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«La última casa en la calle C»: Dinah Craik; relato y análisis


«La última casa en la calle C»: Dinah Craik; relato y análisis.




La última casa en la calle C. (The Last House in C— Street) es un relato de fantasmas de la escritora inglesa Dinah Craik (1826-1887), publicado originalmente en la edición de agosto de 1856 de la revista literaria Fraser's Magazine, y luego reeditado en la antología de 1857: Nada nuevo (Nothing New).

La última casa en la calle C., uno de los grandes cuentos de Dinah Mulock, emplea casi todos los recursos del relato de fantasmas del siglo XIX —incluidas las casas embrujadas—, pero con una vuelta de tuerca sumamente interesante. En resumen: La última casa en la calle C. narra la historia de Dorothy, una mujer profundamente enamorada y desgarrada por tremendas tensiones familiares, a tal punto que desoye el llamado de su familia, el cual, por cierto, no parece provenir de este mundo.

En este sentido, la sutil ironía de Dinah Craik plantea una duda respecto de la realidad de aquel mensaje fantasmagórico que recibe la protagonista, sin embargo, tanto la atmósfera como el lento y progresivo avance de lo ominoso en el relato conducen al lector a admitir, al menos, la inquitante posibilidad de que los fantasmas realmente existan después de todo.




La última casa en la calle C.
The Last House in C— Street, Dinah Craik (1826-1887)

Habitualmente no creo en fantasmas; no veo el motivo. Aparecen, o dicen que aparecen, tan irrelevantes, tan sin propósito, tan ridículos, que tanto el sentido común como el sentido sobrenatural sobre los asuntos del otro se rebelan del mismo modo.

Además, nueve de cada diez historias de fantasmas se explican fácilmente, y en la décima, cuando fallan todas las explicaciones naturales, una se inclina, habiendo descubierto la extraordinaria dificultad que existe en esta sociedad en entender ese asunto tan resbaladizo que llamamos hechos, a sacudir la cabeza incrédulamente, diciendo: ¡Pruebas! ¡Es una cuestión de pruebas!

Pero mi incredulidad no surge de un escepticismo tozudo o de desprecio sobre la posibilidad, por improbable que sea, de que existan las impresiones o comunicaciones provenientes de un espíritu totalmente inmaterial, lo que vulgarmente se llama un «fantasma». No hay credulidad más ciega ni ignorancia más infantil que la del sabio que intenta medir el cielo y la tierra y todo lo que hay bajo ella con la limitada vara de medir de su cerebro. ¿Acaso nos atrevemos a discutir sobre cualquier misterio del universo diciendo: Es inexplicable, y por lo tanto imposible?

Asumiendo estas opiniones, aunque sólo como opiniones, estoy a punto de relatar lo que debo confesar que a mí me parece una auténtica historia de fantasmas; sus pruebas externas y circunstanciales son indisputables, mientras que sus causas y resultados psicológicos, aunque no son fáciles de narrar, son más difíciles de explicar. El fantasma, como el de Hamlet, era un espíritu honesto. De su hija, una anciana dama quien, ¡bendita sea su buena y gentil memoria!, ha aprendido desde entonces los secretos de todas las cosas, oí esta historia verdadera.

—Querida —me dijo la señora MacArthur (era en los primeros días que las mesas se movían, cuando los jóvenes se burlaban y los mayores se escandalizaban ante la idea de invocar a la mesa del salón a los ancestros fallecidos y descubrir las maravillas del mundo angélico por los movimientos de un sombrero o los giros de un plato)—, querida, no me gusta jugar con fantasmas.

—¿Por qué no? ¿Cree en ellos?

—Un poco.

—¿Alguna vez ha visto alguno?

—Nunca. Pero una vez oí...

Parecía hablar en serio, como si no le hubiese gustado hablar de ello, tanto por una sensación de respeto como por miedo al ridículo; pero nadie podría haberse reído de las ilusiones de una gentil anciana que nunca le había dirigido una palabra desagradable o satírica ni a un alma. Y su evidente respeto era extraordinario en una persona que poseía tantísimo sentido común, tan poca fantasía y ninguna imaginación. Sentí mucha curiosidad por oír la historia de fantasmas de MacArthur.

—Querida, fue hace mucho tiempo, tanto que quizá crea usted que olvido y confundo las circunstancias, pero no es así. A veces creo que una recuerda más claramente sucesos ocurridos en la juventud (aquel año tenía yo dieciocho años) que muchos eventos más cercanos. Y además, tenía otros motivos para recordar vívidamente todo lo que tuvo que ver con aquellos años, pues debe saber que estaba enamorada.

Me miró con una sonrisa apacible y de reproche, como esperando que mi juventud no lo considerase algo tan imposible o ridículo. No, estaba muy interesada.

—Enamorada del señor MacArthur —dije, sin que fuese una pregunta, pues era aquel momento arcádico de la vida en que una toma como necesidad natural, como verdad indiscutible, que todo el mundo se casa con su primer amor.

—No, querida; no del señor MacArthur.

Yo me quedé tan pasmada, tan completamente asombrada, pues había tejido un cierto ideal alrededor de mi buena y vieja amiga, que me quedé cinco largos minutos mirando tejer en silencio a Mrs. MacArthur. Mi sorpresa no fue a menos cuando dijo con una sonrisa:

—Era un joven caballero de posibles y me tenía mucho cariño; más bien, estaba orgulloso. Pues aunque no lo crea, querida, en aquellos tiempos yo era una belleza.

No lo dudé. El cuerpo pequeño, las manos y pies diminutos; de verla por la espalda, uno hubiese tomado a Mrs. MacArthur por una jovencita aún. Ciertamente, los miembros de la generación anterior vivían más calmada y tranquilamente que nosotros.

—Sí, era la belleza de Bath. El señor Everest se enamoró de mí allí. Yo estaba encantada, porque justo había terminado de leer Cecilia, y pensé que él era igual que Mortimer Delvil. Una historia preciosa, Cecilia, ¿la ha leído?

—No —y, para que empezase su historia, salté a la única conclusión que podía reconciliar el hecho de que hubiese tenido un amante apellidado Everest y ahora fuese la señora MacArthur—. ¿Ése fue el fantasma que vio?

—No, querida, no; gracias a Dios, sigue vivo. Me llama a veces; ha sido un buen amigo de nuestra familia. ¡Ah! —con un lento movimiento de cabeza, medio complacida, medio pensativa—, no se creería, querida, lo buen mozo que era.

No pude sonreír ante la extraña frase, que hablaba de novelas del siglo pasado y de los amores de nuestras bisabuelas. Escuché pacientemente los distraídos recuerdos que seguían retrasando el comienzo de la historia de fantasmas.

—Pero, señora MacArthur, ¿fue en Bath donde usted vio o escuchó lo que creo que va a contarme? Ya sabe, donde vio el fantasma.

—No lo llame así; parece que se estuviese burlando de ello. Y no debe hacerlo, pues es muy real, tan real como que ahora estoy aquí sentada, una anciana de setenta y cinco años, y que entonces era una jovencita de dieciocho. No, querida, se lo voy a contar.


