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Cuál es la ÚNICA PREGUNTA que se debe hacer en TERAPIA


Cuál es la ÚNICA PREGUNTA que se debe hacer en TERAPIA.




Camilo Unzué no es un completo inepto social, como lo califican muchos de sus detractores; es, en definitiva, un hombre, y eso significa que la confidencia, la facilidad para abrir su corazón y compartir sus miserias, no estaba entre sus mayores virtudes.

Pueden imaginarse a Camilo como uno de esos sujetos que asisten a fiestas, conciertos, ejecuciones públicas, siendo perfectamente capaz de entablar una conversación casual, o mejor dicho, de seguir el hilo de su interlocutor.

No es que le costara hablar. Por el contrario. Era sumamente elocuente cuando se lo proponía. Pero digamos que rara vez instalaba el tema de conversación. Era siempre una segunda guitarra, o una tercera, en el rincón más oscuro del escenario.

En el espeso puchero de la conversación varonil en el Teufel, Camilo no era la sal y ciertamente no era la pimienta: estaba ahí, claro que estaba, pero como una de esas especias aromáticas que no suman ni restan, ingredientes indescifrables para el paladar: cilantro, a lo mejor, o estragón. Si los quitamos el puchero sigue siendo un puchero, pero no es lo mismo. Hay algo que le falta; nadie sabe exactamente qué, pero falta.

Por su desgano supimos que algo le ocurría.

Por el rostro radiante de Gabriela Imperatrice, su novia, supimos que ella lo había dejado.

Esto dio comienzo al lento descenso de Camilo Unzué hacia los abismos del retraimiento.

Ya no frecuentaba los sitios en los que habitualmente nos reuníamos con los muchachos. Sus conversación yerma, desierta de propuestas, se redujo a lo mínimo indispensable: sí, no, amargo, hasta Lavalle y Esmeralda, y no mucho más. Su voz, de tono dulce, casi como pidiendo permiso por existir, se oyó cada vez menos en el Teufel.

El profesor Lugano, auténtico gurú de los exégetas del barrio, nos informó que, por un tiempo, Camilo ya no se reuniría con nosotros. Estaba haciendo terapia.

Todos asentimos en silencio.

Terapia.

Vaya a saber uno por qué, pero esa palabra, al menos para un grupo de energúmenos como el nuestro, testimonia nuestro fracaso como amigos.

Así pasaron los meses.

Y los años.

Cuatro años.

Fue entonces cuando el profesor Lugano nos informó que, desde el primer día de terapia, había coordinado una arriesgada misión de espionaje. No es que cuestionara el oficio de la licenciada Safo, formada en psicoanálisis en los más prestigiosos centros clandestinos de la ciudad, sino que dudaba del pobre Camilo, de que su segunda guitarra no se oyera en el concierto lacaniano del consultorio de la calle Arenales.

El rabino Sosa fue el líder de la comisión: plantó dispositivos de escucha en los rincones estratégicos del consultorio: debajo del diván, en la biblioteca, en un retrato desmejorado de Marie Bonaparte. Humberto Masticardi, ya retirado de la profesión médica, se encargó de transcribir las escuchas para que pudiésemos analizarlas en el bar.

Se registraron las 184 sesiones de terapia de Camilo Unzué. Solo en una se hizo mención a Gabriela.

La licenciada Safo, muy hábil para prolongar la terapia más allá de lo éticamente aconsejable, lo hizo recorrer casi todos los terrenos despoblados de su alma, los baldíos de su corazón, donde flores chúcaras florecían y se marchitaban en los muros agrietados, pero el nombre de Gabriela solo se mencionó una vez, al comienzo, antes de ser sepultado por el colosal edificio de complejos y trastornos de la personalidad.

Transcribo a continuación lo que se dijo en la última sesión de terapia:

—Bien —dijo la licenciada Safo—, eso es todo. Hasta la semana que viene. Ahí retomaremos el tema de aquel arácnido que tuvo ocasión de ver a los cinco años, sin dudas una representación del temor atávico por el vello púbico de su madre.

—Disculpe, licenciada, pero quisiera hacerle una pregunta.

—Aquí la que hace las preguntas soy yo, mi estimado y solvente neurótico.

—Entiendo. Bueno, hasta la semana que viene.

Por el sonido chirriante de una silla suponemos que, en este punto, la licenciada Safo se incorporó e interceptó a Camilo justo antes de atravesar el umbral del consultorio.

—Solo por curiosidad —dijo la licenciada—, creo que puedo formular esa pregunta por usted: ¿quiere hablar sobre aquella chica que mencionó en la primera sesión?.

El suspiro de alivio de Camilo Unzué quedó registrado en el dispositivo del rabino Sosa con absoluta claridad, como si de repente la orquesta cesara de tocar y pudiésemos oír con total claridad los acordes de la última guitarra.

—Ése es el único motivo por el que vengo desde hace cuatro años.




Filosofía del profesor Lugano. I Egosofía: filosofía del Yo.


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Declaración de amor tallada en un árbol.


Declaración de amor tallada en un árbol.




