10 epitafios geniales de 10 grandes autores


10 epitafios geniales de 10 grandes autores.




La palabra epitafio proviene del griego epitaphios; de epi «sobre»; y taphos, «tumba», siendo en última instancia un breve texto acerca de una persona fallecida que normalmente se inscribe en su lápida.

Algunos epitafios poseen cualidades insólitas, por ejemplo, haber sido escritos de antemano por la persona fallecida, como en el caso de William Shakespeare, de carácter más bien admonitorio:


Bendito sea el hombre que resguarde estas piedas,
y maldito aquel que mueva mis huesos.


(Blessed be the man that spares these stones,
And cursed be he that moves my bones)


Otros epitafios adoptan un semblante solemne, como aquel epigrama de Simónides inscrito en el paso de las Termópilas, donde cayeron Leónidas y sus bravos 300:


Ve y diles: extraño que pasas, obedientes a la ley espartana, aquí yacemos.

A Simónides se le atribuye tanto la fuerza de estos versos como una tendencia a autoplagiarse. Muy cerca de allí, también en el paso de las Termópilas, usufructuó casi las mismas palabras pero esta vez para honrar a los lacedemonios que ayudaron a Leónidas:

Diles, caminante, que aquí, obedientes a su promesa, también yacemos.


Pero si hablamos de epitafios famosos hay que mencionar, además de los clásicos, a una serie de autores que lograron salirse con la suya aún después de muertos. A continuación repasaremos 10 epitafios geniales de 10 grandes autores.



1- Emily Dickinson.


Obsesionada con la muerte —algo que puede apreciarse en poemas como: Morí por la belleza (I Died for Beauty), No era la muerte (It Was Not Death) y Sentí un funeral en mi cerebro (I Felt a Funeral in My Brain)— el epitafio de Emily Dickinson refleja aquella predilección de forma bastante reservada, casi modesta, pero enormemente eficaz.


Me llaman.
(Called Back)


El epitafio de Emily Dickinson fue extraído de su última carta, dirigida a sus dos primas, Louise y Frances Norcross. Pocos días después, más precisamente el 15 de mayo de 1886, Emily Dickinson falleció a los 55 años de edad como consecuencia de una larga enfermedad.



2- John Keats.


John Keats fue uno de los más grandes poetas ingleses del romanticismo, aún cuando toda su obra fue publicada apenas tres años antes de su muerte.

El 23 de febrero de 1821, John Keats falleció en la ciudad de Roma como consecuencia de la tuberculosis. Su último deseo fue ser enterrado bajo una lápida sin nombre, pero con las siguientes palabras como epitafio:


Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua.
(Here lies One whose Name was writ in Water)


La lápida de John Keats, sin embargo, incluyó una versión extendida de aquel epitafio pronosticado:


Esta tumba contiene todo lo que fue mortal de un joven poeta inglés, quien en su lecho de muerte, en la amargura de su corazón, en el poder malicioso de sus enemigos, deseó que estas palabras se graben en su tumba: Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua.

(This Grave contains all that was Mortal of a Young English Poet, Who on his Death Bed, in the Bitterness of his Heart, at the Malicious Power of his Enemies, Desired these Words to be engraven on his Tomb Stone: Here lies One Whose Name was writ in Water)


El epitafio de John Keats, hay que decirlo, se asemeja a estos sonoros versos de Cátulo:


Lo que una mujer le confiesa a un amante apasionado debe ser escrito en el viento y en el agua que corre.
(Sed mulier cupido quod dicit amanti in vento et rapida scribere oportet aqua)



3- Henry Miller.


Si bien el proyecto nunca llegó a realizarse, en parte debido a su deseo de ser cremado y esparcido en el viento, durante una entrevista realizada en 1978 se le preguntó a Henry Miller cómo escribiría su propio epitafio.


Voy a golpear a esos bastardos.
(I’m going to beat those bastards)


Este posible epitafio de Henry Miller quizá responde a las enormes controversias que produjo su obra, prohibida a lo largo y ancho de los Estados Unidos, y cuya distribución solo fue posible al disimular las cubiertas con las portadas de Jane Eyre, de Charlotte Brontë.



4- Oscar Wilde.