Estábamos en Londres mis padres, el señor Everest y yo. Él los había convencido para que me llevasen; quería enseñarme el mundo, aunque no era más que un mundo estrecho, querida (pues él era un estudiante de Derecho, que vivía con poco y trabajaba mucho). Alquiló un alojamiento para nosotros cerca del Colegio de Abogados; en la última casa de la calle C., cerca del río. Le gustaba mucho el río, y algunas noches, cuando tenía demasiado trabajo y no podía permitirse llevarnos a Ranalegh o al teatro, solía pasear con mis padres y conmigo, arriba y abajo, por los Jardines del Colegio.

¿Has estado alguna vez en los Jardines del Colegio de Abogados? Ahora es un lugar muy bonito, un rincón silencioso y gris en medio del ruido y el alboroto; las estrellas se ven maravillosas a través de aquellos grandes árboles, pero ya no es como era antes, cuando yo era niña. Fue ahí, querida, donde dimos nuestro último paseo (mi madre, el señor Everest y yo) antes de que ella volviese a casa, a Bath. Estaba muy impaciente e inquieta por irse, siendo como era tan delicada para las diversiones de Londres. Además, tenía varios hijos en casa, de los cuales yo era la mayor, y esperábamos con ansia al más joven en un mes o dos. Sin embargo, mi querida madre había viajado conmigo, me había llevado a todos los espectáculos y monumentos que yo, una niña vigorosa y feliz, anhelaba ver, y los disfrutó casi tanto como yo.

Pero aquella noche estaba pálida, bastante seria y muy decidida a volver a casa. Hicimos cuanto pudimos por persuadirla de lo contrario, pues la noche siguiente iba a tener lugar la guinda de todas nuestras diversiones en Londres: ¡íbamos a ver Hamlet a Drury Lane, con John Kemble y Sarah Siddons! Piénselo, querida. ¡Ah! Ahora no se ven cosas así. Incluso mi serio padre ansiaba ir, e insistió, a su tímida manera, en que deberíamos posponer nuestra partida. Pero mi madre estaba decidida.

Al fin el señor Everest dijo —y podría mostrarle el sitio exacto en que se encontraba, el río (la marea estaba alta) lamía los muros y el sol de la tarde se reflejaba en las casas de Southwark enfrente—, dijo (estaba equivocado, naturalmente, pero estaba enamorado, y podía perdonársele): Señora es la primera vez que veo que sólo piensa en usted misma.

—¿En mí misma, Edmond?

—Discúlpeme, pero ¿no le sería posible regresar a su casa dejando atrás, sólo por dos días, al señor White y a la Señorita Dorothy?

—Dejarlos aquí —meditó sus palabras—. ¿Tú qué dices, Dorothy?

Yo no dije nada. La verdad es que no me había separado de ella en mi vida. Nunca se me había pasado por la cabeza querer separarme de ella, o disfrutar de ningún placer sin ella, hasta los últimos tres meses. Pero entonces vi al señor Everest, y me detuve.

—Por favor, continúe, señorita Dorothy.

No, no podía. Parecía tan afligido, tan dolido, y habíamos sido tan felices juntos. Además, quizá no volviésemos a vernos en años, pues el viaje entre Londres y Bath era largo, incluso para los amantes, y él trabajaba mucho. Tenía pocos placeres en la vida. Ciertamente parecía egoísta por parte de mi madre. Aunque mis labios no dijeron nada, quizá mi mirada triste dijo demasiado, y mi madre se dio cuenta. Anduvo con nosotros unos pocos metros, lenta y pensativamente. Podía verla, con su rostro pálido y cansado bajo los lazos color cereza de su capucha. De joven había sido muy hermosa, y aún lo era. ¡Mi querida y buena madre!

—Dorothy, no hablemos más de esto. Lo siento mucho, pero debo volver a casa. Sin embargo, persuadiré a tu padre de que se quede contigo hasta el fin de semana. ¿Te parece bien?

No, fue el primer impulso filial de mi corazón; pero el señor Everest me apretó el brazo con una mirada tan suplicante que casi contra mi voluntad respondí: Sí.

El señor Everest abrumó a mi madre con su felicidad y gratitud. Ella paseó un rato más, apoyándose en su brazo, pues le apreciaba mucho; luego quedó parada mirando el río, a un lado y a otro.

—Supongo que éste es mi último día en Londres. Gracias por haber cuidado tan bien de mí. Y cuando haya regresado a casa, por favor, oh, Edmond, cuide muy bien de Dorothy.

Esas palabras y el tono en el que las pronunció se grabaron en mi mente. Primero, por gratitud, no exenta de remordimiento, como si yo no hubiese sido tan considerada con ella como ella lo había sido conmigo; pero a menudo erramos, querida, al insistir demasiado en esa palabra. Nosotros, criaturas mortales, sólo tenemos que enfrentarnos al ahora. Nada que ver con después. En este caso, he cesado de culparme a mí o a otros. Fuese lo que fuese, siendo pasado, debía ocurrir así, y no podría haber sido de otro modo.

Mi madre se volvió a casa a la mañana siguiente, sola. Nosotros la seguiríamos unos días después, aunque ella no nos permitió decidir ningún día concreto. Su partida fue tan precipitada que no recuerdo nada sobre ella, excepto su respuesta al urgente deseo de mi padre, casi una orden, de que si ocurría algo se lo hiciese saber inmediatamente.

—Bajo cualquier circunstancia, esposa —reiteró—, ¿lo prometes?

—Lo prometo.

Aunque cuando se fue, mi padre declaró que no habría hecho falta que mi madre lo dijese, dado que casi habríamos llegado a casa para cuando el lento coche de Bath pudiese traernos una carta. Pero estaba bastante inquieto al no estar acostumbrado a la ausencia de mi madre en toda su feliz vida de casados. Le complacía, como a la mayoría de los hombres, culpar a cualquiera excepto a sí mismo, y durante todo el día y el siguiente, estuvo malhumorado a ratos tanto con Edmond como conmigo; pero lo soportó, y pacientemente.

—Todo se arreglará cuando le llevemos al teatro. No tiene ningún motivo para sentirse inquieto por ella. Tu madre, Dorothy, ¡qué mujer tan adorable y hermosa!

Me alegré de oír hablar así a mi amor, y pensé que difícilmente podría haber una joven tan afortunada como yo.

Fuimos al teatro. Ah, ahora ya no saben lo que es una obra. Nunca han visto a John Kemble ni a la señora Siddons. Aunque en vestuario y aspecto era muy inferior al Hamlet que me llevó a ver la semana pasada, querida, y recuerdo perfectamente haber estado a punto de reírme durante la escena más solemne, porque se hacía muy evidente que el Fantasma había bebido. Curiosamente, nada de lo que sucedió a continuación, ningún suceso posterior, me borró de la mente la vívida impresión de mi primera obra de teatro. Resulta llamativo que la obra fuese Hamlet.