El profesor Lugano suele deambular por los terrenos adyacentes al Cementerio del Oeste. El Parque los Andes es su sitio predilecto, aunque durante sus largas caminatas evita pasar cerca de ciertos árboles, en especial de un vetusto palo rosa cuyo tronco ha sido tallado por una cifra inconcebible de amantes.

La mayoría de estas declaraciones de amor carecen de espíritu poético; algunas, de hecho, no declaran nada en absoluto: lances, insinuaciones, alcahueteadas —Claudia cornuda—, vaticinios de naturaleza confusa, que bien pueden aludir tanto a la pasión como al homicidio —¡Ya vas a ver cuándo te agarre!—, números telefónicos decorados con ilustraciones procaces, vagas reivindicaciones de dominación deportiva —Chaca es de primera—. Otras, en cambio, conforman imputaciones anacrónicas —Ricardo se la come—, o directamente buscan desprestigiar al caminante —Puto el que lee—, logrando apenas dar cuenta de la ínfima estatura moral del artista.

Estos rudimentarios bajorrelieves se enciman unos sobre otros generando combinaciones desconcertantes; de modo tal que las críticas, los elogios, las declaraciones de amor y los procesamientos civiles sobre supuestas conductas impropias, o «mariconadas», en el vulgar argot heteronormativo, sintetizan un escrito colosal, indescifrable.

Sabemos que allí, a la sombra del palo rosa, la licenciada Safo le declaró su amor incondicional al profesor Lugano, y acto seguido lo abandonó.

Lo sabemos por sus astucias al evitar el árbol sagrado; y también porque algunos de nosotros nos hemos aventurado en las ramas superiores. Allí, casi en la copa, donde anidan gorriones famélicos, puede leerse lo siguiente:


Cuando la memoria lentamente se apague,
cuando olvides por qué las hojas mueren en otoño,
cuando tu pasado sea niebla, y tu futuro noche,
seré yo la que te recuerde quién eras.




Filosofía del profesor Lugano. I Egosofía: filosofía del Yo.


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El profesor Lugano explica cómo comprar una tarjeta de San Valentín


El profesor Lugano explica cómo comprar una tarjeta de San Valentín.




Nunca conocimos con certeza la situación sentimental del profesor Lugano. Algunos aseguran que mantiene una relación inusual con la licenciada Safo, atravesada por largos períodos de ausencia en los que ambos llegan a dudar de la existencia objetiva del otro. De más está decir que estos rumores jamás fueron confirmados, pero tampoco desmentidos.

Lo más cerca que estuvimos de comprender la compleja situación del profesor fue durante la semana previa a San Valentín, fecha de carácter comercial que únicamente beneficia a los burócratas del amor y pone en riesgo las relaciones clandestinas.

Cierta tarde, como se ha dicho, en los días previos a San Valentín, seguíamos al profesor Lugano durante una de sus largas caminatas por el perímetro del Cementerio del Oeste. Durante estos paseos, solía relatar anécdotas jugosas de orden filosófico, cuando no directamente metafísico. Rara vez se detenía, por eso nos llamó la atención que aquella tarde se detuviera frente a la vidriera de un local que vendía almidonadas tarjetas de San Valentín.

Nadie se permitió hacer una broma al respecto, habida cuenta del temperamento enérgico, casi homicida, del buen profesor. Nos mantuvimos a una distancia prudente.

Después de unos minutos el profesor Lugano seleccionó una tarjeta. De refilón alcanzamos a leer en el dorso:


Para mi único amor.


Inmediatamente después oímos la voz del profesor al dirigirse al comerciante:


—Deme tres.




Filosofía del profesor Lugano. I El lado oscuro del amor.


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El mejor jugador de escondidas de la historia


El mejor jugador de escondidas de la historia.




A propósito de la llegada al barrio de una asamblea evaluadora del premio Guiness, la cual rastreaba datos para encontrar la mejor partida de escondidas de la historia, anotamos la siguiente anécdota:

Edgar Allan Poe compadrea en La carta robada (The Purloined Letter) que el mejor sitio para esconder algo es a la vista de cualquiera. No obstante, lo que es aceptable en el relato de detectives no necesariamente es aplicable en estrategias más urgentes. Todos los que alguna vez jugaron a las escondidas se ubicaron osadamente en las inmediaciones del que cuenta, con resultados francamente decepcionantes.

En 1972 se organizó en Buenos Aires el mayor juego de escondidas que registra la historia y, como tal, requirió una serie de reglas muy estrictas para poder desarrollarse con normalidad; a saber:

Para no demorar excesivamente su desenlace, el juego se realizó dentro de los límites del barrio de Chacarita. Los participantes que se aventuraran en escondrijos aledaños, por ejemplo, en baldíos de Colegiales o terraplenes de La Paternal, serían expulsados por el comité organizador.

Se inscribieron exáctamente 400 jugadores. El escribano local, de apellido Chiaretti, fue el encargado de que el juego no se desluciera debido a errores administrativos, llevando en todo momento un registro contable de los sujetos que ya habían sido descubiertos y cuáles se mantenían a resguardo.

