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«La sábana larga»: William Sansom; relato y análisis


«La sábana larga»: William Sansom; relato y análisis.




La sábana larga (The Long Sheet) es un relato de terror del escritor inglés William Sansom (1912-1976), publicado en la antología de 1944: Flor de bombero y otras historias (Fireman Flower and Other Stories).

La sábana larga, sin dudas uno de los mejores cuentos de William Sansom, nos sitúa en una prisión distópica, donde los prisioneros solo deben escurrir con sus manos una larga sábana blanca, hasta dejarla completamente seca, para obtener su libertad.

SPOILER.

La sábana larga de William Sansom es un relato que impacta de manera personal. Es un viaje kafkiano, dantesco, a través de una prisión distópica donde un singular método de tortura sirve como reflejo de las diferentes actitudes individuales y sociales hacia el trabajo. Este método de tortura, en apariencia, es muy simple: si los prisioneros logran escurrir una sábana larga con sus propias manos serán liberados.

Los prisioneros han sido colocados en cubículos separados dentro de una estructura de acero en forma de túnel, a través de la cual se extiende una sábana larga y blanca empapada de agua. Se les encomienda la tarea de escurrirla completamente de humedad. Pronto los prisioneros descrubren que no será una tarea sencilla, sino una que tomará meses, quizás años. Los guardias, naturalmente, emplean trucos crueles para complicar el trabajo, como liberar vapor para asegurarse de que los prisioneros no progresen a menos que trabajen constantemente. Ante esta tarea digna del mito griego de Sísifo, los presos de cada cubículo desarrollan sus propias estrategias, y lo que es aún más importante, su propia cultura de trabajo (ver: ¿De qué trabajan?: personajes desempleados en el Horror)

Los cubículos pronto se transforman en una versión del infierno donde el castigo administrado es el mismo para todos, pero el sufrimiento de los prisioneros varía según su actitud hacia el trabajo. Por ejemplo, en la Sala Tres hay dos parejas y un tendero serbio que desarrollan una rutina para cumplir con su tarea. Sin embargo, la atención del grupo se centra tanto en la rutina que pierden de vista la tarea en sí. En cierto modo, cumplen con su obligación y luego «regresan a casa» para darse un merecido descanso, con el resultado de que la sábana permanece mojada y ellos presos. Las Salas Dos y Cuatro contienen personas igualmente desesperadas. En la Sala Dos, hay un hombre que intenta tomar tantos atajos como sea posible, cada uno de los cuales es frustrado por los guardias, perjudicándose él mismo pero también a sus compañeros. También hay un sujeto con temores infantiles a las sábanas, que nunca será libre porque su miedo lo obstaculiza; otro que se distrae fácilmente, y hasta un tipo que le gusta escurrir la sábana para ver cómo el vapor la humedece nuevamente. Cada una de estas personas continúa encerrada tanto por su propia actitud como por las paredes de acero.

En la Sala Cuatro, hay un grupo de personas [incluida una niña de doce años] que ya han renunciado a la libertad. Están resignados a su destino y no se esfuerzan en escurrir la sábana. Finalmente, en la Sala Uno, William Sansom introduce un rayo de esperanza. Hay un grupo de hombres y mujeres que se resisten a realizar trabajos improductivos, pero eligen hacerlo de todos modos. Escurrir la sábana es una tarea esencialmente inútil, pero a estas personas no les importa la productividad sino el trabajo en sí mismo; es decir, pueden sentir una cierta libertad si se aplican a su trabajo con una actitud emprendedora. Bajo esta energía, perfeccionan las técnicas de escurrido, evaluando constantemente la mejor manera de trabajar. Y trabajan duro, por turnos, incansablemente.

Poniendo toda su energía y creatividad al problema en cuestión, después de siete años logran secar la sábana y ganarse su libertad... solo para que los guardianes empapen la sábana nuevamente. Los guardias hacen esto porque los prisioneros, en cierto modo, ya tienen su libertad, la cual radica en una actitud. «No hay otra libertad», sostienen, y esa última línea es aplastante. William Sansom parece sugerir que realmente no hay libertad en absoluto, aparte de la actitud personal de cada uno. Las acciones de los guardianes representan esta realidad: trabajamos toda la vida y soñamos con la libertad, pero esta nunca se alcanza salvo que la busquemos en nuestro interior, independientemente de lo que sucede alrededor.

La sábana larga de William Sansom parece particularmente adecuado para una interpretación marxista (ver: El Marxismo en el Horror: los pobres siempre mueren primero), debido a esta especie de exposición simbólica de la falacia capitalista de que una actitud emprendedora y un pensamiento positivo realmente te hacen libre. ¿Quién sabe? Tal vez este idealismo solo haga una fuerza de trabajo más dócil y productiva. Creer que la libertad está en la actitud de espíritu puede consolar al trabajador [sobre todo en un trabajo de mierda], pero en realidad lo distrae de su verdadera condición de alienación.

La verdadera libertad solo puede ocurrir cuando los trabajadores controlan el trabajo por sí mismos y se apoderan de los medios de producción. El hecho de que los guardianes puedan mojar tu sábana en cualquier momento, arbitrariamente, muestra la relación real entre trabajador y empleador, y que lo que realmente se necesita es una revuelta contra los guardianes, en lugar de jugar con sus reglas.

Pero una interpreación marxista de La sábana larga de William Sansom, por seductora que sea, parece inadecuada, porque incluso después de una revolución comunista, todavía tendríamos que trabajar en profesiones ingratas. La actitud bien puede ser toda la libertad que podamos ejercer. Si uno se dedica a la tarea de escurrir la sábana larga con fe, tenacidad e ingenio, no se convertirá en un prisionero de sí mismo, como los internos de las Salas Dos, Tres y Cuatro. Camus probablemente diría que es la actitud interior ante el desafío lo que le da a Sísifo su sentido de dignidad. En La sábana larga de William Sansom hay una observación existencialista similar sobre la condición humana.

William Sansom es uno de esos autores que premian la relectura de sus historias, y La sábana larga es un ejemplo notable de esto. Si bien el relato posee una atmósfera y una estructura kafkiana, se publicó antes de la traducción al inglés de En la Colonia Penitenciaria (In der Strafkolonie). Sin embargo, el uso de rituales extraños para iluminar aspectos oscuros de la sociedad está presente en ambas historias. De este modo, lo que comienza como un simple ejercicio se convierte en una pesadilla de desmoralización humana (ver: Kafka y lo kafkiano)

La filosofía de Albert Camus parece ser más adecuada para interpretar La sábana larga, sobre todo su ensayo de 1942: El mito de Sísifo (Le Mythe de Sisyphe). Si bien no se publicó en inglés hasta 1955, no es improbable que William Sansom haya leído a Camus en la edición francesa de 1942, ya que trabajó en Alemania y además escribió una biografía de Proust. En todo caso, William Sansom aborda en La sábana larga la misma pregunta que Albert Camus en El mito de Sísifo: el suicidio. Camus planteó que juzgar si la vida vale o no ser vivida equivale a responder a la pregunta fundamental de la filosofía; y esta es la pregunta central de La sábana larga. ¿Qué define una buena vida? ¿Qué define su calidad? ¿Es la acción o la actitud? ¿Y por qué estos cautivos no cortan la sábana en tiras y se cuelgan?

