La degeneración de la familia Martense: análisis de «El horror oculto» [Lovecraft]
Hoy analizaremos el relato de H.P. Lovecraft: El horror oculto (The Lurking Fear), escrito en noviembre de 1922 y publicado originalmente en la edición enero-abril de 1923 de la revista Home Brew. Posteriormente aparecería en la edición de junio de 1928 de Weird Tales, y finalmente en la colección de Arkham House de 1939: El extraño y otros (The Outsider and Others).
Resumen:
El narrador anónimo, obsesionado con lo extraño, conduce hasta Catskills para investigar una masacre cerca de Tempest Mountain [«montaña tempestad», llamada así por su clima peligroso]. Ha habido un terrible incendio en el cercano Leffert's Corner, donde el colapso de una caverna subterránea ha dejado a 75 aldeanos muertos o desaparecidos. Los lugareños conectan esta matanza con la vieja Mansión Martense, ahora en ruinas. Los policías ignoran esta teoría; no así nuestro narrador. Está decidido a encontrar al culpable de este inexplicable ataque [uno de los tantos a lo largo de los años], ya sea sobrenatural o material. Hábilmente oculto entre los reporteros que cubren la historia, espera que la efervescencia pública disminuya para poder iniciar una investigación sin ser observado.
Durante una tormenta, el narrador y dos compañeros de confianza se refugian en la mansión. Aunque ha elegido la habitación del asesinado Jan Martense [en 1763] como su centro de operaciones, ha tomado la precaución de colocar una soga en la ventana para proporcionarle un posible escape [Lovecraft describe la habitación con cuidado y presta mucha atención a los detalles]. En cualquier caso, los tres hombres descansan en una cama improvisada junto a la ventana, frente a una enorme chimenea holandesa que sigue atrayendo la atención del narrador. Después de cumplir su guardia, se adormece. Tiene sueños turbulentos. Un compañero, Bennett, parece igualmente inquieto, porque en su agitación estira un brazo hasta el pecho del narrador.
Gritos agonizantes despiertan a nuestro héroe. Tobey, el más cercano a la chimenea [el que estaba haciendo guardia], se ha ido. Un rayo proyecta una sombra monstruosa que no puede ser Bennett. Cuando el narrador mira hacia la ventana, donde yacía Bennett, este se ha ido. ¿El brazo de quién [o de qué] descansaba sobre el narrador y por qué se salvó?
Conmocionado, pero más decidido que nunca, el narrador se hace amigo del reportero Arthur Munroe, quien demuestra ser astuto y comprensivo. Razonan que, en la noche de la matanza, un rayo provocó un deslizamiento de tierra en una colina vecina. ¿Una pista? Mientras lo consideran, una tormenta los lleva a refugiarse en una choza. Los relámpagos caen de nuevo en la colina y la tierra se desliza. Munroe se acerca a la ventana. El narrador luego lo encontrará muerto, con la cabeza masticada y desgarrada.
El narrador entierra a Munroe sin informar de su muerte. ¿Es esto suficiente para alejarlo de Tempest Mountain? No. Ahora piensa que el asesino debe ser un fantasma con «colmillos de lobo», específicamente Jan Martense.
Comienza a investigar al clan Martense. Su fundador, Gerrit, construyó la mansión en 1670, después de haber abandonado Nueva Amsterdam, disgustado por el dominio británico. Se negó a irse después de encontrar Tempest Mountain y su propensión a desatar violentas tormentas eléctricas. Formada para evitar el contacto con otros colonos, su familia se aisló cada vez más. Jan Martense escapó para luchar con el ejército colonial, regresando en 1760 a una familia con la que ya no compartía nada más que unos extraños ojos [uno azul, otro castaño] que eran su distinción hereditaria. Un amigo, que no recibió respuesta a sus cartas, lo visitó. El aspecto animal de los Martense le repugnaba; sin creer en su relato de la muerte de Jan por un rayo, desenterró el cadáver y encontró el cráneo aplastado por golpes salvajes.
Los tribunales no pudieron encontrar a los culpables del asesinato, pero la gente de la zona sí. La familia quedó completamente aislada. En 1816, parecían haber abandonado la mansión, al menos ya no quedaba nadie con vida. ¿Acaso el fantasma de Jan permaneció allí representando ciegamente su venganza? Sabiendo que sus acciones son irracionales, el narrador excava en la tumba de Jan bajo un cielo iluminado de rayos. Finalmente, la tierra se derrumba bajo sus pies y se encuentra en un túnel o madriguera. Lo único que puede hacer es retorcerse hasta que la luz de su linterna comienza a extinguirse. Dos ojos brillan en la oscuridad frente a él; dos ojos y una garra.
