Una noche en el museo: análisis de «Horror en el museo» de Lovecraft.


Una noche en el museo: análisis de «Horror en el museo» de Lovecraft.




Hoy analizaremos el relato de H.P. Lovecraft: Horror en el museo (The Horror in the Museum), escrito en octubre de 1932 [en colaboración con Hazel Heald] y publicado originalmente en la edición de julio de 1933 de la revista Weird Tales. Más adelante sería reeditado por Arkham House en la antología de 1941: Más allá del muro del sueño (Beyond the Wall of Sleep).


[Incluso a la luz de su linterna no pudo evitar sospechar un leve y furtivo temblor en la lona que ocultaba la terrible alcoba: «Solo para adultos». Sabía lo que había más allá y se estremeció. La imaginación invocó la forma impactante del fabuloso Yog-Sothoth, sólo un cúmulo de globos iridiscentes pero estupendo en su maligna sugestión.]


Resumen:

Stephen Jones, un erudito en materia de arte, visita el Museo Rogers, en Londres, habiendo escuchado que sus efigies de cera eran mucho más horribles que las de Madame Tussaud. Se decepciona con los asesinos y víctimas habituales en la galería principal, pero la sección «Solo para adultos» lo cautiva. Contiene monstruosidades esotéricas como Tsathoggua, Chaugnar Faugn, un night-gaunt, Gnoph-keh, incluso el gran Cthulhu y Yog-Sothoth, ejecutados con brillante realismo.

Jones busca al propietario y artista, George Rogers, cuya sala de trabajo se encuentra en el sótano del museo. Los rumores de locura y creencias religiosas extrañas siguieron a Rogers después de ser despedido por Tussaud y, de hecho, un aire de intensidad reprimida golpea a Jones al entrar en el taller.

Eventualmente, Rogers le cuenta a Jones sobre viajes misteriosos a lugares remotos. También afirma haber leído ciertos libros prohibidos, como los Manuscritos Pnakóticos. Se jacta de que una noche, bebido, encontró algunas pistas de ciclos de vida extraterrestres anteriores a la humanidad. Más aún, insinúa que algunas de sus efigies no son artificiales. El escepticismo de Jones enfurece a Rogers.

Aunque asqueado, cierta fascinación morbosa sigue atrayendo a Jones al museo. Una tarde escucha el aullido agonizante de un perro. Orabona, el asistente de Roger [de «apariencia extranjera»], dice que el alboroto debe provenir del patio detrás del edificio, pero sonríe con ironía. En el patio, Jones no encuentra rastros de ningún perro. Se asoma al cuarto de trabajo y se da cuenta que cierta puerta cerrada con candado está abierta, la habitación más allá está iluminada. A menudo se había preguntado acerca de esta puerta, sobre la cual está garabateado un símbolo del Necronomicón.

Esa noche Jones regresa y encuentra a Rogers en un febril estado de emoción. Este pronuncia sus afirmaciones más extravagantes hasta el momento. Dice que algo en los Fragmentos Pnakóticos lo llevó a Alaska, donde descubrió ruinas antiguas y una criatura dormida [pero no muerta]. Ha transportado a este «dios» a Londres y le ha realizado ritos y sacrificios. Por fin, afirma, la criatura ha despertado y se ha alimentado.

Le muestra a Jones el cadáver triturado y drenado de un perro. Jones no puede imaginar qué clase de tortura podría haber acribillado al animal, dejándole innumerables heridas circulares. Acusa a Rogers de sadismo. Este sostiene que su «dios» lo ha hecho. Le muestra fotos de su viaje a Alaska, las ruinas, y algo en un trono de marfil. Incluso en la posición en la que se encuentra [en cuclillas], es enorme [Orabona está a su lado en la fotografía para darle cierta escala], con un torso globular, extremidades en forma de garras, tres ojos de pez y una larga trompa. También tiene branquias y un «pelaje» de tentáculos oscuros con bocas en forma de áspid.

