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«La mujer zorro y otros relatos»: Abraham Merritt; libro y análisis


«La mujer zorro y otros relatos»: Abraham Merritt; libro y análisis.




La mujer zorro y otros relatos (The Fox Woman and Other Stories) es una colección de relatos fantásticos del escritor norteamericano Abraham Merritt (1884-1943), publicada de manera póstuma en 1949.

La mujer zorro y otros relatos contiene algunos de los mejores relatos de Abraham Merritt, un autor que, curiosamente, nunca publicó una antología en vida, sino que más bien prefirió que sus obras aparecieran en revistas y otras publicaciones menores. En este sentido, se lo considera uno de los autores más importantes del relato pulp.

También hay que decir que los cuentos recopilados en La mujer zorro y otros relatos sirvieron de fuente de inspiración para muchos grandes autores, entre ellos, nada menos que H.P. Lovecraft y su ciclo literario más conocido: los Mitos de Cthulhu.




La mujer zorro y otros relatos.
The Fox Woman and Other Stories, Abraham Merritt (1884-1943)




Relatos góticos. I Relatos de Abraham Merritt.


El análisis y resumen del libro de Abraham Merritt: La mujer zorro y otros relatos (The Fox Woman and Other Stories), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Los mejores cuentos de dragones


Los mejores cuentos de dragones.




¡He aquí los dragones! (Here Be Dragons!) es una magnífica colección de relatos de terror publicada en 2007.

Tal como lo anuncia su título. todos los cuentos que integran la antología tienen un protagonista en común: el dragón, una criatura mitológica que proviene de los mitos y leyendas más antiguos sin perder un ápice de vigencia, convirtiéndose en una pieza habitual del relato fantástico y sobre todo de la ficción heróica.






¡He aquí los dragones!
Here Be Dragons!
  • El dragón (The Dragon, Ray Bradbury)
  • El tesoro de los gibelinos (The Hoard of the Gibbelins, Lord Dunsany)
  • El valle del gusano (The Valley of the Worm, Robert E. Howard)
  • La fortaleza inconquistable salvo para Sacnoth (The Fortress Unvanquishable, Save for Sacnoth, Lord Dunsany)
  • Señorita Cubbidge y el dragón del romance (Miss Cubbidge and the Dragon of Romance, Lord Dunsany)
  • A través del cristal del dragón (Through the Dragon Glass, Abraham Merritt)
  • Beowulf (Beowulf, Hamilton Wright Mabie)
  • Botellas vacías (Empty Bottles, Howard Pyle)
  • El dragón del norte (The Dragon of the North, Andrew Lang)
  • El dragón reacio (The Reluctant Dragon, Kenneth Grahame)
  • El hombre abeja de Orn (The Bee-Man of Orn, Frank R. Stockton)
  • El príncipe y el dragón (The Prince and the Dragon, Andrew Lang)
  • La gran batalla entre Dios y el Mal (The Great Battle between Good and Evil, L. Frank Baum)
  • Las profecías de Merlín y el nacimiento de Arturo (The Prophecies of Merlin and the Birth of Arthur, James Knowles)
  • La Tierradeahora (Justnowland, Edith Nesbit)
  • Los dientes del dragón (The Dragon's Teeth, Nathaniel Hawthorne)
  • Los tres príncipes y sus bestias (The Three Princes and Their Beasts, Andrew Lang)
  • Mi señor Bolsa de Arroz (My Lord Bag of Rice, Yei Theodora Ozaki)
  • San Jorge y el dragón (St. George and the Dragon, Hamilton Wright Mabie)
  • Thor va de pesca (Thor Goes a Fishing, Hamilton Wright Mabie)




Antologías. I Relatos góticos.


El análisis y resumen del libro: ¡He aquí los dragones! (Here be Dragons!) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Reinos de hechicería»: Lin Carter; libro y relatos.


«Reinos de hechicería»: Lin Carter; libro y relatos.




Reinos de hechicería (Realms of Wizardry) es una colección de relatos fantásticos reunidos por Lin Carter, publicada en 1977, en donde podemos encontrar magos, brujos, hechiceros, nigromantes, esoterismo, ocultismo, magia negra, magia blanca, magia roja, alquimistas y libros prohibidos.

Además de agrupar algunos clásicos del cuento fantástico, la antología ofrece breves extractos de novelas más extensas relacionadas con el tema de la magia.






Reinos de hechicería.
Realms of Wizardry.
  • Espadas del Reino Púrpura (Swords of the Purple Kingdom, Robert E. Howard)
  • La maldición que cayó sobre Sarnath (The Doom that Came to Sarnath, H.P. Lovecraft)
  • De cómo Orcher rompió el Koph (How Orcher Broke the Koph, Hannes Bok)
  • El amo del caos (Master of Chaos, Michael Moorcock)
  • El descenso cerca de Kor (The Descent Beneath Kor, H. Rider Haggard)
  • El despertar de la Diosa (The Goddess Awakes, Clifford Ball)
  • El libro de Lullume (The Book of Lullûme, Donald Corley)
  • El loto negro (Black Lotus, Robert Bloch)
  • El tesoro de los Gibelinos (The Hoard of the Gibbelins, Lord Dunsany)
  • La abrumadora sensación de Cherkis (The Whelming of Cherkis, Abraham Merritt)
  • La búsqueda de la piedra estelar (Quest of the Starstone, C.L. Moore y Henry Kuttner)
  • La canción de Thelinde (Thelinde's Song, Roger Zelazny)
  • La ciudad de los filósofos (The City of Philosophers, Richard Garnett)
  • Liane, la caminante (Liane the Wayfarer, Jack Vance)
  • Los dioses de la tierra (The Gods of Earth, Gary Myers)




Antologías. I Relatos fantásticos.


El análisis y resumen del libro de Lin Carter: Reinos de hechicería (Realms of Wizardry) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El monstruo de metal»: Abraham Merritt; novela y análisis.


«El monstruo de metal»: Abraham Merritt; novela y análisis.




El monstruo de metal (The Metal Monster) es una novela fantástica del escritor norteamericano Abraham Merritt (1884-1943), publicada por entregas en la revista Argosy All-Story Weekly entre agosto y septiembre de 1920.

El monstruo de metal, una de las mejores historias de Abraham Merritt, relata el regreso del doctor Goodwin, uno de los protagonistas de El estanque de la luna (The Moon Pool).

El monstruo de metal sigue la línea épica de predecesora. La terrible criatura que el doctor Walter T. Goodwin y sus colegas han encontrado en la cordillera Trans-Himalaya deja de convertirse en una excepción blasfema de la evolución para transformarse en parte de una raza de entidades antediluvianas dispuestas a todo con tal de no ser descubiertas.

El doctor Goodwin es un botánico en plena expedición por el Himalaya. Allí conoce a Dick Drake, hijo de un viejo colega suyo. Juntos atestiguan un evento curioso, una aurora de proporciones nunca antes vistos. Acompañados por otros colegas, los hermanos Martin y Ruth Ventnor, el grupo es atacado por una partida de persas exiliados, que al igual que algunos japoneses luego de la Segunda Guerra Mundial, todavía piensan que el imperio está gobernado por Darío; y que los ejércitos de Alejandro de Macedonia todavía intentan conquistar el reino escondido.

Los expedicionarios son salvados por una hermosa mujer llamada Norhala. Ella parece tener cierto control sobre los relámpagos, y en especial la capacidad de insuflar vida al metal, controlarlo a su antojo, crear ciudadelas colosales utilizando cubos y tetraedros metálicos que se unen para dar forma a edificios imposibles. Pronto descubren un valle escondido ocupado por algo llamado el Monstruo de Metal; una ciudad maldita ocupada por criaturas, también metálicas, que responden a las órdenes de Norhala. Para muchos, Abraham Merritt intentaba detallar una base externa de la mítica ciudad de Agarta, ubicada bajo las montañas del Himalaya.




