«Los Acólitos»: Lilith Lorraine; poema y análisis.


«Los Acólitos»: Lilith Lorraine; poema y análisis.




Los Acólitos (The Acolytes) es un poema de horror cósmico de la escritora norteamericana Lilith Lorraine (1894-1967) —seudónimo de Mary Maude Dunn—, publicado originalmente en la edición de primavera de 1946 de la revista The Acolyte.

Los Acólitos, uno de los poemas de Lilith Lorraine más interesantes, apareció en la última entrega de The Acolyte, y es un homenaje a todos los autores y ensayistas que contribuyeron en la revista a lo largo de catorce números, enfocados en estudiar la obra de H.P. Lovecraft después de su muerte en 1937 y expandir el universo de los Mitos de Cthulhu.

Si el Círculo de Lovecraft [Smith, Howard, Bloch, etc.] estaba constituido por amigos y corresponsales del Flaco de Providence, The Acolyte pertenece a una segunda fase de los Mitos, conformada por autores que, en la mayoría de los casos, no tuvieron contacto directo o por correspondencia con Lovecraft, pero que trabajaron incansablemente en estudiar y difundir su obra. Estos son los «acólitos» a los que se refiere el poema de Lilith Lorraine [ver: El Círculo de Lovecraft y la aristocracia de «Weird Tales»]

Esta segunda fase de Acólitos tendría su fecha de caducidad alrededor de 1960, donde surgió la primera generación de autores lovecraftianos post-Lovecraft. Pero los Acólitos, que no formaban parte del «club privado» [el Círculo], fueron los primeros en establecer que la obra del Flaco de Providence era, no ya un subgénero de la ficción, sino una tradición capaz de perdurar más allá de la muerte del líder carismático y sus discípulos más cercanos.


Caminan apartados de los hombres, los Acólitos,
por aguas estancadas y putrefactos sepulcros,
susurrando placeres delirantes y ocultos,
mientras dioses jóvenes mueren entre sus adoradores


Los Acólitos comienza refiriéndose a los Primordiales [Elder Things, también conocidos como Old Ones y Elder Ones], lo cual plantea una dificultad. Sabemos que estos seres llegaron a la Tierra cuando esta era joven. Anteriormente habían sembrado vida en cientos de otros mundos. Construyeron una gran ciudad-base cerca del Polo Sur, y desde allí se expandieron para colonizar el planeta. Es posible que hayan creado a Ubbo-Sathla, la fuente de toda la vida terrenal, y una raza de servidores, los shoggoth, así como muchas otras formas de vida, incluida la humana [ver: Lovecraft y la IA: el futuro es de los Shoggoth]

Los Primordiales poseían una cultura tan desarrollada como alienígena [desde nuestra perspectiva]. Su arquitectura evidencia un patrón de cinco puntas que, según se cree, imita su desconcertante anatomía: una especie de cilindro del cual brotaba una cabeza en forma de estrella de mar con un ojo al final de cada apéndice.

Ahora bien, los Primordiales fueron creados por Lovecraft. Su primera aparición se produjo en la novela de 1936: En las Montañas de la Locura (At the Mountains of Madness). Además de eso, el Flaco de Providence solo nos dejó un par de referencias adicionales en Los sueños en la Casa de la Bruja (The Dreams in the Witch-House) y La Sombra fuera del Tiempo (The Shadow Out of Time). El nombre de estos seres se presta a la confusión. Los Primordiales, llamados Old Ones en otras historias, no son los Primigenios [Great Old Ones] mencionados en El Horror de Dunwich (The Dunwich Horror) y La Llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu). La distinción es vaga, y se debe a que los narradores de cada historia suelen proponer nombres alternativos, a veces traduciendo aproximadamente los nombres dados por diferentes pueblos nativos de todo el mundo.

Lovecraft nunca se preocupó por organizar su panteón con una nomenclatura consistente. Fueron los Acólitos, e incluso nosotros, sus lectores y admiradores, quienes nos esforzamos por sistematizar a estos seres como lo hacemos con el reino animal. Es interesante que Lilith Lorraine haya comenzado su poema refiriéndose a esta categoría incierta, los Primordiales, que solo es un intento de poner orden en el Caos, de darnos una clasificación coherente que Lovecraft nunca proporcionó.

En lo personal me resulta muy divertido examinar a estas criaturas, pero es bueno recordar que el propio Lovecraft no era consistente con las terminologías y las líneas temporales. Para él eran sólo herramientas para crear un escenario, una atmósfera. La mayoría de las categorías con las que hoy estamos familiarizados fueron establecidas más tarde por August Derleth [ver: August Derleth: el creador de los Mitos de Cthulhu]

Los Acólitos de Lilith Lorraine no es un gran poema, ni siquiera estoy seguro de que sea un buen poema, pero quizás es el único que reivindica a esta segunda oleada de autores adyacentes al propio líder carismático y sus discípulos más próximos, pero que hicieron muchísimo para perpetuar la tradición lovecraftiana en la cultura popular. En este sentido, la palabra «acólito» es pertinente. Proviene del griego akolouthos [prefijo a, «junto con»; y keleuthos, «camino», «sendero», «viaje»]; es decir, «seguidor», no en términos doctrinales, sino alguien que acompaña, que recorre el mismo camino.




Los Acólitos.
The Acolytes, Lilith Lorraine (1894-1967)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Los Primordiales se agitan mientras los rojos sementales
del caos mordisquean sus extremidades con rabia;
y envían a sus mensajeros que irradian
orgullo por el conocimiento de su extranjería.

Caminan apartados de los hombres, los Acólitos,
por aguas estancadas y putrefactos sepulcros,
susurrando placeres delirantes y ocultos,
mientras dioses jóvenes mueren entre sus adoradores.

Sueñan con tenebrosas dimensiones donde las torres
de Yuggoth perforan la corrupta y celestial cúpula,
donde estrellas muertas flotan como flores perversas
sobre mares sin mareas de envenenada espuma.

Negros cirios brillan en decrépitos templos,
los patrones se fusionan –lo bueno, lo malo–,
ya no resplandecen las familiares estrellas de antaño,
y yo... y yo... estoy curiosamente contento.


The Elder Ones are stirring as the red
Stallions of chaos champ their bits with rage;
And they have sent their messengers ahead
Proud with the knowledge of their alienage.

They walk apart from men, the Acolytes,
By stagnant pools and rotting sepulchers,
Whispering of dark, delirious delights,
As young gods die among their worshippers.

They dream of dim dimensions where the towers
Of Yuggoth pierce the decomposing dome
Of skies where dead stars float like evil flowers
Afloat on tideless seas of poisoned foam.

Black tapers glow on many a ruined shrine,
The patterns coalesce – the good, the bad –
The old familiar stars no longer shine –
And I – and I – am curiously glad.


Lilith Lorraine
(1894-1967)


(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas oscuros.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Lilith Lorraine: Los Acólitos (The Acolytes), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Señor Topo»: Allison V. Harding; relato y análisis.


«Señor Topo»: Allison V. Harding; relato y análisis.




Señor Topo (The Underbody) —también traducido como El cadáver del señor topo— es un relato de terror de la escritora norteamericana Allison V. Harding (1919-2004), publicado originalmente en la edición de noviembre de 1949 de la revista Weird Tales.

Señor Topo, uno de los grandes cuentos de Allison V. Harding, relata la historia de Jamie, un chico de seis años que afirma haber visto a un extraño hombre medio enterrado en un campo cercano a su casa, a quien llama Señor Topo [Mister Mole].

El padre de Jamie, el doctor Holland, diagnostica la experiencia de su hijo como un típico caso de imaginación hiperactiva, incluso se enorgullece, ya que estas «fantasías» son una señal precoz de inteligencia. Decide acompañar al chico al lugar del avistamiento, creyendo que el Señor Topo forma parte de la mitología de algún juego infantil, pero cuando llega al lugar descubre algo inquietante:


«La cosa en el agujero era... un hombre. O lo había sido. Estaba vestido con una chaqueta, camisa, pantalones marrones y zapatos. Su piel tenía algo del color de la tierra, y había tierra saliendo de sus fosas nasales, orejas y por las comisuras de la boca. Tenía los ojos abiertos.»


El doctor Holland verifica los signos vitales de la «cosa», pero no encuentra pulso. Regresa a la casa con su hijo y le ordena que no vuelva al lugar. Más tarde, él mismo regresa al sitio del avistamiento, equipado con sus elementos médicos, pero el Señor Topo ha desaparecido. El doctor Holland se tranquiliza con una hipótesis racional: tal vez el asunto está relacionado con profanadores de tumbas.

Días después, Jamie irrumpe en la biblioteca familiar y le dice a su padre que el Señor Topo lo ha invitado a dar un paseo... «por abajo». Cuando otro niño de la zona comenta la misma experiencia [el hijo del vecino, Eddie, también de seis años] el doctor Holland y su vecino, Ed Quinlan, comienzan a investigar con mayor profundidad. El propio Ed sostiene haber visto al Señor Topo en la oscuridad:


«Doc, lo vi con mis propios ojos. Todo manchado de tierra, como sonriendo. Era el tipo más espeluznante que jamás haya visto. Lo toqué. No tenía más calor que un árbol (...) Estaba boca arriba con tierra y todo saliendo de su boca, pero cuando miré de nuevo podría jurar que se había dado la vuelta. Todavía tenía esa sonrisa en su rostro, sólo que no era una sonrisa agradable. Parecía estar disfrutando.»


Quinlan es un hombre práctico, poco imaginativo pero de buen corazón. Esto convence a Holland de que realmente hay «algo» en los campos circundantes, y que «es un hombre, o lo fue alguna vez». Días después las cosas parecen tranquilizarse. No hay nuevos incidentes y, tras una rápida investigación en los periódicos locales, no se descubre ninguna desaparición que pueda asociarse al Señor Topo. Sin embargo, una mañana de niebla Quinlan se presenta en la casa de Holland «con un bulto en brazos»:


«Había suciedad en todo el pequeño Eddie; la tierra en sus ojos, boca y oídos se había convertido en barro por la lluvia. Era evidente que el joven había muerto por asfixia, pero no por la presión de manos alrededor de su cuello, sino por hundirse muy, muy profundamente en la tierra.»


Voluntariamente o por el poder de «fascinación» de la cosa, el pequeño Eddie siguió al Señor Topo «por abajo». Quinlan encontró a su hijo en un agujero cerca de su casa.

Allison V. Harding es una precursora de Stephen King [que de hecho la admiraba], y Señor Topo es uno de sus cuentos más oscuros. Una vez más la autora demuestra su macabra disposición a representar las mayores atrocidades perpetradas contra niños pequeños [ver: Danny Glick y los niños-vampiro de Stephen King]. Tal es así que el Señor Topo rivaliza con Pennywise, aunque sus habilidades son más discretas. No asume la forma de los miedos particulares de sus víctimas, sino que vive [o no-muere] bajo tierra, atrayendo a niños inocentes a su muerte. En el caso de Jamie, el Señor Topo finge estar atrapado en un pozo poco profundo detrás de su casa [ver: Georgie vs. Pennywise: el sótano arquetípico]

También hay algo arquetípico en esta entidad sobrenatural, parecida a un cadáver, que atrae a los niños bajo tierra; de hecho, bien podría formar parte del catálogo de horrores de los cuentos de hadas. La mamá de Jamie está ausente, como en todos los cuentos de hadas; y la madre de Eddie, el otro chico atraído por la criatura, está muerta. De algún modo, la atracción de estos dos chicos, cuyas madres están ausentes, resuena en el motivo freuidiano del deseo de retorno a la vida intrauterina.

La reacción del doctor Holland y Quinlan tiene algo de tribal. Forman un grupo de caza para detener a la criatura, pero con resultados desastrosos. Durante la búsqueda, Jamie desaparece en un agujero:


«El médico redobló sus esfuerzos frenéticamente, arañando, poniéndose en cuatro patas. Finalmente encontró lo que sabía que estaba allí, y, sacudiendo la tierra que lo cubría, lo puso en el borde del hoyo que había excavado con sus manos… un bulto similar al que Quinlan le había traído la noche anterior, igualmente sin vida.»


