Mostrando entradas con la etiqueta Catherine Crowe. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Catherine Crowe. Mostrar todas las entradas

«El licantropista»: Catherine Crowe; relato y análisis.


«El licantropista»: Catherine Crowe; relato y análisis.




El licantropista (The Lycanthropist) es un relato de hombres lobo de la escritora inglesa Catherine Crowe (1803-1876), publicado originalmente la revista Chambers’s Edinburgh Journal en 1849, y luego reeditado en la antología de 1850: Luz y oscuridad (Light and Darkness). Posteriormente aparecería en la colección: Hombre lobo: historias de horror del Hombre-Bestia (Werewolf: Horror Stories Of The Man-Beast).

El licantropista, uno de los cuentos de Catherine Crowe menos conocidos, es una crónica sobre un caso real que causó una gran polémica en la sociedad victoriana.

En la Edad Media, las Brujas eran vistas como el catalizador de la transformación licantrópica; en otras palabras, los relatos medievales de hombres lobo generalmente tienen que ver con un «hombre bueno» transformado en bestia por una Bruja a través de encantamientos, hechizos y conocimientos arcanos. El licantropista de Catherine Crowe cambia esta fórmula. La autora comienza con una breve disquisición sobre varias criaturas sobrenaturales:


[«Cualquiera que haya leído Las mil y una noches estará familiarizado con las palabras ghoul y vampiro. Se creía que un ghoul era un ser con forma humana que frecuentaba los cementerios, donde desenterraba, despedazaba y devoraba los cuerpos enterrados allí [ver: Ghouls: la historia de los Necrófagos en la ficción]. Un vampiro era una persona muerta que salía de su tumba por la noche para chupar la sangre de los vivos, y quien fuera así succionado se convertía a su vez en vampiro cuando moría.»]


Aquí, Catherine Crowe plantea la leyenda solo para diferenciarse de ella, o, mejor dicho, para racionalizarla, algo que ya hizo en El lado nocturno de la naturaleza (The Night Side of Nature). Es decir: no podemos introducirnos en el misterio de los Hombres Lobo a menos que tengamos la mente abierta sin dejar de analizar racionalmente este tipo de incidentes [ver: Razas y clanes de hombres lobo]

Catherine Crowe también evoca el pasado al inicio de El licantropista. Quizás sea más fácil creer que pudo haber Ghouls, Vampiros y Hombrs Lobo en tiempos más oscuros, menos racionales y más supersticiosos. Sin embargo, la mayor parte de El licantropista se ocupa del caso del sargento François Bertrand, un caso real y bien documentado. El propio cuento proviene del informe judicial entregado «el 10 del presente mes [julio de 1849] (...). Se observa que «la corte estaba extremadamente concurrida y que muchas damas estaban presentes», incluida, quizás, la propia Catherine Crowe.

En este informe se nos cuenta que, durante algunos meses, los cementerios de París y sus alrededores fueron escenarios de «una espantosa profanación», cuyos autores «lograron eludir toda la vigilancia que se ejercía para detectarlos». Todos los testigos afirman haber visto:


[«Una figura misteriosa que merodeaba de noche entre las tumbas, a la que nunca pudieron ponerle las manos encima. Mientras se acercaban, desaparecía como un fantasma; y hasta los perros se detenían en seco y dejaban de ladrar, como si estuvieran atravesados por un encantamiento.»]


El caso más aberrante es la profanación del cadáver recién enterrado de una niña «muy querida», cuyo «cuerpo fue arrancado del ataúd, terriblemente mutilado, y el corazón extraído». Finalmente, se rastrea al culpable y se descubre que se trata de un joven soldado: el sargento François Bertrand, quien confiesa:


[«Fue un impulso horrible. Fui llevado a él contra mi propia voluntad: nada podía detenerme o disuadirme. No puedo describir ni comprender cuáles fueron mis sensaciones al desgarrar estos cuerpos.»]


Y, más adelante:


[«Me retiré temblando convulsivamente, sintiendo un gran deseo de reposo. Me dormí, no importa dónde, y durante varias horas; ¡pero durante este sueño escuché todo lo que pasaba a mi alrededor! He exhumado de diez a quince cuerpos en una noche. Los desenterré con mis manos, que a menudo estaban desgarradas y sangrando por el trabajo; pero no me importó nada, solo quería llegar a ellos. Los guardianes me dispararon una noche y me hirieron, pero eso no impidió que volviera la siguiente. Este deseo se apoderaba de mí generalmente una vez cada quince días.»]


Bertrand relata que, dos años antes, al pasar por un cementerio vio un cuerpo que unos sepultureros habían dejado en el suelo mientras se resguardaban de un temporal. «Ante esta vista —dice Bertrand—, me asaltaron horribles deseos: mi cabeza latía, mi corazón palpitaba violentamente (...). A partir de este período —continúa Catherine Crowe—, parece haber dado curso libre a sus inclinaciones». Bertrand detiene sus macabras actividades nocturnas solo cuando es detenido.

Al comienzo de El licantropista, Catherine Crowe afirma: «Lo que en Oriente se llama ghoulismo ha sido denominado en Occidente licantropía», lo cual era novedoso en 1849. El término «licantropía» recién adquiriría popularidad en 1865, cuando fue utilizado por Sabine Baring-Gould en El libro de los hombres lobo (The Book of Were-Wolves), donde declara: «Los casos en los que la sed de sangre y el canibalismo se unen con la locura son aquellos que caen propiamente bajo el título de licantropía». 

Catherine Crowe continúa:


[«En algunos casos el licántropo declara que tiene el poder de transformarse en lobo, con cuyo disfraz se deleita en alimentarse de carne humana; y en los interrogatorios públicos de estos infelices individuos no faltaron testigos que corroboraran sus confesiones. En otros casos no hubo transformación, y el licántropo se parece más a un ghoul.»]


No está claro si Catherine Crowe creía en la posibilidad de la transformación en Hombre Lobo; sin embargo, está segura de que existen casos de licantropía en términos de desorden mental. Una implicación clara de vincular la licantropía con la psiquiatría es que relaciona a los Hombres Lobo con un motivo común en la ficción victoriana: la «Bestia Interior».

En este motivo, no hay necesariamente una transformación física de lo humano a lo inhumano. En la literatura gótica, lo animal [la Bestia] no se mueve desde afuera hacia adentro, sino que plantea la aterradora perspectiva de que la Bestia ya existe en nuestro interior, y que puede expresar de manera incontrolable nuestro lado más salvaje [el ejemplo más paradigmático es El extraño caso del doctor Jeckyll y el señor Hyde (The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde)]. Ya no hay Brujas que conviertan al «hombre bueno» en un animal: la Bestia es la norma, y el «hombre bueno» es solo una máscara que se sostiene mediante rígidas normas sociales [ver: El Hombre Lobo y la Mujer Loba: algunas diferencias de género].

El caso de licantropía discutido por Catherine Crowe se produjo en un período en el que la «monomanía» se reconoció como una condición médica. De hecho, en el caso de Bertrand se asocia específicamente la licantropía con esta condición:


[«No había nada en el semblante o apariencia de este joven indicativo de la temible monomanía de la que era víctima; porque todo el tenor de su confesión prueba que no debe considerarse bajo ninguna otra luz su horrible propensión.»]


El sargento François Bertrand es juzgado y, por supuesto, declarado culpable; sin embargo, la corte decide que «no era responsable de estos actos»; por lo que solo es condenado a un año de prisión «durante el cual sin duda se tomarán medidas para completar su curación». Bertrand recibe un diagnóstico y es tratado con compasión. De hecho, desde el punto de vista del siglo XXI, una sentencia de apenas un año por delitos como estos parece indulgente. Sin dudas el sargento Bertrand tuvo suerte de haber cometido sus crímenes en una época en la que podían ser explicados y perdonados a través del diagnóstico de la monomanía.




El licantropista.
The Lycanthropist, Catherine Crowe (1803-1876)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Cualquiera que haya leído Las mil y una noches estará familiarizado con las palabras ghoul y vampiro. Se creía que un ghoul era un ser con forma humana que frecuentaba los cementerios, donde desenterraba, despedazaba y devoraba los cuerpos enterrados allí. Un vampiro era una persona muerta que salía de su tumba por la noche para chupar la sangre de los vivos, y quien fuera así succionado se convertía a su vez en vampiro cuando moría.

Ambos han sido rechazados por el moderno mundo científico como totalmente indignos de crédito o investigación, aunque, hace aproximadamente un siglo, las hazañas de los vampiros crearon tal sensación en Hungría que llegaron a los oídos de Luis XV, quien envió a un ministro a Viena para informar sobre ellos.

