«La sábana larga»: William Sansom; relato y análisis


«La sábana larga»: William Sansom; relato y análisis.




La sábana larga (The Long Sheet) es un relato de terror del escritor inglés William Sansom (1912-1976), publicado en la antología de 1944: Flor de bombero y otras historias (Fireman Flower and Other Stories).

La sábana larga, sin dudas uno de los mejores cuentos de William Sansom, nos sitúa en una prisión distópica, donde los prisioneros solo deben escurrir con sus manos una larga sábana blanca, hasta dejarla completamente seca, para obtener su libertad.

SPOILER.

La sábana larga de William Sansom es un relato que impacta de manera personal. Es un viaje kafkiano, dantesco, a través de una prisión distópica donde un singular método de tortura sirve como reflejo de las diferentes actitudes individuales y sociales hacia el trabajo. Este método de tortura, en apariencia, es muy simple: si los prisioneros logran escurrir una sábana larga con sus propias manos serán liberados.

Los prisioneros han sido colocados en cubículos separados dentro de una estructura de acero en forma de túnel, a través de la cual se extiende una sábana larga y blanca empapada de agua. Se les encomienda la tarea de escurrirla completamente de humedad. Pronto los prisioneros descrubren que no será una tarea sencilla, sino una que tomará meses, quizás años. Los guardias, naturalmente, emplean trucos crueles para complicar el trabajo, como liberar vapor para asegurarse de que los prisioneros no progresen a menos que trabajen constantemente. Ante esta tarea digna del mito griego de Sísifo, los presos de cada cubículo desarrollan sus propias estrategias, y lo que es aún más importante, su propia cultura de trabajo (ver: ¿De qué trabajan?: personajes desempleados en el Horror)

Los cubículos pronto se transforman en una versión del infierno donde el castigo administrado es el mismo para todos, pero el sufrimiento de los prisioneros varía según su actitud hacia el trabajo. Por ejemplo, en la Sala Tres hay dos parejas y un tendero serbio que desarrollan una rutina para cumplir con su tarea. Sin embargo, la atención del grupo se centra tanto en la rutina que pierden de vista la tarea en sí. En cierto modo, cumplen con su obligación y luego «regresan a casa» para darse un merecido descanso, con el resultado de que la sábana permanece mojada y ellos presos. Las Salas Dos y Cuatro contienen personas igualmente desesperadas. En la Sala Dos, hay un hombre que intenta tomar tantos atajos como sea posible, cada uno de los cuales es frustrado por los guardias, perjudicándose él mismo pero también a sus compañeros. También hay un sujeto con temores infantiles a las sábanas, que nunca será libre porque su miedo lo obstaculiza; otro que se distrae fácilmente, y hasta un tipo que le gusta escurrir la sábana para ver cómo el vapor la humedece nuevamente. Cada una de estas personas continúa encerrada tanto por su propia actitud como por las paredes de acero.

En la Sala Cuatro, hay un grupo de personas [incluida una niña de doce años] que ya han renunciado a la libertad. Están resignados a su destino y no se esfuerzan en escurrir la sábana. Finalmente, en la Sala Uno, William Sansom introduce un rayo de esperanza. Hay un grupo de hombres y mujeres que se resisten a realizar trabajos improductivos, pero eligen hacerlo de todos modos. Escurrir la sábana es una tarea esencialmente inútil, pero a estas personas no les importa la productividad sino el trabajo en sí mismo; es decir, pueden sentir una cierta libertad si se aplican a su trabajo con una actitud emprendedora. Bajo esta energía, perfeccionan las técnicas de escurrido, evaluando constantemente la mejor manera de trabajar. Y trabajan duro, por turnos, incansablemente.

Poniendo toda su energía y creatividad al problema en cuestión, después de siete años logran secar la sábana y ganarse su libertad... solo para que los guardianes empapen la sábana nuevamente. Los guardias hacen esto porque los prisioneros, en cierto modo, ya tienen su libertad, la cual radica en una actitud. «No hay otra libertad», sostienen, y esa última línea es aplastante. William Sansom parece sugerir que realmente no hay libertad en absoluto, aparte de la actitud personal de cada uno. Las acciones de los guardianes representan esta realidad: trabajamos toda la vida y soñamos con la libertad, pero esta nunca se alcanza salvo que la busquemos en nuestro interior, independientemente de lo que sucede alrededor.

