vista, la angularidad, las flores, las brechas de tiempo] de modo que cada vez que se menciona una imagen parece emerger de un contexto nuevo, sin relación con lo anterior. Sin embargo, emergen algunas [oscuras] asociaciones: la «casa oblicua a mi ventana», el «ángulo fugitivo de una cortina», las «cosechadoras en diagonal», la «escuadra de lo deslumbrante», que sugieren tenues conexiones geométricas que aún no han sido explicadas. Más adelante, las imágenes parecen estar en el «centro de un gran trébol blanco», agregando nuevas categorías, nuevas asociaciones, lo que nos obliga a ver lo anterior de manera diferente, como si fuera la primera vez.

A pesar de todo esto, Siempre por primera vez va construyendo una historia, su historia, que termina como empezó, literalmente, comenzando de nuevo. Sin embargo, ese triunfo sobre el tiempo no es completo: el poema de André Bretón también reconoce la profundidad de la brecha entre los dos inicios. En el medio hay «plantas despobladas», «sin esperanza», «desconocida». El estilo de André Breton proporciona una protección contra el tiempo, pero la amenaza todavía está al acecho.

Siempre por primera vez lucha [en vano] contra el lenguaje. La comunicación opera sobre códigos compartidos entre el emisor y el receptor; y todo mensaje, incluída la poesía, alude la masa de mensajes pasados formulados en el mismo código, que han establecido nuestros hábitos de reconocimiento. Para evitar todo esto habría que hablar o escribir no-palabras, es decir, una sucesión de sonidos que no tengan adjunta una carga de significado [ver: Sobre los Nombres Bárbaros de Evocación]. Pero eso sería no hablar en absoluto, sino emitir sonidos, como el de las hojas de los árboles agitadas por el viento. En este contexto, el poema de André Breton nos invita a regresar al mito de la inocencia, al Edén, donde, al no haber una secuencia histórica, nada lleva consigo la carga del significado, las cosas simplemente suceden, son, quizás siempre por primera vez.

André Bretón es ambicioso. Trata de que nuestra atención se centre menos en las imágenes que presenta que en nuestros sentimientos asociados a ellas, derribando en el camino nuestras expectativas [hábitos] sobre la sucesión temporal. Sin embargo, en esa atemporalidad, por extraña o inaceptable que parezca, todavía estamos controlados por las viejas expectativas. No poseemos la inocencia adánica para ver siempre por primera vez.

Para André Breton el amor ofrece la esperanza de esa renovación en el encuentro con el otro; no el amor romántico, que también es una construcción, una narrativa preestablecida, sino el amor despojado de expectativas, como el que uno puede sentir por una mujer que no conoce, a cierta hora de la noche.




Siempre por primera vez.
Toujours pour la première fois, André Breton (1896-1966)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Siempre por primera vez
apenas te conozco de vista
regresas a cierta hora de la noche a una casa oblicua a mi ventana
casa imaginada
donde de un segundo a otro
en la negrura intacta
espero que se produzca una vez más la fascinante desgarradura
la desgarradura única
de la fachada y de mi corazón
cuanto más me acerco a ti
en realidad
más canta la llave en la puerta de la habitación desconocida
donde te me apareces sola
estás fundida en el resplandor
el ángulo fugitivo de una cortina
es un campo de jazmines que he visto al amanecer en una carretera de los alrededores de Grasse
con sus cosechadoras en diagonal
detrás de ellas el ala sombría cayendo de las plantas despobladas
delante de ellas la escuadra de lo deslumbrante
la cortina imperceptiblemente levantada
vuelven en tumulto todas las flores
eres tú luchando con esa hora larga nunca bastante turbia
hasta el sueño
como si pudieras ser la misma
con la diferencia que quizás no te encuentre jamás
haces como si no supieras que te observo
no estoy seguro de que lo sepas
tu ociosidad me llena los ojos de lágrimas
una nube de interpretaciones rodea cada uno de tus gestos
es una melosa caza nocturna
hay unas mecedoras en un puente
unas ramas que pueden arañarte en el bosque
hay en un escaparate de la calle Notre-Dame-de Lorette
dos bellas piernas cruzadas presas de unas largas medias
que se abren en el centro de un gran trébol blanco
hay una escalera de seda desplegada sobre la hiedra
solo queda
asomarme al abismo
de la fusión sin esperanza de tu presencia y de tu ausencia
he encontrado el secreto
de amarte
siempre por primera vez


Toujours pour la première fois
C’est à peine si je te connais de vue
Tu rentres à telle heure de la nuit dans une maison oblique à ma fenêtre
Maison tout imaginaire
C’est là que d’une seconde à l’autre
Dans le noir intact
Je m’attends à ce que se produise une fois de plus la déchirure fascinante
La déchirure unique
De la façade et se mon cœur
Plus je m’approche de toi
En réalité
Plue la clé chante à la porte de la chambre inconnue
Où tu m’apparais seule
Tu es d’abord tout entière fondue dans le brillant
L’angle fugitif d’un rideau
C’est un champ de jasmin que j’ai contemplé à l’aube sur une route des environs de Grasse
Avec ses cueilleuses en diagonale
Derrière elles l’aile sombre tombante des plants dégarnis
Devant elles l’équerre de l’éblouissant
Le rideau invisiblement soulevé
Rentrent en tumulte toutes les fleurs
C’est toi aux prises avec cette heure trop longue jamais assez trouble jusqu’au sommeil
Toi comme si tu pouvais être
La même à cela près que je ne te rencontrerai peut-être jamais
Tu fais semblant de ne pas savoir que je t’observe
Merveilleusement je ne suis plus sûr que tu le sais
Ton désœuvrement m’emplit lex yeux de larmes
Une nuée d’interprétations entoure chacun de tes gestes
C’est une chasse à la miellée
Il y a des rocking-chairs sur un pont il y a des branchages qui risquent de t’égratingner dans la forét
Il y a dans une vitrine run Notre-Dame-de-Lorette
Deux belles jambes croisées prises dans de hauts bas
Qui sévasent au centre d’un grand trèfle blanc
Il y a une échelle de soie déroulée sur le lierre
Il y a
Qu’à me pencher sue le précipice et de ton absence
J’ai trouvé le secret
De t’aimer
Toujours pour le première fois


André Breton
(1896-1966)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de amor.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de André Breton: Siempre por primera vez (Toujours pour la première fois), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El Poeta habla con los Ghouls»: Clark Ashton Smith; poema y análisis.