¿Cree que Shakespeare creía en lo que la gente llama fantasmas? En fin, ojalá entendiese usted con exactitud mi posición aquella noche: una jovencita con la cabeza llena del hechizo de la escena, con su corazón no menos absorbido. El señor Everest había cenado con nosotros, dejándonos a ambos del mejor humor; de hecho mi padre se había ido a la cama, riéndose con ganas recordando las payasadas del señor Grimaldi, que casi habían borrado de su recuerdo a la Reina y a Hamlet, pues lo ridículo siempre deja una huella mucho más profunda que lo horroroso o lo sublime.

Estaba sentada, déjeme pensar, en la ventana, hablando con mi doncella Patty, que me estaba cepillando el pelo. La ventana estaba medio abierta y tenía vistas al Támesis; y, como la noche de verano era muy cálida y estrellada, era casi como estar sentada al aire libre. Nada del sobrecogimiento que da la soledad de una habitación cerrada a medianoche, cuando todos los ruidos se magnifican, y todas las Sombras parecen estar vivas.

Como decía, habíamos estado charlando y riendo, pues Patty y yo éramos muy jóvenes y ella también estaba enamorada. Ella, como todos en nuestra casa, admiraba al señor Everest. Yo acababa de reñirla, medio en broma, ante sus elogios al señor Everest, cuando el reloj de San Pablo tronó sobre el silencioso río.

—Las once —dijo Patty—. Es terriblemente tarde, señorita Dorothy: no son horas propias en Bath.

—Madre se habrá metido en la cama hace una hora —dije yo, con un cierto autorreproche por no haber pensado en ella hasta entonces.

Al minuto siguiente, mi doncella y yo nos incorporamos de un salto exclamando simultáneamente.

—¿Ha oído eso?

—Sí, un murciélago chocando contra la ventana.

—Pero el enrejado está abierto, señorita Dorothy.

Y estaba abierto, y no había cerca pájaro ni murciélago alguno, sólo la silenciosa noche de verano, el río y las estrellas.

—Estoy segura de haberlo oído. Y creo que era como... como si alguien llamara.

—¡Tonterías, Patty! —pero también me lo había parecido a mí, aunque había dicho que era un murciélago.

Sonó exactamente como unos dedos contra un vidrio: dedos suaves y gentiles como cuando, al ir de paso hacia su jardín, mi madre solía golpear en la ventana del cuarto de estudio en casa.

—Me pregunto si padre habrá oído algo. El pájaro, ya sabes, Patty, ¿habrá volado también hasta su ventana?

—¡Oh, señorita Dorothy! —Patty no se dejaba engañar.

Le di el cepillo para que terminase con mi pelo, pero la mano le temblaba demasiado. Cerré la ventana y ambas nos quedamos sentadas mirando hacia ella. En ese momento, distinta, clara e inconfundiblemente, como una persona que llama al pasar, oímos de nuevo el repiqueteo en el cristal. Pero no se veía nada; ni una sola sombra se interpuso entre nosotras y el aire nocturno, la brillante luz de las estrellas.

Estaba inquieta, y sobrecogida, pero no asustada. El ruido me proporcionó un inexplicable deleite. Pero apenas había tenido tiempo de reconocer mis sentimientos, y menos aún de analizarlos, cuando un sonoro grito llegó de la habitación de mi padre.

—Dolly. ¡Dolly!

Mi madre y yo teníamos el mismo nombre, pero él siempre la llamaba por ese mote cariñoso; yo era invariablemente Dorothy. Aun así, no me paré a pensar y corrí a su puerta cerrada y llamé. Pasó mucho tiempo antes de que él se diese cuenta, aunque le podía oír hablando solo y gimiendo. Solía sufrir de pesadillas, especialmente antes de sus ataques de gota. Así mi primera causa de alarma se tranquilizó. Me quedé escuchando, golpeando la puerta a intervalos, hasta que al fin contestó:

—¿Qué quieres, niña?

—¿Te ocurre algo, padre?

—Nada. Vuelve a tu cama, Dorothy.

—¿No me has llamado? ¿No quieres que venga nadie?

—A ti no. ¡Oh, Dolly, mi pobre Dolly! —y parecía estar casi sollozando—. ¿Por qué te he permitido dejarme?

—Padre, ¿no irás a ponerte enfermo? No será la gota, ¿verdad? (pues ésos eran los momentos en que más llamaba a mi madre y, ciertamente, era totalmente imposible de tratar por nadie más que ella).

—Vete. Vuelve a tu cama, niña; no te he llamado.

Creí que estaría enfadado conmigo por haber sido en cierto modo el motivo de nuestro retraso y me retiré sintiéndome miserable. Patty y yo nos quedamos despiertas un buen rato, hablando de la terrible perspectiva de mi padre sufriendo un ataque de gota en nuestro alojamiento en Londres, con sólo nosotras para cuidarlo y mi madre lejos. Nuestra alarma era tan grande que prácticamente olvidamos la curiosa circunstancia que nos había reunido hasta que Patty habló desde su cama en el suelo.

—Creo que el señor va a ponerse muy enfermo y eso, ya sabe, fue un aviso. ¿Cree que fue un pájaro, señorita Dorothy?

—Muy probablemente. Venga, Patty, vámonos a dormir.

Pero yo no dormí, pues durante toda la noche oía a mi padre gemir a intervalos. Estaba segura de que era la gota, y deseé con todo mi corazón que nos hubiésemos ido a casa con mamá. ¡Imagine mi sorpresa cuando, muy temprano, le oí levantarse y bajar, como si nada le afligiese! Lo encontré sentado a la mesa con su abrigo de viaje, muy ojeroso y cansado, pero evidentemente decidido a viajar.

—Padre, ¿no pretenderá irse a Bath?

—Sí.

—Pero el coche no sale hasta la noche —grité, alarmada—. No podemos.

—Entonces tomaré el coche correo. Debemos irnos dentro de una hora.

¡Una hora! El cruel dolor de partir (querida, me temo que solía sentir las cosas agudamente cuando era joven) me traspasó completamente. Una sola hora, y tenía que decirle adiós a Edmond; una de esas despedidas que rompen el corazón cuando parece que dejamos atrás la mitad de nuestra joven vida, olvidando que la verdadera partida es cuando ya no queda amor del que separarse. Unos años, y me preguntaba cómo podía haberme arrastrado y llorado en tan intolerable agonía ante la mera despedida de Edmond, quien me amaba.

Cada minuto se me hizo un día hasta que llegó, como de costumbre, a desayunar. Mis ojos rojos y el baúl atado de mi padre se lo explicaron todo.

—Doctor Thwaite, ¿no pensará irse?

—Pues sí —repitió mi padre.

Estaba sentado, entristecido, apoyándose en la mesa. Ni siquiera había probado su desayuno.

—Bueno, no hasta el coche nocturno, ¿cierto? Quería llevarles a usted y a la señorita Dorothy a ver al señor Benjamin West, el pintor del rey.

—Deja tranquilos a los pintores y a los reyes, muchacho; yo me voy a casa con mi Dolly.