La libertad radica en una actitud del espíritu. No hay otra libertad, dicen los guardias antes de mojar de nuevo la sábana, luego de que los prisioneros trabajaron siete años para secarla. Esta línea es emblemática del absurdo, donde reberlarse contra la futilidad crea significado. Tal vez los prisioneros no se suicidan porque han llegado a la misma conclusión que Camus: Con la mera actividad de la conciencia transformo en regla de vida lo que era una invitación a la muerte, y me niego al suicidio.

Los prisioneros de La sábana larga no se rebelan. Algunos hacen trampa, otros se entregan a su destino, y finalmente están los que abordan el trabajo con esfuerzo y responsabilidad, acaso esperando obtener algo de conciencia mediante un trabajo inútil. Al hablar de Sísifo, Camus hace un punto igualmente aplicable a La sábana larga. Los dioses [o los guardianes en este caso] creen que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil. Entonces, la verdadera tragedia proviene de la conciencia del héroe. El mito de Sísifo [condenado a empujar una piedra por la ladera de una montaña, hasta la cima, solo para que esta caiga rodando y así empezar todo de nuevo] solo es trágico porque el héroe está consciente. ¿Dónde estaría su tortura [se pregunta Camus] si a cada paso lo mantuviera la esperanza de triunfar?.

La sábana larga nos presenta otra tentación, mencionada al pasar: compararla con En la Colonia Penitenciaria. Si bien ambas tratan temas similares, como la deshumanización y la tortura, la historia de Franz Kafka tiene un enfoque muy diferente, adopta una perspectiva al ras del suelo, se embarra, en cierto modo; mientras que el relato de William Sansom es más bien documental. Se aleja de los sujetos observados, a tal punto que ni siquiera tienen nombres. Y aunque el lector rápidamente empatiza con dolor de los cautivos, la voz fría del narrador nunca flaquea.

En cierto modo, escribir en El Espejo Gótico se siente un poco como escurrir una sábana mojada día tras día. ¿Acaso sirve de algo? No estoy seguro. Probablemente no, pero lo hago de todos modos porque quizás esta sea la única libertad que conozco.




La sábana larga.
The Long Sheet, William Sansom (1912-1976)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


¿Alguna vez has escurrido ropa mojada? ¿La exprimiste hasta dejarla completamente seca, con solo el agarre de tus dedos y los músculos de tus brazos? Si lo has hecho comprenderás mejor la situación de los cautivos en el Dispositivo Z cuando los guardianes les asignan la tarea de la sábana larga.

Recordarás cómo, después de estirar el paño entre las manos, comienzas girando un extremo, sosteniendo el otro firmemente para que el agua salga de la tela. Al principio, el agua sale a borbotones, pero luego debes girar ambas manos en diferentes direcciones, blanqueando tus nudillos, estirando cada fibra de tu diafragma, ¡y todo para extraer la más pequeña gota de humedad! El músculo de tu brazo se hincha como un huevo, pero la gota húmeda sigue siendo la cabeza de un alfiler. A medida que trabajas, la tela cambiará gradualmente de un color gris a la blancura de un hueso seco. ¡Sin embargo, incluso entonces la tela estará mojada! Aun así, sigues tensando tus músculos; entonces, ¡por fin!, crees que el paño ya está seco… pero en el segundo siguiente la punta de un dedo tiembla trágicamente al tocar un velo frío y oculto de humedad que se adhiere profundamente a los hilos entrelazados.

Así, pues, era la tarea de los cautivos.

Fueron colocados en una habitación de acero, sin ventanas ni puertas. Tenía unos dos metros de ancho y dos de alto; y treinta metros de largo. Parecía un túnel rectangular sin entrada ni salida. Sin embargo, la sensación en el interior no era realmente la de un túnel. Por ejemplo, una cantidad de luz fluía a través de gruesos paneles de vidrio colocados a intervalos a lo largo del techo. Estos eran los tragaluces, y a través de ellos los cautivos habían caído en la caja. La impresión de vivir en un túnel era compensada por un sistema de paredes de cubículos que separaban a los cautivos en grupos. Estas paredes estaban hechas del mismo acero remachado que las paredes principales: no había comunicación de cubículo a cubículo excepto a través de medio pie de espacio dejado entre la parte superior de la pared y el techo. Así, cada grupo de cautivos ocupaba, por así decirlo, una pequeña habitación. Había veintidós cautivos. Se agruparon en número desigual en cuatro cubículos.

A lo largo de todo este sistema, elevado a un metro del suelo, pasando por el centro mismo de cada habitación, corría una sábana larga y enrollada. Estaba hecha de lino blanco, tosco, enrollado en un cilindro suelto de tela de unos quince centímetros de diámetro.

Cuando los cautivos fueron arrojados por primera vez a sus cubículos, la sábana larga estaba cargada de agua. Los guardianes habían empapado el material tan a fondo que hasta en los pliegues el agua se había acumulado. Los guardianes luego dieron sus instrucciones. Los cautivos debían escurrir la sábana para secarla. No se podía retorcerla hasta lo que normalmente llamaríamos un estado seco, como el de la ropa recién lavada y lista para ventilar. Por el contrario, esta sábana debía purgarse de toda humedad. Debía exprimirse hasta dejarla tan seca como un hueso.

Esto, concluyeron los guardianes, podría llevar mucho tiempo. Incluso podría llevar meses de arduo trabajo. De hecho, habían tenido especial cuidado en tratar el lino para que fuera duradero durante un período prolongado. Pero cuando finalmente se completara la tarea, los hombres y mujeres tendrían su recompensa. Serían liberados.

Cuando los rostros graves de los guardianes desaparecieron y el tragaluz de cristal se cerró, los cautivos sonrieron por primera vez. Durante meses habían vivido con el miedo a la muerte, se habían encogido en la incesante aprensión de los terribles artilugios que les aguardaban. ¡Y ahora ese futuro se había convertido en el retorcimiento de una simple sábana! Una sábana larga, era cierto. Pero era un juego de niños en comparación con lo que esperaban. Así muchos se tiraron sobre el suelo de acero. Pocos pusieron una mano sobre la sábana ese día.

Pero después de tres meses, los cautivos comenzaron a darse cuenta del verdadero alcance de su tarea. Para entonces, cada grupo de cada cubículo había exprimido la peor cantidad de agua de su sección de la sábana. Sin embargo, con todo su sudor y esfuerzo, no pudieron librar la tela de su última humedad.

Era evidente que los guardianes no tenían intención de presentarles una tarea sencilla. Porque, a través de las rejillas de ventilación cercanas al techo, se inyectaba vapor caliente mecánicamente en los cubículos mientras duraba la luz del día. Este vapor, naturalmente, humedecía la sábana de nuevo. El vapor estaba tan regulado que obstaculizaba, más que impedía, el cumplimiento del escurrido. Por lo tanto, siempre entraba menos vapor que la humedad exprimida de la sábana a una velocidad normal de trabajo.