«El Poeta habla con los Ghouls»: Clark Ashton Smith; poema y análisis.




El Poeta habla con los Ghouls (Le poète parle avec les goules) es un poema de vampiros del escritor norteamericano Clark Ashton Smith (1893-1961), publicado por Arkham House en la antología de 1951: El castillo oscuro y otros poemas (The Dark Chateau and Other Poems).

El Poeta habla con los Ghouls, tal vez uno de los poemas de Clark Ashton Smith menos conocidos, originalmente fue escrito en francés. En El Espejo Gótico hemos traducido la versión en inglés que aparece en El emperador de los sueños (Emperor of Dreams).

Si bien estableció su popularidad como colaborador de Weird Tales, Clark Ashton Smith se consideraba a sí mismo, ante todo, como poeta. En sus exóticos poemas resuenan las imágenes extravagantes del surrealismo, quizás originadas en Charles Baudelaire, y el distante eco de los antiguos poemas medievales. Algo de todo eso puede percibirse en El Poeta habla con los Ghouls, un poema surrealista que expresa las ideas de Clark Ashton Smith sobre la poesía. Para él, la única cualidad significativa del ser humano es la imaginación, y la mejor herramienta para catalizar ese recurso vital es la poesía.

En El Poeta habla con los Ghouls, Clark Ashton Smith parece homenajear el estilo de Charles Baudelaire, añadiendo ciertos elementos místicos y grotescos de Edgar Allan Poe, refractados a través de su propia visión poética. Aquí encontramos a un Poeta [posiblemente el propio Clark Ashton Smith] que interroga a un grupo de Ghouls [ver: Ghouls: la historia secreta de los Necrófagos en la ficción]; quienes, al parecer, no son los Necrófagos tradicionales que merodean por los cementerios para exhumar cadáveres y roer huesos, sino más bien criaturas del pensamiento, entes que merodean en la psique del Poeta para desenterrar viejos recuerdos; la mayoría, ingratos:


Oh, Ghouls de medianoches fétidas y fúnebres,
¿qué habéis descubierto en vuestras tristes labores?
—Hemos desenterrado la Empusa de tus miedos
y la espantosa Gorgona con sus ojos lívidos
en nuestras labores lúgubres.

Oh, excavadores diligentes, sabios Ghouls,
¿qué habéis encontrado en vuestros prodigiosos trabajos?
—Hemos exhumado, con sus antiguos males,
todos tus amores, con facciones carcomidas por los gusanos,
en nuestros prodigiosos trabajos.


Podemos pensar que estos Ghouls son una expresión de esa imaginación transpersonal, transcorpórea, que constantemente hurga en la mente aquello que ha sido olvidado, incluso reprimido, pero que mediante el ejercicio imaginativo logra exhumarse:


Abridores mugrientos de pirámide y osario,
¿qué os reveló la tarde carmesí?
—Hemos desenterrado el suelo negro y ceniciento
para revelar la ninfa sin mortaja
que fue puesta a dormir por la noche.

Ghouls, ¿qué haríais esta noche para vuestro placer,
dentro de estas tumbas bajas, lúgubres y abiertas?
—Venimos a desenterrar a los muertos vivientes,
los faunos nunca castrados de tus viejos vicios,
dentro de estas tumbas abiertas.


El acto de escribir no es un simple ejercicio estético para Clark Ashton Smith. Exige el compromiso máximo: desenterrar los aspectos más tenebrosos del Poeta, desenterrarlos de la tenebrosa oscuridad de la tumba, y exhibirlos ante el lector. En este contexto, es lícito suponer que de eso se trata El Poeta habla con los Ghouls: de un escritor que se dispone a indagar en su propio cementerio personal, en los confines subterráneos de su inconsciente, para dar cuenta de su Verdad, por grotesca y corrupta que pueda ser.

Si bien El Poeta habla con los Ghouls fue escrito en francés, el propio Clark Ashton Smith lo tradujo al inglés, cambiando el título por El Poeta habla con los biógrafos (The Poet Talks with the Biographers). ¿Podrían ser estos profanadores una representación del biógrafo que [literalmente] trata de sacar a la luz hechos enterrados en la vida de su objeto de estudio? Tal vez. Clark Ashton Smith nunca tuvo demasiados complejos en examinar la genealogía de sus demonios personales.




El Poeta habla con los Ghouls.
Le poète parle avec les goules, Clark Ashton Smith (1893-1961)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Oh, Ghouls de medianoches fétidas y fúnebres,
¿qué habéis descubierto en vuestras tristes labores?
—Hemos desenterrado la Empusa de tus miedos
y la espantosa Gorgona con sus ojos lívidos
en nuestras labores lúgubres.

Oh, excavadores diligentes, sabios Ghouls,
¿qué habéis encontrado en vuestros prodigiosos trabajos?
—Hemos exhumado, con sus antiguos males,
todos tus amores, con facciones carcomidas por los gusanos,
en nuestros prodigiosos trabajos.

Abridores mugrientos de pirámide y osario,
¿qué os reveló la tarde carmesí?
—Hemos desenterrado el suelo negro y ceniciento
para revelar la ninfa sin mortaja
que fue puesta a dormir por la noche.