La sábana larga de William Sansom parece particularmente adecuado para una interpretación marxista (ver: El Marxismo en el Horror: los pobres siempre mueren primero), debido a esta especie de exposición simbólica de la falacia capitalista de que una actitud emprendedora y un pensamiento positivo realmente te hacen libre. ¿Quién sabe? Tal vez este idealismo solo haga una fuerza de trabajo más dócil y productiva. Creer que la libertad está en la actitud de espíritu puede consolar al trabajador [sobre todo en un trabajo de mierda], pero en realidad lo distrae de su verdadera condición de alienación.

La verdadera libertad solo puede ocurrir cuando los trabajadores controlan el trabajo por sí mismos y se apoderan de los medios de producción. El hecho de que los guardianes puedan mojar tu sábana en cualquier momento, arbitrariamente, muestra la relación real entre trabajador y empleador, y que lo que realmente se necesita es una revuelta contra los guardianes, en lugar de jugar con sus reglas.

Pero una interpreación marxista de La sábana larga de William Sansom, por seductora que sea, parece inadecuada, porque incluso después de una revolución comunista, todavía tendríamos que trabajar en profesiones ingratas. La actitud bien puede ser toda la libertad que podamos ejercer. Si uno se dedica a la tarea de escurrir la sábana larga con fe, tenacidad e ingenio, no se convertirá en un prisionero de sí mismo, como los internos de las Salas Dos, Tres y Cuatro. Camus probablemente diría que es la actitud interior ante el desafío lo que le da a Sísifo su sentido de dignidad. En La sábana larga de William Sansom hay una observación existencialista similar sobre la condición humana.

William Sansom es uno de esos autores que premian la relectura de sus historias, y La sábana larga es un ejemplo notable de esto. Si bien el relato posee una atmósfera y una estructura kafkiana, se publicó antes de la traducción al inglés de En la Colonia Penitenciaria (In der Strafkolonie). Sin embargo, el uso de rituales extraños para iluminar aspectos oscuros de la sociedad está presente en ambas historias. De este modo, lo que comienza como un simple ejercicio se convierte en una pesadilla de desmoralización humana (ver: Kafka y lo kafkiano)

La filosofía de Albert Camus parece ser más adecuada para interpretar La sábana larga, sobre todo su ensayo de 1942: El mito de Sísifo (Le Mythe de Sisyphe). Si bien no se publicó en inglés hasta 1955, no es improbable que William Sansom haya leído a Camus en la edición francesa de 1942, ya que trabajó en Alemania y además escribió una biografía de Proust. En todo caso, William Sansom aborda en La sábana larga la misma pregunta que Albert Camus en El mito de Sísifo: el suicidio. Camus planteó que juzgar si la vida vale o no ser vivida equivale a responder a la pregunta fundamental de la filosofía; y esta es la pregunta central de La sábana larga. ¿Qué define una buena vida? ¿Qué define su calidad? ¿Es la acción o la actitud? ¿Y por qué estos cautivos no cortan la sábana en tiras y se cuelgan?

La libertad radica en una actitud del espíritu. No hay otra libertad, dicen los guardias antes de mojar de nuevo la sábana, luego de que los prisioneros trabajaron siete años para secarla. Esta línea es emblemática del absurdo, donde reberlarse contra la futilidad crea significado. Tal vez los prisioneros no se suicidan porque han llegado a la misma conclusión que Camus: Con la mera actividad de la conciencia transformo en regla de vida lo que era una invitación a la muerte, y me niego al suicidio.