La inyección de vapor simplemente significaba que, por cada diez gotas de agua escurrida, siete gotas nuevas se depositarían sobre la sábana. De modo que, eventualmente, los cautivos todavía podrían escurrir la sábana hasta secarla. Este dispositivo de los guardianes se introdujo únicamente para complicar la tarea. Parecía que estos actuaban de dos formas. Diariamente animaban los esfuerzos de los cautivos con promesas de liberación; pero todos los días encendían los grifos del vapor.

En los cubículos, el aire estaba cargado de vapor. Era el aire de una lavandería, donde el vapor se adhiere a la garganta, donde a veces es difícil respirar, donde el olor a tela húmeda y caliente enferma el corazón. Las paredes de acero sudaban. El agua condensada goteaba en serpenteantes senderos por la placa gris. Gotas de humedad se agrupaban en las cabezas de los remaches. La sábana larga salpicaba unas gotas en la canaleta central del suelo mientras los cautivos se retorcían contra el tiempo. Tanto hombres como mujeres trabajaban medio desnudos. Como la sábana estaba colocada a tres pies del suelo, se veían obligados a agacharse. Si se sentaban, entonces sus brazos se entumecían.

No les quedaba más remedio que agacharse. En el aire caliente, sudaban. Sin embargo, no se atrevían a inclinarse sobre la sábana por temor a que su sudor cayera sobre la tela hambrienta. Sus músculos se acalambraban, sus espaldas gritaban mientras se retorcían. El final estaba lejos. Pero había un final. Eso significaba que había esperanza. Este conocimiento prestó fuego a la ambición luchadora que vivía en sus corazones humanos. Ellos trabajaron.

Sin embargo, algunos no siempre estuvieron a la altura de la tarea.


SALA TRES: AQUELLOS QUE BUSCABAN SALIR.

Había cuatro habitaciones. Tomemos la habitación tres. Esta albergaba a cinco personas: dos parejas casadas y un joven tendero serbio. Los cinco querían ser libres, de modo que trabajaron con seriedad. No les preocupaba que la tarea fuera improductiva. Al menos, produciría su libertad, por lo tanto, era artificialmente productiva. Estas cinco personas abordaron el problema de una manera normal y profesional.

Anteriormente, estaban acostumbrados a los horarios habituales, una vida de fórmulas estables. Esto lo aplicaron al nuevo trabajo de retorcer. Se asignaron horas fijas a cada persona. Era como si viajaran regularmente desde sus suburbios (el rincón de acero para dormir) a la oficina (la sábana larga). Trabajaron en relevos, en tramos de cuatro horas durante el día y la noche.

Sin embargo, como he dicho, no estuvieron a la altura de la tarea. El marco de la costumbre los superó. Como tantos que viven dentro de una rutina estable y cómoda, permitieron que esta predominara sobre el trabajo en sí. Llegaban puntualmente a la sábana larga y, con la conciencia así satisfecha, no ponían el esfuerzo suficiente en el trabajo real. Además, cuando habían cumplido asiduamente la rutina durante un tiempo, uno u otro felicitaban su conciencia y creían de verdad que se merecían un «pequeño descanso», y se tomaban la tarde libre. Naturalmente, asumían que estas pequeñas licencias eran necesarias para aliviar el sufrimiento y renovar fuerzas, pero el único que sufrió fue el trabajo de retorcer. Nueva humedad se deslizó por donde sus manos estaban débiles. Estas personas habían emprendido la búsqueda de la libertad de la manera correcta, pero estaban desgraciadamente convencidas de su rectitud.

A veces, una u otra de las parejas se acostaba sobre las sudorosas placas de acero. Hacían el amor mientras el vapor empañaba sus cuerpos. Una de las mujeres quedó embarazada. Su hijo nació en la caja de vapor. Pero, bajo la influencia de la rutina de la Habitación Tres, ese niño nunca podría ser libre. La influencia, la constricción y la tarea desesperada de los padres mantendrían al niño en la caja de vapor de por vida. El niño nunca tendría la oportunidad de aprender a retorcer.


SALA DOS: AQUELLOS QUE BUSCABAN ENTRAR Y SALIR Y ALREDEDOR.

En otra de las habitaciones, la habitación dos, había cinco hombres. Sus nombres y sus profesiones no importan. Lo que importa es cómo atacaron la sábana larga. Lo hicieron de cinco formas diferentes.

Aquí había cinco individualistas, cinco que se vieron obligados por la determinación de sus mentes a abordar el problema de diversas maneras. Día tras día trabajaban en el cálido y húmedo cubículo de acero, cada uno retorciendo el largo cilindro de tela con diferentes razonamientos.

Un hombre se había asustado con una sábana cuando era joven. En algún día indefinido de su infancia, había aparecido una nueva enfermera. Sus ojos negros habían ardido con un poderoso desprecio; sus pequeños dientes lascivos y sus enormes mejillas caídas lo habían amenazado a la luz de las velas. El primer día, la nueva enfermera había hecho un pequeño monstruo blanco con una sábana blanca. Tenía dos cabezas y un cuerpo informe y fluido. Las cabecitas eran afiladas y siempre se balanceaban. La enfermera había entrado silenciosamente en la habitación de los niños cuando estaba oscuro. Encendiendo una vela en el suelo detrás de los extremos de la cama, había levantado silenciosamente a su pequeño monstruo blanco para que el niño pudiera verlo por encima de los dedos de los pies. Entonces ella había comenzado un canto estridente, como el áspero canto de Punch. El niño se había despertado con este sonido y había visto las afiladas cabezas moviéndose.

Ahora, unos treinta años después, el hombre ha olvidado la escena. Pero de alguna manera sus manos no pueden tocar la larga hoja sin una gran sensación de inquietud. En consecuencia, siempre está poniendo excusas para evitar trabajar. Finge estar enfermo. Se ofrece a limpiar los excrementos de todos los demás. Se ha mutilado las manos. Ha intentado hacer el amor con los otros cuatro hombres para evitar la sábana. ¡Oh, no hay fin a los dispositivos que el tipo ha inventado a partir de su tristeza! Pero cualquier cosa que haga no puede erradicar la terrible inquietud que nubla los confines de su mente. En el momento de escribir este artículo, este hombre todavía se encuentra en el cubículo de acero. Nunca será libre.

Otro de los hombres de la habitación dos era un tipo sencillo y tranquilo. Los demás no se interesaron por él. Era un tipo demasiado simple. Sin embargo, ¡su sección de la sábana estaba bastante seca! Había una buena razón para ello. Sin ningún conocimiento consciente, sin planificación ni intrigas, naturalmente había ido por el buen camino. Estaba acostumbrado a retorcer sentado a horcajadas, apretando la tela con las piernas. Así, sin cuestionar, entregó todo su cuerpo a la tarea. Su corazón también; porque era un tipo tan sencillo. La parte de la sábana de este hombre estaba seca. Pero los demás ni siquiera se dieron cuenta. Era un tipo tan sencillo.

