El día que Afrodita lloró por amor: historia de la flor del viento

El día que Afrodita lloró por amor.




Cuenta la leyenda que Afrodita, la diosa del amor, jugaba con su hijo, Cupido, cuando accidentalmente se hirió con una de sus flechas.

La herida resultó ser más profunda de lo que ella pensaba, y aún no había sanado por completo cuando las Moiras, las diosas del destino, decidieran que ése era el momento indicado para que Afrodita se encontrara con Adonis, un joven y apuesto cazador de vida errante.

Afrodita se enamoró inmediatamente de él.

Repentinamente dejó de vagar por sus lugares favoritos: Pafos, Cnido y Amathos; incluso se ausentó durante un tiempo del Olimpo y sus monótonos banquetes de ambrosía.

Afrodita llegó a preferir la compañía de Adonis sobre cualquier otra actividad. En secreto seguía el rastro de las huellas de su amante, adoraba su sombra como si fuesen jirones oscuros del alma inconmensurable de Zeus.

Ella, que sólo deseaba acostarse bajo los árboles sin otra preocupación que cuidar de sus encantos, vagaba ahora por bosques y páramos vestida como Artemisa, la cazadora, llamando a sus perros, matando liebres y venados, aunque manteniéndose prudentemente alejada de lobos, osos, y otras fieras enemigas de los rebaños.

Pero el orgulloso Adonis, cazador temerario y altivo, jamás tembló ante la presencia de los terribles animales que habitaban por entonces en Grecia.

Adonis era demasiado altivo para escuchar consejos de Afrodita. Cierto día, sus perros lograron sacar a un jabalí de su guarida, el joven arrojó el venablo e hirió al animal en las costillas. Pero la feroz bestia consiguió arrancarse el arma con los dientes y se lanzó en persecución del joven cazador.

Adonis corrió veloz como los vientos del Parnaso, sin embargo, su destino estaba escrito: el jabalí le dio alcance, hundió sus colmillos en la delicada piel del desdichado y lo dejó moribundo sobre los pastos de la llanura.

Afrodita, montada en su carro celestial tirado por cisnes, iba camino a Chipre cuando oyó los lamentos agónicos de Adonis viajando en alas del viento, y a toda velocidad torció su rumbo hacia el oeste.

Desde la altura divisó el cuerpo sin vida de Adonis, quebrado y bañado en sangre. Descendió, desesperada, y se inclinó junto a él.

El espíritu de Adonis había abandonado su templo.

Afrodita acarició la piel fría y ausente, y lloró como ninguna diosa había llorado.

Finalmente, Afrodita se puso de pie, y con la terrible melodía de su voz le reprochó a las Moiras:


Vuestra victoria no será completa. El recuerdo de mi dolor perdurará, y mis lamentos se escucharán hasta el fin del mundo. Tu efímera sangre mortal será eterna, Adonis, delicada, renaciendo perpetuamente, como una flor.


Y diciendo esto besó las heridas de Adonis, que ondularon como las aguas de un estanque cuando las acaricia el rocío.

De allí nació una flor, púrpura como la aurora, pero de corta vida. Se dice que Afrodita aún clama por Adonis desde los cielos, y que su voz se alza una vez al año, viajando con el viento y acariciando los pétalos de su amante, invitándolo a despertar.

Por eso a esta flor se la llama Anémona, que en griego significa "flor del viento".




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