Señor Topo es una historia impactante, incluso para los estándares del siglo XXI. El lector moderno del género, curtido por las escalofriantes historias de Stephen King protagonizadas por niños, apreciará esta obra maestra de Allison V. Harding, que no muestra ningún reparo en describir horribles muertes de inocentes. El efecto final es algo así como un espantoso cuento de hadas... iba agregar «para adultos», pero todos los cuentos de hadas [al menos los buenos] lo son [ver: Porqué los cuentos de hadas no son para chicos]

Todos los relatos de Allison V. Harding se desarrollan en un entorno contemporáneo, pero incorporan una variedad de temas extravagantes, fuera de lugar y tiempo en esa contemporaneidad. Aquí, Jamie se enfrenta a una amenaza primordial, prehumana, algo contra lo cual la ortodoxia moderna es ineficaz. Para luchar contra Señor Topo es necesario apelar a recursos atávicos, anteriores a las recetas profilácticas contra vampiros y hombres lobo.

Ahora bien, ¿qué es el Señor Topo?

La primera descripción que obtenemos [«chaqueta, camisa, pantalones marrones»] insinúa que podría tratarse de un elemental, habida cuenta que su piel tiene «el color de la tierra» y hay «tierra saliendo de sus fosas nasales, orejas y por las comisuras de la boca». Incluso podría tratarse de un miembro particularmente desagradable de la raza feérica [ver: Lo Subterráneo en la ficción]

Las víctimas del Señor Topo aparecen asfixiadas, «no por sus manos», sino por la falta de aire en el interior de los agujeros. Básicamente respiran tierra hasta que esta llena sus pulmones. Es una muerte espantosa.

Por otro lado, la criatura no parece alimentarse físicamente. Los cuerpos de Eddie y Jamie están intactos, de modo que debe estar alimentándose de algo más, aunque también existe la posibilidad de que el Señor Topo esté actuando por pura crueldad y malevolencia. En los tres casos que presenta la historia [Eddie, Jamie y Janice], se trata de chicos imaginativos, que «creen en los cuentos de hadas». Sin embargo, ninguno de ellos parece asustado por la criatura, incluso se sienten atraídos, «fascinados» por el Señor Topo, y eventualmente lo siguen a dar un paseo «por abajo». ¿Acaso Allison V. Harding está explorando una macabra variante del cuento del Flautista de Hamelin?

La dinámica es similar: el Señor Topo «encanta» a los niños y los obliga a abandonar sus casas e irse con él, en este caso, bajo tierra. Pero, en el Flautista, los aldeanos no pagan los honorarios del encantador, de modo que este se lleva a los niños como venganza. ¿Cuál ha sido la falta de Holland, Quinlan, y los padres de Janice? Allison V. Harding no lo especifica, pero podría tener algo que ver con cierto desapego de la imaginación infantil, del universo de la propia infancia. Holland es un hombre de ciencia, un tipo racional. Quinlan es un sujeto prágmático. Toman todas las decisiones equivocadas porque están preparados para lidiar con un pervertido, con un loco, no con un Monstruo.




Señor Topo.
The Underbody, Allison V. Harding (1919-2004)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Caía una suave lluvia de verano que significaba «quédate adentro», pero como mamá no estaba, Jamie salió corriendo por la puerta trasera (papá estaba leyendo en la biblioteca y la cocinera en la cocina, horneando), atravesando el césped y bajando por el sendero que discurría hacia el prado.

El doctor Holland estaba sentado en su sillón de cuero favorito de la biblioteca, medio leyendo pero más interesado en mirar por la ventana. Hacía suficiente calor como para estar en mangas de camisa; se alegró de que no hubiera pacientes que necesitaran su atención esa tarde, porque, al igual que los gorriones afuera, se sentía reacio a moverse en el calor y la humedad.

No se oía ningún sonido excepto el suave silbido de la lluvia al tocar la tierra sobrecalentada por el sol de la mañana, y los alegres ruidos ocasionales de Amanda, en la cocina, preparando un pastel. Amanda era uno de esos tesoros campestres que se encuentran en los pueblos pequeños. Hacía exactamente lo que había que hacer, como en esta ocasión, por ejemplo, cuando la esposa de Albert Holland había atravesado el estado para una visita de dos semanas con su propia familia.

Era agradable sentarse así, sin hacer nada: la revista médica que tenía en la mano tenía un artículo interesante, pero no tenía que leerlo esa tarde. Se preguntó distraídamente qué tipo de pastel estaría preparando Amanda, esperando que fuera uno de esos blancos y espesos con glaseado de chocolate y relleno de gelatina. Y fue justo en ese momento que escuchó a Jamie aullar y gritar, el sonido de su voz de niño pequeño proveniente del exterior, haciéndose más fuerte a medida que las pequeñas piernas lo acercaban más.

Jamie tenía un secreto. Era el mayor secreto que jamás había tenido. Demasiado grande para que su emoción quede contenida en su pequeño cuerpo vestido llamativamente con el disfraz de vaquero de la Navidad pasada. Después de mirar para estar seguro, se escapó corriendo por el campo y subió la colina del prado, saltó el muro de piedra y cruzó el césped, sus pequeños pies salpicando los charcos. Comenzó a llamar antes de llegar a la casa y su padre lo recibió en la puerta trasera.

—¡Joven, entra y límpiate los pies!

—¡Papá! —jadeó Jamie, sin aliento.

Su padre lo llevó a la biblioteca.

—¿No habrías estado jugando a los vaqueros bajo esta lluvia, no?

—¡Tienes que ver esto, papá!

La voz del niño subió hasta un punto in crescendo y tiró de la mano de su padre.

—Joven, no será bueno para ninguno de los dos si te resfrías. Tu madre se asegurará de eso. Será mejor que subas y te cambies. Déjame sentir esos calcetines.

—¡Pero, papá! ¡Papá...!

—¡Sí, están mojados! Ahora sube las escaleras.

—Pero hay un hombre ahí afuera, en el campo. ¡Papá, estaba tirado en el suelo, mirándome!

—Sube las escaleras, joven, y quítate ese disfraz. Si quieres ponerte botas y un impermeable, te acompañaré. ¿Qué dijiste que era... un jefe indio?

—No es ningún jefe indio, papá. ¡Es un hombre en un agujero en el suelo!

—Si quieres que salga contigo y te ayude a cazar a Búfalo Bill, primero sube y haz lo que te dije.

El niño se alejó ruidosamente. Unos momentos más tarde, padre e hijo cruzaron el césped, la valla de piedra y se adentraron en los campos que había más allá. La llovizna había terminado, pero la niebla había tomado su lugar y se aferraba con dedos grises al prado.

—No tires así, Jamie. Queremos acercarnos sigilosamente, con cuidado. ¡No quiero que me atraviese una flecha, compañero!

La emoción de Jamie aumentó cuando llegaron al otro lado del prado. Se detuvo entre un peñasco y un tocón, miró al suelo y luego levantó la vista hacia su padre.

—El Señor Topo estaba ahí. ¡Papá, ahí mismo! —señaló.

Había tierra recién removida allí, con la parte superior embarrada por la lluvia, como si el propio Jamie o alguien más hubiera usado una pala. El doctor Holland la tocó con la punta de su bota. No había nada.

—Supongo que los indios lo atraparon antes que nosotros, Jamie. ¡O tal vez lo atrapó un puma!

—Él estaba justo allí. ¡Papá!

El médico se rió y rodeó a su hijo con un brazo.

—Volvamos a casa, jovencito.

Le gustaba que el chico fuera imaginativo. Para él, era una señal de inteligencia, y eso nunca desagrada a los padres.

Esa noche, durante la cena, Jamie parecía inusualmente tranquilo, y el doctor Holland se preguntó si había aprovechado lo suficiente del episodio. Para complacer a su hijo, volvió a sacar el tema.

—¿Por qué llamaste a esa alimaña Señor Topo, Jamie?

—Porque estaba en el suelo, atrapado en el suelo, papá.

Por las mañanas, el médico se las ingeniaba para prepararles el desayuno.

—No soy muy buen cocinero, Helen —le había confiado a su esposa, pero ella se rió y dijo:

—¡Bueno, no pasarán hambre con Amanda!

Más tarde esa mañana en particular, el horario requería que él recogiera los víveres y Amanda haría su magia en la cocina. El doctor Holland estaba pasando un mal rato preparando los platos del desayuno cuando Jamie entró corriendo en la cocina.

—¡Es el señor Topo otra vez!

—Jamie.. Mira, has dejado rastros de suciedad otra vez. No me importa, pero sabes que tu madre te dijo que no hicieras eso. Además, significa que Amanda tendrá que limpiarlo. Quizás sea mejor que lo hagamos nosotros.

—¡Rápido, papá! —el niño ya estaba tirando del delantal del doctor Holland—: ¡Rápido, antes de que el Señor Topo se vaya!

El Doctor salió, poco dispuesto, pero obligado por la urgencia de su pequeño hijo, a salir por la puerta trasera y cruzar el césped; esta vez mucho más cerca de la casa, justo encima del muro de piedra. Había un agujero; lo cual era curioso porque no lo había notado antes. Había una pala... y dentro de ella…

El doctor Holland se detuvo tan abruptamente que su mano en la de Jamie hizo que el niño perdiera el equilibrio hacia atrás.

—¡Mira, papá! ¡Mira, es el Señor Topo, como te dije!

Había que dar dos pasos hasta el agujero en el suelo y el doctor Holland los dio, empujando instintivamente a su hijo un poco hacia atrás.

La cosa en el agujero era... un hombre.

¡O lo había sido! Estaba vestido con una chaqueta, camisa y pantalones marrones, zapatos, y su piel también tenía algo del color de la tierra, y había tierra saliendo de sus fosas nasales, orejas y por las comisuras de la boca. Tenía los ojos abiertos, mirando hacia arriba, porque estaba acostado boca arriba.

Cuando Holland se arrodilló junto a la cosa, notó la curvatura de sus labios. El hombre, fuera quien fuese, no habría sido muy atractivo en vida. Su mirada lasciva convertía su rostro en una mueca desagradable.

El Doctor alcanzó la muñeca. Cuando la levantó para tomarle el pulso, la tierra se desprendió de entre los dedos. Fue como esperaba: sin pulso. Deslizó una mano debajo de la chaqueta del hombre y palpó la región del corazón. No sintió la más mínima vibración.

Se levantó y, llevando a su hijo delante de él, se apresuró a regresar a la casa.

—¿Viste, papá? Te hablé del Señor Topo! ¡Él sale de la tierra!

—Ahora hijo, tengo algunas cosas que hacer y quiero que te quedes aquí.

¡Así que ayer el chico había dicho la verdad! Jamie debió haberse confundido y llevado a su padre en la dirección equivocada.

Holland debía visitar pronto a la señora Foster, cuya persistente artritis y temperamento irritable exigían una asistencia minuciosa. Pensó en llamar a Ed Quinlan a la casa de al lado. Quinlan, además de ser secretario municipal, también era ayudante del sheriff del distrito; pero en cambio, la curiosidad profesional hizo que Holland primero tomara su pequeño maletín médico y se dirigiera nuevamente a esa tumba, desenredando su estetoscopio a medida que avanzaba.

Estaba bastante seguro de que el hombre estaba muerto. Su hijo, por supuesto, no se dio cuenta del terrible significado de este espantoso descubrimiento. Caminó rápidamente; después pensó que no podía haber estado en la casa más de cinco minutos y, sin embargo... sin embargo, cuando llegó al lugar, ¡la cosa, el Señor Topo, había desaparecido!

—¡Imposible! —murmuró Holland para sí mismo.