Había un hombre en la habitación dos cuyo metier en la vida siempre había sido el atajo. Como antes en los negocios, en el amor, en todas las relaciones, intentó aplicar el sistema de atajos a la tarea más importante de todas: escurrir la sábana larga. Probó una gran cantidad de trucos y pequeños engaños. Bloqueó la tubería a través de la cual los guardias bombeaban el vapor. A la mañana siguiente, como un hongo, había crecido otra pipa al lado de la primera. Intentó fingir locura. Los guardianes arrojaron cubos de agua fría a través de la luz del cielo. Parte de esta agua se pegó a la sábana, destruyendo el trabajo de todo un mes. Los otros hombres casi lo matan por esto. Una vez sobornó a uno de los guardianes para que le enviara un bote de esmalte blanco. Con esto pintó la sábana de blanco.

El esmalte se secó. ¡La sábana parecía seca! Pero, al día siguiente, los guardianes lo castigaron con un chorro de agua helada. Para evitar que el agua golpeara la sábana, el hombre tuvo que interceptar el chorro con su cuerpo. Lo hizo durante todo un día, hasta que al anochecer cayó exhausto y rodó por la cuneta central. Los guardianes, por supuesto, nunca pueden ser sobornados.

Luego hubo otro hombre que puede describirse mejor como un torpe. Trabajó duro y con seriedad. Estaba en el escurrimiento mucho antes que los demás, rara vez se acostaba hasta mucho después de que las claraboyas estaban oscuras y el aire se despejaba. Pero falló. Su mente se coordinó imperfectamente con su cuerpo. Aunque sentía que concentraba todo su esfuerzo, psíquico y físico en la tarea de retorcer, su mente divagaba hacia otras cosas. Nunca supo que esto sucedió. Pero sus manos lo hicieron. Dejaron de retorcer, o retorcieron de manera incorrecta, y las fatales gotas de humedad se acumularon. Nunca pudo entender esto. Pensó que su mente siempre estaba en el trabajo. Pero, en cambio, su mente se concentraba con demasiada frecuencia en asuntos que solo estaban cerca del trabajo, no en el trabajo en esencia.

Un pequeño ejemplo: su mente podía vagar por el músculo de su antebrazo izquierdo. Podía ver que sobresale en un tornillo hacia abajo de la ropa húmeda. Observa este bulto mientras trabaja. Entonces, el bulto absorbe su interés hasta tal punto que juega más con este brazo izquierdo para estimular aún más el bulto del músculo. En compensación, el brazo derecho afloja su esfuerzo. El retorcimiento se vuelve desigual e ineficaz. Sin embargo, durante todo este tiempo, él mismo cree honestamente que se está concentrando en su trabajo. El músculo es, de hecho, parte del trabajo. Sin embargo, es solo una faceta, no la perspectiva completa. Busca a tientas porque no ve con claridad: y para escurrir la sábana larga un hombre debe dedicar todo su pensamiento con calma y total claridad.

El quinto hombre de la habitación dos era un buen trabajador. Es decir, había encontrado la manera de retorcer eficazmente; y a veces su parte de la sábana estaba casi seca. Pero estaba pervertido. A este hombre le gustaba escurrir la sábana al máximo, ¡y luego quedarse quieto y ver cómo el vapor se depositaba en los pliegues una vez más! Le gustaba ver pudrirse los frutos de su trabajo. De esta forma se liberó de la tarea. Se liberó logrando su objetivo y luego tratándolo con el desprecio que imaginaba que merecía. Se sentía dueño del trabajo, pero en realidad nunca llegó a ser dueño de su verdadera libertad. No había pureza en este hombre. Su libertad era falsa.


SALA CUARTO: AQUELLOS QUE NUNCA BUSCARON.

La habitación número cuatro albergaba a más cautivos que las demás. Siete personas estaban apiñadas en esta única celda de vapor y acero. Había tres mujeres, una niña de doce años y tres hombres. Estas personas rara vez hacían mucho trabajo. Fueron una fuente de gran decepción para los guardianes. Para estas personas, el esfuerzo no valía la pena. La inmensidad de la tarea los había desanimado hacía mucho tiempo. Sus mentes no eran lo suficientemente grandes como para imaginar un futuro mejor.

Estaban satisfechos. Tenían su cría y su comida. El estado de vida no les interesaba. Vagamente, hubieran preferido mejores condiciones. Pero a costa del trabajo y el pensamiento, no. Esta gente era miserable y pequeña. Su deseo de libertad había sido asesinado por una torpe aceptación de su impotencia. Esto también sucedió con la niña de doce años. No tuvo más alternativa que seguir a los demás. Los guardianes nunca jugaron su truco favorito en la habitación cuatro. Por la sencilla razón de que el truco no habría tenido ningún efecto. El truco consistía en liberar pequeñas bandadas de pájaros que volaban hacia las celdas y con sus alas esparcían agua por todas partes.

Los pájaros volaban en todas direcciones y los cautivos corrían salvajemente aquí y allá en histéricos esfuerzos por atraparlos antes de que salpicaran agua sobre la sábana sagrada. Los guardianes consideraron que el elemento de azar implícito en estas aves era una sana innovación. De lo contrario, la vida de los cautivos habría estado demasiado ordenada. Debe haber riesgo, dijeron los guardianes. Y así, de vez en cuando, sin previo aviso, inyectaban a estos pajaritos mojados y los cautivos se apresuraban a proteger la pureza de su trabajo contra la interferencia del destino. Si no lograron atrapar a los pájaros a tiempo, aprendieron de esta manera cómo aceptar la desgracia: y con paciencia redoblaron sus esfuerzos para recuperar el nivel anterior de su trabajo.

Pero en la habitación cuatro los pájaros nunca volaron. El truco nunca habría afectado a sus habitantes, que ya vivían en el punto más bajo de la desgracia. Quizás la verdadera tragedia de estas personas desanimadas no fue su propia desgracia, a la que se habían acostumbrado, pero su desidia tenía su efecto en aquellos cuyas ambiciones eran puras y fuertes. La holgura fue contagiosa. De este modo. La sábana estaba tan mojada en la habitación cuatro que el agua se filtró a través de la Habitación Uno. Y en la Habitación Uno vivía el más exitoso de todos los cautivos.


SALA UNO: AQUELLOS QUE BUSCABAN DENTRO.

Había cinco de ellos en el Cubículo Uno. Cuatro hombres y una mujer. No tuvieron más éxito por su método de retorcer que por su actitud hacia el retorcido. Al principio, cuando los dejaron caer por el tragaluz, cuando vieron la sábana larga, cuando poco a poco se fueron acostumbrando a la idea de lo que les esperaba, quedaron profundamente consternados. A diferencia de los demás, pensaban que la muerte era preferible a un trabajo tan insensato e improductivo. Pero eran buenas personas. Pronto vieron más allá de la aparente monotonía. Pronto pasaron y rechazaron las diversas fases experimentadas por las otras salas. Habían conocido la derrota de la Habitación Cuatro, los terrores individuales y las fugas de la Habitación Dos, el barniz de virtud bajo el cual los habitantes de la Habitación Tres ronroneaban con tan alarmante satisfacción.