Jones deja caer la foto con una mezcla de repulsión. La efigie en la foto puede ser el mejor trabajo de Rogers, pero le aconseja que cuide su cordura y destruya esa maldita cosa.

Rogers echa un vistazo a la puerta cerrada con candado, luego le propone a Jones que demuestre su incredulidad pasando la noche en el museo, prometiendo que, si lo logra, permitirá que Orabona destruya la efigie. Jones acepta.

Rogers encierra a Jones, apaga las luces y se va. Incluso en la sala principal de exposiciones, Jones se inquieta. No puede evitar imaginarse movimientos extraños y un olor más parecido a especímenes conservados en formol que a cera. Cuando enciende su linterna sobre la lona que protege la sección para adultos, la tela parece temblar. Entra a zancadas para tranquilizarse, pero se detiene de repente: ¿los tentáculos de Cthulhu están realmente balanceándose? [ver: Cthulhu: anatomía de un Primigenio]

De vuelta en la sala principal, deja de mirar a su alrededor, pero sus oídos se agudizan. ¿Son pasos sigilosos en el taller? ¿Se abre la puerta y algo se arrastra hacia él? La linterna revela una forma negra, no del todo simiesca, no del todo insectiforme. Grita y se desmaya.

Segundos después, vuelve en sí. El monstruo lo está arrastrando hacia la sala de trabajo. La voz de Rogers murmura algo sobre ofrecerle a Jones a su amo, Rhan-Tegoth. Cree estar en las garras de un loco, no de una blasfemia cósmica. Lucha contra Rogers, arrancando su extraño traje de cuero y atándolo. Le quita las llaves y está a punto de escapar cuando Rogers comienza a hablar de nuevo. Jones es un tonto y un cobarde. Nunca podría haberse enfrentado al Dimensional cuya piel vestía Rogers y rechazar el honor de reemplazar a Orabona como el sacrificio humano de Rhan-Tegoth. Aun así, si Jones lo libera, Rogers puede compartir el poder que Rhan-Tegoth otorga a sus sacerdotes. Deben ir al dios, porque se muere de hambre, y si muere, ¡los Antiguos nunca podrán regresar! [ver: Lovecraft y el culto secreto de los Antiguos]

Ante la negativa de Jones, Rogers grita un conjuro que retumba en la puerta cerrada con candado. Algo golpea y una pata con garras de cangrejo atraviesa las astillas y entra en el cuarto de trabajo. Entonces Jones huye despavorido.

Después de una semana con médicos especialistas en nervios, regresa al museo, con la intención de probar sus recuerdos, o descartarlos como mera imaginación. Orabona lo saluda, sonriendo. Rogers se ha ido a Estados Unidos por negocios, dice. Una pena, porque en su ausencia la policía ha cerrado la última exhibición del museo. La gente se estaba desmayando al ver su última obra. El sacrificio de Rhan-Tegoth, pero Orabona dejará que Jones la vea.

Jones se tambalea al ver la cosa en la foto, encaramada en un trono de marfil, agarrando con sus patas un cadáver humano aplastado y drenado. Pero es el rostro del cadáver lo que lo hace desmayarse, porque es el propio Rogers, que lleva el mismo rasguño que sufrió en su pelea con Jones. Indiferente, Orabona sigue sonriendo.


Horror en el museo de H.P. Lovecraft pertenece a los Mitos de Cthulhu e integra una gran cantidad de elementos típicos del ciclo. De Leng a Lomar, de Tsathaggua a Cthulhu, todo está aquí, incluso interjecciones familiares e impronunciables como «¡Ei! ¡Ei! ¡Ei!» y «¡Iä! ¡Iä! ¡Iä!» [ver: Lovecraft y las lenguas extraterrestres]. También nos brinda un dato que podemos extrapolar a otras historias: la hibernación [durante eones] es una estrategia de supervivencia común entre estos seres extradimensionales [ver: La tecnología de los Antiguos]

El relato también menciona los clásicos habituales en cualquier biblioteca prohibida: el Necronomicón, el Libro de Eibon, el Unaussprechlichen Kulten, y los Fragmentos Pnakóticos y sus Cánticos Dhol, considerablemente más raros [ver: El secreto de los «Manuscritos Pnakóticos»]. Por otro lado tenemos a Orabona, el sirviente extranjero de Rogers, el cual parece un estereotipo al principio; sin embargo, eventos posteriores desvían esa expectativa.

