¡Morlocks, allá vamos! (en una máquina del tiempo marxista)


¡Morlocks, allá vamos! (en una máquina del tiempo marxista)




Para el lector moderno, La máquina del tiempo de H.G. Wells quizás haya quedado un poco desfasada en términos de tecnología (aunque siga siendo hermosa). En lo personal, es una de esas novelas que resuenan en otras lecturas, tal vez por haberme cruzado con ella en la adolescencia, cuando uno está más abierto a recibir nuevas concepciones y apreciarlas.

La primera vez que leí La máquina del tiempo me pareció decepcionante. ¿Por qué los Eloi eran representados como víctimas pacíficas, inocentes, en contraste con los viles depredadores subterráneos, los Morlocks?

Me molestó que el Bien y el Mal estuviesen claramente definidos en ese futuro. Pero, ¿por qué el viajero en el tiempo no pudo ayudar a los Eloi a derrotar a los bestiales Morlocks al final? ¿Por qué volvió a su máquina del tiempo y los dejó atrás? (ver: Máquinas del Tiempo: el problema de viajar al futuro y encontrarse en el pasado)

Años después, en una segunda lectura, advertí cuál era el motivo de mi fastidio: sencillamente no había entendido La máquina del tiempo.

Viajemos al año 802.701 d.C. (ver: Viajes en el tiempo: Horror vs Ciencia Ficción)

La máquina del tiempo de H.G. Wells es una visión mucho más oscura del futuro que cualquier adaptación cinematográfica. Sus nociones sobre el futuro de la humanidad, y del planeta, han influido fuertemente en la ficción especulativa sobre el futuro de nuestras ciudades, de nuestros sistemas políticos y económicos, incluso sobre nuestra posible apariencia física. En esencia, La máquina del tiempo es una obra que combina magistralmente la teoría de la evolución de las especies de Charles Darwin con las ideas de Karl Marx sobre la lucha de clases (El Marxismo en el Horror: los pobres siempre mueren primero).

La Gran Idea (parafraseando a Marx) de H.G. Wells es que una sociedad humana altamente exitosa, que satisfaga efectivamente todas sus necesidades, y que en el proceso evite toda lucha o conflicto, contiene las semillas de su propia destrucción. Y esto era algo completamente novedoso para la época.

El avance hacia un estado de perfección social es fundamentalmente una involución genética hacia la imbecilidad, en el caso de los Eloi, o hacia la bestialidad, como en los Morlocks. Pero Wells desafía a Marx en su propio patio trasero; porque los Morlocks, descendientes subterráneos de la clase trabajadora que una vez estuvo al servicio de los Eloi, ahora mantienen vivas a las clases superiores como fuente de alimento.

El socialismo y la evolución, por supuesto, tienen la culpa (ver: Wells y la conciencia social en la ciencia ficción).

Al principio, claro, esto no resulta tan evidente, y hasta el viajero en el tiempo se impresiona con los logros de la humanidad:


También se habían logrado triunfos sociales. Vi a la humanidad alojada en espléndidos refugios, gloriosamente vestida. Nadie parecía esforzarse. No había signos de conflictos, ni lucha social ni económica. El comercio, la publicidad, el tráfico, todo eso que constituye el cuerpo de nuestro mundo, desapareció. Era natural, en esa tarde dorada, que a mi mente saltara a la idea de un paraíso social.


Aquí entra a jugar el sagaz Darwin, porque bajo las nuevas condiciones de perfecta comodidad y seguridad, esa energía que impulsa todas las ambiciones humanas, y también sus abominaciones, se convertiría en debilidad.


Sin duda, la exquisita belleza de los edificios que vi fue el resultado de la última oleada de la energía, ahora sin propósito, de la humanidad, ya establecida en perfecta armonía con las condiciones que ella misma forjó. Este ha sido el destino de esa energía: seguridad, que lleva al arte y al erotismo, y luego a la languidez y la decadencia.


H.G. Wells nos advierte sobre nuestra responsabilidad en el devenir de la humanidad. Pero, ¿qué podemos hacer? Los cambios son tan insignificantes que ni siquiera los notamos. De hecho, el declive de la sociedad comienza inmediatamente después de alcanzar la perfección.


