Cómo manipular a los hombres [sin que vean los hilos]
La partida de ajedrez se desarrolló con toda normalidad. El profesor Lugano despachó rápidamente a dos aspirantes al título barrial y acto seguido nos dispusimos a festejar la victoria.
Hubo alcohol, como siempre, y sustancias narcóticas que la prudencia jurídica exige omitir. Hubo mujeres, excesos cruzados, colectivos, transversales, ubicuos; desenfrenos parciales y de los otros; desmayos, confesiones, despedidas, romances fulminantes, llamados a la cordura y la reagrupación socioeconómica, y en general todas aquellas situaciones y circunstancias que gravitan sobre las tertulias organizadas por el profesor.
El amanecer encontró a unos pocos sobrevivientes todavía lúcidos: don Cosme Arriaga, gerente bancario y dueño de una personalidad tan pulcra y aséptica que rozaba el ascetismo brahmánico; y don Gerardo Martinucci, hombre que aprobaba fervorosamente los amoríos anónimos y los encuentros clandestinos.
La mujer de Arriaga ingresó en el bar con las primeras luces del alba. Solícita, se llevó a su marido del brazo. La esposa de Martinucci, en cambio, entró al establecimiento con el semblante desencajado, profiriendo palabras que sonaron fuertes aún después de semejante quilombo.
—Es increíble como operan las mujeres. ¿Verdad, profesor Lugano?
—¿A qué se refiere?
—A la esposa de Arriaga. El hombre es un asceta para su familia pero perfectamente capaz de acostarse con una mesa de billar si la ocasión fuese propicia. ¿Y qué decir de la señora de Martinucci? Un demonio encolerizado a pesar de que conoció a su marido en una partida ilegal de taba.
—Ya veo, usted quiere decirme que en ocasiones las mujeres juzgan equivocadamente a sus maridos.
—En parte.
—Permítame decirle que es usted quien acaba de formular un juicio equivocado.
—¿Le parece? Arriaga es culpable de toda clase de tropelías, pero su mujer lo considera una vaca sagrada. Martinucci, en cambio, es culpable únicamente de ser sincero con su naturaleza lasciva, y es igualmente condenado por su pareja.
—Martinucci es un hombre inteligente, y hasta la mujer más imbécil es capaz de manipular a un sujeto así. Con la esposa de Arriaga ocurre lo contrario. Es necesario que una mujer sea extremadamente hábil para manipular a un idiota.
La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.
El artículo: Cómo manipular a los hombres fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
1 comentarios:
Excelente relato..
Terminando con una sentencia del poeta R. KIPLING.
SALUDOS
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