¿La literatura podría ser un portal para seres de otra dimensión?
¿Qué es la imaginación?
La capacidad de concebir algo, por extraño que sea, y de darle cierto grado de realidad dentro de nuestra mente. De hecho, la mayoría de las cosas que creamos primero fueron imaginadas: una canción, una pintura, un cuento, un dispositivo electrónico, existen primero en el ámbito de la imaginación antes de que su hacedor las trabaje y finalmente las transforme en realidades objetivas.
El procedimiento no siempre es voluntario. A veces la imaginación actúa de manera independiente de nuestros intereses, por ejemplo, cuando imaginamos algo desagradable, o algo que nos atemoriza, y no podemos hacer nada para evitarlo.
Es decir que la imaginación, entre otras cosas, nos permite concebir algo que no existe. ¿Pero es eso realmente posible? Quizás la dinámica sea exactamente inversa, y no sea el poeta quien imagina unos versos más o menos inarticulados. Los versos ya existen en alguna parte, y el poeta simplemente utiliza la imaginación para sintonizarlos, o sincronizarse él mismo con ellos, y de ese modo llevarlos hasta nuestro plano.
Un escritor puede pensar que está escribiendo ficción, e incluso no creer una sola palabra de lo que escribe, sobre todo si se trata de algo fantástico; pero en el fondo, quizás, está pronunciando una verdad a pesar de él mismo, es decir, sirviendo inconscientemente a cosas que no son imaginadas, cosas que quieren existir en nuestro plano, y que para ello se valen de la imaginación de los mortales.
El ejemplo más importante al respecto se encuentra en las obras de H.P. Lovecraft. Si bien el maestro de Providence nunca se pronunció abiertamente al respecto, el ocultismo viene adorando e invocando al panteón de los Antiguos desde la década de 1970, y posiblemente desde principios de la década de 1930.
Que el esoterismo se ocupe de tales cosas parece absurdo a simple vista, pero la teoría que sostiene esas prácticas resulta muy interesante, y no carece de cierta lógica.
Las criaturas de los Mitos de Cthulhu como Azathoth, Nyarlathoteph, Cthulhu, Yog-Sothoth, aunque ficticias en términos nominales, quizás sean arquetipos de fuerzas primordiales de este u otro universo o dimensión. En las circunstancias adecuadas podría establecerse una conexión con estas fuerzas, por ejemplo, a través de un ritual, o a través de la imaginación de alguien capaz de vibrar o de resonar mentalmente con ellas.
Dentro de esta teoría, Lovecraft no creó su panteón de criaturas de los Mitos de Cthulhu, sino que se sincronizó de algún modo con fuerzas arquetípicas del cosmos, y las tradujo en ficciones cabales en la medida en que se lo permitió su imaginación.
Esto invierte la dinámica asignada a la creación de Tulpas, o Formas del Pensamiento, mediante la cual se explica que determinados pensamientos, cuando son concentrados a través de un ritual o de un caudal de energía mental muy fuerte y sostenido, pueden realmente crear manifestaciones en el plano astral capaces de influir en nuestra realidad. Por el contrario, la teoría que mencionamos propone que los Tulpas ya existen, y que nuestra mente simplemente les brinda una puerta de acceso a nuestro plano (ver: Tulpas literarios: esos personajes que se quedan con nosotros para siempre).
En este contexto, la imaginación es la llave, y la literatura una especie de portal interdimensional para que esos arquetipos, tal vez situados en algún universo paralelo, puedan manifestarse en el nuestro.
Ahora bien, supongamos que esto es posible, y que de hecho estos seres interdimensionales existen en alguna parte —insisto, no nominalmente, sino en términos arquetípicos— y que la imaginación puede sincronizarnos de algún modo con ellos. ¿No sería insuficiente la imaginación de una sola persona, aunque se trate de una imaginación portentosa, como la de Lovecraft?
Los Mitos de Cthulhu son una construcción colectiva, y acaso contraria a los intereses de Lovecraft. Pero lo cierto es que muchos autores jóvenes se sintieron atraídos por el tema, y comenzaron a realizar pequeños aportes, a veces discretos, otras realmente impresionantes, hasta formar un vasto corpus. En pocos años, el panteón lovecraftiano se amplió considerablemente, y fue adquiriendo una complejidad y una profundidad inusitadas.
Aquí podemos pensar que el Círculo de Lovecraft fue, en esencia, un enlace entre múltiples imaginaciones que trabajaban de manera sincronizada con aquellas entidades. Naturalmente, cada imaginación tiene sus propias características, sus matices, y de ahí que la riqueza de los Mitos no se encuentre en la cohesión del material, sino de la multiplicidad de formas que éste adopta.
Tomemos una deidad en particular: Tsathoggua, la cual fue imaginada por Clark Ashton Smith —por primera vez en El relato de Satampra Zeiros (The Tale of Satampra Zeiros)— pero que recibió especial atención y desarrollo de parte de Lovecraft. Curiosamente, mientras que Clark Ashton Smith pareciera estar a favor de una representación más concreta del monstruo, una mezcla de murciélago gigantesco con facciones reptilianas, Lovecraft le asigna una representación más amorfa, gelatinosa, en clara oposición a lo imaginado por su creador.
¿Por qué?
Porque la imaginación de Lovecraft; es decir, la herramienta mediante la cual se sintonizaba con esos seres cósmicos, era distinta de la de Smith, y a través de ella se aproximaba al desagradable Tsathoggua de una manera diferente en términos materiales, pero idéntica en esencia.
Algo similar podría ocurrir si usted, querido lector, debe describir un automóvil visto desde el balcón de su casa, mientras que yo debo valerme únicamente del sonido que emite su motor. La información que nos llega es distinta, pero ambos seguramente podríamos coincidir en que se trata de un automóvil, aunque las características externas varíen considerablemente en nuestras respectivas descripciones.
La mayoría de los autores dentro del Círculo de Lovecraft se inclinan por representaciones más bien concretas de estas entidades, salvo Lovecraft, paradójicamente, la imaginación más poderosa, como si de algún modo los horrores que vislumbraba fuesen demasiado intensos, y hasta dolorosos, como para reducirlos en formas reconocibles, o comprables, con las de otras criaturas de la Tierra.
Pero si lo imaginado ya existe, en alguna parte, esperando que nuestra imaginación sintonice su existencia, entonces podemos preguntarnos qué ocurre cuando se cierra el círculo.
La imaginación es el primer paso. El autor ya ha sintonizado la frecuencia interdimensional, y de acuerdo a su propias facultades y talento la ha traducido en palabras más o menos interesantes. Falta el último eslabón: el lector, que imagina lo imaginado por otro, pero que también le añade sus propios colores, sus texturas, sus aromas particulares.
Si solo una persona, el autor, sintoniza esa gran radio cósmica, y la retransmite a través de sus obras, somos miles y miles los que, inconscientemente, aportamos algo a la transmisión original, quizás haciéndola más fuerte, más fiel, hasta que cierto día ya no necesitemos de la imaginación para aproximarnos a esos seres, y el espectáculo en vivo finalmente comience.
Taller literario. I Fenómenos paranormales.
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2 comentarios:
Excelente blog, muy agradecido, el mejor de su género! Da gusto leerlo!!!
este articulo me recordo al caso de un mangaka de terror que se autoincerto en una de sus historias una donde el protagonista tosia sangre y de ella salian demonios al poco tiempo a este autor su salud empezo a peliograr y en efecto empezo a toser sangre y segun vi en los comentarios habian otras personas contando cosas similares....
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