El señor Everest usó muchos argumentos, alegres y tristes, a los que yo me aferraba con total convicción y esperanza. Siempre decía las cosas muy claramente; era un hombre de muchos más recursos intelectuales que mi padre, y tenía una gran influencia sobre él.

—Dorothy —me susurró—, ayúdame a persuadir al doctor. Es tan poco el tiempo que le ruego, sólo unas pocas horas, y antes de una separación tan larga.

Ay, más larga que la que él o yo creíamos.

—Niños —gritó mi padre al fin—, sois un par de necios. Esperad a haber estado casados veinte años. Debo ir con mi Dolly. Sé que algo ocurre en casa.

Debería haberme alarmado, pero vi sonreír al señor Everest; y, además, yo aún me sentía arrebolada por su cariñosa mirada cuando mi padre habló de que estuviésemos casados veinte años.

—Padre, sin duda no tienes razón para creer eso. Si la tienes, dínosla.

Mi padre levantó la cabeza y me miró a la cara apesadumbrado.

—Dorothy, anoche, tan claramente como te veo a ti ahora, vi a tu madre.

—¿Es eso todo? —exclamó el señor Everest, riendo—. Bueno, mi buen señor, claro que lo hizo: estaba soñando.

—No me había dormido.

—¿Cómo la vio?

—Entrar en la habitación como solía entrar en el dormitorio de casa, con la vela en la mano y el bebé dormido en sus brazos.

—¿Dijo algo? —preguntó el señor Everest, con otra sonrisa bastante irónica—. Recuerde, había visto Hamlet anoche. Sin duda, señor, sin duda, Dorothy, fue un simple sueño. Yo no creo en fantasmas; sería un insulto al sentido común, a la sabiduría humana; no, incluso a la misma Divinidad.

Edmond hablaba tan seria, tan justa, tan cariñosamente, que por fuerza le creí; e incluso mi padre comenzó a sentirse bastante avergonzado de su propia debilidad. ¡Él, un médico, cabeza de familia, rendirse a una simple superstición, brotada probablemente de una cena caliente y un cerebro demasiado excitado! A la misma causa atribuyó el señor Everest el otro incidente, que le conté reluctante.

—Querida, fue un pájaro, tan sólo un pájaro. Uno voló hasta mi ventana la primavera pasada; se había herido y lo atrapé, lo alimenté y lo cuidé. Era una cosita tan preciosa y gentil que me recordó a Dorothy.

—¿De verdad? —dije yo.

—Y al fin se curó y salió volando.

—¡Ah! Entonces no era como Dorothy.

Así, una vez convencido mi padre, no resultó difícil convencerme a mí. Resolvimos quedarnos hasta la noche. Edmond y yo, con mi doncella Patty, paseamos juntos, sobre todo por la Galería del señor West, y por la silenciosa sombra de los Jardines del Colegio de Abogados. Y si por aquellas cuatro horas robadas y su dulzura, sufrí posteriormente indecibles remordimientos y amarguras, me he perdonado completamente, porque sé que mi querida madre me habría perdonado hace mucho tiempo.



La señora MacArthur se detuvo, se limpió los ojos y continuó hablando más flemáticamente, como hablan los ancianos, de lo que lo había venido haciendo.

—Bueno, querida, ¿por dónde iba?

—Por los Jardines del Colegio de Abogados.

—Sí, sí. Bueno, volvimos a casa a cenar. Mi padre siempre disfrutaba de su cena, y de su siesta posterior; ya casi se había recuperado por completo; sólo parecía cansado por la falta de reposo. Edmond y yo nos sentamos en la ventana, mirando las gabarras y las barcas en el Támesis; entonces no había barcos a vapor.

»Alguien llamó a la puerta con un mensaje para mi padre, pero él dormía tan profundamente que no lo oyó. El señor Everest fue a ver qué era; yo me quedé ante la ventana. Recuerdo mecánicamente ver la vela roja de una barcaza que bajaba por el río, pensando con súbita angustia lo vacía que parecía la habitación ahora que Edmond no estaba allí. Al regresar, tras una ausencia curiosamente larga, no me miró, sino que fue directo a mi padre.

»—Señor, es casi la hora de salir (¡oh, Edmond!). Hay un coche en la puerta y, discúlpeme, pero creo que debería irse deprisa.

»Mi padre se puso en pie de un salto.

»—Señor, no hay necesidad de angustiarse, pero he recibido noticias. Ha tenido otra hija, señor, y...

»—¡Dolly, mi Dolly!
»Sin otra palabra, mi padre salió corriendo sin su sombrero, saltó al coche correo que le esperaba y partió.

»—¡Edmond! —jadeé.

»—Pobrecita mía… ¡mi Dorothy!

»Por la ternura de su abrazo, no como de amado, sino de hermano… por sus lágrimas, pues las podía sentir en mi cuello, supe, como si me lo hubiese dicho, que nunca volvería a ver a mi querida madre.



—Había muerto en el parto —continuó la anciana tras una larga pausa—. Murió por la noche, en el mismo instante en que yo había oído los golpes en la ventana, y mi padre había creído verla entrar en su habitación con un bebé en los brazos.

—¿El bebé también había muerto?

—Eso creyeron entonces, pero no.

—¡Qué historia tan extraña!

—No le pido que la crea. Cómo y por qué y qué fue no sabría decírselo; sólo sé que fue así.

—¿Y el señor Everest? —pregunté, no sin dudarlo.

La anciana sacudió la cabeza:

—Ah, querida, pronto aprenderá que muy, muy raramente, se casa una con su primer amor. Desde aquel día, no volví a ver al señor Everest en veinte años.

—Pero...

—No le censure; no fue culpa suya. Verá, después de aquello, mi padre le tomó inquina. No sin razón, quizá; y ella no estaba allí para poner las cosas en su sitio. Además, mi propia conciencia me recriminaba, y había seis niños en casa, y la recién nacida no tenía madre, así que al fin me hice a la idea. Le hubiese amado igual si hubiésemos esperado veinte años, pero él no veía las cosas así. No le culpe, querida, no le culpe. Quizá fuese para bien, tal como salieron las cosas.

—¿Se casó?

—Sí, unos años después; y quiso mucho a su esposa. Cuando yo tenía unos treinta y uno, me casé con el señor MacArthur. Así que ninguno fuimos desgraciados, ya ve. Al menos, no más que la mayoría de la gente; y después nos convertimos en sinceros amigos. El señor y la señora Everest vienen a verme casi todos los sábados. Pero, chiquilla atontada, ¿pues no está llorando?

Sí, lloraba.

Pero no por la historia de fantasmas.


Dinah Craik (1826-1887)




Relatos góticos. I Relatos de Dinah Craik.


Más literatura gótica:
El análisis y resumen del cuento de Dinah Craik: La última casa en la calle C. (The Last House in C— Street), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Poemas de treinta años»: Dinah Craik; libro y análisis


«Poemas de treinta años»: Dinah Craik; libro y análisis.




