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Breve historia del Dragón medieval.


Breve historia del Dragón medieval.




No existe tal cosa como «el Dragón»; de hecho, es imposible aproximarse a una definición más o menos precisa de esta criatura. Sin embargo, «el Dragón» ocupa un lugar privilegiado en la jerarquía de los Monstruos [ver: Monstruología: cuatro categorías para lo monstruoso]

La mayoría de las historias medievales que incluyen dragones omiten aquellos elementos que podrían ayudarnos porque eran bien conocidos por la audiencia. Para que un Dragón, o por tal caso cualquier otra criatura sobrenatural, sea eficaz, debe ser parte de una tradición con la que el público está familiarizado. La audiencia medieval, sobre todo anglo y germanoparlante, no necesitaba demasiados detalles para entender al Dragón, de modo que estas historias dan muchas cosas por sentadas.

No sabemos exactamente qué es un Dragón, pero incluso para nosotros, en la actualidad, la palabra viene con una carga de significado y asociaciones que nos hacen pensar más o menos en lo mismo. Cuando alguien dice dragón, no es una palabra semánticamente vacía. Por eso es peligroso examinar cualquier palabra, incluso una que tiene un referente físico y objetivo, como si fuera un medio transparente para la comunicación de un significado único.

La mayoría de los estudios sobre dragones tienden a centrarse en un dragón en particular, como Fáfnir o el dragón de Beowulf, dejando de lado los orígenes en común del mito. A esto hay que añadirle nuestra familiaridad con los dragones, lo cual puede llevarnos a malinterpretar la percepción de estas criaturas en un contexto más antiguo. En este sentido, es menos importante enfocarse en qué es un dragón de manera aislada que en descubrir los conceptos con los cuales dialoga esa palabra.

El mayor peligro al que nos enfrentamos si deseamos reconstruir el horizonte de expectativas medievales en torno a los dragones no es hallar demasiados significados, sino limitar arbitrariamente al dragón a uno solo. Dicho esto, continuemos.

Uno de los primeros eruditos en interesarse en los dragones fue Jacobo Grimm. En Mitología alemana (Deutsche Mythologie) intenta establecer un modelo de dragones dentro del marco medieval germánico. Grimm escribe:


«... los dragones respiran fuego; llevan coronas de oro (...) hay propiedades especiales en el corazón y la sangre del dragón (...) los dragones son viejos (...) el tesoro del dragón se origina en los enanos; ellos guardan tesoros.»


Algunas características que menciona Jacobo Grimm nos resultan familiares. De hecho, el aliento de fuego y la obsesión por los tesoros [de los Enanos] resuena poderosamente en el Smaug de J.R.R. Tolkien, quien se instala en la Montaña Solitaria y reclama para sí todas las riquezas de los herederos de Dúrin [ver: Khuzdul: la lengua secreta de los Enanos]. Grimm enfatiza la importancia del oro:


«Ninguna bestia tiene más que ver con el oro y los tesoros que la serpiente... nuestra más remota antigüedad tiene famosas leyendas de serpientes y dragones sobre el oro.»


En el modelo propuesto por Jacobo Grimm, la riqueza y la codicia son aspectos centrales del Dragón, pero esta interpretación no sirve de nada cuando hablamos de dragones escandinavos, donde los tesoros rara vez tienen alguna relevancia y de ningún modo pueden ser vistos como un rasgo esencial.

En Los monstruos y los críticos (The Monsters and the Critics), J.R.R. Tolkien se centra en sus afinidades, por lo tanto, limita lo que él acepta como un dragón, tal es así que solo admite dos dragones significativos: Fáfnir y «la perdición de Beowulf». El enfoque de Tolkien es muy interesante, y es una verdadera lástima que haya descartado tantos dragones tangenciales que se habrían beneficiado de su erudición. En cualquier caso, Tolkien estaba interesado en analizar cómo y cuándo los dragones se utilizaron con éxito y no en las características de la criatura.

Pero, ¿acaso podríamos responder con algún grado de verosimilitud qué sentían, pensaban e imaginaban las personas en la Edad Media ante la palabra «dragón»? En los romances y sagas posteriores, no solo el Dragón, sino toda una corte de criaturas sobrenaturales, funcionan como contrastes para el héroe, pero estos ejemplos son fáciles de descartar ya que siguen un patrón en común:

a- El Monstruo existe para probar y afirmar la condición del Héroe.

b- El Monstruo se aprovecha de la sociedad, permitiendo que el Héroe ponga su fuerza al servicio de los demás.

Sin embargo, el dragón medieval no siempre se involucra en aspectos sociales, como en el caso de Beowulf. Tampoco son meros accesorios para ser asesinados por el Héroe. En las historias trilladas [y estas abundan en la Edad Media] la lucha entre el Héroe y el Dragón no tiene demasiadas instancias: el dragón tiene un punto vulnerable, generalmente el vientre, y el Héroe lo aprovecha sin piedad. Jacobo Grimm menciona que «los dragones son viejos», pero esto solo es así cuando el Dragón habla; por lo general, los dragones no tienen voz [o voluntad de hablar], y el Héroe no siempre está individualizado.

Para fines de la Edad Media los dragones existían únicamente para ser asesinados por el Héroe, pero eso no significa que siempre hayan sido los malos de la película. De hecho, la idea de que el Héroe es bueno y el Dragón [o cualquier otro Monstruo] es el malo, es una categorización impuesta por una lectura moderna, es decir, por los principios actuales sobre los que se basa nuestro juicio. Que un dragón desaloje a un grupo de Enanos de una montaña y se instale cómodamente sobre sus tesoros no lo hubiese hecho necesariamente «malo» a los ojos de los vikingos. Debemos tener cuidado de juzgar a los dragones en función de la mentalidad moderna.

Si la codicia es la fuerza dominante en el Dragón, con su obsesión por el oro y las riquezas, el Héroe también ambiciona las posesiones de la criatura. La Saga Völsunga, que es una de las historias más famosas que involucra a un dragón, no es el único modelo, ni siquiera el modelo dominante. Muchos de los primeras matanzas de dragones no involucran posesiones en absoluto, en consecuencia, el «vientre blando» del dragón, su punto débil, también está ausente [excepto en Fáfnismál].

Jacobo Grimm, en cambio, afirma que la codicia es uno de los elementos centrales del Dragón germano, pero no necesariamente de su antecesor, el Dragón indoeuropeo, que no está relacionado con la codicia, el oro o los tesoros. Por alguna razón, quizás sostenida por las afinidades del público, el motivo del oro, la codicia y el atesoramiento se volvieron muy populares, oscureciendo un poco a los dragones que no parecen tener intereses económicos o de propiedad. Por lo tanto, esta no puede ser la función central de los dragones.

En las historias medievales, un Héroe estandar podía encargarse de un Dragón. Para los nórdicos, sin embargo, los cazadores de dragones parecen haber pertenecido a una clase propia, exclusiva, con solo dos miembros [o tres, si contamos a Beowulf]: Sigurðr y Ragnar Loðbrók [ver: El epicedio de Ragnar Lodbrok]. Tolkien, creo, es demasiado duro al asumir que solo los dragones relevantes son representativos, llegando incluso a decir que la palabra dreki [dragón] «puede no ser la mejor guía para los antagonistas de Sigurðr y Ragnar». Desde luego, las historias de Sigurðr y Ragnar fueron muy populares, pero esta no es razón para descartar al resto.