Los prisioneros de La sábana larga no se rebelan. Algunos hacen trampa, otros se entregan a su destino, y finalmente están los que abordan el trabajo con esfuerzo y responsabilidad, acaso esperando obtener algo de conciencia mediante un trabajo inútil. Al hablar de Sísifo, Camus hace un punto igualmente aplicable a La sábana larga. Los dioses [o los guardianes en este caso] creen que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil. Entonces, la verdadera tragedia proviene de la conciencia del héroe. El mito de Sísifo [condenado a empujar una piedra por la ladera de una montaña, hasta la cima, solo para que esta caiga rodando y así empezar todo de nuevo] solo es trágico porque el héroe está consciente. ¿Dónde estaría su tortura [se pregunta Camus] si a cada paso lo mantuviera la esperanza de triunfar?.

La sábana larga nos presenta otra tentación, mencionada al pasar: compararla con En la Colonia Penitenciaria. Si bien ambas tratan temas similares, como la deshumanización y la tortura, la historia de Franz Kafka tiene un enfoque muy diferente, adopta una perspectiva al ras del suelo, se embarra, en cierto modo; mientras que el relato de William Sansom es más bien documental. Se aleja de los sujetos observados, a tal punto que ni siquiera tienen nombres. Y aunque el lector rápidamente empatiza con dolor de los cautivos, la voz fría del narrador nunca flaquea.

En cierto modo, escribir en El Espejo Gótico se siente un poco como escurrir una sábana mojada día tras día. ¿Acaso sirve de algo? No estoy seguro. Probablemente no, pero lo hago de todos modos porque quizás esta sea la única libertad que conozco.




La sábana larga.
The Long Sheet, William Sansom (1912-1976)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


¿Alguna vez has escurrido ropa mojada? ¿La exprimiste hasta dejarla completamente seca, con solo el agarre de tus dedos y los músculos de tus brazos? Si lo has hecho comprenderás mejor la situación de los cautivos en el Dispositivo Z cuando los guardianes les asignan la tarea de la sábana larga.

Recordarás cómo, después de estirar el paño entre las manos, comienzas girando un extremo, sosteniendo el otro firmemente para que el agua salga de la tela. Al principio, el agua sale a borbotones, pero luego debes girar ambas manos en diferentes direcciones, blanqueando tus nudillos, estirando cada fibra de tu diafragma, ¡y todo para extraer la más pequeña gota de humedad! El músculo de tu brazo se hincha como un huevo, pero la gota húmeda sigue siendo la cabeza de un alfiler. A medida que trabajas, la tela cambiará gradualmente de un color gris a la blancura de un hueso seco. ¡Sin embargo, incluso entonces la tela estará mojada! Aun así, sigues tensando tus músculos; entonces, ¡por fin!, crees que el paño ya está seco… pero en el segundo siguiente la punta de un dedo tiembla trágicamente al tocar un velo frío y oculto de humedad que se adhiere profundamente a los hilos entrelazados.

Así, pues, era la tarea de los cautivos.

Fueron colocados en una habitación de acero, sin ventanas ni puertas. Tenía unos dos metros de ancho y dos de alto; y treinta metros de largo. Parecía un túnel rectangular sin entrada ni salida. Sin embargo, la sensación en el interior no era realmente la de un túnel. Por ejemplo, una cantidad de luz fluía a través de gruesos paneles de vidrio colocados a intervalos a lo largo del techo. Estos eran los tragaluces, y a través de ellos los cautivos habían caído en la caja. La impresión de vivir en un túnel era compensada por un sistema de paredes de cubículos que separaban a los cautivos en grupos. Estas paredes estaban hechas del mismo acero remachado que las paredes principales: no había comunicación de cubículo a cubículo excepto a través de medio pie de espacio dejado entre la parte superior de la pared y el techo. Así, cada grupo de cautivos ocupaba, por así decirlo, una pequeña habitación. Había veintidós cautivos. Se agruparon en número desigual en cuatro cubículos.

A lo largo de todo este sistema, elevado a un metro del suelo, pasando por el centro mismo de cada habitación, corría una sábana larga y enrollada. Estaba hecha de lino blanco, tosco, enrollado en un cilindro suelto de tela de unos quince centímetros de diámetro.

