«Las cabezas de Logoda»: August Derleth; relato y análisis.


«Las cabezas de Logoda»: August Derleth; relato y análisis.




«¿Me haría este favor, mayor? No lo molestaré más, por mi honor.
Quiero hablar con las cabezas de Logoda y no quiero que escuche lo que les digo.»



Las cabezas de Logoda (Logoda's Heads) es un relato de terror del escritor norteamericano August Derleth (1909-1971), publicado originalmente en la edición de abril de 1939 de la revista Strange Stories.

Las cabezas de Logoda, uno de los cuentos de August Derleth más logrados, fue adaptado por Robert Bloch para la serie televisiva Night Gallery. El episodio se estrenó en diciembre de 1971.

La historia comienza con un grupo de oficiales ingleses debatiendo afuera de la choza de un brujo nativo, llamado Logoda. El mayor Crosby, por supuesto, es un escéptico, pero entiende que el estatus de brujo entre los locales lo obliga a tener ciertas formalidades con Logoda. El oficial Henley, por el contrario, es un creyente; y no sólo eso, sino que está convencido que la cabeza de su hermano, recientemente desaparecido, ahora forma parte de la colección personal de Logoda.

Henley convence al mayor Crosby e ingresan en la choza del brujo. Después de unos instantes de acostumbrarse a la oscuridad, «vieron a Logoda y las feas cabezas secas y colgadas de postes sobre el hechicero». Crosby, que había estado hace poco en la choza, recordaba haber contado diez cabezas. Ahora hay once:


«Logoda, un hombre corpulento y desgarbado, estaba sentado en cuclillas en un rincón. Llevaba un tocado extraño, puesto apresuradamente por aviso de los visitantes, pero aparte de esto y unas cuantas manchas de pintura no demasiado reciente, no se diferenciaba mucho de sus compatriotas nativos. Sin embargo, el hombre era un poder muy tangible e irritante para los ingleses estacionados en el puesto cercano.»


Crosby es un hombre racional, de modo que la presencia de una cabeza nueva en la choza, coincidente con la desaparición de un inglés una semana atrás, es tomada con excepcional prudencia. Le explica a Henley que «Logoda no ha tenido tiempo de secar una cabeza». Henley responde: «Es usted demasiado nuevo aquí, mayor Crosby —dijo—. Sé lo rápido que pueden secarlas».


En este punto, Logoda adopta una posición extraña, meditativa, y se vuelve hacia las cabezas secas, «extendiendo los brazos como si les estuviera suplicando». Comienza a emitir «un torrente de extraños balbuceos»:


«—Está hablando con las cabezas —dijo Henley en voz baja—. No se sorprenda si le responden.»


Logoda finalmente calla. En la cabaña reina un «silencio absoluto»:


«Entonces se oyó, como si viniera de muy lejos, una risita extraña y estridente que fue creciendo, aumentando hasta que sonó por todos lados... y luego se apagó hasta convertirse en un susurro que se perdió gradualmente en el silencio. Por encima de ellos, las cabezas de Logoda se balanceaban de un lado a otro, aunque nadie las había tocado.»


El mayor está asqueado y forcejea para salir de la choza. Henley, menos impresionado, lo sigue, y le solicita que saquen a Logoda y le permitan a él permanecer unos minutos a solas con las cabezas. Esto se hace con precaución, respetando al brujo para provocar a los nativos.

Esa noche, Henley le pide al mayor que lo ate a su catre y ponga un guardia. Después de negociar los términos de esa inusual petición, el mayor accede, y Henley permanece atado y vigilado. A la mañana siguiente corre una noticia inesperada: Logoda ha sido asesinado.


«Es un asunto extraño, señor. Sus guardias no vieron a nadie entrar en la choza ni salir de ella. Oyeron a Logoda hablando con sus cabezas y oyeron a las cabezas responder. Luego lo escucharon toser una o dos veces. Eso fue todo. Esta mañana lo encontraron con el cuello desgarrado, terriblemente mutilado, cortado como si lo hubieran destrozado miles de ratas.»


Desde luego [spoiler], el causante de la muerte de Logoda es Henley, quien maneja la lengua nativa y ha estudiado los procedimientos mágicos del brujo. En los minutos en que estuvo solo en la choza, Henley ordenó a las cabezas «rasgar y desgarrar» el cuello del brujo, permaneciendo él mismo atado a su catre, y por lo tanto a salvo de cualquier imputación.

Después de décadas de hostilidad dirigida por fanáticos de Lovecraft demasiado entusiastas, August Derleth se ha convertido en una figura opaca, hacedora de pastiches y no mucho más. Muchos amantes del género ni siquiera se molestan en explorar su obra debido a lo que han escuchado, y dado que tanta gente lo condena rotundamente debe ser cierto, ¿verdad? Lo cierto es que August Derleth es capaz de crear verdaderas abominaciones así como historias inesperadamente ingeniosas [ver: August Derleth: el creador de los Mitos de Cthulhu]

Es interesante cómo August Derleth invierte las expectativas en Las cabezas de Logoda: ¿Un destacamento del ejército inglés contra el brujo local? Creo que cualquier lector habituado al género podría arriesgar quién saldrá victorioso, y no serán esos racionales bebedores de té. Esto parece evidente cuando el mayor Crosby amenaza diplomáticamente con quemar la aldea a menos que el hermano de Henley sea devuelto, idealmente con la cabeza todavía unida a su cuello, y el escurridizo Logoda niega enérgicamente tener conocimiento de un hombre blanco desaparecido. Sin embargo, August Derleth da vuelta las cosas de manera encomiable.

Las cabezas de Logoda es un cuento interesante. Está por encima de muchas historias de August Derleth, aunque por debajo de sus mejores [como El lugar solitario (The Lonesome Place)]. Es una historia que parece visual, con todas esas cabezas secas balancándose en la pared de la choza, pero en realidad no llegamos a ver demasiado. No vemos a Henley hablando con las cabezas ni a Logoda siendo mordido hasta la muerte. Esto no es frecuente en los relatos de August Derleth, donde se suele mostrar más de lo necesario.




