Viajes en el tiempo: Horror vs Ciencia Ficción


Viajes en el tiempo: Horror vs Ciencia Ficción.




El Horror y la Ciencia Ficción a veces coinciden en las mismas preocupaciones, pero emplean métodos diferentes para abordarlas. Este es el caso de los Viajes en el Tiempo, un motivo que forma parte de ambos géneros, pero con soluciones radicalmente opuestas (ver: ¿Es el Horror mejor que la Ciencia Ficción?).

Por un lado, la Ciencia Ficción utiliza la técnica, es decir, a la ciencia como marco para especular acerca de posibles máquinas del tiempo que nos permitan movernos a través de la cuarta dimensión (ver: Aragorn, el Sendero de los Muertos y un pasaje a la Cuarta Dimensión). El Horror, en cambio, rara vez emplea este tipo de métodos. Por el contrario, suele abordar el problema de los viajes en el tiempo de forma muy variada y alejada de la ciencia.

Un recurso frecuente para viajar en el tiempo, según el Horror, es el uso de sustancias.

Por ejemplo, en Los perros de Tíndalos (The Hounds of Tindalos), de Frank Belknap Long, uno de los personajes experimenta con una droga llamada Liao, logrando resultados drásticos al permitirle moverse a través del tiempo. En La cadena de Aforgoman (The Chain of Aforgoman), Clark Ashton Smith introduce una sustancia llamada Souvara, capaz de proyectar al protagonista de vuelta a sus encarnaciones anteriores.

El propio H.P. Lovecraft reivindica la utilización de pócimas para viajar en el tiempo. Algo de eso sucede en Hipnos (Hypnos), donde dos sujetos consumen una sustancia exótica que es permite explorar la naturaleza de la realidad. Si bien el maestro de Providence no hace referencia explícita al viaje en el tiempo, este queda implícito en las alucinantes experiencias de aquellos dos personajes (ver: H.P. Lovecraft y los viajes en el tiempo).

Uno de los ejemplos más interesantes de viajes en el tiempo en la ficción es el relato de Clark Ashton Smith: La santidad de Azédarac (The Holiness of Azédarac), publicado en la edición de noviembre de 1933 de la revista Weird Tales, y luego reeditado por Arkham House en la antología de 1944: Mundos perdidos (Lost Worlds).

El entorno medieval de la historia —pertenece al ciclo de Averoigne—, ricamente elaborado, y la incómoda convivencia entre cristianos y cultos paganos, cuando no directamente satánicos, no parece ser el mejor medio para una historia sobre viajes en el tiempo; sin embargo, Clark Ashton Smith logra que lo sea.

Hay una ironía intencional en el título de La santidad de Azédarac, porque Azédarac es de todo menos un santo. Es un obispo prestigioso, aunque en realidad esto es una fachada para sus verdaderos intereses, vinculados con la brujería. De hecho, Azédarac posee amplios conocimientos sobre algunas deidades de los Mitos de Cthulhu, como los Antiguos (ver: El libro de Azathoth: ¿los pactos de sangre son una muestra de ADN para los Antiguos?). En cualquier caso, el hombre está más empapado en los oscuros ritos de El libro de Eibon que las enseñanzas de la Biblia.

El relato de Clark Ashton Smith está lleno de referencias a los Mitos de Cthulhu, aunque ligeramente modificadas para ajustarse al Francés Antiguo que se hablaba en Averoigne. Yog-Sothoth, por ejemplo, es Iog-Sotôt; y Tsathoggua, Sodagui.

Volvamos al argumento.

El hermano Ambrosio —¿un homenaje, quizás, a El monje (The Monk), de Matthew Lewis— descubre la verdad sobre Azédarac y se lleva el Libro de Eibón para presentarlo como evidencia ante su tío, el arzobispo Clemente de Yvones. Preocupado por proteger su posición en la iglesia, y su pellejo en última instancia, Azédarac envía a un secuaz para interceptar a Ambrosio. Lo logra, y, mediante un subterfugio, el secuaz logra que Ambrosio beba una poción misteriosa.

En esencia, está antigua pócima no es otra cosa que una sustancia capaz de convertir la embriaguez en un estado mental y espiritual a través de los cuales es posible viajar en el tiempo. Algunos amigos de El Espejo Gótico, como el profesor Lugano, experimentan frecuentemente el mismo método, pero aun sin resultados en lo referente a los viajes en el tiempo.

Completamente ebrio bajo la influencia de la pócima, Ambrosio viaja en el tiempo hacia un pasado remoto: la época de los druidas, con tanta mala fortuna que se materializa justo encima de uno de sus altares de sacrificio, en medio de una ceremonia.

De qué forma Azédarac logró programar la sustancia para mover a Ambrosio hacia ese preciso lugar en el tiempo, es algo que Clark Ashton Smith no aclara. Tampoco hace falta. La tensión es sobrecogedora. El druida está a punto de extirparle ceremonialmente el corazón a Ambrosio cuando justo es rescatado por una hechicera, Moriamis, que además es hermosa.

Luego nos enteramos que Moriamis también conoce la fórmula para las pociones de viajes en el tiempo, y que en realidad es una vieja amante despreciada por Azédarac. No revelaremos aquí el final del relato, que tiene un giro sorprendente (ver: Ciclo de Yith: H.P. Lovecraft, la Gran Raza y viajes en el tiempo).

La santidad de Azédarac es un buen ejemplo sobre cómo el Horror, o en este caso, el relato pulp, resuelve el tema de los viajes en el tiempo, incluido el desplazamiento físico por la cuarta dimensión, sin utilizar complejas máquinas que, en el mejor de los casos, devalúan un poco el argumento; y en el peor, lo derrumban por completo.




Taller Gótico. I Mitos de Cthulhu.


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1 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Un poco tramposo ese razonamiento.
Si bien, mencionás un cuento magnífico, con un encantador personaje como Moriamis, también la ciencia ficción tiene buenos ejemplos. Como La máquina del tiempo.



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