Ghouls, ¿qué haríais esta noche para vuestro placer,
dentro de estas tumbas bajas, lúgubres y abiertas?
—Venimos a desenterrar a los muertos vivientes,
los faunos nunca castrados de tus viejos vicios,
dentro de estas tumbas abiertas.


O ghouls of fetid and funereal midnights,
Say, what do you uncover in your sad labors?
—We have disinterred the Empusa of thy fears
And the frightful Gorgon with her livid eyeballs
In our mournful labors.

O diggers all so diligent, O sapient ghouls,
What have you found in your prodigious toils?
—We have exhumed with all their antique evils
Thy loves, with features gutted by the worms,
In our enormous toils.

Grimed openers of pyramid and ossuary,
What revealed ye yesterday at crimson evening?
—We have dug up the black and ashen soil
To anatomize the shroudless nymph
Who was laid to sleep at evening.

Ghouls, what would ye do, tonight, for your pleasure,
Within these low, lugubrious and gaping tombs?
—We come to disenswathe the living dead—
The never-gelded fauns of thine old vices—
Within these gaping tombs.


Clark Ashton Smith
(1893-1961)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Clark Ashton Smith.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Clark Ashton Smith: El Poeta habla con los Ghouls (Le poète parle avec les goules), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

¿Quién es Maldoror?: análisis de «Los Cantos de Maldoror».


¿Quién es Maldoror?: análisis de «Los Cantos de Maldoror».




[Propongo proclamar en voz alta y sin emoción el canto frío y grave que estáis a punto de escuchar]


¿Quién es Maldoror?

El poema nos dice que nació malo; que nunca se cortó las uñas para poder perforar más fácilmente el pecho de un niño y beber su sangre; que su aliento exhala veneno; que su frente tiene una tonalidad verdosa; que su rostro es como el de un horrible pez de aguas profundas; que vive solo en una cueva, aislado de la humanidad; que ronda por las noches envuelto de negro; que no ha dormido durante treinta años; que nació sordo pero que desarrolló la capacidad de oír; que está permanentemente tumescente; que se cambia de ropa dos veces por semana para salvar a la humanidad de morir de su hedor; que es capaz de cambiar de forma; que ama la «fría pureza de las matemáticas»; que ha asistido a las revoluciones y ha sido testigo mudo de cataclismos y desastres; que solo tiene un ojo en el centro de la frente; y finalmente, en el último Canto, se sugiere que Maldoror es el mismo Lucifer.

Pero no nos adelantemos, porque para saber exactamente quién es Maldoror debemos empezar por su hacedor.

Hijo de un diplomático francés, Isidore Lucien Ducasse [más conocido como Conde de Lautréamont], nació en 1846, en Montevideo, durante el Sitio que se extendería hasta 1851. Se crió entre el griterío de los degollados y los linchamientos. Las intrigas, el hambre, los ultrajes, marcaron a fuego su infancia. Su seudónimo prefigura el espíritu que reina sobre su obra. Se trata de una burla y también de una advertencia. En una época donde todos leían a Alejandro Dumas y su Conde de Montecristo, Isidore eligió llamarse Lautréamont, es decir, l'autre mont, «el otro monte», en referencia al barrio de Montmartre, tal vez para evidenciar su enfrentamiento filosófico con Cristo, con Dumas, o con ambos. Otros le asignan al seudónimo cierta nostalgia por el Uruguay. L'autre mont podría ser una alusión a Montevideo.

Isidore ingresó al Liceo Imperial de Tarbes, donde se desempeñó con mediocridad, aunque obtuvo menciones destacadas en el dibujo. Luego se inscribió en el Liceo de Pau hasta que, a los 19 años, viajó a París para cursar en la Escuela Politécnica. Uno de sus compañeros, Paul Lespes, se atrevió a dar un breve retrato de Isidore. Lo describió como un muchacho alto, delgadísimo, encorvado, de piel más bien pálida y cabellos largos que constantemente caían sobre su frente. Añade que su aspecto generaba cierta repulsión. Poco después de brindar este valioso testimonio, Paul Lespes, ya octogenario, falleció.

Sus compañeros veían a Isidore como un muchacho obstinado, incapaz de ceder en sus opiniones y, especialmente, en sus antipatías. Las constantes migrañas acentuaban su carácter irritable, al igual que las críticas de quienes eran incapaces de comprender sus versos sádicos, oscurecidos por un estilo que no siempre respetaba la sintaxis. Otros testimonios apoyan la suposición de que Isidore poseía un temperamento melancólico; pasaba largas horas en su pupitre, ausente, apoyado sobre los codos frente a un libro cuyas páginas se mantenían siempre estáticas.

La geografía lo arrancaba momentáneamente de su letargo, pero era la tragedia, sobre todo Edipo Rey, quien lograba conmoverlo a pesar de sus desacuerdos con Sófocles. Para Isidore, toda la historia se resumía en los gritos desaforados de Edipo, con las cuencas ya vacías, o llenas —según su perspectiva— «con dos armónicos coágulos de sangre». Sin embargo, Isidore lamentaba que Yocasta no hubiese tomado la decisión de matarse a la vista de los espectadores [ver: Lo que Sigmund Freud no te contó sobre el complejo de Edipo].

Maldoror vivía en Isidore Ducasse mucho antes de que comenzara a escribir los Cantos. Estaba en su actitud distante, en su semblante grave, desdeñoso, más arrogante que egoísta; estaba en los áridos debates con sus compañeros de retórica, estaba en sus ideas, en su estilo, en ese largo desfile de preocupaciones filosóficas que lo atormentaban.