No, no pasó mucho tiempo antes de que estas buenas personas vieran más allá de lo aparente y de allí se pusieran a trabajar en cuerpo y alma, con suavidad pero con fuerza, con humildad pero sin miedo, hacia el único fin del valor: la libertad.

Primero, estas personas dijeron: «¿Improductivo? ¿La sábana larga es una monotonía sin sentido? Sí, pero, ¿por qué no? ¿En cualquier otra esfera del trabajo podríamos haber producido en última instancia algo? No es la producción lo que cuenta, sino la vida vivida en el espíritu durante la producción. La producción, el endurecimiento de los músculos, el tejido de las manos, el vertido de materiales moldeados: esto es solo un empleo para el cuerpo nervioso, el legado moribundo de la voluntad de movimiento del cazador. Deja que las manos se entrelacen, pero al mismo tiempo deja que el espíritu busque. Dale a la sábana larga el lugar que le corresponde y concéntrese en comprender mejor la libertad que es nuestro verdadero objetivo.»

Al mismo tiempo, se aseguraron de que la sábana se escurriera de manera eficiente. Organizaron un exitoso sistema de rotaciones. Probaron varios métodos y posiciones con las manos. Examinando cada detalle, seleccionando en todos los sentidos el mejor enfoque. No se sobrecargaron. No se apresuraron. Trabajaron con una resistencia rítmica, conservando esta energía. No permitieron extremos. Se aplicaron con sinceridad y buena voluntad.

Sobre todo tenían fe. Su actitud fue amplia, pero dirigida en una dirección. Su esfuerzo fue la libertad. No temían ni al trabajo ni a la debilidad. Estas cosas no existían para ellos: su existencia era un material a través del cual podían lograr, mediante una comprensión tranquila y sensible, la meta de la libertad perfecta.

Gradualmente, estas personas lograron su fin. A pesar del vapor, a pesar de los pájaros mojados, a pesar del contagio acuoso que se filtraba desde la habitación de los vencidos, a pesar de las largas horas y el calor y el horizonte cuadrado de acero oxidado, su espíritu prevaleció y lograron la pureza que buscaban.

Un día, siete años después, la húmeda sábana gris amaneció de un blanco brillante: seca como el marfil del desierto, seca como el polvo de mármol.

Llamaron a los guardianes a través del tragaluz. Aparecieron los rostros graves. Con frialdad, los guardianes miraron la sábana blanca. Hubo asentimientos de aprobación.

—Libertad —dijeron los cautivos.

Los guardias sacaron sus grandes mangueras y rociaron la sábana blanca empapada de gris con una enorme presión de agua.

—Ya la tienen —respondieron—. La libertad radica en una actitud del espíritu. No hay otra libertad.

Y los tragaluces se cerraron silenciosamente.

William Sansom (1912-1976)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de William Sansom.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de William Sansom: La sábana larga (The Long Sheet), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Franz Kafka: cuentos destacados


Franz Kafka: cuentos destacados.




Franz Kafka (1883-1924) fue uno de los más originales escritores del siglo XX. De hecho, Jorge Luis Borges comenta que los cuentos de Franz Kafka, es decir, su lectura, influyeron poderosamente incluso sobre obras escritas con anterioridad. Si un solo relato fantástico puede cambiar nuestra perspectiva, y transformar para siempre todo lo que hemos leído, todo lo que leeremos en el futuro, éste seguramente pertenece a la producción literaria de Kafka.

Aquí iremos reuniendo los mejores cuentos de Kafka.




Cuentos de Franz Kafka:
  • El buitre (Der geier)
  • El híbrido (Eine kreuzung)
  • El silencio de las sirenas (Das schweigen der sirenen)
  • La condena (Das Urteil)
  • La verdad sobre Sancho Panza (Die wahrheit über Sancho Pansa)
  • Prometeo (Prometheus)
  • A decir verdad, el asunto.
  • Aforismos de Zürau (Die Zürauer Aphorismen)
  • Al llegar a casa por la tarde.
  • Amaba a una muchacha.
  • Ante la ley (Vor dem Gesetz)
  • Aquella noche en que el ratoncito.
  • Ayer estuve por primera vez en las oficinas de la dirección.
  • Ayer vino a casa una extenuación.
  • Barullo.
  • Blumfeld, un soltero.
  • Cartas a Felice (Briefe an Felice)
  • Carta al padre (Brief an den Vater)
  • Cartas a Milena (Briefe an Milena)
  • Cartas a Ottla y a la familia (Briefe an Ottla und die Familie)
  • Chacales y árabes (Schakale und Araber)
  • ¿Cómo es eso, cazador Gracchus?
  • Contemplación (Betrachtung)
  • Conversación con el borracho (Gespräch mit dem Betrunkenen)
  • Conversación con el orante (Gespräch mit dem Beter)
  • Cuadernos en octavo (Oxforder Oktavhefte)
  • Descripción de una lucha (Beschreibung eines Kampfes)
  • Desde Matlárháza.
  • Desenmascaramiento de un engañabobos (Entlarvung eines Bauernfängers)
  • Deseo de convertirse en indio (Wunsch, Indianer zu werden)
  • Diarios (Tagebücher)
  • Dos niños estaban sentados.
  • El camino a casa (Der Nachhauseweg)
  • El castillo (Das Schloß)
  • El desaparecido (Der Verschollene)
  • El fogonero (Der Heizer)
  • El jinete del cubo (Der Bau)
  • El maestro del pueblo o El topo gigante.
  • El nuevo abogado (Der neue Advokat)
  • El pasajero (Der Fahrgast)
  • El paseo repentino (Der plötzliche Spaziergang)
  • El peso de mi negocio recae por completo sobre mí.
  • El proceso (Der Prozeß)
  • El pueblo más cercano (Das nächste Dorf)
  • El rechazo (Die Abweisung)
  • El tendero (Der Kaufmann)
  • En la colonia penitenciaria (In der Strafkolonie)
  • En la galería (Auf der Galerie)
  • Era verano, un día caluroso.
  • Érase una vez una comunidad de canallas.
  • Estaba invitado entre los muertos.
  • Informe para una academia (Ein Bericht für eine Akademie)
  • Investigaciones de un perro (Forschungen eines Hundes)
  • Josefina la cantora o El pueblo de los ratones (Josefine, die Sängerin, oder Das Volk der Mäuse)
  • K. era un gran prestidigitador.
  • La excursión a la montaña (Der Ausflug ins Gebirge)
  • La desventura del soltero (Das Unglück des Junggesellen)
  • La metamorfosis (Die Verwandlung)
  • La muralla china (Beim Bau der chinesischen Mauer)
  • La ventana a la calle (Das Gassenfenster)
  • Los aeroplanos en Brescia (Die Aeroplane in Brescia)
  • Los árboles (Die Bäume)
  • Los transeúntes (Die Vorüberlaufenden)
  • Me encontraba cerca de la puerta.
  • Mirando distraídamente fuera (Zerstreutes Hinausschaun)
  • Mis dos manos empezaron a pelearse.
  • Niños en el camino vecinal (Kinder auf der Landstraße)
  • Once hijos (Elf Söhne)
  • ¿Quieres irte lejos de mí?
  • Poseidón (Poseidon)
  • Preocupaciones de un padre de familia (Die sorge des Hausvater)
  • Preparativos de boda en el campo (Hochzeitsvorbereitungen auf dem Lande)
  • Primer capítulo del libro Richard y Samuel.
  • Primer sufrimiento (Erstes Leid)
  • Resoluciones (Entschlüsse)
  • Seguramente debería haberme ocupado antes.
  • Ser desdichado (Unglücklichsein)
  • Tema de reflexión para jinetes que montan caballos propios (Zum Nachdenken für Herrenreiter)
  • Una mañana, el abogado Bucephalas.
  • Una mujercita (Eine kleine Frau)
  • Una novela de juventud (Ein Roman der Jugend)
  • Una revista extinta.
  • Un artista del hambre (Ein Hungerkünstler)
  • Una vida.
  • Una visita a la mina (Ein Besuch im Bergwerk)
  • Un brevario para damas.
  • Un cruzamiento.
  • Un estudiante, joven ambicioso.
  • Un fratricidio (Der Mord)
  • Un médico rural (Ein Landarzt)
  • Un mensaje imperial (Eine kaiserliche Botschaft)
  • Un sueño (Ein Traum)
  • Un suceso cotidiano.
  • Un viejo manuscrito (Ein altes Blatt)
  • Vestidos (Kleider)
  • Y la gente bien vestida.
  • Yo estaba rígido y frío.