Poemas de treinta años (Poems of Thirty Years) es una colección de poemas victorianos de la escritora inglesa Dinah CraikDinah Maria Craik (1826-1887)—, publicado en 1881.

La antología agrupa algunos de los poemas de Dinah Craik más destacados de su vasta producción literaria, situada en la vanguardia de la novela feminista de la época, e integrando algunos elementos y características del romanticismo con la novela gótica.

Poemas de treinta años reúne lo mejor de la poesía de Dinah Craik, en parte, lírica, y a la vez simple, sentimental, ocupada de asuntos cotidianos, incluso domésticos, que lograron una enorme popularidad en su tiempo.




Poemas de treinta años.
Poems of Thirty Years, Dinah Craik (1826-1887)
  • En lo profundo del valle (Deep in the Valley)
  • Los años (The Years)
  • Mortalidad (Mortality)
  • Solo una mujer (Only a Woman)
  • Un sueño de muerte (A Dream of Death)
  • Buena semilla (Good Seed)
  • Caoinne sobre un jefe irlandés (Caoinne Over an Irish Chieftain)
  • Canción de las horas (Song of the Hours)
  • Canción de marcha (A March Song)
  • Douglas, Douglas, tierno y sincero (Douglas, Douglas, tender and true)
  • El crisantemo (The Chrysanthemum)
  • El esclavo africano (The African Slave)
  • El jardín en el camposanto (The Garden in the Churchyard)
  • El lirio (The Water-Lily)
  • El llanto de la tierra (The Cry of the Earth)
  • El sabbath campestre (The Country Sabbath)
  • El sueño del huérfano (The Dream of the Orphan)
  • El trovador y su golondrina (The Troubadour and his Swallow)
  • Encuentro de Dante y Casello en el Purgatorio (Dante's Meeting with Casello in Purgatory)
  • Envejeciendo juntos (Growing Old Together)
  • Felicidad (Happiness)
  • Felipe, mi rey (Philip my King)
  • Inglaterra recibe al genio americano (England's Welcome to American Genius)
  • La batalla de Langsyde (The Battle of Langsyde)
  • La doncella y la rosa (The Maiden and the Rose)
  • La esperanza de inmortalidad del doliente (The Mourner's Hope of Immortality)
  • La esposa del pastor (The Shepherd's Wife)
  • La madre griega (The Greek Mother)
  • La misión del poeta (The Poet's Mission)
  • La resignación de una madre (A Mother's Resignation)
  • La rosa dorada (The Golden Rose)
  • Las seis doncellas (The Six Maidens)
  • Los hijos sin madres (The Motherless Children)
  • Memoria (Memory)
  • Odiosa primavera (Hateful Spring!)
  • Perdonar uno a otro (Forgive One Another)
  • Plegarias por todos los hombres (Prayers for all Men)
  • Robert Bruce coronado por la condesa de Buchan (Robert Bruce Crowned by the Countess of Buchan)
  • Una alegoría griega (A Greek Allegory)
  • Una canción junto al fuego (A Fire-Side Song)
  • Una respuesta (An Answer)
  • Un barcarole (A Barcarole)
  • Un himno (A Hymn)
  • Versos (Verses)




Libros de poemas. I Poemas de Dinah Craik.


El análisis y resumen del libro de Dinah Craik: Poemas de treinta años (Poems of Thirty Years), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Dinah Craik: poemas destacados


Dinah Craik: poemas destacados.




Dinah Craik (1826-1887) —en realidad, Dinah Maria Mulock Craik—, fue una de las más destacadas autoras inglesa de la era victoriana.

Si bien esta magnífica escritora es mucho más reconocida por sus novelas y cuentos, también es cierto que los poemas de Dinah Craik se encuentran entre los más importantes de la época.

En este segmento de El Espejo Gótico repasaremos algunos de los más destacados poemas de Dinah Craik, una autora que realmente vale la pena conocer.




Poemas destacados de Dinah Craik:




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


El artículo: Dinah Craik: poemas destacados fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Un sueño de muerte»: Dinah Craik; poema y análisis.


«Un sueño de muerte»: Dinah Craik; poema y análisis.




Un sueño de muerte (A Dream of Death) es un poema de muerte de la escritora inglesa Dinah Maria Mulock Craik (1826-1887), publicado en la antología de 1867: Poemas (Poems).

Un sueño de muerte es considerado como uno de los mejores poemas de Dinah Craik.





Un sueño de muerte.
A Dream of Death, Dinah Craik (1826-1887)

¿Hacia dónde navegaremos? —Así dijo, creí,
Una voz que sólo podría ser oída en sueños:
Y nos deslizamos sin mástil ni remos,
Un bote maravilloso sobre un espléndido mar.

De pronto la orilla se torció hacia una bahía,
Amplia, tranquila, con magníficas algas ondeando
Bajo el agua, como los pensamientos que se agitan
En el misterioso y profundo corazón de los poetas.

Tan quieta, tan justa, tan rosada en el alba
Dormía esa bahía brillante: aunque parecía respirar,
Tal vez del aire, o de las olas susurrantes,
O de aquella voz, tan cercana como la propia alma.

«Hubo un naufragio anoche». ¿Un naufragio? ¿entonces dónde
El buque, dónde la tripulación? —el mar que todo lo sepulta,
Sobre el cual no hay mandamientos ni crónicas,
Yace sobre ellos con su sonrisa de cristal.

«El naufragio ocurrió anoche». Mirando abajo,
Profundamente debajo de la superficie, advertimos
Los rostros sombríos con sus ojos abiertos
Hacia el amanecer que no podían ver.

Uno fue movido por las algas: otro se estremecía,
Los peces teñidos de rojo se deslizaban sobre su pecho;
Alguien, con el cabello flotando, se mecía silenciosamente
Sobre la aguda horquilla, como un niño.

«El naufragio ha sido» —dijo la voz melódica—
«Y todo está en paz. Los muertos, que, mientras dormíamos,
Lucharon por sus vidas, ahora descansan sin temer a la tormenta:
No lloremos sobre ellos cuando sonríen las olas».

Y navegamos sobre las arenas diamantinas,
Flores de mar brillantes, y caras blancas en una calma pedregosa,
Antes que las olas nos arrastren al mar abierto,
Y el gran sol surgió sobre el mundo.


Where shall we sail to-day?'--Thus said, methought,
A voice that only could be heard in dreams:
And on we glided without mast or oar,
A wondrous boat upon a wondrous sea.

Sudden, the shore curved inward to a bay,
Broad, calm, with gorgeous sea-weeds waving slow
Beneath the water, like rich thoughts that stir
In the mysterious deep of poets' hearts.

So still, so fair, so rosy in the dawn
Lay that bright bay: yet something seemed to breath,
Or in the air, or from the whispering waves,
Or from that voice, as near as one's own soul,

'There was a wreck last night.' A wreck? then where
The ship, the crew?--The all-entombing sea
On which is writ nor name nor chronicle
Laid itself o'er them with smooth crystal smile.

'Yet was the wreck last night.'. And gazing down
Deep down below the surface, we were ware
Of ghastly faces with their open eyes
Uplooking to the dawn they could not see.