Éste era el lugar, no había ningún error al respecto. La tierra estaba suelta; la tamizó entre los dedos. ¡No había nada! ¡Nada! Se levantó y miró a su alrededor, medio temeroso de encontrar a este hombre que había pensado (no, estaba seguro) que estaba muerto caminando en algún lugar lejos de su tumba terrenal. ¡No había nadie y podía ver buenos caminos en todas direcciones!

Dobló pensativamente su estetoscopio y regresó a la casa. Se le ocurrió que podría tratarse de una broma gastada por personas desconocidas, como cuando uno de los estudiantes había alterado la presión de su bebedero para pájaros y había salido un chorro de agua en lugar del habitual rocío elegante. Pero aun así había un cadáver. Eso significaba profanar tumbas o sacar un cadáver de alguna morgue o del laboratorio de un hospital.

Le ordenó a Jamie que permaneciera en casa («no te atrevas a desobedecerme», le dijo) hasta que regresara.

Hizo su visita a la señora Foster lo más breve posible, recogió a Amanda y condujo de regreso a gran velocidad para encontrar a su hijo jugando despreocupadamente con sus soldaditos en el piso de la biblioteca.

Dos veces durante el día, el Doctor caminó hasta el terreno más allá del muro. Una vez salió al campo donde Jamie lo había llevado el día anterior. No se veía nada excepto lo que parecía un área de tierra apisonada.

No se habló más hasta esa noche cuando Jamie sacó a relucir el tema justo antes de que le ordenaran acostarse.

—¿Adónde va el Señor Topo, papá?

Una pregunta justa, pero difícil de responder. Si argumentaba que el Señor Topo existía, no podría simplemente desaparecer sin razón. Si no existía, entonces el doctor Holland debería llevar inmediatamente a su hijo a un oculista y acudir él mismo a un psiquiatra.

Durante varios días, el doctor Holland pensó mucho mientras realizaba sus tareas médicas y recorría la casa, y encontró más de unas pocas excusas para caminar por el césped, cruzar la valla de piedra y entrar en los prados más allá. En pocos días los agujeros donde había aparecido el Señor Topo perdieron su frescura, perdieron su aspecto de recién removidos y nuevamente fueron reclamados por el amplio seno de la tierra.

Una noche, justo antes de acostarse, Jamie dijo:

—¡El Señor Topo me invitó a salir a caminar hoy, papá!

A Holland casi se le cae el limpiapipas. Trató de mantener la voz firme, porque el silencio había rodeado este tema durante varios días.

—¿Dónde estaba él, Jamie? ¿Dónde estaba el Señor Topo?

El niño hizo un gesto vago con el brazo y repitió:

—Me pidió que lo acompañara a caminar. Abajo me dijo, papá.

—¡Jamie! —esto había ido demasiado lejos—. Quiero que respondas lo siguiente: ¿cuándo viste por primera vez al Señor Topo?

—La vez que te lo dije. Ese día lluvioso.

—¿Y ahora te habla?

—Claro, papá.

Holland se puso de pie. Había que hacer algo. Esto no podía abordarse ni descartarse con la esperanzada conclusión de que, después de todo, era sólo producto de la imaginación.

—Vamos a ver al Señor Topo, hijo, ahora mismo.

—¡No podemos! ¡Se fue! ¡Se fue mientras yo miraba!

—¿En qué dirección? Lo seguiremos.

El niño arrugó la frente como si incluso para su mente joven y crédula el evento fuera inusual.

—Simplemente se fue. A la tierra. Dijo que volvería.

El médico pidió a su hijo que le dijera el paradero de la última aparición del Señor Topo y luego llevó al niño de seis años a la cama. Más tarde buscó por sí mismo, y allí donde su hijo lo había descrito estaban las marcas de tierra recién removida. Toda la situación era desconcertante. Su mente científica, ordenada, hizo que el doctor Holland buscara alguna acción lógica y definida, pero no la hubo.

La cosa —sea lo que fuere— debía ser examinada por las autoridades. Sin embargo, el primer paso de ese plan era encontrar al Señor Topo e impedir que continuara desapareciendo.

Albert Holland pasó veinticuatro horas pensando en un curso de acción y entonces se le ocurrió que debía hablar con su vecino, Ed Quinlan, el ayudante del sheriff que vivía al otro lado del largo prado que corría colina abajo. Quinlan, un viudo con un hijo de la edad de Jamie, era un buen tipo. Siempre había apreciado que Holland lo hubiera tratado sin mencionar una factura cuando las cosas eran difíciles para los Quinlan. Y mostró su agradecimiento. Pero, más aún, era un individuo fanfarrón y realista cuyo principal objetivo no era la imaginación (aunque no era estúpido en modo alguno) y, por lo tanto, aportaría un buen punto de vista a esta propuesta, además del peso de su cargo oficial en el gobierno del condado.

Holland iba a pasar por allí esa misma tarde y, ahora que Jamie se había acostado, estaba a punto de salir cuando sonó la aldaba de la puerta de su casa. Era, casualmente, Quinlan.

—¡Hola, Ed! —saludó calurosamente el médico.

—Buenas noches, doctor. Lamento molestarlo.

—En absoluto. Entra.

Holland vio inmediatamente que el hombre estaba agitado. Su rostro ancho y rubicundo parecía preocupado y sus grandes manos de dedos gruesos se aferraban al panamá algo gastado que siempre llevaba.

—¿La señora sigue de viaje, doctor?

—Sí, otra semana, Ed.

Hablaron de cosas como esta y aquella durante algunos momentos y luego Ed fue al grano.

—Doctor, si su hijo ya está en la cama, me pregunto si podría caminar conmigo hasta mi casa. Ha sucedido algo curioso.

Holland esperó, mientras su propio sentimiento de incomodidad aumentaba.

—Es mi hijo, Eddie. Se encontró con un cuerpo tirado en el prado detrás de nuestra casa. Pensé que me estaba tomando el pelo... ya sabe la forma en que se comportan estos niños. Estuvo detrás mío toda la tarde, hasta que salí con él hace un momento. Doc, lo vi con mis propios ojos. Todo manchado de tierra, como sonriendo. Era el tipo más espeluznante que jamás haya visto. Lo toqué. No tenía más calor que un árbol. Estaba muerto, aunque realmente no puedo decir si se ha cometido algún crimen.

Quinlan se detuvo y respiró hondo, jugueteó con su sombrero y luego volvió a fijar sus ojos preocupados en el médico.

—¿Vendría conmigo?

—Seguro, Ed.

Quinlan se apresuró a continuar:

—Creo que vi al tipo moverse. Estaba anocheciendo allí afuera. Envié a Eddie a la casa por una linterna. Para ser honesto, no podía ver tan bien. Pero, doc, había estado acostado boca arriba con la tierra y todo saliendo de su boca, y cuando miré de nuevo podría jurar que se había dado la vuelta. Todavía tenía esa sonrisa en su rostro, sólo que no era una sonrisa agradable. Parecía estar disfrutando.

El hombre siguió parloteando, siguiendo al médico hasta el pasillo mientras Holland iba al armario de los abrigos a buscar su propia linterna.

—Iré contigo, Ed.

—Pero hay un problema, doc —la mano de Ed lo sostuvo justo cuando estaban a punto de salir a la oscuridad de la tarde de verano—. Lo perdí. Debí haber estado esperando a través de la oscuridad a que Eddie regresara con la luz y todo, pero me di la vuelta y él ya no estaba, así como si nunca hubiera estado allí, excepto que yo sabía que sí porque la tierra estaba toda revuelta, como una tumba nueva.

Entonces los dos caminaron, la linterna oscilante sostenida en la mano de Holland mostraba el camino a través de la exuberante campiña de julio. La noche estaba con ellos y el silencio entre ellos: un hombre de la ley y un hombre de ciencia, cada uno con sus pensamientos y su perplejidad, pero juntos, llevados allí por el sentido de orientación de Quinlan y el oscilante rayo de luz que los siguió hasta su objetivo.

La voz de Ed sonó bajo el arco negro de la noche mientras exhalaba y decía:

—Ahí es donde estaba. Justo ahí, doc.

Albert Holland miró al suelo. Estaba de pie con el haz de la linterna fijo en la tierra.

—Supongo que cree que estoy loco, doctor.

Y, ante esto, el médico puso su mano sobre el brazo del otro.

—No lo creo, Ed. No estás loco. Viste algo.

Y estuvo a punto de decir: «Yo también lo vi, Ed. Aquí en el prado y luego más cerca de mi casa. Jamie me llamó igual que Eddie te llamó a ti. Hemos visto algo bajo el cielo de Dios, exactamente qué, no lo sé, y soy médico; se supone que debo saber cómo son la vida y la muerte.»

Pero no lo dijo porque Quinlan siguió hablando:

—Mi muchacho afirma que habló con él (imagínese esto, doc, un cadáver hablándole) y que lo invitó a dar un paseo con él. No podría ser un cadáver, ¿verdad? No hacen cosas así... si están realmente muertos, ¿verdad?

Holland volvió a poner su brazo sobre el hombro del otro, esta vez con más urgencia.

—Ed, ¿dices que enviaste a Eddie a casa antes de venir a buscarme?

—Por supuesto…

Luego, casi automáticamente, los dos comenzaron a caminar hacia la pequeña cabaña de Quinlan, justo encima de la cima de la colina, y mientras caminaban, aunque no dijeron nada más, sus pasos se aceleraron.

Es la noche, se dijo Holland, que infunde miedo incluso en el hombre menos supersticioso, el más prosaico, el menos imaginativo, pero tenían derecho a sentirse asustados, porque esta experiencia compartida entre dos padres y dos hijos era —pobre y débil palabra— ¡extraordinaria!

Había una luz en la planta baja de la casa Quinlan y podían verla a través de la penumbra. Se hacía más grande mientras caminaban apresuradamente hacia ella. Quinlan, con voz tensa ahora, llamó mientras avanzaban.

—¡Eddie! ¿Eddie, muchacho? ¿Estás ahí? ¡Soy papá!

Y desde la casa más grande que tenían delante volvió la voz del niño pequeño.

—Vaya, papá, ¿eres tú? ¿Has estado en el prado hablando con él?

No hubo necesidad de responder. Casi simultáneamente, sus apresurados pasos disminuyeron. La crisis, no declarada entre los dos hombres pero apreciada por ambos, había terminado. Quinlan se volvió hacia el médico.

—Gracias, Doc. Muchas gracias por venir.

En la oscuridad, los dos hombres estrecharon sus manos con fervor. Y luego se separaron para tomar caminos separados en la oscuridad: Quinlan a su casa y el doctor Holland de regreso a través del prado nocturno.

Holland permaneció despierto hasta muy tarde esa noche pensando en la cadena de acontecimientos que ahora eran más que la imaginación de una o dos personas. Quinlan era su antítesis, su opuesto, y, sin embargo, el hombre sencillo y de buen corazón lo había visto. La posibilidad de que se tratara de una broma de malos era bastante inverosímil. Aparte de otras objeciones, la gente no le gasta ese tipo de broma a un ayudante del sheriff, incluso si el médico de la ciudad es menos inmune. No, había algo ahí afuera… alguien. Era un hombre, o lo había sido alguna vez, porque lo parecía y vestía ropa.

Holland sabía muy bien que había casos de diagnóstico incorrecto. Se han declarado muertas personas que no lo estaban. Hay enfermedades, condiciones y estados que se parecen a la muerte y, sin embargo, no lo son. El catatónico es uno de ellos. Pero a pesar de sus intentos por tapar racionalmente sus dudas, estaba seguro, como médico, de que el hombre que había visto, aquel al que Jamie llamaba (acertadamente) Señor Topo, no estaba vivo.

Deseaba que Helen estuviera allí porque no sólo sabía escuchar (y necesitaba eso para hacer alarde de los hechos y suposiciones), sino que también era perspicaz.