Las cabezas de Logoda.
Logoda's Heads, August Derleth (1909-1971)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


—Muy bien, aquí estamos —dijo el mayor Crosby, deteniéndose.

Echó una rápida mirada a los cuatro hombres que formaban su guardia personal y luego se volvió hacia el joven Henley.

—Ahora, Henley —dijo—, no quiero que me interrumpa. Voy a ocuparme de esto yo mismo, ¿entiende? Sabes cuánta influencia tienen estos brujos nativos, no es bueno enojarlos innecesariamente. Y Logoda es un mal tipo, él y sus sucias cabezas.

Henley se sonrojó.

—Una de esas cabezas puede ser todo lo que queda de mi hermano —dijo brevemente.

—Logoda sabe demasiado para molestar a un inglés —replicó el mayor.

—Mi hermano conocía su magia. Sabía demasiado de su magia —dijo Henley, mirando a través de los arbustos hacia la cabaña del brujo, Logoda.

—Bueno, por el amor de Dios, no empiece nada.

El mayor se adelantó, pero Henley lo agarró del brazo.

—Espere, mayor —dijo.

—¿Qué pasa? —espetó Crosby.

—Hable con él en su propio idioma —dijo Henley.

—Todavía no domino la lengua nativa —respondió el mayor, enfadado.

—No quise decir eso —dijo Henley significativamente.

—Oh —dijo el mayor, sorprendido por un momento. Luego sacudió la cabeza malhumorado y atravesó el claro, con Henley pisándole los talones.

Algunos nativos se dispersaron cautelosamente cuando ellos se acercaron, dejando despejada la puerta de la cabaña de Logoda. Había una colección de trofeos en la entrada; algunos de ellos no eran agradables a la vista. El mayor Crosby reflexionó brevemente sobre la incapacidad de Inglaterra para acabar con ciertas prácticas. Luego se dio la vuelta y ordenó secamente a sus hombres que se quedaran afuera.

El mayor Crosby levantó la puerta enmarañada y entró, seguido por Henley. Les llevó un minuto acostumbrarse a la oscuridad. Entonces vieron a Logoda y las feas y manchadas cabezas secas y colgadas de postes sobre el hechicero.

El mayor Crosby había estado en la cabaña una vez, no hace mucho tiempo. Entonces había diez cabezas; ahora había once. La otra, a la luz de la desaparición de Bob Henley, lo inquietaba.

Logoda, un hombre corpulento y desgarbado, estaba sentado en cuclillas en un rincón. Llevaba un tocado extraño, aparentemente puesto apresuradamente por aviso de los visitantes, pero aparte de esto y unas cuantas manchas de pintura no demasiado reciente, no se diferenciaba mucho de sus compatriotas nativos. Sin embargo, el hombre era un poder muy tangible e irritante para los ingleses estacionados en el puesto cercano.

—Logoda, falta un hombre blanco —dijo el mayor, yendo directamente al punto de su visita—. Se sabía que había venido en tu dirección. Hace una semana, siete días. Siete veces el sol vino por aquí. ¿Dónde está?

—Ningún hombre blanco —dijo Logoda serenamente.

Movió la mitad superior de su cuerpo ligeramente hacia adelante, de modo que sus brazos extendidos descansaran sobre las palmas de las manos presionadas contra el suelo.

—Ningún hombre blanco —dijo de nuevo.

—Logoda —respondió Crosby con severidad—, vendrán muchos hombres a buscarte. Quemarán tu aldea, te meterán en una habitación con muchos barrotes.

Sorprendentemente, Henley lo interrumpió.

—Está perdiendo el tiempo, mayor. Solo hablará en su propio idioma. ¿Me permite intentarlo?

—No —espetó el mayor enojado—. Estoy convencido de que estás innecesariamente preocupado. No tenemos ninguna prueba real de que tu hermano esté muerto, y hay...

Una vez más, Henley lo interrumpió.

—Voy a examinar esas cabezas —dijo, y antes de que Crosby pudiera detenerlo, dio un paso adelante.

Al instante, Logoda señaló furiosamente a Henley y gritó:

—¡Vete!

Pero Henley no le prestó atención. Se quedó de pie bajo las cabezas secas, mirándolas imperturbable en medio de los furiosos balbuceos de Logoda y el nervioso escrutinio del mayor Crosby.

De repente, Henley contuvo el aliento y lo expulsó de nuevo con un sonido agudo y silbante.

—¡Bob! —murmuró.

El mayor Crosby protestó.

—Ahora, mire, Henley, Logoda no ha tenido tiempo de secar una cabeza. Sólo ha pasado una semana, apenas eso.

Henley lo miró.

—Es usted demasiado nuevo aquí, mayor Crosby —dijo—. Sé lo rápido que pueden secarlas.

Había algo en la mirada fría de Henley que detuvo las palabras enojadas de Crosby.

De repente, Logoda cruzó las manos ante su rostro, inclinó la cabeza rápidamente hasta el suelo y se volvió hacia las cabezas secas, extendiendo los brazos como si les estuviera suplicando, con las palmas hacia arriba. De su boca salía un torrente de extraños balbuceos.

—Está hablando con las cabezas —dijo Henley en voz baja—. No se sorprenda si le responden.

—No cree realmente en esta tontería, ¿verdad? —preguntó el mayor con incredulidad.

—Sí —dijo Henley simplemente—. Sí. Bob y yo la hemos estudiado durante mucho tiempo. Hay más en ella de lo que crees.

El parloteo de Logoda cesó rápidamente. Por un momento hubo un silencio absoluto. El mayor estaba a punto de salir, asqueado... Entonces se oyó, como si viniera de muy lejos, una risita extraña y estridente que fue creciendo, aumentando hasta que resonó por todos lados... y luego se apagó hasta convertirse en un susurro que se perdió gradualmente en el silencio.

