Apetito por la Repulsión: antecedentes del horror pandémico en el Gótico


Apetito por la Repulsión: antecedentes del horror pandémico en el Gótico.




Cuando pensamos en la literatura gótica desde nuestra perspectiva en el tiempo, probablemente debamos recurrir a la imagen de viejos castillos en ruinas y toda clase de espectros. Pero el Gótico no solo hace referencia a lo medieval, sino más específicamente a la literatura mórbida que surgió en aquel período. Un ejemplo interesante es el poema del siglo XIII: Tres vivos y tres muerto (Three Living and Three Dead). En el poema, tres jóvenes se encuentran repentinamente con tres ataúdes abiertos en los que yacen tres cadáveres en progresivas etapas de descomposición. Los muchachos retroceden, horrorizados, pero entonces aparece un viejo ermitaño y les dice que los tres cuerpos son… ¡ellos mismos!

Aquí, la muerte y la decadencia se presentan gráficamente en su espantosa inmediatez a través de la enfermedad.

El Gótico se alimenta de lo Thomas Sherrer Ross Boase llama Apetito por la Repulsión, una especie de Culto al Osario que expresa la frecuentación del arte con la enfermedad y la muerte. Para definir este concepto, Boase refiere una escultura, terminada en el siglo XV, del cuerpo de Francois de Sarra, donde unos sapos atacan su rostro y sus genitales, mientras una masa de gusanos se retuercen entre sus miembros. Boase, a propósito de esta escultura, sostuvo que el horror físico no puede ir más allá.

Cuatro siglos después del destino de putrefacción de Francois de Sarra, la novela gótica desarrolló una escena similar en El monje (The Monk), de Matthew Lewis, donde se retrata el sufrimiento de Agnes de Medina, confinada en una oscura cripta, sola entre los cuerpos en descomposición:


A veces sentía al sapo hinchado, espantoso y mimado con los vapores venenosos de la mazmorra, arrastrando su repugnante longitud por mi pecho. A menudo, al despertar, encontraba mis dedos enroscados por los largos gusanos que se crían en la carne corrupta.


Debajo de este Apetito por la Repulsión se oculta una mirada mórbida sobre la enfermedad y la muerte, el mismo impulso, quizás, que nos incita a detener la marcha para observar un accidente al costado del camino; solo que en el caso del Gótico esa mirada tiene una figura específica: la Plaga.

El horror pandémico contribuyó de manera significativa en la literatura gótica. Esa influencia es evidente en obras como La máscara de la muerte roja (The Masque of the Red Death) y El Rey Peste (King Pest), de Edgar Allan Poe, los cuales son un acercamiento simbólico a la Peste Negra medieval. El caso de este último relato constituye uno de los ejemplos más vívidos de horror contagioso en el Gótico; de hecho, su estilo es intencionalmente parecido al de las crónicas medievales sobre la Plaga:


Toda Inglaterra, pero más especialmente la ciudad, resonó con el grito aterrador de: ¡Plaga! La ciudad estaba en gran medida despoblada, y en esas regiones horribles, en las proximidades del Támesis, donde, en medio de las callejuelas y callejones oscuros, estrechos y sucios, se suponía que el demonio de la Enfermedad había nacido.


¿Pero cómo algo tan horroroso como la Plaga puede constituir un factor de atracción y fascinación? El Apetito por la Repulsión encarna una especie de sombra atávica, donde la vida normal es acechada por contagios y pestilencias que ansían ser contempladas, principalmente porque eso significa que el observador aun está vivo.

Charles Brockden Brown utilizó sus propias experiencias durante la epidemia de fiebre amarilla de Filadelfia de 1793, y la de Nueva York de 1798, en Arthur Mervyn (Arthur Mervyn). En cambio, Bram Stoker debió recurrir al testimonio de su madre. De hecho, la convenció de que escribiera un relato pormenorizado de la epidemia de cólera que azotó el condado de Sligo, Irlanda, en 1832. Las escenas de esa narración, según anota el propio Bram Stoker, sugieren de algún modo un retorno del pasado medieval:


Por la noche, muchos barriles de alquitrán y otras materias combustibles solían arder a lo largo de la calle para tratar de purificar el aire, y tenían un aspecto extraño y sobrenatural, brillando en la oscuridad. Los carros del cólera tenía campanas, lo que se sumaba al horror general.