Los insectos nocturnos estaban tranquilos y había un atisbo de luz en el este cuando el médico se retiró a su habitación.

Para explicarle a Jamie que no debía correr a lo largo y ancho de los prados, fue necesario pensar en una historia sobre indios moviéndose afuera. El niño miró atentamente a su padre, con más sabiduría, pensó el médico, que un niño de su edad.

Holland siguió con sus asuntos contento de que los días fueran seis, cinco, cuatro y luego tres hasta que regresara su esposa Helen. No podía restringir a su hijo a la casa porque tenía que haber una razón más que indios imaginarios para convencerlo. Con el paso de los días, el médico se reprendió un poco. Se molestó por la sensación de incomodidad que experimentó cuando sacó del garaje el cupé con el emblema de los médicos en la placa trasera, o cuando tenía que hacer alguna llamada o recado. Sentía inquietud al salir.

Pero, también con el paso del tiempo, se fortaleció su esperanza, que creció casi hasta convertirse en la convicción de que la cosa bajo tierra, moviéndose como un topo de un lugar a otro, había regresado al lugar de donde había salido; tal vez quieto para siempre en alguna grieta oscura bajo la superficie de la tierra, lejos de los ojos de los hombres.

Holland se encontró con Quinlan en el pueblo y el ánimo de ambos hombres era bueno.

No lo dijeron, pero el significado era claro: nadie había visto nada en los últimos días. Luego se separaron alegremente.

La noche anterior al buen día en que Helen regresaría, sonó el teléfono de Holland. Jamie ya estaba arriba, presumiblemente dormido en su habitación. Hacía tiempo que Holland había llevado a Amanda a casa diciéndole que la esperaba mañana. Helen regresaría a tiempo para la cena y sería bueno tener algo muy especial para su regreso.

—Hola, doc —era Quinlan cuando Holland levantó el auricular —. ¡Eddie lo ha visto otra vez!

La mano del médico apretó el instrumento.

—En el bosque. Jura que se mueve y habla con él. Quería que Eddie fuera a caminar con él.

Holland intentó mantener la voz tranquila:

—¿Qué podemos hacer al respecto, Ed?

—Mañana —añadió Quinlan como si lo hubiera pensado—, reuniré a un grupo de hombres y descubriremos quién o qué es. Tal vez sea algún tipo de borracho pervertido. Esto último, con suerte.

—Estoy contigo, Ed —dijo resueltamente el médico —. ¡No podemos permitir que esto continúe!

Los dos hombres colgaron. Holland volvió a entrar a la biblioteca donde estaba sentado, la inquietud regresó. En los últimos días había encontrado el tiempo y la oportunidad de examinar detenidamente los registros del secretario del condado y del periódico. No se habían producido desapariciones ni otros incidentes en la zona que puedan explicar esta «cosa» que acechaba en el campo estival. Y en la sociedad actual lo más difícil del mundo es desaparecer o hacer que uno lo maten de cualquier forma sin llamar la atención.

¿Quién ha oído hablar de un cadáver no reclamado? Por más que lo intentó, Holland no pudo disuadirse de la persistente idea de que se trataba de algo que no encajaba con el sentido común y, por lo tanto, no seguía las leyes cotidianas del mundo.

Eran las siete y pocos minutos de la mañana siguiente cuando Holland oyó sonar la aldaba de la puerta de entrada. Parecía más temprano. La lluvia y la niebla habían retrasado el día. Jamie apenas se estaba moviendo en su habitación mientras su padre bajaba las escaleras murmurando entre dientes. Y entonces, antes de poner la mano en el gran pomo que haría girar la puerta para abrirla, un presentimiento se apoderó de él, le puso rígido el brazo y le tocó la espalda con dedos húmedos y fríos.

Abrió la puerta en la cerrazón y vio a Quinlan, con un bulto en brazos, el rostro mudo con los ojos muy abiertos y surcado por la tormenta. Pareció ofrecer la cosa que tenía en sus brazos a Holland y Holland, al verla, de repente se convirtió en médico. Dijo suavemente:

—Aquí, Ed. Déjame llevarlo —aunque supo a primera vista que algo andaba mal.

Había suciedad por todo el pequeño Eddie; la tierra en sus ojos, boca y oídos se había convertido en barro por la lluvia. Era evidente que el joven había muerto por asfixia, pero no por la presión de manos alrededor de su cuello, sino por hundirse muy, muy profundamente en la tierra.

Holland volvió a pensar en lo que Quinlan había dicho por teléfono la noche anterior, lo que su propio hijo había dicho la última vez que la «cosa» lo había visitado —¿qué era?—, el Señor Topo lo había invitado a ir con él «por abajo»?

Mientras el médico pensaba, Quinlan hablaba entrecortadamente, tratando de aferrarse a sí mismo con la voluntad de un hombre fuerte, pero doblegado bajo la tragedia más cruda de su vida.

—Estoy seguro de que el chico estaba en la cama cuando hablé con anoche con usted, doc, pero en algún momento de la noche, o esta mañana temprano, debe haber salido, ¡Dios sabe por qué!. Excepto que ese diablo tenga un poder, una especie de fascinación. Me levanté temprano, ¿sabe?, y Eddie no estaba. Salí a echar un vistazo y vi uno de esos agujeros no lejos de la casa. Como lo habíamos visto antes. He visto las huellas del pequeño Eddie alrededor de este lugar, como si hubiera entrado en el agujero.

»Entonces conseguí una pala, doc, y cavé más rápido de lo que un hombre ha cavado antes... y después de haberme sumergido un poco en ese hoyo... lo encontré... así. No quedó en él ni un «hola, papá», ni un suspiro.

Quinlan se dejó caer en una silla, sollozando, con la cabeza entre sus grandes y fuertes manos, temblando como un niño aterrorizado.

—Ed —dijo Holland en voz baja—. Ed, sígueme al consultorio.

El médico abrió el camino, llevando el cuerpo de Eddie en sus brazos, y Quinlan obedientemente lo siguió. Jamie era un chico sensible. No servía de nada que mirara escaleras abajo a través de las barandillas y viera la escena en el vestíbulo principal. Además, el propio Quinlan necesitaba algún medicamento.

El médico colocó con cuidado el cuerpo de Eddie sobre la mesa, comprobó con el estetoscopio lo que ya sabía: que no quedaba ni el más mínimo atisbo de vida en el cuerpo ahogado por la tierra y luego le preparó al padre del desafortunado un potente sedante.

—Se ha ido, ¿no es así, doctor?

—Me temo que sí, Ed. Es algo terrible. ¡Horrible! Y sé que cualquier palabra de simpatía que pueda decirte ahora será pobre e inadecuada.

Quinlan se quedó sentado un rato, sin decir nada, dando vueltas y vueltas al vaso que contenía el sedante entre sus fuertes dedos. Apuró la medicina y, al cabo de un rato, se puso de pie.

—Bueno... gracias, doc. Me llevaré a mi hijo a casa y luego a la funeraria. Quiero ir rápido, doc, ¡porque después iré por el Diablo bajo tierra! Voy a reunir a los hombres. ¿Se unirá a nosotros, doc?

—Sabes que lo haré, Ed. Iré a tu casa un poco más tarde en la mañana.

—¿Tiene un hacha, doctor? ¡Llévela! —los dientes de Quinlan quedaron al descubierto en un gruñido—. ¡Vamos a atrapar a este tipo!

—Ed, ¿no quieres que vaya contigo o que lleve yo mismo al pequeño Eddie al pueblo?

Quinlan sacudió la cabeza con determinación.

—Lo hecho, hecho está, doc. ¡Ahora tenemos que perseguir al que hizo esto!

Salió con Eddie otra vez acunado en sus brazos, y la creciente mañana, cuando la luz tocó su rostro, mostró sus líneas duras, la terrible tristeza, la conmoción y la desesperación reemplazadas por algo más.

Holland fue por Jamie y se armó de valor cuando el niño preguntó:

—Papá, ¿qué estaba haciendo el señor Quinlan aquí?

—Tenía un problema muy grande, hijo —respondió el médico con cautela—. Vino a preguntarme al respecto. ¿Qué tal si vienes al pueblo conmigo, Jamie, a recoger a Amanda?

Mientras conducían, las nubes se escabulleron ante ellos y el sol salió para secar y calentar el mundo húmedo. Holland conducía aturdido e instintivamente. Le devolvió el saludo a Amanda automáticamente. No había nada que decir, pero su hijo lo estaba mirando con curiosidad. Ésa era una de las maldiciones de la imaginación.

Amanda era mayor, buena para hornear pasteles y hacer tarta de manzana, estaba llena del deseo de servirles y de afecto por ellos como familia, pero era demasiado mayor para entender si él decía: «Mira, Amanda. Algo terrible ha sucedido. Hay un hombre suelto... un hombre muerto, y acaba de matar a un niño pequeño. Tenemos que tener cuidado... no sabemos de qué dirección puede venir el peligro. ¡Tal vez no llegue, pero esa es la situación!»

No podía hablarle así, o incluso si pudiera, no lo haría delante de su hijo.

Regresaron a la casa de los Holland y Amanda notó de inmediato que el médico no había desayunado. Ella insistió. Holland apenas tragó uno o dos bocados. Tenía que ir a casa de Quinlan como había prometido. Los hombres se reunirían allí para su sombría tarea. Jamie, detrás de su vaso de leche, le dijo a su padre detrás de su taza de café:

—Esta mañana iré a jugar con Eddie. ¡Vamos a volar el nuevo cometa, papá!

Albert Holland tragó con dificultad:

—No, Jamie, esta mañana no.

—¡Pero, papá…!

¿Qué podría decir? ¿Qué podría decir? Amanda era demasiado mayor y él demasiado joven para entender el porqué de esto. No podía decirle que Eddie estaba muerto, que un cadáver lo arrastró a un agujero y lo asfixió allí mismo, en el prado donde los dos chicos habían jugado tantas veces, donde hoy iban a volar la cometa.

¿Cómo podía decir eso? ¿Y qué otra cosa podía decir? Jamie seguía sentado ahí, preguntándose por qué.

—Papá, vamos a…

La rápida mente del niño siguió buscando en torno al silencio de su padre.

—¿Está Eddie enfermo?

(Ese es el hijo de un médico)

—¡Es eso! —dijo el niño, ganando impulso y seguridad—. ¡Tiene sarampión!

—No, Jamie, eso pasó el invierno pasado y no te da sarampión dos veces. Esta vez, Jamie, es algo peor… Oh, mucho peor que el sarampión.

—¿Es algo contagioso, papá? ¿Cómo el sarampión?

—No, Jamie, no es sarampión, no es algo contagioso...

¡O tal vez lo sea! Quizás por eso tengo más miedo del que jamás me atrevería a decirte. Por eso en un momento sacaré el hacha de la leñera y me acercaré a reunirme con Quinlan y el resto de los hombres.

En lugar de eso, dijo:

—No, Jamie, no puedes ir esta mañana. Encuentra algo que hacer por aquí. ¡Y no me desobedezcas! Voy a decirle a Amanda que te vigile, ¿me oyes?

Albert Holland caminó hacia lo de Quinlan, con el hacha en una mano, y luego a través del bajo muro de piedra hacia el prado y la ladera. El sol ya había salido, acentuando la suavidad y la paz del pleno verano. El verde fértil tranquilizó sus ojos e hizo que los pensamientos desagradables en su mente parecieran increíbles e inverosímiles. Que estas cosas pudieran haber sucedido bajo el azul del cielo, aquí en la suavidad de la tierra, seguramente no era posible.

Y, sin embargo, a medida que avanzaba, vio grupos de hombres de pie alrededor de la casa de Quinlan. Desde lejos eran hombres bajos y altos, gordos y delgados. Aquí y allá el sol tocaba el cañón de un arma. Reconoció rostros a medida que se acercaba: el dependiente de una farmacia, varios muchachos del departamento de bomberos voluntarios, el subdirector de correos y otros. Ellos le hicieron un gesto con la cabeza y él les devolvió el saludo. Y había una cosa que todos tenían en común, y esa cosa era sombría y seria.