Cuando los cautivos fueron arrojados por primera vez a sus cubículos, la sábana larga estaba cargada de agua. Los guardianes habían empapado el material tan a fondo que hasta en los pliegues el agua se había acumulado. Los guardianes luego dieron sus instrucciones. Los cautivos debían escurrir la sábana para secarla. No se podía retorcerla hasta lo que normalmente llamaríamos un estado seco, como el de la ropa recién lavada y lista para ventilar. Por el contrario, esta sábana debía purgarse de toda humedad. Debía exprimirse hasta dejarla tan seca como un hueso.

Esto, concluyeron los guardianes, podría llevar mucho tiempo. Incluso podría llevar meses de arduo trabajo. De hecho, habían tenido especial cuidado en tratar el lino para que fuera duradero durante un período prolongado. Pero cuando finalmente se completara la tarea, los hombres y mujeres tendrían su recompensa. Serían liberados.

Cuando los rostros graves de los guardianes desaparecieron y el tragaluz de cristal se cerró, los cautivos sonrieron por primera vez. Durante meses habían vivido con el miedo a la muerte, se habían encogido en la incesante aprensión de los terribles artilugios que les aguardaban. ¡Y ahora ese futuro se había convertido en el retorcimiento de una simple sábana! Una sábana larga, era cierto. Pero era un juego de niños en comparación con lo que esperaban. Así muchos se tiraron sobre el suelo de acero. Pocos pusieron una mano sobre la sábana ese día.

Pero después de tres meses, los cautivos comenzaron a darse cuenta del verdadero alcance de su tarea. Para entonces, cada grupo de cada cubículo había exprimido la peor cantidad de agua de su sección de la sábana. Sin embargo, con todo su sudor y esfuerzo, no pudieron librar la tela de su última humedad.

Era evidente que los guardianes no tenían intención de presentarles una tarea sencilla. Porque, a través de las rejillas de ventilación cercanas al techo, se inyectaba vapor caliente mecánicamente en los cubículos mientras duraba la luz del día. Este vapor, naturalmente, humedecía la sábana de nuevo. El vapor estaba tan regulado que obstaculizaba, más que impedía, el cumplimiento del escurrido. Por lo tanto, siempre entraba menos vapor que la humedad exprimida de la sábana a una velocidad normal de trabajo.

La inyección de vapor simplemente significaba que, por cada diez gotas de agua escurrida, siete gotas nuevas se depositarían sobre la sábana. De modo que, eventualmente, los cautivos todavía podrían escurrir la sábana hasta secarla. Este dispositivo de los guardianes se introdujo únicamente para complicar la tarea. Parecía que estos actuaban de dos formas. Diariamente animaban los esfuerzos de los cautivos con promesas de liberación; pero todos los días encendían los grifos del vapor.

En los cubículos, el aire estaba cargado de vapor. Era el aire de una lavandería, donde el vapor se adhiere a la garganta, donde a veces es difícil respirar, donde el olor a tela húmeda y caliente enferma el corazón. Las paredes de acero sudaban. El agua condensada goteaba en serpenteantes senderos por la placa gris. Gotas de humedad se agrupaban en las cabezas de los remaches. La sábana larga salpicaba unas gotas en la canaleta central del suelo mientras los cautivos se retorcían contra el tiempo. Tanto hombres como mujeres trabajaban medio desnudos. Como la sábana estaba colocada a tres pies del suelo, se veían obligados a agacharse. Si se sentaban, entonces sus brazos se entumecían.

No les quedaba más remedio que agacharse. En el aire caliente, sudaban. Sin embargo, no se atrevían a inclinarse sobre la sábana por temor a que su sudor cayera sobre la tela hambrienta. Sus músculos se acalambraban, sus espaldas gritaban mientras se retorcían. El final estaba lejos. Pero había un final. Eso significaba que había esperanza. Este conocimiento prestó fuego a la ambición luchadora que vivía en sus corazones humanos. Ellos trabajaron.

Sin embargo, algunos no siempre estuvieron a la altura de la tarea.


