¿De qué se enamoran las mujeres?


¿De qué se enamoran las mujeres?




Tras una larga negociación, en la que no faltaron las admoniciones y las promesas, logramos convencer al profesor Lugano de dar un paseo por el parque.

La comitiva era modesta, apenas cuatro integrantes. El día no era precisamente agradable.

Debatimos algunos asuntos que nos preocupaban: cómo piensan las mujeres, sus placeres secretos, mientras compartíamos un brebaje camuflado para no alertar a las autoridades.

Algo habíamos dicho acerca de qué cosas nos enamoran, pero la discusión se trabó, inexorablemente, cuando intentamos descubrir de qué se enamoran las mujeres.

Finucho, el prerrafaelita de nuestro grupo, de aspecto delicado, enfermizo, melancólico, sostenía que ninguna mujer que se viera atraída por él le parecía interesante. Esa misma atracción le facilitaba una prueba disuasiva.

Íntimamente, Finucho era incapaz de enamorarse de alguien que lo quisiera, no por desconfianza, sino por apatía.

Avivado por el alcohol lo instigamos a acercarse a una muchacha. Ella lo rechazó con gentil firmeza. Minutos después, otro caballero, de aspecto imponente: alto, fornido, de andar prepotente, dominante, con un diámetro de brazos directamente proporcional a la espalda de Finucho, logró conquistarla.

—La pregunta sería por qué esa mujer eligió al hombre de aspecto viril y no al pobre Finucho —preguntó alguien maliciosamente.

—Sería una pregunta fácil de responder —dijo Finucho, abatido.

De repente, Lugano emergió de una siesta improvisada.

—A no desesperar, camaradas. Las mujeres siempre se enamoran de lo mismo.

Naturalmente, esa afirmación captó el interés del grupo.

—La pasión de las mujeres puede despertarse por muchas razones, casi tantas como la cifra de mujeres en el mundo.

—Pero hablamos de amor, profesor, de aquello incierto que enamora a las mujeres. Todas, pienso, parecen caer rendidas ante la exaltación de lo masculino.

—Es verdad, pero solo en parte. La virilidad, esto es, el hombre seguro, varonil, capaz de hacerlas sentir protegidas, cuidadas, es un valor que no debemos desestimar. Sin embargo, estas cualidades operan únicamente al nivel del deseo. En cierta forma, lo más atractivo que una mujer puede encontrar en un hombre viril siempre es un rasgo femenino.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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