En París intentó publicar la primera parte de Los Cantos de Maldoror (Les Chants de Maldoror) pero todos los editores con los que se contactó se negaron. Esa cobardía es comprensible. Se trata de una obra onírica, visceral, muy por encima de lo tolerable. Una lectura simple de Los Cantos de Maldoror puede generar la impresión de estar escarbando en los sótanos de una mente retorcida y, por momentos, genial. Una lectura más profunda confirma esa primera sospecha.

Para algunos filólogos suspicaces, la palabra Maldoror es una contracción de Mal d'Aurore [«mal de la aurora»]. Otros proponen que fue acuñada por Lautréamont a partir de los ecos las palabras francesas mal [«enfermedad», «mal»] y horreur [«horror»]. Si desempolvamos el Diccionario de Littre, cuya primera edición coincide con la primera publicación de los Cantos de Maldoror, encontramos la siguiente definición de la palabra mal:


[Lo que es contrario a la virtud, la probidad y el honor, lo que hiere, lo que lastima. Un símbolo de transgresión y dolor.]


De eso se tratan los Cantos de Maldoror, los cuales no solo son transgresores a partir de la fuerza de sus imágenes, sino también del desdibujamiento de los límites literarios tradicionales, como el género y la estructura, las relaciones entre el autor y el protagonista, y entre el lector y el texto. Maldoror, el protagonista, es un renegado de la creación, un sujeto «contrario a la virtud, la probidad y el honor», alguien alejado de Dios y de los hombres, un exiliado de la Creación por voluntad propia:


[Mi poesía consistirá únicamente en atacar por todos los medios al Hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que nunca debió engendrar semejante escoria.]


La lucha de Maldoror es contra lo que él denomina el «Gran Objeto Exterior», es decir, la Realidad. Interpretados de este modo, los Cantos de Maldoror simbolizan la lucha entre las posibilidades de lo imaginario y las limitaciones de la objetividad. Este antagonismo es un rasgo central del pensamiento de Isidore Ducasse. Maldoror no acepta siquiera su propia elección, sino que aborrece su condición de autoexiliado; es, en toda regla, un ser resentido contra Dios. Como buen luciferino, este sentimiento es dirigido hacia la obra más amada de Dios: el ser humano.

Este odio y resentimiento hacia Dios y el Hombre insinúa que Maldoror ha sufrido, y mucho, y que acaso los Cantos supuran de esa herida abierta; es decir, son una reacción de ira, humillación y desesperación. Desde el Satanás de Milton en El Paraíso Perdido (Paradise Lost), el mal y la sed de venganza no se habían cantado con tanto ímpetu como en Los Cantos de Maldoror [ver: El «Efecto Milton» y la simpatía por el diablo]. Pero, ¿cuál es el origen de esta venganza? ¿Qué hizo Dios [¿a través del Hombre?] para ofender y humillar de este modo a Maldoror? No hay una respuesta definitiva aquí, pero es lícito suponer que esta es la venganza de un alma indignada porque Dios le ha impuesto una conciencia, y que además tiene que soportar el peso de esa conciencia en un cuerpo físico desfigurado. Maldoror, entonces, quiere vengarse porque es un marginado, un outsider.

La psicología, acostumbrada a extraer muestras aisladas del fango del subconsciente, acusa que el germen de este resentimiento sublimado puede hallarse en la figura de la madre del autor, Celestina Davezac Jacquette, quien se suicidó el 9 de diciembre 1847, cuando Isidore tenía un año y ocho meses de edad. A propósito, Ramón Gómez de la Serna elaboró una atinada defensa de Isidore Ducasse frente a las constantes acusaciones póstumas de locura:


[«Lautréamont es el único hombre que ha sobrepasado la locura. Nosotros no estamos locos, pero podríamos estarlo. Con los Cantos él se sustrajo a esa posibilidad, la rebasó».]


La fuerza poética del Conde Lautréamont compensa largamente su estilo sobrecargado, y su capacidad para evocar lo imposible, lo aberrante, es, y seguirá siendo, un motivo de regocijo para los amantes de lo grotesco [ver: La atracción por lo Macabro en la ficción]

Hay que decir que los temores de aquellos editores franceses que se negaron a publicar a Lautréamont no eran infundados. Los Cantos de Maldoror glorifican la violencia, el sadismo, la blasfemia, la deshumanización y el asesinato. Una atmósfera funesta gravita sobre sus páginas, esparciéndose sobre todos los incautos que se interesaron en ellas, como don Prudencio Montagne, tal vez el último sobreviviente de los que conocieron personalmente a Isidore. Obsesionado con el libro, se suicidó colgándose de una sábana. Antes de tomar esa decisión presentó algunas evidencias [insustanciales] sobre la supuesta maldición que pesa sobre los Cantos de Maldoror. Se dice que don Prudencio conoció a Isidore en su casa natal, ubicada en la calle Camacuá, en Montevideo, donde actualmente se encuentra la Rambla Sud. Años después de la muerte del poeta, el sitio comenzó a atraer a los prostíbulos más rancios de la ciudad. Los Cantos de Maldoror ya lo habían profetizado:


[He hecho un pacto con la prostitución a fin de sembrar el desorden en las familias.]


La casa de la calle Camacuá pasó al olvido hasta que algunos poetas uruguayos iniciaron un largo periplo burocrático para rendirle tributo. Uno de ellos, Juan Welker [que además era diputado], presentó en 1926 un proyecto para que una calle de Montevideo llevase el nombre de Isidore. La propuesta se aprobó, aunque nunca fue ejecutada, tal vez porque al poco tiempo Welker murió loco.

Regresemos a Maldoror.

El protagonista de los Cantos es un ente diabólico que se ve a sí mismo como un baluarte frente al despotismo de Dios, el cual suele aparecer ridiculizado como el rey de un burdel. Dentro de esta estructura, lo asombroso se proyecta en gigantismos aterradores, mutaciones inconcebibles, objetos y animales que intercambian características y cualidades. Todo está permitido en el universo de Maldoror, justamente porque la imaginación no tiene barreras.