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


El artículo: Franz Kafka: cuentos destacados fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

G.K. Chesterton: cuentos destacados


G.K. Chesterton: cuentos destacados.




Gilbert Keith ChestertonG.K. Chesterton (1874-1936)— fue, entre otras cosas, un verdadero maestro del cuento policial, género en el cual se destacó con uno de los más importantes detectives literarios: el Padre Brown, un viejo sacerdote católico empeñado en resolver toda clase de misterios.

Pero los cuentos de G.K. Chesterton van más allá del relato de detectives: su afición por la paradoja, y también por la parábola, lo condujeron a concebir relatos sumamente simbólicos y ricos en términos psicológicos, a tal punto que Jorge Luis Borges, nada menos, lo emparentó con el estilo de Franz Kafka.

En este segmento iremos repasando algunos de los más destacados cuentos de G.K. Chesterton, un autor fundamental y que nunca deja de sorprender.




Cuentos de G.K. Chesterton:




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


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Estremecedoras últimas palabras de 10 grandes autores


Estremecedoras últimas palabras de 10 grandes autores.




Resulta difícil imaginar que cualquiera de nosotros, en su lecho de muerte, tuviese el deseo o la voluntad de pronunciar una frase para la posteridad. Por otro lado, también se presenta el problema de la sincronicidad. Uno puede creer que está a punto de morir y, entre balbuceos y esputos sanguinolentos, formular una frase demoledora, y luego tener la mala fortuna de vivir uno o dos días más, o un mes, con lo cual el efecto quedaría bastante deslucido.

A propósito, hay quien recomienda que, al momento de sentir que la muerte se aproxima, es conveniente decir unas últimas palabras concebidas con anterioridad, y luego abstenerse de realizar mayores comentarios.

Pero lo cierto es que algunos sujetos son condenadamente originales, incluso en presencia de la muerte. A continuación, repasamos las mejores últimas palabras de 10 grandes autores.




10- Jane Austen (1775-1817)


Sin un diagnóstico claro (aunque hoy se cree que padecía la enfermedad de Addison), y presa de terribles dolores renales, Jane Austen, autora de Orgullo y prejuicio (Pride and Prejudice), agonizaba en la ciudad de Winchester. Cuando su hermana, Cassandra, se acercó a su lecho de muerte para preguntarle si quería algo, Jane Austen dijo sus últimas palabras:


Nada más que la muerte.
(Nothing, but death)



9- Lord Byron (1788-1824)


La muerte de Lord Byron se produjo gracias al aporte de médicos inescrupulosos. Un simple resfrío, mientras andaba a caballo, fue atendido con la aplicación de sanguijuelas en la frente, lo cual era bastante normal; pero como la fiebre no menguaba, se le colocaron docenas y docenas de sanguijuelas más en todo el cuerpo. Fue así que Lord Byron perdió varios litros de sangre y falleció en menos de veinticuatro horas. Sus últimas palabras, un tanto lacónicas, fueron las siguientes:


Ahora iré a dormir. Buenas noches.
(Now I shall go to sleep. Goodnight)



8- Elizabeth Barrett Browning (1806–1861)


Elizabeth Barrett Browning, la gran poetisa victoriana, sufrió desde muy joven una fuerte afección pulmonar. Si bien existen muchas especulaciones al respecto, la mayoría coincide en que padecía tuberculosis. Pasó gran parte de 1861 postrada. El 29 de junio de ese mismo año pronunció sus últimas palabras cuando su esposo, el poeta Robert Browning, se acercó a su cama para preguntarle cómo se sentía:


Hermosa.
(Beautiful)



7- Saki (1870-1916)


Saki —seudónimo de H.H. Munro— fue un notable autor de cuentos macabros. A pesar de que no estaba obligado, por su edad, de todos modos se alistó entre los Fusileros Reales, donde ejerció el cargo de sargento, y luchó en la Primera Guerra Mundial. El 13 de noviembre de 1916, durante la batalla de Beaumont Hamel, gritó sus últimas palabras a un compañero de trinchera, justo antes de ser alcanzado en la cabeza por la bala de un francotirador:


¡Apaga ese maldito cigarrillo!
(Put that bloody cigarette out)



6- Thomas Carlyle (1795-1881)


Thomas Carlyle fue un fantástico erudito escocés, autor del Sartor Resartus y otras obras inmortales. Su temperamento, de acuerdo a quienes lo conocieron, fue notablemente agrio, quizás debido a la úlcera estomacal que lo acompañó a lo largo de toda su vida adulta. El 5 de febrero de 1881, mientras se encontraba en su lecho de muerte en la ciudad de Londres, Thomas Carlyle pronunció sus últimas palabras; muy afines a su espíritu crítico:


Entonces, esto es la muerte. Bien.
(So, this is death. Well)



5- J.M. Barrie (1860–1937)


J.M. Barrie, autor de Peter Pan, contrajo de una devastadora neumonía que finalmente acabaría con su vida. Antes de unirse a la alegre tribu de los Niños Perdidos, ya postrado, el 19 de junio de 1937 le susurró sus últimas palabras a su amiga y secretaria personal, la escritora Cynthia Asquith:


No puedo dormir.
(I can’t sleep)



4- Franz Kafka (1883–1924)


Presa de los horribles sufrimientos de la tuberculosis de laringe, que lo obligaban a alimentarse principalmente de líquidos, Franz Kafka fue internado de urgencia en una clínica de la ciudad de Praga. El 3 de junio de 1924, atravesado por el dolor, exclamó sus últimas palabras al doctor que lo atendía, reclamándole una dosis letal de morfina:


¡Máteme, o de lo contrario será usted un asesino!
(Töte mich, oder du bist ein Mörder!)