El monstruo de metal.
The Metal Monster, Abraham Merritt (1884-1943)

Copia y pega el enlace en tu navegador para leer online o descargar en PDF El monstruo de metal de Abraham Merritt:
  • https://www.gutenberg.org/ebooks/3479




novelas de Abraham Merritt. I Novelas de ciencia ficción.


El análisis y resumen de la novela de Abraham Merritt: El monstruo de metal (The Metal Monster) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«¡Arrástrate, sombra!»: Abraham Merritt; novela y análisis.


«¡Arrástrate, sombra!»: Abraham Merritt; novela y análisis.




¡Arrástrate, sombra! (Creep, Shadow!) es una novela de terror del escritor norteamericano Abraham Merritt (1884-1943), publicada en originalmente en la edición de septiembre de 1934 de la revista Argosy, y luego reeditada en formato de libro en 1943, bajo el título: ¡Arrástrate, sombra, arrástrate! (Creep, Shadow, Creep!).

¡Arrástrate, sombra!, uno de los mejores relatos de Abraham Merritt, es la secuela de otra historia notable: ¡Arde, bruja, arde! (Burn, Witch, Burn!), de 1932.

Abraham Merritt mostró desde sus inicios un gran interés por las razas olvidadas. ¡Arrástrate, sombra! es posiblemente su obra maestra dentro de este subgénero del relato fantástico. Aquí lo onírico se confunde con la realidad grosera en una región en donde el sueño y la vigilia son una misma cosa, volviéndose irreconocibles.

¡Arrástrate, sombra, arrástrate! es una prueba contundente de la versatilidad de Abraham Merritt. Todo parece indicar que, mientras el relato iba tomando forma, Abraham Merritt seguía de cerca los nuevos descubrimientos realizados en excavaciones en la región de Stonehenge. Semejante objetivo trasladó a la novela toda su magia: túmulos, montículos de culto, vestigios de sociedades antiquísimas danzando a la luz de la luna; algo que sin dudas sería aprobado por H.P. Lovecraft y Robert E. Howard.

Vale aclarar que la acción de ¡Arrástrate, sombra, arrástrate! no se desarrolla en Stonehenge, sino en Carnac, una localidad bretona con grandes monumentos funerarios anteriores a la llegada de los romanos. Otro punto interesante de la novela incluye un raro temor privado del propio Abraham Merritt, que creía en la existencia de una sociedad secreta relacionada con los misterios más antiguos de la humanidad.

En ¡Arrástrate, sombra, arrástrate! esa sociedad secreta que conspira contra la raza humana está gobernada por el doctor René De Keradel, un psiquiatra repulsivo y sociópata que acaso sea la representación de Aleister Crowley. La hija de De Keradel se llama Dahut, acaso la insaciable Is Dahut del mito bretón. El héroe de ¡Arrástrate, sombra, arrástrate! es Alan Caranac, espiritualmente análogo al Allan Quatermain de H. Rider Haggard.

¡Arrástrate, sombra, arrástrate! es notablemente más compleja que su antecesora, ¡Arde, bruja, arde!, básicamente una historia urbana que contrapone la perspectiva de su protagonista. Alan Caranac admite lo imposible. Lowell, protagonista de ¡Arde, bruja, arde! se reduce a lo testimonial de un psiquiatra que es arrancado de su rutina y sus creencias. Aquí se presenta un universo invertido, el anverso perfecto de las correrías urbanas de Lowell, empapado de mitos antiguos, seres espeluznantes y viejas sociedades secretas que han decidido salir del anonimato.




¡Arrástrate, sombra, arrástrate!
Creep, Shadow, Creep!, Abraham Merritt (1884-1943)

Copia y pega el enlace en tu navegador para leer online o descargar en PDF ¡Arrástrate, sombra, arrástrate! de Abraham Merritt.
  • http://gutenberg.net.au/ebooks06/0607491h.html




Novelas de Abraham Merritt. I Novelas góticas.


El análisis y resumen de la novela de Abraham Merritt: ¡Arrástrate, sombra, arrástrate! (Creep, Shadow, Creep!) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Relatos de misterios antiguos


Relatos de misterios antiguos.




Repasamos otra interesante colección de relatos fantásticos publicada en 1975 y reeditada en 1978, cuyo nombre original, como el de tantas antologías que nacen y mueren poco después de salir de las imprentas, no ha colaborado en absoluto para sostener su atractivo: El lector de misterios antiguos: extrañas historias de lo desconocido y lo no resuelto (The Ancient Mystery Reader: Strange Stories of the Unknown and The Unsolved).






El lector de misterios antiguos.
The Ancient Mystery Reader.




Antologías. I Relatos góticos.


El análisis y resumen del libro: El lector de misterios antiguos: extrañas historias de lo desconocido y lo no resuellto (The Ancient Mystery Reader: Strange Stories of the Unknown and The Unsolved) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

4 mejores relatos de terror de Abraham Merritt


4 mejores relatos de terror de Abraham Merritt.




Abraham Merritt (1884-1943) fue un popular escritor norteamericano asociado íntimamente al relato fantástico y la ciencia ficción; asociación que a menudo relega otras facetas narrativas igualmente interesantes.

Abraham Merritt presagia los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft, aunque no participa directamente de ellos, y los extraños mundos perdidos de Robert E. Howard; así como otros estilos clásicos del horror del siglo XX. Su popularidad fue tan grande que incluso existió una revista pulp con su nombre: A. Merritt Fantasy Magazine, que agrupaba en sus páginas lo más selecto del cuento de terror de su tiempo.

En esta sección de El Espejo Gótico nos centraremos en esta faceta de Abraham Merritt como maestro del horror. La selección no ha sido sencilla, ni lo será cuando abordemos la obra de hombres de semejante calibre, sin embargo, vale como excusa para la polémica y el goce estético que produce la lectura de los grandes ejemplos del género. Estos son, a nuestro cuestionable juicio los 4 mejores relatos de terror de Abraham Merritt.




4 mejores relatos de terror de Abraham Merritt.




Relatos de Abraham Merritt. I Relatos pulp.


El resumen de los 4 mejores relatos de terror de Abraham Merritt fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

A. Merritt's Fantasy Magazine, la revista de Abraham Merritt.


A. Merritt's Fantasy Magazine, la revista de Abraham Merritt.




Abraham Merritt (1884-1943) fue uno de los pocos autores en tener una revista con su nombre. Se llamó A. Merritt's Fantasy Magazine, y aunque Abraham Merritt jamás llegó a verla publicada, rápidamente se convirtió en uno de los refugios mejor cuidados del relato fantástico, a pesar de tener una vida realmente corta.

A. Merritt's Fantasy Magazine tuvo apenas cinco ediciones y su existencia ni siquiera alcanzó el año de vida. El primer volumen se editó en diciembre de 1949, casi seis años después de la muerte de Abraham Merritt, y el último en octubre de 1950.

La revista fue un intento fallido de capitalizar la fama de Abraham Merritt como autor fantástico así como un homenaje al hombre cuya obra inspiró profundamente a H.P. Lovecraft y sus Mitos de Cthulhu. De hecho, uno de los relatos más conocidos de Abraham Merritt, Los habitantes del pozo (The People from the Pit), es acaso el punto de partida de los Mitos.

Las cinco entregas de A. Merritt's Fantasy Magazine agrupan los mejores cuentos de Abraham Merritt, aunque en sus páginas también desfilan otros maestros del pulp; así como ilustradores de gran calidad, como Virgil Finlay, entre otros.

Repasemos el material disponible en las cinco ediciones de A. Merritt's Fantasy Magazine.