SALA TRES: AQUELLOS QUE BUSCABAN SALIR.

Había cuatro habitaciones. Tomemos la habitación tres. Esta albergaba a cinco personas: dos parejas casadas y un joven tendero serbio. Los cinco querían ser libres, de modo que trabajaron con seriedad. No les preocupaba que la tarea fuera improductiva. Al menos, produciría su libertad, por lo tanto, era artificialmente productiva. Estas cinco personas abordaron el problema de una manera normal y profesional.

Anteriormente, estaban acostumbrados a los horarios habituales, una vida de fórmulas estables. Esto lo aplicaron al nuevo trabajo de retorcer. Se asignaron horas fijas a cada persona. Era como si viajaran regularmente desde sus suburbios (el rincón de acero para dormir) a la oficina (la sábana larga). Trabajaron en relevos, en tramos de cuatro horas durante el día y la noche.

Sin embargo, como he dicho, no estuvieron a la altura de la tarea. El marco de la costumbre los superó. Como tantos que viven dentro de una rutina estable y cómoda, permitieron que esta predominara sobre el trabajo en sí. Llegaban puntualmente a la sábana larga y, con la conciencia así satisfecha, no ponían el esfuerzo suficiente en el trabajo real. Además, cuando habían cumplido asiduamente la rutina durante un tiempo, uno u otro felicitaban su conciencia y creían de verdad que se merecían un «pequeño descanso», y se tomaban la tarde libre. Naturalmente, asumían que estas pequeñas licencias eran necesarias para aliviar el sufrimiento y renovar fuerzas, pero el único que sufrió fue el trabajo de retorcer. Nueva humedad se deslizó por donde sus manos estaban débiles. Estas personas habían emprendido la búsqueda de la libertad de la manera correcta, pero estaban desgraciadamente convencidas de su rectitud.

A veces, una u otra de las parejas se acostaba sobre las sudorosas placas de acero. Hacían el amor mientras el vapor empañaba sus cuerpos. Una de las mujeres quedó embarazada. Su hijo nació en la caja de vapor. Pero, bajo la influencia de la rutina de la Habitación Tres, ese niño nunca podría ser libre. La influencia, la constricción y la tarea desesperada de los padres mantendrían al niño en la caja de vapor de por vida. El niño nunca tendría la oportunidad de aprender a retorcer.


SALA DOS: AQUELLOS QUE BUSCABAN ENTRAR Y SALIR Y ALREDEDOR.

En otra de las habitaciones, la habitación dos, había cinco hombres. Sus nombres y sus profesiones no importan. Lo que importa es cómo atacaron la sábana larga. Lo hicieron de cinco formas diferentes.

Aquí había cinco individualistas, cinco que se vieron obligados por la determinación de sus mentes a abordar el problema de diversas maneras. Día tras día trabajaban en el cálido y húmedo cubículo de acero, cada uno retorciendo el largo cilindro de tela con diferentes razonamientos.

Un hombre se había asustado con una sábana cuando era joven. En algún día indefinido de su infancia, había aparecido una nueva enfermera. Sus ojos negros habían ardido con un poderoso desprecio; sus pequeños dientes lascivos y sus enormes mejillas caídas lo habían amenazado a la luz de las velas. El primer día, la nueva enfermera había hecho un pequeño monstruo blanco con una sábana blanca. Tenía dos cabezas y un cuerpo informe y fluido. Las cabecitas eran afiladas y siempre se balanceaban. La enfermera había entrado silenciosamente en la habitación de los niños cuando estaba oscuro. Encendiendo una vela en el suelo detrás de los extremos de la cama, había levantado silenciosamente a su pequeño monstruo blanco para que el niño pudiera verlo por encima de los dedos de los pies. Entonces ella había comenzado un canto estridente, como el áspero canto de Punch. El niño se había despertado con este sonido y había visto las afiladas cabezas moviéndose.