Por encima de ellos, las cabezas de Logoda se balanceaban de un lado a otro, aunque nadie las había tocado.

—Dios mío —susurró el mayor.

—Mayor —dijo Henley con voz fuerte—, ¿podría sacar a Logoda de la cabaña durante un minuto o dos? Quiero estar solo.

Logoda estaba sentado, sonriendo para sí mismo con los ojos entrecerrados, balanceándose hacia adelante y hacia atrás, como un ídolo somnoliento.

—Pero pensé que usted había prometido... —tartamudeó el mayor.

—No se alterará nada, se lo prometo. Logoda no tendrá motivos para quejarse.

—Pero entonces, ¿por qué tiene que salir?

El escepticismo del mayor se tambaleó y estaba tratando de no demostrarlo.

—¿Me haría este favor, mayor? No lo molestaré más, por mi honor. Quiero hablar con las cabezas de Logoda y no quiero que escuche lo que les digo.

La sencillez con la que se pronunció esta petición contrastaba extrañamente con la extrañeza de su contenido.

El mayor tragó saliva con cierta dificultad y preguntó con voz ronca:

—¿Saldrá después de eso?

—Sí —respondió Henley.

—Muy bien.

El mayor se acercó a la puerta y les hizo una señal a dos de sus hombres, sabiendo que serían necesarios para mover a Logoda, quien ciertamente no se iría por su propia voluntad. A pesar de sus furiosas protestas, Logoda fue arrastrado hasta la puerta, donde se levantó y caminó, para que sus nativos no vieran la indignidad que se le infligía.

Henley se quedó solo en la cabaña, y su voz llegó de manera inquietante al mayor Crosby y sus hombres, quienes se miraron inquisitivamente. Henley estaba hablando en una lengua nativa.

Solo transcurrieron unos minutos. Entonces Henley salió de la cabaña, con los ojos brillando de manera extraña, y Logoda, después de mirarlo con furia asesina, entró nuevamente en su casa.

—Estoy listo ahora, mayor —dijo Henley.

—Muy bien —dijo el mayor en voz baja.

Los cinco hombres hicieron el largo camino de regreso al puesto inglés, donde llegaron justo a tiempo para la cena.

Durante un largo rato, Henley y el mayor no se hablaron, pero, por fin, mientras tomaban café, Henley habló.

—¿Cuánto darían ustedes por librarse de Logoda? —preguntó en voz baja.

El mayor Crosby se sobresaltó, pero decidió no demostrarlo.

—Mucho, creo. Pero si planea volver allí para buscarlo deténganse ahora. Podríamos haberlo matado hace mucho tiempo, pero que un inglés sea visto cuando un brujo muere sospechosamente es seguro que provocará una insurrección... y una desagradable.

—¿Me garantizará el pasaje a la costa? —preguntó Henley con el ceño fruncido.

—Le dije que es imposible, Henley. Necesito a todos mis hombres aquí.

—No me refería a protección... me refería a dinero. Tengo dinero esperándome en El Cairo... pero eso está muy lejos. Quiero llegar allí y no tengo suficiente dinero.

—Oh —dijo el mayor, suavizándose—. Bueno, no tienes que ganártelo —continuó, sonriendo—. Me alegra poder ayudarlo.

—Y deshacerse de mí —murmuró Henley, sonriendo también—. Pero hay un favor más que quiero pedirle antes de irme.

—¿Si? —preguntó el mayor con aprensión.

—Quiero que me ate a mi catre esta noche y me ponga un guardia —dijo Henley con gravedad.

—¡Qué petición tan extraordinaria! —exclamó el mayor Crosby.

—Y sincera. ¿Lo hará, mayor?

—Bueno... si insiste. ¿Y se irá entonces, por la mañana?

—Sí.

—Me siento muy extraño por esto —diría el mayor algunas horas después, mientras se sentaba al lado del catre al que habían atado a Henley.

—No es necesario —dijo Henley secamente—. Sólo me estoy protegiendo. Logoda me tiene miedo. No le tiene miedo a usted, si me perdona que lo diga. Sabe que sé demasiado. Bob también sabía. He decidido que no quiero morir, y hay muchas maneras de provocar mi muerte para un hombre como Logoda. Podría llamarme y yo tendría que seguirlo. O podría venir él mismo, tal vez como un perrito blanco, o una serpiente, casi cualquier cosa. Ésa es la razón de todo esto.

—De verdad, Henley. —dijo el mayor con cierta rigidez—. Habla como un demente. Me resulta difícil creer que sea el mismo hombre que se ha mostrado tan cuerdo en mi compañía las semanas anteriores.

—Sí, lo comprendo —dijo Henley—. Sé cómo se siente. Lamento agitar las aguas de esa manera. A la mayoría de nosotros nos gusta que estén tranquilas. Pero estas cosas ocurren. Bob y yo las hemos estudiado demasiado tiempo como para negarlas. No tiene por qué creerlas; probablemente estaría mejor sin saber nada sobre ellas.

—¿Quién emitió esa risa esta tarde y quién hizo que esas cabezas se balancearan de esa manera? —preguntó el mayor con curiosidad y obviamente contra su voluntad.

—Se lo dije: Logoda les habló y respondieron.

—Eso no me dice nada —replicó el mayor.

—Quizá no. Sin embargo, esa es la única respuesta. Ahora, perdóneme, tengo un largo viaje por delante y tengo que dormir un poco.

Por la mañana, Henley se despertó y encontró al mayor inclinado sobre él, desatando las cuerdas.

—Buenos días —dijo Henley—. Espero que haya dormido bien.

—Gracias —dijo el mayor, sonriendo—. No lo hice.

—¿Alguien me llamó por la noche? —preguntó Henley con voz sombría.

—Nadie. Busqué perros y serpientes y cosas así, e incluso consideré cazar un par de pájaros que se perdieron en el claro.

—Gracias, mayor. Creo que era demasiado tarde para que Logoda me llamara.