Un rayo cae justo encima, colapsando el túnel. El narrador vuelve a excavar, emergiendo del lado de la hendidura de uno de los montículos que atraviesan la montaña y la llanura circundante. Más tarde, el narrador se entera que, mientras miraba los ojos extrañamente sugerentes bajo tierra, la muerte atacaba a unas veinte millas de distancia. ¿Cómo podía el Ghoul estar en dos lugares a la vez?
Una noche, mientras el narrador mira hacia Tempest Mountain, la luz de la luna le muestra la verdad. ¿Qué son esos montículos? Parecen irradiar desde la mansión maldita, como tentáculos. Frenético, excava en el montículo más cercano y encuentra otro túnel. Corre a la mansión y encuentra otra entrada al túnel en la base de la chimenea central. ¡Por allí se llevaron a Tobey! [ver: El Horror siempre viene desde el Sótano]
El narrador desciende. Los truenos retumban encima. Oportunamente se esconde en un rincón, y desde allí es testigo del surgimiento de una extensa familia de Ghouls con pelaje blanquecino, enmarañado, horriblemente silenciosos. Están devorando algo. Mientras se dispersan, el narrador le dispara a un Ghoul rezagado. Los ojos de la criatura moribunda son diferentes: uno azul, otro marrón.
El narrador hace arreglos para dinamitar toda la cima de la montaña y obstaculizar todas las madrigueras. Aún vive aterrorizado por los truenos y los lugares subterráneos. ¿No podría haber otros clanes, similares a los Martense, en las cavernas desconocidas del mundo? [ver: Georgie vs. Pennywise: el sótano arquetípico]
***
El horror oculto no es una historia particularmente orientada a los Mitos de Cthulhu, pero posee elementos aún más extraños:
[Frente a la ventana grande había una enorme chimenea holandesa con azulejos de las Escrituras representando al hijo pródigo.]
La historia del hijo pródigo, que proviene del Nuevo Testamento, se encuentra en el libro de Lucas: un joven, ansioso por dejar la granja familiar, pide su herencia y luego la derrocha. Desamparado, regresa con su padre, le pide perdón y es recibido con una celebración. Jesús usa esta parábola para mostrar cómo es el Reino de Dios, al menos con respecto al perdón y al arrepentimiento. Pero, ¿qué está haciendo esta referencia cristiana en medio de un relato de Lovecraft sobre ghouls subterráneos que comen carne? [ver: Ghouls: la historia secreta de los Necrófagos en la ficción]
La chimenea no se menciona nuevamente, pero este detalle sobre las Escrituras, aunque menor, es sorprendente. Lovecraft no es conocido por su piedad religiosa. Sus mundos están casi completamente desprovistos de gracia, salvación y esperanza [ver: Cosmicismo: la filosofía del Horror Cósmico]. Sin embargo, es poco probable que esta mención del hijo pródigo sea accidental; de hecho, la referencia bíblica se aclara parcialmente más adelante en la historia. Ya volveremos sobre esto.
Algo definitivamente está podrido en Catskills, una pintoresca región del estado de Nueva York. Lovecraft nos lleva hacia la desolada campiña que rodea a Tempest Mountain, sobre la que se asoma la Mansión Martense. La tradición local siempre ha conectado la casa con un terror que asola el área, y por una buena razón. Los Martense han traído [o despertado] una «maldición primigenia» sobre sí mismos. La tradición local favorece una explicación sobrenatural para esta maldición [el fantasma de Jan Martense], pero nuestro narrador considera otras opciones. La explicación podría tener una base material, no sobrenatural, después de todo.
En este punto podríamos invertir fácilmente los términos de la historia y [blasfemia aparte] revertir las intenciones de Lovecraft. En esta versión de El horror oculto, los mismos hechos pueden interpretarse de otra forma: los miembros familia Martense se consideran por encima de los extraños y se aíslan de las influencias contaminantes, sin darse cuenta de que les está costando su humanidad.