Los hombres se hicieron sugerencias y se ladraron órdenes unos a otros, y finalmente caminaron hacia el amplio seno de la pradera, llevando consigo sus palas, hachas, garrotes y pistolas, hurgando la tierra como si ella misma hubiera cometido este horrible crimen.

Quinlan estaba en todas partes, lleno de una ira que era más terrible porque estaba en silencio.

Pasaron las horas y los hombres caminaron pesadamente por los campos, chapotearon en arroyos y caminaron entre la maleza. Hacía mucho tiempo que habían pinchado y cavado los agujeros que Quinlan y el doctor Holland conocían. Pasó el mediodía y la tarde. El sol se deslizó hacia el borde de las colinas y Holland, consultando su reloj, supo que debía regresar para preparar todo para Helen.

Con el cansancio de caminar, de buscar, surgió un sentimiento de inutilidad. ¿Qué habían hecho? ¿Qué podrían hacer? ¿Qué sabían ellos, golpeando el suelo con sus botas e instrumentos de acero por algo que igual se levantaría y diría: «¡Aquí estoy!»

Por relevos, algunos de los hombres regresaron a la cabaña de Quinlan, donde las mujeres calentaban cafeteras en la estufa. Holland dejó su hacha en lo de Quinlan y giró sus pasos hacia casa. Se dijo a sí mismo que tarde o temprano tendrían que descubrir a esta criatura, fuera lo que fuera. Era bueno, pensó como médico, que el maldito Quinlan fuera el líder de este grupo en este momento de tan gran dolor.

Llegó a la casa, entró y la puerta mosquitera se cerró de golpe detrás de él. El ruido de Amanda en la cocina lo atrajo allí. Estaba preparando algo especial para la cena.

—¿Dónde está Jamie? —preguntó en voz alta.

Amanda estaba un poco sorda y había que gritarle.

—Está por aquí, jugando con su disfraz de vaquero —agitó un viejo brazo en un semicírculo—. Doctor Albert —ella siempre lo llamaba así—, ¿qué ha estado haciendo?

Holland se miró a sí mismo. Cinco o seis horas de caminar entre matorrales y mirar agujeros de tierra en los campos lo habían dejado bastante desaliñado. Tendría que limpiarse. El médico miró por la ventana de la cocina.

—¿Dónde dijiste que estaba Jamie?

—Por algún lado —repitió de nuevo—. Lo vi no hace mucho. Tal vez hace una hora. Iba a lo de un amigo, sí. El señor… algo.

Holland se quedó helado.

—Señor... ¿Señor Topo?

Su voz era mucho más fuerte de lo necesario.

—¡Eso es! Sabía que sonaba como un animal. Un nombre peculiar, ¿no es así, doctor Albert? Dijo que su amigo lo invitó, este Señor Topo, a dar un paseo por abajo. Debe significar hacia el prado. Doctor Albert.

Pero Holland se había ido, arrojándose por la puerta, corriendo y tratando de mirar en todas direcciones, con la mano apretando su corazón, agonizando.

Detrás estaba la casa, el césped y el muro de piedra, y luego, en el bosque, al otro lado del prado lo encontró. ¡Un nuevo agujero!

Holland lo agrandó con sus botas y sus manos, deseando tener algo más, pero no había tiempo para volver corriendo a buscar una herramienta. Recogió y pateó la tierra lo más rápido que pudo. Y poco a poco apareció un pedazo de tela; la tuvo en sus manos temblorosas y cubiertas de tierra. Era un sombrero, el sombrero de vaquero de un niño pequeño… ¡del traje de Jamie!

El médico redobló sus esfuerzos frenéticamente, arañando, poniéndose en cuatro patas. Finalmente encontró lo que sabía que estaba allí, y sacudiendo la tierra que lo cubría y aferrándolo, lo puso en el borde del hoyo que había excavado con sus manos… un bulto similar al que Quinlan le había traído la noche anterior, igualmente sin vida.

Holland hizo un ruido como un animal, y como ese animal siguió cavando, cavando y excavando, porque a él le correspondía hacer esto. Tendría que detenerlo. Los viejos que habían olvidado cómo soñar y que no quieren creer, como Amanda, y los muy jóvenes que todavía creen en todo, como Jamie, ellos habían causado esto, sin saberlo.

Siguió y siguió, un hombre en un agujero de tierra en el campo verde. Debieron ser horas después que Amanda, sorprendida, fue a buscarlo y escuchó los ruidos de ese lugar en el bosque. Consiguió hombres del grupo de Quinlan y lo encontraron en un agujero increíblemente profundo que él mismo había creado, con el pequeño cuerpo de su hijo, cubierto de tierra, haciendo guardia encima.

Fue el propio Quinlan quien sacó a Albert Holland y más tarde, junto con Helen, que había regresado a casa, intentaron tranquilizar y calmar al médico. Helen, cuya conmoción al descubrir esta terrible tragedia en su propia familia fue sólo un poco mayor que la aterradora condición de su marido.

Porque el doctor Holland ya no era un hombre de ciencia, ni un médico, sino una criatura que chillaba, gritaba y lloraba, llena de tierra que salía de él cuando hablaba. Mandaron llamar a otro médico a la cabecera del condado para que viniera rápidamente, pero había kilómetros de por medio, y mientras tanto Holland tuvo tiempo de contar una y otra vez que no deberían haberlo sacado del agujero, porque estaba a punto de alcanzar al señor Topo. Había sentido una pierna enfundada en un pantalón, un brazo, un torso, y se había retorcido y retorcido lejos de él como un gusano en la tierra. Sí, ¡y lo había mirado de soslayo!

—¡Habla y se mueve!

Holland despotricó esto una y otra vez.

A veces, en su horror, gritaba tan fuerte que asustaba a los pájaros en el crepúsculo de una tarde de julio, e incluso a la pobre y vieja Amanda, medio sorda, que se encontraba lejos en otras partes de la casa, con su amable rostro surcado de lágrimas, porque sentía que pudo haber hecho algo más. Se tapaba los oídos con las manos marchitas para protegerse de los horribles sonidos.

Pero los gritos de Albert Holland no llegaron lo suficientemente lejos, porque más tarde, no mucho después, a través de la tierra verde que se enfriaba en la tarde, una niña rubia llamada Janice corrió por el suelo verde y esponjoso, una niña que creía en los cuentos de hadas, en todo... corrió y llamó durante toda la noche, llena hasta reventar con el secreto mientras corría.

—¡Mamá! ¡Papá! ¡Adivinen qué! ¡Adivinen lo que encontré!

Allison V. Harding (1919-2004)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Allison V. Harding.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Allison V. Harding: Señor Topo (The Underbody), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Mörkrets Makter»: la versión preliminar de «Drácula».


«Mörkrets Makter»: la versión preliminar de «Drácula».




En 1899, dos años después de la aparición de Drácula (Drácula), el periódico sueco Dagen publicó por entregas una «adaptación» de la novela de vampiros de Bram Stoker, titulada Mörkrets Makter, que significa «Poderes de la Oscuridad». Esta «adaptación» fue firmada por «A–e», y apareció entre el 10 de junio de 1899 hasta el 7 de febrero de 1900. Dacre Stoker, sobrino-bisnieto de Bram y responsable de desempolvar los secretos literarios familiares, sospecha que Mörkrets Makter no está basada en el Drácula publicado, sino en los primeros borradores de la novela.

Teniendo en cuenta que Bram Stoker fue un verdadero perro de presa en su lucha por la legislación sobre los derechos de autor, combatiendo ferozmente cada versión pirata, ¿por qué nunca movió un dedo para impedir la publicación de la versión sueca?

Mörkrets Makter es el doble de extenso que Drácula, e incorpora una gran variedad de escenas, personajes y subtramas de los cuales no hay rastros en la novela publicada de Bram Stoker; y hasta incluye un final nuevo. Varios personajes cambian de nombre: Mina es Wilma, Jonathan es Thomas y Drácula pasó a llamarse Mavros Draculitz. No es un pastiche, tampoco un penny dreadful, sino una historia consistente, bien escrita, que preserva el estilo y la atmósfera del original. Aquí, el Conde no solo se limita a desembarcar en Inglaterra. Su plan es esparcir la raza vampírica por todo el planeta, conspirando con políticos de todo el mundo para introducir un nuevo orden mundial basado en la [supuesta] superioridad racial de los Vampiros.

En efecto, el Conde Draculitz concibe a los Vampiros como el siguiente escalón evolutivo de la humanidad.

El Ocultismo chorrea de la versión sueca. Tal es así que, en las catacumbas debajo del Castillo, Draculitz asume el rol de sumo sacerdote de una obscena religión pagana que incluye, por supuesto, sacrificios humanos practicados por seres que no son exactamente Vampiros, pero tampoco humanos, sino más bien necrófagos, Ghouls de aspecto simiesco [ver: Ghouls: historia de los Necrófagos]. Este es el credo que el Conde Draculitz planea difundir por todo el mundo.

Una de las diferencias entre Drácula y Mörkrets makter es la presencia de una extraña mujer en el Castillo, una vampiresa rubia y de ojos azules que trata de seducir a Jonathan Harker. En la novela de Bram Stoker hay tres vampiresas, dos de cabello oscuro y una rubia, que de hecho seducen a Harker y lo mantienen prisionero [ver: La verdad sobre las tres Vampiresas de «Drácula»]. Si bien desempeñan un papel importante en los planes del Conde, ocupan un espacio insignificante en la novela. La Vampiresa de Mörkrets makter, en cambio, posee mayor agencia, y de hecho consigue doblegar la voluntad de Jonathan:


«Todo fue iluminado por la luz de dos grandes relámpagos, uno tras otro. Ella apareció ante mí en ese resplandor, cerca, deslumbrante, como una llama blanca, con la misma sonrisa enigmática y tentadora que cuando vi por primera vez sus ojos de fuego azul quemando mi cerebro y haciendo que mi fuerza y mi voluntad se derritieran como cera (...) Su rostro se inclinaba sobre el mío, anhelante, sus labios voluptuosos estaban entreabiertos y una joya resplandeciente colgaba sobre su pecho desnudo. Sentí como si me hundiera en un abismo, sentí su aliento sobre mi rostro, cálido y embriagador; sentí un par de labios hinchados presionando contra mi cuello en un beso largo y ardiente que hizo temblar cada fibra de mi ser con estremecedora lujuria y angustia; y en un delirio imprudente cerré mis brazos alrededor de la hermosa aparición.»


La escena de Drácula donde la mujer rubia se acerca a Harker para darle el «beso de vampiro» es, quizás, más sensual y cargada de insinuaciones, pero parece mansa al lado de la de Mörkrets makter, donde el propio Harker deja de ser un sujeto pasivo que recibe las caricias para cerrar sus «brazos alrededor de la hermosa aparición», participando activamente en el encuentro de los cuerpos [ver: Las fantasías privadas de Bram Stoker]

Otro punto interesante sobre la «conexión sueca» es la elección del nombre «Helsing». El Van, «hijo de», ciertamente es holandés, pero «Helsing» no lo es. No hay ninguna pista en las notas de Bram Stoker sobre dónde obtuvo el nombre; lo que sí sabemos es que Helsing [y Hellsing] es común en Suecia, y casi inexistente en Inglaterra y el continente europeo, donde solo lo utilizaban los descendientes de suecos. Originalmente, las personas nacidas en la provincia sueca de Helsingland eran llamadas «Helsing» en otras regiones, y así comenzó a ser utilizado como apellido. Helsinki, la capital de Finlandia, recibió su nombre de una colonia de Helsings que se asentó allí en el siglo XIII.

