Un viaje en el tiempo inducido por el opio: análisis de «El Caos Reptante» de Lovecraft.


Un viaje en el tiempo inducido por el opio: análisis de «El Caos Reptante» de Lovecraft.




Hoy analizaremos el relato de H.P. Lovecraft y Winifred V. Jackson: El Caos Reptante (The Crawling Chaos), publicado originalmente en la edición de abril de 1921 de la revista The United Cooperative [bajo los seudónimos «Elizabeth Berkeley» y «Lewis Theobald, Jr.»] y luego reeditado por Arkham House en la antología de 1941: Más allá del muro del sueño (Beyond the Wall of Sleep) [ver: Relatos de Lovecraft escritos en colaboración]


[«Contemplé un espectáculo como nunca antes había visto, y que ninguna persona viva puede ver excepto en el delirio de la fiebre o el infierno del opio. El edificio se alzaba sobre un estrecho terreno a trescientos pies por encima de lo que debía ser un vórtice hirviente de aguas enloquecidas. A ambos lados de la casa caía un precipicio de tierra roja recién arrasada, mientras que delante de mí las espantosas olas seguían rompiendo estruendosamente, devorando la tierra con horrible monotonía y deliberación.»]


El narrador anónimo de El Caos Reptante reflexiona sobre los placeres y dolores del opio, que solo consumió una vez en «el año de la peste». Su médico accidentalmente le dio una sobredosis y el narrador pasó de sufrir una agonía palpitante en la cabeza, como un martilleo incesante, a los confines más lejanos del sueño narcótico. En este estado vio tales horrores que nunca más volvió al opio. Por cierto, esos horrores no fueron solo alucinaciones. Ni siquiera De Quincey o Charles Baudelaire se atrevieron a insinuar la dirección y la verdadera naturaleza del viaje del opio [ver: ¡No te metas con la glándula pineal!]

Intoxicado, el narrador parece caer a través de multitudes invisibles, o bien el universo y las edades caen a su lado. No podemos saberlo. El martilleo en su cabeza se vuelve externo, un sonido como el trueno de olas colosales que rompen en una costa desolada. Se despierta en una hermosa habitación con muchas ventanas, exótica, pero no extraña. El martilleo continúa. Al principio evita mirar hacia afuera, vencido por una aprensión indescriptible, pero la curiosidad finalmente lo lleva a un pasillo que termina en un mirador.

Observa que el edificio se alza sobre un terreno estrecho. Noventa metros más abajo, un mar de color negro y púrpura arroja olas de quince metros contra la tierra que se desmorona, mientras oscuras nubes de tormenta acechan en el horizonte. Extrañamente, la vista difiere en los otros lados del promontorio. A la izquierda, el mar es verde y se agita suavemente bajo un sol brillante; a la derecha, es azul y tranquilo, aunque el cielo se oscurece.

La tierra se vuelve más estrecha incluso mientras el narrador la observa. Al darse cuenta de que su posición es precaria, huye tierra adentro. El aire es cálido, la flora es tropical, llena de palmeras gigantes. Una palmera particularmente enorme lo atrae a través de un valle de hierba alta. Algún terror primordial acecha entre la hierba susurrante, un Tigre o una Bestia. El narrador cree que es el Tigre, como lo describe el «antiguo» [¿antiguo?] escritor Rudyard Kipling.

El narrador llega a un árbol y descansa a su sombra. Un niño aureolado cae de las ramas y le dice en un tono melódico que es el final, porque «ellos han venido de las estrellas». Aparecen más seres radiantes, un dios y una diosa que toman las manos del narrador. Lo llevarán a Teloe y Cytharion, más allá de la Vía Láctea, donde solo moran la juventud, la belleza y el placer. Acompañados por una multitud cada vez mayor de jóvenes y doncellas coronados por vides [cantando y tocando laúdes], todos ascienden a los cielos.

El niño advierte al narrador que no mire hacia atrás. Pero el tronar de las olas, muy abajo, hace que desobedezca. Mira hacia abajo, hacia una Tierra devorada por los océanos. Incluso en el desierto se abre una grieta y los océanos se vierten en ella para estallar en inmensas columnas de vapor. Los océanos se pierden, dejando atrás solo las ruinas de ciudades olvidadas. Mirando hacia atrás, el narrador se da cuenta de que sus compañeros han desaparecido.