Ahora, unos treinta años después, el hombre ha olvidado la escena. Pero de alguna manera sus manos no pueden tocar la larga hoja sin una gran sensación de inquietud. En consecuencia, siempre está poniendo excusas para evitar trabajar. Finge estar enfermo. Se ofrece a limpiar los excrementos de todos los demás. Se ha mutilado las manos. Ha intentado hacer el amor con los otros cuatro hombres para evitar la sábana. ¡Oh, no hay fin a los dispositivos que el tipo ha inventado a partir de su tristeza! Pero cualquier cosa que haga no puede erradicar la terrible inquietud que nubla los confines de su mente. En el momento de escribir este artículo, este hombre todavía se encuentra en el cubículo de acero. Nunca será libre.

Otro de los hombres de la habitación dos era un tipo sencillo y tranquilo. Los demás no se interesaron por él. Era un tipo demasiado simple. Sin embargo, ¡su sección de la sábana estaba bastante seca! Había una buena razón para ello. Sin ningún conocimiento consciente, sin planificación ni intrigas, naturalmente había ido por el buen camino. Estaba acostumbrado a retorcer sentado a horcajadas, apretando la tela con las piernas. Así, sin cuestionar, entregó todo su cuerpo a la tarea. Su corazón también; porque era un tipo tan sencillo. La parte de la sábana de este hombre estaba seca. Pero los demás ni siquiera se dieron cuenta. Era un tipo tan sencillo.

Había un hombre en la habitación dos cuyo metier en la vida siempre había sido el atajo. Como antes en los negocios, en el amor, en todas las relaciones, intentó aplicar el sistema de atajos a la tarea más importante de todas: escurrir la sábana larga. Probó una gran cantidad de trucos y pequeños engaños. Bloqueó la tubería a través de la cual los guardias bombeaban el vapor. A la mañana siguiente, como un hongo, había crecido otra pipa al lado de la primera. Intentó fingir locura. Los guardianes arrojaron cubos de agua fría a través de la luz del cielo. Parte de esta agua se pegó a la sábana, destruyendo el trabajo de todo un mes. Los otros hombres casi lo matan por esto. Una vez sobornó a uno de los guardianes para que le enviara un bote de esmalte blanco. Con esto pintó la sábana de blanco.

El esmalte se secó. ¡La sábana parecía seca! Pero, al día siguiente, los guardianes lo castigaron con un chorro de agua helada. Para evitar que el agua golpeara la sábana, el hombre tuvo que interceptar el chorro con su cuerpo. Lo hizo durante todo un día, hasta que al anochecer cayó exhausto y rodó por la cuneta central. Los guardianes, por supuesto, nunca pueden ser sobornados.

Luego hubo otro hombre que puede describirse mejor como un torpe. Trabajó duro y con seriedad. Estaba en el escurrimiento mucho antes que los demás, rara vez se acostaba hasta mucho después de que las claraboyas estaban oscuras y el aire se despejaba. Pero falló. Su mente se coordinó imperfectamente con su cuerpo. Aunque sentía que concentraba todo su esfuerzo, psíquico y físico en la tarea de retorcer, su mente divagaba hacia otras cosas. Nunca supo que esto sucedió. Pero sus manos lo hicieron. Dejaron de retorcer, o retorcieron de manera incorrecta, y las fatales gotas de humedad se acumularon. Nunca pudo entender esto. Pensó que su mente siempre estaba en el trabajo. Pero, en cambio, su mente se concentraba con demasiada frecuencia en asuntos que solo estaban cerca del trabajo, no en el trabajo en esencia.

Un pequeño ejemplo: su mente podía vagar por el músculo de su antebrazo izquierdo. Podía ver que sobresale en un tornillo hacia abajo de la ropa húmeda. Observa este bulto mientras trabaja. Entonces, el bulto absorbe su interés hasta tal punto que juega más con este brazo izquierdo para estimular aún más el bulto del músculo. En compensación, el brazo derecho afloja su esfuerzo. El retorcimiento se vuelve desigual e ineficaz. Sin embargo, durante todo este tiempo, él mismo cree honestamente que se está concentrando en su trabajo. El músculo es, de hecho, parte del trabajo. Sin embargo, es solo una faceta, no la perspectiva completa. Busca a tientas porque no ve con claridad: y para escurrir la sábana larga un hombre debe dedicar todo su pensamiento con calma y total claridad.