A. Merritt's Fantasy Magazine, la revista de Abraham Merritt.
  • ¡Arrástrate, sombra! (Creep Shadow!, Abraham Merritt)
  • Tres líneas de francés antiguo (Three Lines of Old French, Abraham Merritt)
  • Chantajistas en el cielo (Racketeers in the Sky, Jack Williamson)
  • El demonio-pez (The Devil-Fish, Elinore Cowan Stone)
  • El elixir del odio (The Elixir of Hate, George Allan England)
  • Huellas invisibles (Footsteps Invisible, Robert Arthur)
  • La cara en el abismo (The Face In The Abyss, Abraham Merritt)
  • La ciencia del viaje en el tiempo (The Science of Time-Travel, Ray Cummings)
  • La llama verde (The Green Flame, Eric North)
  • La novena vida (The Ninth Life, Jack Mann, seudónimo de E.C. Vivian)
  • La pequeña muñeca ha muerto (The Little Doll Died, Theodore Roscoe)
  • La tierra humeante (The Smoking Land, George Challis, seudónimo de Max Brand)




Relatos de Abraham Merritt. I Universo Pulp.


El artículo: A. Merritt's Fantasy Magazine, la revista de Abraham Merritt fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Historia del Pulp femenino


Historia del Pulp femenino.




Algunos géneros caen rápidamente en desuso, en especial cuando involucran tabúes que eventualmente dejan de serlo.

El escenario para este auge y caída no podía ser más adecuado: la década del 50', llena de excesos y retrocesos narrativos, no siempre juiciosos. El relato pulp ya había alcanzado sus mejores exponentes [H.P. Lovecraft, Abraham Merritt, Henry Kuttner, Robert Bloch, Clark Ashton Smith], pero las mujeres, aunque parte activa de aquel movimiento [el caso de C.L. Moore resulta paradigmatico], poco habían hecho para ampliar sus fronteras hasta la llegada del Lesbian Pulp Fiction.

Este nuevo género ofrecía una escandalosa visión sobre las mujeres dentro de un marco nétamente masculino: westerns, relatos de terror, historias de detectives, etc. La literatura lésbica aún no había nacido, salvo algunas excepciones dentro del romanticismo, o bien circulaba en ámbitos subterráneos, de modo que para acceder a alguna referencia sobre lo que era ser una lesbiana resultaba imprescindible revisar este nuevo experimento.

Más aún, el Lesbian Pulp Fiction fue fundamental para construir la identidad de las lesbianas, cuyos intereses estaban completamente ausentes de cualquier manifestación de la cultura popular. La escritora Donna Allegra, referente ineludible en estos menesteres, señala que:


[«No importa cuan avergonzada me sintiera frente a la caja registradora al comprar aquellos libros, me era absolutamente necesario tenerlos.»


Más adelante agrega: «que esas noveletas estuviesen allí sobre los escaparates significaba una sola cosa: no estaba sola, ni yo era la única.»

El pulp fue el vehículo ideal, por ser considerado un género bastardo y de escaso interés intelectual. Entretenimiento barato en papel amarillento elaborado con pulpa de madera [wood pulp] de pésima calidad. Se los podía adquirir prácticamente en cualquier sitio: farmacias, estaciones de micros, puestos de diarios y revistas. Fue este papel económico, de circulación viral, el que permitió que editoriales marginales publicasen las historias que nadie quería publicar.

La censura estaba presente, desde luego, pero solo se aplicaba sobre el material en crudo; es decir, uno podía rozar los tópicos más «abominables» siempre que estuviesen dentro de un marco literario que lo justifique. La única censura que se hizo efectiva recayó sobre las entregas postales y golpeó duramente a las comunidades suburbanas, cuyo único nexo con la comunidad lésbica eran justamente estas novelas y relatos.

La oleada del Lesbian Pulp Fiction duró exáctamente catorce años, desde 1955 hasta 1969. Sus ventas fueron incalculables, y muchos títulos fueron reeditados. Originalmente se los colocó en los fondos de los establecimientos, pero los propietarios pronto advirtieron que muchas mujeres abochornadas los leían a hurtadillas en los pasillos, de modo que fueron empaquetados y colocados en las cercanías de las cajas registradoras. El simple hecho de tomar uno de estos libros y someterlos a la mirada inquisitoria del vendedor, en una atmósfera que, recordemos, estaba saturada por los juicios del macarthismo, resultaba un verdadero desafío para cualquier mujer.

La primera publicación del Lesbian Pulp Fiction se anticipó a su oleada comercial. Barraca de mujeres (Women's Barracks), de Tereska Torres, fue publicado por Gold Medal Books. La historia gira en torno a una activista de las fuerzas francesas durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. Se vendieron 4.000.000 de copias, y su título fue tomado como ejemplo de degeneración y bajeza moral por el comité encargado de denunciar material inapropiado: el House Select Committee on Current Pornographic Materials.

Sin embargo, la primera novela nétamente lésbica fue Fuego de primavera (Spring Fire), de Marijane Meaker, firmado bajo el seudónimo Vin Packer. Vendió 1.500.000 de copias. La historia narra los amores de Leda y Mitch, dos estudiantes atormentadas por sus inclinaciones. Fuego de primavera definió el ingrediente típico de estas novelas, y que pocas veces tuvo excepciones: el final trágico en dos variantes: suicidio o locura.

Desde luego, esto no fue una decisión estética, sino un asunto práctico. Si el material era considerado como promotor de comportamientos indignos podía ser censurado por el gobierno, de manera que el suicidio (o la locura de sus protagonistas) amparaban al autor sobre cualquier desliz previo en la trama. En menos palabras, si uno iba a escribir sobre homosexualidad no se podía escribir un final feliz. La única excepción a la fórmula es la novela: El precio de la sal (The Price of Salt), de Patricia Highsmith, firmado bajo el seudónimo Claire Morgan; donde al final ambas protagonistas abrazan satisfactoriamente su elección sexual.

De más está decir que el libro fue eliminado de las bateas.

El impacto del Lesbian Pulp Fiction se hizo tangible justo antes de su muerte. Dos novelas: Chica rara (Odd Girl) [cuyo título original fue prohibido: Anna ama a Beth (Anna Loves Beth)] y El tercer sexo (The Third Sex), de Artemis Smith, seudónimo de la filósofa Anselm Morpurgo, marcaron el camino de los movimientos sociales de los años 60', incluyendo a la política dentro de sus historias, asunto que los editores no estaban dispuestos a tolerar. Una cosa era hacer dinero fácil, y otra muy distinta era sacudir las bases de una sociedad que, en aquellas condiciones, los llenaba de dinero. La primera de estas novelas incluso lanzó una frase muy conocida: come out of the closet [salir del closet]; slogan estratégico para los movimientos sobre los derechos de los homosexuales en la década del 60'.

Desde luego, la calidad del Lesbian Pulp Fiction es, al menos, cuestionable. Los autores eran tanto hombres como mujeres, aunque todos firmaban con seudónimos femeninos. El mercado de lectores no solo incluia damas, sino a los sobrios caballeros que buscaban saciar sus fantasías. La confusión incluyó subtítulos codificados que daban a entender el carácter intrínseco de la obra en cuestión. La escritora Yvonne Keller dividió el género en dos ramas: pro-lesbianas [pro-lesbian] y aventuras viriles [virile adventures]. La primera daba cuenta de relaciones afectivas entre dos mujeres, y la segunda incluia personajes masculinos para generar cierta empatía en el lector abochornado.

Por cierto, no todos fueron halagos para el Lesbian Pulp Fiction. Algunos lo acusan de promover mitos en torno a la homosexualidad femenina, y no sin razón. Por ejemplo, suelen abundar personajes femeninos [Butch women] que asaltan a damas prolijamente heterosexuales; o que bien encaran actividades ilegítimas como la brujería, el satanismo, el desenfreno erótico, etc. La llegada de los años 60' marcó el declive lento del Lesbian Pulp Fiction. El lesbianismo dejó de ser un tema tabú, y, en consecuencia, pudo tratárselo en otros foros menos refractarios. Los libros de cubiertas escandalosas dejaron de ser imprescindibles para informarse sobre el tema, y la gran mayoría de sus novelas cayeron en el olvido, o acaso en el moho de un compartimiento secreto en el armario de alguna honesta ama de casa.

