¿Por qué todos los hombres son iguales?


¿Por qué todos los hombres son iguales?




—Creo que todas, en mayor o menor grado, podemos convenir en que todos los hombres son iguales.


La licenciada Safo clavó sus ojos, de un extraordinario azul desteñido, sobre la iniciada que había formulado aquella estadística osada.


—Partamos de una hipótesis de trabajo. Supongamos que su afirmación es correcta, es decir, que todos los hombres son iguales —dijo—. El verdadero problema consiste en entender por qué lo son. ¿Alguna de ustedes se anima a ensayar una respuesta?


Las iniciadas se miraron entre sí, con el pudor colectivo de quien teme que sus elucubraciones sean aplastadas por una avalancha de burlas.

Finalmente se atrevieron a opinar sobre la propuesta de la licenciada.


—Porque todos los hombres piensan lo mismo.

—Porque todos los hombres se comportan igual.

—Porque todos los hombres sienten igual.


La licenciada Safo les salió al cruce.


—Esas son características que no alumbran en absoluto la cuestión principal: por qué todos los hombres son iguales. Lo mismo sería intentar explicar por qué algunas aves vuelan afirmando que todas tienen pico.


Una de las inciadas, Matilde, se atrevió a una breve confrontación.


—Tal vez la razón por la que todos los hombres son iguales se deba a que todos, sin excepción, nacieron de una mujer.


Se alzaron feroces reclamos y objeciones.

La licenciada las fue acallando con enérgicos siseos.


—Es cierto —admitió—, todos los hombres nacieron de una mujer, pero eso sigue sin explicar la cuestión. Todos los hombres también nacen y viven bajo el mismo sol, la misma luna, las mismas estrellas, y no creo que podamos culparlas de favorecer o causar esa hipotética uniformidad de la que hablábamos antes.

—¿Por qué no nos da su opinión, licenciada?


La licenciada se calzó las gafas, bebió un largo trago de una infusión que las demás imaginaban intragable, y dijo:


—En principio debo decirles que no creo que todos los hombres sean iguales, aunque admito que, en ciertos terrenos, en ciertas astucias, se parecen bastante. Supongo que si me viese obligada a defender esa postura diria que todos los hombres son iguales porque solos, aislados como individuos, son tan insignificantes como un grano de arena. Todos los hombres forman un solo hombre, uno solo, que absorbe las cualidades del individuo, así como una playa cualquiera agrupa lo irrepetible de cada grano de arena. Tal vez los hombres no existan en absoluto. Tal vez haya solo uno, que se disuelve infinitamente.




Crónicas de las licenciada Safo. I Feminología.


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