En un periódico de la época apareció un párrafo sobre Arnold Paul, natural de Madveiga, quien al ser aplastado hasta la muerte por un carro y enterrado, se había convertido desde entonces en un vampiro, y que él mismo había sido mordido previamente por uno. Informadas las autoridades del terror que sus visitas estaban ocasionando, y habiendo muerto varias personas con todos los síntomas del vampirismo, se abrió solemnemente su tumba y, aunque había estado en ella cuarenta días, el cuerpo era como el de un hombre vivo. Para curar sus propensiones errantes se le clavó una estaca, después de lo cual profirió un grito; entonces le cortaron la cabeza y quemaron el cuerpo.

Otros cuatro cuerpos, que habían muerto a consecuencia de sus mordeduras, y que fueron hallados en el mismo estado de perfecta salud, fueron tratados de igual manera. Se esperaba que estas vigorosas medidas extinguirían el mal, pero esto no sucedió. El mal continuó y, cinco años después, era tan grande que las autoridades determinaron hacer una limpieza completa de estos individuos problemáticos.

En esta ocasión se abrieron un gran número de fosas, de personas de todas las edades y de ambos sexos; y, por extraño que parezca, los cuerpos de todos los acusados de asolar a los vivos con sus visitas nocturnas, fueron encontrados en estado vampírico, llenos de sangre y libres de todo signo de muerte.

Los documentos que registran estas operaciones llevan la fecha del 7 de junio de 1732 y están firmados y atestiguados por tres cirujanos y otras personas acreditables. Los hechos, en resumen, son indudables, aunque sigue siendo extremadamente difícil interpretarlos. Una interpretación que se ha sugerido es que todos estos supuestos vampiros eran personas que habían caído en un estado de catalepsia o trance y habían sido enterradas vivas. Sea como fuere, el misterio es bastante desconcertante; y más aún, a través de toda Europa del Este han ocurrido innumerables casos de la misma clase, mientras que cada idioma tiene una palabra especial para designarlo.

Lo que en Oriente se llama ghoulismo ha sido denominado en Occidente «licantropía»; y este fenómeno, así como el vampirismo, ha sido tratado por numerosos autores antiguos; y aunque últimamente es rechazado por la ciencia, una vez fue generalmente creído.

Hay varios tonos y grados de licantropía. En algunos casos el licántropo declara que tiene el poder de transformarse en lobo, con cuyo disfraz se deleita en alimentarse de carne humana; y en los interrogatorios públicos de estos infelices individuos no faltaron testigos que corroboraran sus confesiones. En otros casos no hubo transformación, y el licántropo se parece más a un ghoul.

En el año 1603 se presentó un caso de licantropía ante el Parlamento de Burdeos. El acusado era un chico de catorce años, llamado Jean Grenier, que pastoreaba ganado. Varios testigos, principalmente muchachas jóvenes, se presentaron como sus acusadores, declarando que las había atacado disfrazado de lobo, y que las habría matado de no haber sido por la vigorosa defensa que plantaron. El mismo Jean Grenier confesó el crimen, admitiendo haber matado y comido a varios niños. El padre de los niños confirmó todo lo que dijo. Jean Grenier, sin embargo, parece no haber sido otra cosa que un idiota.

En el siglo XV, la licantropía prevaleció entre los valdenses y muchas personas sufrieron la muerte por ella; pero como no se ha oído hablar de un caso durante mucho tiempo, la licantropía y el ghoulismo se establecieron entre las supersticiones de Oriente y las locuras y fábulas de la Edad Media. Sin embargo, acaba de salir a la luz en Francia una circunstancia que arroja una luz extraña e inesperada sobre este curioso tema.

El relato que vamos a dar está sacado de un informe de la investigación ante un consejo de guerra, celebrado el 10 del presente mes (julio de 1849) por el coronel Manselon, presidente. Se observa que la corte estaba muy concurrida y que muchas damas estaban presentes. Los hechos de este misterioso asunto, tal como salieron a la luz en los exámenes, son los siguientes:

Durante algunos meses, los cementerios de París y sus alrededores han sido escenario de una espantosa profanación, cuyos autores habían logrado eludir la vigilancia de las autoridades. Hubo un tiempo en que se sospechaba de los guardianes de estos lugares de entierro; en otros, el odio se arrojó sobre los parientes de los muertos.

El cementerio de Pere la Chaise fue el primer campo de estas horribles operaciones. Parece que durante un tiempo considerable los guardianes habían observado una figura misteriosa que merodeaba de noche entre las tumbas, a la que nunca pudieron ponerle las manos encima. Mientras se acercaban, desaparecía como un fantasma; y hasta los perros se detenían en seco y dejaban de ladrar, como si estuvieran atravesados por un encantamiento.

Al amanecer, los estragos de este extraño visitante eran visibles: se habían abierto tumbas, forzado ataúdes y los restos de los muertos, terriblemente desgarrados y mutilados, yacían esparcidos por el suelo. ¿Serán los cirujanos los culpables? No. Un miembro de la profesión que fue llevado al lugar declaró que allí no había habido ningún bisturí; pero ciertas partes del cuerpo humano podrían ser requeridas para estudios anatómicos, y los sepultureros podrían haber violado las tumbas para obtener dinero con su venta.

La guardia se duplicó; pero en vano. Un joven soldado fue secuestrado una noche en una tumba, pero declaró que había ido allí para encontrarse con su amada y se había quedado dormido. Como no mostró temor, lo dejaron ir.

Por fin cesaron estas profanaciones en Pere la Chaise, pero no pasó mucho tiempo antes de que se reanudaran en otro barrio. Un cementerio suburbano fue el nuevo teatro de operaciones. Murió una niña de siete años muy querida por sus padres. Con sus propias manos la colocaron en su ataúd, ataviada con el vestido que le encantaba usar los días de fiesta, y con sus juguetes favoritos a su lado. Acompañados de numerosos parientes y amigos, la vieron puesta en tierra. A la mañana siguiente se descubrió que la tumba había sido violada, el cuerpo arrancado del ataúd, terriblemente mutilado y extraído el corazón. No hubo robo.

La sensación en el barrio fue tremenda; y en medio del terror y la perplejidad generales, la sospecha cayó sobre el padre afligido, cuya inocencia, sin embargo, se demostró fácilmente.

Se tomaron todos los medios para descubrir al criminal; pero el único resultado del aumento de la vigilancia fue que la escena de la profanación fue trasladada al cementerio de Mont Parnasse, donde las exhumaciones se llevaron a tal extremo que las autoridades se quedaron atónitas.

Teniendo en cuenta, por cierto, que todos estos cementerios están rodeados de muros y tienen puertas de hierro que se mantienen cerradas, ciertamente parece muy extraño que cualquier ghoul o vampiro de carne y hueso haya podido seguir su vocación durante tanto tiempo sin ser descubierto. Sin embargo, así sucedió; y no fue hasta que se les ocurrió tenderle una trampa a este misterioso visitante que fue detectado.

Habiendo notado un lugar donde la pared, aunque nueve pies de alto, parecía haber sido escalada con frecuencia, un viejo oficial ideó una especie de máquina infernal, con un cable conectado a ella, que arregló de tal manera que explotaría si alguien intentaba entrar en el cementerio en ese punto.

Hecho esto, y puesta la guardia, se creyeron ahora seguros de su propósito. En consecuencia, a medianoche una explosión despertó a los guardianes, quienes percibieron a un hombre ya en el cementerio; pero antes de que pudieran agarrarlo, había saltado la pared con una agilidad que los confundió; y aunque dispararon, logró escapar. Pero sus pasos estaban marcados con sangre, y en el lugar se recogieron varios retazos de ropa militar.

Sin embargo, parece que aún no estaban seguros de dónde buscar al delincuente, hasta que uno de los sepultureros de Mont Parnasse, mientras preparaba el último lugar de descanso de dos criminales a punto de ser ejecutados, escuchó por casualidad a algunos zapadores del 74º regimiento comentando que uno de sus sargentos había regresado la noche anterior cruelmente herido, nadie sabía cómo, y había sido trasladado a Val de Grace, que es un hospital militar.

Una pequeña investigación pronto aclaró el misterio; y se comprobó que el sargento Bertrand era el autor de todas estas profanaciones, y de muchas otras del mismo tipo antes de su llegada a París.

Apoyado en muletas, envuelto en una capa gris, pálido y débil, llevaron a Bertrand para examinarlo. No había nada en el semblante o apariencia de este joven indicativo de la temible monomanía de la que era víctima; porque todo el tenor de su confesión prueba que no debe considerarse bajo ninguna otra luz su horrible propensión.