Estos son algunos de los relatos del Lesbian Pulp Fiction más importantes:
  • A diferencia de otros (Unlike Others, Valerie Taylor)
  • Amantes crepusculares (Twilight Lovers, Marion Zimmer Bradley)
  • Caminamos solas (We Walk Alone</>, Marijane Meaker)
  • Carol en cien ciudades (Carol in a Thousand Cities, Marijane Meaker)
  • Cuchillos de deseo (Knives of Desire, Marion Zimmer Bradley)
  • El casamiento (The Marriage, Ann Bannon)
  • El extraño en Lesbos (The Stranger in Lesbos, Valerie Taylor)
  • Jornada hacia la mujer (Jorney to a Woman, Ann Bannon)
  • La extraña mujer (The Strange Woman, Marion Zimmer Bradley)
  • Las crónicas de Beebo Binker (The Beebo Brinker Chronicles, Ann Bannon)
  • Las dos no viviremos (We Two Won't Last, Marijane Meaker)
  • Las muchachas (The Girls, Valerie Taylor)
  • La torre de Midwood (Midwood Tower, Valerie Taylor)
  • Lleva a una lesbiana a almorzar (Take a Lesbian to Lunch, Marijane Meaker)
  • Mi hermana, mi amor (My Sister, My Love, Marion Zimmer Bradley)
  • Morgan Ives (Morgan Ives, Marion Zimmer Bradley)
  • Mujeres en las sombras (Women in the Shadows, Ann Bannon)
  • Primavera de fuego (Spring fire, Marijane Meaker)
  • Repara su cielo (Spare Her Heaven, Marion Zimmer Bradley)
  • Sin Adán para Eva (No Adam for Eve, Marion Zimmer Bradley)
  • Soy lesbiana (I Am a Lesbian, Marion Zimmer Bradley)
  • Soy una mujer (I Am a Woman, Ann Bannon)
  • Susurran su amor (Whisper their Love, Valerie Taylor)
  • Tambien debemos amar (We Too Must Love, Marijane Meaker)
  • Un mundo sin hombres (A World Without Men, Valerie Taylor)




Relatos pulp. I Relatos feministas.


El artículo: Historia del pulp femenino fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El libro de Khalk'ru»: Abraham Merritt.


«El libro de Khalk'ru»: Abraham Merritt.




El libro de Khalk'ru (The book of Khalk'ru) es un relato fantástico del escritor norteamericano Abraham Merritt (1884-1943), incluido en la novela de terror de 1932: Los moradores del espejismo (Dwellers in the Mirage).

El fragmento del libro de Khalk'ru, normalmente traducido como Los infiernos de Khark'ru, posee algunas particularidades muy interesantes. En primer lugar, Khalk'ru es el dios de una perdida estirpe mongólica en las planicies heladas de Alaska. En algunas versiones, proveniente de las arenas inmemoriales del desierto de Gobi. Khalk´ru es descrito como un Kraken, un ente gigantesco y voraz, siempre predispuesto de devorar los sacrificios humanos que su pueblo le provee con gran eficiencia.

Lo curioso es que Khalk'ru es, nada menos, que Cthulhu, aquella deidad monstruosa de H.P. Lovecraft; homenajeada en la prosa de Abraham Merrit.

Aquellos que se animen a leer la novela completa los invitamos a revisar Los moradores del espejismo, y aquellos que sólo deseen conocer algo más sobre este dios-molusco pueden pasar directamente a El libro de Khalk'ru.




Novelas de Abraham Merritt. I Novelas góticas.


El análisis y resumen del relato de Abraham Merritt: El libro de Khalk'ru (The Book of Khalk'ru) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El desafío del más allá»: Lovecraft, Howard, Merritt, Moore, Long; relato y análisis


«El desafío del más allá»: Lovecraft, Howard, Merritt, Moore, Long; relato y análisis.




El desafío del más allá (The Challenge from Beyond) —también publicado como El desafío del espacio exterior— es un relato fantástico escrito en colaboración entre los escritores norteamericanos H.P. Lovecraft, Catherine L. Moore, Abraham Merritt, Robert E. Howard, y Frank Belknap Long, publicado en la edición de septiembre de 1935 de la revista Fantasy Magazine, y luego reeditado por Arkham House en la antología de 1943: Más allá del muro del sueño (Beyond the Wall of Sleep).

En 1935, la revista Fantasy encargó a los cinco autores más importantes del ámbito del relato pulp: Lovecraft, Moore, Merritt, Howard y Long, escribir una historia nueva y emocionante. En teoría, nada podía salir mal. Todos eran profesionales, y todos estaban habituados a trabajar bajo las rigurosas demandas de la industria del pulp, sobre todo de Weird Tales, y eso implicaba que podían adaptarse fácilmente al trabajo colaborativo. Más aún, todos se conocían entre sí, y parecían agradarse, si no en persona a través de correspondencia.

El desafío del más allá es el resultado de aquel ejercicio ambicioso, un resultado tan interesante como inarticulado en términos literarios. Estos cinco maestros del género conocían el oficio, pero parecen incapaces de resolver cuestiones elementales en la continuidad de cada aporte. Por ejemplo, cuando Catherine L. Moore envía al personaje principal a la cama para darle un cierre a su participación como autora, a continuación Abraham Merritt se hace cargo y escribe: No, pensándolo bien, creo que me quedaré despierto. Lamentablemente, muchas de esas deliciosas inconsistencias fueron pulidas en sucesivas versiones.

El desafío del más allá, que mezcla elementos típicos del Horror Cósmico y la ciencia ficción, relata la historia de George Campbell, un geólogo que descubre un extraño artefacto: un cubo de cuarzo con el poder de transportar a su portador hacia mundos distantes.

El orden de escritura en El desafío del más allá es: Moore, Merritt, Lovecraft, Howard y Long. Por ser el más importante, Lovecraft fue colocado a mitad de la historia, el sitio ideal para introducir a unas criaturas abominables de los Mitos de Cthulhu: la Gran Raza de Yith (ver: Ciclo de Yith: H.P. Lovecraft, la Gran Raza y viajes en el tiempo), quienes ya habían aparecido en La sombra fuera del tiempo (The Shadow Out of Time).




El desafío del más allá.
The Challenge from Beyond, H.P. Lovecraft, C.L. Moore, Abraham Merritt, Robert E. Howard y Frank Belknap Long.

George Campbell abrió a la oscuridad los ojos aún nublados por el sueño y quedóse mirando hacia el trozo de cielo nocturno que se divisaba a través de la abertura de la tienda de campaña, antes de que se despabilase lo suficiente y se preguntase qué era lo que le había despertado. En el claro y fresco aire de aquellos bosques canadiense parecía haber un soporífero tan fuerte como el de la droga más poderosa. Campbell siguió inmóvil un momento, sumergiéndose lentamente en las fronteras del sueño, consciente del delicioso cansancio que experimentaba, de la desacostumbrada sensación de haber usado a fondo sus músculos, para dormitar ahora a sus anchas. Aquel era el momento más codiciado de sus vacaciones, cuando descansaba después del trabajo, en la transparente y suave noche del bosque.

Deleitándose mientras su mente volvía a hundirse en la nada, Campbell se dijo a sí mismo, una vez más, que aún tenía por delante tres largos meses de libertad. De libertad de las ciudades y de la monotonía; de libertad de la enseñanza, de la Universidad, de los estudiantes sin interés alguno por la geología, que trataba de inculcarles en el impenetrable entendimiento, y con lo que se ganaba la vida; de libertad...

De pronto, la suave somnolencia cesó bruscamente. Afuera, la paz se había visto interrumpida por un estrépito de latas entrechocando entre sí. George Campbell incorporóse súbitamente en su catre y alargó el brazo hacia su linterna. En seguida, y al tiempo que se reía en voz baja, dejó de nuevo la linterna en su sitio. Al forzar la vista entre las tinieblas de la noche, vio afuera una bestezuela nocturna que al corretear entre los botes de conserva había provocado el estrépito. Campbell tendió una mano hacia la abertura de la tienda en busca de un guijarro para arrojarlo contra el intruso animal. Sus dedos dieron con una piedra de buen tamaño, y la alzó por encima de la cabeza, dispuesto a arrojarla.

