El diablo y el callejón de los cornudos.
En esa hora incierta donde la noche, ya madura, comienza a fatigarse, recibimos una inquietante llamada telefónica del profesor Lugano. Empleando términos más bien enérgicos nos pidió que aguardáramos por él en un peligroso callejón de la zona.
Alarmados, obedecimos.
Llegamos al callejón. Un olor nauseabundo brotaba de las alcantarillas como un vaho o un sudor. Se oyeron gritos, un cristal roto, una rata notablemente obesa escurriéndose entre la basura, el paso de unos pies descalzos sobre los adoquines.
Luego nos llegó el estruendo inconfundible de un disparo.
Otro. Y otro más.
Ya comenzábamos a diagramar un sensato plan de escape cuando vimos que el profesor Lugano, con los pantalones bajos y la camisa desabrochada, emergía de las sombras.
—¡Profesor, qué ocurrió! ¿Se encuentra bien?
Otro estruendo.
Una promesa de venganza.
Un gato aterrorizado se perdió en un túmulo de escombros.
—No hay tiempo para cortesías, caballeros. Huyamos.
Dicho esto, un hombre armado apareció por la esquina lanzando maldiciones y subrayándolas con proyectiles que pasaron zumbando sobre nuestras cabezas.
—¿Ése no es Quique, el diablo? —preguntó alguien, mientras nos poníamos a resguardo detrás de un vehículo estacionado— ¿El cuchillero, el malevo, el moroso incobrable, el marido de Norita?
—Si. —confirmó el profesor, echándose cuerpo a tierra.
El aspecto indigno de las ropas del profesor, sumado a la ira diabólica del inglés y los gritos distantes de Norita, que parecían provenir del otro lado de las vías, nos llevó a una conclusión obvia.
—Imposible huir en esa dirección —especuló el profesor, señalando al inglés que seguía disparando contra nosotros—. No tenemos otra alternativa que buscar refugio en dirección al arroyo.
—Pero, profesor, es el territorio de la licenciada Safo. ¿Sabe lo que le espera si llegan a atraparlo? Se dice que sus Amazonas preparan chacinados con las vísceras de los prisioneros, infusiones blasfemas con sus miembros amputados...
—Y caldos con sus pelotas. —añadió otro.
—Es eso o el plomo —dijo el profesor—. Además, Quique no se atreverá a seguirnos si tomamos el camino del arroyo.
—¿Por qué no habría de seguirlo? ¡El diablo está de su lado!
—Porque el amor, aún siendo ilícito, se atreve a transitar caminos por donde ni el mismísimo diablo se atrevería a seguir su presa.
Filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.
El artículo: El diablo el callejón de los cornudos fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
1 comentarios:
Estoy seguro que hablo por más de uno al afirmar que espero con impacientes ansias la batalla de intelectos entre el Profesor Lugano y la Licenciada Safo. ¡Qué deleite filosófico y académico será!
Publicar un comentario