En primer lugar, se reconoció autor de estas violaciones de los muertos tanto en París como en otros lugares.

—¿Qué objeto te proponías al cometer estos actos? —inquirió el presidente.

—No puedo decirlo —respondió Bertrand—: fue un impulso horrible. Fui llevado a él contra mi propia voluntad: nada podía detenerme o disuadirme. No puedo describir ni comprender cuáles fueron mis sensaciones al desgarrar estos cuerpos.

—¿Y qué hiciste después de una de estas visitas al cementerio?

—Me retiré temblando convulsivamente, sintiendo un gran deseo de reposo. Me dormí, no importa dónde, y durante varias horas; ¡pero durante este sueño escuché todo lo que pasaba a mi alrededor! He exhumado de diez a quince cuerpos en una noche. Los desenterré con mis manos, que a menudo estaban desgarradas y sangrando por el trabajo; pero no me importó nada, solo quería llegar a ellos. Los guardianes me dispararon una noche y me hirieron, pero eso no impidió que volviera la siguiente. Este deseo se apoderaba de mí generalmente una vez cada quince días.

Agregó que no había tenido acceso a esta propensión desde que estaba en el hospital, pero que no estaba seguro de que no regresaría cuando sus heridas sanaran. Esperaba que no.

—Creo que estoy curado —dijo—. Nunca había visto morir a nadie; en el hospital he visto morir a varios de mis compañeros cuarto. Creo que estoy curado, porque ahora temo a los muertos.

Los cirujanos que lo atendieron fueron examinados, y uno de ellos leyó una especie de memoria que había recibido de Bertrand, que contenía la historia de su enfermedad hasta donde sus recuerdos se lo permitían.

De estas notas parece que había algo singular y anormal en él desde que tenía siete u ocho años. No era tanto en los actos cuanto en su amor a la soledad y su profunda melancolía que se manifestaba la aberración; y no fue hasta hace dos años que su espantosa peculiaridad se desarrolló por completo. Pasando un día por un cementerio, donde los sepultureros cubrían un cuerpo que acababan de enterrar, entró a observarlos. Un violento chaparrón interrumpió sus labores, que dejaron inconclusas.

—Ante esta vista —dice Bertrand—, me asaltaron horribles deseos: mi cabeza latía, mi corazón palpitaba violentamente; me disculpé con mis compañeros y regresé apresuradamente a la ciudad. Tan pronto como me encontré solo, me procuré una pala y regresé al cementerio. Acababa de exhumar el cuerpo cuando vi a un campesino que me observaba en la puerta. Mientras iba a informar a las autoridades de lo que había visto, me retiré a un bosque vecino. Me acosté y, a pesar de los torrentes de lluvia que caían, permanecí allí en un estado de profunda insensibilidad durante varias horas.

A partir de este período parece haber dado curso libre a sus inclinaciones; pero como generalmente volvía a cubrir los restos mutilados con tierra, pasó algún tiempo antes de que sus procedimientos despertaran preguntas. Estuvo a punto de ser atrapado varias veces, o asesinado por las pistolas de los guardianes, pero su agilidad parece haber sido casi sobrehumana.

Era gentil y amable con los vivos, y era especialmente querido en su regimiento por su franqueza y alegría.

Los médicos interrogados dieron por unanimidad su opinión de que, aunque en todos los demás aspectos estaba perfectamente cuerdo, Bertrand no era responsable de estos actos. Fue condenado a un año de prisión, tiempo durante el cual sin duda se tomarían medidas para completar su curación.

Al relatar este curioso caso del Vampiro, como se le llama en París, donde el asunto ha suscitado considerable atención, especialmente en el mundo médico, he omitido varios detalles dolorosos y repugnantes; pero he dicho lo suficiente para demostrar que, sin lugar a dudas, ha habido algún fundamento para la antigua creencia en el ghoul y la licantropía; y que los libros del doctor Weir y otros, en los que se niega con desdén la existencia de esta enfermedad, se han presentado sin la debida investigación del asunto.

Catherine Crowe (1803-1876)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Catherine Crowe.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Catherine Crowe: El licantropista (The Lycanthropist), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Los gusanos astrales de Catherine Crowe


Los gusanos astrales de Catherine Crowe.




Si hay algo que caracteriza a la invisibilidad es que no se trata de un fenómeno subjetivo. No basta sentirse invisible para serlo. El hecho debe ser corroborado por otros, y eso es precisamente lo que no ocurrió en uno de los casos de invisibilidad más ineficaces de la historia.

Catherine Crowe (1803-1876) fue una destacada escritora inglesa, autora de verdaderos clásicos del relato de terror y la literatura gótica, con la particularidad de haber descubierto, siempre en el ámbito de lo teórico, una de las criaturas más engañosas del plano astral.

En Kent, durante su adolescencia, Catherine Crowe se interesó en el ocultismo y el esoterismo. Luego contrajo matrimonio, fue sumamente infeliz, y escapó a Edimburgo, donde se establecería con un éxito literario significativo. Por aquellos años, más precisamente en 1848, escribiría un libro prohibido que cambiaría radicalmente su vida: El lado nocturno de la naturaleza (The Night Side of Nature).

Allí dejó de lado la ficción y se dedicó a investigar seriamente el tema de lo paranormal y lo sobrenatural, a veces enmascarando sus propias experiencias personales bajo anécdotas referidas por terceros. El libro tuvo un éxito rotundo, en especial debido a la verosimilitud con la que la autora encaró estos temas. Incluso Charles Dickens la clasificó como la mejor colección de historias macabras del siglo.

El lado nocturno de la naturaleza le trajo a su autora fama, fortuna, y una dosis peligrosa de locura, o de apertura mental, según como se quiera interpretar la historia.

En algunos pasajes del libro se hace referencia a ciertas criaturas desagradables del reino invisible: especie de larvas, parásitos o gusanos del plano astral, que se adhieren al cuerpo físico del ser humano y lo obligan a cometer actos contrarios al más elemental sentido del pudor.

Este descubrimiento se produjo durante la visita a una necrópolis, donde Catherine Crowe buscaba información para un capítulo dedicado a los cementerios embrujados. Según declaró más adelante: halló lo típico en el vasto anecdotario de los sepultureros, y lo extraordinario en sus propias sensaciones.

Al salir del cementerio supo que no estaba sola.

Algo indefinible la acompañaba, como un susurro casi inaudible o una sombra que se arrastra sigilosamente cuando encendemos la luz de una habitación. A esa voz, propia o proveniente de reinos desconocidos, le debemos el capítulo de El lado nocturno de la naturaleza dedicado a esos evasivos seres del plano astral que viven en los cementerios.

Con el paso de los años, la sensación de ser observada, de no estar sola en ningún momento, no solo acompañaron a Catherine Crowe en todo momento, sino que se intensificaron de tal modo que la condujeron a asumir actitudes casi delictivas para la época.

En 1854 empezó a vagar de noche por las calles, llevando como único atuendo un pañuelo en el cabello y un canasto con cartas. Esos paseos se convirtieron en un escándalo público, a tal punto que el mismísimo Charles Dickens, quizá la mayor celebridad literaria de la época, intervino en la discusión. El autor sostuvo que, en cierta ocasión, con motivo de una visita a la capital de Escocia, se cruzó en la calle con Catherine Crowe, quien iba vestida únicamente con su castidad.

Catherine Crowe repudió estas denuncias en varios periódicos locales, pero luego, tras ser arrestada mientras corría desnuda por las calles, se declaró culpable, no sin antes argumentar que se creía invisible debido a un acuerdo pactado con sus entrañables gusanos del plano astral.

Ese acuerdo, según su testimonio, fue el siguiente:

Estos seres le otorgarían toda la información requerida por la autora a propósito de su investigación, siempre que ella acordara entregar una serie de cartas a los familiares y deudos de los espíritus, naturalmente, condenados a vagar perpetuamente por el cementerio, quienes además le dictarían oportunamente las disculpas y rencores de rigor.

Debido a que la comisión de tales entregas era, por lo menos, un motivo de bochorno para una figura pública, los espíritus le aseguraron que la volverían invisible. No obstante, como todo el mundo sabe, la invisibilidad de las fibras textiles está más allá del poder de los fantasmas, de manera tal que Catherine Crowe debió salir desnuda para no ser vista.

Arrinconada por las críticas maliciosas, y por docenas de admiradores entusiasmados que patrullaban las calles con la esperanza de ver desnuda a su autora favorita, Catherine Crowe asumió una postura mucho más razonable frente al escándalo: se declaró loca.

Se internó en un manicomio y fue tratada con éxito. La sensación de estar siendo perseguida por los espíritus del cementerio fue sustituida por cierta nostalgia.