A partir del siglo XIII, los dragones empezaron a perder sus rasgos tradicionales y a absorber otros importados. Snorri [¡gracias a Havi!] se esforzó por preservar el material mítico más antiguo, pero el aumento de la alfabetización y la importación de material religioso fue deteriorando a los dragones. En general, los nórdicos percibían al Dragón como un reptil que posee algunos rasgos sobrenaturales o fantásticos; y es importante señalar que estas criaturas, a las que originalmente se hacía referencia en Nórdico Antiguo como ormr [serpiente], comenzaron a a denominarse con el término dreki, que no es una palabra norsa sino un préstamo del término latino draco, que a su vez es una palabra prestada del griego δράκων [drákon].

El ormr nórdico era esencialmente una serpiente de grandes dimensiones. En Inglés Antiguo, ormr se convertiría en wyrm [«serpiente»], que menudo era utilizado como sinónimo de «dragón» en la literatura anglosajona. Ambos términos derivan del indoeuropeo wurmiz.

Ahora bien, la palabra griega drakón [δράκων], que eventualmente desplazaría a ormr entre los anglo y germanoparlantes, significa «vista aguda», en otras palabras, «observador», y está relacionada con el verbo dérkomai, «ver». La palabra está registrada entre los griegos desde la Ilíada de Homero, y si bien no está claro cómo y porqué terminó siendo el nombre de los dragones, algunos asumen que este cambio se produjo cuando estas criaturas comenzaron a aparecer como celosos y vigilantes guardianes del tesoro.

Esto cambió a los ormrs serpenteantes, es decir, a los dragones como enormes serpientes, en dreki, mucho más parecidos a los dragones que escupen fuego [que podría estar relacionado con el veneno de la serpiente y la sensación de ardor que provoca su mordedura.]. El cambio no fue abrupto. Hubo un período de transición donde dreki y ormr se usaron simultáneamente, como en la saga Völsunga, donde Sigurðr se refiere a Fáfnir como dreki y Regin responde usando ormr.

La innovación griega [drakón], que pasó al latín y de allí al mundo germánico a principios de la Edad Media, hizo que la serpiente, ormr, dejara un poco de lado sus atributos reptantes y se centrara más en la mirada. Esto, combinado con la relación ctónica de la serpiente con los minerales y las joyas, probablemente derivó en la construcción del Dragón como guardián del tesoro. En este sentido, el Dragón no roba el oro de los Enanos: el oro es suyo, originalmente, y luego fue transformado en joyas por los Enanos.

Al igual que las serpientes que surgían debajo de las rocas, los dragones eran vistos como parte de un mundo subterráneo, que reforzaba su vínculo con el tesoro arquetípico pero también con el reino de los muertos. La asociación de los dragones con el oro surge en varias tradiciones, incluida la griega, en la que el dragón Ladón protege las manzanas de oro en el Jardín de las Hespérides, y el dragón de Cólquida, siempre despierto [y por lo tanto observante], guarda el vellocino de oro. Si bien la vigilia de los dragones no es universal en las leyendas de estas criaturas, su presencia en la narración siempre es significativa.

A diferencia del dragón griego, la tradición germánica creó una variante que no era tanto una fuerza cósmica, primordial, sino más bien el síntoma de un mal social. En otras palabras, el Dragón anglo y germanoparlante se ocupa más de las comunidades que del cosmos; por eso se utilizaba la palabra ormr [y wrym en Inglés Antiguo], que deriva del indoeuropeo wurmiz y, luego, del latín vermis, que significan simplemente «gusano» [ver: De Vermis Mysteriis]. Por lo tanto, este tipo de dragón local, presente en las sagas y en Beowulf, no tiene más connotaciones que las de una criatura serpentina sin relación con el atributo de «ver», como en el griego drakón, que derivaría en un tipo de dragón más sofisticado.

En los mitos griegos, el dragón que custodia el oro no posee el estilo ritualista e iniciático de los mitos nórdicos. Más bien es como un perro guardián establecido por otra persona para vigilar sus pertenencias, como cuando Hera coloca a Ladón en el Jardín de las Hespérides para proteger sus manzanas doradas. Estos dragones, a diferencia de los que podemos encontrar en las obras germánicas, no pretenden reclamar los tesoros para sí; por lo tanto, no están explícitamente relacionados con la codicia y la avaricia.

El dragón griego, entonces, no desea los tesoros para sí, pero cumple su trabajo con gran observacia, de hecho, a menudo es un guardián insomne, como en la historia de Jasón y el vellocino de oro, que no se encuentra en la tradición germánica autóctona, donde el ormr sí reclamaba el oro para sí, pero no siempre está alerta. Es decir que el dragón germánico original se ajusta a las preocupaciones de las comunidades de donde procede, y solo con la importación del término drakón empezó a mostrar otros intereses y atributos.

En las sociedades que aspiran a la riqueza, el dragón es una fuerza destructiva que acapara aquello que debe circular. Para los pueblos germánicos, la función del Dragón es proteger el tesoro, es decir, impedir que la riqueza circule, algo capaz de desestabilizar a una sociedad basada en el intercambio de regalos y, en algunos casos, en la generosa distribución de riquezas. En este sentido, el Dragón ataca directamente el núcleo de la sociedad indoeuropea.

Naturalmente, para matar a un Dragón se necesita un Héroe, y solo puede ser Héroe aquel que sigue un patrón de hazañas o ritual de iniciación.

El encuentro del Héroe con el Dragón, o con cualquier otra criatura sobrenatural que amenaza a la sociedad, se produce en un espacio liminal, intermedio, en el que los seres humanos y lo sobrenatural pueden encontrarse. La condición de este espacio es la de no ser de este mundo, ni del más allá. Este es el lugar donde apuntan todos los ritos de iniciación, calendáricos y de crisis. Beowulf, por ejemplo, se enfrenta a Grendel en lo que puede verse como un rito de iniciación, mientras que su posterior lucha con el dragón, ya en el ocaso de su vida, constituye un ritual de crisis [ver: Grendel y la misteriosa raza de los «Eotens»]. Además, el Héroe no solo se embarca en la aventura de matar al dragón [o al monstruo en general], sino que su viaje lo abre a nuevos valores espirituales. De este modo, el Héroe recibe respuestas a las grandes preguntas de la vida, regresando a la sociedad como un ser elevado.

La iniciación, entonces, consiste en llegar a este espacio liminal, una transición entre el mundo material y el Otro Mundo, donde habita el Dragón, luchar con él, derrotarlo, y regresar al plano material con la aquicisión de nuevos conocimientos y, por lo tanto, nuevos derechos que le garantizan al Héroe su estatus. En este sentido, el Dragón es casi inevitable en este espacio liminal. Si pensamos en un espacio intermedio, un umbral entre este y el otro mundo, la cueva parece el más apropiado. ¿Qué otra criatura mitológica podría vivir en esta cueva arquetípica si no el Dragón?

Después de todo, el Dragón es una serpiente y está relacionado con lo subterráneo. De hecho, la serpiente misma parece vivir en un estado liminal: puede trepar a los árboles, nadar, habitar en cuevas o debajo de las piedras. Además, muda su piel, hiberna y varía en cuanto a ser vivíparas u ovíparas. Sigmund Freud seguramente no hubiese pasado por alto la forma fálica de la serpiente. Si bien su conexión con la cópula está presente en muchos mitos indoeuropeos, su forma fálica es casi inevitable cuando se debe idear un monstruo que habite en el interior de una cueva [ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción]

Otro atributo importante del dragón-serpiente es su lengua, un símbolo de sabiduría y conocimiento que a menudo abarca lo prohibido. En las historias escandinavas, cuando encontramos a un personaje con un nombre que alude a atributos serpentinos, podemos estar seguros de que se trata de un skald o un orador persuasivo. J.R.R. Tolkien [que estaba en TODOS los detalles], introduce a Gríma Wormtongue [«lengua de serpiente»], el odioso consejero del rey Théoden que, en realidad, es un infiltrado de Saruman. Cuando Gandalf confronta a Gríma, dice:


«Los sabios hablan sólo de lo que saben, Gríma hijo de Gálmód. En un gusano tonto te has convertido. Por tanto, guarda silencio y mantén tu lengua bífida detrás de tus dientes. No he pasado por el fuego y la muerte para intercambiar palabras torcidas con un sirviente.»