[«Quiera el cielo que el lector animoso encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las ciénagas desoladas de estas páginas sombrías y rebosantes de veneno; pues, a no ser que aplique a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual equivalente por lo menos a su desconfianza, las emanaciones mortíferas de este libro impregnarán su alma.»]


A pesar de su posición antagónica con respecto a Dios, Maldoror no recurre a la clásica artimaña luciferina: la mentira. De hecho, advierte al lector, lo obliga a involucrarse en la obra, pero también a tomar distancia frente al fenómeno poético. Maldoror comienza advirtiendo al lector que los Cantos lo afectará negativamente:


[«Las emanaciones mortales de este libro absorberán su alma como el azúcar absorbe el agua.»]


Esto no es un alarde retórico. El poder enfermizo de las imágenes que presentan los Cantos de Maldoror y el odio hacia toda la Creación [con algunas excepciones, como veremos más adelante] ciertamente resultan perturbadoras. No hace falta ser un lector particularmente sensible para sentirse asqueado y, al mismo tiempo, completamente fascinado e incapaz de desviar la mirada. En cierto modo, al cantar su dolor y odio con tanta lucidez, Maldoror está haciendo una catarsis, lo cual implica que está trasladando todas sus emociones negativas al lector. Maldoror, su Creador [Lautréamont] y el Hombre [el lector] estamos encerrados juntos en el mismo sótano oscuro [ver: El Horror siempre viene desde el Sótano]

Sin embargo, en otro aspecto Maldoror regresa a la representación tradicional de Lucifer; porque si Maldoror es el diablo, desde su punto de vista, la utilidad de los Cantos debe radicar en su efecto venenoso y condenatorio sobre el lector. Es por eso que su voz nos invita a participar del espectáculo repulsivo de sus ideas, a deshacerlas, si así lo deseamos, pero sobre todo a aportar nuestras propias impresiones. Y si no estamos dispuestos a ser testigos del horror, alerta Maldoror, lo mejor que podemos hacer es dejar el libro y olvidarnos para siempre de él:


[«No es aconsejable para todos leer las páginas que seguirán; solamente a algunos les será dado saborear sin riesgo este fruto amargo. Por lo tanto, alma tímida, antes de penetrar aún más en semejantes landas inexploradas, dirige tus pasos hacia atrás y no hacia adelante.»]


Isidore Ducasse era un adolescente cuando comenzó a escribir los Cantos de Maldoror. La rebelión y el desprecio por los paradigmas los atraviesan de principio a fin. Maldoror sufre porque busca imponer lo imaginario sobre el mundo real, una utopía que lo aleja de sus congéneres, multiplicando así su sufrimiento. Su tono es apelativo, instiga al lector buscando arrancarlo de su lugar de comodidad. La estructura de la obra obedece al caos, pero a un caos aparente que no carece de orden ni de reglas estéticas internas.

A lo largo Los Cantos de Maldoror se sugiere que Maldoror es un retrato del Isidore, o al menos de su nome de guerre, Lautréamont. Por supuesto, aceptar esa sugerencia es riesgoso; como lectores, podríamos caer en la trampa de la ingenuidad. Además, el peligro de identificar a Maldoror con el autor no se ve mitigado por el hecho de no se sabe casi nada sobre Isidore; o quizás estemos entendiendo todo mal, y de hecho lo sepamos todo sobre el autor, que no dejó prácticamente ningún otro rastro de su existencia excepto Los Cantos de Maldoror. ¿Acaso hubiésemos conocido mejor a Isidore si supiésemos sus afinidades políticas, sus gustos gastronómicos, sus amoríos?

Lo dudo.

Las cosas no mejoran para el lector detectivesco que desee descubrir quién es Maldoror. Lautréamont emplea una deliberada inconsistencia en el uso de pronombres y puntos de vista. En algunas estrofas, Maldoror está siendo observado [o descrito] por alguien más [a veces se refiere a él burlonamente como «Nuestro Héroe»]; en otras, Maldoror presenta los acontecimientos desde su punto de vista [con en pronombre «yo»]. Este desdibujamiento de los límites incluso puede tener lugar en medio de una estrofa, en medio de una oración, sin advertencia ni explicación, y el lector debe estar alerta. Para no extraviarnos en el laberinto constantemente debemos preguntarnos: ¿Maldoror se está refiriendo a sí mismo en tercera persona, o Lautréamont se está refiriendo a su creación?

El propio Maldoror anticipa la confusión del lector al perderse en los Cantos:


[«Ya que la repulsión instintiva que se manifestó durante mis primeras páginas ha disminuido notablemente en profundidad, en razón inversa a tu aplicación a la lectura, debemos esperar que tu recuperación pronto haya llegado a sus etapas finales.»]


Maldoror incluso sugiere un remedio para aliviar a aquellos lectores cuya sensibilidad no les permita disfrutar de las rancias visiones y la desconcertante estructura de los Cantos. Este remedio consiste en arrancarle los brazos a tu madre y comértelos. Luego, después de llamar prostituta a nuestra hermana, Maldoror nos proporciona otra receta, esta vez de un brebaje para disfrutar y apreciar plenamente los Cantos:


[«Un recipiente lleno de grumos de pus blenorrágico en el que primero se disolvió un quiste ovárico piloso, un chancro folicular, un prepucio inflamado, desollado del glande por parafimosis, y tres babosas rojas.»]