Justo antes de que despierte del estupor del opio en su propia cama, el narrador es testigo de la explosión catastrófica de la Tierra. La furia también disuelve la luna, dejando solo estrellas frías como telón de fondo para un sol moribundo y planetas lúgubres.


El Caos Reptante [The Crawling Chaos] eventualmente se convertirá en uno de los epítetos de Nyarlathotep dentro de los Mitos de Cthulhu, pero en este relato en particular parece referirse a una encarnación menos antropomórfica de la entropía, aunque igualmente aficionada a los abismos que drenan la realidad.

El otro Caos Reptante, es decir, Nyarlathotep, no aparece en esta historia, al menos no explícitamente. Parece que a Lovecraft simplemente le gustó cómo sonaba y se lo asignó a Nyarlathotep como epíteto. Es un apodo pertinente. Si hay algo peor que el Caos, debe ser un Caos que se mueve, aunque sea lentamente. Más aún, Azathoth está más fuertemente asociado con el Caos en los Mitos de Cthulhu que Nyarlathotep, pero es un Caos ciego, idiota, es decir, sin el propósito y la dirección que implica «reptar» [ver: El libro de Azathoth]

Dicho esto, creo que podríamos suponer que Nyarlathotep se encuentra entre los «ellos» que «han venido desde las estrellas» para acabar con todo. En este sentido, tal vez Nyarlathotep vino para incitar a los dioses de la tierra [según el Ciclo Onírico, muy holgazanes], y luego se quedó sonriendo entre las estrellas, observando las secuelas del apocalipsis. Eso suena bastante a Nyarlathotep; porque lo cierto es que no queda claro qué es el Caos Reptante en esta historia.

En el De Vermis Mysteriis se menciona que el Caos Reptante [como epíteto de Nyarlathotep] suele manifestarse ante una persona elegida para entregarle algún tipo de encantamiento o de dispositivo tecnológico, dones que indefectiblemente conducen a la locura y la destrucción. Nyarlathotep parece obtener un gran placer al ver cómo estas víctimas se destruyen a sí mismas; pero ese no parece ser el caso en esta historia. De hecho, las fuerzas cósmicas tratan de salvar al narrador [ver: De Vermis Misteriis y la biología extradimensional de los Mitos]

El Caos Reptante de Lovecraft es una historia que le hace honor a su origen onírico, tanto en sus transiciones abruptas e ilógicas como en sus vívidas y aterradoras imágenes [ver: Lovecraft vs. Freud: la interpretación de los sueños según Cthulhu]. Tal vez por eso la línea de tiempo en la historia es... extraña.

Por un lado, el narrador [a diferencia de De Quincey y Baudelaire, a quienes menciona] no es un consumidor habitual de opio. Su médico se lo recetó. Pero luego el narrador parece situarse en un futuro lejano, donde Rudyard Kipling es un escritor «antiguo», cuando desde la perspectiva de Lovecraft evidentemente no lo era; de hecho, en 1921, cuando se escribió El Caos Reptante, Kipling estaba vivo, y lo estaría durante otros quince años.

¿Qué está pasando aquí entonces?

Supongo que desde nuestra perspectiva en el tiempo [con Lovecraft y Kipling muertos desde hace mucho], las fechas no resuenan demasiado. Pero la mención de que Kipling es un escritor «antiguo», en este punto de la historia, sugiere que el narrador está teniendo una visión del futuro, o incluso situándose mentalmente en el porvenir [por supuesto, inducido por el opio], donde Kipling realmente es un escritor «antiguo» y el fin del mundo está por desatarse [ver: H.P. Lovecraft y los viajes en el tiempo]

Elizabeth Berkeley, decíamos, es en realidad Winifred V. Jackson, mientras que el coautor acreditado públicamente de este relato: Lewis Theobold, Jr., es Lovecraft. A pesar de los seudónimos, la identidad de los dos autores era un secreto a voces; Un amigo de Lovecraft, Alfred Galpin, los identificó por su nombre en una revisión de la historia en The United Amateur a fines de 1921 [ver: Los extraños seudónimos de Lovecraft]