Es casi como si Gandalf dijera: «no he pasado por el fuego y la muerte» [su rito de iniciación] para «intercambiar palabras» con un «gusano tontro», mi misión es enfrentarme al verdadero Dragón. En este caso, el Dragón, en términos de desafío del Héroe, es Sauron, quien casualmente está desesperando buscando un anillo de oro que le ha sido robado [ver: ¿Qué significa realmente la inscripción en el Anillo Único?]. En este punto, Gandalf ya es un Héroe porque ha vuelto de la muerte, y no tiene paciencia para lidiar con imbéciles [ver: Gandalf, como Señor del Anillo, sería peor que Sauron]

La interacción de Gríma Lengua de Serpiente con Gandalf es muy similar a la de Beowulf con Unfert, el consejero [también mentiroso y manipulador] del rey Hrothgar. Unferth es desacreditado por Beowulf del mismo modo que Gríma por Gandalf. Las dos escenas, además, ocurren en los respectivos salones reales: Meduseld y Heorot. Por otro lado, Gríma es un agente de Saruman, que «envenena» la mente de Théoden, nublando su buen juicio. En este sentido, Théoden está siendo presa del aliento del dragón a través de las palabras «torcidas» de Gríma.

Volviendo a los Héroes, el patrón heroico también se aplica a los dioses, y la matanza de dragones es uno de los más frecuentes entre los dioses indoeuropeos: Marduk mata a Tiamat, así como Ra y Apolo matan a Apep y Pitón respectivamente, que a su vez tienen semejanzas con miðgarsormr. En estos casos, los dragones-serpiente no son amenazas locales, como los ormr germánicos, sino un peligro para el orden cósmico. En cierto modo, son agentes del caos, de la disolución del orden que los dioses tratan de establecer. De hecho, los semidioses griegos basan buena parte de sus hazañas matando dragones-serpiente: Perseo, Cadmo, Belerofonte, Jason, Heracles [de los 12 trabajos, 2 contienen serpientes].

Cuando pensamos en dragones nos viene a la mente la imagen de enormes reptiles con extremidades, alas, que escupen fuego, incluso cuando esos elementos no se mencionan específicamente, como en el caso de Beowulf. Este dragón en particular, que ha servido de modelo para muchos que vinieron después, es más bien una gran serpiente que vuela [aunque no se menciona que tenga alas], similar al dragón oriental. El dragón de Beowulf escupe fuego y, por supuesto, guarda un tesoro. En parte, su aspecto lo relaciona con el dragón griego: serpiente gigante, sin extremidades, sin alas, aunque con afinidad con el fuego y el veneno, algo que no ocurre con los dragones helénicos. Esta combinación de rasgos no es extraña en un poema épico que incluye tanto elementos cristianos como paganos.

Ya hemos visto que, en la cultura germánica, los dragones son guardianes de tesoros. En Beowulf encontramos que este dragón es el guardián de un tesoro que además está maldito. Evidentemente es el Villano que se enfrenta al Héroe, pero realmente no hay ninguna maldad que pueda atribuírsele: el dragón reacciona agresivamente pero solo en un papel defensivo. Fuera de eso, parece casi benévolo, custodiando celosamente el tesoro que el último superviviente de una tribu depositó en la cueva. Al devolver el tesoro [hecho de minerales] a la tierra, el guerrero pretendía que todo el conocimiento de su tribu moribunda sea protegido para siempre por esta criatura. Por lo tanto, el papel del dragón de Beowulf, y acaso el de otros guardianes de tesoros, es el de un legítimo protector. Después de todo, el dragón no solo está protegiendo un tesoro material, sino el legado de los muertos. En cierta forma, el dragón como guardián de tumbas está relacionado con la creencia vikinga en los draugar, cadáveres que volvían a la vida para custodiar los tesoros que estaban enterrados con ellos [ver: Draugr y el concepto de no-muerte entre los nórdicos]

Al parecer, nadie se había atrevido a desafiar este último deseo de la tribu extinguida y perturbar la seguridad de la cueva, y cuando alguien lo hace, es accidentalmente. El dragón descansaba en la tranquilidad de su cueva hasta que un esclavo encontró el tesoro de la criatura y decidió tomar una de las piezas, una copa, sin saber su origen. Cuando el dragón se da cuenta de que su tesoro ha sido profanado, se enfurece, sale de la cueva y destruye todo lo que encuentra. Cualquier similitud con el Smaug de Tolkien es intencional.

Al igual que Grendel antes, el dragón está motivado por sentimientos humanos. El autor de Beowulf intenta establecer que lo que motiva a la criatura a atacar a las comunidades es la codicia, pero sus incursiones se desatan después de la profanación; es decir, deben tomarse como defensivas ya que solo está reaccionando para defender su tesoro [Gollum lo habría entendido perfectamente].

Otro detalle interesante en relación a los tres monstruos presentes en el poema [Grendel, la madre de Grendel y el dragón], además de los sentimientos humanos que expresan, es el hecho de que solo atacan de noche, algo que se puede relacionar con su marginalidad en el mundo de los humamos.

En resumen: el dragón de Beowulf cumple su promesa al proteger el tesoro, reacciona violentamente cuando este es profanado y, sin embargo, es el malo de la historia. En realidad, Grendel es el villano, el dragón solo es un vehículo utilizado por el poeta para tratar de decir que el tesoro no trajo ningún bien, ni al dragón ni a Beowulf.

Para finalizar nos quedamos con una frase de G.K. Chesterton que resume de manera brillante un concepto muy profundo, no solo en relación a los dragones, sino a la importancia de la fantasía en general.


«Los cuentos de hadas no les enseñan a los niños que los dragones existen. Los niños ya saben que los dragones existen. Los cuentos de hadas les enseñan a los niños que a los dragones se los puede matar.»




Mitología. I Mitos nórdicos.


Más literatura gótica:
El artículo: Breve historia del Dragón medieval fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El dragón»: Ray Bradbury; relato y análisis


«El dragón»: Ray Bradbury; relato y análisis.




El dragón (The Dragon) es un relato de dragones del escritor norteamericano Ray Bradbury (1920-2012), publicado en la ediciónd e agosto de 1955 de la revista Esquire, y luego reeditado en la antología de 1959: Medicina para la melancolía (A Medicine for Melancholy).

El dragón, uno de los mejores cuentos de Ray Bradbury, narra la historia de dos caballeros cuya misión es encontrar y matar a un dragón, al cual describen como una criatura enorme, espantosa, con un solo ojo y capaz de escupir fuego y humo; básicamente el clásico dragón medieval, es decir, una criatura sin alas, similar a una serpiente descomunal..

Los caballeros por fin encuentran al dragón, y lo embisten en un intento desesperado por derribarlo. En este punto, Ray Bradbury realiza una de sus magníficas vueltas de tuerca. Para no arruinar el final, digamos que el dragón no es exactamente lo que los caballeros esperan.