Tradicionalmente se cree que Abraham Van Helsing, el metafísico holandés de la novela, médico experto en enfermedades neurológicas, sigue el modelo del personaje de Sheridan Le Fanu: Martin Hesselius, quien desbarató los planes de Carmilla. Al igual que Van Helsing, Hesselius es un médico interesado en las enfermedades mentales y el ocultismo. Además, comparte la costumbre de citar con frecuencia al místico sueco Emanuel Swedenborg, cuya doctrina es el argumento de Té verde (Green Tea). Hesselius también es un apellido sueco, aunque el personaje originalmente estaba destinado a ser alemán, como Van Helsing en las notas preliminares de Drácula, pero Bram Stoker finalmente se decidió por hacerlo holandés, quizás para licuar las similitudes con el personaje de Sheridan Le Fanu. Este cambio de nacionalidad, aparentemente a último momento, queda demostrado en el hecho de que, en la novela publicada, Van Helsing cita constantemente frases en alemán.

Hay algunos indicios [ninguna prueba concluyente] de que Mörkrets makter fue escrito sobre la base de los primeros borradores de Drácula. En 2008 se publicaron estas notas preliminares [Bram Stoker's Notes for Dracula], pero no hay ninguna razón para pensar que fueron las únicas. Sencillamente no podemos dar por sentado que estas Notas brinden un panorama completo de las distintas etapas de desarrollo de la novela. Al parecer, Bram Stoker tenía una increíble capacidad para acumular material, escribir subtramas, y luego descartarlas en el proceso de revisión. Tal es así que la mitad de los acontecimientos de la novela no se mencionan en las Notas. Además, es improbable que Bram Stoker pasara directamente de las Notas al texto mecanografiado. En el camino seguramente quedaron varios eslabones perdidos, y son estos, según la teoría, los que podrían haber servido de base para Mörkrets makter.

Algunos de estos «eslabones» en el proceso de desarrollo de Drácula son bien conocidos. Que en la novela de Bram Stoker haya tres vampiresas, y en Mörkrets makter solo una, puede ser visto como una pequeña discrepancia en la versión sueca [que no era una traducción, sino una adaptación], sin embargo, la viuda de Stoker, Florence, publicó en 1914 el [según ella] capítulo preliminar de Drácula, que no aparece en la versión publicada, titulado: El Huésped de Drácula (Dracula's Guest). En esta historia, Harker se encuentra con una Vampiresa con las mismas características que la hematófaga de Mörkrets makter, incluso se nos da su nombre, Condesa Dolingen de Gratz, y una breve historia de fondo. Hablaremos sobre ella más adelante.

En las notas preliminares de Bram Stoker, Lucy Westenra encuentra un «broche misterioso» en la playa de Whitby, probablemente un resto del Deméter, el barco naufragado que trajo a Drácula a Inglaterra [ver: El misterio del «Deméter»]. Esta joya desempeña un papel importante y, a la vez, sin historia de fondo, cuando Lucy deambula, sonámbula, por el cementerio de Whitby y es atacada por el Conde. ¿Se trata de la misma «joya resplandeciente» que colgaba del «pecho desnudo» de la vampiresa que atacó a Thomas Harker en el Castillo? ¿Bram Stoker consideró la posibilidad de que Drácula viajara a Inglaterra acompañado de su consorte? No lo sabemos, pero en Mörkrets makter Lucy también cae bajo la influencia de una joya cuando encuentra a un grupo de gitanos que han acampado en las afueras de Whitby esperando órdenes de Draculitz [ver: Bloofer Lady: la transformación de Lucy Westenra]

En las notas preliminares encontramos a un personaje que lamentablemente fue abandonado en la versión final, pero que sí aparece en Mörkrets makter. El Conde tiene una sirvienta sordomuda en el Castillo, cuyo nombre no se especifica. Mientras que en la novela publicada es el propio Drácula quien se ocupa de las tareas del hogar, en las notas la mujer sordomuda se encarga de la limpieza y de preparar la comida de Jonathan Harker, e incluso es llevada a Inglaterra por el Conde. En Mörkrets makter la mujer sordomuda sólo está presente en el Castillo de Draculitz.

La versión sueca no pudo extraer a la sirvienta sordomuda de la novela publicada porque allí no aparece. O bien «A–e» tuvo acceso a las notas preliminares, o bien obtuvo el dato de una conversación con Bram Stoker, o estamos ante una coincidencia extraordinaria. ¿«A–e» y Stoker pudieron crear el mismo personaje de manera independiente? ¿Acaso el hecho de que la sirvienta sea sordomuda era un elemento común de la aristocracia transilvana? Parece improbable.

En las Notas aparece otro sirviente de Drácula. Se refieren a él como «el hombre silencioso», probablemente el cochero que recoge a Jonathan Harker en el Paso de Borgo [ver: Porque los muertos viajan deprisa]. Tanto en Drácula como en Mörkrets makter es el propio Conde quien desempeña el papel de cochero. Bram Stoker también consideró la posibilidad de incluir a un detective de Scotland Yard en la historia, que luego fue eliminado. Este detective, llamado Edward Tellet, tiene un papel importante en Mörkrets makter.

Bram Stoker menciona una habitación roja en varias notas: «habitación secreta, coloreada como sangre» [secret room—coloured like blood], «registran la casa del Conde, habitación rojo sangre» [Count’s house searched, blood red room]; «la sala de sangre» [the blood room]; «búsqueda secreta en la casa del Conde: habitación roja como la sangre» [Secret search Count’s house—blood red room]. En la versión publicada de Drácula esta habitación roja no aparece, pero en Mörkrets makter sí, y resulta ser la cámara privada de Condesa Ida de Gonobitz-Vàrkony [también una vampiresa], cerca de Carfax. El doctor Seward la describe así en Mörkrets makter:


«Me encontré en un dormitorio amueblado con gran lujo e iluminado por una lámpara en el techo con una pantalla de color rojo sangre. Todo en la habitación era del mismo color: un intenso rojo llameante que impregnaba toda la atmósfera (...) El techo y las paredes estaban cubiertos de seda rojo rubí; dos de los grandes espacios de las paredes estaban cubiertos casi por completo con inmensos espejos, enmarcados con felpa roja; la alfombra tenía el mismo color rojo, y tanto las ventanas como las puertas estaban completamente cubiertas con cortinas rojas, mientras que la cama misma estaba tan forrada y acolchada con seda y terciopelo de este color intenso y brillante que parecía un estuche destinado a alguna joya costosa y no a un lugar ordinario de reposo.»


En las notas preliminares, esta habitación roja estaba destinada a ser la cámara orgiástica de Drácula, pero Bram Stoker entendió que no podría incluirla y descartó la idea, sin embargo, en Mörkrets makter sí se utiliza, aunque como los aposentos de la Condesa Ida de Gonobitz-Vàrkony. En la versión sueca, Seward asocia la habitación con «un estuche destinado a alguna joya costosa», lo cual es pertinente teniendo en cuenta la joya de la vampiresa que fue encontrada por Lucy. Además de esta habitación roja, en Mörkrets makter Draculitz tiene una habitación similar en otro edificio, donde seduce a sus víctimas, aunque con una decoración menos llamativa.

El doctor Seward también podría usarse como argumento en favor de que el autor de Mörkrets makter tuvo acceso a las notas de Drácula. En estas anotaciones, Bram Stoker escribe que el doctor Seward, administrador del manicomio de Carfax, es «un médico loco». En la versión publicada de la novela, Seward no tiene problemas con su salud mental [aunque es sádico con sus pacientes], pero en Mörkrets makter se retoma la idea primaria de Bram Stoker: Seward es un «médico loco», más aún, el hecho de estar loco es un punto importante en la trama. Sufre una crisis después de la muerte de Lucy, y ya no vuelve a ser el mismo. Robert Eighteen-Bisang y Elizabeth Miller, dos autoridades en el estudio de Stoker, señalan que la nota: a mad doctor no significa necesariamente que Seward esté loco, sino que podría referirse un médico especializado en la locura.

Otra coincidencia interesante son las golondrinas, que se mencionan un par de veces en las notas preliminares de Bram Stoker como símbolos del bien. Las dos notas son iguales: «la golondrina —galinelle lui dieu [«ave del Señor»] —trae buena fortuna. Ahora bien, en el Drácula publicado no aparece ninguna golondrina, pero sí se mencionan en una escena importante de Mörkrets makter en el contexto simbólico que tienen en las Notas. Al poco tiempo de llegar al Castillo, Jonathan Harker ve una bandada de golondrinas a través de una ventana, reflexiona que estas representan al día, en contraste con los murciélagos, que representan a la noche. A la luz de esto, las golondrinas y los murciélagos son símbolos del bien y del mal respectivamente.


«Las golondrinas, todavía zumbando de un lado a otro sobre las profundidades del abismo, finalmente se calmaron y fueron reemplazadas por los murciélagos, girando silenciosamente en círculos. En innumerables bandadas parecen habitar todas las grietas de este antiguo castillo.»


Harker no logra cerrar la ventana a tiempo antes de que uno de los murciélagos entre en la habitación y se pierda por un pasillo. Instantes después la Vampiresa rubia irrumpe en la habitación y se presenta a sí misma ante Harker. La sugerencia es que ella era el murciélago, pero Harker, todavía racional, no hace la asociación.

En Borradores de Drácula (Drafts of Dracula), Robert Eighteen-Bisang desestima la idea de que Mörkrets makter esté basado directamente en un borrador de Drácula, pero considera probable que el autor de la versión sueca haya leído las notas preliminares, o discutido con Bram Stoker algunas de las ideas que luego descartó. Esta parece ser la opción más razonable: explica las similitudes entre Mörkrets makter y las notas de Bram Stoker, pero también las diferencias. Por ejemplo, la sirvienta sordomuda se aloja en el Castillo de Draculitz, mientras que en las Notas asiste al Conde en Londres; la habitación roja pertenece al Conde en las Notas, pero en Mörkrets makter es el aposento de la Vampiresa; hay dos detectives en la versión sueca, mientras que las Notas solo hay uno. Si el autor de Mörkrets makter hubiese tenido a mano las Notas, estas discrepancias no tendrían sentido, pero si conversó personalmente con Bram Stoker pudo haber retenido algunos elementos particulares [sirvienta sordomuda, habitación roja, detective] pero confundido su uso [ver: El código secreto en el «Drácula» de Bram Stoker]

Podemos imaginar a Bram Stoker comentando al autor de Mörkrets makter que originalmente pensaba incluir una sirvienta sordomuda del Conde, pero no dónde [Transilvania o Inglaterra], o una habitación rojo sangre, pero no de quién era.

Esto también explicaría porqué otros elementos de las notas preliminares no aparecen en Mörkrets makter. Por ejemplo, en las Notas podemos leer:


«Jonathan y Mina se casan. Lucy empeora en la boda, vuelve a soñar. ¿Dónde está el mal? ¿Dónde está la cura? Dos visitantes, el Conde Drácula y el Tejano.»


En la novela publicada, Drácula entra en la casa de Lucy de forma sigilosa o por la fuerza, pero en las notas preliminares Bram Stoker consideró la posibilidad de una visita regular; de hecho, en la nota anterior, Drácula y el Tejano [Quincey Morris] visitan a Lucy después de que su estado de salud empeora. Bram Stoker también evaluó la posibilidad de escribir una escena donde se reúnen trece personas a cenar en la casa del doctor Seward, siendo el propio Conde el último invitado en llegar:


«Cena en casa del doctor loco: cada uno tiene un número. A todos se les pide que cuenten algo extraño según el orden de los números; al final llega el Conde.»


En otro borrador el anfitrión es Drácula, aunque sigue siendo el último en llegar a la cena, probablemente porque no puede ingerir alimentos convencionales.