El quinto hombre de la habitación dos era un buen trabajador. Es decir, había encontrado la manera de retorcer eficazmente; y a veces su parte de la sábana estaba casi seca. Pero estaba pervertido. A este hombre le gustaba escurrir la sábana al máximo, ¡y luego quedarse quieto y ver cómo el vapor se depositaba en los pliegues una vez más! Le gustaba ver pudrirse los frutos de su trabajo. De esta forma se liberó de la tarea. Se liberó logrando su objetivo y luego tratándolo con el desprecio que imaginaba que merecía. Se sentía dueño del trabajo, pero en realidad nunca llegó a ser dueño de su verdadera libertad. No había pureza en este hombre. Su libertad era falsa.


SALA CUARTO: AQUELLOS QUE NUNCA BUSCARON.

La habitación número cuatro albergaba a más cautivos que las demás. Siete personas estaban apiñadas en esta única celda de vapor y acero. Había tres mujeres, una niña de doce años y tres hombres. Estas personas rara vez hacían mucho trabajo. Fueron una fuente de gran decepción para los guardianes. Para estas personas, el esfuerzo no valía la pena. La inmensidad de la tarea los había desanimado hacía mucho tiempo. Sus mentes no eran lo suficientemente grandes como para imaginar un futuro mejor.

Estaban satisfechos. Tenían su cría y su comida. El estado de vida no les interesaba. Vagamente, hubieran preferido mejores condiciones. Pero a costa del trabajo y el pensamiento, no. Esta gente era miserable y pequeña. Su deseo de libertad había sido asesinado por una torpe aceptación de su impotencia. Esto también sucedió con la niña de doce años. No tuvo más alternativa que seguir a los demás. Los guardianes nunca jugaron su truco favorito en la habitación cuatro. Por la sencilla razón de que el truco no habría tenido ningún efecto. El truco consistía en liberar pequeñas bandadas de pájaros que volaban hacia las celdas y con sus alas esparcían agua por todas partes.

Los pájaros volaban en todas direcciones y los cautivos corrían salvajemente aquí y allá en histéricos esfuerzos por atraparlos antes de que salpicaran agua sobre la sábana sagrada. Los guardianes consideraron que el elemento de azar implícito en estas aves era una sana innovación. De lo contrario, la vida de los cautivos habría estado demasiado ordenada. Debe haber riesgo, dijeron los guardianes. Y así, de vez en cuando, sin previo aviso, inyectaban a estos pajaritos mojados y los cautivos se apresuraban a proteger la pureza de su trabajo contra la interferencia del destino. Si no lograron atrapar a los pájaros a tiempo, aprendieron de esta manera cómo aceptar la desgracia: y con paciencia redoblaron sus esfuerzos para recuperar el nivel anterior de su trabajo.

Pero en la habitación cuatro los pájaros nunca volaron. El truco nunca habría afectado a sus habitantes, que ya vivían en el punto más bajo de la desgracia. Quizás la verdadera tragedia de estas personas desanimadas no fue su propia desgracia, a la que se habían acostumbrado, pero su desidia tenía su efecto en aquellos cuyas ambiciones eran puras y fuertes. La holgura fue contagiosa. De este modo. La sábana estaba tan mojada en la habitación cuatro que el agua se filtró a través de la Habitación Uno. Y en la Habitación Uno vivía el más exitoso de todos los cautivos.


SALA UNO: AQUELLOS QUE BUSCABAN DENTRO.

Había cinco de ellos en el Cubículo Uno. Cuatro hombres y una mujer. No tuvieron más éxito por su método de retorcer que por su actitud hacia el retorcido. Al principio, cuando los dejaron caer por el tragaluz, cuando vieron la sábana larga, cuando poco a poco se fueron acostumbrando a la idea de lo que les esperaba, quedaron profundamente consternados. A diferencia de los demás, pensaban que la muerte era preferible a un trabajo tan insensato e improductivo. Pero eran buenas personas. Pronto vieron más allá de la aparente monotonía. Pronto pasaron y rechazaron las diversas fases experimentadas por las otras salas. Habían conocido la derrota de la Habitación Cuatro, los terrores individuales y las fugas de la Habitación Dos, el barniz de virtud bajo el cual los habitantes de la Habitación Tres ronroneaban con tan alarmante satisfacción.