El dragón.
The Dragon, Ray Bradbury (1920-2012)

La oscuridad soplaba en el pasto chato del páramo. Nada se movía. Desde hacía años, en el cielo inmenso y tenebroso, no volaba ningún pájaro.

Hace un tiempo atrás se habían desmoronado algunos pedruscos, ya convertidos en polvo. Ahora, únicamente la noche temblaba en el alma de los dos hombres, encorvados en el desierto, junto a la hoguera solitaria; la oscuridad les latía en las venas, les golpeaba en las muñecas y en las sienes.

Las llamas subían y bajaban por los rostros despavoridos, en los ojos como jirones anaranjados. Cada uno de los hombres espiaba la respiración débil y fría y los parpadeos de lagarto del otro. Por fin, uno de ellos atizó el fuego con la espada.

—¡No, idiota, eso nos delatará!

—¡Qué importa! —dijo el otro—. El dragón puede olernos a kilómetros. Dios, hace frío. Quisiera estar en el castillo.

—Es la muerte, no el sueño, lo que buscamos.

—¿Por qué? ¡El dragón nunca entra en el pueblo!

—¡Silencio, tonto! El dragón devora a los hombres que viajan solos desde nuestro pueblo al pueblo vecino.

—¡Que se los coma y que nos deje llegar a casa!

—¡Espera! Escucha...

Ambos se quedaron quietos.

Esperaron durante un largo rato, pero apenas sintieron el temblor nervioso de los caballos, como tambores de terciopelo negro que repicaban en los aros de los estribos, suavemente, muy suavemente.

El segundo hombre suspiró:

—Qué tierra de pesadillas —dijo—. Todo sucede aquí. Alguien apaga el sol; es de noche. Y entonces, ¡oh, Dios! Dicen que este dragón tiene ojos de fuego y un aliento de humo blancuzco; se le ve arder a través de los páramos oscuros. Corre echando rayos y azufre, quemando el pasto. Las ovejas enloquecen y mueren. Las mujeres dan a luz criaturas monstruosas. La ira del dragón es tan inmensa que los muros de las torres se conmueven y vuelven al polvo. Las víctimas, al amanecer, aparecen dispersas aquí y allá, sobre los montes. ¿Cuántos caballeros, me pregunto, habrán perseguido a este monstruo y habrán fracasado, como fracasaremos también nosotros?

—Ya es suficiente.

—¡Más que suficiente! Aquí, en esta desolación, ni siquiera sé en qué año estamos.

—Novecientos años después de Navidad.

—No —murmuró el segundo hombre—. En este páramo no hay tiempo, solo eternidad. A veces creo que si volviéramos atrás, el pueblo habría desaparecido, la gente no habría nacido aún, los castillos no habrían sido tallados en las rocas. No preguntes cómo lo sé; el páramo lo sabe y me lo dice. Y aquí estamos, solos, en la comarca del dragón de fuego. ¡Que Dios nos ayude!

—Ponte tu armadura si tienes miedo.

—¿Armadura? ¿Para qué? El dragón sale de la nada; no sabemos dónde vive. Se desvanece en la niebla; quién sabe a dónde. Pero, ay, a calzarse los pertrechos. Moriremos con la armadura puesta.

Con el corselete de plata a medias enfundado, el segundo hombre se detuvo y giró la cabeza.

En el extremo más oscuro del campo, henchido de noche y de nada, en el corazón mismo del páramo, sopló una ráfaga arrastrando el polvo. En el corazón del viento nuevo había soles negros y un millón de hojas carbonizadas, caídas de un árbol otoñal, más allá del horizonte.

Era un viento que fundía paisajes, modelaba los huesos como cera blanda, enturbiaba y espesaba la sangre, depositándola como barro en el cerebro. El viento era mil almas moribundas, siempre confusas y en tránsito, una bruma en una niebla de la oscuridad; y el sitio no era sitio para el hombre y no había año ni hora, sino apenas dos hombres en un vacío sin rostro de heladas súbitas, tempestades y truenos blancos que se movían por detrás de un cristal verde; el inmenso ventanal descendente, el relámpago.

Una ráfaga de lluvia anegó la hierba; todo se desvaneció y no hubo más que un susurro sin aliento y los dos hombres que aguardaban a solas con su propio ardor, en un tiempo frío.

—Mira —murmuró el primer hombre—. ¡Allá!

A kilómetros de distancia, precipitándose, un cántico y un rugido: el dragón.

Los hombres vistieron las armaduras y montaron los caballos. Un monstruoso ronquido quebró la medianoche desnuda y el dragón, rugiendo, se acercó más y más. El deslumbrante haz amarillo apareció de pronto en lo alto de un monte y, en seguida, desplegando un cuerpo oscuro, lejano, impreciso, pasó por encima del monte y se hundió en un valle.

—¡Rápido!

Espolearon los caballos hasta un claro.

—¡Pasará por aquí!

Los guanteletes empuñaron las lanzas y las viseras cayeron sobre los ojos de los caballos.

—¡Señor!

—Sí; invoquemos su nombre.

En ese instante, el dragón rodeó un cerro.

El monstruoso ojo ambarino se clavó en los hombres, iluminando las armaduras con destellos anaranjados. Hubo un terrible alarido quejumbroso y, con ímpetu demoledor, la bestia siguió avanzando.

—¡Dios!

La lanza golpeó bajo el ojo amarillo sin párpado y el hombre voló por el aire.

El dragón se le abalanzó, lo derribó, lo aplastó, y el monstruo negro lanzó al otro jinete a unos treinta metros de distancia, contra la pared de una roca. Gimiendo, gimiendo siempre, el dragón pasó de largo, vociferando, todo fuego alrededor y debajo: un sol rosado, amarillo, naranja, con plumones suaves de humo enceguecedor.

—¿Viste? —gritó una voz—. ¿No te lo había dicho?

—¡Sí! ¡Sí! ¡Un caballero con armadura! ¡Lo atropellamos!

—¿Vas a detenerte?

—Me detuve una vez pero no encontré nada. No me gusta detenerme en este páramo.

—Pero atropellamos algo.

El tren silbó un buen rato; el hombre no se movió.

—Llegaremos a Stokel a horario. Más carbón, ¿eh, Fred?

Un nuevo silbido, que desprendió el rocío del desierto. El tren nocturno, de fuego y furia, entró en un barranco, trepó por una ladera y se perdió a lo lejos sobre la tierra helada, hacia el norte, desapareciendo para siempre y dejando un humo negro y un vapor que pocos minutos después se disolvieron en el aire quieto.

Ray Bradbury (1920-2012)




Relatos góticos. I Relatos de Ray Bradbury.


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El análisis y resumen del cuento de Ray Bradbury: El dragón (The Dragon), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Clausuramos «Jurassic Park»: historia de los dinosaurios en la literatura


Clausuramos «Jurassic Park»: historia de los dinosaurios en la literatura.




Si aún en pleno siglo XXI los dinosaurios continúan fascinándonos, haciendo rentables enormes producciones cinematográficas, algunas sin demasiada imaginación, qué decir de la época en la cual la teoría de la evolución de las especies continuaba siendo discutida. En definitiva, los dinosaurios son un motivo cultural, universal; y, como tal, la literatura los exprimió al máximo.

Los dinosaurios están en todas partes, incluso en sitios en donde jamás esperaríamos encontrarlos.

En el poema In Memoriam (In Memoriam, 1850), de Alfred Tennyson, se los define como «dragones del pasado» (Dragons of the prime); no ya como metáfora, sino debido a que la palabra dinosaurio era relativamente nueva e inadecuada para la poesía. Por otra parte, en Casa desolada (Bleak House, 1853), de Charles Dickens, se imagina a un megalosaurio caminando tranquilamente por Holborn Hill.