—Supongo que se marchará inmediatamente después del desayuno —preguntó entonces el mayor.

—Espero un mensaje... y en cuanto llegue me pondré en camino.

—¿De quién? —preguntó el mayor Crosby sin rodeos.

—No puedo decirlo. Pero tiene exploradores, ¿no?

—Por supuesto —dijo Crosby concisamente.

Henley sonrió.

Estaban desayunando cuando uno de los exploradores del mayor salió al claro. Estaba excitado y sin aliento por el esfuerzo.

—Creo que ahí está mi mensaje —dijo Henley con calma—. ¿Qué hay de mi dinero para el pasaje, mayor?

El explorador se acercó a ellos.

—Logoda está muerto —dijo con voz entrecortada—. ¡Lo han matado!

—¡Lo han matado! —repitió el mayor—. ¡Dios mío! Espero que no haya ningún inglés por allí. ¿Cómo ha podido pasar?

—Los nativos dicen que su magia lo mató. Es un asunto extraño, señor. Sus guardias no vieron a nadie entrar en la cabaña ni salir de ella. Oyeron a Logoda hablando con sus cabezas y oyeron a las cabezas responder. Luego lo oyeron toser una o dos veces. Eso fue todo. Esta mañana lo encontraron con el cuello desgarrado, terriblemente mutilado, cortado como si lo hubieran destrozado miles de ratas.

—Vuelve y averigua todo lo que puedas —ordenó el mayor Crosby.

El explorador desapareció de inmediato en la jungla.

Crosby se volvió hacia Henley.

—Estuvo en la cama toda la noche, Henley. Lo sé. Y supo que matarían a Logoda. ¿Quién lo hizo? —preguntó con enojo.

—Yo —dijo Henley simplemente.

El mayor Crosby se sonrojó.

—Tonterías —espetó.

Henley se puso de pie, sonriendo. Sin embargo, su voz era sombría.

—Le dije que no era bueno saber cosas prohibidas. Pero se lo diré. Escuchó a Logoda y esas cabezas y recordará mi insistencia en que me dejaran a solas con ellas. Logoda sabía cómo hacerlas hablar y balancearse de un lado a otro. Yo se cómo hacerlas rasgar y desgarrar.

August Derleth (1909-1971)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de August Derleth.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de August Derleth: Las cabezas de Logoda (Logoda's Heads), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Abajo dormía la fría tierra»: Percy Shelley; poema y análisis.


«Abajo dormía la fría tierra»: Percy Shelley; poema y análisis.




Abajo dormía la fría tierra (The Cold Earth Slept Below) es un poema del romanticismo del escritor inglés Percy Shelley (1792-1822), publicado originalmente con el título: Noviembre 1815 (November 1815) en la colección de 1823: Hunt's Literary Pocket-Book. Fue reimpreso por la viuda de Percy Shelley, Mary Shelley [autora de Frankenstein], en la antología de 1824: Poemas póstumos (Posthumous Poems).

Abajo dormía la fría tierra es uno de los poemas de Percy Shelley más polémicos. Algunos han propuesto la teoría de que Mary Shelley alteró la fecha del manuscrito original al 5 de noviembre de 1815 para que pareciera escrito antes de la muerte de Harriet Westbrook, exesposa del autor [quien se quitó la vida], y de ese modo no pueda haber sido sobre ella. A favor de este argumento se encuentran numerosos episodios públicamente inaceptables de la vida de su esposo que Mary Shelley eliminó de cuajo de la primera edición de Poemas escogidos de Percy Bysshe Shelley (Selected Poems of Percy Bysshe Shelley), de 1839. Por lo tanto, no es inconcebible que Mary modificara algunos aspectos incómodos de Abajo dormía la fría tierra.

Harriet Westbrook fue la primera esposa de Percy Shelley. Se suicidó [estando embarazada] arrojándose a las aguas del Serpentine, un lago londinense; su cuerpo fue recuperado el 10 de diciembre de 1816. Abajo dormía la fría tierra, que versifica el descubrimiento del cadáver congelado de una mujer, podría hacer referencia a la muerte de Harriet. El poema se publicó después de la muerte de Percy Shelley, de modo que la controversia alrededor de la fecha en la que fue escrito está lejos de resolverse. Si, como afirma Mary Shelley, fue escrito en «noviembre de 1815», no puede tratar sobre Harriet, pero algunos opinan que la autora de Frankenstein modificó esa fecha para que no coincidiera con la de su suicidio.

El macabro hallazgo del cuerpo sin vida de Harriet fue publicado en la edición del 12 de diciembre de 1816 del London Times:


«Una mujer respetable, en avanzado estado de gestación, fue sacada del río Serpentine y llevada a su residencia en Queen Street, Brompton, tras estar desaparecida durante casi seis semanas. Llevaba un valioso anillo en el dedo. Se supone que una falta de honor en su propia conducta ha llevado a esta catástrofe fatal, ya que su marido está en el extranjero.»


Sólo podemos especular sobre los motivos que llevaron a Harriet a tomar esa decisión. A los dieciséis años se fugó con Percy Shelley y se casaron en secreto en Edimburgo [agosto de 1811]. Percy era un defensor del amor libre, y en una ocasión se propuso «compartir» a su esposa con un camarada, pero Harriet se negó. En 1814, todavía casado, Percy huyó con Mary [Godwin entonces], dejando a Harriet en una situación comprometida mientras daba a luz a su segundo hijo, Charles.

Harriet regresó con su padre, pero eventualmente abandonó el hogar familiar y se instaló en una pensión. La razón [probablemente] es que había quedado embarazada de un amante. Sola y abandonada, caminó hasta Hyde Park y se lanzó al lago Serpentine. Su cuerpo apareció flotando al día siguiente.