Habida cuenta de la cantidad de jugadores se estableció una sola ronda, es decir, una sola partida que terminaría de manera arbitraria cuando el último jugador fuese encontrado; caso contrario, si alguien lograba evadir al buscador, el juego se reiniciaría con la reincorporación inmediata del resto.

El comité organizador eligió al profesor Lugano como el encargado de contar y rastrear a los fugitivos.

El juego comenzó al mediodía. El profesor, casi de inmediato, demostró sus tremendas habilidades como sabueso. Podía detectar cogoteos a varios metros de distancia, risitas nerviosas, reajustes logísticos, amontonamientos entre cuatro o cinco participantes en un mismo escondrijo, abandonos prematuros del refugio, y todos los errores típicos que cometen los jugadores inexpertos.

Muchos intentaron cantar «piedra libre» —también conocido como «pica»— desde ubicaciones ilícitas, pero la estrategia conservadora del profesor, que rara vez se alejaba más de diez metros de la piedra, fue decisiva para delatar a los infractores. Por su parte, el buen escribano objetó no menos de doce gritos de «¡Sangre!» pronunciados de forma fraudulenta.

Al promediar la tarde 385 personas habían sido desalojadas de sus escondites.

A la medianoche, 399.

Muchos participantes descubiertos se quedaron en las inmediaciones para observar el final del juego, pero las horas pasaron, largas, frías, monótonas, sin que el último jugador fuese encontrado.

El profesor examinó cada centímetro del barrio, cada ochava, cada zaguán. Algunos sostienen que allanó varios domicilios privados y que incluso se aventuró en catacumbas olvidadas del Cementerio del Oeste, donde exhumó uno o dos ataúdes dudosos.

Pero nada.

Ya sobre el filo de la madrugada, en esa hora incierta que precede al amanecer, el profesor exigió un recuento oficial de las personas halladas. El escribano, que a duras penas se mantenía en pie, confirmó el faltante: la licenciada Safo, que además de ser una hembra audaz, casi felina en su andar, era la novia del profesor.

—Fue así que la apasionante disciplina del juego de las escondidas se desvirtuó para siempre en el barrio —le dijo el profesor Lugano a la asamblea evaluadora—. Pasaron las horas, los días, las semanas, y yo seguí buscando; al principio con interés, luego con preocupación, y finalmente con cierto desgano. Han pasado más de cuarenta años y aún no cicatriza la derrota. Ella fue la mejor jugadora de escondidas que he conocido. Si de casualidad llegan a encontrarla, por favor, avísenme.




Filosofía del profesor Lugano. I Crónicas de la licenciada Safo.


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"Mentiras estúpidas que las mujeres se dicen a sí mismas": Amy Ahlers


Mentiras estúpidas que las mujeres se dicen a sí mismas.




Mentiras estúpidas que las mujeres se dicen a sí mismas (Big Fat Lies Women Tell Themselves) es un libro de psicología y autoayuda de la investigadora Amy Ahlers, publicado en 2011.

A pesar de su título extravagante, Mentiras estúpidas que las mujeres se dicen a sí mismas analiza de forma muy interesante el sentido crítico de las mujeres, apelando a la imagen de un coro de voces mentales que constantemente elaboran feroces críticas.

Estas "voces", por llamarlas de alguna manera, se convierten en jueces implacables de las mujeres, y en ocasiones también en barreras destructivas que impiden el crecimiento y desarrollo personal.

Distintos estudios en el campo de las neurociencias afirman que las mujeres son más propensas que los hombres a anclar su pensamiento en realidades potenciales.

¿De qué forma?

Comparando una y otra vez el presente, su situación actual, con lo potencial; por ejemplo, creyendo que todo cambiaría si tuviesen más dinero o fuesen más hermosas; o bien considerando que nada realmente se haría como se debe sin su intervención.

Estas "voces" son, en definitiva, las encargadas de formular las mentiras estúpidas de las que habla el título, pequeñas formas de autodestrucción que van perforando la realidad de cada mujer.

Pero lo difícil no es reconocer las mentiras que las mujeres se dicen a sí mismas, sino dejar de creerle a esas voces, nada menos que las propias, cargadas de falsas creencias, reglas y opiniones radicales.

En cierta forma, podría decirse que la mayoría de las mujeres sufren una especie de bullying mental, solo que el castigo proviene de su propia estructura de pensamientos que en nada ayudan a reafirmar el respeto y la autoestima.



Mentiras estúpidas que las mujeres se dicen a sí mismas.
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El lado oscuro de la psicología. I Feminología: psicología de la mujer.


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El análisis y resumen del libro de autoayuda para mujeres de Amy Ahlers: Mentiras estúpidas que las mujeres se dicen a sí mismas (Big Fat Lies Women Tell Themselves) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Mejores amigas para siempre: sobreviviendo la ruptura con tu mejor amiga»: Irene S. Levine.


«Mejores amigas para siempre: sobreviviendo la ruptura con tu mejor amiga»: Irene S. Levine.