Desde luego, no podemos decir que Dickens y Tennyson realmente escribieron acerca de los dinosaurios, sino más bien que los aprovecharon en términos simbólicos y dentro de un contexto totalmente alejado de la ciencia ficción.

¿Pero cómo deberíamos clasificar las historias de dinosaurios?

Siendo que el ser humano y los dinosaurios no convivieron, todas sus historias necesariamente deben apelar a ciertos recursos y géneros que van desde la ciencia ficción a lo fantástico, pasando por una enorme variedad de subgéneros.

De hecho, los dinosaurios forjaron un subgénero literario completamente nuevo, conocido como Lost World, o Mundo Perdido; cuyo nombre homenajea a la novela de Arthur Conan Doyle: El mundo perdido (The Lost World, 1912), donde el profesor Challenger encabeza una expedición a la selva amazónica venezolana y encuentra toda clase de criaturas prehistóricas. Si bien es cierto que los dinosaurios ocupan un rol menor en la historia, sobre todo en comparación con la gran cantidad de homínidos primitivos y criaturas de un pasado inconcebiblemente remoto que allí aparecen, El mundo perdido es recordada como una de las primeras novelas en utilizar a los dinosaurios en el presente.

Dentro de este subgénero podemos añadir a El lagarto de Lemuria (The Wizard of Lemuria), de Lin Carter, primera obra del ciclo de Thongor acerca del continente perdido de Lemuria y sus aterradoras criaturas prehistóricas. También a El rostro en el abismo (The Face in the Abyss, 1931), de Abraham Merritt, donde un intrépido ingeniero que estudia las ruinas Incas en Sudamérica descubre la existencia de una corte de serpientes colosales, antiguamente consideradas como dioses, que aún sobreviven y ansían recuperar su pasado de gloria.

A propósito de los mitos precolombinos, Las piedras de Nomuru (The Stones of Nomuru), de L. Sprague de Camp, viaja a la mítica Kukulka, en este caso, un planeta interdimensional en donde aún pueden encontrarse dinosaurios y toda clase de criaturas del pasado.

El ciclo Pellucidar (Pellucidar), de Edgar Rice Burroughs, está infestado de dinosaurios, los cuales habitan en una especie de reino subterráneo, donde también encontramos humanos prehistóricos conviviendo con una raza de reptilianos con poderes psíquicos; combinación extraña pero no inédita en la literatura.

En todas las novelas de este ciclo —En el centro de la Tierra (At the Earth's Core), Pellucidar (Pellucidar), Tanar de Pellucidar (Tanar of Pellucidar), Tarzán en el centro de la Tierra (Tarzan at the Earth's Core), De vuelta a la Edad de Piedra (Back to the Stone Age), Tierra del terror (Land of Terror) y Salvaje Pellucidar (Savage Pellucidar)— podemos encontrar las más variadas especies de dinosaurios.

Uno de los primeros en pensar a los dinosaurios dentro del subgénero de la Tierra Hueca (Hollow Earth), fue nada menos que Julio Verne. En Viaje al centro de la Tierra (Voyage au centre de la terre), de 1863, accedemos a un vasto continente subterráneo poblado con diversas criaturas prehistóricas, entre ellas, los dinosaurios, aunque estos poseen un valor apenas decorativo para el argumento.

Prácticamente no existe sitio en el planeta en el que no existan dinosaurios literarios:

En Más allá de la gran muralla del sur (Beyond the Great South Wall, 1899), de Frank Savile, descubrimos a una inquietante variedad de brontosaurios viviendo en la Antártida. Cuando Londres cayó (When London Fell, 1937), de W.J. Passingham, revela la existencia de dinosaurios viviendo en los túneles del subterráneo de Londres. Y Las siluetas de la noche (The Night Shapes, 1962), de James Blish, coloca a los últimos dinosaurios viviendo en un remoto valle de África.

La idea de que es posible revivir a los dinosaurios a través de la ciencia tiene su inicio literario en El monstruo del lago LaMetrie (The Monster of Lake LaMetrie, 1899), de Wardon Allan Curtis, donde un científico loco consigue criar a un dinosaurio para luego transplantarle un cerebro humano, con consecuencias previsiblemente nefastas para la humanidad.

Durante la era victoriana, la ciencia percibió a los dinosaurios como máquinas de matar; y la literatura continuó este vago prejuicio hasta convertirlo en un icono cultural. No hay forma de escribir sobre los dinosaurios si estos no se dedican exclusivamente a devorar humanos. La mayoría de los ejemplos cinematográficos de nuestro tiempo evidencian claramente que ese motivo no ha variado demasiado.

Otra manera de acceder a una realidad poblada por los dinosaurios es agotando las infinitas posibilidades del Viaje en el Tiempo.

En este sentido, existen muchísimas historias que nos trasladan hacia el pasado en una máquina del tiempo para conocer personalmente a los dinosaurios: El ruido de un trueno (A Sound of Thunder), de Ray Bradbury, Un arma para dinosaurios (A Gun for Dinosaur, L. Sprague de Camp), Pobre pequeño guerrero (Poor Little Warrior, Brian Aldiss), son ejemplos notables de viajes en el tiempo y dinosaurios.

Dentro de esta línea incluso podemos citar a un personaje que viajó en el tiempo para registrar la extinción de los dinosaurios: el protagonista de Después del amanecer (Before the Dawn, 1934), de John Taine.

De similar argumento, pero superior en términos de ejecución, se encuentra El día de los cazadores (Day of the Hunters, 1950), de Isaac Asimov, donde un científico viaja al pasado para estudiar la extinción de los dinosaurios, y descubre que estos fueron exterminados por una raza de reptilianos, sus descendientes, del mismo modo en que el Homo Sapiens precipitaría la extinción de la megafauna de su tiempo; por ejemplo, el mamut.

Claro que hay historias en las que los dinosaurios no se extinguieron en absoluto. Algunas ya las hemos mencionado; otras, sin embargo, examinan la posibilidad de que los dinosaurios fueron evolucionando. Por ejemplo, en Al oeste del Edén (West of Eden), de Harry Harrison, los dinosaurios evolucionaron hasta alcanzar un grado rudimentario pero letal de inteligencia. Esta raza de reptilianos disputó la supremacía en la cadena alimentaria al enfrentarse con los primeros grupos organizados de Homo Sapiens.

En otros casos, la evolución de los dinosaurios en sociedades altamente complejas ocurre en universos paralelos, como el diseñado por Robert Sheckley en Dimensión de milagros (Dimension of Miracles), donde los herederos de los dinosaurios forman una civilización similar a la nuestra, aunque con hábitos sedentarios más propicios para seres de sangre fría.

Tampoco es necesario esperar a Jurassic Park para encontrar un parque de diversiones poblado de dinosaurios. En Los parasaurianos (The Parasaurians, 1969), de Robert Wells, se nos presenta un inquietante parque temático habitado con toda clase de dinosaurios, aunque con la salvedad de que no son reales, sino robots. Naturalmente, estos pierden el control y empiezan a cazar y a matar a los desprevenidos visitantes.

También es importante señalar que, mucho antes de que Michael Crichton publicara Jurassic Park (Jurassic Park, 1990), la ciencia ficción ya había pensado en la posibilidad de crear y clonar dinosaurios a partir de muestras de ADN; por ejemplo, en Temporada de caza (The Hunting Season, 1951), de Frank M Robinson; o en Rutas (Roadmarks, 1979), de Roger Zelazny, donde se describe el arduo proceso de clonar a un tiranosaurio.