Pero incluso Maldoror es un autor que imagina un lector ideal, en este caso, uno que «sepa unir el entusiasmo con una frialdad interna, un observador con disposición concentrada». Si formamos parte de esta descripción, Maldoror sostiene que nos encontrará dignos, y acaso perfectos, porque podremos comprender su obra. Paradójicamente, y como transgresión suprema de la relación tradicional entre lector y texto, los Cantos de Maldoror no quieren ser entendidos; de hecho, rechazan al lector constantemente.

Para generar este escenario macabro, grotescto y repugnante, los Cantos de Maldoror está lleno de imágenes que el autor extrajo directamente del Bosco, o bien de fotografías de guerra. En cierto modo, es una versión más moderna de los recursos clásicos de la literatura gótica, pero los eleva a una categoría completamente nueva de crueldad. Por ejemplo, en un Canto [a Freud le hubiese encantado esto], un joven es colgado de un árbol por el cabello mientras dos mujeres, que resultan ser su madre y su esposa, lo azotan brutalmente. En otro se nos ofrece una imagen de Dios sentado en un trono hecho de excremento y oro, comiéndose el cadáver de un hombre mientras sus pies están inmersos en un charco de sangre hirviendo en el que otros hombres nadan desesperadamente o se ahogan [ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror]

La fauna en los Cantos de Maldoror abunda en gusanos, arañas, piojos y toda clase de insectos monstruosos devorándose mutuamente, devorando al Hombre o siendo devorados por él [ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción]. El crimonólogo aficionado encontrará innumerables asesinatos [la mayoría, extraordinariamente crueles] y cadáveres hinchados. El repertorio de horrores de Maldoror es inagotable. A esto se añaden toda clase de vejaciones [incluso a pequeños inocentes], destripamiento, tortura e impíos actos de bestialidad; y todo con una originalidad asombrosa [ver: Lo Siniestro en la ficción]. Si los Cantos de Maldoror fuesen un catálogo de crueldades, un manual de técnicas de depravación, sería el mejor de todos.

El horror de Maldoror es, sobre todo, físico. Abunda en descripciones de partes del cuerpo, fluidos y olores, sobre todo olores:


[«Ustedes que ahora me miran, retrocedan, porque mi aliento exhala veneno.»]


¿Acaso el nombre de Maldoror tiene algo que ver con la voz malodorus, «maloliente»? No necesariamente, pero no es descabellado pensar que Isidore haya jugado con esta similitud [ver: Lo olfativo, lo visual, lo auditivo y lo táctil en el Horror Cósmico]

Esta es una combinación un tanto caprichosa, pero Maldoror [al menos para mí] es una mezcla entre el Marqués de Sade y Lovecraft [y una o dos gotas de Artaud, tal vez una pizca de Dostoievski]. Es fundamentalmente lovecraftiano al eliminar los elementos de la cultura y la civilización que, como seres humanos, consideramos importantes, y revela la verdadera base de la vida: el horror y la crueldad. De ahí al Horror Cósmico [que no es otra cosa que el descubrimiento de la insignificancia del ser humano en un cosmos vasto e indiferente] hay solo un paso [ver: Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa]

Por otro lado, el único autor que se aproximó al grado de depravación de Maldoror fue el Marqués de Sade, pero Maldoror va más allá porque siempre se mantiene firme en el reino de la depravación; es decir, lo depravado no es para Maldoror una desviación de la norma, es la norma. Además, las perversiones de Sade se limitan a la fisicalidad, ya sea al dolor físico que somos capaces de inflingir, o de soportar; pero las crueldades de Maldoror trascienden las posibilidades humanas [que son muchas para el horror, pero dentro de una realidad con reglas físicas] y entran en el reino de lo surrealista:


[«Su ano es colonizado por un cangrejo, sus testículos han sido vaciados, secados y convertidos en una morada para dos simpáticos erizos.»]


Irónicamente, los Cantos de Maldoror son una obra profundamente religiosa, como toda obra atea. Maldoror no cree en Dios, sabe que Dios existe, y este saber no se sustenta en el amor sino en un odio absoluto hacia Dios.


[«El que esto canta no pretende que sus canciones sean nuevas. Por el contrario, se enorgullece al saber que todos los pensamientos elevados y perversos de su héroe residen dentro de todos los hombres. ¡Oh, si el universo en vez de ser un infierno hubiera sido un inmenso ano!»]


No todo es depravación en los Cantos de Maldoror. En tal caso, perderían eficacia y, de hecho, serían ilegibles. Sepultada en medio de las letras que componen el nombre de Maldoror [como entre los excrementos del trono de Dios], está la palabra oro. En efecto, entre los incesantes cánticos de odio y crueldad de los Cantos de Maldoror hay algunos que celebran algo positivo, algo bueno que Maldoror ama. El primero es el mar, que Maldoror adora porque el Hombre no ha podido sondear sus profundidades:


[«Me senté en una roca cerca del mar. Un barco acababa de zarpar de la orilla: un punto imperceptible había aparecido en el horizonte y se acercaba poco a poco, creciendo rápidamente, empujado por la borrasca. La tormenta iba a comenzar sus embestidas y el cielo ya estaba oscureciendo, convirtiéndose en una negrura casi tan espantosa como el corazón de un hombre.»]


Hay algo extraordinario aquí. Lleno de odio, Maldoror se coloca en una posición física para observar la destrucción del Hombre, pero para él esto no tiene ningún significado moral convencional. En otras palabras, Maldoror se coloca a sí mismo en el punto de vista físico, pero no moral, de un Dios vengador.


[«¡Oh, cielo! ¡Cómo se puede vivir después de probar tantas delicias! Me ha tocado la suerte presenciar la agonía de varios de mis semejantes.»]