Pero no llegó a lanzar la piedra. No la tiró porque se dio cuenta de lo extraño que era el guijarro que había cogido. Se trataba de un objeto cúbico, cristalino, que tenía aristas redondeadas. La singular sensación de aquellas caras pétreas causó tal curiosidad en Campbell, que cogió de nuevo la linterna y alumbró con ella el objeto que sostenía en la mano.

Todo vestigio de sueño le abandonó cuando comprobó lo que había encontrado tanteando en la oscuridad. Era un cubo de caras lisas, tan transparente como el cristal de roca. Se trataba de cuarzo, indudablemente, pero no en su habitual forma cristalizada hexagonal. De algún modo que ignoraba, le había sido dada la forma de un cubo perfecto que medía unos diez centímetros por cada una de las desgastadas aristas. Pues, en efecto, estaba increíblemente desgastado. El durísimo cristal aparecía tan redondeado que las aristas casi desaparecían, y el objeto tenía ya cierto aspecto de esfera. Para quedar así, aquel extraño objeto tenía que haberse visto sometido al desgaste a lo largo de milenios, de edades más allá de toda cuenta.

Pero lo más notable de todo era la forma que se podía divisar tenuemente en el corazón de aquel gran cristal. Incluido en el centro del mismo, se veía un pequeño disco de una sustancia pálida y desconocida, con unos caracteres inscritos en su superficie. Eran unos trazos que recordaban vagamente la escritura cuneiforme.

George Campbell arrugó el ceño y se inclinó más aún sobre el pequeño enigma que tenía en las manos, preso de una curiosidad sin límites. ¿Cómo podía haber quedado incluido un objeto como aquel disco, en el interior de una roca de cristal puro? Recordó vagamente antiguas leyendas que afirmaban que los cristales de cuarzo eran hielo que se había congelado tan intensamente que jamás volvió a deshelarse. Hielo... y escritura cuneiforme. Sí, ¿no se había originado tal escritura entre los sumerios, que llegaron desde el Norte en los más remotos comienzos de la historia, instalándose en la Mesopotamia? Pero Campbell reflexionó un poco y echóse a reír en voz baja. El cuarzo, desde luego, se había formado en los períodos más tempranos de las eras geológicas terrestres, cuando en el planeta no había más que rocas y un intenso calor. El hielo no había llegado hasta docenas de millones de años después que aquel objeto se formara.

Y sin embargo... allí se veía una escritura hecha por el hombre, indudablemente, y que aunque desconocida, le recordaba vagamente los trazos cuneiformes. ¿Era posible que en la era paleozoica hubieran habido seres con capacidad para trazar signos escritos? ¿O bien aquel objeto procedía de otros mundos, y cayó a la tierra como un meteorito? Tal vez...

Decidió no dejarse arrastrar por la imaginación. El silencio y la soledad de aquellos contornos, así como el objeto indudablemente extraño que había hallado, estaban jugando una mala pasada a su sentido común. Encogióse de hombros y dejó el cristal en una esquina de su catre, al tiempo que apagaba la linterna. Quizá el nuevo día, con la mente más despejada, le permitiera aclarar aquel enigma.

Pero el sueño ya no volvió con facilidad. Por un momento, le pareció que al apagar la linterna el cubo cristalino había brillado unos instantes, como si hubiese retenido la luminosidad antes de que se perdiese en las tinieblas circundantes. Aunque... tal vez se hubiera confundido, y sus ojos habían retenido en la retina la imagen luminosa del objeto. Los rayos del interior del cubo semejaban ahora pequeños soles de zafiro que bañaban la esfera con una luminosidad uniforme. Ya no había tienda. Sólo había una amplia cortina de niebla reluciente, sobre la esfera. Campbell sintióse atraído al interior de aquella neblina absorbido por ella como por un poderoso remolino que partiera del sobrenatural globo. Luego, la luminosa neblina de los soles de zafiro se hizo cada vez más intensa, y los contornos de la esfera se diluyeron, constituyendo un caos giratorio. El fulgor, el movimiento y la música se combinaban entre sí junto con la absorbente neblina. Los soles de zafiro también se fundieron casi imperceptiblemente con la grisácea inmensidad de aquellas pulsaciones carentes de forma.

Entretanto, Campbell notó que la noción de movimiento hacia delante y afuera se hacía cósmica e intolerablemente rápida. Todo patrón de velocidad conocido en la Tierra resultaba allí empequeñecido, y el hombre comprendía que una retirada a la realidad física significaría la muerte instantánea para cualquier ser humano. Le parecía ver, en aquella pesadilla de infierno hipnótico, un desfile de meteoros que iban a percutir dolorosamente en su cerebro. Aunque no había verdaderos puntos de referencia en aquel espacio gris, pulsante y vacío, Campbell notó que se acercaba, y que incluso sobrepasaba a la velocidad de la luz. Por fin su conciencia se extinguió, y una misericordiosa oscuridad lo envolvió todo.

Las ideas y pensamientos volvieron a George Campbell repentinamente, en medio de las más impenetrables tinieblas. No pudo precisar cuántos años —o siglos, o eternidades—, habrían transcurrido desde que voló en el seno de la neblina grisácea. Sólo sabía que se hallaba tranquilo y que no le dolía nada. En realidad, la ausencia de cualquier sensación física era la cualidad más notable del estado en que se hallaba. La negrura parecía ahora menos densa. Era como si él existiera en forma de una inteligencia libre de toda atadura a los sentidos físicos. Podía pensar agudamente y con rapidez, pero no alcanzaba a hacerse una idea de la situación en que se encontraba.

Casi instintivamente, Campbell se dio cuenta de que no estaba solo en la tienda. No había catre de campaña debajo suyo, y él no tenía manos para palpar las mantas y la lona. Tampoco vio la linterna, ni la abertura de la tienda por donde había observado el pálido cielo nocturno. Algo andaba mal. Terriblemente mal... Lanzó su mente hacia atrás y pensó en el cubo fluorescente que le había hipnotizado. Pensó en eso y en todo lo demás, que siguió después. En el último, momento sintió un terrible pánico, un miedo subconsciente más profundo aún que el causado por la sensación del diabólico vuelo. El miedo le llegaba de un recuerdo vago y remoto, que no podía precisar con exactitud. Trató de recordar forzando su cerebro.

Poco a poco fue haciendo memoria. Una vez, hacía ya mucho tiempo, y mientras ejercía su profesión de geólogo, había leído algo acerca de aquel cubo. Tenía que ver con aquellos discutibles e inquietantes fragmentos llamados Eltdown Shards, que habían sido extraídos en unas excavaciones de estratos precarboníferos en el sur de Inglaterra, treinta años antes. Su forma y las marcas que aparecían en aquellos fragmentos eran tan extraños, que algunos estudiosos insinuaron un origen artificial. Procedían, según se estableció claramente, de una época en que ningún ser humano habitaba el planeta, pero sus contornos y los trazos que se apreciaban en ellos hacían presumir la intervención de la mano del hombre.

No fue en los escritos de ningún científico, sin embargo, donde Campbell halló tal referencia a un cristal que contenía un disco en su interior. La fuente era menos digna de confianza, pero mucho más interesante. Hacia el año 1912, un clérigo de Sussex, culto pero con inclinaciones hacia el ocultismo, el reverendo Arthur Brooke Winters-Hall, procedió a identificar las marcas de Eltdown Shards, y afirmó que se trataba de unos "jeroglíficos prehumanos", que se veneraban en ciertos círculos místicos. Llegó a publicar, por su propia cuenta, lo que calificó de una "traducción" de las asombrosas inscripciones, escrito que aún es citado respetuosamente por los autores de obras ocultistas.