Universo Pulp. I Taller de literatura.


Más literatura gótica:
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El Héroe que descubrió la verdad entre la Princesa y el Dragón


El Héroe que descubrió la verdad entre la Princesa y el Dragón.




Antes de revelar el misterio que propone el título del artículo conviene repasar superficialmente de qué hablamos cuando nos referimos a la Princesa y el Dragón; sólo así será posible entender la estéril intervención de nuestro Héroe en la historia.

La Princesa y el Dragón es una estructura narrativa clásica que figura en muchas leyendas, cuentos de hadas, y que incluso en nuestros días se disimula en muchas historias que, al menos a simple vista, carecen proverbialmente de Princesas y Dragones.

Para cocinar una historia que estructuralmente desarrolle este tópico se necesita, en principio, una mujer sofisticada que puede o no ser una Princesa, pero en cuyos atributos se inscriban en la lealtad y la nobleza. Por otro lado, es imprescindible recurrir a un Dragón, es decir, un peligro fuera de lo común, a tal punto que requiera la intervención de un Héroe para derrotarlo.

La dinámica sería la siguiente:

Una Princesa es capturada por un Dragón; un Héroe virtuoso mata al monstruo, la rescata, y ambos, al final, se casan y viven felices para siempre.

Esta estructura define el modelo folklórico 300 de Aarne-Thompson, conocido como la Princesa, el Monstruo y el Matador de Dragones.

Las variantes de este tópico narrativo son incalculables; tantas que incluso participan del modelo conceptual que Occidente concibe como lógico en la relación entre un hombre y una mujer. Me refiero a aquella idea de que la mujer debe ser rescatada (de algo, cualquier cosa) y el hombre, naturalmente, debe asumir los hábitos del rescatista.

Sin embargo, existe una versión alternativa de la historia clásica del Dragón y la Princesa, que de hecho llegó a los oídos de los hermanos Grimm, Andrew Lang y otros cazadores de cuentos de hadas; pero que ninguno de ellos se atrevió a mencionar.

De haberlo hecho, quizás, hoy tendríamos menos mujeres esperando a su Príncipe Azul y muchos sapos agradecidos de su condición de batracios.

Una sociedad conformada por hembras que no deseen ser rescatadas y hombres que rehúsen a asumir el rol de salvadores nos posibilitaría un vasto territorio para relaciones novedosas, cruces inesperados y exquisitas yuntas otrora calificadas de pecaminosas.

Este motivo, delicioso para la vida pero exiguo para la literatura, no elimina del todo la figura del Dragón.

El modelo que los folkloristas callaron, por prudencia o desidia, podría definirse en los siguientes términos:


El Príncipe llega al castillo; los encuentra a ambos, hembra y saurio; pero es el Dragón quien le ruega con lágrimas de fuego que lo libere de la Princesa.




El lado oscuro del amor. I Taller de literatura gótica.


Más literatura gótica:
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Los mejores relatos de dragones según Smaug


3 mejores relatos de dragones según Smaug.





Al margen de los viejos mitos y leyendas existen muchos menos cuentos de dragones de lo que uno podría suponer.

Pero la escasez de dragones en el relato fantástico no procede del rechazo por estos gigantescos reptiles que escupen fuego, sino del profundo respeto por sus grandes apariciones literarias, por ejemplo, en el Beowulf, o en la obra de J.R.R. Tolkien.

A continuación agrupamos 3 de los mejores relatos de dragones, por cierto, no siempre afines a lo que uno podría esperar de estas criaturas mitológicas:




Los mejores relatos de dragones según Smaug.




Antologías. I Relatos fantásticos.


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«Beowulf y Grendel»: John Grigsby.


«Beowulf y Grendel»: John Grigsby.




Beowulf y Grendel: la verdad detrás de la leyenda más antigua de Inglaterra (Beowulf and Grendel: The Truth Behind England's Oldest Legend) es un libro de mitología del investigador John Grigsby —autor de: Guerreros del páramo: los cultos detrás de la leyenda del Santo Grial (Warriors of the Wasteland: The Cults behind the Grail Legends)—, publicado en 1999.

Beowulf y Grendel encarnan el ejemplo más vivo de la mitología de Inglaterra y de una compleja religión pagana tan exuberante como la mitología celta. De aquellos mitos solo sobreviven algunos fragmentos, y de estos el más extraordinario de todos es el gran poema anglosajón: Beowulf (Beowulf).

Beowulf, arquetipo del héroe, es representado como un invencible matador de monstruos convocado por un rey danés. Durante doce años un troll llamado Grendel ha devastado el reino, devorando a sus mejores hombres. Beowulf, desnudo y desarmado, logra arrancarle un brazo a la bestia. Grendel retorna a su guarida, donde muere en brazos de su madre. Beowulf sigue el rastro de sangre y una vez dentro del salón subacuático de estas criaturas sobrenaturales es maldecido.

Muchos años después, Beowulf se enfrenta a un poderoso dragón. Ya anciano, sabe que ésa será su última batalla, y que no existe forma alguna de vencer si no es entregando la vida.

El Beowulf y Grendel de John Grigsby llega a algunas conclusiones acerca e los ancestros de Inglaterra representadas en el Beowulf. Por ejemplo, explica como este pueblo descendió desde Dinamarca y el norte de Alemania, donde vivían bajo un culto que propiciaba los sacrificios humanos.

El recuerdo de ese pasado oscuro todavía estaba presente en el siglo V d.C y posteriormente en los versos del gran poema épico de la Edad Media: Beowulf.




Beowulf y Grendel: la verdad detrás de la leyenda más antigua de Inglaterra.
Beowulf and Grendel: The Truth Behind England's Oldest Legend, John Grigsby.
Material relacionado:




Mitología comparada. I Historias mitológicas de amor.


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Los mejores cuentos de dragones


Los mejores cuentos de dragones.




¡He aquí los dragones! (Here Be Dragons!) es una magnífica colección de relatos de terror publicada en 2007.

Tal como lo anuncia su título. todos los cuentos que integran la antología tienen un protagonista en común: el dragón, una criatura mitológica que proviene de los mitos y leyendas más antiguos sin perder un ápice de vigencia, convirtiéndose en una pieza habitual del relato fantástico y sobre todo de la ficción heróica.






¡He aquí los dragones!
Here Be Dragons!
  • El dragón (The Dragon, Ray Bradbury)
  • El tesoro de los gibelinos (The Hoard of the Gibbelins, Lord Dunsany)
  • El valle del gusano (The Valley of the Worm, Robert E. Howard)
  • La fortaleza inconquistable salvo para Sacnoth (The Fortress Unvanquishable, Save for Sacnoth, Lord Dunsany)
  • Señorita Cubbidge y el dragón del romance (Miss Cubbidge and the Dragon of Romance, Lord Dunsany)
  • A través del cristal del dragón (Through the Dragon Glass, Abraham Merritt)
  • Beowulf (Beowulf, Hamilton Wright Mabie)
  • Botellas vacías (Empty Bottles, Howard Pyle)
  • El dragón del norte (The Dragon of the North, Andrew Lang)
  • El dragón reacio (The Reluctant Dragon, Kenneth Grahame)
  • El hombre abeja de Orn (The Bee-Man of Orn, Frank R. Stockton)
  • El príncipe y el dragón (The Prince and the Dragon, Andrew Lang)
  • La gran batalla entre Dios y el Mal (The Great Battle between Good and Evil, L. Frank Baum)
  • Las profecías de Merlín y el nacimiento de Arturo (The Prophecies of Merlin and the Birth of Arthur, James Knowles)
  • La Tierradeahora (Justnowland, Edith Nesbit)
  • Los dientes del dragón (The Dragon's Teeth, Nathaniel Hawthorne)
  • Los tres príncipes y sus bestias (The Three Princes and Their Beasts, Andrew Lang)
  • Mi señor Bolsa de Arroz (My Lord Bag of Rice, Yei Theodora Ozaki)
  • San Jorge y el dragón (St. George and the Dragon, Hamilton Wright Mabie)
  • Thor va de pesca (Thor Goes a Fishing, Hamilton Wright Mabie)




Antologías. I Relatos góticos.