De todas las obras de Lovecraft, Orabona es uno de mis personajes favoritos. La mayoría de los tipos que se enfrentan a los dioses lovecraftianos se desmayan, salen corriendo de la habitación gritando o simplemente se vuelven locas. Orabona es capaz de matar a estos seres, rellenarlos y cubrirlos de cera, no sin ser respetuoso, ya que el proceso [¿creativo?] también implica la exanguinación de los originales.

Horror en el museo parece una versión bizarra de El modelo de Pickman (Pickman's Model), donde lo macabro no se insinúa, sino que se arroja directamente en la cara del lector. Las pinturas de Pickman son, por supuesto, horribles, pero en última instancia son simplemente arte. Aquí, además de un genio megalómano y dioses antiguos, los objetos de arte son mucho más realistas. De hecho, uno puede pelar la cera de las efigies de Rogers y encontrar la carne preservada de sus modelos [ver: De la luz a la oscuridad: psicología de «El modelo de Pickman»]

Como Thurber de El modelo de Pickman, Stephen Jones es un erudito en arte extraño, pero su profesión es un misterio y, a contramano de Thurber, sus motivaciones no tienen mucho que ver con escribir una monografía. De hecho, es un tipo relajado. Parece no tener profesión, trabajo ni obligaciones. Es la suma del protagonista lovecraftiano: erudito, caballeroso, y cuyos atributos existen solo por el bien de la historia. Después de todo, asignarle una profesión, y sus consecuentes obligaciones, sería un estorbo para su función en el relato: pasar tiempo en el museo, mucho tiempo [ver: ¿De qué trabajan? Personajes desempleados en el Horror]

Por supuesto, Jones es un fanático del arte extraño, por lo que tiene motivos para sentirse atraído al museo. Es un erudito, decíamos, porque debe haber visto antes al Necronomicón para poder reconocerlo, pero, si ya lo ha visto antes, ¿por qué no ha unido los puntos más rápidamente en relación a Rogers y sus extraños objetos de arte? En cambio, solo se muestra cortésmente incrédulo, y parece estar listo para desmayarse en cualquier momento, mostrando una vez más cómo incluso los caballeros urbanos y varoniles no pueden soportar tales espantos, lo que significa [en la mente de Lovecraft] que nadie podría soportarlos, excepto los locos y los misteriosos asistentes extranjeros.

Por el contrario, Thurber tiene una voz distintiva en El modelo de Pickman, bien articulada por la narración en primera persona. Su relación con Pickman es más compleja e íntima que la de Jones con Rogers, marcada por una apreciación genuina y profunda del arte de Pickman. Jones puede reconocer la grandeza de Rogers, pero lo trata más como una curiosidad psicológica que como un amigo.

Rogers es una mezcla de los arquetipos del artista maldito y el científico loco, pero con recursos económicos muy por encima de sus atributos. ¿Quién financió esas expediciones y el transporte de gigantescos dioses dormidos de Alaska a Londres? En comparación, Pickman parece emocionalmente estable, o al menos lo suficientemente circunspecto como para funcionar con relativa normalidad en la sociedad, cuidándose de no revelar sus secretos ni siquiera a sus discípulos. Solo una foto casual lo traiciona. Rogers no parece tener problema en vociferar sus espantosos descubrimientos, rasgo más afín con el científico loco que con el artista maldito.