En dicha traducción —un folleto sorprendentemente extenso, teniendo en cuenta el número limitado de fragmentos originales existentes— se aludía a la naturaleza prehumana de aquellas inscripciones. La narración hablaba de un mundo —y luego de innumerables mundos— del cosmos en el que existía una poderosa raza de seres con forma de gusano, cuyos logros y cuyo control sobre lo natural sobrepasaban todo cuanto podía imaginar la mente humana. Habían llegado a dominar el arte de la navegación interestelar, y de ese modo poblaron todos los planetas habitables de su galaxia, pero dando muerte a los seres que encontraban y que les estorbaban.

Más allá de los límites de su propia galaxia —que no era la nuestra—, no podían aventurarse en persona, pero descubrieron un medio de trasponer los espacios transgalácticos por medio de la mente. Así idearon unos objetos peculiares, unos cubos cristalinos dotados de extraña energía, que contenían talismanes hipnóticos y que al ser lanzados fuera de los límites de su propio universo, sólo eran atraídos por la materia sólida y fría, es decir, por materia planetaria. Aquellos cubos, unos pocos de los cuales debían caer necesariamente en mundos habitados de otras galaxias, formarían los puentes de comunicación mental. La fricción atmosférica quemaba la envoltura protectora, dejando el cubo al descubierto hasta que fuera hallado por seres inteligentes del mundo donde hubiese caído. Por sus características, el cubo debía atraer la curiosidad de un ser dotado de raciocinio. Aquella atención mental, junto con la acción de la luz, serían suficientes para poner en marcha las propiedades especiales del objeto.

La mente que investigase el cubo, sería atraída por el poder del disco central, y trasladada por un hilo de oscura energía hasta el lugar de donde el cubo había partido: el remoto mundo de los seres con forma de gusano, que exploraban los vastos abismos galácticos. Al ser recibida en la máquina a la que cada cubo estaba sintonizado, la mente capturada permanecería en suspenso sin cuerpo ni sentidos, hasta que fuese examinada por uno de los seres de la raza dominante. Luego, por un proceso especial de intercambio, a esa mente le sería extraído todo su contenido. La mente del investigador pasaría a ocupar ahora la extraña máquina, mientras la mente cautiva iba a instalarse en el cuerpo en forma de gusano del interrogador. Luego, mediante otro intercambio, la mente del interrogador daría un salto a través del espacio sin límites hasta el cuerpo vacío e inconsciente del cautivo que se hallaba en el mundo transgaláctico. De este modo, exploraban los mundos más alejados con el disfraz, casi podía decirse, de los nativos.

Terminada la exploración el aventurero utilizaba el cubo y su disco para el viaje de regreso. En ocasiones, la mente capturada era devuelta a su lejano mundo, mas no siempre la raza dominante era tan benévola. A veces, cuando hallaban una raza con capacidad potencial para viajar por el espacio, a fin de eliminar rivales procedían a aniquilar mentes por millares, utilizando las exploradoras como agentes de destrucción. En otros casos, varios grupos de seres con forma de gusano ocupaban permanentemente un planeta transgaláctico, destruyendo las mentes capturadas como tarea preliminar, antes de instalarse en los cuerpos vacíos. En tal caso, la civilización madre nunca podía ser duplicada, ya que el nuevo planeta no solía contener los elementos artísticos necesarios para el desarrollo de las artes de un modo similar al que conocían los seres con forma de gusano. Así por ejemplo, los cubos sólo podían ser hechos en el planeta origen de aquella raza.

Sólo unos pocos de los incontables cubos enviados al espacio, llegaron a caer en un planeta y a captar la atención de seres inteligentes. Según rezaba el relato, sólo tres habían aterrizado en mundos poblados de nuestro universo. Uno de ellos cayó en un planeta cercano al borde de la galaxia, hacía dos mil millones de años, en tanto que otro lo hizo en el centro galáctico hacía sólo trescientos millones de años. El tercero, y el único del que se supiera que había llegado a nuestro sistema solar, alcanzó la Tierra unos ciento cincuenta millones de años antes. El opúsculo del doctor Winters se refería especialmente a este último cubo. Cuando dicho objeto cayó en nuestro planeta, escribía él, la especie dominante en el mundo era una raza de seres enormes, con forma de cono, que superaban todas las formas de vida anteriores, tanto en capacidad mental como en conquistas logradas. Esta raza era tan avanzada que llegó a mandar también emisarios al exterior, tanto en el espacio como en el tiempo. En consecuencia se dieron cuenta de lo que sucedía, cuando el cubo cayó del cielo y algunos individuos sufrieron la transmutación mental después de observarlo.

Al comprender que los seres captados representaban mentes invasoras, los jefes ordenaron la destrucción de los sospechosos, aun a costa de dejar desamparadas en el espacio las mentes de sus semejantes. Luego procedieron a ocultar el cubo cuidadosamente de la luz y las miradas, para evitar la amenaza que representaba. Pero no querían destruir un ejemplo tan interesante que podía permitir experimentos de gran valor. De cuando en cuando, algún aventurero carente de escrúpulos trató de llegar hasta el cubo para comprobar sus extraños poderes, pero en todos los casos los inconscientes fueron descubiertos a tiempo y sancionados debidamente. Los seres en forma de gusano sólo llegaron a enterarse por los nuevos exilados, de lo ocurrido con sus exploradores de la Tierra, por lo que concibieron un odio profundo contra nuestro planeta y sus formas de vida. Lo habrían despoblado, de haber podido, y de hecho enviaron más cubos al espacio, en la esperanza de que cayeran en lugares desguarnecidos, pero tal casualidad nunca llegó a producirse.

Los terrestres de forma cónica conservaron el único cubo existente en el planeta dentro de una especie de altar, como reliquia para efectuar una serie de experimentos, hasta que, después de un tiempo inmemorial, se perdió en el caos de la guerra, al quedar destruida la ciudad polar donde se guardaba. Cuando, cincuenta millones de años antes, los terrestres enviaron sus mentes al futuro infinito, con el fin de evitar el peligro que corrían en la Tierra en ese momento, el paradero del siniestro cubo era desconocido. Todo esto es lo que los fragmentos de Eltdown Shards habían contado, según el erudito ocultista. Lo que ahora provocaba un vago temor en Campbell era la exactitud con que se había descrito el cubo espacial: dimensiones, consistencia, disco central con jeroglíficos, y efectos hipnóticos del objeto.

Mientras pensaba una y otra vez en el asunto, en la oscuridad del extraño medio en que se hallaba, se preguntó si toda la experiencia que había tenido con el cubo no sería una pesadilla provocada por, el recuerdo de alguna de las ridículas obras que había leído. Campbell no pudo formarse una idea del tiempo que estuvo reflexionando de aquel modo. Todo lo relativo a su estado era tan irreal que las dimensiones ordinarias carecían por completo de sentido. Parecía una eternidad, pero tal vez no había pasado realmente mucho tiempo cuando llegó la interrupción de aquel estado. Lo que ocurrió fue tan extraño e inexplicable como la negación que se produjo luego. Tuvo una sensación —más bien de la mente que del cuerpo— de que todos sus pensamientos eran barridos o absorbidos en tumultuoso caos, más allá de todo control.

Los recuerdos se alzaban de una forma irresponsable y confusa. Todo cuanto estaba en su mente —experiencias, estudios, sueños, ideas y tradiciones—, se presentó de improviso, simultáneamente, con una velocidad de vértigo y tal profusión, que pronto se sintió incapaz de poder diferenciar los conceptos entre sí. El contenido de su conciencia se convirtió en un alud, una cascada, un torbellino. Era algo tan horrible y vertiginoso como el hipnótico vuelo a través del espacio, cuando halló el cubo de cristal. Por fin, su conciencia se aplacó, trayéndole paz y alivio. Transcurrió otro lapso de negación, y luego volvieron poco a poco las sensaciones. Pero ahora eran físicas, en lugar de mentales. Una luz de color zafiro parecía herir su retina, al tiempo que escuchaba un retumbar sordo y distante. Notó asimismo impresiones táctiles, y se dio cuenta de que estaba tendido encima de algo, si bien notábase en una postura extraña. Trató de mover los brazos, pero no notó respuesta definida a su intento. En lugar de ello, sentía como pequeños pellizcos nerviosos por toda la superficie de su cuerpo.