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El mito de los dragones (documental)

La figura del Dragón es tal vez uno de los pocos símbolos universales que comparten la misma fuerza en prácticamente todas las mitologías. 

El Dragón aparece en los mitos griegos, hebreos, celtas, nórdicos; en la demonología, en las leyendas Chinas, en los bestiarios medievales, en oscuros libros prohibidos; justamente porque su esencia encarna algo acerca de nosotros mismos, de nuestra historia como criaturas sociales.

A continuación les dejamos un interesante documental sobre dragones, un poco alejado de estas especulaciones, pero que ofrece otras cualidades que también valen la pena descubrir.



El mito de los dragones (documental)




Más mitología. I Videoteca paranormal.


Más mitología:
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Significado etimológico del Dragón.


Significado etimológico del Dragón.




Todos los razonamientos y explicaciones sobre la figura mítica del Dragón suelen olvidar algo fundamental para comprender la esencia de una criatura mítica [ver: Breve historia del Dragón medieval]

Mucho se ha dicho, y mucho se dirá, sobre lo que simbolizan los Dragones para todas las culturas del mundo, desde el Japón y la China, pasando por Grecia, Roma, Escandinavia, Latinoamérica e incluso en las páginas más celebérrimas de la Cábala y la Biblia.

Ahora bien, sería absurdo atribuirnos alguna certeza inédita sobre la naturaleza de los Dragones. Otros mejores que nosotros han abordado el tema con mayor espacio y lucidez. Aquí simplemente intentaremos explicar el significado etimológico de los Dragones, una rama del saber a menudo relegada al estrecho ámbito de la curiosidad lingüistica.

Aniquilemos primero un error común en el que suelen caer los lectores de la Biblia. A pesar de que la palabra «dragón» aparece con cierta regularidad, la Biblia se caracteriza por la total ausencia de dragones. Lo que allí leemos como «dragón» es en realidad una traducción de la palabra hebrea Tan [pl. Tannin], voz que designa a una gran criatura marítima relacionada con Leviatán, pero suya raíz sugiere cierto parentezco con los chacales.

La palabra Dragón proviene del griego drako [δρακων], y significa literalmente «serpiente», acaso refiriéndose a las serpientes acuáticas. En latín se los definía como draco [pl. draconem], y señalando una serie de entidades reptiloides, y no tanto, con características más bien fantásticas.

Si retrocedemos aún más en el tiempo encontraremos que la palabra Dragón está emparentada con la raíz indoerupea derk, que significa «mirar»; y que en griego antiguo derivó en un verbo estrechamente relacionado con los dragones: derkesthai [δρακεῖν], es decir, «ver con claridad».

Legiones de lingüistas se han preguntado por qué el nombre de una criatura fantástica se relaciona con su mirada, siendo que ésta no ocupa una función esencial en sus mitos. Pero la verdad en ocasiones se saltea las elucubraciones de los sabios, e incluso pega largos y extraordinarios saltos en el tiempo.

Es en los pueblos nórdicos y su formidable mitología donde sobrevive el gérmen fundacional del nombre de los dragones. En las leyendas escandinavas se menciona, siempre con horror y respeto, que la mirada de los dragones es hipnótica, que sus ojos paralizan a los osados que se aventuran en sus cubiles, y que pueden horadar en lo más profundo del alma de los héroes, casi siempre royendo algún oscuro secreto cuidadosamente guardado hasta ese momento.

Quizás en la antigüedad cuando alguien pronunciaba la palabra Dragón todos sabían que simbólicamente designaba a «aquel que ve claramente», es decir, a aquel capaz de reconocer nuestros secretos más tenebrosos. Razón por demás poderosa para conservar a los dragones en el amplio arcón de criaturas espeluznantes.

Pocas cosas producen mayor horror que enfrentarse a un Ojo que todo lo ve, capaz de perforar los sustratos y empalizadas que protegen nuestros secretos inconfesables, y penetrar capa tras capa de nuestra personalidad civilizada y hallar, tembloroso y desnudo, al niño que todos fuimos.




Mtología. I Filología.


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Relatos de dragones


Relatos de dragones.








Relatos de dragones:

Los dragones se han encarnado un sinnúmero de veces en la literatura, a veces con éxito, otras con evidentes falencias; no obstante, los dragones han sido, y son, un motivo mitológico central en todo el mundo, desde los dragones chinos, diametralmente opuestos a los occidentales, y los dragones europeos, medievales y no tanto. En esta sección flamígera de El Espejo Gótico daremos cuenta no sólo de los mejores relatos de dragones, sino de las leyendas de dragones más notables.


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«La señorita Cubbidge y el dragón del romance»: Lord Dunsany; relato y análisis


«La señorita Cubbidge y el dragón del romance»: Lord Dunsany; relato y análisis.




La señorita Cubbidge y el dragón del romance (Miss Cubbidge and the Dragon of Romance) es un relato fantástico del escritor británico Lord Dunsany (1878-1957), publicado originalmente en la edición del 8 de marzo de 1911 de la revista The Sketch, y luego reeditado en la antología de 1912: El libro de las maravillas (The Book of Wonder).

La señorita Cubbidge y el dragón del romance, quizás uno de los cuentos de Lord Dunsany más destacados de aquella colección, y sin dudas entre los mejores relatos de dragones del período, presenta algunas curiosidades innovadoras, entre ellas, la de ser uno de los primeros ejemplos de jinetes de dragones en la literatura.




La señorita Cubbidge y el dragón del romance.
Miss Cubbidge and the Dragon of Romance, Lord Dunsany (1878-1957)

Esta historia se cuenta en los balcones de Belgrave Square y entre las torres de Pont Street; los hombres la cantan al anochecer en Brompton Road.

Poco antes de su decimoctavo cumpleaños, la señorita Cubbidge, que vivía en el número 12A de Prince of Wales' Square, pensó que antes de que otro año pasara de largo ella perdería de vista aquel deforme rectángulo que por tanto tiempo había sido su casa. Y si además le hubieran dicho que en ese mismo año se habría desvanecido de su memoria cualquier vestigio de aquella supuesta plaza y del día en que su padre fue elegido por abrumadora mayoría para tomar parte en la dirección de los destinos del imperio, simplemente habría dicho con esa voz afectada que tenía:

—¡Sí, ya!

La prensa diaria no dijo nada al respecto, la política del partido de su padre no lo había previsto, no apareció ni por asomo en las conversaciones de las reuniones vespertinas a las que acudía la señorita Cubbidge: nada hubo que le avisara de que un repugnante dragón de escamas doradas, que agitaba al andar, surgiría limpiamente de la flor y nata del romance y atravesaría Hammersmith de noche (por lo que sabemos), y vendría a Ardle Mansions, para luego torcer a la izquierda, lo que le conduciría por supuesto a la casa del padre de la señorita Cubbidge.