No, no pasó mucho tiempo antes de que estas buenas personas vieran más allá de lo aparente y de allí se pusieran a trabajar en cuerpo y alma, con suavidad pero con fuerza, con humildad pero sin miedo, hacia el único fin del valor: la libertad.

Primero, estas personas dijeron: «¿Improductivo? ¿La sábana larga es una monotonía sin sentido? Sí, pero, ¿por qué no? ¿En cualquier otra esfera del trabajo podríamos haber producido en última instancia algo? No es la producción lo que cuenta, sino la vida vivida en el espíritu durante la producción. La producción, el endurecimiento de los músculos, el tejido de las manos, el vertido de materiales moldeados: esto es solo un empleo para el cuerpo nervioso, el legado moribundo de la voluntad de movimiento del cazador. Deja que las manos se entrelacen, pero al mismo tiempo deja que el espíritu busque. Dale a la sábana larga el lugar que le corresponde y concéntrese en comprender mejor la libertad que es nuestro verdadero objetivo.»

Al mismo tiempo, se aseguraron de que la sábana se escurriera de manera eficiente. Organizaron un exitoso sistema de rotaciones. Probaron varios métodos y posiciones con las manos. Examinando cada detalle, seleccionando en todos los sentidos el mejor enfoque. No se sobrecargaron. No se apresuraron. Trabajaron con una resistencia rítmica, conservando esta energía. No permitieron extremos. Se aplicaron con sinceridad y buena voluntad.

Sobre todo tenían fe. Su actitud fue amplia, pero dirigida en una dirección. Su esfuerzo fue la libertad. No temían ni al trabajo ni a la debilidad. Estas cosas no existían para ellos: su existencia era un material a través del cual podían lograr, mediante una comprensión tranquila y sensible, la meta de la libertad perfecta.

Gradualmente, estas personas lograron su fin. A pesar del vapor, a pesar de los pájaros mojados, a pesar del contagio acuoso que se filtraba desde la habitación de los vencidos, a pesar de las largas horas y el calor y el horizonte cuadrado de acero oxidado, su espíritu prevaleció y lograron la pureza que buscaban.

Un día, siete años después, la húmeda sábana gris amaneció de un blanco brillante: seca como el marfil del desierto, seca como el polvo de mármol.

Llamaron a los guardianes a través del tragaluz. Aparecieron los rostros graves. Con frialdad, los guardianes miraron la sábana blanca. Hubo asentimientos de aprobación.

—Libertad —dijeron los cautivos.

Los guardias sacaron sus grandes mangueras y rociaron la sábana blanca empapada de gris con una enorme presión de agua.

—Ya la tienen —respondieron—. La libertad radica en una actitud del espíritu. No hay otra libertad.

Y los tragaluces se cerraron silenciosamente.

William Sansom (1912-1976)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de William Sansom.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de William Sansom: La sábana larga (The Long Sheet), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

4 comentarios:

Ariel dijo...

¡Qué buen relato! Es kafkiano, sin duda. El adjetivo le viene de perlas.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Ni comparación.
Me parece muy valioso este blog.
Tan desinteresadamente traducís relatos, reseñas novelas. Y los lectores nos informamos y disfrutamos de la lectura. Eso tiene mucho valor.

Sebastian Beringheli dijo...

Muchas gracias por el aguante, Demiurgo.

wiedmann borbon robles dijo...

¿Si sirve de algo?...por supuesto!!
He conocido autores y obras que difícilmente se encuentran en una biblioteca; Sus traducciones, los análisis de los relatos y personajes, las secciones del blog, son todo un universo culto de oscuridad y horror inestimable!
Muchas gracias por compartir.



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