Mörkrets makter no solo incluye elementos preliminares de Drácula, sino también material de historias anteriores de Bram Stoker, particularmente de Una profecía gitana (A Gipsy Prophecy), publicado en diciembre de 1885. Tanto el cuento como el capítulo VII de Mörkrets makter tratan sobre personas que visitan un campamento gitano [Mina y Lucy en la versión sueca], donde se anuncia una fatídica profecía sobre algo terrible que un prometido está a punto de cometer contra su amada. En ambas historias la profecía resulta ser malinterpretada. El prometido de Una profecía gitana no mata a su amada, solo parece culpable cuando la chica muere y él es descubierto a su lado. El prometido de Lucy, Arthur Holmwood, no la engaña con otra, solo abraza y besa a su hermana para consolarla después de que ella abandona a su marido. De una forma u otra, «A–e» estaba familiarizado no solo con los primeros borradores de Drácula, sino con la obra de Bram Stoker.

Llegamos por fin a la Vampiresa rubia y de ojos azules, presente en las Notas y en Mörkrets makter, donde hace que Harker vacile sobre su fidelidad a Mina. En la novela publicada, la mujer rubia es la líder de las tres vampiresas que viven en el Castillo [suponemos que es ella porque las otras dos tienen el cabello oscuro]. Ella es la primera en «besar» a Harker, momento en el que el Conde irrumpe en la habitación: «¿Cómo se atreven a tocarlo? ¿Cómo se atreven a mirarlo cuando se los había prohibido? ¡Atrás, les digo! ¡Este hombre me pertenece!». Pero la Vampiresa rubia no retrocede, incluso desafía a Drácula diciéndole: «¡Tú mismo nunca amaste!», insinuando que ella sí puede sentir amor [ver: ¡Este hombre me pertenece!]

Ahora bien, en las Notas queda claro que, hasta último momento, Bram Stoker tenía la intención de incluir una sola Vampiresa en el Castillo, no tres. Al final, ella se convirtió en la líder de las «tres hermanas» [weird sisters]. Al parecer, ella es la más vieja, e incluso comparte algunos rasgos faciales con el Conde, lo cual insinúa que pertenece a la misma familia, justificando de este modo el hecho de que haya infringido la orden de «no tocar» a Harker.

Recién en 1914, cuando Florence Stoker, viuda de Bram, publicó El Huésped de Drácula, se echó algo de luz sobre la historia de fondo de la Vampiresa. En el prefacio, Florence afirma que el relato es una pieza inédita de Drácula que fue eliminada para no extender demasiado la primera parte de la novela. La historia tiene lugar en las afueras de Munich, durante la Noche de Walpurgis [30 de abril], mientras que Drácula empieza con la llegada de Jonathan Harker a Bistritz [desde Munich] unos días después, el 3 de mayo. La cronología parece lógica, sin embargo, los acontecimientos de El Huésped de Drácula no tienen nada que ver con la trama de la novela, incluso el estilo es diferente al de otras entradas del diario de Harker. Por otro lado, el final de la historia, con su alusión a Drácula, parece una adición tardía.

El protagonista de El Huésped es Jonathan Harker [aunque no se menciona su nombre], quien visita un pueblo abandonado en las afueras de Munich. Lo sorprende una tormenta de nieve y busca refugio en una cripta. Allí descansa la Condesa Dolingen de Gratz, que se suicidó en 1801. A la luz de los relámpagos Harker ve a una mujer hermosa que parece dormir en un féretro. El siguiente rayo cae en la cripta y la mujer se levanta. Más adelante, unos soldados encuentran a Harker desmayado en las ruinas, cuidado por un gran lobo que le dio calor durante la noche invernal [los soldados lo encuentran lamiéndole el cuello]. La sugerencia aquí es que Drácula, bajo la forma de un lobo, protege a su futuro huésped de la Vampiresa utilizando sus poderes para controlar los elementos.

Hoy sabemos que El Huésped de Drácula no es un capítulo eliminado de la novela, sino el borrador de una versión anterior. Y lo sabemos porque en la década de 1980 se descubrió un texto mecanografiado que perteneció a Thomas Corwin Donaldson, abogado y amigo de Bram Stoker, donde queda claro que los sucesos de El Huésped de Drácula forman parte del desarrollo temprano de la novela. En esta etapa, Harker incluso le menciona al Conde esta extraña experiencia que tuvo en la tumba de la Condesa, y hasta se queja de que todavía le duele el cuello a causa de las «lamidas» del lobo. En las Notas, el epidodio es referido como «aventura, tormenta de nieve y lobo.»

El texto mecanografiado revela algo más: ¡la Condesa de la tumba es la Vampiresa rubia del castillo!

Cuando las tres hermanas se acercan a Harker y la Vampiresa rubia intenta «besarlo», en el texto mecanografiado [no en la versión final] podemos leer lo siguiente:


«Estaba mirando a la mujer rubia y de repente me di cuenta de que ella era la mujer —o su viva imagen— que había visto en la tumba en la Noche de Walpurgis.»


Es cierto, hay aquí un incómodo elemento de ambigüedad: Harker dice que es la misma mujer, pero agrega podría ser alguien con su misma apariencia [«o su viva imagen»], pero realmente no hay razones para suponer eso. Si este fuese un mundo donde los vampiros tienen rasgos similares, entonces sería posible que la Vampiresa del Castillo y la Condesa fuesen dos hematófagas diferentes, pero Bram Stoker establece que las dos vampiresas de cabello oscuro poseen rasgos distintos de los de la rubia, de modo que sí hay particularidades de cada vampiro. Harker está en lo cierto inicialmente: son la misma mujer. Solo se permite una pequeña duda debido a su estado de confusión general.

Bram Stoker juega constantemente con estas ambigüedades. Es un rasgo de su estilo narrativo. Por ejemplo, nunca afirma explícitamente que el cochero que lleva a Harker al Castillo sea el propio Drácula, ni Harker se da cuenta, pero el lector lo da sentado, y con buenas razones.

En Mörkrets makter no se encuentra el episodio de El Huésped de Drácula, pero se nos brinda un trasfondo para la Vampiresa rubia. Resulta ser [también] una Condesa «de principios de siglo» [XIX] que vivió en Austria [al igual que la Condesa Dolingen de Gratz]. En ninguna versión se informa las causas de su muerte, pero la sugerencia es que se quitó la vida; sin embargo, Elizabeth Miller especula que la inscripción en la cripta, con el nombre y título nobiliario de su ocupante, no necesariamente tiene que ver con la Vampiresa que Harker ve en su interior. Según el folclore, los suicidas pueden convertirse en vampiros, y estos se sienten atraídos por los lugares de entierro de personas que se quitaron la vida, como el propio Drácula, que duerme en la tumba del suicida George Canon en el cementerio de Whitby.

El estilo de El Huésped de Drácula difiere significativamente de la prosa sin adornos que usa Harker en Drácula. Esto podría indicar que el texto proviene de los primeros borradores de la novela, alejado cronológicamente de la versión final. Sin embargo, se asemeja mucho al estilo de Mörkrets makter: una prosa minuciosa y espesa que también caracteriza los cuentos de Bram Stoker. Esta particularidad, afortunadamente, se mantuvo bajo control en Drácula.

Las notas y borradores que pudieron haber sido la base de Mörkrets makter forman parte de las primeras instancias del desarrollo de Drácula. Mina Murray, Lucy Westenra, Jonathan Harker, y el propio Drácula ya habían adquirido sus nombres definitivos entre 1890 y 1892, pero en la versión sueca se usan las variantes primarias: Wilma Murray, Lucy Western, Thomas Harker y Conde Draculitz respectivamente. Sin embargo, Bram Stoker incluyó a R. M. Renfield a último momento, y no hay ninguna anotación con este nombre, de modo que, al incluirlo en Mörkrets makter, «A–e» también tenía un ojo puesto sobre la versión publicada [ver: Porque la sangre es la vida: análisis del «Caso Renfield»]

Ahora bien, la trama secundaria de Mörkrets makter sobre la conspiración política [conspiración que, por otro lado, justifica el título: «Poderes de la Oscuridad»], el carácter fascista de Draculitz y sus planes para establecer un orden mundial vampírico, son una adición sueca. Nada de eso aparece en las Notas de Bram Stoker. Evidentemente, «A–e» se dio ciertas libertades, sin embargo, pudo haberse inspirado en los indicios de darwinismo social que ya aparecen en Drácula.

El único aspecto de Mörkrets makter que está por encima del Drácula de Bram Stoker es la forma en la que aborda la estirpe del Conde. Tanto Drácula como Draculitz se enorgullecen de ser descendientes de Atila y los hunos. Cuando ambos se refieren a esta leyenda, omiten la parte que sostiene que los hunos se mezclaron originalmente con una raza subhumana. En su lugar, los Condes transforman a estas criaturas en «demonios», y enfatizan el parentesco de los hunos con los brujas. A pesar de esa omisión, Drácula y Draculitz parecen haberse informado con Jordanes, el historiador romano del siglo VI d.C., quien sostuvo que los hunos eran originalmente «una tribu atrofiada, repugnante y endeble, apenas humana, que no tenía más idioma que un balbuceo parecido ligeramente con el habla humana». Esta lengua sauroniana no parece muy diferente de los balbuceos guturales de los ancestros degenerados de Draculitz que viven en las catacumbas. Jordanes también menciona que los hunos se «humanizaron» al cruzarse con brujas escitas [ver: ¿Quién convirtió a Drácula en vampiro?]. En Mörkrets makter se resume de la siguiente manera:


«Nosotros, los Draculitz, de la tribu de los Székélys, como le dije antes, querido amigo, rastreamos nuestro linaje hasta los antiguos hunos, que una vez se extendieron por Europa como un fuego y consumieron a los pueblos moribundos como la llama consume la hierba seca. Cuenta la leyenda que descendían de hechiceras escitas que fueron expulsadas de su país y luego hicieron el amor con demonios en el desierto. ¿Quién puede afirmar que el diablo o el hechicero haya sido más grande y más poderoso que Atila, cuya sangre fluye por estas venas, y quién puede dudar que nosotros, sus hijos, somos mayores, tanto en odio como en amor, que otros mortales.»


En el Drácula publicado se menciona que «por sus venas [las de los hunos] corría la sangre de aquellas viejas brujas que, expulsadas de Escitia, se habían apareado con los demonios en el desierto». Inmediatamente después, Drácula añade que la sangre de Atila fluye por sus propias venas. Esta herencia solo se menciona una vez más en la novela, pero ocho veces en Mörkrets makter; razón por la cual el tema de la herencia genética es más significativo en la versión sueca. De hecho, el propio Thomas Harker reflexiona agudamente sobre el orgullo racial de Draculitz:


«He observado muchas veces cuán dispuestas están las personas a jactarse de cualidades externas o internas que, en otras circunstancias, serían consideradas defectos (...) Por eso no me sorprende que el Conde se jacte con puro orgullo de su ascendencia, imaginaria o real, de una de las tribus más repulsivas que jamás haya manchado con su presencia la superficie de la Tierra, mezcla de carnalidad bestial y valentía indomable.»


Después de la publicación de Drácula, inmediatamente se establecieron asociaciones entre la estancia del Conde en Londres y los asesinatos cometidos por Jack el Destripador, ocurridos unos años antes. Bram Stoker fue cuidadoso para evitar los paralelismos. Por eso eliminó de cuajo al detective de Scotland Yard. Mörkrets makter continúa esa línea, y afirma que los «asesinatos de Whitechapel» [la versión sueca no se refiere específicamente al Destripador] se cometieron después del paso de Draculitz por Londres, no al revés:


«La serie de tristemente célebres asesinatos de Whitechapel, totalmente inexplicables, todos con signos de tener el mismo origen, que en aquel momento enfurecieron a la opinión pública, ocurrieron algo más tarde [de la estancia de Draculitz en Londres], y probablemente aún no se han olvidado por completo.»