Las plagas y las cuarentenas que las acompañan son evocadores arquetípicos de una gran ansiedad social, ya que estos actos de emergencia manifiestan el debilitamiento de las instituciones, el desgaste de la cohesión social, y el cambio y deterioro de las costumbres:


La mayoría del clero, de todas las denominaciones, huyó —escribió la señora Stoker—, y pocos fueron los casos en los que el servicio fúnebre se leyó sobre los muertos.


Estos brotes, además del horror del contagio, trajeron otras complicaciones que le añadieron un matiz aun más siniestro a la situación general. Los arreglos mortuorios eran improvisados y desesperados durante las plagas. Y esto, sumado al hecho de que era peligroso examinar de cerca a las víctimas infectadas, aumentaba considerablemente el riesgo de declarar difunto a alguien todavía vivo. Es decir que el peligro de ser enterrado vivo era una posibilidad muy real.


Después de un tiempo, tampoco hubo mucha compasión por los enfermos —comenta la señora Stoker sobre el brote decólera—. Un pobre viajero se enfermó al borde del camino, a algunas millas de la ciudad; cavaron un hoyo y con largos palos lo empujaron hacia el interior, todavía vivo, y comenzaron a cubrirlo con tierra.


¿Algo de todos estos recuerdos espantosos narrados por su madre estaba presente en la mente de Bram Stoker cuando empezó a escribir Drácula? Después de todo, el vampirismo es básicamente una enfermedad contagiosa, la única diferencia es que sus víctimas no descansan después de la muerte, regresan.

Con la Plaga, después de todo, un muerto enterrado ya no puede contagiar, pero con los vampiros ocurre exactamente lo contrario; es después de la muerte cuando se vuelven agentes activos de contagio.

El Gótico rara vez se demora en el hogar destrozado durante la Plaga, en cambio cruza el umbral y nos lleva hacia el espacio público, donde los ciudadanos escuchan la terrible voz de Dios en la ciudad. En otras palabras, las calles están vacías, los papeles vuelan ociosos en el viento y los enfermos caminan como poseídos. El lugar común y familiar, el espacio público, se contamina, se vuelve extraño, prácticamente una definición del concepto de lo Siniestro, unheimlich, de Sigmund Freud (ver: Lo Siniestro en la ficción: cuando lo familiar se vuelve extraño)


Los cuerpos de los moribundos yacían unos sobre otros, la gente medio muerta rodaba por las calles, y en su anhelo de agua se acercaban a las fuentes. Los templos estaban llenos de los cadáveres de aquellos que habían ido a morir allí.


Este pasaje no pertenece a ninguna novela gótica, sino al registro de Tucídides sobre la epidemia que se derramó sobre el espacio público de Atenas durante el 430 a. C.

La tradición de la Plaga en el Gótico, entre otros efectos, algunos simbólicos, otros estéticos, amplía el enfoque al describir un horror más grande que el individual, un horror que golpea a escala social. En este contexto, la fibra social se desgarra y las instituciones se derrumban. Ya no hay espacios públicos y privados, como lo describe Thomas Vincent a propósito de la plaga que azotó Londres en 1660 y el colapso de las distinciones espaciales público-privadas:


Sería interminable decir lo que hemos escuchado y visto de algunos en su frenesí, levantándose de sus camas y saltando por sus habitaciones; otros llorando y rugiendo en sus ventanas, algunos saliendo casi desnudos y corriendo por las calles.


Todo esto alimentó el Apetito por la Repulsión del Gótico, el cual muchas veces se expresa simbólicamente en el vampirismo, que al extenderse más allá del localismo del hogar, es decir, del espacio privado, adquiere las implicaciones más amplias de una epidemia.

En Drácula, la misteriosa enfermedad de Lucy Westenra lleva al doctor Seward a convocar al doctor Abraham Van Helsing de Amsterdam; no porque crea que la muchacha está siendo atacada por un vampiro. El patrón es el de una emergencia epidemiológica. La preocupación de Seward, al menos al principio, es indistinguible de la ansiedad desencadenada por los primeros signos del contagio.

En Drácula, además, el vampirismo entra en Inglaterra en el modo clásico de la Plaga, a través de cargamentos desde lugares extranjeros, moviéndose desde los muelles y la zona portuaria a la ciudad, y manifestándose primero en víctimas infantiles.

En este contexto, fue atinado que el editor Maurice Hindle incluyera el relato de Charlotte Stoker: El horror del cólera (Cholera Horror) como un apéndice de la edición de Penguin de Drácula. Igual de acertada fue la adición de F. W. Murnau del componente de la Plaga en Nosferatu, de 1922, uniendo explícitamente el vampirismo con la enfermedad. En la película de Murnau, el Conde Orlock es acompañado en su viaje por mar por un séquito de ratas infestadas que luego se esparcen por la ciudad. El título de la película también es pertinente. La palabra Nosferatu proviene del griego nosophoros, que significa «portador de la enfermedad».