En el paroxismo de la depravación, Maldoror se esfuerza por experimentar el dolor de los demás, y por eso disfruta de los sonidos que le llegan a través de las olas, como «los aullidos solitarios de un niño lactante». En su demencial intento por sentir y así disfrutar el sufrimiento de los demás, Maldoror se caga literalmente en el Romanticismo. Los románticos asumían que el sentido moral innato del hombre es la empatía [ver: Filosofía del Romanticismo]. Según esta filosofía, uno no tiene que esforzarse para experimentar lo que otro siente, lo hacemos automáticamente. Pero Maldoror, que no cree en la bondad innata del hombre, observa el dolor ajeno como si los demás fuesen especímenes de laboratorio. Tal es su falta de empatía que ni siquiera logra formarse una idea más o menos aproximada de esos tormentos [ver: El placer estético del Horror]

Por lo tanto, al escuchar los gemidos de los moribundos, Maldoror nos dice: «clavaría una punta de hierro en mi mejilla, pensando secretamente: ¡Sufren aún más!» Es decir, Maldoror está tan separado de los seres humanos que necesitaría inflingirse daño a sí mismo para tener una idea de los sufrimientos de los demás al compararlos con los suyos.

¿Acaso Maldoror se ve a sí mismo como algo más que humano?

Es probable; de hecho, asesina desapasionadamente a un sobreviviente que casi ha llegado a la orilla, convirtiéndose así en una especie de ejecutor de la naturaleza. Sin embargo, hay que tener cuidado de no simplificar demasiado el surrealismo y decadentismo de Lautréamont

La segunda celebración a algo que podríamos considerar positivo es la amistad, pero desde una perspectiva retorcida, porque Maldoror ha sido traicionado en el pasado por un amigo [el Creador], y se venga de él describiendo cómo se ha hecho amigo de alguien más [el Hombre] y luego lo ha traicionado de la manera más cruel.

No obstante, Maldoror tiene una amistad que no ha traicionado ni pervertido. Él y su amigo, Mario, van por la playa en dos caballos, inseparables. Encienden un fuego y comparten un manto, se convierten en el ángel de la tierra y el ángel del mar:


[«¿Qué se dicen dos corazones que se aman? Nada. Cada uno se interesa tanto por la vida del otro como por la suya.»]


El tercer gesto de amor de Maldoror es un himno al poder y la belleza de las matemáticas. Para Maldoror, las matemáticas son como él: frías, lógicas, inmutables, impersonales y eternas. De hecho, al referirse a las matemáticas emplea un tono que, en un autor piadoso, seguramente sería utilizado para describir a Dios. En este sentido, las matemáticas son la religión de Maldoror; y es con ellas que finalmente pudo destronar a su Creador y desenmascarar el mal que es la verdadera naturaleza del Creador. Curiosamente, en esta estrofa menciona de pasada a Descartes, lo que parece sugerir que quizás el Creador de Maldoror sea el demonio de Descartes, le dieu trompeur, «el dios engañoso» [ver: Descartes vs. Lovecraft: una astilla clavada en el cerebro].

El verdadero poder de los Cantos de Maldoror [y esto es todo subjetividad] está en el lenguaje. Maldoror describe sus crueldades en el francés más refinado [las versiones en español son buenas, pero la mejor es la de Guy Wernham al inglés]. De hecho, los Cantos son considerados como una de las grandes glorias del idioma francés. En segundo lugar, la sensibilidad de Maldoror es tan actual, moderna, que resuena en los conflictos psicológicos de nuestro tiempo, donde el dualismo entre mente y cuerpo es intrínsecamente problemático. En palabras del Hombre del Subsuelo [probablemente el personaje que guarda el mayor parecido psicológico con Maldoror, seguido bastante lejos por Manfred de Lord Byron y Melmoth de Charles Maturin]:


[«Siento que mi alma está encerrada con candado en mi cuerpo, y no puede liberarse para huir lejos de las costas batidas por el mar humano.»]


Maldoror es, digamos, menos terrenal que el Hombre del Subsuelo. Sin embargo, coincide con él en la idea de que su sensibilidad, en última instancia, es una condena, una herida:


[«Cuánto tiempo ha pasado desde que dejé de parecerme a mí mismo. Si existo, no soy otro. No admitiré ninguna pluralidad equívoca dentro de mí. Deseo morar solo dentro de mi razón íntima. Recibí la vida como una herida, y me he prohibido el suicidio para sanarla.»]


Finalmente, el valor cultural de los Cantos de Maldoror radica en su absoluta singularidad. No hay, ni habrá, ningún libro como este. Maldoror ha engendrado una multitud de imitadores, algunos de ellos verdaderos próceres de la literatura, como Huysmans y Bukowski, como los decadentes y los surrealistas, incluso prefigura el camino hacia el existencialismo de Camus y Kafka; pero, en realidad, ninguno de estos puede acercarse a Maldoror por una sencilla razón: la pura y abyecta intensidad de su escritura [ver: Apetito por la Repulsión]

León Bloy ensayó una acalorada crítica de los Cantos de Maldoror que los surrealistas transformarían en elogio. Sostuvo que era uno de los libros más monstruosos de la historia, y que el autor pagó su ofensa al morir encerrado en un manicomio de Bruselas. Lo cierto es que Isidore falleció a los veinticuatro años de edad en sus modestas habitaciones en la rue du Faubourg-Montmartre, el jueves 24 de noviembre de 1870. Se desconoce la causa de su muerte, para muchos, algún tipo de enfermedad infecciosa, posiblemente escarlatina. Otros sostienen que fue envenenado.

Pocos meses antes de morir, Isidore había mandado a imprimir, bajo su costo, la edición competa de los Cantos de Maldoror, una tirada de apenas diez ejemplares. Ciento treinta años después, en 2004, una ignota artista neoyorquina solicitó formalmente al estado de Francia un permiso oficial para contraer matrimonio póstumo con el poeta. La solicitud fue desestimada, a pesar de que en Francia existe una vieja ley por la cual el presidente posee la autoridad para oficializar casamientos civiles entre personas vivas y muertas.

