Zombis: la clase baja en la sociedad de los monstruos.
Los zombis son los verdaderos ciudadanos de clase baja del mundo de los monstruos, aseguró George Romero (ver: Mejores relatos de zombies según George A. Romero), quien estableció definitivamente el lugar del Zombi en la jerarquía más baja y sufrida de las monstruosidades en la ficción (ver: Monstruología: cuatro categorías para lo monstruoso en la ficción)
Si lo pensamos bien, no hay nada que pueda despertar cierta simpatía en la condición de un Zombi. Pocas criaturas de la ficción son más desagradables e inhumanas. A diferencia de los Vampiros, incluso de los Hombres Lobo, los Zombis no tienen ningún atractivo estético, ningún sentido de rebeldía que podamos admirar. Su sed de sangre —o hambre de cerebros—, no solo carece de encanto, sino también de tradición folclórica (ver: La biología de los Monstruos).
Las películas de George Romero dejaron una marca decisiva en el desarrollo de los Zombis en la cultura popular (ver: ¿Qué es un Zombi?). Claro que los Zombis ya existían en la ficción, sobre todo en los relatos pulp, pero de algún modo lo visual les permitió un vehículo de expresión más poderoso que la literatura, algo que ocurre muy pocas veces.
Por alguna razón, los Zombis parecen más adecuados para el cine; quizás esto tenga que ver con su afasia, la ausencia de conciencia, de autopreservación o, de hecho, de cualquier función humana superior, aunque también hay que reconocerle al Zombi un atributo: la determinación... para alimentarse.
Dentro de un marco clásico, el lenguaje —y probablemente el pensamiento— está más allá de las capacidades del Zombi. Esto se debe, creo, a que los Zombis fueron gestados fuera del calor de la novela gótica, en una época posterior, lejos de las metáforas del feudalismo (licántropos), la decadencia de la aristocracia (vampiros), de los peligros de la ciencia (Frankenstein, y un largo etcétera); incluso alejados de cuestiones importantes para el horror gótico como la superstición.
No, los Zombis no tienen relación directa con la literatura gótica, salvo en un aspecto: las nociones de primitivismo, o regresión social y biológica, de finales del siglo XIX (ver: ¡Morlocks, allá vamos!). La aparición de los Zombis en el horror es consecuencia directa de la observación de las prácticas y creencias religiosas encontradas por el colonialismo, tanto entre los pueblos originarios como entre los esclavos. Incluso en su génesis, el Zombi perteneció a la clase baja, tan baja que de hecho carecía de derechos.
La palabra zombie proviene del folclore africano occidental. Significa «fantasma», en términos genéricos. Otra palabra asociada —más en el relato de los años '20 que en el cine—, es jumbie, de origen caribeño, y que significa «espíritu». En todo caso, el Zombi fue presentado ante el público colonialista en espeluznantes relatos sobre la religión y los rituales blasfemos de los esclavos y sus descendientes, generando a su vez una injusta serie de confusiones. El vudú, por ejemplo, sirve en la ficción como una especie de caldo de cultivo donde se mezclan toda clase de ritos y creencias, a menudo contrarias entre sí.
En este contexto, el Zombi era el producto de una poción mágica, a veces con cierto fundamento científico, capaz de volver inertes a sus víctimas, a tal punto que parecen muertas; o mediante conjuros tan poderosos que eliminan toda la voluntad y el autocontrol. Pero no solo los esclavos y los pueblos afrodescendientes generaron sus Zombis. El Capitalismo también hizo lo suyo. Porque la esclavitud asalariada también es parte de las raíces del Zombi.
La metodología mecánica, reglamentada, y hasta infraumana, de los trabajadores en las primeras décadas del siglo XX —reflejada con particular agudeza en Metrópolis, de Fritz Lang, 1927)— establecen un vínculo explícito entre la automatización de la industria y la zombificación del trabajador (ver: El Marxismo en el Horror: los pobres siempre mueren primero).
La primera película de zombis, Zombie blanco (White Zombie, 1932), ambientada en el Haití ocupado, hace hincapié en este concepto, y profundiza el vínculo entre el capital explotador, la producción industrial en masa, y el trabajo zombificado, con obreros que trabajan como verdaderos autómatas. Son, desde el punto de vista del Capital, los trabajadores perfectos: baratos, obedientes, incansables, y un detalle que a menudo suele ser pasado por alto: prescindibles.