One moved with moving sea-weeds: one lay prone,
The tinted fishes gliding o'er his breast;
One, caught by floating hair, rocked quietly
Upon his reedy cradle, like a child.

'The wreck has been'--said the melodious voice,
'Yet all is peace. The dead, that, while we slept,
Struggled for life, now sleep and fear no storms:
O'er them let us not weep when heaven smiles.'

So we sailed on above the diamond sands,
Bright sea-flowers, and white faces stony calm,
Till the waves bore us to the open main,
And the great sun arose upon the world.


Dinah Craik
(1826-1887)




Poemas de Dinah Craik. I Poemas góticos.


Más literatura gótica:
El análisis, resumen y traducción al español del poema de Dinah Craik: Un sueño de muerte (A Dream of Death) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Día a día»: Dinah Craik; poema y análisis


«Día a día»: Dinah Craik; poema y análisis.




Día a día (Day By Day) es un poema victoriano de la escritora inglesa Dinah Craik (1826-1887), publicado en la antología de 1881: Poemas de treinta años (Poems of Thirty Years).

Día a día, uno de los mejores poemas de Dinah Craik, es una obra profundamente nostálgica, casi melancólica, acerca del irreversible paso del tiempo y cómo éste se vuelve más y más precioso a medida que envejecemos. En cierta forma, Día a día es un poema que, precisamente, añora aquellos días que ya nunca regresarán.




Día a día.
Day By Day; Dinah Maria Mulock Craik (1826-1887)

¿Por qué reunimos un túmulo de años
delante y detrás nuestro,
despreciando los pequeños días que pasan
cómo ángeles en el viento?

Cada año girando en torno a un ínfimo rostro,
tan cercano como hermoso,
que por ser apenas diminuto
jamás lo vemos con claridad.

Y así nos rodean, lejos nos abandonan
en su triste desdén,
aunque daríamos la vida por ellos,
los días nunca retornan.


Why do we heap huge mounds of years
Before us and behind,
And scorn the little days that pass
Like angels on the wind?

Each turning round a small sweet face
As beautiful as near;
Because it is so small a face
We will not see it clear:

And so it turns from us, and goes
Away in sad disdain:
Though we would give our lives for it,
It never comes again.


Dinah Craik (1826-1887)




Poemas góticos. I Poemas de Dinah Craik.


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El análisis, traducción al español y resumen del poema de Dinah Craik: Día a día (Day By Day), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El bote de mi amante»: Dinah Craik; poema y análisis


«El bote de mi amante»: Dinah Craik; poema y análisis.




El bote de mi amante (The Boat of My Lover) es un poema de amor de la escritora inglesa Dinah Craik (1826-1887), publicado en la antología de 1881: Poemas de treinta años (Poems of Thirty Years).

El título original de la obra, uno de los mejores poemas de Dinah Craik, es F'hir a Bhata, nombre de una antigua balada galesa que significa, precisamente, el bote de mi amante.



El bote de mi amante.
F'hir a Bhata, Dinah Mulock Craik (1826-1887)

Oh, bote de mi amante, corred suave, tranquilamente;
¡Oh, barca de mi amado, que lo tienes alejado de mi!
De las casas de Clachan, del fuego cantando dulcemente,
Del lago y la montaña, que él ya no contemplará, jamás.

Oh, barca de mi amado, fluid suave, delicadamente;
Tu portas mi alma sobre las mareas.
No he dicho una palabra, pero en mi corazón hay pena,
Pues la vida es corta y el océano amplio.

Oh, barca de mi amado, volad suave, apaciblemente;
Aunque la voz amada sea silencio, y su mano gentil se haya ido:
¡Pero ámame, ámame! Entonces viviré hasta encontrarte;
Hasta que el viaje termine, y nuestros días oscuros hayan concluido.


O Boat of my lover, go softly, go safely;
O boat of my lover, that bears him from me!
From the homes of the clachan, from the burn singing sweetly,
From the loch and the mountain, that he'll never more see.

O boat of my lover, go softly, go safely;
Thou bearest my soul with thee over the tide.
I said not a word, but my heart it was breaking,
For life is so short, and the ocean so wide.

O boat of my lover, go softly, go safely;
Though the dear voice is silent, the kind hand is gone:
But oh, love me, my lover! and I'll live till I find thee;
Till our parting is over, and our dark days are done.


Dinah Craik (1826-1887)




Poemas góticos. I Poemas de Dinah Craik.


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El análisis, traducción al español y resumen del poema de Dinah Craik: El bote de mi amante (The Boat of my Lover), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«En lo profundo del valle»: Dinah Craik; poema y análisis


«En lo profundo del valle»: Dinah Craik; poema y análisis.




En lo profundo del valle (Deep in the Valley) es un poema de amor de la escritora inglesa Dinah Craik (1826-1887), publicado en la antología de 1881: Poemas de treinta años (Poems of Thirty Years).

Dinah Craik parece reafirmar la idea de que la poesía es una de las formas más elaboradas del sueño; y así como el hombre sueña al dormir, la humanidad entera sueña en la vigilia de los poetas.

En lo profundo del valle, uno de los más importantes poemas de Dinah Craik, está dedicado a todas aquellas personas atormentadas con lo que pudo ser y no fue, con lo que fue y ya no será.



En lo profundo del valle.
Deep in the Valley, Dinah Craik (1826-1887)

En lo profundo del valle, lejos de toda mirada,
En un amanecer de mayo, mi verdadero amor vino hacia mi:
En silencio nos sentamos, su cabeza sobre mi hombro;
Tiernamente soñamos con los días que serán,
Soñamos con los días que pronto serán.

En lo profundo del valle, la lluvia cayó temblando,
A salvo duerme ella bajo el árbol del camposanto:
Todavía siento su cabeza sobre mi hombro,
Todavía sueño con los días que nunca serán,
Todavía lloro por los días que nunca serán.


Deep in the valley, afar from every beholder,
In the May morning my true love came to me:
Silent we sate, her head upon my shoulder;
Fondly we dreamed of the days about to be:
Fondly we dreamed of the days so soon to be.

Deep in the valley, the rain falls colder and colder:
Safely she sleeps beneath the churchyard tree:
Yet still I feel her head upon my shoulder,
Yet still I dream of the days that could not be:
Yet still I weep o'er the days that will not be.


Dinah Maria Mulock Craik (1826-1887)




Poemas góticos. I Poemas de Dinah Craik.


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El análisis, traducción al español y resumen del poema de Dinah Craik: En lo profundo del valle (Deep in the Valley), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Solo una mujer»: Dinah Craik; poema y análisis


«Solo una mujer»: Dinah Craik; poema y análisis.




Solo una mujer (Only a Woman) es un poema victoriano de la escritora inglesa Dinah Craik (1826-1887), compuesto en 1866 y publicado en la antología de 1881: Poemas de treinta años (Poems of Thirty Years, New and Old).