La señorita Cubbidge se sentó al atardecer en su balcón completamente sola a esperar que a su padre le nombraran baronet. Llevaba botas, sombrero y un traje de noche escotado; pues un pintor estaba haciendo su retrato en aquel momento, y ni ella ni el pintor vieron nada raro en la extraña combinación. Ella no reparó en el estruendo de las escamas doradas del dragón, ni distinguió por encima de las múltiples luces de Londres el insignificante brillo rojo de sus ojos.

De pronto levantó la cabeza, un resplandor dorado, hacia el balcón; no parecía un dragón amarillo, pues sus relucientes escamas reflejaban la belleza que Londres únicamente luce al atardecer y por la noche. Ella gritó, mas no a un caballero; no sabía a qué caballero llamar, ni adivinaba dónde estaban los vencedores de dragones de los lejanos tiempos románticos, ni cuáles eran las piezas más poderosas que ahora perseguían, o las batallas que libraban; tal vez estuviesen ocupados todavía al servicio de Armageddon.

En el balcón de la casa de su padre en Prince of Wales' Square, pintado de gris oscuro y cada año más ennegrecido, el dragón, desplegando sus rápidas alas, alzó a la señorita Cubbidge y Londres desapareció como una moda anticuada. Y desapareció Inglaterra, y el humo de sus fábricas, y el sonoro mundo material que despliega gran actividad alrededor del sol, agitado y perseguido por el tiempo; hasta que aparecieron las eternas y antiguas tierras del romance, que permanecían ocultas bajo los mares místicos.

No os imaginaríais a la señorita Cubbidge acariciando distraídamente con una mano la cabeza dorada de uno de los dragones de la canción, mientras con la otra jugaba de cuando en cuando con perlas procedentes de solitarios parajes marinos. Llenaron de perlas enormes conchas de haliotis y las pusieron a su lado; le llevaron esmeraldas que ella se apresuró a ostentar entre las trenzas de su larga cabellera negra; le llevaron zafiros ensartados para su manto; todo eso hicieron los príncipes de fábula y los elfos y gnomos de la mitología. Y, aunque todavía estaba viva, también formaba parte del pasado y de aquellos sagrados cuentos que las nodrizas contaban cuando los niños se portaban bien, y había llegado la noche y el fuego estaba encendido, y el suave golpeteo de los copos de nieve en el cristal era como la huella furtiva de las espantosas criaturas de los antiguos bosques encantados.

Si al principio ella echó de menos aquellas primorosas novedades entre las cuales se había criado, el viejo y competente cántico del mar místico celebrando la tradición de las hadas la apaciguó momentáneamente y acabó por consolarla. Incluso se olvidó de aquellos anuncios de píldoras que son tan queridos en Inglaterra; incluso olvidó los tópicos políticos y las cosas de las que se suele discutir, y aquellas de las que no; y por fuerza debió contentarse viendo navegar enormes galeones cargados de oro para Madrid, y la divertida calavera y las tibias cruzadas de los piratas, y el diminuto nautilo saliendo al mar, y los navíos de los héroes que circulan por los romances o de los príncipes que buscan islas encantadas.

No fue con cadenas como el dragón la retuvo allí, sino con un sortilegio de los de antaño. Para aquellos a los que durante tanto tiempo las facilidades de la prensa diaria les han sido concedidas, los sortilegios han perdido todo su encanto —habría que decir— así como, al cabo de un tiempo, los galeones y todas las cosas anticuadas. Al cabo de un tiempo. Pero ella no sabía si habían pasado siglos o años o nada de tiempo en absoluto. Si algo indicaba el paso del tiempo, era el ritmo de los cuernos de los elfos ascendiendo a las alturas. Si los siglos pasaron para ella, el sortilegio que le ataba le dio también juventud eterna y mantuvo siempre encendido el farol a su lado, y libró del deterioro al palacio de mármol situado frente al mar místico.

Y si el tiempo no pasó por ella, su único momento en aquellas maravillosas costas se convirtió, por así decirlo, en un cristal que reflejaba miles de escenarios. Si todo fue un sueño, fue un sueño que no conoció comienzo ni se desvaneció. La corriente siguió su curso cuchicheando misterios y mitos, mientras cerca de aquella dama cautiva, dormido en su tanque de mármol, el dragón dorado soñaba. Y no muy lejos de la costa, todo lo que soñaba el dragón se veía borrosamente en la neblina que cubría el mar. Nunca soñó con ningún caballero salvador. Mientras soñaba, llegó el crepúsculo; mas cuando salió ágilmente de su tanque, cayó la noche y brillaron las estrellas en sus chorreantes escamas doradas.

Tanto él como su cautiva vencieron allí al Tiempo, o nunca se enfrentaron del todo a él. Mientras tanto, en el mundo que conocemos hacía estragos Roncesvalles u otras batallas todavía por venir... desconozco qué parte de los romances le contó a ella. Tal vez se convirtiese ella en una de esas princesas de las que nos hablan las fábulas amorosas, mas baste decir que vivía allí junto al mar; y gobernaron reyes y demonios, y volvieron de nuevo los reyes, y muchas ciudades retornaron a su polvo originario, y ella permaneció todavía allí, y su palacio de mármol no pasó aún a mejor vida, ni la fuerza del sortilegio del dragón.

Y tan sólo en una ocasión llegó hasta ella un mensaje del mundo que conocía de antiguo. Llegó en un barco nacarado a través del mar místico; procedía de una antigua amiga del colegio que había tenido en Putney, simplemente una nota, no más, con letra pequeña, clara y redonda. Decía:

—No es propio de ti estar allí sola.

Lord Dunsany (1878-1957)




Relatos góticos. I Relatos de Lord Dunsany.


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«Dragón lunar»: Henry Kuttner; relato y análisis


«Dragón lunar»: Henry Kuttner; relato y análisis.




Dragón lunar (Dragon Moon) es un relato fantástico del escritor norteamericano Henry Kuttner (1915-1958), publicado en la edición de enero de 1941 de la revista Weird Tales, y luego reeditado en la antología de 1969: Los poderosos bárbaros: grandes héroes de espada y hechicería (The Mighty Barbarians: Great Sword and Sorcery Heroes).

Dragón lunar, uno de los mejores cuentos de Henry Kuttner, pertenece al ciclo Elak de Atlantis, aquel guerrero formidable de la Atlántida que vino a reemplazar en Weird Tales a los ciclos de Conan el cimerio, Kull de Atlantis y Bran Mak Morn, tras el fallecimiento de su autor, Robert E. Howard.

En este sentido, Dragón lunar regresa sobre las aventuras de Elak, un príncipe de la Atlántida que ha sido convertido en una especie de guerrero itinerante, y cuyas hazañas son acompañadas por Lycon, entrañable camarada de armas y ebrio consumado.

Si bien es cierto que Dragón lunar, y por tal caso todo el ciclo de Elak, no se encuentran entre los mejores cuentos de espada y hechicería, también es justo admitir que ocupó un espacio difícil de llenar tras la muerte de Robert E. Howard.

Actualmente no existen versiones en español y gratuitas en PDF de Dragón lunar para descargar, de manera tal que, al menos por ahora, simplemente dejamos un enlace a la versión original.




Dragón Lunar.
Dragon Moon, Henry Kuttner (1915-1958)

Copia y pega el link en tu navegador para leer online o descargar en PDF: Dragón lunar, de Henry Kuttner:
  • http://www.fadedpage.com/showbook.php?pid=20130326




Relatos góticos. I Relatos de Henry Kuttner.


Más literatura gótica:
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Análisis de «Christabel» de Samuel Coleridge.
Poema de Elizabeth Akers Allen.
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Poema de Amy Lowell.
Poema de Dora Sigerson Shorter.
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