Esto contrasta poderosamente con el individualismo aristocrático y decadente de los Vampiros, cuyo número es escaso, una elite, podríamos decir, mientras que los Zombis necesariamente son un concepto grupal, una masa descerebrada y subyugada, acaso una metáfora de los peligros de una sociedad homogeneizada (ver: La biología del Horror: ¿por qué nos asusta lo que nos asusta?).
Pertenecientes a la clase baja, como los obreros esclavizados, los Zombis en la ficción suelen tener poco margen para la innovación. Siendo poco menos que imposible desarrollar una narrativa compleja a su alrededor, o personajes con cierto grado de profundidad, los Zombis en la ficción recurren a elementos básicos: la sangre y la violencia; no ya como acto de rebeldía de aquellos trabajadores sumisos, mecánicos, sino más bien como una forma desviada de ese adormecimiento.
En las películas de zombis el horror es corporal, físico, aun cuando presenten algunas cuestiones de fondo más interesantes. Por ejemplo, El amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, 1978), está ambientada en un centro comercial, lo cual pone en primer plano los efectos anestésicos de la cultura del consumo. El mensaje aquí podría ser: la sociedad occidental literalmente está comiéndose a sí misma.
Las películas de Zombis poseen una serie de rasgos comunes, casi canónicos: un pequeño grupo de supervivientes —a veces representativo de los diferentes sustratos sociales—, se enfrenta a un mundo devastado por una masa de cadáveres que no están ni vivos ni muertos, pero determinados a alimentarse y a contaminar a otros. La causa de esta infección puede variar: mutaciones virales, experimentación médica, guerra bactereológica, pero esto es lo de menos, y depende en gran medida de las preocupaciones del momento (ver: Los Monstruos y lo Monstruoso).
Por ejemplo, La isla mágica (The Magic Island, 1929), de W.B. Seabrook, relata la búsqueda de un estadounidense de los secretos del vudú en Haití. Además de su colorida narración de la vida y costumbres locales, el protagonista se encuentra con un Zombi. Fue este autor quien estableció un vínculo directo entre los Zombis y el vudú, lo cual equivale a explicarlos como descendientes de aquellos africanos occidentales secuestrados y obligados a trabajar en las plantaciones de los terratenientes americanos, ingleses y franceses. No es caprichoso que Seabrook omita que la historia de Haití fue diferente a la de otros países del Caribe: sus esclavos se levantaron contra sus amos franceses en 1791 y, en 1804 ganaron la independencia para crear la primera república negra (luego ocupada y devastada). No es caprichoso porque un pueblo que se rebela no parece encajar del todo con esta visión orientalista de los Zombis.
La compleja historia de los Zombies trasciende la tradición estrictamente gótica, a pesar de ser criaturas que viven más allá de la tumba, producto de prácticas religiosas ocultas (es decir, no occidentales), y encarnaciones de fuerzas y poderes primitivos, cuestiones que sí están relacionadas con el gótico.
En Entrevista con el vampiro (Interview With the Vampire), Anne Rice incorpora a los Zombis a la tradición gótica en la historia de estos dos vampiros norteamericanos que emprenden una gira europea en busca de sus orígenes: en las provincias rurales de Transilvania se encuentran con historias de cadáveres ambulantes que se alimentan de carne humana. Primos lejanos de los adinerados vampiros de Europa Occidental y América del Norte, estas criaturas —Ghouls, en términos folclóricos— no evocan afinidad ni simpatía. Son abyectos, viles, putrefactos, en el otro extremo del glamour sobrenatural de los Vampiros.
En cierto modo, los Zombis son los nuevos Vampiros —probablemente debido a la sobreexposición de los Vampiros en el cine—, aunque en esencia sean extremos opuestos. El Vampiro es sexy, poderoso, decadente, individualista, y el Zombi es fundamentalmente posthumanista.
Esto puede verse en el poder de adaptación del Zombi a las preocupaciones de su tiempo, pasando de ser un emergente de la masa urbana obrera de la sociedad industrializada, a encarnar patrones posthumanos y postindustriales. Pero, a pesar del esfuerzo de los Zombis para cuestionar las instituciones y valores humanos, ellos también fueron zombificados por la industria del cine.
De todos modos, los Zombis son criaturas repugnantes que encarnan los rasgos más abyectos de la humanidad. Sigue siendo imposible domesticarlos, y mucho menos encontrar cualidades positivas en ellos. De algún modo hay algo noble en eso.
Taller gótico. I Universo Pulp.
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