El verdadero epitafio de Oscar Wilde, como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta su obra corrosiva y su vida atravesada por numerosos escándalos, roza el sarcasmo al afirmar que:

O se va el papel tapíz o me voy yo.
(Either this wallpaper goes or I do)


Sin embargo, en un rincón particularmente visitado del Cementerio de Père-Lachaise, pueden leerse las siguientes palabras en el mausoleo de Oscar Wilde, extraídas de su poema: La balada de la cárcel de Reading (The Ballad of Reading Gaol):


Lágrimas extrañas vertidas para él, llenarán la urna imposible.
Sus deudos son los parias, y los parias siempre están tristes


(And alien tears will fill for him, Pity’s long-broken urn,
For his mourners will be outcast men, And outcasts always mourn)



5- Robert Frost.


El poeta inglés Robert Frost fue un hombre precavido; escribió su propio epitafio varios años antes de que la muerte lo encuentre:


Tuve una pelea de enamorados con el mundo.
(I had a lover’s quarrel with the world)


En realidad, el epitafio de Robert Frost es la última línea del poema: La lección del día (The Lesson for Today).


De haber escrito mi propio epitafio este hubiese sido: tuve una riña de enamorados con el mundo.
I would have written of me on my stone: I had a lover’s quarrel with the world)



6- Sylvia Plath.


En la tumba de la poetisa norteamericana Sylvia Plath, quien se suicidó asfixiándose con gas, puede leerse el siguiente epitafio:


Aún entre las llamas feroces el dorado loto puede plantarse.
(Even amidst fierce flames the golden lotus can be planted)


Algunos le asignan al epitafio de Sylvia Plath algunas similitudes con su poema: Epitafio para el fuego y la flor (Epitaph for Fire and Flower); y otros, menos proclives a asociaciones simplistas, encuentran semejanzas con ciertos versos intraducibles del Bhagavad Gita.



7- Percy Bysshe Shelley.



La tumba del poeta Percy Shelly —esposo de Mary Shelley, autora de Frankenstein— fue engalanada con el siguiente epitafio extraído de La tempestad de William Shakespeare:


Nada de él se pierde, pero el mar lo convierte en algo rico y extraño.
(Nothing of him that doth fade, But doth suffer a sea-change into something rich and strange)


Percy Shelley murió, y su cuerpo fue cremado, con la particularidad de que su corazón resistió el abrazo de las llamas. De hecho, algunos dicen que el corazón del poeta le fue devuelto a su esposa, y que por ese motivo en su lapida puede leerse, además del epitafio, estas palabras en latín:


COR CORDIUM
(Corazón de corazones)



8- F. Scott Fitzgerald.


El epitafio de F. Scott Fitzgerald rescata el magnífico cierre de su novela: El gran Gatsby (The Great Gatsby), donde el autor, e incluso el desajustado Jay Gatsby, nos invitan a seguir intentándolo una y otra vez a pesar de que nuestras mayores ambiciones, nuestros mayores anhelos, siempre nos dirigen hacia el pasado.


Y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados incesantemente hacia el pasado.
(So we beat on, boats against the current, borne back ceaselessly into the past)



9- W.B. Yeats.


El epitafio del poeta W.B. Yeats reza las siguientes palabras extraídas de su poema: Bajo Ben Bulben (Under Ben Bulben).


Con frialdad observa la vida, la muerte. ¡Jinete, no te detengas!
(Cast a cold Eye on Life, on Death. Horseman, pass by!)


La elección de estos versos como epitafio de W.B. Yeats no es caprichosa; de hecho, su sencilla tumba se encuentra a la sombra de la montaña de Ben Bulben, sitio al que los mitos celtas le atribuyen propiedades mágicas; o según W.B. Yeats, nostálgicas, como cada centímetro de tierra irlandesa.



10- Primo Levi.


Tal vez no sea el mejor epitafio de todos, y ni siquiera uno de los más recordados, pero sobre la tumba de Primo Levi se cierne el mayor de los estremecimientos.

Primo Levi fue un autor italiano que luchó ferozmente contra el fascismo. Sobrevivió al Holocausto y brindó testimonio sobre los horrores que vivió durante los diez meses en los que estuvo prisionero en un campo de concentración para que ese sufrimiento, el suyo y el de millones de personas, nunca fuese olvidado.

Por esa razón en su epitafio se observa uno de los recordatorios más poderosos que puedan concebirse: un número de seis dígitos, el mismo que fue tatuado en su brazo al ingresar en el campo de concentración de Monowitz, cerca de Auschwitz:


174517.




Autores con historia. I Libros extraños y lecturas extraordinarias.


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1 comentarios:

Migalcaher dijo...

Es muy interesante su blog, siempre lo visito. El problema es que la letra es tan pequeña y la combinación de colores de la letra y fondo, hacen difícil su lectura.

Saludos.



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