Hay mucha fotografía en Horror en el museo. Rogers produce unas cuantas para probar sus historias. Es interesante notar que la foto del modelo de Pickman establece una verdad horrible para Thurber, mientras que la foto de Rhan-Tegoth no logra convencer a Jones. Podría ser simplemente la foto de una efigie de cera, aunque muy lograda, en sí misma una representación falsa de la realidad. También es interesante la similitud de escenarios en ambas historias. El estudio de Pickman y el taller de Rogers están situados en sótanos, ambos en vecindarios de singular antigüedad [ver: El Horror siempre viene desde el Sótano]

Me gusta cómo en El modelo de Pickman la antigüedad del vecindario se define por sus techos abuhardillados, mientras que en Horror en el museo se define por sus techos estilo Tudor [sea lo que sea que eso signifique], casi como si los dioses antediluvianos fuesen más antiguos y nobles al otro lado del Atlántico [desde la perspectiva de Lovecraft]. Sin embargo, los alrededores del museo no son tan interesantes, a diferencia de la guarida de Pickman en North End con su rue d’Auseil oscura y sobrenatural [ver: El limbo de la Rue d’Auseil]

Sin embargo, Pickman carece de una ventaja [¿o desventaja?] que sí tiene Rogers: un asistente. Orabona, en mi opinión, es el verdadero protagonista de esta historia. Rhan-Tegoth, por supuesto, es un dios útil, aunque estoy más intrigado por el «Dimensional» cuya piel usa Rogers. Su ciudad en ruinas es una bonita contraparte ártica de la megalópolis antártica de En las Montañas de la Locura (At the Mountains of Madness). Su descripción es mucho menos convincente, restringida por el enfoque y la longitud de la historia. ¡Pero Orabona! Es tan propenso a las miradas sarcásticas y sonrisas raras como el guía de Bajo las pirámides (Under the Pyramids); a propósito, escrito por Lovecraft como escritor fantasma de Houdini [ver: Lovecraft como escritor fantasma]

No, Orabona no es el típico «Igor» del científico loco. Su renuencia a despertar a Rhan-Tegoth tampoco es mera cobardía. Es lícito preguntarse si este sujeto no es, después de todo, un avatar de Nyarlathotep en su versión de intervencionista críptico, como es su costumbre. Definitivamente, Orabona es alguien más de lo que aparenta. ¿Tal vez un viajero en el tiempo Yithiano? Y, en ese caso, ¿cuál podría ser su misión? [ver: Ciclo de Yith: la Gran Raza y viajes en el tiempo]

Pero, ¿podría Nyarlathotep o un Yithianno querer evitar la reanimación de Rhan-Tegoth? ¿Por qué? Tal vez, Orabona solo es un agente libre en la cosmovisión de los Mitos de Cthulhu.

En este punto, lo más prudente es desistir de estas especulaciones; muy divertidas, es cierto, pero inconducentes. Quizás algún lector amigo de El Espejo Gótico en Londres pueda darse una vuelta por el museo. Si Orabona todavía está allí, quizás pueda revelarnos algo.

[Una breve nota sobre estos misteriosos Dimensionales [Dimensional Shamblers]. En otras historias de los Mitos de Cthulhu se nos informa que estas criaturas humanoides con pieles arrugadas y garras enormes, viven en la misma dimensión alternativa en la que habita Yog-Sothoth. Los nigromantes a menudo los convocan a la tierra, pero ocasionalmente aparecen de forma espontánea en nuestra dimensión. Cuando los Dimensionales se encuentran con humanos, generalmente se los llevan con ellos. Por lo poco que sabemos, ha habido poca interacción significativa con esta especie.]

Justo después de En las montañas de la locura, La Sombra sobre Innsmouth (Shadow Over Innsmouth) y El que susurra en la oscuridad (The Whisperer in Darkness), Lovecraft comenzó a dar un paso más allá en la construcción de su mundo y a hacer que los Mitos de Cthulhu sean más cohesivos. Por eso, Horror en el museo invoca todos los nombres que se han dado en historias anteriores y agrega algunos nuevos. Rhan-Tegoth, recuperado de una antigua ciudad en ruinas [y originario de Yuggoth] es uno de ellos, y solo aparece aquí.

