El arte de desordenar los besos [para prevenir la envidia]


El arte de desordenar los besos [para prevenir la envidia]




En la Antigua Roma existía una curiosa prohibición cultural acerca de los besos. Su cifra, incierta pero factible de ser calculada, aterrorizaba a los amantes.

Saber el número exácto de besos dados era considerado un vicio matemático de mal agüero. Esta cifra, difícil de precisar, fácilmente podía confundirse, de modo que el tabú del beso luego se desplazó hacia el número de personas que el individuo había besado, tornando el asunto aún más delicado. Tal vez por eso los amantes de Roma inventaron el sutil arte de «desordenar» los besos.

Efectivamente, así como era censurable el hábito del avaro de contar su dinero, los besos debían permanecer en una cifra arcana, incalculable, y para ello era preciso «revolverlos».

En cierta forma el beso es el acto visible de un síntoma compartido: el deseo. El beso no puede disimularse; expresa un vínculo, que puede ser fugaz o perdurable, pero que resulta evidente para cualquier persona que protagonice o atestigue la operación.

Ahora bien, si los besos sintetizan una función del deseo, es decir, lo corporizan, lo hacen visible para otros, entonces es posible que ese mismo vínculo, al ser expresado, sea también perturbado por emociones nocivas provenientes del exterior.

De este acto proviene la palabra invidia [«envidia»], que normalmente se entendía por «poner la mirada sobre algo», aunque literalmente significa «mirar hacia adentro» [in videre]. ¿Hacia adentro de qué? Naturalmente, de los otros. La mirada dañina, envidiosa, celosa, era considerada un acto hostil capaz de causar graves perturbaciones emocionales y espirituales. La Envidia no era solo una emoción, sino una acción que podía desembocar en toda clase de infortunios.

Pero solo puede verse lo visible. Las emociones pueden ocultarse, así como el deseo de ver y de estar con la persona amada. El amor, afortunadamente, elude la óptica más aguda, salvo cuando se torna visible a través de un beso. Por esta razón los besos deben desordenarse; para que nadie ponga la mirada sobre ellos.

Una de las expresiones más atractivas de esta tradición de revolver los besos puede apreciarse en los versos de de Vivamos, Lesbia mía, cuya sola mención alteraba el orden de los besos y protegía a los amantes de miradas indiscretas, confundidas irremediablemente por una matemática que aspiraba al desorden:


Dame mil besos, luego cien,
luego otros mil, luego cien otra vez,
y cuando hayamos juntado muchos millares
desordenaremos la cifra, para no saberla.

[Da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
dein, cum multa millia fecerimus
conturbabimus illa, ne sciamus
]




Historias mitológicas de amor. I El lado oscuro del amor.


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