Ya hemos menciondo en El Espejo Gótico cómo Lovecraft personifica a la luna, dándole cierta sensibilidad que presagia lo que ocurrirá. Aquí, la luna es el verdadero agente de la revelación, ya que su brillo es el que ilumina la extraña topografía de Tempest Mountain. Sin embargo, más omnipresente y maligno es el paisaje. Las plantas en El horror oculto son «anormalmente grandes y retorcidas, tupidas y febriles». Los árboles están «mórbidamente sobrenutridos». Sus ramas silencian el viento, y los jardines abandonados cuentan con una «vegetación blanca, fungosa, fétida y sobrenutrida [de nuevo] que nunca vio la luz del día». ¿Por qué esta flora no debería ser extraña, considerando que sus raíces chupan los «jugos innombrables de una tierra plagada de Ghouls»? [ver: ¡Vamos a Arkham!: Lovecraft y sus paisajes]
Los animales, tan terroríficos en El color que cayó del espacio, no se encuentran alrededor de Tempest Mountain. O son demasiado inteligentes y han escapado, o los Ghouls los han devorado. Ante la ausencia de fauna, la propia geografía del lugar parece animada: montículos y túmulos anómalos serpentean a través de la tierra y, finalmente, el narrador se da cuenta de que son «tentáculos» centrados en la montaña y las ruinas que la coronan.
La maldición Martense, entonces, ha infectado toda el área alrededor de la mansión. Asesinar a Jan no produjo una retribución fantasmal; en cambio, puso en movimiento algún tipo de proceso de decadencia que conducirá a un total aislamiento de la familia y, en consecuencia, a la endogamia. Debido a estas características, los Martense bien podrían haberse instalado en Innsmouth o en Dunwich sin demasiados problemas.
Los Ghouls de El horror oculto se parecen más a los gorilas albinos de Arthur Jermyn que a los necrófagos tradicionales. Lo realmente malo aquí es la posibilidad de tal involución, que podría estar produciéndose en otras madrigueras en otros lugares del mundo [esos «núcleos subterráneos de perversión poliposa»]. Ese es el verdaderp «horror oculto»: la genética, la mutación, el descenso final de todas las cosas orgánicas a la entropía. No en vano Lovecraft menciona que los Martense han perdido el poder del habla. Sin comunicación no hay historias, y sin historias, quizás, no hay humanidad [ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas]
Los temores de Lovecraft sobre lo que puede suceder si te adentras demasiado en la sexualidad alternativa evolucionan desde Arthur Jermyn [es malo aparearse con simios] a La sombra sobre Innsmouth [es muy malo aparearse con híbridos anfibios], hasta desembocar en El horror de Dunwich [es realmente malo aparearse con los Dioses Exteriores]. No sé exactamente en qué punto de esta escala deberíamos situar a la familia Martense [ver: Las «familias extrañas» de Lovecraft]
En El Espejo Gótico hemos hablado reiteradamente de la forma en la que Lovecraft a veces socava sus propios prejuicios. Nada de eso ocurre en El horror oculto. Buena parte de la historia se centra en los supuestos peligros de la degeneración racial, pero esto no es nada comparado con la forma en la que el flaco de Providence se ocupa [con condescendencia, eso sí] de los pobres de las zonas rurales. Estos no degeneran, son consistentemente degenerados, supersticiosos, apenas humanos [ver: El Marxismo en el Horror: los pobres siempre mueren primero]
En honor a la verdad, hay que decir que los habitantes de Dunwich son bastante comprensivos una vez que los conocemos [ver: La Biblia de Yog-Sothoth: análisis de «El horror de Dunwich»]. No encajan en esta descripción general como degenerados; de hecho, no parecen tener suficiente iniciativa para generar un caos significativo. La diferencia entre ellos y los hombres de acción, como el protagonista de El horror oculto, quizás no sea de raza, sino de clase. En este contexto, los «salvadores» tienen la ventaja de haber recibido una educación apropiada. No es que el narrador aquí sea un «salvador» heróico. De hecho, es lícito preguntarse si volar la mansión Martense realmente eliminó a los Ghouls o simplemente les complicó un poco las cosas [ver: «La Sombra sobre Innsmouth»: del odio racial a la empatía]
En el mejor de los casos, los pobres lugareños de El horror oculto cuentan historias extrañas cuya única utilidad es brindar alguna pista que permita actuar los verdaderos hombres [blancos], por ejemplo, dinamitando montañas. A propósito, uno se pregunta dónde esta el sentido del derecho del narrador, o por tal caso el de muchos narradores en los relatos de Lovecraft. Por ejemplo, ¿quién autorizó al narrador de La casa maldita (The Shunned House) a instalarse en una propiedad ajena y comenzar a rociar ácido sulfúrico? De manera similar, ¿quién le da al narrador de El horror oculto el derecho a demoler media montaña y volar la mansión Martense? ¿Esta gente tiene que dar explicaciones a las autoridades locales? En todo caso, no parece que estas menudencias siquiera sean consideradas por el protagonista [ver: El vampiro de Benefit Street: análisis de «La Casa Maldita»]