No se trata de una verdadera colaboración, es decir, una historia trabajada por dos escritores. El flaco de Providence escribió El Caos Reptante basado en un sueño que tuvo Winifred V. Jackson. Ese fue el aporte de Jackson, y no es exiguo. El solo hecho de que Lovecraft, un individuo capaz de tener los sueños más vívidos, se interese en una pieza onírica ajena lo suficiente como para escribir un relato, es toda una señal. Según L. Sprague de Camp [Lovecraft: una biografía (Lovecraft: a Biography)], Jackson no tenía talento, en opinión de Lovecraft, aunque la consideraba una poeta superior a él mismo. En este contexto hay que mencionar que Lovecraft y Winifred estuvieron brevemente en una relación [probablemente platónica] antes de que el flaco de Providence conociera a Sonia Greene [ver: Lovecraft y Winifred Jackson: ¿una historia de amor?]

En lo personal, siento que Lovecraft fue demasiado lejos en el uso la imaginería del Ciclo Onírico en El Caos Reptante. Quizás estaba siendo respetuoso con el sueño de Winifred V. Jackson, pero la secuencia de estos recursos es demasiado previsible. Uno puede admitir a los seres radiantes que saltan de la palmera justo a tiempo para rescatar al narrador, incluso que estos le prometan acceso al paraíso dunsanyano habitual [ríos dorados, puentes de calcedonia y ciudades de marfil], pero el recurso de la prohibición de mirar hacia atrás [por supuesto que el narrador debe hacerlo, de lo contrario no llegaríamos a ver el cataclismo] es algo que el lector puede prever sin las virtudes del viaje en el tiempo inducido por el opio. [ver: Einstein, la Relatividad y los Antiguos]

Es interesante mencionar que estas olas embravecidas, este descomunal tsunami que arrasa con el planeta, también fue una pesadilla recurrente de J.R.R. Tolkien. De hecho, Faramir tiene este sueño en El Señor de los Anillos, y ese pasaje podría funcionar perfectamente si lo insertamos en El Caos Reptante de Lovecraft. [ver: Criaturas sin Nombre: la Tierra Media y los Mitos de Cthulhu]

Aquí, Lovecraft parece ser muy respetuoso con el tema del opio, como si no estuviese del todo seguro cómo podría funcionar para que el narrador tenga una visión del futuro. En esencia, el flaco de Providence usa el opio en la historia como excusa para hacer que un sueño vívido se convirta en una experiencia extracorporal [y extratemporal]. ¿Pero no sucedería lo mismo con todas las personas que consumen esta sustancia? Para evitar todo esto, el narrador menciona que «mis reacciones probablemente estaban lejos de ser normales».

Si bien es excesivo en el uso de ciertos recursos, El Caos Reptante es bastante sólido, sobre todo si tenemos en cuenta que es una ficción construida sobre un sueño. La idea principal [el opio puede darte una visión del futuro apocalíptico], aunque trillada, realmente funciona aquí, tal vez porque no era un sueño de Lovecraft, sino el de Winifred Jackson.

Tratar de basar una historia [que siempre necesita una trama] en un sueño [epifenómeno neuronal] es notoriamente difícil, en especial porque los sueños no tienen argumento; son escenas, episodios, sucesos, generalmente sin cohesión ni continuidad. Pero, de algún modo, El Caos Reptante logra un equilibrio entre la irracionalidad de los sueños y una narrativa lo suficientemente coherente como para no caer en la desorganización poética. Los sueños, entonces, son muy difíciles de narrativizar. El contenido de cualquier diario de sueños podría inspirar un estante lleno de novelas si uno pudiera convertir esos balbuceos en argumentos coherentes [ver: Los sueños como subrutinas del subconsciente en la ficción]

Además, El Caos Reptante está lleno de detalles espeluznantes: el mar devorando la tierra y luego drenándose en el abismo humeante, la extraña convicción de que Kipling es un autor antiguo, el momento de pérdida de esperanza con los emisarios angelicales, el terror a la Bestia en la hierba. Contrariamente a lo que ocurre en La sombra fuera del tiempo (Shadow Out of Time), donde la discontinuidad del tiempo se hace sentir a través de detalles entre el ahora y el entonces; en El Caos Reptante predominan sutiles insinuaciones, como la de Kipling como escritor «antiguo», incluso más sutil cuando se escribió el relato, ya que los dos autores, de hecho, eran contemporáneos.