Werner Herzog retuvo el motivo de la Plaga de Murnau en su remake de Nosferatu de 1979, e incluso extendió el ahora tradicional motivo de los vampiros para promover la conexión con la epidemia. En la versión de Herzog, la peste bubónica está unida a la tradición de los vampiros en una escena en la que Jonathan Harker se encuentra con un volumen añejo de protocolos vampíricos, el cual dice:


El que se alimenta de la sangre de la humanidad, el que, no redimido, se refugia en cuevas, tumbas, ataúdes llenos de la tierra si bendecir de los cementerios donde la Peste Negra ha cosechado su horror.


Es decir que el suelo donde duerme el Conde Orlock está impregnado de la putrefacción de las víctimas de la Plaga.

El Horror Pandémico y el Apetito por la Repulsión a menudo se cruzan en el Gótico, muchas veces volviéndose dispositivos muy difíciles de distinguir entre sí (ver: La atracción por lo macabro en la ficción). De hecho, incluso me atrevo a sugerir que buena parte del género, especialmente en lo que respecta al vampiro, al zombi o la figura del muerto viviente, procede de la memoria social de las víctimas de la Peste y las enfermedades infecciosas. Cuestions como el comportamiento vacío en este tipo de personajes, la ausencia de emociones, la palidez, el caminar tambaleante, el aislamiento, parecen sugerir un vínculo estrecho, aunque atenuado por la distancia, con aquellas víctimas anónimas (ver: Zombis: la clase baja en la sociedad de los monstruos)

Después de todo, los vampiros de la literatura gótica descienden directamente de las leyendas medievales de vampiros, y estas, a su vez, son un reflejo de los horribles sucesos de la Peste Negra.

La Peste Negra fue probablemente una de las pandemias más devastadoras de la historia. Causó la muerte de aproximadamente 200 millones de personas y alcanzó su punto máximo en Europa en los años 1348–50 d. C. Además de muertos —muchos muertos—, las secuelas de la Plaga ocasionaron toda clase de trastornos sociales, económicos y religiosos. Ahora bien, las leyendas de vampiros ya existían antes de la Peste Negra, pero la abrumadora escala de la pandemia parece haber establecido profundamente la creencia en estas criaturas.

Frente a una enfermedad implacable, sin solución aparente, aumentó la sensibilidad social ante las supersticiones, y esto condujo a la histeria masiva. En algunos casos, los cadáveres eran estacados y las acusaciones de vampirismo se volvieron moneda corriente. Durante este período, los vampiros y la Peste eran prácticamente sinónimos. En el norte y centro de Europa se pensaba que los vampiros eran portadores de peste; en el sur, por otro lado, se creía que Peste Negra atraía a los vampiros. Los acusados de ser vampiros simplemente eran ejecutados con ciertas técnicas para asegurarse de que no regresaran. Una forma eficiente era clavándoles una estaca en el tórax para asegurarlos en su tumba.

La creencia en los vampiros durante la pandemia medieval es perfectamente lógica en una sociedad que no entendía bien el proceso de descomposición. Por ejemplo, a medida que el estómago humano se descompone, libera un líquido de purga, muy oscuro y parecido a la sangre, el cual puede fluir libremente por la nariz y la boca. Este fluido a veces humedecía el sudario cerca de la boca del cadáver. Y dado que las tumbas individuales a menudo se reabrían durante las plagas para que pudieran agregarse otras víctimas, estos cuerpos en descomposición parecían evidencia irrefutable de vampirismo.

No deja de ser curioso que la Peste Negra, la cual influyó poderosamente en las leyendas de vampiros, haya tenido su origen en... China. En efecto, la Plaga habría llegado a Europa a través de la Ruta de la Seda; una red histórica de rutas comerciales interconectadas que iba desde Asia hasta el Mediterráneo.

La observación directa, entonces, casi obligaba a sospechar la mano de lo sobrenatural en muchas enfermedades. Tomemos la Porfiria, por ejemplo. Los pacientes sufren picazón, erupciones y ampollas cada vez que su piel se expone a la luz solar, la cual finalmente adquiere un tono púrpura... como el de la sangre no digerida. En los peores casos, las encías se retraen, haciendo que los dientes parezcan mucho más prominentes. Los efectos de la sensibilidad a la luz pueden ser tan graves que algunos perdían sus orejas y narices, una fisonomía general que claramente resuena en la imagen de los vampiros.