Trató de abrir más aún los ojos, pero sintióse incapaz de realizar el acto. La luz de color zafiro llegaba hasta él de una manera difusa, nebulosa, y no podía ser enfocada o definida a voluntad. Gradualmente, sin embargo, imágenes visuales comenzaron a filtrarse curiosa e indecisamente. Las características de la visión no eran aquellas a las que estaba acostumbrado, pero al menos pudo establecer una correlación con lo que había conocido antes como sentido visual. Cuando la sensación alcanzó cierto grado de estabilidad, Campbell se dijo que debía estar bajo la influencia de una pesadilla. Le pareció hallarse en una habitación sumamente vasta, de altura regular, pero de superficie muy amplia en proporción.

A los lados —y según le pareció, podía ver las cuatro paredes a la vez— había unas aberturas altas y estrechas que parecían servir simultáneamente de puertas y ventanas. Vio unas mesas extrañas y bajas, como pedestales, y no se apreciaba ningún mueble de forma o proporciones normales. A través de las aberturas fluían torrentes de luz azulina, y por ellas podían verse a lo lejos unos edificios asombrosos, en forma de cubos arracimados. En las paredes, es decir, en los espacios que había entre las aberturas, se apreciaban unos singulares e inquietantes caracteres. Pasó algún tiempo antes de que Campbell comprendiese la razón por la que aquellos caracteres le inquietaban tanto. Era que aquellas inscripciones de las paredes resultaban muy parecidas a las que había en el disco central del cubo cristalino.

El principal elemento de la pesadilla, sin embargo, fue algo más que aquello. Comenzó con el ser viviente que entró al fin por una de las aberturas, avanzando deliberadamente hacia él mientras sostenía una lámina metálica de rara forma, con una superficie bruñida como la de un espejo. Aquel ser no era humano, y ni siquiera parecía salido de los mitos o los sueños del hombre. Era un gusano gigantesco, de color gris claro, tan grueso como la altura de un hombre, y dos veces más largo. Su cabeza, aparentemente sin ojos, tenia forma más o menos discoidal, estaba bordeada de cilias y poseía un orificio central de color purpúreo. Se deslizaba sobre las patas posteriores, al tiempo que mantenía erguida verticalmente la parte anterior del cuerpo. De las patas o miembros, al menos dos pares de ellos parecían servirle de brazos. De su lomo salía una especie de cerdas purpúreas, y su grotesco cuerpo terminaba en una membrana grisácea en forma de abanico. En torno al cuello tenia un anillo de cilias rojas y flexibles de las que parecían emanar sonidos similares a chasquidos y a cuerdas percutidas, en un ritmo preciso y deliberado.

Pero no fue aquella visión de delirio lo que hizo caer a Campbell en un tercer período de inconsciencia. Para ello necesitó algo más, un choque final e insoportable. Al tiempo que aquel ser parecido a un gusano avanzaba sosteniendo la lámina parecida a un espejo, el hombre echó un vistazo hacía donde debía hallarse él tendido. Pero no fue su cuerpo lo que vio reflejado en la bruñida superficie. En lugar de ello, vio la forma grisácea y repugnante de otro gigantesco gusano.

Campbell salió del lapso final de inconsciencia con pleno conocimiento de su situación. comprendió que su mente se hallaba aprisionada en el cuerpo del ser de algún planeta lejano, mientras que, al otro lado del Universo, su propio cuerpo estaría albergando seguramente la personalidad del monstruo. Luchó por dominar el horror irracional que le invadía. Considerada desde un punto de vista cósmico, ¿por qué tenia que horrorizarle su metamorfosis? La vida y la conciencia eran las únicas realidades existentes en el Universo. La forma, en cambio, sólo resultaba algo accesorio. Su cuerpo actual no era repugnante más que de acuerdo con los cánones terrestres. El temor y el desagrado se vieron ahogados por el absorbente interés de la aventura increíble.

¿Qué era, al fin y al cabo, su antiguo cuerpo, más que una cloaca que seria destruida por la muerte? Campbell no alentaba ilusiones sentimentales respecto al mundo del que había sido exiliado. ¿Qué le había dado a él, más que sinsabores, pobreza y fatigas? Si aquella otra vida no le proporcionaba más, sin duda tampoco le proporcionaría menos. Pero su intuición le decía a Campbell que podía ofrecerle más, mucho más. Con la honradez que sólo es posible cuando la vida queda al descubierto hasta su núcleo fundamental, se dio cuenta el hombre de que, en cierto modo, habla ya agotado todas las posibilidades de placer físico inherentes a su antiguo cuerpo terrenal. La Tierra, en resumen, no parecía tener ya atractivos para él. En cambio, la posesión de aquel cuerpo nuevo y extraño, le prometía singulares y desconocidas sensaciones.

Notó que una satisfacción sin límites le embargaba. Era ahora un hombre sin mundo, libre de cualquier convencionalismo o inhibición, no sólo de la Tierra, sino de aquel extraño planeta; libre de toda restricción en los límites del Universo. Sí, era un semidiós. Pensó divertido en su propio cuerpo terrenal, moviéndose entre sus semejantes mientras un monstruo de un mundo lejano contemplaba, seguramente con repulsión, los seres pequeños y frágiles que eran ahora sus iguales, y que huirían aterrados de saber quién era él en realidad. Allá él en la Tierra. que destruyese a mansalva lo que quisiera. Su antiguo planeta y las razas que lo habitaban ya no tenían significado para George Campbell. De los innumerables convencionalismos de su vida anterior, sentíase surgir pujante y renovado. Aquello no había sido una muerte, sino un renacer: el nacimiento de una mentalidad plena, con una nueva conciencia que en modo alguno le hacía sentirse cautivo en Yekub.

Campbell estremecióse. ¡Yekub! Aquél era el nombre de su nuevo planeta. Pero ¿cómo podía...? Luego lo supo, del mismo modo que se enteró del nombre que correspondía al ser cuyo cuerpo estaba ocupando. El nombre del ser era Tothe. La memoria, fuertemente impresa en el cerebro de Tothe, estaba agitándose en él, como sombras de las nociones que Tothe había adquirido. Profundamente embebidas en los tejidos cerebrales del ser, le hablaban tenuemente y obraban como instintos, permitiéndole entrever el poder y la libertad que podían proporcionarle. ¡En Yekub no sería un esclavo, sino un rey! Sí, lo sería del mismo modo que los antiguos bárbaros ascendieron al trono de los viejos imperios decadentes.

Por vez primera, Campbell contempló interesado todo lo que le rodeaba. Aún seguía tendido en la especie de diván, en medio de una fantástica estancia, mientras el ser en forma de gusano seguía sosteniendo delante de él el bruñido objeto, y hacía sonar las cilias rojas de su cuello. Diose cuenta Campbell de que el otro le hablaba, y lo que le dijo lo comprendió vagamente, a través del cerebro de Tothe. El ser que estaba delante de él era Yukth, señor supremo de la ciencia.

Pero Campbell no atendió, pues estaba pensando un plan, un proyecto tan arriesgado y ajeno al modo de vida del planeta Yekub, que se hallaba más allá de la comprensión de Yukth, y necesariamente tenía que tomarle desprevenido. Yukth, lo mismo que Campbell, vio el objeto metálico de aguda punta que había sobre una mesilla cercana, pero para Yukth el objeto sólo era un instrumento científico. Ni siquiera imaginaba que pudiera ser utilizado como arma. La mente terrenal de Campbell fue la que le suministró aquel conocimiento y le impulsó a actuar, haciendo que el cuerpo de Tothe obrase como ningún ser de Yekub lo había hecho anteriormente. Campbell aferró el puntiagudo objeto y asestó con él un golpe a Yukth, para después tirar y desgarrar hacia arriba. Yukth retrocedió primero y en seguida se desplomó con las entrañas esparcidas por el suelo. Un instante después, Campbell avanzaba hacia una de las puertas. Su velocidad asombrosa era la primera confirmación de las nuevas calidades físicas de que ahora estaba dotado.