Crowe murió en Folkestone, en 1872, perfectamente lúcida. Décadas después, el investigador Montague Summers, en un curioso apéndice del libro: Relatos victorianos de fantasmas (Victorian Ghost Stories), sostuvo que Catherine Crowe nunca se liberó de aquellos espíritus del cementerio, y que, de hecho, simuló su recuperación, argumentando que nadie en su sano juicio parece tan cuerdo como lo estaba ella en sus últimos años. Además, añadió que su muerte coincide con la fecha de entrega de la última carta que le fue encomendada por los muertos.




Bestiario Astral. I Autores con historia.


Más literatura gótica:
El artículo: Los gusanos astrales de Catharine Crowe fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

Catherine Crowe: cuentos destacados


Catherine Crowe: cuentos destacados.




Catherine CroweCatherine Ann Crowe (1803-1876)— fue una gran escritora inglesa del período victoriano, y una de las mujeres en la novela gótica más influyentes de su tiempo. Fue autora de varias novelas, obras teatrales, antologías, pero son los cuentos de Catherine Crowe los que definitivamente la colocan como un verdadero ícono del relato de terror y la literatura gótica.

En esta sección de El Espejo Gótico daremos cuenta de los cuentos de Catherine Crowe más destacados.




Relatos de Catherine Crowe.
  • El crimen invisible (The Crime Invisible)
  • El lado nocturno de la naturaleza (The Night Side of Nature)
  • El licantropista (The Lycanthropist)
  • La casa de Camden Hill (The House of Camden Hill)
  • Poseídos por demonios (Possessed by Demons)
  • Alrededor del fuego (Round the Fire)
  • Apariciones (Apparitions)
  • Apariciones que buscan la plegaria de los vivos (Apparitions Seeking the Prayers of the Living)
  • Aristodemo (Aristodemus)
  • Casas embrujadas (Haunted Houses)
  • Dobles (Doubles)
  • Doppelgangers (Doppelgangers)
  • El futuro que nos espera (The Future That Awaits Us)
  • El gato blanco (The White Cat)
  • El guardia de caza (The Garde Chasse)
  • El mendigo ciego de Odessa (The Blind Beggar of Odessa)
  • El ministro escocés (The Scotch Minister)
  • El molino embrujado (The Haunted Mill)
  • El muchacho radiante (The Radiant Boy)
  • El perro extraño (The Strange Dog)
  • El poder de la voluntad (The Power of Will)
  • El poltergeist de los alemanes (The Poltergeist of the Germans)
  • El portador (The Carrier)
  • El viajero de Benighted (The Benighted Traveller)
  • Ensayos (Rehearsals)
  • Espectros (Wraiths)
  • Espíritus de paso (Passing Spirits)
  • Espíritus perturbados (Troubled Spirits)
  • Fantasmas y leyendas familiares (Ghosts and Family Legends)
  • Hombres y mujeres (Men and Women)
  • La aventura del señor G. (Mr. G's Adventure)
  • La caja de hierro (The Iron Cage)
  • La cita mantenida (The Appointment Kept)
  • La cruel bondad (The Cruel Kindness)
  • La despedida del amante (The Lover's Farewell)
  • La historia de Arthur Hunter (The Story of Arthur Hunter)
  • La historia de Lily Dawson (The Story of Lily Dawson)
  • La historia de la dama suiza (The Swiss Lady's Story)
  • La historia del italiano (The Italian's Story)
  • La historia del oficial holandés (The Dutch Officer's Story)
  • La historia del pastor de ovejas (The Sheep Farmer's Story)
  • La historia de un lobo (A Story of a Weir-Wolf)
  • La historia del monje (The Monk's Story)
  • La historia del viejo caballero francés (The Old French Gentleman's Story)
  • La historia de mi amigo (My Friend's Story)
  • La justificación (The Justification)
  • La posada alemana (The German Inn)
  • La predicción (The Prediction)
  • Las aventuras de Susan Hopley (The Adventures of Susan Hopley)
  • Las aventuras de una belleza (The Adventures of a Beauty)
  • Las aventuras de un mono (The Adventures of a Monkey)
  • La vigilia (The Vigil)
  • Linny Lockwood (Linny Lockwood)
  • Los habitantes en el templo (The Dwellers in the Temple)
  • Luz y oscuridad (Light and Darkness)
  • Mi propia visita a una casa embrujada (My Own Visit to a Haunted House)
  • Posesión (Possession)
  • Presentimientos (Presentiments)
  • Séptima velada (Seventh Evening)
  • Sueños alegóricos (Allegorical Dreams)
  • Sueños dobles y trance (Double Dreaming and Trance)
  • Sueños proféticos (Prophetic Dreams)
  • Un fantasma en prisión (A Ghost in Prison)




Autores en El Espejo Gótico. I Autores con historia.


El artículo: Catherine Crowe: cuentos destacados fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El lado nocturno de la naturaleza»: Catherine Crowe; libro y análisis


«El lado nocturno de la naturaleza»: Catherine Crowe; libro y análisis.




El lado nocturno de la naturaleza (The Night Side of Nature) es una colección de relatos de terror de la escritora inglesa Catherine Crowe (1803-1876), publicado en 1848.

La antología oscila entre la ficción y la crónica, narrando toda clase de relatos paranormales, sobrenaturales, así también como algunos cuentos de Catherine Crowe realmente destacados.

Podemos tomar El lado nocturno de la naturaleza como una auténtica rareza bibliográfica que se ocupa, en principio, de leyendas de terrorfantasmas, casas embrujadas, poltergeists, casos reales de posesión demoníaca, döpplegangers—, pero a través de una autora como Catherine Crowe, verdadero referente de la literatura gótica, quien le añade a esas historias escalofriantes un toque íntimo y personal.

En este sentido, El lado nocturno de la naturaleza es una obra única, quizá la primera en recopilar cientos de sucesos inexplicables, y cuyo objetivo principal, como el de muchos otros libros prohibidos de la época, es despertar el interés de la ciencia para profundizar en investigaciones que admitan, en principio, la posibilidad de que lo sobrenatural, después de todo, sea también parte de la naturaleza.

Por otro lado, el libro también le trajo funestas consecuencias a la autora. Esto lo abordamos con mayor profundidad en el artículo: Los gusanos astrales de Catherine Crowe.




El lado nocturno de la naturaleza.
The Night Side of Nature, Catherine Crowe (1803-1876)
  • El crimen invisible (The Invisible Crime)
  • La casa de Camden Hill (The House of Camden Hill)
  • Poseídos por demonios (Possessed by Demons)
  • Advertencias (Warnings)
  • Apariciones (Apparitions)
  • Apariciones familiares (Apparitions Attached to Certain Families)
  • Apariciones que buscan la plegaria de los vivos (Apparitions seeking the Prayers of the Living)
  • Casas embrujadas (Haunted Houses)
  • Despertando y durmiento (Waking and Sleeping)
  • Dobles (Doubles)
  • Doppelgängers (Doppelgängers)
  • El futuro que nos espera (The Future that Awaits Us)
  • El poder de la voluntad (The Power of Will)
  • Espectros (Wraiths)
  • Espíritus perturbados (Troubled Spirits)
  • Fenómenos misceláneos (Miscellaneous Phenomena)
  • Los habitantes del templo (The Dwellers in the Temple)
  • Luces espectrales (Spectral Lights)
  • Poltergeist (The Poltergeist)
  • Posesión (Possession)
  • Presentimientos (Presentiments)
  • Sueños alegóricos (Allegorical Dreams)
  • Sueños compartidos (Double Dreaming)
  • Trance (Trance)




Libros prohibidos. I Libros de Catherine Crowe.


El análisis y resumen del libro de Catherine Crowe: El lado nocturno de la naturaleza (The Night Side of Nature), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Poseídos por demonios»: Catherine Crowe; relato y análisis


«Poseídos por demonios»: Catherine Crowe; relato y análisis.




Poseídos por demonios (Possessed by Demons) es un relato de terror de la escritora inglesa Catherine Crowe (1803-1876), publicado como parte del capítulo VI de la antología de 1848: El lado nocturno de la naturaleza (The Night Side of Nature).

Poseídos por demonios, verdadero clásico entre los cuentos de Catherine Crowe, desarrolla, bajo la forma un artículo, distintos casos de posesión demoníaca. No se trata esencialmente de un relato de demonios, y menos aún de un relato de exorcismos, sino más bien un repaso por los casos históricos más estremecedores.

En este sentido, Poseídos por demonios —y por tal caso todas las historias vertidas en El lado nocturno de la naturaleza, que se anticipó a la parapsicología y el estudio de los fenómenos paranormales— emplea los típicos recursos de la literatura gótica; combinados con observaciones pseudocientíficas, metafísicas y espirituales.