Mejores amigas para siempre: sobreviviendo la ruptura con tu mejor amiga (Best Friends Forever: Surviving a Breakup with Your Best Friend) es un libro de autoayuda y psicología de la investigadora Irene S. Levine, publicado en 2009.

Hombres, trabajo, hijos, crisis personales, irreconciliables posturas políticas, son las causas principales del alejamiento y separación de dos mejores amigas. No importa realmente la razón, la ruptura de la amistad entre dos mujeres sume a las involucradas en una devastadora batería de preguntas y cuestionamientos.

¿Alguna de las dos fue culpable de que la amistad terminara abruptamente? ¿La amistad, en definitiva, es algo por lo que vale la pena luchar? Aún más perturbador que la pérdida de una amiga, es la pérdida de una confidente, de alguien que conoce nuestra historia y opiniones, sobre todo respecto a los hombres.

Mejores amigas para siempre, estudia el curioso proceso de duelo que sucede tras la separación de una larga amistad, aportando cientos de testimonios y amargas anécdotas.




Mejores amigas para siempre: sobreviviendo la ruptura con tu mejor amiga.
Best Friends Forever: Surviving a Breakup with Your Best Friend, Irene S. Levine.

Material relacionado:




Feminología. I Egosofía.


El análisis y resumen del libro de Irene S. Levine: Mejores amigas para siempre: sobreviviendo la ruptura con tu mejor amiga (Best Friends Forever: Surviving a Breakup with Your Best Friend) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

¿Para qué sirve la filosofía?


¿Para qué sirve la filosofía?




En el ágora del Parque los Andes reinaba un respetuoso silencio. El profesor Lugano cabeceaba bajo la sombra de los tilos, sumido en rasantes cavilaciones.

Una mujer de aspecto vivaz se abrió paso entre los acólitos ya ebrios y preguntó:

¿Para qué sirve la filosofía?

—Absolutamente para nada, querida. Pero la importancia de las cosas no debería medirse en valores utilitarios. Calcule usted la frecuencia con la que piensa en sexo y compárela con las veces que reflexiona acerca del oxígeno. —respondió el profesor sin abrir los ojos—. Y créame que ambas son bastante adictivas.

La muchacha sonrió con una mueca de desdén.

—Ya me lo había advertido la licenciada Safo, pero quería confirmarlo por mí misma. Es usted una vergüenza para la filosofía.

—El hecho de que busque confirmar algo no es un buen indicio de su amor por la filosofía. Además, con la licenciada nos separan grandes diferencias filosóficas.

—¡No lo dude! —dijo ella— La licenciada es exigente, demandante: cuida a sus seguidoras, las quiere cerca de ella, mientras que usted solo permite que esta manga de vagos aplauda sus caprichos.

—Nunca me gustaron las personas demandantes —dijo el profesor, ya un poco ausente—: suelen ser muy inseguras; algunas reclaman al menos una visita a la semana, como Dios.

La muchacha suspiró.

—Olvídese, profesor, solo quiero que admita que la filosofía sí sirve; para estudiar al hombre que se pregunta acerca del ser, que duda del universo, del Todo. Para eso somos filósofos.

—No, para formular preguntas somos filósofos. Lidiar con las personas que formulan esas preguntas es la gran desventaja de la filosofía.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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Si los hombres son todos iguales...


Si los hombres son todos iguales...




—Nadie tiene la custodia exclusiva del sufrimiento —dijo la licenciada Safo—. Ahora bien, muchos desengaños amorosos pueden explicarse utilizando un sencillo razonamiento, desde luego, falso, que protege a las mujeres y devasta las creencias del hombre.


Las seguidoras aguardaron pacientemente, como esperando alguna revelación que venga a iluminar los rincones más oscuros de sus propias desventuras. Sabían que un comentario inoportuno, el rechinar de una silla, un suspiro, podían desnaturalizar el hilo de sus razonamientos.

Sin embargo, la licenciada Safo permaneció en silencio bebiendo su té.

Después de un rato, agregó:


—Todo el mundo está de acuerdo en que generalizar sobre cualquier tema es un error, sin embargo, esa postura es también una generalización. Si decimos: TODOS LOS HOMBRES SON IGUALES, seríamos inmediatamente reprobadas bajo el pretexto de que no se puede generalizar, argumento que difícilmente emplearían nuestros detractores si decimos que TODOS LOS HOMBRES SON CREADOS IGUALES. De modo que el problema no radica en la generalización, sino sobre qué generalizamos.


Una seguidora se atrevió a murmurar:


—Yo creo que las mujeres de hoy en día se atrevan a generalizar de ese modo.

—No cuando las cosas marchan bien —tosió la licenciada—, pero a nivel inconsciente, en lo más recóndito de la mente, cuando un hombre nos decepciona es defícil eludir la certeza atávica de que TODOS LOS HOMBRES SON IGUALES.

—¿Y lo son?

—Desde luego que no. Pero en este contexto les llevamos una enorme ventaja a los hombres.

—¿A qué se refiere, licenciada?