Mientras corría, guiado por el conocimiento implantado en el subconsciente de Tothe, era como si tuviera una especie de sensación especial en las piernas. El cuerpo de Tothe le llevaba por un camino que aquél había recorrido miles de veces, cuando estaba en posesión de su verdadera mente. Siguió por un corredor, ascendió una escalera estrecha y pasó a través de .una puerta tallada. El mismo instinto que le había llevado hasta allí, le dijo que había encontrado lo que deseaba. Se hallaba en una estancia circular con una cúpula en el techo de la que se desprendía una luz pálida de color azulino. En el centro del piso, tendida con los colores del arco iris, alzábase una extraña estructura compuesta por varios pisos superpuestos, cada uno de ellos de un color vívido y diferente. El piso superior era un cono purpúreo de cuyo vértice se desprendía un vaho azul que ascendía hasta una esfera que flotaba en el aire y que relucía con aspecto translúcido, como el del marfil. Aquello, según le decían a Campbell los recuerdos profundamente instalados en la mente de Tothe, era el dios de Yekub, al que los nativos del planeta temían y veneraban, sin que supieran exactamente por qué, desde hacía millones de años. Un sacerdote, vermiforme como todos los seres de Yekub, se hallaba ante el altar que ninguna mano mortal había tocado jamás. El tocar aquello hubiera resultado un sacrilegio que jamás se le había ocurrido a un ser del planeta. El sacerdote se horrorizó al ver la actitud de Campbell, el cual le hundió en el cuerpo el arma que aún llevaba con él, quitándole la vida.

Irguiéndose sobre sus patas, similares a las de un ciempiés, Campbell trepó al altar sin escuchar las protestas internas de su conciencia, y sin notar el cambio que se estaba produciendo en la esfera que flotaba en el aire. Se hallaba embriagado por un sentimiento de poderío. Temía las supersticiones de Yekub tan poco como había temido las de la Tierra. Con aquel globo en las manos, sería el rey de Yekub. Los seres vermiformes no osarían negarle nada, cuando tuviera como rehén al dios que veneraban. Tendió una mano hacia la esfera, que ya no era de color marfil, sino roja como la sangre...

El cuerpo de George Campbell salió de la tienda de campaña a la pálida noche de agosto, moviéndose con paso lento y tambaleante, entre los troncos de los enormes árboles, y remontó un sendero tapizado de agujas de pino fuertemente aromatizadas. El aire era frío y vigorizante. Aparecía el cielo como una cúpula oscura constelada de polvo estelar, hacia cuyo fondo la aurora boreal lanzaba destellos de fuego. La cabeza del hombre se bamboleaba desagradablemente de un lado a otro. De las comisuras de su exangüe boca caían espumarajos ambarinos que se agitaban a impulsos de la brisa nocturna. Al principio anduvo erguido, como lo haría un hombre, pero luego su postura cambió. Su tronco inclinóse y sus miembros parecieron acortarse. En un mundo lejano del cosmos la criatura vermiforme que era ahora George Campbell aferró contra sí el dios de color rojo sangre y corrió con estremecimientos de insecto a través de un salón de tonos irisados, en dirección a unos portones macizos, hasta llegar al exterior, donde lucían los rayos de extraños soles.

Oscilando con el movimiento de una torpe bestia, el cuerpo de George Campbell estaba arrostrando un destino desconocido. Sus largos y aguzados dedos levantaban las agujas de coníferas mientras avanzaba hacia una amplia extensión de agua reluciente. A lo lejos, en el mundo extragaláctico de seres en forma de gusanos, George Campbell corría entre ciclópeos edificios de material oscuro, por avenidas plantadas en los costados con grandes helechos, mientras sostenía con fuerza la esfera roja que representaba el dios de Yekub. Oyóse un áspero grito animal entre los matorrales, cerca del reluciente lago donde la mente de una criatura vermiforme moraba en un cuerpo al que impulsaba el instinto. Unos dientes humanos se hundieron en la suave piel de una criatura del bosque, y luego desgarraron su carne. El pequeño zorro hincó a su vez los colmillos en la muñeca del hombre, respondiendo al ataque, y luego se debatió desesperadamente, mientras la sangre iba fluyendo de su organismo. Lentamente, el cuerpo de George Campbell se puso en pie, con la boca impregnada de sangre fresca. Moviendo con torpeza los miembros, se dirigió hacia las aguas del lago.

Mientras la criatura vermiforme que era George Campbell seguía andando entre los bloques de piedra negra, millares de seres en forma de gusano se prosternaban a su paso. Un poder sobrenatural parecía emanar del oscilante cuerpo que ahora tenía George Campbell, mientras proseguía adelante con movimientos ondulatorios, en dirección al trono de un imperio espiritual que dominaba el planeta. Un trampero llegó asimismo a la orilla del lago, después de atravesar los densos bosques que rodeaban a la tienda de campaña. Habíase perdido en el bosque, y anduvo errante por el mismo toda la noche.

Al aproximarse a las aguas creyó observar algo que flotaba en ellas. Acercóse al mismo borde, se arrodilló en el blando cieno y tendió un brazo hacia el bulto que allí flotaba. Lentamente lo atrajo hacia la orilla. Al otro lado del espacio, la criatura vermiforme, que sostenía la roja esfera reluciente, ascendió a un trono que brillaba como la constelación Casiopea, bajo una bóveda de supersoles. La gran deidad que había encima prestaba energía a su organismo en forma de gusano, infundiéndole una espiritualidad sobrehumana y liberándole de las miserias animales. En la Tierra, el trampero contempló con horror indescriptible el rostro ennegrecido y velludo del ahogado. Era un rostro bestial, repugnante, de expresión primitiva, y de cuya boca contraída fluía una mucosidad negra.

George Campbell sintió contra sí la forma esférica del dios rojo, al que seguía abrazando. Una serie de vibraciones surgían del seno de la deidad y en el momento en que George Campbell sentóse en el trono, sintiendo el poder del Imperio en todas sus fibras, la voz del gran dios de Yebuk, le habló con un acento que avanzó pulsando por las células de su cerebro.

—Aquel que buscó tu cuerpo desde los abismos del espacio —dijo el dios rojo—, habitará en un organismo irresponsable. No hay ser de Yekub que pueda controlar el cuerpo de un ser humano. En toda la superficie de la Tierra, las criaturas vivientes se persiguen unas a otras y se regodean con increíble crueldad matando a los de su especie. No hay mente de ser vermiforme que pueda controlar los bestiales instintos del cuerpo humano, cuando éstos quedan en libertad. Sólo la mente del hombre, condicionada a través de diez mil generaciones, es capaz de mantener a raya sus instintos. Tu cuerpo se destruirá a sí mismo en la Tierra, buscando la sangre de los seres vivos, y el agua donde pueda refrescarse a su gusto. Pero buscará al fin su propia destrucción, ya que el instinto de la muerte es más poderoso en el hombre que el de la vida, y morirá cuando trate de regresar al medio del que una vez salió.

Así habló el dios rojo de Yekub, a George Campbell desde un lejano lugar del espacio-tiempo, mientras el que fuera un hombre, con todos los deseos e instintos humanos anulados, sentábase en el trono y gobernaba el imperio de seres vermiformes con mayor sabiduría, y benevolencia que cualquier ser humano lo hizo nunca en la Tierra, en un imperio de hombres.

H.P. Lovecraft (1890-1937)
Catherine L. Moore (1911-1987)
Abraham Merritt (1884-1943)
Robert E. Howard (1906-1936)
Frank Belknap Long (1901-1994)




Relatos góticos. I Relatos de Lovecraft. I Relatos de Abraham Merritt. I Relatos de C.L. Moore. I Relatos de Robert E. Howard. I Relatos de Frank Belknap Long.


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El análisis y resumen del cuento de Lovecraft, Merritt. Howard, Moore y Long: El desafío del más allá (The Challenge from Beyond), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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