Me afligió pensar cuán breve había sido el sueño de la inteligencia humana. Se había suicidado. Se había puesto con firmeza en busca de la comodidad y el bienestar de una sociedad equilibrada con seguridad y estabilidad, como lema, para llegar a esto al final. Alguna vez, la vida y la prosperidad debieron alcanzar una casi absoluta seguridad. Al rico le habían garantizado su riqueza y su bienestar, al trabajador su vida y su trabajo. Sin duda en aquel mundo perfecto no había existido ningún problema de desempleo, ninguna cuestión social dejada sin resolver. Y esto había sido seguido de una gran calma.


Todo esto impresiona poderosamente al viajero en el tiempo, quien especulaba encontrarse en el futuro con un socialismo plenamente desarrollado; pero la paz y el equilibrio social, al menos aquí, no se logran en la igualdad, sino en la más radical desigualdad, donde los poderosos siguen siéndolo, aunquen también formen parte del alimento de las clases subterráneas.


El Hombre no continuó siendo una especie única, sino que se había diferenciado en dos animales distintos; las graciosas criaturas del Mundo Superior no eran los únicos descendientes de nuestra generación, sino que aquel Ser, pálido, repugnante, nocturno, que había pasado fugazmente ante mí, era también el heredero de todas las edades.


Pero todo esto es circunstancial, y hasta anecdótico, para la historia de nuestro planeta (ver: La Tierra como superorganismo consciente).

Después de recuperar la máquina del tiempo, confiscada por los Morlocks, el narrador la programa para ir aún más lejos en el futuro, donde el sol se ha atenuado hasta convertirse en un gigante rojo, y la flora y la fauna de la Tierra han retornado a un nivel primordial. La escena es inquietante, porque aquí incluso somos testigos de una sociedad aun más decadente, bajo un sol rojo, envejecido y menguante (ver: El Cambio Climático como proceso de Terraformación).

La escena recuerda el final de La casa en los confines del mundo (The House in the Borderland), de William Hope Hodgson, y varios episodios de La sombra fuera del tiempo (The Shadow Out of Time), de H.P. Lovecraft; sin embargo, el narrador decide viajar aun más en el futuro, donde el sol está a punto de desvanecerse y dejar a la Tierra sumida en el frío y la oscuridad (ver: Eco-pioneros literarios: historia del cambio climático en la ficción).

Los Eloi y los Morlocks han desaparecido. El paisaje está habitado por unas criaturas similares a cangrejos y mariposas descomunales. También presenciamos una extraña criatura marina con forma de piedra negra, inmóvil al principio, pero que luego cobra vida. ¿Es inteligente? Wells no lo aclara, pero ese podría ser el destino final de la evolución: regresar a una forma de vida elemental (ver: Black Goo y otras monstruosidades amorfas en la ficción).

El tono general de La máquina del tiempo es notablemente desolador y resignado. Sus adaptaciones cinematográficas han preferido regodearse en la máquina propiamente dicha (con un magnífico diseño victoriano) y atenuar los horrores futuros que plantea la novela. Uno de ellos, el más impresionante de todos, es pérdida de la inteligencia.

Hay un episodio maravilloso en el que el viajero en el tiempo y su compañera Eloi, llamada Weena, exploran las ruinas de un museo. Allí encuentran fósiles, estatuas, objetos de arte, y tecnología antigua (ver: Las nuevas tecnologías en la mecánica del Horror). Es un lindo detalle: la imagen del tiempo como devorador de todo aquello que considermos imperecedero; pero entonces Wells nos lleva a descubrir los restos de una biblioteca, donde el protagonista examina un verdadero cementerio de libros en avanzado estado de descomposición.

Wells trasciende de algún modo sus propias especulaciones, su visión que integra el marxismo con el darwinismo, para desembocar en una orilla desolada: el conocimiento humano es circunstancial, lo mismo que el devenir de nuestra raza. Al final, todo termina con un sol rojo.




Taller gótico. I Ciencia ficción.


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