—A que desde muy jóvenes fuimos inoculadas con el gérmen conceptual de que TODOS LOS HOMBRES SON IGUALES. Cualquier desengaño, cualquier desarreglo, cualquier desamor, puede ser explicado mediante este simple razonamiento.

—No entiendo cuál es la ventaja, licenciada.

—Que aún en la cima de la dicha subyace en nosotras la idea de que los HOMBRES SON TODOS IGUALES. Eso nos protege.

—¿Y a los hombres?

—A ellos los extravía la creencia ilusoria de que TODAS LAS MUJERES SON DIFERENTES




Crónicas de la licenciada Safo. I Feminología.


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Las mujeres también mueren por amor


Las mujeres también mueren por amor.




Una de las iniciadas suspiró.

El aire del sótano se saturó de humores maliciosos, efervescentes, nostálgicos.

Como presas del contagio o la mímesis, el resto la acompañó en un gradual suspiro colectivo.

La licenciada Safo bebía su té en perfecto silencio.


—Me pregunto si realmente será posible morir de amor. —dijo una iniciada, tal vez para romper la inercia de aquel suspiro compartido.

—Si fuese posible tendríamos que asumir que una puede morir también de alegría, de melancolía, de excesiva memoria. —razonó otra.

—¿Usted qué opina licenciada? ¿Se puede morir por amor?


La licenciada Safo se tomó su tiempo para responder, idénticamente proporcional al que dedicó a beber el resto del té que hervía en su taza.


—No lo sé. Tal vez sea posible morir por un gran amor, pero sin dudas es más difícil vivirlo con plenitud.




Crónicas de la licenciada Safo. I Feminología.


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El secreto de un matrimonio infeliz


El secreto de un matrimonio infeliz.



—Tal vez podamos pensar que el amor perfecto reclama un compromiso igualmente absoluto.

—Tal vez —admitió la licenciada Safo.

—Y que ese compromiso, para ser absoluto, solo puede alcanzarse a través del matrimonio.

La licenciada Safo, que hasta ese momento se había mantenido en una postura de cordial indulgencia, rechazó el silogismo con un enérgico gesto de desprecio.

—¿Acaso no cree que en el matrimonio, licenciada?

—A veces.

—¿Y no cree además que el matrimonio es un derivado natural del amor?

—Tanto como el vinagre lo es del vino.




Crónicas de la licenciada Safo. I Feminología: la mujer en la literatura y el mito.


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¿Por qué todos los hombres son iguales?


¿Por qué todos los hombres son iguales?




—Creo que todas, en mayor o menor grado, podemos convenir en que todos los hombres son iguales.


La licenciada Safo clavó sus ojos, de un extraordinario azul desteñido, sobre la iniciada que había formulado aquella estadística osada.


—Partamos de una hipótesis de trabajo. Supongamos que su afirmación es correcta, es decir, que todos los hombres son iguales —dijo—. El verdadero problema consiste en entender por qué lo son. ¿Alguna de ustedes se anima a ensayar una respuesta?


Las iniciadas se miraron entre sí, con el pudor colectivo de quien teme que sus elucubraciones sean aplastadas por una avalancha de burlas.

Finalmente se atrevieron a opinar sobre la propuesta de la licenciada.


—Porque todos los hombres piensan lo mismo.

—Porque todos los hombres se comportan igual.

—Porque todos los hombres sienten igual.


La licenciada Safo les salió al cruce.


—Esas son características que no alumbran en absoluto la cuestión principal: por qué todos los hombres son iguales. Lo mismo sería intentar explicar por qué algunas aves vuelan afirmando que todas tienen pico.


Una de las inciadas, Matilde, se atrevió a una breve confrontación.


—Tal vez la razón por la que todos los hombres son iguales se deba a que todos, sin excepción, nacieron de una mujer.


Se alzaron feroces reclamos y objeciones.

La licenciada las fue acallando con enérgicos siseos.


—Es cierto —admitió—, todos los hombres nacieron de una mujer, pero eso sigue sin explicar la cuestión. Todos los hombres también nacen y viven bajo el mismo sol, la misma luna, las mismas estrellas, y no creo que podamos culparlas de favorecer o causar esa hipotética uniformidad de la que hablábamos antes.

—¿Por qué no nos da su opinión, licenciada?


La licenciada se calzó las gafas, bebió un largo trago de una infusión que las demás imaginaban intragable, y dijo:


—En principio debo decirles que no creo que todos los hombres sean iguales, aunque admito que, en ciertos terrenos, en ciertas astucias, se parecen bastante. Supongo que si me viese obligada a defender esa postura diria que todos los hombres son iguales porque solos, aislados como individuos, son tan insignificantes como un grano de arena. Todos los hombres forman un solo hombre, uno solo, que absorbe las cualidades del individuo, así como una playa cualquiera agrupa lo irrepetible de cada grano de arena. Tal vez los hombres no existan en absoluto. Tal vez haya solo uno, que se disuelve infinitamente.




Crónicas de las licenciada Safo. I Feminología.