Solo una mujer, un poema destacado de Dinah Craik, podría ser visto como una fuente de inspiración, o de revelación, para el hombre que desea honrar a la mujer que lo acompaña. El verdadero amor, dentro de la filosofía de la autora, es una elección que se renueva día a día, sin condiciones previas ni contratos que la justifiquen.

Si bien el poema extiende la sombra de la infidelidad, también subyace otra interpretación: la traición institucionalizada, sin objeto ni propósito alguno; el dar por sentado que el amor está garantizado por la obtención de un anillo o una promesa.



Solo una mujer.
Only a Woman, Dinah Craik (1826-1887)

La verdad fue dicha. La tomé como una pequeña sierpe,
No me matará. Mi corazón no se romperá,
Aunque más no sea por el cariño de los que me rodean.

Por él también, en cierta manera. Deja que no sea culpado;
Tampoco digamos que me ha dado un honor manchado,
Excepto (Apenas merece ser nombrado) su corazón.

Se ha ido. La muerte corrupta podría ser
Fácilmente vencida, respirando.
Entonces todo su ser hasta mí volvería.

Jamás lo he visto en los cortejos deportivos,
Ni lo he cortejado como las inocentes doncellas,
No me importó cuándo caería el precio de la dicha.

Sólo lo amé (cualquier mujer lo haría),
Callé mi amor hasta que él lo reclamó,
Luego fluí como un torrente por su vida seca.

Fui tan feliz que haría de él una santa bendición,
Tan feliz de que haya sido el primero y el mejor,
Así como lo fui yo: ambos presas, ambos cazados.

¡Ah, si sólo hubiese sido real!
Si por un sólo año, un mes, o dos,
Me hubiese dado amor por amor.

O si me hubiese confesado: la muerte es un hecho;
Si abatido hubiese depositado el trono de su corazón.
¡Pobre sustituto! Pues su reina se había ido.

O si hubiese suspirado, cuando sus besos duces
Agitaban mis labios en cálidas caricias,
Que él besaba a otra dama como esta, menos amargo sería.

A veces sé que podría lamentar
El engaño, como los niños al soñar,
Pero mi angustia es demasiado seca para llorar.

Entonces levanté mi hogar en una tierra extraña;
Burlada por un corazón atrapado en la duda,
Una esencia que parecía firme, sin embargo tan solitaria.

Y cuando aquel corazón comenzó a helarse (helado permanece),
Yo, ignorante, me afané en todas las artes de la mujer,
Culpando a mi estúpido dolor; me volqué a todo por él.

Estaba destinado a ser:
El trazo pleno de la agonía fue construido,
Y el cáliz amargo de Tántalo me fue servido.

Otra vez digo: Él me dio todo lo que reclamé,
Y mis niños jamás deberán avergonzarse,
Él es un hombre justo, y vivirá sin culpas.

¡Oh, Dios, Dios! Ruego por pan y recibo piedras,
Diariamente descansa mi cabeza
Sobre un pecho donde un viejo amor ha muerto.

¿Muerto? ¡Tonta, si nunca has vivido!
Sólo has vaciado las horas como un cadáver frío.
Tampoco has escuchado en la tumba el cuerpo caído.

Él mantendrá a su otra dama lejos,
No se si su rostro es brutal o bello,
Sólo sé que era su deleite.

Por lo tanto, mi canto comienza a terminar.
No pienso en las risas o el insulto del mundo.
En este tormento no se oye el consuelo de los amigos,
Ni la ciega burla de los enemigos.

Nadie sabe. Nadie escucha.
Conservo algo de mi orgullo,
El suficiente como para levantarme como esposa,
Sonreír ante él como cuando era su novia estúpida.

Feliz, mientras los solemnes años pasan de largo,
Él pensará con un suspiro, mirando hacia el pasado,
Que la otra mujer era la sombra de la que está a su lado.


So, the truth ’s out. I ’ll grasp it like a snake,—
It will not slay me. My heart shall not break
Awhile, if only for the children’s sake.

For his, too, somewhat. Let him stand unblamed;
None say, he gave me less than honor claimed,
Except—one trifle scarcely worth being named—

The heart. That ’s gone. The corrupt dead might be
As easily raised up, breathing,—fair to see,
As he could bring his whole heart back to me.

I never sought him in coquettish sport,
Or courted him as silly maidens court,
And wonder when the longed-for prize falls short.

I only loved him,—any woman would:
But shut my love up till he came and sued,
Then poured it o’er his dry life like a flood.

I was so happy I could make him blest!—
So happy that I was his first and best,
As he mine,—when he took me to his breast.

Ah me! if only then he had been true!
If for one little year, a month or two,
He had given me love for love, as was my due!

Or had he told me, ere the deed was done,
He only raised me to his heart’s dear throne—
Poor substitute—because the queen was gone!

O, had he whispered, when his sweetest kiss
Was warm upon my mouth in fancied bliss,
He had kissed another woman even as this,—

It were less bitter! Sometimes I could weep
To be thus cheated, like a child asleep;—
Were not my anguish far too dry and deep.

So I built my house upon another’s ground;
Mocked with a heart just caught at the rebound,—
A cankered thing that looked so firm and sound.

And when that heart grew colder,—colder still,
I, ignorant, tried all duties to fulfil,
Blaming my foolish pain, exacting will,

All,—anything but him. It was to be
The full draught others drink up carelessly
Was made this bitter Tantalus-cup for me.

I say again,—he gives me all I claimed,
I and my children never shall be shamed:
He is a just man,—he will live unblamed.

Only—O God, O God, to cry for bread,
And get a stone! Daily to lay my head
Upon a bosom where the old love ’s dead!

Dead?—Fool! It never lived. It only stirred
Galvanic, like an hour-cold corpse. None heard:
So let me bury it without a word.

He ’ll keep that other woman from my sight.
I know not if her face be foul or bright;
I only know that it was his delight—

As his was mine; I only know he stands
Pale, at the touch of their long-severed hands,
Then to a flickering smile his lips commands,

Lest I should grieve, or jealous anger show.
He need not. When the ship ’s gone down, I trow,
We little reck whatever wind may blow.

And so my silent moan begins and ends,
No world’s laugh or world’s taunt, no pity of friends
Or sneer of foes, with this my torment blends.

None knows,—none heeds. I have a little pride;
Enough to stand up, wifelike, by his side,
With the same smile as when I was his bride.

And I shall take his children to my arms;
They will not miss these fading, worthless charms;
Their kiss—ah! unlike his—all pain disarms.

And haply as the solemn years go by,
He will think sometimes, with regretful sigh,
The other woman was less true than I.


Dinah Craik (1826-1887)




Más poemas góticos. I Poemas de Dinah Craik


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El análisis, traducción al español y resumen del poema de Dinah Craik: Solo una mujer (Only a Woman) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Dinah Craik: poemas, novelas y relatos


Dinah Craik: poemas, novelas y relatos.




Dinah Craik (1826-1887) —también conocida como Dinah Maria Mulock Craik—, fue una importante escritora inglesa del período victoriano, autora de novelas muy populares y algunas antologías poéticas realmente destacables.