El cuerpo de Harriet fue examinado por un forense, quien no encontró signos de violencia. El suicidio parecía obvio, pero las autoridades fueron compasivas. Se determinó que simplemente se había ahogado, lo cual permitió que fuera enterrada en el cementerio de Saint Mary, beneficio con el que no contaban los suicidas. Tiempo después trascendió la última carta desgarradora de Harriet a Percy Shelley:


«No seré más una habitante de este mundo miserable. No te arrepientas de la pérdida de alguien que nunca podría ser otra cosa que una fuente de aflicción y miseria para todos (...) Mi querido Bysshe [segundo nombre de Percy] si nunca me hubieras dejado, podría haber vivido, pero así es, te perdono libremente para que puedas disfrutar de esa felicidad de la que me has privado.»


Abajo dormía la fría tierra trata sobre una mujer amada por el Orador del poema, quien ha estado expuesta al frío en una noche de invierno y murió, tal vez, ahogada:


Abajo dormía la fría tierra;
arriba brillaba el frío cielo;
y alrededor,
con un sonido escalofriante,
desde cuevas de hielo y campos de nieve,
como la muerte fluía el aliento de la noche
bajo la luna que se hundía.

El seto invernal estaba negro;
la verde hierba no se veía;
los pájaros descansaban
en el pecho desnudo del espino,
cuyas raíces, junto al sendero,
se cerraban sobre las muchas grietas
que la escarcha había abierto.


Más adelante, el Orador sugiere que ella se ahogó, quizás atraída por un fenómeno inexplicable, posiblemente sobrenatural: luces que «resplandecen tenuemente» en las aguas de un pantano. Esta podría ser una alusión a fuegos fatuos y otras incandescencias asociadas a criaturas fantásticas que atraen a los incautos para llevarlos a su muerte.

El tono de Abajo dormía la fría tierra es nétamente gótico. La primera estrofa se enfoca en el frío extremo: tenemos «cuevas de hielo», «campos de nieve como la muerte», incluso el sonido es «escalofriante». La segunda estrofa expande la descripción de este paisaje desolador: es de noche, el seto es negro y, como es invierno, está despojado de follaje; los pájaros descansan en las ramas desnudas de un espino, cuyas raíces rasgan las grietas que la escarcha ha abierto en el camino, otra imagen de la vida hundiéndose en el suelo.

La tercera estrofa pasa de la descripción del paisaje a los ojos de una mujer que brillan «a la luz moribunda de la luna»:


Tus ojos brillaban
a la luz moribunda de la luna;
como las luces del pantano
resplandecen tenuemente sobre el arroyo perezoso;
así brillaba allí la luna,
y amarilleaba las hebras de tu enredado cabello
que se agitaba con el viento nocturno.


Percy Shelley aventura una metáfora de los ojos brillantes que se asemejan a los fuegos fatuos: luces espectrales que los viajeros, por lo general, ven de noche flotando sobre ciénagas y pantanos; a menudo asociadas en las leyendas a las almas de personas ahogadas que atraen a los viajeros a una muerte segura. Es como si Percy Shelley estuviera quitando la responsabilidad de Harriet por su muerte, y redirigiéndola hacia una fuerza maligna exterior. ¿Es esto un indicio de la renuencia de Percy Shelley a aceptar alguna forma de responsabilidad por la muerte de su exesposa? Si dejamos de lado el tono lúgubre del poema, el verdadero alcance de la angustia del autor es discutible

La cuarta estrofa deja en claro que los ojos que brillan pertenecen a una mujer muerta, con los labios pálidos, el pecho frío, tendida en el suelo bajo un cielo gélido. Es evidente que no se trata de una descripción impersonal: la voz se dirige a la difunta como «amada», el único ejemplo de ternura en el poema:


La luna empalideció tus labios, amada;
el viento enfrió tu pecho;
la noche derramó sobre tu querida cabeza
su rocío helado, y tú sólo yacías allí,
donde el amargo aliento
del cielo pudiera visitarte cuando quisiera.


La Muerte es omnipresente en Abajo dormía la fría tierra, no en términos filosóficos, sino de acuerdo al estado emocional del Orador. La elección de palabras de Percy Shelley insinúa que, una vez que la muerte nos toca, empezamos a verla en todas partes. Incluso la naturaleza, que en la filosofía del romanticismo trasciende la fragilidad humana, es propensa a morir en este poema: la mujer, la tierra, los árboles, la luna, las aguas donde hierven los espíritus de los ahogados, todo parece ausente de vida.

Evidentemente, Abajo dormía la fría tierra tenía un profundo significado personal para Percy Shelley, y no estaba destinado a ser publicado. El contexto es clave para comprender y analizar este poema, pero no está claro si el Orador siente remordimiento o si sólo está recordando el pasado [considerando la conmovedora carta de Harriet, en la que señala a Shelley como el autor de su desgracia]. Lo único cierto es que a lo largo del poema se establecen vínculos tangibles con su suicidio.

Toda la escena transcurre bajo «la luz moribunda de la luna», cuyo brillo mortecino empalidece los labios de la mujer muerta. Esta única fuente de luz sugiere el advenimiento de la oscuridad. Además, la luna se asocia comúnmente con la locura, la fertilidad y la feminidad, elementos que convergen en la muerte de la embarazada Harriet. Alternativamente evoca la pérdida de una vida no nacida y el oscuro estado mental en el que se encontraba la joven al tomar aquella decisión desesperada.

Cuando se escribió este poema, Percy Shelley tuvo otra experiencia significativa con la muerte. Fanny Imlay, la media hermana de Mary, se suicidó como resultado de sentirse abandonada. Percy y Mary huyeron juntos. y eventualmente debieron soportar el peso de dos muertes relacionadas con su unión. No es sorprendente entonces ver que la muerte se presenta aquí como una entidad onmipresente, pero siempre es descrita desde la perspectiva de los sobrevivientes. Aunque los muertos reciben cierto grado de paz, Percy Shelley parece lamentar más la miseria de aquellos que han quedado en el plano físico soportando el peso de sus decisiones.