A riesgo de fatigar la paciencia del lector de El Espejo Gótico, quiero profundizar en la mención a Kipling, cuyas obras principalmente se preocupan por la historia y la continuidad de la cultura; miedos refinados, si se quiere, casi imperiales. Pero la historia y la continuidad cultural contrastan con la experiencia del narrador. ¿Como se compara el miedo a la pérdida de la identidad británica con una erosión oceánica fuera de control? ¿Cómo equiparar el temor al cambio cultural con la terrible posibilidad de quedarse atrás en el camino a Cytharion?

En ambos autores, el tiempo es inexorable. Podemos tratar de defender nuestra civilización, pero la propia naturaleza acabará por convertirnos en polvo, o ahogarnos, en este caso. Después de presenciar eso, no podemos culpar al narrador por decidir que, de allí en adelante, simplemente le dirá no a las drogas.

El Caos Reptante [1921] forma parte de una especie de trilogía, que comienza con La pradera verde (The Green Meadow, 1919) y continúa con Nyarlathotep (Nyarlathotep, 1920). Básicamente son tres poemas en prosa escritos en estrecha sucesión, donde Lovecraft trata temas e imágenes similares. Las tres ficciones tratan sobre el fin del mundo y son notables por su contenido religioso, en especial teniendo en cuenta la visión [supuestamente] materialista de Lovecraft. ¿Qué estaba pasando en la vida del flaco de Providence en ese momento? ¿Qué lo llevó a considerar tres visiones apocalípticas consecutivas?

En El Espejo Gótico no somos afines a extraer datos biográficos para analizar su [supuesto] impacto en la obra de un autor, pero en este caso parece haber una correlación entre ese momento en particular en la vida de Lovecraft y esta trilogía que concluye con El Caos Reptante.

La salud mental de la madre de Lovecraft, Sarah Susan Phillips, casi crónicamente depresiva, se deterioró significativamente hacia el final de la Primera Guerra Mundial. Fue hospitalizada en 1919, en el mismo centro médico donde murió su esposo, Winfield Scott Lovecraft. Sarah murió el 24 de mayo de 1921. La pérdida de su madre fue devastadora para Lovecraft, a pesar del rol nocivo que ella desempeñó en sus propias dificultades emocionales. En cierto sentido, el mundo familiar de Lovecraft había llegado a su fin, y aunque el flaco de Providence se esforzó por reemplazar a su madre muerta con sus tías maternas y, no mucho después, con su fallido matrimonio con Sonia Greene, nada fue igual para él [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]

Ninguna de las ficciones que forman parte de esta trilogía [La pradera verde, Nyarlathotep y El Caos Reptante] llega realmente a ser un cuento. En todas hay una ausencia de conflicto, caracterización o trama. Se leen como elaborados poemas en prosa o entradas de un diario de sueños. En las tres ficciones hay aguas turbulentas, y también está presente la amenaza del ahogamiento. Por sus propias cartas, sabemos que en los momentos más oscuros de su vida, el ideal suicida de Lovecraft generalmente involucraba la muerte por ahogamiento.

Aunque típico de gran parte de su ficción de Lovecraft, el narrador en cada pieza de la trilogía es un observador pasivo e impotente de su destino, y el del mundo. Las tres historias son de naturaleza apocalíptica, con diferentes perspectivas sobre el final. En La pradera verde, el soñador busca una salvación personal en lo que parece ser una isla en una corriente turbulenta; en cambio, encuentra una eternidad de rituales primordiales, y pronto advierte que nunca regresará al continente [es decir, ha muerto]. Nyarlathotep describe el colapso tanto de la civilización occidental como de la cordura individual a manos de un Anticristo: Nyarlathotep [ver: El nido de Nyarlathotep]. Finalmente, El Caos Reptante representa el final dramático de la tierra, pero, sorprendentemente para Lovecraft, incluye la aparición de «ángeles» y una versión libre de la Sagrada Familia. Ciertamente, el fin del mundo estaba en la mente de Lovecraft a principios de la década de 1920, y tal vez la débil esperanza de algún tipo de liberación religiosa.