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La previsible trayectoria de una traición


La previsible trayectoria de una traición.




La licenciada Safo leía en silencio.

Alrededor, una corte de impacientes seguidoras aguardaban por su opinión, un poco intoxicadas por los exquisitos perfumes que la orbitaban como gruesas nubes de vapor.

La vieja maestra cerró el libro.

—¿Qué puede decirnos al respecto, licenciada?

—Algo que seguramente no querrán oír.

Las seguidoras murmuraron entre ellas, tímidamente. Algunas intuían que la licenciada a menudo perdía el hilo de la conversación, o bien que la desviaba hacia temas adyacentes donde se sentía más cómoda.

Una de muchachas más audaces tomó la palabra.

—El tema es la traición de Beatriz.

La licenciada Safo asintió en silencio.

—¿No piensa decir nada? —insistió la muchacha— Beatriz estuvo casada veinte años. Fue una esposa ejemplar, fiel, dedicada exclusivamente al hogar, a sus hijos y a su marido, que abandonó todos sus sueños, sus estudios, su trabajo, todos sus anhelos, todas sus esperanzas de realización personal, y todo por amor, por convertirse en la ama de casa perfecta, en un apéndice orgánico de un cretino, Mendizábal, que la traicionó con la pedicura de la otra cuadra, Norita.

Durante la exposición de la muchacha la licenciada Safo asintió en silencio.

—¿No piensa decir nada? —repitió la muchacha.

—Una sola cosa. Que a mujeres como Beatriz es casi un deber traicionarlas.




Crónicas de la licenciada Safo. I Feminología: la mujer en el mito.


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Cuando una mujer ya no te necesita


Cuando una mujer ya no te necesita.




—Siento que ella me necesita, licenciada Safo.

La licenciada se acomodó las gafas sobre el puente de la nariz. Luego recordó que detestaba aquel incipiente callo nasal y volvió a colocarlas en su sitio.

Por su expresión se diría que albergaba serias dudas sobre aquella declaración.

—Albergo serias dudas sobre su declaración —dijo.

El hombre descartó el comentario con un gesto de desaprobación.

—Usted no entiende nuestra historia, licenciada. Estuvimos juntos hace muchos años, cuando éramos adolescentes. Yo la dejé, desde luego, por razones obvias. Mis objetivos en la vida eran ambiciosos. Creí, y lo sigo creyendo, que merecía a mi lado una mujer más cercana a mi carácter y temperamento.

—Entiendo.

—La dejé de la manera más brutal. Por aquel entonces yo admiraba a los poetas malditos, de modo que consideré que toda buena ruptura no puede prescindir de una dosis de crueldad.

—Ya veo.

—Sin embargo, reportes confidenciales de ciertos amigos en común me llevan a concluir que ella todavía me necesita.

—¿Qué le hace pensar eso?

—Digamos que después de nuestra ruptura ella no ha conseguido establecer ninguna relación estable. Sé que se reúne con usted y su grupo de seguidoras. Sé también que el recuerdo de nuestra historia juntos continúa inalterable en su memoria, y que me aceptaría sin dudarlo si yo decidiera regresar.

—Por eso usted cree que ella todavía lo necesita.

—Por supuesto. ¿Qué duda le cabe?

—Absolutamente todas.

—¿A qué se refiere, licenciada?

—A que ella conoció brevemente su costado amable, cuando estaban juntos. Si usted decide regresar la hará partícipe de la totalidad del ser nefasto en el que se ha convertido.

—¡Pero ella me necesita!

—Ella no lo necesita en absoluto. Tiene su recuerdo, que vale mucho más que usted.




Filosofía del profesor Lugano. I Crónicas de la licenciada Safo.


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¿Por qué los hombres desaparecen de repente?


¿Por qué los hombres desaparecen de repente?




Abordar el tema en cuestión no fue un asunto fácil. Cada vez que alguien lo insinuaba, o siquiera ladeaba la conversación hacia sus fronteras, el profesor Lugano desaparecía misteriosamente en los sótanos del bar. La excusa, en todos los casos, estaba relacionada con vertiginosos apremios urinarios.

Una muchacha, derivada por la mismísima licenciada Safo, se presentó en nuestro lugar habitual de reunión.

—Ha desaparecido —dijo.

—¿Quién?

—Un hombre.

—¿Su novio? ¿Su marido? ¿Su amante?

—Los tres. Han desaparecido misteriosamente y no logro encontrar una respuesta.

Masticardi aventuró un frío dato estadístico.

—Considero que todos los hombres, aún los más audaces, alguna vez han desaparecido de una relación.

—Eso ya lo sé —dijo la muchacha—. Lo que quiero saber es por qué los hombres desaparecen de repente.

El profesor Lugano regresó del sanitario secándose las manos en el cabello, cuya espesura ralea alarmantemente.

—¡Por fin lo encuentro, profesor! —dijo la chica— Usted es el hombre adecuado para evacuar mis dudas.

—Lo dudo. Sin embargo, la escucho.

—¿Usted alguna vez desapareció de una relación?

—Desde luego. ¿Por quién me toma? ¿Por un cretino?