Dicho esto, Yuggoth parece ser el principal puerto de nuestro sistema solar. Los Mi-Go encontraron ruinas antiguas cuando llegaron allí por primera vez, y se ha mencionado que otros seres se detuvieron en Yuggoth de camino a la Tierra. Ahora bien, si Rhan-Tegoth tiene alguna relación con los Mi-Go, Lovecraft nunca emite un solo adjetivo fúngico. Por otro lado, las invocaciones de Rogers a Shub-Niggurath no serían tan caprichosas como parecen, y hasta podrían sugerir una conexión. ¿Shub-Niggurath es algún tipo de autoridad en Yuggoth y, por lo tanto, tiene cierto control sobre quienes lo usan como base? [ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu]

En cualquier caso, como dios, Rhan-Tegoth parece bastante menor, pero sugiere que la capacidad de hibernar no es exclusiva de Cthulhu. Los dioses, como las ranas y los tardígrados, pueden entrar en estasis hasta que las condiciones ecológicas [o la disposición de las estrellas, o sacrificios] vuelvan a ser las correctas.

Uno tiende a buscar patrones [a «correlacionar contenidos» diría Lovecraft], pero, en este punto en el desarrollo de los Mitos, hay muy pocos. De hecho, Lovecraft parece buscar la cohesión pero al mismo tiempo despistarnos. ¿Por qué el autoproclamado sumo sacerdote de Rhan-Tegoth en la tierra, Rogers, sigue aclamando a Shub-Niggurath? También nos gustaría saber cómo la trama de Horror en el museo, con la recuperación de monstruos antediluvianos de tierras inaccesibles, se las arregló para ser tan parecida a la de King Kong, cuando fue escrita un año antes del estreno de la película? ¿Había algo en el aire?

Lo más extraño en Horror en el museo, el único detalle que lo hace único en el corpus lovecraftiano, es [insisto] Orabona. ¿Qué debemos hacer con él? En cierto nivel, es un estereotipo, un sirviente extranjero, oscuro y aterrador, pero que además es astuto, engreído, y sabe más sobre cosas sobrenaturales de lo que ninguna persona [humana] debería ser capaz de justificar. Por otro lado, tiene demasiada... agencia, demasiada independencia para un tipo de piel oscura en una historia de Lovecraft. De hecho, aunque pasa la mayor parte del tiempo merodeando en el fondo, podría jurar que en realidad es su historia, con el aparente protagonista Jones simplemente como el habitual testigo lovecraftiano [ver: «La Sombra sobre Innsmouth»: del odio racial a la empatía]

Hablando de esos fondos, ¿qué está pasando detrás de escena?

Orabona se pone al servicio de un amo malvado cuyos ritos claramente desaprueba. Caritativamente, podría encajar en la tradición shakesperiana de sirvientes que hablan en nombre de la conciencia de sus amos sin hacer nunca cosas molestas, como renunciar. Tal es así que sigue a Rogers a Leng, y de regreso, luego rompe con la tradición al amenazar con disparar al dios que pronto será revivido, y finalmente quema las naves al hacerlo. Además, no solo esconde la realidad del dios, y la muerte de Rogers al público en general, sino que las exhibe de tal manera que sean claras como el agua para cualquier iniciado. Esto protege a la población en general de esas cosas que el hombre no debe saber y, por el otro, las pone en evidencia para el iniciado. No es un detalle menor, porque en las historias de Lovecraft, normalmente, esa es la carga del hombre blanco.

Estoy seguro que la intención de Lovecraft con Orabona era que fuera siniestramente étnico, pero el resultado, tal vez alterado por Hazel Heald, da como resultado a este tipo ambiguo que, aunque se opone al proyecto de restauración de Rhan-Tegoth, apoya a Rogers, desvía las consultas externas y luego sigue adelante y hace la exhibición usando el cadáver mutilado de Rogers. Como mínimo, me gustaría saber más sobre sus motivaciones.