A continuación compartimos algunos poemas destacados de Dinah Craik, así también como sus relatos y libros menos conocidos.



Dinah Craik: poemas y relatos.
  • En lo profundo del valle (Deep in the Valley)
  • La última casa en la calle C. (The Last House in C— Street)
  • Los años (The Years)
  • Mortalidad (Mortality)
  • Poemas de treinta años (Poems of Thirty Years)
  • Solo una mujer (Only a Woman)
  • Un sueño de muerte (A Dream of Death)
  • Alegoría griega (A Greek Allegory)
  • Barcarola (A Barcarole)
  • Buena semilla (Good Seed)
  • Canción de las horas (Song of the Hours)
  • Canción de marzo (A March Song)
  • Dante conoce a Casello en el Purgatorio (Dante's Meeting with Casello in Purgatory)
  • El crisantemo (The Chrysanthemum)
  • El esclavo africano (The African Slave)
  • El jardín en el camposanto (The Garden in the Churchyard)
  • El lirio de agua (The Water-Lily)
  • El llanto por la Tierra (The Cry of the Earth)
  • El sabbath del país (The Country Sabbath)
  • El sueño del huérfano (The Dream of the Orphan)
  • El trovador y su golondrina (The Troubadour and his Swallow)
  • Envejeciendo juntos (Growing Old Together)
  • Felicidad (Happiness)
  • Himno (A Hymn)
  • Himno fúnebre (A Funeral Hymn)
  • La batalla de Langsyde (The Battle of Langsyde)
  • La doncella y la rosa (The Maiden and the Rose)
  • La esperanza del deudo en la inmortalidad (The Mourner's Hope of Immortality)
  • La esposa del pastor (The Shepherd's Wife)
  • La madre griega (The Greek Mother)
  • La misión del poeta (The Poet's Mission)
  • La resignación de una madre (A Mother's Resignation)
  • La rosa dorada (The Golden Rose)
  • Las seis doncellas (The Six Maidens)
  • Los niños sin madre (The Motherless Children)
  • ¡Odiosa primavera! (Hateful Spring!)
  • Perdón mutuo (Forgive One Another)
  • Plegarias por todos los hombres (Prayers for all Men)
  • Recuerdo (Memory)
  • Una respuesta (An Answer)
  • Versos (Verses)


Dinah Craik: novelas, libros, antologías.
  • Alice Learmont (Alice Learmont)
  • Amante y doncella (Mistress and Maid)
  • Avilión (Avillion)
  • Beranger (Beranger)
  • Cabeza de familia (The Head of the Family)
  • Cola Monti (Cola Monti)
  • Cómo ella mintió (How She Told a Lie)
  • El esposo de Agatha (Agatha's Husband)
  • El hombre de verde (The Man in Green)
  • El pacificador (The Peace-Maker)
  • El pequeño príncipe cojo (The Little Lame Prince)
  • En el valle feliz (In the Happy Valley)
  • Escena de la vida doméstica (A Sketch of Domestic Life)
  • Fiesta en el jardín (A Garden Party)
  • Grandes y pequeñas heroinas (Great and Little Heroines)
  • John Halifax, caballero (John Halifax, Gentleman)
  • La historia de Erminia (The Story of Erminia)
  • La palabra descortés (The Unkind Word)
  • La pequeña Lizzie y las hadas (Little Lizzie and the Fairies)
  • Las uvas de mi hermana (My Sister’s Grapes)
  • Los Oglivies (The Ogilvies)
  • Nada nuevo (Nothing New)
  • Oliva (Olive)
  • Pensamientos de una mujer sobre las mujeres (A Woman's Thoughts about Women)
  • Una familia en el amor (A Family in Love)
  • Una vida por otra (A Life for a Life)
  • Un palacio arruinado (A Ruined Palace)




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


El artículo: Dinah Craik: poemas, novelas, libros fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Mortalidad»: Dinah Craik; poema y análisis


«Mortalidad»: Dinah Craik; poema y análisis.




Mortalidad (Mortality) es un poema del romanticismo de la escritora inglesa Dinah CraikDinah Maria Mulock Craik (1826-1887)—, publicado originalmente en 1859 y luego en la antología de 1866: Poemas (Poems).

Mortalidad, uno de los grandes poemas de Dinah Craik, parece descubrir cierta belleza macabra en la muerte; sin embargo, no se trata de una belleza estética o sensual, sino de aquella sensación de paz que algunas personas experimentan en la reflexión sobre lo efímero de la existencia.

La poesía de Dinah Craik, y por tal caso toda la poesía del romanticismo, suele demorarse en estas reflexiones; logrando que el caprichoso vuelo de una hoja en el viento o el trémulo rumor de la hierba que ondula como una inmensa cabellera verde sobre los campos se transformen en obras de arte pero también de esperanza, donde todas las formas del mundo, aún los cuerpos que se descomponen bajo tierra, encerrados en fríos y húmedos ataúdes, tienen un propósito que no alcanzamos a descifrar.



Mortalidad.
Mortality, Dinah Maria Mulock Craik (1826-1887)

Y seremos transformados*.

Vosotros, finos musgos, líquenes grises,
embutidos uno a uno en un pliegue sensible;
así, plácidamente, día tras día,
retornaréis a vuestra primera morada.

Hojas marchitas, que con aérea gracia
se deslizan de sus ramas como frágiles aves,
abandonan sus irrepetibles nichos,
sólo para ser reemplazadas en la verde primavera.

Si nosotros, criaturas conscientes de Dios,
tuviésemos también fe en nuestra irrevocable descomposición,
no temblaríamos como lo hacemos,
cuando la tierra cae sobre la tierra.

Con la misma dulce paciencia
deberíamos abrazar este destino mortal,
ya que en todas las nuevas formas
se encuentra el espíritu listo a renacer.

Sabiendo que cada germen de vida que Él urdió,
tendrá en Él su fuente y su crepúsculo,
y todo lo que alguna vez vibró
podrá cambiar, más nunca terminar.

Vosotras, hojas muertas, cayendo suave en la brisa,
Vosotros, finos musgos y líquenes grises;
cerrad los ojos en vuestras tumbas
pues también la vida habita allí.


*el epigrama corresponde a Corintios: 15.51-5.


Ye dainty mosses, lichens grey,
Pressed each to each in tender fold,
And peacefully thus, day by day,
Returning to their mould;

Brown leaves, that with aerial grace
Slip from your branch like birds a-wing,
Each leaving in the appointed place
Its bud of future spring; --

If we, God's conscious creatures, knew
But half your faith in our decay,
We should not tremble as we do
When summoned clay to clay.

But with an equal patience sweet
We should put off this mortal gear,
In whatsoe'er new form is meet
Content to reappear.

Knowing each germ of life He gives
Must have in Him its source and rise,
Being that of His being lives
May change, but never dies.

Ye dead leaves, dropping soft and slow,
Ye mosses green and lichens fair,
Go to your graves, as I will go,
For God is also there.


Dinah Maria Mulock Craik (1826-1887)




Más poemas góticos. I Poemas de Dinah Craik.


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