Los eventos de ensueño de El Caos Reptante son precipitados por una sobredosis de opio. El uso de sustancias era común en la ficción de la época; por ejemplo, en Ubbo-Sathla (Ubbo-Sathla) de Clark Ashton Smith, o en Los perros de Tindalos (The Hounds of Tindalos) de Frank Belknap Long, e incluso en una época anterior, como en ¿Qué fue eso? (¿What Was It?) de Fitz James O'Brien. [ver: Los Perros de Tindalos y los ángulos del tiempo]. En estas historias [excepto en la de O'Brien], el efecto del opio es llevar a su consumidor atrás en el tiempo, al caos primordial, donde aguarda una revelación espantosa.

En El Caos Reptante, una visión opiácea lleva al narrador al futuro, para observar el último día de la Tierra. Fiel a su naturaleza abstinente, casi mojigata, el narrador de Lovecraft no es un sujeto perturbado, decadente, que busca activamente la intoxicación; es la víctima pasiva de la falta de atención de un médico. La sobredosis es accidental, pensada como tratamiento para los síntomas de la «peste», que también justifican el uso de la droga. No estoy seguro a qué «peste» se refiere el personaje pero me inclino a asumir que Lovecraft está hablando de la gripe española en el contexto de una pandemia global que ocurrió hace un siglo. De hecho, parece que el opio era una receta frecuente para tratar los síntomas de la gripe española. En este contexto, el sueño Winifred Jackson sobre el cual se basa El Caos Reptante tuvo lugar mientras se recuperaba de la gripe española.

La visión que experimenta el narrador es similar en algunos aspectos a la de La pradera verde: despierta en un espacio interior ornamentado que se parece sospechosamente a las lujosas habitaciones de la residencia de Roderick Usher, o quizás a la fantasmagórica cámara nupcial de Ligeia, cuyo narrador también está bajo la influencia del opio [ver: Mi esposa nigromante: análisis de «Ligeia» de E.A. Poe]. De hecho, el soñador de Lovecraft puede no estar sufriendo tanto una sobredosis de opio como un consumo excesivo de Edgar Allan Poe. Ya veremos que Lovecraft construyó al narrador deliberadamente como una versión de Roderick Usher [ver: «El Extraño» de Lovecraft como secuela de «La Casa Usher» de Poe]

Al salir al exterior, los peores temores del narrador se confirman: el estrecho istmo en el que se asienta la casa está siendo desgastado implacablemente por las olas. Huyendo tierra adentro, se siente extrañamente atraído por una enorme palmera, bajo la cual descansa. Pronto recibe la visita de un niño pequeño, que «tenía los rasgos de un fauno o un semidiós» y que luce «una aureola de luz centelleante» que rodea su cabeza. Escucha un dulce canto angelical, y luego se le une un «dios y una diosa». Obviamente, esta es una versión transfigurada de la Sagrada Familia, repleta de criaturas angelicales secundarias.

Los tres seres quieren llevarlo «más allá de las corrientes arinurianas» para «habitar felizmente en Teloe». Teloe se describe como un cielo inspirado en Lord Dunsany, donde «solo habitan la juventud, la belleza y el placer, y no se escucha ningún sonido, excepto la risa, el canto y el laúd». Además, Teloe está «arriba», donde tradicionalmente se encuentra el cielo. Esta misteriosa región estelar, Teloe, podría estar basada en la palabra griega telos, que significa «fin», que sería adecuada para esta historia.

Sin embargo, no tengo ninguna idea para Cytharion; lo más cercano que puedo pensar es Cythera, una isla griega asociada con Afrodita, pero no parece encajar aquí. Ni Teloe ni Cytharion vuelven a aparecer en la obra de Lovecraft.

¿Soy el único que se siente un poco reticente a ser llevado a estas regiones «para morar en la luz eternamente»?

En cualquier caso, el narrador y sus nuevos amigos celestiales comienzan a elevarse en esa dirección, como arrebatados, al son de un laúd y un coro angelical. Lovecraft, ateo declarado, se distancia de estos elementos religiosos paganizando los atributos de la Sagrada Familia y los Ángeles que él mismo ha introducido en la historia, por ejemplo, cambiando las habituales arpas por laúdes. El [pagano] Niño Jesús advierte al narrador que no mire hacia atrás, pero como la esposa de Lot, debe mirar. La salvación es abortada. El narrador se despierta de su sueño opiáceo, pero no antes de ver la destrucción del planeta, primero por una inundación y luego por una explosión cósmica.

El Caos Reptante es una historia enigmática por su abierta religiosidad. No es característica de Lovecraft, sin embargo, fue escrita durante un período muy oscuro de su vida. Incluso el materialista más férreo puede tener un momento de debilidad.