El anonimato, la primera edición casi nula, el seudónimo del autor, su muerte prematura, la ausencia de datos biográficos confiables, pero sobre todo su fuerza arrasadora, hacen de los Cantos de Maldoror una obra indispensable en cualquier biblioteca de libros prohibidos.


[«Lector, quizá desees que invoque al odio en el comienzo de esta obra. ¿Quién dice que no has de aspirar, sumergido en infinitas voluptuosidades tanto cuanto quieras, con tus orgullosas ventanas nasales amplias y afiladas, volviéndote de vientre al modo de un tiburón en el aire hermoso y negro, como si comprendieras la importancia de ese acto y la importancia no menor de tu legítimo apetito, lenta y majestuosamente, las rojas emanaciones?»]


El cuerpo de Isidore Ducasse fue inhumado en el Cementerio de Montmartre. A finales de 1890 sus restos se perdieron para siempre, dispersos en el Osario de Pantin.




Libros prohibidos. I Libros extraños.


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Arthur Rimbaud: poemas de amor destacados


Arthur Rimbaud: poemas de amor destacados.




Arthur Rimbaud (1854-1891) fue, sin lugar a dudas, uno de los poetas malditos más importantes de la historia, así también como un auténtico referente del decadentismo, el modernismo, y el surrealismo en la poesía francesa. Hoy, sin embargo, exploraremos una de las facetas menos conocidas de Arthur Rimbaud: sus poemas de amor.

En esta sección de El Espejo Gótico daremos cuenta de los más destacados poemas de amor de Arthur Rimbaud.




Poemas de amor de Arthur Rimbaud:
  • El baile de los ahorcados (Bal des pendus)
  • El durmiente del valle (Le dormeur du val)
  • Una temporada en el infierno (Une saison en enfer)
  • Adiós (Adieu)
  • Alquimia de las palabras (Alchimie du verbe)
  • Comedia en tres besos (Comédie en trois baisers)
  • Credo in unam (Credo in unam)
  • Después del diluvio (Après le déluge)
  • El corazón atormentado (Le Cœur supplicié)
  • El corazón robado (Le cœur volé)
  • En cuclillas (Accroupissements)
  • En las tardes azules estivales (Par les soirs bleus d'été)
  • Iluminaciones (Les Iluminations)
  • La esposa infernal (L'Époux infernal)
  • La eternidad (L'éternité)
  • La habitación de la noche (La chambrée de nuit)
  • La orgía parisina (L'Orgie parisienne)
  • Las manos de Jeanne Marie (Les mains de Jeanne-Marie)
  • Lo imposible (L'impossible)
  • Los desiertos del amor (Les Déserts de l'amour)
  • Los que velan.
  • Mañana (Matin)
  • Mis pequeñas enamoradas (Mes petites amoureuses)
  • Movimiento (Mouvement)
  • Ofelia (Ophélie)
  • Poesías (Poésies)
  • Poesías completas (Poésies complètes)
  • Primera noche (Première soirée)
  • Qué son para nosotros, mi corazón (Qu'est-ce pour nous, mon cœur)
  • Sensación (Sensation)
  • Virgen tonta (Vierge folle)




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


El artículo: Arthur Rimbaud: poemas de amor destacados fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Para terminar con el juicio de Dios»: Artaud; poemas y análisis


«Para terminar con el juicio de Dios»: Artaud; poemas y análisis.




Para terminar con el juicio de Dios (Pour en finir avec le jugement de Dieu) es una antología del escritor francés Antonin Artaud (1896-1948), compuesto en 1947 para ser transmitido por la radio francesa, hecho que recién se produciría quince años después de la muerte del autor.

Para terminar con el juicio de Dios, uno de los mejores poemas malditos de Artaud, rompe con todos los moldes, aún aquellos habituados a quebrar las normas estéticas, como el surrealismo, el decadentismo y el modernismo.

La obra de Artaud es, sobre todo, vital; a pesar de sus profundas crisis emocionales y los años que pasó internado en distintos manicomios. En este sentido, Para terminar con el juicio de Dios manifiesta buena parte de su filosofía: el arrebato, la demencia, la insensatez como único vehículo para alcanzar una comprensión profunda de la realidad.

En sus poemas, Artaud obliga al lector a salir de su posición como espectador; y para eso, sostiene, es necesario amputar una parte del Yo, tamiz pútrido que nos fuerza a observar el mundo desde una perspectiva que considera el adentro y el afuera como estados inconexos entre sí.

Es por eso que toda la obra de Artaud, y especialmente Para terminar con el juicio de Dios, fue perseguida y prohibida, precisamente porque busca trastornar al lector, destruir su sistema de referencias, corroer su estructura de pensamientos. Frente a este desafío, la sociedad se defiende a sí misma, catalogando a poetas como Artaud a la categoría de los incomprensible, incluso de lo alucinado, lo lunático, justamente porque necesita preservarse de aquellos hombres capaces de pensar, y de pensarse, desde una perspectiva completamente nueva.

A continuación compartimos todos los poemas de Para terminar con el juicio de Dios, así también como una serie de cartas de Artaud durante la etapa en la que su obra fue censurada.




Para terminar con el juicio de Dios.
Pour en finir avec le jugement de Dieu, Antonin Artaud (1896-1948)
Copia y pega el link en tu navegador para leer online o descargar Para terminar con el juicio de Dios, de Antonin Artaud.
  • http://www.medicinayarte.com/img/artaud_terminar_juicio_de_dios.pdf




Poemas góticos. I Poemas de Artaud.


Más literatura gótica:
El análisis y resumen del poema de Artaud: Para terminar con el juicio de Dios (Pour en finir avec le jugement de Dieu), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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