Abajo dormía la fría tierra.
The Cold Earth Slept Below, Percy Shelley (1792-1822)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Abajo dormía la fría tierra;
arriba brillaba el frío cielo;
y alrededor,
con un sonido escalofriante,
desde cuevas de hielo y campos de nieve,
como la muerte fluía el aliento de la noche
bajo la luna que se hundía.

El seto invernal estaba negro;
la verde hierba no se veía;
los pájaros descansaban
en el pecho desnudo del espino,
cuyas raíces, junto al sendero,
se cerraban sobre las muchas grietas
que la escarcha había abierto.

Tus ojos brillaban
a la luz moribunda de la luna;
como las luces del pantano
resplandecen tenuemente sobre el arroyo perezoso;
así brillaba allí la luna,
y amarilleaba las hebras de tu enredado cabello
que se agitaba con el viento nocturno.

La luna empalideció tus labios, amada;
el viento enfrió tu pecho;
la noche derramó sobre tu querida cabeza
su rocío helado, y tú sólo yacías allí,
donde el amargo aliento
del cielo pudiera visitarte cuando quisiera.


The cold earth slept below;
Above the cold sky shone;
And all around,
With a chilling sound,
From caves of ice and fields of snow
The breath of night like death did flow
Beneath the sinking moon.

The wintry hedge was black;
The green grass was not seen;
The birds did rest
On the bare thorn’s breast,
Whose roots, beside the pathway track,
Had bound their folds o’er many a crack
Which the frost had made between.

Thine eyes glow’d in the glare
Of the moon’s dying light;
As a fen-fire’s beam
On a sluggish stream
Gleams dimly—so the moon shone there,
And it yellow’d the strings of thy tangled hair,
That shook in the wind of night.

The moon made thy lips pale, beloved;
The wind made thy bosom chill;
The night did shed
On thy dear head
Its frozen dew, and thou didst lie
Where the bitter breath of the naked sky
Might visit thee at will.


Percy Shelley (1792-1822)


(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Percy Shelley.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Percy Shelley: Abajo dormía la fría tierra (The Cold Earth Slept Below), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

La Cosa que brilla, tiembla y ríe: análisis de «Más allá del muro del sueño».


La Cosa que brilla, tiembla y ríe: análisis de «Más allá del muro del sueño».




«Me he preguntado con frecuencia si la mayoría de la humanidad
se detiene alguna vez a reflexionar sobre el significado, a veces titánico, de los sueños
y del mundo oscuro al que pertenecen.»



Hoy en El Espejo Gótico analizaremos el relato de H. P. Lovecraft: Más allá del muro del sueño (Beyond the Wall of Sleep), publicado originalmente en la edición de octubre de 1919 de la revista Pine Cones, y luego reeditado por Arkham House en la antología de 1943: Más allá del muro del sueño (Beyond the Wall of Sleep).


«Mientras dos hombres de tamaño mediano intentaban contenerlo, luchó con una fuerza y una furia maniáticas, gritando su deseo y necesidad de encontrar y matar a cierta cosa que brilla, tiembla y ríe


Resumen:

El Narrador se presenta como un individuo culto dispuesto a reflexionar sobre el significado de los sueños, aunque de hecho es un interno en un hospital psiquiátrico. Algunos sueños, afirma, pueden ofrecer visiones de otras realidades; más aún, conjetura que los sueños son nuestro plano de existencia primario, y nuestras vidas físicas meros fenómenos secundarios [ver: Por qué nuestra realidad es quizás un sueño dentro de un sueño]

Joe Slater es un descendiente de los campesinos que se asentaron en la región de Catskills, ahora «degradados» por su aislamiento. Es un sujeto alto, de contextura musculosa, debido a su oficio de cazador y trampero; sin embargo, su labio inferior caído le da un aire de idiotez. Sus amigos lo consideran un tipo extraño debido a las historias que cuenta. En «la jerga degradada de su entorno» hablaba con entusiasmo de «grandes edificios de luz» y «océanos de espacio». Ante estas maravillas parecía tan desconcertado como sus oyentes.

Su deterioro mental empeoró con los años. Despertaba por la mañana pero parecía continuar en el sueño, a menudo gritando algo sobre «una cosa que brilla, tiembla y ríe». Atacó a un vecino que intentaba contenerlo, convirtiéndolo en una masa irreconocible y sin vida. Al ser detenido por las autoridades no recordaba nada del crimen excepto que despertó y vio el cadáver destrozado a sus pies.

Los médicos advierten otros incidentes de furia al despertar, durante los cuales Slater asegura que debe matar a su enemigo onírico flotando a través del vacío, quemando todo lo que se interponga en su camino. Los profesionales están maravillados con las elaboradas imágenes que este analfabeto es capaz de evocar; y diagnostican que sus sueños se han apoderado de su consciencia, de modo que deciden internarlo en una institución psiquiátrica [ver: Dreamwalking: cuando alguien extraño entra en tus sueños]

Fascinado por estos vívidos sueños, el Narrador se hace amigo de Slater y escucha «sin aliento a sus caóticas pero cósmicas imágenes». Especula que «algo» puede estar habitando el cuerpo de Slater, «algo» que lucha por comunicarse a través de una lengua que no conoce. Oportunamente, las teorías del Narrador sobre la naturaleza energética de la mente lo han llevado a diseñar un dispositivo para la recepción del pensamiento, similar a un telégrafo inalámbrico. Con la esperanza de escuchar los sueños de Slater, ajusta el aparato a la cabeza de su amigo y el receptor a la suya. Por desgracia, el tiempo para sus experimentos se agota: Joe Slater está muriendo.

El Narrador hace un último intento y se conecta con la mente de Slater. Ambos se quedan dormidos. De repente, una melodía lo despierta a un espectáculo de majestuosa belleza: edificios de luz, paisajes extraterrenos, etc.. Él mismo flota como un ser de luz. Durante esta conexión se entera que la entidad que ocupa el cuerpo de Slater pronto se liberará. Entonces podrá perseguir a su enemigo incluso hasta los «campos más remotos del éter» para satisfacer allí «una venganza cósmica que sacudirá las esferas».