[«La «Elizabeth Berkeley» de El Caos Reptante es Winifred Virginia Jackson, una poetisa ahora bastante conocida, anteriormente activa en el periodismo aficionado. El boceto (apenas es una historia) se basa en un sueño curioso de ella, que formó una especie de continuación de un sueño anterior que yo le había contado. Expuse todo el asunto en mi propio idioma y añadí una especie de continuación al estilo dunsaniano, ya que la cosa data de mi período más intensamente dunsaniano. Fue mi segunda y última colaboración con la señorita Jackson. Tomé el título de mi boceto de Nyarlathotep (ahora repudiado) porque me gustaba cómo sonaba.»]


En esta carta a R.H. Barlow, fechada en diciembre de 1934, Lovecraft aclara varios puntos; entre ellos, que el título: Caos Reptante sí tiene relación con Nyarlathotep [«me gustaba cómo sonaba»] y que no volvió a colaborar con Jackson. Muchos años antes, en una carta a Rheinhart Kleiner, fechada en noviembre de 1920, Lovecraft describe el proceso de su colaboración con Jackson:


[«Soñadores genuinamente fantásticos solo he descubierto uno en el periodismo aficionado: la señora Jordan (Winifred Jackson, en ese entonces, estaba casada). Adjuntaré, sujeto a devolución, un relato de un sueño que ella tuvo a comienzos de 1919, y que dentro de un tiempo voy a entretejer en una historia de terror, como lo hice con el sueño de La pradera verde. Ese sueño anterior fue excepcionalmente singular en el sentido de que tuve uno exactamente igual al de ella. Fue solo cuando hube relatado mi sueño que la señorita J. me contó el suyo, similar y más desarrollado. El sueño más reciente de Jordan es muy vívido, pero se agota miserablemente. Lo usaré sólo hasta el punto en que el narrador llega a la palmera. El narrador será un joven neurótico del tipo de Roderick Usher.»]


En septiembre de 1921, Lovecraft habló específicamente de El Caos Reptante en otra carta a Alfred Galpin:


[«Como se dará cuenta, todo el escenario proviene de un sueño real de la poetisa mientras estaba en las garras de la gripe. Mantuve este bosquejo de sueño mucho tiempo sin utilizarlo, por ser básicamente egoísta, puse mi propio trabajo primero. Finalmente, en diciembre pasado, la autora se impacientó, así que escribí la historia a toda prisa. Al analizar la naturaleza del sueño, descubrí que los puntos dominantes eran un martilleo infernal y una invasión del mar sobre la tierra. Usando estos dos elementos, el desenlace fue bastante inevitable para mí; de modo que, aunque todo lo que sigue a la novena línea de la página cinco en la versión impresa, es mío, sólo lo es en términos generales. Cuando le envié la historia terminada a W. V. J. me divirtió su idea de que yo debía haber tenido las mismas visiones celestiales que ella tuvo en el sueño. Su abrumadora imaginación, unida a muy escasos conocimientos científicos, la hacen vagamente crédula a lo sobrenatural, y no puede deshacerse de la noción de que puede haber una región real de los sueños que pueden ser vistas de forma independiente y objetiva por diferentes individuos. En este caso, declaró que yo le había descrito detalles del extraño interior y de la arquitectura de la casa de los sueños que ella había notado claramente pero que no me había descrito.»]


En el contexto que da Lovecraft para la porción de El Caos Reptante que soñó Winifred Jackson es posible ver un eco de la epidemia de influenza se extendió por todo el mundo durante las etapas finales de la Primera Guerra Mundial, la «peste» que se menciona en el relato [ver: Antecedentes del horror pandémico en el Gótico]. Pero, si hay una imagen del sueño de Jackson que se destaca, es: «casi en el límite de la visión había una palmera colosal que parecía fascinarme y llamarme». Las palmeras son exóticas para alguien de Massachusetts, algo extraño que de algún modo se inmiscuye en lo familiar. La palmera nos dice que el narrador está en un lugar diferente al que conoce. Es el tipo de imagen que podría ocurrir en un sueño febril, el elemento fuera de lugar pero que de todos modos forma parte de la lógica del sueño.




H.P. Lovecraft. I Mitos de Cthulhu.


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