No puedo evitar imaginar que Orabona no está solo en sus esfuerzos. Quizás haya toda una orden de agentes bien entrenados, todos dispuestos a hacerse pasar por sirvientes en las casas de los tipos blancos que no pueden manejar el Necronomicón, listos para evitar que las cosas vayan demasiado lejos cuando comiencen a intentar revivir estas fuerzas antropofágicas. Tampoco puedo evitar pensar que a Lovecraft le hubiese parecido una pésima idea.

A fin de cuentas, estas insinuaciones [si acaso lo son] pueden ser los aportes de Hazel Heald, y no de Lovecraft. Después de todo, ella escribía originalmente para Strange Tales, una revista mucho más... pulposa, digamos, que Weird Tales. Esto nos permite preguntarnos: ¿quién escribió qué parte de Horror en el museo? En sus cartas, Lovecraft se queja de haber hecho la mayor parte del trabajo aquí, sin embargo, la imagen de un personaje congelado como una estatua es un elemento recurrente en otras historias de Hazel Heald.

A propósito, un pequeño chisme: la biografía de Sprague De Camp [Lovecraft: una biografía (Lovecraft: a Biography)] afirma que Hazel Heald tenía un interés romántico en Lovecraft, y que hasta lo invitó a cenar [ver: Lovecraft, Hazel Heald, y una cena a la luz de las velas]. Aparentemente, el flaco de Providence no aceptó. Tal vez para justificar esa decisión, De Camp añade que Heald era «una divorciada robusta y de cabello castaño rojizo». Pronto escribiremos sobre esto en El Espejo Gótico [ver: Lovecraft y Winifred Jackson: ¿una historia de amor?]

Si bien Horror en el museo expone algunas notas lovecraftianas altas, en general, no se siente como un relato completamente suyo. Tal vez sea porque el narrador sale bastante bien parado, solo con los nervios un poco alterados, o porque Rogers parece pagar algún tipo de castigo kármico, más que convertirse en la víctima aleatoria del universo [vasto e indiferente]. En cierto modo, se siente más como una historia de August Derleth escrita en una tarde sentimental. Frases como «la carga descendió al olvido de un laberinto cloacal» o «una máquina de destrucción salvaje tan formidable como un lobo o una pantera» no suenan ni siquiera remotamente a Lovecraft.

El reemplazo de un ser humano vivo por una efigie de cera o arcilla, tan realista que parece la persona real, ha sido un elemento básico en el horror. Un artista maníaco, a menudo agraviado o humillado por sus compañeros, trabaja maravillosamente esculpiendo réplicas precisas de personas desaparecidas recientemente. La broma horrible, por supuesto, es que la escultura no es una réplica en absoluto. El artista resulta no ser tanto un escultor talentoso como un hábil taxidermista. No tengo la fecha exacta de estreno, pero la película El misterio del museo de cera (Mystery of the Wax Museum) salió un año después de que Lovecraft y Heald escribieran Horror en el museo. Podría haber alguna conexión allí.

Otra inspiración pudo haber sido el relato de A.M. Burrage: La obra de cera (The Waxwork), publicado en 1931. Hay similitudes en la trama de ambas historias, aunque Lovecraft ofrece una variación sobre el tema: las efigies de cera de Horror en el museo son de modelos no humanos, no de humanos como en la historia de Burrage.

No apena el final de Rogers. Después de todo, es un aspirante a líder de una nueva religión bárbara. Orobona, su inescrutable secuaz étnico, sonríe con complicidad ante la desaparición de su maestro. Esto ocurre poco después de un monólogo exagerado que recordará a los lectores los innumerables desvaríos del artista a lo largo de los años. En una escena culminante, Jones rechaza sensatamente una oferta de Rogers:


[Habría hecho inmortales tus fragmentos aplanados y perforados.]


Jones no parece impresionado por esa oportunidad. Solo quiere irse a la mierda de allí. Algunas personas no sienten ningún aprecio por la fama.




H.P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhu.


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El artículo: Una noche en el museo: análisis de «Horror en el museo» de Lovecraft fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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