Resulta lícito afirmar que Poseídos por demonios prefigura de algún modo los estudios científicos realizados en el siglo XX respecto de esta inquietante posibilidad, cuyos casos más conocido, el de Annelise Michel y Robbie Mannheim, que a su vez darían vida a una vasta bibliografía.



Poseídos por demonios.
Possessed by Demons, Catherine Crowe (1803-1876)

De todos los aspectos de la brujería y lo sobrenatural a los que he prestado mi atención, es el de la posesión demoníaca el que muy probablemente más me haya fascinado. Muchos médicos alemanes sostienen que es posible que se den esas instancias genuinas de la posesión, y hay a este respecto numerosos trabajos publicados en alemán. Por lo demás, para este mal concreto que es la posesión, ofrecen el magnetismo como único remedio, toda vez que es a través de su práctica cuando el sujeto puede acceder a una comunicación más directa y efectiva con los espíritus malignos y conseguir así su neutralización.

Dicen dichos médicos que, no obstante ser los de la posesión supuestos aislados, e incluso raros de verse, sus víctimas pueden ser de uno u otro sexo, y de una u otra edad, de manera que nadie queda a salvo de la desgracia que supone caer en la posesión demoníaca. Es un grave error, en consecuencia, suponer que la posesión demoníaca concluyó con la resurrección de Cristo, o que esa alusión de las Escrituras al sujeto poseído por un demonio alude únicamente al que sufre de convulsiones o de insania mental.

El mal de la posesión, que no es contagioso, sin embargo, fue bien conocido por los griegos; y en tiempos más recientes Hoffmann nos ha recordado varios y muy señalados casos. Entre los síntomas de posesión demoníaca se cuentan el hablar del paciente con una voz que no es la suya, las convulsiones aterradoras y los movimientos descontrolados del cuerpo, todo lo cual se manifiesta de súbito, sin una sintomatología previa, además de la proclamación de blasfemias, el uso de un lenguaje obsceno, el conocimiento de lo que permanece en secreto y la visión del futuro, además de los vómitos de cosas extraordinariamente raras como pelos, clavos, agujas, etc.

He podido observar, sin embargo, que las opiniones al respecto que se dan en Alemania no son coincidentes, ni siquiera entre quienes han tenido la ocasión de observar oportunamente casos de posesión demoníaca.

El doctor Bardili tuvo un caso en 1830, considerado como uno de los más decididamente claros de cuantos haya presentado la posesión demoníaca. La paciente era una campesina de treinta y cuatro años, que nunca había padecido ninguna enfermedad y cuyo cuerpo mostraba gran corrección en todas sus funciones, incluso cuando la mujer daba muestras del extraño fenómeno. Debo observar que la paciente estaba felizmente casada, que tenía tres hijos y que no era una fanática religiosa; tenía además un carácter afable y era persona muy bien dispuesta para el trabajo y el cumplimiento de todas sus obligaciones.

Pues bien, no obstante todo eso, y sin que se dieran en ella síntomas previos de trastorno, ni causas perceptibles de su comportamiento sorprendente, un mal día se vio atacada de convulsiones violentísimas mientras del fondo de su pecho le salía una voz extraña y aterradora, la voz propia de un espíritu maligno que habitara en la forma humana de la buena mujer. Cuando tal fenómeno se daba en ella, la campesina no parecía la misma pues perdía su individualidad; sin embargo, una vez superó el acceso, volvió a ser la de siempre, la mujer afable y cumplidora de sus obligaciones que todos conocían. Pero nadie pudo olvidar las blasfemias que dijo con aquella voz extraña, ni las maldiciones que profirió incluso en contra de sus seres más queridos.

Es más, una vez recuperada, su cuerpo mostraba heridas y magulladuras que ella misma se había causado en el curso de aquellos ataques, pues en medio de las terribles convulsiones que sufriera rodaba por el suelo y se golpeaba con innumerables objetos, presa de una furia indescriptible. Ya recobrada, no era capaz de recordar nada de lo ocurrido; sólo podía lamentarse de lo que le contaban que había hecho, llorando entonces desconsoladamente. Los hechos se repitieron con alguna frecuencia, cada vez mayor, durante tres años.

En ese tiempo fue perdiendo su vitalidad hasta parecer casi un esqueleto, pues en medio de los accesos, que eran de una violencia variable, no podía ni comer, ya que cuando iba a llevarse la cuchara a la boca se le volvía ésta, como guiada por otra mano, y el alimento se derramaba por el suelo. Una afección que, como ya se ha dicho, duró tres años. No había remedio contra aquellas manifestaciones de insania; sólo hallaba la mujer un poco de alivio en las oraciones que hacía acompañada de los suyos, aunque en ocasiones, cuando la buena mujer oraba, el demonio que la poseía reaccionaba violentamente y hacía que se levantase cuando ya se había arrodillado, y en vez de las palabras santas de la oración le salía a la campesina por la boca una retahíla de blasfemias acompañada de una risa espantosa, todo lo cual cesaba únicamente por la insistencia en el rezo de quienes la acompañaban.

Cabe señalar, sin embargo, que no obstante todo lo anterior, la mujer pudo engendrar un nuevo hijo en ese tiempo, y que cuando nació le mostró el cariño debido y le procuró los cuidados necesarios, sin que su condición de madre se resintiese en todo ello. Pero el demonio aguardaba. Finalmente, y debido al magnetismo, la paciente cayó en una especie de sonambulismo en el que se dejó sentir una voz procedente de sí misma, que no era empero la suya, sino la de su espíritu protector, que la llamaba a ser paciente y a tener esperanza, y que le hizo la promesa de que el diabólico huésped que albergaba a su pesar sería obligado a abandonar sus cuarteles muy pronto.

Curiosamente, la campesina caía a menudo en un estado de magnetismo sin la ayuda de un magnetizador. Y pasados aquellos tres años, quedó enteramente liberada del demonio que la poseyera, recobrando por completo la salud y mostrándose tan afable y digna como siempre lo había sido.

En otro caso, el de la niña de diez años Rosina Wildin, un caso que se dio en Pleidelsheim en 1834, el demonio anunció la posesión que hiciera de la criatura proclamando desde el interior de la pequeña: ¡Aquí estoy! Fue de veras sorprendente oír aquel grito de voz hosca y masculina en la niña, que yacía como muerta pero convulsa, moviéndose brutalmente, hasta que de nuevo se dejó sentir desde su interior la voz del demonio, que decía: ¡Y ahora me voy otra vez!, con lo que la pequeña recuperó la paz. Aquel demonio a veces se expresaba en plural, pues como dijo en una ocasión estaba acompañado de otro maligno, un diablo mudo, por el que tenía que hablar:

—El mudo es quien hace que la niña se contorsione y gire sobre sí misma, el que le distorsiona los gestos, el que le vuelve los ojos, el que hace que le rechinen los dientes y todo lo demás. Yo sólo proclamo lo que él me ordena —decía el demonio que hablaba. Pero también aquella niña se curó mediante el uso del magnetismo.

Barbara Rieger, otra niña de diez años, natural de Steinbach, fue igualmente poseída por dos espíritus malignos en 1834, los cuales, además de hablar con dos tonos de voz y al tiempo, voces masculinas ambas, se expresaban también en diferentes dialectos. Uno decía haber sido albañil en otro tiempo, y el segundo proclamaba su antigua condición de verdugo. Éste era el peor de los dos. Cuando hablaban, la niña cerraba los ojos; cuando los abría, no recordaba nada. El demonio que fuera albañil confesaba haber sido un gran pecador, y hasta parecía mostrar cierto grado de arrepentimiento, pero el que fue verdugo no hablaba de su vida anterior.

A menudo pedían de comer, por lo que la niña recibía grandes cantidades de alimento mientras se hallaba en trance, con lo cual, cuando volvía en sí tenía hambre, pues ellos se lo habían comido todo. El albañil trasegaba además grandes cantidades de licor, y si no se lo daban hacía gala de un lenguaje muy procaz y causaba fuertes convulsiones a la niña, que una vez recobrado el sentido mostraba gran aversión hacia el alcohol. No paraban, con sus exigencias, de causar daño a la pequeña, que finalmente pudo ser curada mediante el magnetismo. El demonio que había sido albañil resultó prontamente expulsado de su cuerpo, pero el verdugo fue mucho más tenaz y resistente. En cualquier caso, al cabo fue derrotado, lo que quiere decir que se consiguió que saliera del cuerpo de la niña, con lo que ésta recuperó por completo la paz y la salud.