El Narrador despierta.

Slater lo mira con ojos que ya no son idiotas, sino que pertenecen «a una mente activa de alto orden». Telepáticamente, la Entidad [desde más allá del muro del sueño] le informa que Joe Slater, demasiado animalesco para darle soporte a su intelecto cósmico, está muerto.

Sin embargo, a través de Slater la entidad se ha reencontrado con un «hermano». En efecto, el Narrador también es «un vagabundo de vastos espacios y viajero en muchas eras» que puede ocupar temporalmente cuerpos físicos. Sobre el «Enemigo», la Entidad sólo puede decir que los seres humanos han sentido su presencia malévola, y por eso han llamado Algol a su estrella. Esta noche, se vengará de él, como verá el Narrador si mira al cielo cerca de Algol. Con eso, la Entidad deja el cuerpo sin vida de Slater.

El Narrador nunca podrá olvidar lo que vio en el cielo la noche en que murió Joe Slater. No es el único testigo. El eminente astrónomo Garrett P. Serviss comenta:


«El 22 de febrero de 1901 se descubrió una maravillosa estrella nueva… no muy lejos de Algol. Hasta entonces no se había visto ninguna estrella en ese punto. En veinticuatro horas, se había vuelto tan brillante que eclipsaba a Capella. En una semana o dos se había apagado visiblemente y en el transcurso de unos meses apenas se podía distinguir a simple vista.»

***


Es probable que el título de esta historia haya sido influenciado por el relato de Ambrose Bierce: Más allá del muro (Beyond the Wall), y quizás por un pasaje de la novela de Jack London: Antes de Adán (Before Adam) [que trata sobre el concepto de memoria genética o hereditaria]: «Ninguno de mi especie jamás rompió el muro de mi sueño».

Más allá del muro del sueño es otro cuento temprano de Lovecraft. Al igual que El grabado en la casa (The Picture in the House), comienza con una especie de manifiesto donde se establecen los fundamentos de las Tierras del Sueño [Dreamlands], esto es, la idea de que los sueños no emergen de las profundidades del inconsciente sino que constituyen la realidad primaria, mucho más vital e importante que la vigilia [ver: Análisis de «El grabado en la casa»]

Para eso, Lovecraft denosta a Sigmund Freud, algo necesario si se quiere plantear que los sueños son algo más que la representación simbólica de deseos reprimidos. Curiosamente, la versión original del cuento no incluye ningún comentario sarcástico hacia Freud. Este se añadió en posteriores revisiones. El «simbolismo pueril» freudiano al que hace referencia el Narrador de Más allá del muro del sueño evidentemente alude a las interpretaciones sexuales que Freud dio a muchos sueños [ver: Lovecraft vs. Freud: la interpretación de los sueños según Cthulhu]

Lovecraft cita a Sigmund Freud en sus primeros cuentos [como en Más allá del muro del sueño y Desde el más allá (From Beyond)], pero no en historias posteriores. Esto tiene sentido si tomamos en cuenta que sus primeros relatos pertenecen al Ciclo Onírico, y los sueños fueron el componente principal del psicoanálisis de Freud. Sin embargo, el Flaco de Providence no tenía una visión tan simplificada del pensamiento freudiano. Si bien consideraba que muchas de sus teorías eran extravagantes, aceptaba otras. Tal es así que en una de sus cartas comenta: «Puede que no nos guste aceptar a Freud, pero temo que tendremos que hacerlo».

Los prejuicios raciales de Lovecraft están presentes en Más allá del muro del sueño, pero subordinados a las necesidades de la historia; de hecho, brindan un par de argumentos interesantes: el analfabetismo de Joe Slater [producto del aislamiento geográfico y su resultado inevitable: la endogamia] lo vuelve una presa ideal para la ocupación espiritual. Después de todo, una mente «inferior» es más fácil de desalojar; sin embargo, Lovecraft también establece que todos los humanos, no solo Slater, son meros depósitos temporales de fuerzas infinitamente más poderosas. Si bien estas entidades pueden encontrar a Slater más problemático que un académico, al menos para expresarse en nuestro mundo, en última instancia ambos son impedimentos para seguir adelante con su venganza [ver: Lovecraft y las lenguas extraterrestres]

Básicamente, todos somos primates a sus ojos, pero con una capacidad innata para soñar. Más adelante en la obra del Flaco de Providence, los Yith encuentran bastante cómodos a los cuerpos humanos.

Lejos de sus ataques más virulentos, creo que Lovecraft quiere que experimentemos cierta simpatía por Slater, cuya familia nunca va a visitarlo en el manicomio, lo cual coloca al Narrador como su único contacto humano. No es el bruto babeante de otros cuentos lovecraftianos. Cuando no está teniendo sueños aterradores, Slater se sienta frente a la ventana enrejada y teje cestas, y tal vez añora su antigua libertad en las montañas. No es un mal tipo, aún así, un hombre educado, como el Narrador, sólo puede vincularse con él desde la distancia emocional. De hecho, es el Narrador quien lo ve como un sujeto degradado, perezoso y estúpido, no necesariamente Lovecraft, quien lo describe a través de sus acciones como una víctima. Si el Narrador, intelectualmente «superior», utiliza a Slater para sus experimentos como si se tratara de un animal de laboratorio, la Entidad se comporta como si fuera una prisión de carne, quizás impuesta por el propio opresor.

Es decir que la intención de Lovecraft no necesariamente estaba motivada por sus prejuicios: simplemente buscaba proporcionar contraste entre un humano rudo e ignorante y la inteligencia extraterrestre alojada en su cuerpo. Quizás por eso no se da ninguna explicación de por qué la Entidad se encuentra atrapada en el cuerpo de Slater, casi como si Lovecraft no considerara que tal explicación fuera necesaria.