Hoy en día, los pacientes muestran síntomas mucho menos drásticos que los descritos anteriormente. De hecho, se calculan unos pocos cientos de casos graves de porfiria en todo el mundo al mismo tiempo. Pero su incidencia puede haber sido mayor en comunidades remotas en la época medieval, con poco contacto con el mundo exterior y escasa diversidad genética.

Cuando la Plaga golpeaba estas áreas rurales, muchos menearían la cabeza y hablarían de vampiros. A menudo, el primer acto protocolar ante la pandemia consistía en desenterrar a la última persona que había muerto en la aldea. Y eso nos lleva a otro problema: la ciencia médica, todavía en pañales, ni siquiera podía determinar con exactitud si una persona había muerto. Enfermedades como la catalepsia, que ponen a las personas en un estado catatónico tan profundo que su pulso es difícil de detectar, probablemente hicieron que muchos sean enterrados vivos. ¡Menuda imagen la de un spulturero exhumando los restos de uno de estos pobres desgraciados!

Pero no solo los vampiros están relacionados con la enfermedad y la muerte. También lo están los hombres lobo.

La rabia era muy común, y una vez que se desarrollaban los síntomas, que incluyen aversión a la luz, al agua, comportamiento agresivo, pulsión por morder y delirio, la muerte era inevitable. En este contexto, la rabia es claramente el origen de la leyenda del hombre lobo, que a su vez se desplazó hacia el Gótico casi sin alteraciones; con excepción de que la transmisión se produce por la mordida de un lobo (ver: El origen de la enemistad entre Vampiros y Hombres Lobo)

Los vampiros medievales a veces ni siquiera recurrían al simbolismo de la plaga, ésta estaba implícita en la leyenda. Pensemos por ejemplo en el concepto de Nachzehrer, que significa algo así como «devoradora de la noche», una especie de vampiresas que vivían, por así decir, en un estado de constante entumecimiento en la tumba, sin ser conscientes de su entorno y, como una versión macabra del recién nacido, masticando espasmódicamente sus vestidos. En De Masticatione Mortuorum in Tumulis, cuyo título significa «de la masticación de los muertos en sus tumbas», de 1728, podemos leer lo siguiente:


Hemos visto en tiempos de la plaga cómo las personas muertas, especialmente las mujeres, hacen ruidos de golpes en sus tumbas, como un cerdo que está comiendo, y mientras estos golpes continúan la peste se vuelve mucho peor, generalmente en la misma familia, y las personas mueren una tras otra.


Michaël Ranft, autor del De Masticatione mortuorum in tumulis, proporciona información adicional al respecto, y afirma que es exclusivamente en tiempos de la Plaga cuando estos cadáveres adquieren el pernicioso hábito de devorar sus propios sudarios. En Alemania, este comportamientos ruidoso e incivilizado les valió el apodo Schmatzenden Todten, o «muertos golpeantes». Se dice que estos verdaderos Ghouls gruñen como cerdos dentro de sus tumbas (ver: Ghouls: vampiros de los cementerios). Y mientras están masticando sus mortajas, a través de algún tipo transferencia que la medicina se ha empeñado en refutar, sus parientes vivos se vuelven cada vez más débiles, hasta que también mueren.

Estas afirmaciones no son originales. En 1679, el teólogo Philip Rohr escribió un estudio titulado Dissertatio Philosophica de Masticatione Mortuorum, o «Disertación filosófica sobre la masticación de los muertos en sus tumbas», donde describe en detalle el comportamiento de estos muertos. En su disertación, Philip Rohr estableció por primera vez el vínculo entre los vampiros y las grandes epidemias medievales, especialmente la Peste Negra. La enorme propagación de una infección semejante, según el teólogo, solo podía explicarse con el fenómeno del vampirismo.

En resumen: el comportamiento de los Vampiros en el Gótico es muy similar al de una enfermedad infecciosa. El Vampiro, como la Peste, siempre parece provenir de algún lugar fuera de las comodidades de nuestros propios hogares, a menudo de áreas remotas y salvajes, como Transilvania... o un populoso mercado de China.

De hecho, toda la literatura gótica se construye a partir de estos sitios exóticos, casi siempre castillos medievales en ruinas, lo cual es significativo en términos simbólicos. En cierto modo, el Vampiro parece ser un recuerdo atávico, no solo de las enfermedades y plagas que no pudimos comprender en su momento, sino de todos esos lugares desconocidos, lejanos, sin mapas, y las extrañas personas que viven en ellos.




Vampiros. I Taller gótico.


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