En 1835, un ciudadano de lo más respetable, cuyo nombre no ha sido facilitado por los médicos, acudió a la consulta del doctor Kerner. Tenía treinta y siete años, y a partir de los treinta había comenzado a mostrar un carácter atrabiliario, sumamente raro, por lo que llevaba siete años de posesión demoníaca. Eso había llenado de infelicidad a su familia, tanto como a sí mismo. Ya no era el hombre cordial y morigerado que fue siempre, sino grosero y despectivo, con frecuentes arrebatos de cólera. Un día, para colmo, salió de él una voz extraña e insolente que dijo ser la de un demonio que en otro tiempo fue el magistrado S., y que llevaba todos esos años, entonces seis, poseyendo el cuerpo del infortunado.

Al cabo, cuando se obtuvo mediante magnetismo su expulsión, la víctima, aquel hombre a quien tanto le había cambiado el carácter en siete años, cayó al suelo entre violentas convulsiones que parecieron a punto de quebrar todo su cuerpo. Mas luego de una larga pausa en la que pareció muerto, recobró por completo la salud y volvió a ser el hombre digno y educado que siempre fuera.

En otro caso, una joven de Gruppenbach, aun hallándose en disfrute pleno de todos sus sentidos, oyó un mal día la voz del demonio que la tenía posesa (y que era el alma de una persona ya fallecida), y no pudo evitar que salieran de sí tantas malas palabras como aquel demonio decía.

En resumen, que no son tan extraños los casos de posesión demoníaca, ni carecemos de descripciones prolijas de los mismos. Eso supone, ni más ni menos, que el fenómeno de la posesión existe, aunque no me atreva a señalar hasta cuándo seguirán siendo así las cosas, pues realmente sabemos muy poco de su génesis, que es lo importante. Todo lo más, y en contra de cierta tendencia actual a negar la existencia del fenómeno, podemos afirmar que tales casos son ciertos, pues están perfectamente comprobados, y no es cosa de continuar diciendo que dichos supuestos son imposibles.

Cabe esperar, igualmente, que en la medida en que dichas pruebas de posesión demoníaca se han dado en otros países, el nuestro no tiene por qué ser una excepción. Por mi parte, puedo dar cuenta de un suceso al respecto, en el que sin embargo se perciben otros influjos muy diferentes debidos a la posesión por parte de los espíritus.

Ocurrió en Bishopwearmouth, cerca de Sunderland, en 1840; y aunque los hechos fueron recogidos y publicados por dos médicos y dos cirujanos, además de vistos por muchas otras personas, son poco conocidos. En cualquier caso, me parece que son elocuentes en sí mismos tales hechos, cualquiera que sea la interpretación que pretenda dárseles. La paciente, Mary Jobson, estaba entre sus doce y trece años; sus padres, personas muy respetables, la llevaban siempre a la escuela dominical.

Mary cayó enferma en noviembre de 1839, sufriendo de inmediato horribles convulsiones en medio de las cuales se desgarraba los vestidos hasta quedar completamente desnuda. Fue así durante varias semanas. Y fue en ese tiempo cuando sus padres observaron que de Mary salía el sonido de unos golpes extraños, como si alguien golpeara una puerta que hubiese en el interior de la niña. Ocurría en distintos lugares y a horas diferentes, pero sobre todo cuando Mary ya se había acostado y dormido con las manos fuera del abrigo de la cama.

Una noche, atentos sus padres a tales fenómenos, escucharon una voz en vez de aquellos golpes, algo que los sorprendió extraordinariamente, algo que no acertaron a explicarse salvo pasado mucho tiempo, cuando el caso ya quedó explicado por los médicos. Primero fue un ruido metálico, como de choque de armas, y después una especie de temblor, harto ruidoso igualmente, que pareció ir a derrumbar la casa; siguieron pasos de alguien a quien no veían, mientras el suelo de la casa se llenaba de agua de cuya procedencia no era posible dar cuenta, y más sonidos: el de las cerraduras de las puertas que se abrían y, por encima de todos, una música muy dulce.

Los médicos y el padre de la niña sospecharon de algo sobrenatural y procedieron a adoptar las precauciones oportunas; pero nadie supo en un principio interpretar correctamente aquel misterio. Se trataba, sin embargo, de un espíritu benéfico, que al fin se manifestó para dar a la familia muy buenos consejos. Muchos fueron los que acudían a contemplar tan asombroso fenómeno, y no pocos de entre ellos hubieran querido escuchar aquella voz tan sabia en sus propias casas. Deseos que se cumplieron en algunos casos. Así, Elizabeth Gauntlett, mientras atendía a sus tareas domésticas un buen día, oyó una voz que le decía:

—Ten fe y escucharás la palabra de Dios, que habrás de oír atentamente, con tu más entregado oído.

Elizabeth, asombrada, no pudo evitar una exclamación:

—¡Qué es esto, Dios mío!

Y apenas lo dijo vio ante sí una pequeña nube muy blanca. Aquella misma noche volvió a dejarse sentir tan dulce voz, que le dijo:

—Mary Jobson, una de tus alumnas de la escuela dominical está muy enferma; acude a verla, pues si lo haces ayudarás a que se ponga bien.

Elizabeth no sabía dónde vivía Mary, pero después de enterarse allá que fue; y ya ante la puerta de la casa oyó la misma voz, que la invitaba a entrar. Lo hizo y se dirigió a la habitación de la niña, donde escuchó otra voz, tan dulce y bonita como la que antes oyese, que la llamaba a tener fe y que además le dijo:

—Soy la Virgen María.

La voz de la Virgen le prometió una señal cuando volviese a casa y, en efecto, aquella misma noche, tras visitar a su alumna, y mientras leía la Biblia antes de acostarse, oyó la misma voz que le decía:

—Jemina, no temas, que soy yo. Si obedeces a lo que te diga, la paz será siempre contigo, nunca padecerás males.

Lo mismo ocurrió en otras visitas de la Virgen, mas dejándose sentir en ellas, junto con su voz, una música celestial, la más exquisita música. El mismo fenómeno pudo observarse por parte de muchos, algunos de los cuales recibieron reproches de la voz por sus muy humanas quejas, aunque la voz los llamaba a ser corajudos y esperanzados. Otros oyeron también las voces de familiares que ya habían muerto, y tuvieron con ellas muchas revelaciones.

Una vez dijo la voz a Mary Jobson:

—Alza los ojos y verás en el techo el sol y la luna.

Y de inmediato se vieron en el techo un sol hermoso y una luna bellísima, que todo lo llenaban de tonalidades anaranjadas, verdes, amarillas, plateadas… Pero el padre de la niña, que no obstante el milagro obrado en su hija seguía siendo un hombre escéptico, quiso limpiar el techo de la habitación, y lo hizo con denuedo, hasta quedar agotado, pero fue en vano: allá siguieron el sol hermoso y la luna bellísima.

Entre otras muchas cosas, a cada cual más prodigiosa, la voz dijo en otra ocasión a la niña que parecía sufrir por algo; la niña dijo que no, pero también que no sabía dónde tenía su cuerpo, y que temía que su espíritu la hubiese abandonado para tomar posesión del cuerpo de otra persona; y que el cuerpo de esta persona, por ello, acaso hablara con el grito de una trompeta. La voz le dio el consuelo que precisaba la niña, llenándola de tranquilidad. Y también habló a la familia y a quienes acudían a la casa para presenciar los milagros, de muchas cosas referidas a familiares y amigos distantes, para probar que decía la verdad.

La niña vio en dos ocasiones a la divina forma junto a la cabecera de su cama, y Joseph Ragg, uno de los vecinos que habían acudido a la casa para contemplar los prodigios, ya de regreso a su casa, vio una figura alta y luminosa, muy bella, que se acercaba a su cama a las once en punto de la noche del 17 de enero. La figura vestía ropas de hombre, no obstante lo cual dimanaba de ella una gran delicadeza. Aquella misma noche volvería a verla de nuevo, horas más tarde. En esta segunda ocasión la figura luminosa descorrió las cortinas de la ventana del cuarto y lo miró bondadosamente, quedando así, contemplándole, durante un cuarto de hora. Cuando se esfumó, las cortinas, por sí solas, volvieron a cerrarse en la ventana.

Y un día, hallándose de visita en la habitación de la niña enferma, Margaret Watson vio un cordero que, después de entrar tranquilamente por la puerta del cuarto, fue a sentarse junto al padre de la niña, John Jobson, sin que él lo viera. Pero uno de los hechos más reseñables de este caso es, sin duda, el de la bellísima música celestial que tantos escucharon, incluso el escéptico padre de la pobre niña enferma. Eso, desde luego, fue lo que acabó obrando su conversión. Aquella música se había dejado sentir ininterrumpidamente durante dieciséis semanas; unas veces parecía la de un órgano, pero mucho más bonita; otras, la de un coro de voces que cantara canciones sagradas cuyas palabras se escuchaban claramente; y a veces también parecía el rumor apacible del agua de un arroyo.