Es importante aclarar que el lore de Jack el Destripador es muy diferente del que era en tiempos de Bram Stoker. Hoy en día se le atribuyen cinco asesinatos «canónicos», pero hubo otros, una verdadera ola de crimenes con otros modus operandi, probablemente cometidos por otros perpetradores, pero no por eso menos grotescos y misteriosos. Cuando Drácula fue publicado, habían pasado ocho años del último asesinato «canónico» de Jack, pero todavía aparecían miembros amputados y cuerpos desmembrados flotando en el Támesis. Mörkrets makter deja en claro que los hechos que narra son posteriores al Destripador, pero de todos modos se sitúan en plena ola de crímenes, de modo que la asociación era inevitable. Bram Stoker, a pesar de sus intentos por evitar cualquier paralelo, también admitió que los asesinatos del Destripador son la razón por la cual el Conde resuelve instalarse en Londres. Es una decisión estratégica atinada. El propio Draculitz lo explica:


«—Sí, estos crímenes, estos asesinatos espantosos, estas mujeres masacradas encontradas en sacos en el Támesis, esta sangre que fluye y fluye, gotea y gotea en habitaciones selladas, donde ojos muertos buscan en vano al asesino…

No quiero ser injusto con el anciano [dice Thomas Harker], pero me pareció como si se lamiera la boca mientras enumeraba estas atrocidades.

—¡Incluso sobre esto he leído! ¡Es triste, muy triste! Y nunca son resueltos... nunca. ¡También leo tus periódicos, querido amigo, y veo que apenas entre el tres y el cuatro por ciento de todos los crímenes cometidos son descubiertos y castigados! Sí, Londres es una ciudad maravillosa.»


En otras palabras, los Condes siguen las noticias sobre los crímenes en los periódicos, y por eso eligen instalarse en Londres, donde sus propias atrocidades pasarían desapercibidas. De hecho, el anterior comentario de Draculitz deja en claro que, en aquellos años, no se hacía distinción entre los asesinatos de Jack el Destripador y los del Asesino de los Torsos del Támesis [The Thames Torso Murder]. Las mujeres «encontradas en sacos en el Támesis» refiere al Asesino de los Torsos; mientras que la sangre que «gotea en habitaciones selladas» refiere a los crímenes de Jack. La frase: «donde ojos muertos buscan en vano al asesino» prueba que Draculitz realmente ha estado devorando los periódicos londinenses. Se está refiriendo a Mary Kelly, la última víctima del Destripador, encontrada en una habitación cerrada, sin rostro, pero con los ojos ilesos.

Finalmente llegamos al «Contacto Lovecraft». El Flaco de Providence es una fuente inesperada, y no resuelve el misterio, pero aporta algunas preguntas interesantes.

En una carta a Frank Belknap Long, fechada el 7 de octubre de 1923, Lovecraft escribe:


«Hace treinta años, la señora Miniter leyó Drácula en un manuscrito. Era un texto increíblemente descuidado. Consideró hacer el trabajo de revisión, pero su precio era demasiado alto para Stoker.»


La señora Miniter es la periodista y escritora Edith Dowe Miniter (1867-1934), quien entabló amistad con Lovecraft debido a sus intereses compartidos por la historia de Nueva Inglaterra y algunas participaciones en el periodismo aficionado. Estuvieron en contacto desde 1920 hasta la muerte de Edith en 1934. En otra carta, dirigida a Donald Wandrei, fechada el 29 de enero de 1927, Lovecraft repite la misma información sobre el borrador de Stoker:


«Es curioso observar que una persona de nuestro círculo de periodistas aficionados, una anciana llamada señora Miniter, tuvo la oportunidad de revisar el manuscrito de Drácula (¡que era un diabólico desastre!) antes de su publicación, pero lo rechazó porque Stoker se negó a pagar el precio que la dificultad del trabajo le imponía establecer.»


En una carta a R. H. Barlow [10 de diciembre de 1932], Lovecraft añade:


«Conozco a una anciana que estuvo a punto de hacer el trabajo de revision de Drácula a principios de 1890; vio el manuscrito original y dice que era un desastre espantoso. Finalmente, alguien más (Stoker pensó que el precio era demasiado alto) le dio la forma que tiene ahora.»


En otra carta a Barlow [septiembre de 1933], Lovecraft agrega que la señora Miniter no se reunió ni tuvo contacto personal con Bram Stoker: «Ella nunca estuvo en contacto directo con Stoker, ya que un representante suyo le alcanzó el manuscrito. y luego se lo llevó cuando no pudieron llegar a un acuerdo». Cuatro años después del fallecimiento de la señora Miniter, el Flaco de Providence proporcionó información adicional en un breve homenaje publicado en la prensa aficionada:


«A pesar de sus conocimientos sobre la tradición espectral, a la señora Miniter no le interesaban las historias de carácter macabro o sobrenatural; las consideraba irremediablemente extravagantes y no representativas de la vida. Quizás esa sea una de las razones por las que, en sus primeros años en Boston, rechazó la oportunidad de revisar un manuscrito de Drácula, cuyo autor estaba entonces de gira por América.»


Si la información de Lovecraft es correcta, un representante de Bram Stoker se puso en contacto con Edith Miniter para encomendarle el trabajo de revisión de la novela. El dato de que Bram Stoker estaba en los Estados Unidos entre 1893 y 1894 es correcto [estaba en una gira teatral como agente de Sir Henry Irving]; de hecho, la gira llegó a Boston en enero de enero de 1894, y Edith trabajaba para el Boston Home Journal, una revista de literatura y arte. Curiosamente, la producción teatral de Irving fue masacrada por la crítica de Edith, y Bram Stoker, siendo el agente de prensa de la compañía, seguramente estaba al tanto. ¿Fue la mordacidad de Edith la que convenció a Stoker de proponerle, a través de un agente, que revise su novela?

En conclusión: si Edith Miniter tuvo en sus manos la versión de Drácula de 1893-94, y concluyó que era «un diabólico desastre», es lícito deducir que lo leyó y examinó con cierta produndidad. Y, si lo leyó, estuvo al tanto de gran parte de los elementos que luego serían eliminados de la versión publicada, pero presentes en versión sueca. Esto nos lleva a la última conexión, la más absurda, pero no por ello menos atractiva.

Consideremos lo siguiente: en Mörkrets Makter [que incluye episodios de Edith leyó pero que no aparecieron en la novela publicada], Draculitz y Thomas Harker deambulan por la galería de arte del castillo, a la luz de las velas, donde observan y comentan retratos centenarios cubiertos de telarañas. A medida que contemplan los retratos más antiguos, los rostros de los antepasados de Draculitz empiezan a evidenciar rasgos más bestiales y primitivos. Más adelante nos enteramos que estos sujetos no han muerto, sino que han degenerado hasta convertirse en criaturas semihumanas, parecidas a simios, que merodean por las catacumbas del castillo. En este punto, Thomas Harker descubre un templo pagano en ruinas que tiene un acceso a las cactumbas. Desciende y es testigo de cómo estas criaturas, que son los ancestros del Conde, practican ritos blasfemos que incluyen el sacrificio humano y el consumo de sangre, con Draculitz como sumo sacerdote [ver: Una exploración literaria por el Castillo de Drácula]

La sugerencia aquí es que la línea de sangre familiar se ha ido destilando y refinando en el curso de los siglos. Draculitz probablemente es el primero de esta estirpe en poder pasar como un ser humano, pero los individuos con rasgos prehumanos han sido relegados [voluntariamente o por la fuerza] a las catacumbas y túneles. Si el lector de El Espejo Gótico está pensando que todo esto se parece al argumento de Las Ratas en las Paredes (The Rats in the Walls), no es el único.

Las Ratas en las Paredes se escribió entre agosto y septiembre de 1923. Un mes después, Lovecraft le escribiría aquella primera carta a Frank Belknap Long donde menciona la anécdota de la señora Miniter [el encuentro entre Edith y HPL se produjo a principios de ese año] y el borrador de Drácula. Tal vez la composición del cuento le recordó a Lovecraft aquella historia y se la comentó a Long, o tal vez fue al revés: la señora Miniter le comentó a Lovecraft algunos puntos del manuscrito de Drácula y el Flaco de Providence los utilizó en Las Ratas en las Paredes [ver: El nido de Nyarlathotep: análisis de «Las ratas en las paredes»]

Es una posibilidad aventurera, pero tiene su lógica. No imagino a Lovecraft recibiendo el comentario de que una conocida suya tuvo en sus manos una versión cruda de Drácula sin haber escarbado en el asunto. Quiero decir, si alguien te comenta que tuvo en sus manos una versión preliminar de Drácula, es razonable suponer que le preguntarías de qué trataba, o al menos a qué se refiere si asegura que era «un diabólico desastre». Además, el encuentro con Edith no fue breve. Ella llevó a Lovecraft [y a Edward H. Cole] a hacer un recorrido por Boston y Marblehead, de modo que HPL tuvo tiempo de sobra para interrogar a Edith, quizás preguntarle si recordaba alguna diferencia entre el borrador y la novela terminada. En este sentido, la escena de los ancestros degenerados del Conde y los rituales obscenos en las catacumbas son tan originales e impactantes que, si Edith acaso recordaba algo del borrador, seguramente fue esto.

Ahora bien, si Edith Miniter no exageró los hechos, y realmente examinó a fondo la versión preliminar de Drácula [tuvo que hacerlo para establecer sus honorarios], y treinta años después se lo comentó a Lovecraft, es probable que el Flaco de Providence haya obtenido mucha más información de la que estaba dispuesto a compartir con Frank Belknap Long y sus otros corresponsales.

En cualquier caso, el episodio de las catacumbas es prácticamente idéntico al argumento de Las Ratas en las Paredes, con la única diferencia significativa de que en el cuento de Lovecraft las criaturas no están vivas [o no-muertas]; solo son esqueletos debajo de un castillo familiar, pero sus restros revelan que también han estado involucrados en ritos caníbales. Más aún, Thomas Harker comenta que algunos de estos seres se parecen a cerdos, comparación que también se encuentra en Las Ratas en las Paredes.

Podríamos seguir acumulando evidencia circunstancial: Las Ratas en las Paredes no solo es el único relato de Lovecraft que muestra signos de la influencia de Bram Stoker, sino que incluso hay una alusión directa a Drácula: los antepasados del Narrador fueron dueños de una finca llamada «Carfax», el mismo nombre de la abadía que adquiere el Conde en Londres. Además, las Ratas en sí mismas parecen inspiradas en los roedores sobrenaturales del cuento de Stoker: La Casa del Juez (The Judge's House) [ver: El Gran Rey Rata: análisis de «La Casa del Juez»]

Al final de este recorrido no hemos dado ninguna respuesta concluyente, solo algunas preguntas interesantes y una madeja de datos aislados que no podemos desenredar: No sabemos si el autor de Mörkrets makter hojeó los borradores de Drácula, pero sí que incluyó muchísimos elementos e ideas que forman parte de las versiones preliminares de la novela. No sabemos si Edith Miniter leyó el borrador, pero sí que las fechas y los lugares coinciden: Stoker y ella estaban en el mismo lugar y participaban del mismo círculo. No sabemos si Lovecraft escribió Las Ratas en las Paredes teniendo en mente la información que le proporcionó Edith, ni siquiera si Edith le proporcionó alguna, pero sí que el argumento del relato reproduce un episodio del diario de Thomas Harker.

En definitiva, no sabemos nada con absoluta certeza. No podemos disipar ningún interrogante. Pero, al menos para mí, este juego de asociaciones, coincidencias, aleatoriedad y, quizás, sobreinterpretación, se parece un poco a los merodeos de Harker por las tinieblas del castillo del Conde, a la luz tenue de las velas, observando detalles aquí y allí, pero sin poder afirmar con rigor cuántos metros cuadrados tienen las catacumbas, cuál es la edad de los ancestros centenarios del Conde, pero capaz de elaborar una hipótesis de trabajo, o de supervivencia: ¡los vampiros existen!




Taller gótico. I Vampiros.


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El artículo: «Mörkrets Makter»: la versión preliminar de «Drácula» fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



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