—Disculpe. Pero intentábamos saber por qué los hombres a veces desaparecen.

—¿La licenciada Safo no se lo explicó?

—No. De hecho, se rehúsa a hablar del asunto.

—No la culpo. Mi última y más repentina desaparición fue con ella.

—¿Por qué lo hizo?

—En general, cuanto mayor era mi interés en una mujer más tiempo desaparecía.

—¿Entonces qué ocurrió con la licenciada?

—Lo inevitable: me enamoré perdidamente, y ya nunca más volví a aparecer.




Filosofía del profesor Lugano. I Crónicas de la licenciada Safo.


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¿Quién manda en el amor?


¿Quién manda en el amor?




La licenciada Safo, envuelta en los vapores aromáticos de sus infusiones, traídas desde los rincones más inaccesibles de la China, escuchaba el debate con indisimulable desinterés.


—No lo llames. —decía una.

—No te rebajes. —añadió otra.

—Ni te humilles.

—Que no piense que estás desesperada. —recomendó una tercera.

—...necesitada.

—...sola.

—...aterrorizada.


Las voces se encimaban unas a otras.


—No le respondas enseguida.

—Se indiferente...

—... insensible.

—... inalcanzable.

—Déjalo que sufra.

—Que te extrañe.

—Que te valore.

—Que sepa quién manda...


La pobre víctima de este conglomerado de opiniones encontradas suspiró, y buscó asilo en la mirada de la licenciada Safo.


—Licenciada, realmente no sé qué hacer. Las hermanas piensan el amor como un juego de poderes, donde cada jugada, por pequeña que sea, puede tener tremendas implicancias en el futuro de la relación. ¿Usted qué opina?

—Que no vale la pena mandar sobre los hombres.


Algunos gritos de alarma se alzaron enérgicamente.


—¡Blasfemia!

—¡Sacrilegio!

—¿Cómo no gobernar sobre los hombres?

—¿Prefiere que seamos nosotras las gobernadas?

—¿...las aplastadas?

—¿...las dominadas?

—¿...las sometidas?

—Mostrar interés en el hombre es firmar la rendición.


La licenciada Safo alzó una mano.

Solo pronunció una frase, que bastó para silenciar el debate.

—Cuando el amor entre dos personas es verdadero no gobierna ninguna: las dos obedecen.




Crónicas de la licenciada Safo. I Feminología.


El artículo: ¿Quién manda en el amor? fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

¿Por qué las mujeres sufren por amor?


¿Por qué las mujeres sufren por amor?




Durante la reunión se habló mucho y se dijo realmente poco, al menos hasta que la licenciada Safo propuso debatir acerca de la enigmática y controversial figura de Cupido, hijo de Afrodita, nada menos que la diosa del amor.

—A él, hermanas, podemos señalarlo como el culpable de todos los desarreglos sentimentales, de todas las penas de amor.

—Pero licenciada, Cupido es el dios del amor, ¿cómo podríamos culparlo de cualquier cosa que no sea favorecerlo?

—¿Usted ha visto alguna representación de Cupido? —preguntó la licenciada.

—Por supuesto.

—Descríbamelo.

—Bueno, en general aparece como un muchacho joven, un niño obeso, juguetón, armado con arco y flecha, sus armas, con las que enciende el deseo en los corazones.

—Usted lo ha dicho, hermana. El aspecto de Cupido representa claramente su espíritu siniestro.

—¿Siniestro? Yo diría que representa algún grado primordial de pureza.

—Una forma elegante de hablar de la estupidez.

—No entiendo como puede razonar de un modo tan cruel, licenciada Safo.

—Todo razonamiento es una forma de crueldad, por supuesto, inofensiva. Las mujeres sufren por amor a causa de Cupido, o mejor dicho, a causa de lo que Cupido o Eros representa.

—¿Todo por un niño regordete?

—No precisamente. Cupido no representa la inocencia, sino la inmadurez. Si nos propusiéramos forjar un mito propio, aquí y ahora, diríamos que las mujeres sufren por amor porque Cupido es un niño que las ha confundido con sus juguetes.




Crónicas de la licenciada Safo. I Feminología.


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«Anatomía del amor»: Helen Fisher; libro y análisis.


«Anatomía del amor»: Helen Fisher; libro y análisis.




—¿Qué ocurriría si pudiésemos trazar una anatomía del amor, licenciada Safo?

—Descubriríamos que el romance es una máscara, una excusa.

—¿Una excusa para qué?

—Para un impulso que los poetas han sublimado. El amor, y sobre todo el deseo, son una necesidad fisiológica que guarda alarmantes similitudes con el sueño o la diarrea...


Observaciones vertidas a propósito de la lectura del libro de la investigadora Helen Fisher: —autora de: Por qué amamos: naturaleza y química del amor romántico (Why We Love: The Nature and Chemistry of Romantic Love)Anatomía del amor (Anatomy of Love), publicado originalmente en 1994 bajo el título: Anatomía del amor: historia natural de la monogamia, el adulterio y el divorcio (Anatomy of Love: A Natural History of Mating, Marriage, and Why We Stray).