Y cuando la voz deseaba que corriese el agua, sin que cesaran aquellos cánticos, el agua corría. Entonces comprendió el escéptico padre de la niña que el agua derramada en el suelo de la casa en aquella ocasión se debía a cosa tan concreta. Y que podía darse el prodigio, no una vez, sino veinte veces, como él mismo proclamaba entusiasmado. En todo el tiempo que se dio este caso las voces decían a la familia y allegados que aún faltaba por obrarse un milagro definitivo en la niña Mary Jobson. Y así, finalmente, el 22 de junio, cuando estaba más enferma que nunca, y su familia y amigos rezaban ardorosamente para pedir por su vida, se dejó sentir la voz de la Virgen a las cinco en punto de la tarde para ordenar que le fueran cambiadas las sábanas de la cama, y que le fueran igualmente cambiadas la ropas a la niña, y que todos abandonasen la habitación, salvo un niño que allí estaba.

Obedecieron. Y cuando al rato volvieron a entrar en el cuarto de la enferma les fue dado observar que Mary estaba completamente repuesta, sentada en una silla con el niño en sus rodillas. Y desde aquel día jamás volvió a ponerse enferma. El informe en el que se da cuenta de estos hechos data del 30 de enero de 1841.

Claro está, muchos se reirán de todo esto, asegurando que tales hechos nunca se dieron porque son, no ya imposibles, sino absurdos; pero fueron muchos, gentes honestas e inteligentes, los que pudieron comprobarlos por sí mismos. Yo misma, he de confesarlo, me resistí a creer en todo ello, por mucho que los hechos concordasen con mis propias creencias. Pero es que no fue una casualidad, no fue un fenómeno que durase un día, ni siquiera una hora, sino muchos meses; y no es menos evidente que el padre de Mary, un hombre escéptico donde los hubiera, acabó convencido del prodigio, lamentando en lo sucesivo haber sido blasfemo e intolerante, además de incrédulo.

El doctor Reid Clanny, que elaboró un informe sobre el caso, con la ayuda de los innumerables testigos del mismo, es un médico con muchos años de experiencia, y es también, según me parece, el inventor de la lámpara de aceite con protección de cristal[15], y declaró su convicción de que los hechos eran ciertos y demostrables, asegurando a sus lectores que:

—Mucha gente que detenta cargos en la jerarquía eclesiástica, así como varios ministros de otras confesiones, además de miembros notables de la sociedad, respetados por su sabiduría y piadosos sentimientos, se muestran complacidos con las explicaciones dadas a propósito de estos prodigios.

Cuando vio por primera vez a la niña en su lecho del dolor, aparentemente insensible, con los ojos fijos e inyectados en sangre, supuso que Mary padecía algún mal en su cerebro, no creyendo que hubiera en su enfermedad ningún misterio de tipo sobrenatural. No obstante, los exámenes a que sometió a la infeliz paciente lo llevaron muy pronto a creer lo contrario.

También dio cuenta el médico en su informe de cómo, mientras duró la enfermedad de la niña, tanto sus familiares como el mentado Joseph Ragg oyeron la misma música celestial casi sin interrupción; y escribió igualmente que Mr. Torbock, un cirujano que se mostró asombrado al conocer todo lo concerniente a la enfermedad y posterior curación de Mary Jobson, le refirió a su vez otro suceso en el que, cuando murió una persona a la que había asistido, se dejó sentir igualmente una música celestial, muy deliciosa, que a todos los presentes llenó de paz.

No son casos aislados, sin embargo. Se ha referido con frecuencia el hecho, comprobado por muchas personas, de que cuando alguien muere se deja sentir una música celestial. Tengo innumerables testimonios al respecto. Mas, volviendo a las investigaciones hechas sobre el caso de Mary Jobson, el doctor Clanny llegó a la convicción de que el mundo espiritual se identifica a menudo con nuestros problemas humanos a tal extremo que, como dice el doctor Drury, otro sabio, no queda más remedio que aceptar el hecho de que vivimos en un mundo espiritual, por lo que él mismo, cuando atendió a Mary, se vio inmerso en instancias no precisamente terrenales, esas que, según sus propias palabras:

—Consiguen llegar desde esos confines de los que, como suele decirse, no regresan los viajeros.

Catherine Crowe (1803-1876)




Relatos góticos. I Relatos de Catherine Crowe.


Más literatura gótica:
El análisis y resumen del cuento de Catherine Crowe: Poseídos por demonios (Possessed by Demons), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«Cuentos de hadas y folklóricos del campesino irlandés»: W.B. Yeats; libro y análisis


«Cuentos de hadas y folklóricos del campesino irlandés»: W.B. Yeats; libro y análisis.




Cuentos de hadas y folklóricos del campesino irlandés (Fairy and Folk Tales of the Irish Peasantry) es una colección de cuentos de hadas y leyendas del escritor irlandés William Butler Yeats (1865-1939), publicada en 1888.

La antología incluye algunos de los grandes poemas de W.B. Yeats, así también como el aporte de numerosos colaboradores, entre ellos, nada menos que Samuel Ferguson, William Allingham y Catherine Crowe.

Cuentos de hadas y folklóricos del campesino irlandés prefigura otro clásico de W.B. Yeats: El crepúsculo celta (The Celtic Twilight), donde el autor recoge algunos de los relatos irlandeses tradicionales más interesantes, así también como viejos mitos celtas profundamente arraigados en la cultura popular. En definitiva, el libro pone en evidencia que los poemas de W.B. Yeats a menudo se construyen sobre cimientos mitológicos realmente antiguos.

Si bien es cierto que buena parte de Cuentos de hadas y folklóricos del campesino irlandés no ha sido traducida al español, algunos episodios, poemas y relatos, ya son parte de nuestra biblioteca.