El final de Más allá del muro del sueño sugiere que la Entidad que ocupa temporalmente el cuerpo de Slater por fin se vengó en las proximidades de Algol, generando una supernova visible desde la Tierra un día después. Esto es absurdo en términos astronómicos, debido al tiempo que le tomaría a la luz de esa explosión llegar a la Tierra, pero Lovecraft menciona oportunamente los viajes en el tiempo mucho antes del climax de la historia [ver: Viajes en el tiempo y la tecnología de los Antiguos]. De todos modos, ese nivel de sincronización no tiene sentido: la entidad se libera del cuerpo de Slater, y esa misma noche se observa un fenómeno extraño en la región de Algol. ¿Quién sabe? Tal vez las entidades de luz desean que las personas que viven en la tierra en 1901, a quienes desprecian, obtengan un fragmento del drama cósmico. El grado de planificación que eso requeriría es inconcebible.

Garrett P. Serviss, que corrobora la explosión de la supernova al final de la historia, fue un astrónomo real [y escritor de ciencia ficción]. De hecho, Lovecraft cierra el cuento con una cita tomada Astronomía a simple vista (Astronomy with the Naked Eye, 1908) de Serviss. Algol también es una estrella real. Su nombre proviene del árabe Ra’s al-Ghul [«cabeza del Ghoul»]. En realidad es una binaria eclipsante, es decir, dos estrellas [Beta Persei A y Beta Persei B], de modo que podemos percibir periódicamente sus eclipses y, en consecuencia, las variaciones en la intensidad de luz que nos llega. En resumen, se trata de una estrella adecuada para desempeñar el papel de opresor cósmico que cumple en Más allá del muro del sueño, con su Nova vecina apropiada para cumplir el rol de vengador.

Imagino que Lovecraft se entusiasmó con la posibilidad de relacionar a Algol con la Nova de 1901; pero si pensamos más en Algol como entidad inteligente, ¿son todas estas entidades de luz estrellas [¡edificios de luz!] y otros fenómenos astronómicos? En cualquir caso, la venganza de la Entidad fracasa. Aparece cerca de Algol como una Nova, pero la explosión no destruye a Algol. La Nova se enciende, como en una breve escaramuza, y luego se desvanece, dejando a Algol todavía brillante. De todos modos, la idea de que las supernovas sean el resultado de conflictos cósmicos, o al menos evidencias de inconcebibles combates interestelares, es muy interesante.

Lovecraft presenta aquí otro dispositivo tecnológico que eventualmente se convertirá en un cliché de la ciencia ficción, basado en la idea de que el pensamiento puede convertirse en energía electromagnética, y por lo tanto transmisible. Esta idea sería explorada con mayor profundidad en El que susurra en la oscuridad (The Whisperer in Darkness) y La sombra fuera del tiempo (The Shadow Out of Time). Más allá del muro del sueño también prefigura el contexto más complejo de La Sombra por la mención del imperio Tsan-Chan, que veremos 3000 años después de los experimentos del Narrador con Slater. En La Sombra, el reinado de Tsan-Chan ocurre alrededor del año 5000 d. C. Mas aún, la Entidad que ocupa el cuerpo de Slater menciona a los insectos filósofos en la cuarta luna de Júpiter; quienes son los coleópteros inteligentes que vemos en La Sombra, cuyo destino es dominar la Tierra después de la humanidad [ver: El cerebro en el frasco: análisis de «El que susurra en la oscuridad»]

El tema de la locura, presente en muchos cuentos de Lovecraft, siempre es una herencia paterna [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]. El Narrador recibe una advertencia de manera «paternal» del director del psiquiátrico, el «viejo doctor Fenton», un simbólico sustituto académico de Winfield, quién padecía sífilis y sus peores síntomas, relacionados con el deterioro cognitivo. Por su parte, Joe Slater, descrito significativamente como «cabeza» de su familia, debe ser restringido por la fuerza por parte del personal del manicomio, algo similar a lo que sucedió en el confinamiento del padre de Lovecraft. Sin embargo, el ambiente depresivo de la institución psiquiátrica pudo haber sido estimulada por el Hospital Butler, dunda la madre de Lovecraft fue hospitalizada durante el período en el que se escribió Más allá del muro del sueño.

En todo esto, sobre todo en el desdén del Narrador hacia las personas que lo rodean, hay algo de comedia, probablemente involuntaria. Uno se pregunta qué pensaban todos esos «mediocres» y «cínicos» de su poco ética experimentación telepática [enfocada oportunamente sobre poblaciones vulnerables]. Evidentemente, el consentimiento informado era entonces algo tan inimaginable como los seres interdimensionales.

El uso que hace Lovecraft de la palabra «sueño» puede confundir al lector ocasional de su obra. Definitivamente no son «reflejos tenues y fantásticos de nuestras experiencias de vigilia», sino «vislumbres diminutos de una esfera de existencia» diferente. En otras palabras, los «sueños» de Lovecraft son una expansión de la pobre percepción diurna, una vía de acceso a una realidad mucho más amplia y compleja. Es significativo que Lovecraft utilice alternativamente los términos «sueño» y «visión» en muchas historias. De hecho, los Mitos de Cthulhu podrían interpretarse como pequeños fragmentos que contienen diminutas revelaciones de ese otro plano que los seres humanos habitualmente no podemos percibir.

En estas historias donde entra a jugar la percepción de la suprarrealidad, o fragmentos de ella, aparece otro motivo recurrente en Lovecraft: el conocimiento. Y es el conocimiento lo que generalmente permite a los personajes amplificar su percepción. En Más allá del muro del sueño encontramos este motivo en el dispositivo fabricado por el Narrador, una especie de «radio cósmica» que permite vislumbrar una realidad diferente a través del cerebro de Joe Slater. Está claro, entonces, que Lovecraft no odiaba el conocimiento ni estaba tratando de evadirse de la realidad, sólo desconfiaba del final al cual puede conducir el mal uso del conocimiento y de la capacidad del hombre para enfrentarse a la realidad última.




H. P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhu.


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