3- Emily Dickinson (1830–1886)


Emily Dickinson pasó los últimos meses de su vida en cama debido a una afección hepática. En el proceso sufrió alucinaciones de todo tipo, la mayoría, horrendas, aunque de hecho enfrentó a la muerte con una entereza notable. Exactamente a las seis de la tarde del 15 de mayo de 1886, con el último aliento, susurró sus últimas palabras a su hermano, Austin:


Déjanos entrar; la niebla está subiendo.
(Let us go in; the fog is rising)



2- O. Henry (1862–1910)


O. Henry —seudónimo de William Sydney Porter— fue uno de los grandes escritores norteamericanos de su tiempo. Sufría de alcoholismo, diabetes, y finalmente de cirrosis, la cual finalmente lo llevaría a la tumba. Sus últimas palabras, pronunciadas en un hospital de la ciudad de Nueva York, evidencian su impresionante talento para escribir finales estremecedores:


Enciendan las luces, no quiero ir a casa en la oscuridad.
(Turn up the lights, I don’t want to go home in the dark)



1- Voltaire (1694–1778)


Voltaire —seudónimo del filósofo francés François-Marie Arouet— vivió una vida larga y plena, irreverente, en muchos casos, y también polémica, pero brillante desde todo punto de vista. En 1778, a los ochenta y tres años de edad, regresó a la ciudad de París. El 30 de mayo de ese mismo año comenzó a sentirse mal, y su estado de salud empeoró rápidamente. Sus allegados, temiendo por su alma inmortal, mandaron a llamar a un sacerdote.

Voltaire, que rechazaba la fe pero defendía la tolerancia por encima de todas las cosas, aceptó la visita; según algunos, por simple cortesía, otros, porque el filósofo no dejaba pasar ninguna ocasión para emitir sentencias demoledoras. Cuando el sacerdote le preguntó si estaba dispuesto a aceptar a Dios en su corazón y renunciar a Satanás, Voltaire respondió lo siguiente, minutos antes de morir:


Oh, no, este no es momento para hacer nuevos enemigos.
(Oh non, ce n'est pas le moment de se faire de nouveaux ennemis)




Autores con historia. I Taller de literatura.


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Esos libros que vale la pena leer


Esos libros que vale la pena leer.




La imagen del lector consumido por la voracidad, rodeado de libros antiguos en una biblioteca desarticulada, con el gesto adusto, casi catatónico, se diría, responde a necesidades míticas que no se corresponden con la realidad.

Sin embargo, el lector apasionado acaso puede sentirse intimidado por la cifra de libros que nunca podrá leer; y no precisamente por ausencia de deseo, sino de tiempo, de vida.

Además, distracciones miserables como el trabajo, los hijos, la higiene más elemental, juegan en su contra; de tal modo que el tiempo real que disponemos para leer un libro es mucho más exiguo del que pensamos.

Hay incontables libros hermosos que nunca leeremos, esto es un hecho, razón por la cual el mejor lector posible no es aquel que aspira a abarcar la totalidad de la literatura, del mismo modo que un hombre sensato no invertiría su vida entera en conquistar a todas las mujeres hermosas que se mantienen prudentemente alejadas de sus manos.

Frente a esta imposibilidad se abren dos alternativas: o invertimos toda nuestra vida intentando reducir esa cifra de obras postergadas o bien nos dedicamos exclusivamente a los libros que vale la pena leer.

Este segundo camino, más simple en términos prácticos, presenta otras dificultades.

¿Cuáles son esos libros? ¿Cómo reconocerlos entre los inmensos bosques boreales y selvas amazónicas que excretan las imprentas?

Vivimos en una era donde todo tiende a medirse en términos acumulativos; no obstante, los placeres no pueden cuantificarse, justamente porque pertenecen al reino de lo subjetivo. En este sentido, pensar en los libros prescindiendo de la subjetividad y del placer es rebajar la experiencia de la lectura a un mero hábito.

Los libros sólo se acumulan en las bibliotecas, no en los lectores; a nosotros nos pertenece la subjetividad del autor, mezclada con la nuestra y la de nuestro tiempo. Nadie lleva encima todos los libros que leyó pero sí aquella alquimia que únicamente puede medirse por sensaciones, estremecimientos, por la íntima certeza de que el autor, cualquiera de ellos, nos ha susurrado un secreto al oído.

Ahora bien, si la vida es un recurso no renovable, y si solo disponemos de una vida y un tiempo para invertirlos en los libros que vale la pena leer, entonces debemos ser capaces de identificarlos.

Desde luego que sería inadecuado, y hasta absurdo, hablar aquí de títulos. La respuesta, en todo caso, debería provenir de otros lectores que hayan conseguido la perspicacia necesaria para advertir esas sensaciones, esos estremecimientos, ese secreto.

En esta ocasión, el lector sagaz es nada menos que Franz Kafka, quien los veintitrés años de edad definió la cuestión en los siguientes términos:


Si un libro no nos despierta como un puño que nos atravesara el cráneo, ¿qué sentido tendría leerlo? ¿Para sentirnos satisfechos? ¿Para que nos haga felices? Por Dios, también seríamos felices si no tuviéramos libros en absoluto, e incluso podríamos, de ser necesario, escribir nosotros mismos los libros que nos hagan felices. A lo que debemos aspirar, y también temer, es a los libros que se precipitan sobre nosotros como la mala fortuna, los que nos perturban de principio a fin, como la muerte de un ser querido, como el suicidio. Un libro debe ser como un bloque de hielo que rompa la continuidad del océano helado que tenemos dentro.




Libros extraños y lecturas extraordinarias. I Libros prohibidos.


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Estadísticas del AMOR y el BESO en las novelas románticas


Estadísticas del AMOR y el BESO en las novelas románticas.




Es fácil caer en la suposición de que en todas las novelas del romanticismo, y aún en las novelas victorianas, el amor florece casi como una consecuencia inevitable; una fungosidad empalagosa, se diría, producto de la frecuentación y el hastío de sus protagonistas a propósito de la constipación reinante en sus sociedades.

En este escenario el AMOR y el BESO deberían reinar por encima de otras emociones, de otros rituales; sin embargo, la diferencia estadística entre unos y otros es realmente notable.

Tomemos como ejemplo una breve lista de novelas clásicas de amor, algunas provenientes del romanticismo, otras del período victoriano, y analicemos la cantidad de veces que mencionan la palabra AMOR y el número de BESOS que realmente describen.