Helen Fisher, antropóloga del American Museum of Natural History, examina en Anatomía del amor la historia de las relaciones de pareja desde los albores de la humanidad, revelando los secretos y mitos del romance, que a menudo enmascaran necesidades más bien concretas en la figura del otro.




Anatomía del amor.
Anatomy of Love, Helen Fisher.

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  • https://www.pdfdrive.com/anatom%C3%ADa-del-amor-e34056042.html




Libros de Helen Fisher. I Libros de psicología.


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«¿Las mujeres son humanas?»: Dorothy L. Sayers; libro y análisis


«¿Las mujeres son humanas?»: Dorothy L. Sayers; libro y análisis.




—A veces siento que soy de otro planeta, licenciada Safo. Y creo que muchas otras mujeres sienten lo mismo.

—Es posible. Sin embargo, se trata de una impresión equivocada.

—¿Equivocada? ¿No le parece que vivimos en un mundo cada vez más ajeno?

—Es posible. Pero eso nada tiene que ver con la pregunta que nos hemos planteado: ¿las mujeres son humanas?

—¿Y lo son?

—En mi opinión no hay mejor ejemplo de humanidad que la mujer.

—¿En qué se basa para sostener esa opinión, licenciada?

—En la certeza de que a las mujeres nada humano les resulta indiferente.



Observaciones vertidas a propósito de la lectura del libro: ¿Las mujeres son humanas? (Are Women Human?), de la escritora de Dorothy L. Sayers (1893-1957), libro que ofrece una mirada distinta sobre lo femenino, tal como lo entendía su autora, quien fue fuertemente criticada por el feminismo.




Crónicas de la licenciada Safo. I Feminología.


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«¿Qué quieren las mujeres?»: Daniel Bagner; libro y análisis


«¿Qué quieren las mujeres?»: Daniel Bagner; libro y análisis.




Después de la lectura del libro asignado para aquel encuentro una de las seguidoras de la licenciada Safo arrojó sobre la mesa una consigna, disimulada de confesión, propuesta por Sigmund Freud:


La gran cuestión que no he sido capaz de responder, a pesar de mis treinta años de estudio del alma femenina, es: ¿qué quiere una mujer?

(Die große Frage, die ich trotz meines dreißigjährigen Studiums derweiblichen Seele nicht zu beantworten vermag, lautet: ¿Was will eine Frau eigentlich?)


—Freud llegó tarde a la pregunta, que por otro lado ya había sido atendida en tiempo y forma, naturalmente por una mujer. —dijo la licenciada Safo.

—¿Entonces, licenciada? ¿Qué quieren las mujeres de un hombre?

—En palabras de la reina Cristina de Suecia (1626-1689), capaz de entregar el trono por amor, la cuestión es relativamente sencilla de responder:

¿Qué quieren las mujeres?

Obtener lo que desean.

¿Y qué desean?

Hombres.

¿Por qué?

No porque sean hombres, sino porque no son mujeres.


Observaciones polémicas vertidas a propósito de la lectura de: ¿Qué quieren las mujeres? (What Do Women Want?), libro del investigador y periodista Daniel Bagner, publicado originalmente en 2013 bajo el título: ¿Qué quieren las mujeres? Aventuras en la ciencia del deseo femenino (What Do Women Want? Adventures in the Science of Female Desire); donde se diseminan los últimos hallazgos de la psicología femenina a propósito del deseo, la lujuria, las fantasías y las conexiones emocionales detrás de la libido de las mujeres modernas.




¿Qué quieren las mujeres?
What Do Women Want? Adventures in the Science of Female Desire, Daniel Bagner.
Material relacionado:




Crónicas de la licenciada Safo. I Feminología.


El analisis y resumen del libro de Daniel Bagner: ¿Qué quieren las mujeres? (What Do Women Want?) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Crónicas de la licenciada Safo


Crónicas de la licenciada Safo.




Algunos rumores malintencionados sostienen que licenciada Safo era amante del profesor Lugano, siguiendo ese detestable hábito de describir a la mujer en relación al hombre. En cualquier caso, la licenciada Safo se despegó de la doctrina del profesor, e inauguró una nueva escuela filosófica que merodea las noches del barrio de Chacarita.






¿Quién es la licenciada Safo?

La escuela filosófica de la licenciada Safo está integrada únicamente por mujeres. El grupo, muy temido y respetado por los acólitos del profesor Lugano, se reúne habitualmente en la trastienda de un bar ubicado en las adyacencias del cementerio de Chacarita, donde se debaten temas relacionados con la mística femenina y la psicología masculina en un contexto de acalorada camaradería.

La licenciada Safo, cuya faceta principal es la de una cronista implacable, ha comenzado una feroz campaña por derribar algunos mitos relacionados a la mujer y sus supuestas necesidades emocionales, apuntando directamente a esa rama escandalosa de la literatura comercial que busca atraerlas y, en última instancia, solucionar sus problemas sentenciándolas como sus únicas culpables




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