Cuentos de hadas y folklóricos del campesino irlandés.
Fairy and Folk Tales of the Irish Peasantry, W.B. Yeats (1865-1939)
  • El lamento de Deidre (The Lament of Deidre, Samuel Ferguson)
  • El niño robado (The Stolen Child, W.B. Yeats)
  • Las hadas (The Fairies, William Allingham)
  • Amo y hombre (Master and Man, Thomas Crofton Croker)
  • Canción del fantasma (Song of the Ghost, Alfred Perceval Graves)
  • Cómo Thomas Connolly conoció a la Banshee (How Thomas Connolly Met the Banshee, J. Todhunter)
  • Cucheen Loo (Cusheen Loo, J.J. Callanan)
  • Daniel O' Rourke (Daniel O'Rourke, Thomas Crofton Croker)
  • El alma del sacerdote (The Priest's Soul, Lady Wilde)
  • El cordero negro (The Black Lamb, Lady Wilde)
  • El destino de Frank McKenna (The Fate of Frank McKenna, William Carleton)
  • El encantamiento de Gearoidh Iarla (The Enchantment of Gearoidh Iarla, Patrick Kennedy)
  • El espino de las hadas (The Fairy Thorn, Samuel Ferguson)
  • El flautista y el Puca (The Piper and the Púca, Douglas Hyde)
  • El funeral de Flory Cantillon (Flory Cantillon's Funeral, Thomas Crofton Croker)
  • El gato demonio (The Demon Cat, Lady Wilde)
  • El hada de Donegal (A Donegal Fairy, Letitia Maclintock)
  • El hada enfermera (The Fairy Nurse, Edward Walsh)
  • El Leprechaun o el hada zapatera (The Lepracaun; or, Fairy Shoemaker, William Allingham)
  • El muchacho radiante (The Radiant Boy, Catherine Crowe)
  • El Pooka (The Pooka, W.B. Yeats)
  • El Pooka de Kildare (The Kildare Pooka, Patrick Kennedy)
  • El pozo de las hadas de Lagnanay (The Fairy Well of Lagnanay, Samuel Ferguson)
  • El pudín embrujado (The Pudding Bewitched, William Carleton)
  • Fantasmas (Ghosts, W.B. Yeats)
  • Far Darrig en Donegal (Far Darrig in Donegal, Letitia Maclintock)
  • Frank Martin y las hadas (Frank Martin and the Fairies, William Carleton)
  • Gigantes (Giants, W.B. Yeats)
  • Grace Connor (Grace Connor, Letitia Maclintock)
  • Jamie Freel y la joven dama (Jamie Freel and the Young Lady, Letitia Maclintock)
  • La balada del padre O'Hart (The Ballad of Father O'Hart, W.B. Yeats)
  • La Banshee de los Mac Carthy (The Banshee of the Mac Carthys, Thomas Crofton Croker)
  • La bella haragana y sus tías (The Lazy Beauty and Her Aunts, Patrick Kennedy)
  • La bruja liebre (The Witch Hare, S.C. Hall)
  • La cena del sacerdote (The Priest's Supper, Thomas Crofton)
  • La esposa de Paddy Corcoran (Paddy Corcoran, William Carleton)
  • La excursión de las brujas (The Witches' Excursion, Patrick Kennedy)
  • La fábrica de cáscaras de huevo (The Brewery of Egg-Shells, Thomas Crofton Croker)
  • La gran cuchara (The Long Spoon, Patrick Kennedy)
  • La historia del pequeño pájaro (The Story of the Little Bird, Thomas Crofton Croker)
  • La isla de los bendecidos (Hy-Brasail, Gerald Griffin)
  • La isla fantasma (The Phantom Isle, Giraldus Cambrensis)
  • La leyenda de Knockgrafton (The Legend of Knockgrafton, Thomas Crofton Croker)
  • La leyenda de Tyrone (A Legend of Tyrone, Ellen O'Leary)
  • La mujer cornuda (The Horned Women, Lady Wilde)
  • La princesa arrogante (The Haughty Princess, Patrick Kennedy)
  • Las Banshee (The Banshee, W.B. Yeats)
  • Las confesiones de Tom Bourke (The Confessions of Tom Bourke, Thomas Crofton Croker)
  • Las escaleras del gigante (The Giant's Stairs, Thomas Crofton Croker)
  • Las hadas que marchan (The Trooping Fairies, W.B. Yeats)
  • Las hadas solitarias (The Solitary Fairies, W.B. Yeats)
  • Las jaulas de almas (The Soul Cages, Thomas Crofton Croker)
  • Las manzanas doradas de Lough Erne (The Golden Apples of Lough Erne, Abraham McCoy y Nicholas O'Kearney)
  • La trucha blanca (The White Trout, Samuel Lover)
  • Leprechaun (Leprecaun, W.B. Yeats)
  • Los doce gansos salvajes (The Twelve Wild Geese, Patrick Kennedy)
  • Los tres deseos (The Three Wishes, William Carleton)
  • Mantequilla embrujada (Bewitched Butter, Letitia Maclintock)
  • Munachar y Manachar (Munachar and Manachar, Douglas Hyde)
  • Santos, sacerdotes (Saints, Priests, W.B. Yeats)
  • Teig O'Kane y el cadáver (Tadhg Ó Cáthán and the Corpse, Douglas Hyde)
  • Tyeer-na-n-oge (Tyeer-na-n-oge, W.B. Yeats)
  • Una bruja del condado de la reina (A Queen's County Witch, John Keegan)
  • Una leyenda de Knockmany (A Legend of Knockmany, William Carleton)
  • Un sueño (A Dream, William Allingham)




Libros de poemas. I Libros de W.B. Yeats.


El análisis y resumen del libro de W.B. Yeats: Cuentos de hadas y folklóricos del campesino irlandés (Fairy and Folk Tales of the Irish Peasantry), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«La casa de Camden Hill»: Catherine Crowe; relato y análisis


«La casa de Camden Hill»: Catherine Crowe; relato y análisis.




La casa de Camden Hill (The B... House in Camden-Hill) es un relato de fantasmas de la escritora inglesa Catherine Crowe (1803-1876), publicado en la antología de 1848: El lado nocturno de la naturaleza (The Night-Side of Nature).

La casa de Camden Hill, uno de los mejores relatos de fantasmas del siglo XIX, es parte del vasto anecdotario paranormal de los cuentos de Catherine Crowe; cuyo estilo se identifica claramente con la tradición oral de este tipo de historias, narradas con cierta ligereza pero también con un encanto indudable.




La casa de Camden Hill.
The B... House in Camden Hill; Catherine Crowe (1803-1876)

La casa del matrimonio B. en Camden Hill no tenía nada de particular, excepto su gran número de habitaciones, todas igualmente confortables. La pareja la había rentado por un precio razonable a un hombre de negocios de Temple, con la intención de convertirla en una pensión, donde pudieran alojarse funcionarios o empleados de la vecindad.

Al principio, gracias a sus precios económicos, el negocio prosperó, pero un buen día un empleado joven llamado Rose se marchó bruscamente asegurando que su habitación estaba embrujada. Los esposos B. jamás habían ocupado aquel cuarto, una sala grande que daba al jardín. De este modo, antes de volverla a alquilar, decidieron comprobar por sí mismos lo que ocurría en ella.

Desde la primera noche reconocieron que Rose no había mentido.

Entre la una y las dos de la madrugada, la señora B. fue despertada por un extraño ruido, como el de un enorme gato arañando el parquet. Al mismo tiempo, su marido también se despertó y los dos oyeron en silencio como el extraño ruido aumentaba y disminuía, como si su misterioso autor se acercara y alejara de la cama. Eventualmente, el señor B. no pudo más y gritó:

—¿Quién eres y qué haces aquí?

El ruido cesó, pero un segundo después, las sábanas fueron arrancadas violentamente de la cama. La señora B. encendió una vela que guardaba cerca de sí. En el cuarto no había nada, sin embargo, no encontraron las sábanas.

Se levantaron, cerraron con llave y se fueron a pasar el resto de la noche en su dormitorio. A la mañana siguiente, volvieron a la habitación de Rose y encontraron las sábanas revueltas sobre la cama; el cubrecama, de gruesa lana, estaba intacto, pero las sábanas estaban hechas jirones.

La señora B. se negó a repetir la experiencia, pero su esposo, obstinado, volvió a instalarse en la habitación embrujada. Esta vez mantuvo una linterna encendida en la cabecera de la cama. Tardó mucho en dormirse, pero cuando empezaba a vencerlo el sueño, fue sobresaltado por el mismo ruido de la noche anterior. El señor B. se incorporó y vio, a la luz de la lámpara, a un anciano de aspecto miserable, escasamente vestido, de pie en el centro del cuarto. Llevaba un curioso casquete de piel de gato y contemplaba al durmiente con evidente desconfianza.

Pese al miedo, el señor B. preguntó al sobrenatural intruso cuáles eran sus intenciones. A modo de respuesta, éste empezó a resoplar como un gato furioso e intentó agarrar las sábanas. Entonces el señor B. notó que sus manos descarnadas eran extraordinariamente largas y que terminaban en uñas como garras.

Casualmente, el señor B. tanteó junto a la cama una caña de junco, la tomó y con ella intentó pegarle al visitante nocturno. No encontró resistencia alguna y el junco atravesó el cuerpo del anciano como si fuera de humo.

Entonces el fantasma retrocedió, lanzando amenazas y hundiéndose en la pared, despareció. La noche terminó tranquilamente. La pareja sacó los muebles y cerraron el cuarto.

El fantasma no quebró la paz de ninguna otra habitación. Pero aproximadamente dos años después el matrimonio habló del extraño suceso a uno de sus primos, un marino de Kingston, que había venido a visitarles.

El marinero era un hombre robusto y de un sólido sentido común; por cortesía no quiso poner en duda las afirmaciones de sus primos, pero decidió pasar la noche en el cuarto embrujado. Con este fin, la amueblaron con una pequeña cama de campo, una mesa de luz y una silla, y colocaron una lámpara encendida en la consola de la chimenea. El marinero tardó muy poco en dormirse pues no creía en historias de fantasmas.

Había cerrado su habitación con llave e incluso había asegurado la puerta con un sólido cerrojo. Entre la una y las dos fue despertado por una fuerte sacudida en su cama y vio al anciano que lo observaba, colérico.

Cuando el marino se disponía a levantarse, el fantasma retrocedió, gruñendo como un gato furioso y desapareció. Luego se oyeron muchos golpes de gran violencia contra (o dentro) de los muros y un enorme trozo de yeso se desprendió del techo. Pero el espectro no volvió a aparecer.

Poco después los esposos B. se marcharon de Londres para establecerse en Kingston y no se supo más de la casa de Camden Hill.

Catherine Crowe (1803-1876)




Relatos góticos. I Relatos de Catherine Crowe.


Más literatura gótica:
El análisis y resumen del relato de Catherine Crowe: La casa de Camden Hill (The B... House in Camden Hill), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Poema de Walter de la Mare.
Análisis de «Christabel» de Samuel Coleridge.
Poema de Elizabeth Akers Allen.


Relato de Carl Jacobi.
Poema de Amy Lowell.
Poema de Dora Sigerson Shorter.