Jane Eyre (Jane Eyre, Charlotte Brontë)
235 veces utiliza la palabra AMOR.
51 BESOS.

No es extraño que Charlotte Brontë haya liberado sus deseos de gritar la palabra AMOR en Jane Eyre. Estaba acostumbrada a disimular esas expresiones de afecto ya que amaba secretamente a un hombre casado, un acartonado profesor, con quien intercambiaba cartas de perfil más bien discreto.

Esa prudencia de Charlotte Brontë para proteger el honor de su amado quedó totalmente devastada en la novela Villette (Vilette), donde justamente retrata la relación clandestina de una mujer obsesionada con un profesor Belga.


Cumbres borrascosas (Wuthering Heighs, Emily Brontë)
128 veces utiliza la palabra AMOR.
36 BESOS.

No debemos dejarnos confundir por esta estadística.

Si bien es cierto que Emily Brontë emplea muchas veces la palabra AMOR, dejándonos además algunos BESOS memorables, la palabra que mas insiste en Cumbres borrascosas es VENGANZA.



Orgullo y prejuicio (Pride and Prejudice, Jane Austen)
122 veces utiliza la palabra AMOR.
3 BESOS.

Sensatez y sentimientos (Sense and Sensibility, Jane Austen)
124 veces utiliza la palabra AMOR.
6 BESOS.

Casi como si se tratara de una receta de cocina, Jane Austen emplea casi la misma cantidad de veces la palabra AMOR en Orgullo y prejuicio y Sensatez y sentimientos. Lo curioso es que, al menos en la obra de Jane Austen, la palabra AMOR no fatiga al lector, aún cuando aparezca varias veces en una misma oración:

«La imaginación de una mujer muy rápida; salta de la admiración al amor y del amor al matrimonio en un instante»

(A lady's imagination is very rapid; it jumps from admiration to love, from love to matrimony in a moment)

También hay que decir que, al menos en Sensatez y sentimientos, el AMOR y los BESOS ocurren en la primera parte de la novela, y están prácticamente ausentes al final.


Pero la cuestión del AMOR y los BESOS no es una problemática de género, o quizás sí; muchos autores varones alcanzan cifras astronómicas, muy superiores a las de las mujeres.

El ejemplo más notable es León Tolstói.

Anna Karenina (Anna Karenina, León Tolstói)
633 veces utiliza la palabra AMOR.
118 BESOS.

Resulta bastante difícil entender cómo diablos en una novela donde el AMOR y los BESOS abundan de esta manera todo finalice con uno de los suicidios más clásicos de la literatura.






Tess la de los d'Urberville (Tess of the d'Urbervilles, Thomas Hardy)
226 veces utiliza la palabra AMOR.
45 BESOS.

Thomas Hardy desafía las costumbres de su época al desnudar algunas cuestiones de las que nadie se atrevía a hablar, por ejemplo, de violación.

De hecho, la gran mayoría de los BESOS que recibe la pobre Tess proceden de Alec, un psicópata libertino que suele tomarlos por la fuerza.


Se podría decir que estas tendencias obsoletas son producto de una época y que luego se fueron aplazando o sustituyendo por otras.

Tomemos como ejemplo el clásico de Franz Kafka:

La metamorfosis (Die Verwandlung, Franz Kafka)
4 veces utiliza la palabra AMOR.
2 BESOS.











Esto nos tranquiliza como lectores. Por fin el AMOR dejó de ser una abstracción secuestrada por sentimentalismos. Ya no habrá clásicos de la literatura que abusen del AMOR y los BESOS con semejante ligereza, al menos en obras totalmente desligadas del romanticismo...

Entonces aparece él, con sus cifras siderales, y lo cambia todo, lo revierte, pero utilizando la misma abundancia.

Ulises (Ulysses, James Joyce)
412 veces utiliza la palabra AMOR.
98 BESOS.

Imposible suprimir siquiera uno solo de ellos.










Autores con historia. I Antologías.


Más literatura gótica:
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Franz Kafka: documental

Documental sobre la vida y obra del escritor checo Franz Kafka (1883-1924).


¿Quién era Kafka?




Más autores con historia:
El resumen del documental: ¿Quién era Kafka? Documental sobre la obra y vida de Kafka fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Kafka se encuentra con lo kafkiano

Nuevo programa de El Espejo Gótico Radio, esta vez repasando el choque de un hombre con las circunstancias proféticas de una obra inédita.

El protagonista de esta colisión es nada menos que Franz Kafka, tal vez el primer autor en enfrentarse mano a mano con lo kafkiano.


Kafka y lo kafkiano.



20 cuentos de fantasmas poco conocidos


20 cuentos de fantasmas poco conocidos.




Historias de fantasmas (Ghost Stories) agrupa una serie de 20 cuentos de fantasmas poco conocidos; así como otros recopilados en innumerables antologías.

La selección queda justificada con la inclusión de algunas rarezas dignas de mención.







20 cuentos de fantasmas poco conocidos.
Ghost Stories.
  • Corazones perdidos (Lost Hearts, M.R. James)
  • ¿Fué un sueño? (Guy de Maupassant)
  • La Abadía de Thurnley (Thurnley Abbey, Perceval Landon)
  • La bestia con cinco dedos (The Beast with Five Fingers, William Fryer Harvey)
  • La pata de mono (The Monkey's Paw, W.W. Jacobs)
  • Señora Lunt (Mrs. Lunt, Hugh Walpole)
  • Abandonado en la oscuridad (Left in the Dark, John Gordon)
  • El abogado y el fantasma (The Lawyer and the Ghost, Charles Dickens)
  • El emisario (The Emissary, Ray Bradbury)
  • El espejo de John Pettigrew (John Pettigrew's Mirror, Ruth Manning-Sanders)
  • El flautista a las puertas del alba (The Piper at the Gates of Dawn, Kenneth Grahame)
  • El llamado en la puerta de Manor (Franz Kafka)
  • El pequeño perro amarillo (The Little Yellow Dog, Mary Williams)
  • El perro de Shepherd (The Shepherd's Dog, Joan Marsh)
  • La bruja del ayer (Yesterday's Witch, Gahan Wilson)
  • Los lirios (The Lilies, Alison Prince)
  • No está en casa (Not At Home, Jean Richardson)
  • Señorita Montaña (Miss Mountain, Philippa Pearce)
  • Sredni Vashtar (Sredni Vashtar, Saki)
  • Una legión va marchando (A Legion Marching By, John Hynam)
  • Un par de manos (A Pair of Hands, Arthur Quiller-Couch)




Antologías. I Relatos de fantasmas.


El análisis y resumen del libro: Historias de fantasmas (Ghost Stories) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Análisis de «Christabel» de Samuel Coleridge.
Poema de Elizabeth Akers Allen.
Relato de Carl Jacobi.


Poema de Amy Lowell.
Poema de Dora Sigerson Shorter.
Poema de Thomas Lovell Beddoes.