Ahora bien, si el narrador ni siquiera se ha puesto a considerar las posibles consecuencias legales de sus actos, tampoco podemos pedirle que se muestre perturbado por la horrible matanza de 75 personas. Estos desafortunados, después de todo, eran «una población degenerada que habitaba aldeas lamentables en laderas aisladas». En consonancia con el horror del mestizaje de Lovecraft, el momento más demoledor para el narrador es cuando descubre que una gran familia [los Martense] se ha degradado genéticamente a lo largo de los siglos, mezclánose con una raza subterránea [ver: Lovecraft y los mundos subterráneos]
El descubrimiento es sospechosamente paralelo a los eventos en la historia de la propia familia de Lovecraft, cuyo estatus social, y su seguridad financiera, declinaron tras de la muerte de su padre, quien contrajo sífilis en sus viajes; y la de su abuelo, quien pudo haber sucumbido al estrés de un negocio fallido [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]
Este esquema se repite en los pasajes más xenófobos y racistas de Lovecraft, por ejemplo, en Él (He), El horror en Red Hook (The Horror at Red Hook) y La Llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu); donde los pobres [y, por lo tanto, racialmente distintos] son la fuente [o cómplices] del horror emergente [ver: Lovecraft y el miedo a la pobreza]
Este esquema se repite en los pasajes más xenófobos y racistas de Lovecraft, por ejemplo, en Él (He), El horror en Red Hook (The Horror at Red Hook) y La Llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu); donde los pobres [y, por lo tanto, racialmente distintos] son la fuente [o cómplices] del horror emergente [ver: Lovecraft y el miedo a la pobreza]
Es interesante notar que, en todos los relatos de Ghouls de Lovecraft, una raza clandestina monstruosa que puede simbolizar el miedo del flaco de Providence a la diversidad y la pérdida de prestigio social, en realidad van evolucionando a través del tiempo. Sin embargo, un par de décadas más tarde, esta visión cambió radicalmente. En La búsqueda onírica de la desconocida Kadath (The Dream Quest of Unknown Kadath), un Ghoul converso, llamado Richard Upton Pickman, se convierte en un importante aliado de Randolph Carter [ver: La crisis de la mediana edad de Randolph Carter]. Parte de esta evolución implica un cambio de lo abstracto y general [las «hordas mestizas»] a lo individual y personal; en este caso, Pickman. ¿Es demasiado exagerado pensar que el miedo de Lovecraft al otro finalmente fue reemplazado por la voluntad de aceptarlo? [ver: De la luz a la oscuridad: psicología de «El modelo de Pickman»]
A pesar de la actitud nauseabunda que empapa la historia, hay una energía casi histérica en el ritmo de las descripciones de Lovecraft. No hay ninguna inhibición en la frenética verborrea del flaco de Providence en El horror oculto: «anormalidades blasfemas», «sombras carnales», «crescendos de ululación demoníaca», «vegetación fungosa y fétida». El lenguaje es maníaco, desinhibido, y objetivamente absurdo; lovecraftiano, en una palabra. Sin embargo, todo eso es consistente con la trama. Recordemos que el narrador está emocional y mentalmente desequilibrado, como corresponde a alguien cuya vida está dedicada al amor por lo grotesco, lo que lo llevó a la búsqueda de lo extraño en la literatura y la vida. Sin embargo, la voz narrativa es sobre todo sobria, hasta un momento en que se vuelve frenética, quizás para hacerse eco del lunático que la expresa [ver: El adverbio que cayó del espacio]
El horror oculto también nos entrega algunas rarezas; entre ellas, que su protagonista sea un hombre de acción, no un erudito. Sin embargo, el narrador parece más propenso a imaginar que actúa [investigar, es la excusa] que a actuar realmente. Es un sujeto capaz de describir con exhuberancia lo horrible que es todo el asunto mientras cava como un maníaco. No es muy consistente, pero sí admirable. Menos comprensible es la actitud de las autoridades en relación al narrador. Todas las personas que lo rodean tienden a morir o a desaparecer en circunstancias sospechosas, y nadie parece motivado a investigarlo.
Después de la muerte prematura de sus dos amigos y la espantosa muerte del reportero, el narrador desciende a la locura mientras continúa su investigación. Lovecraft cuenta entonces una historia dentro de una historia sobre Jan Martense, el descendiente que está condenado a sufrir una muerte prematura y violenta. Lovecraft describe a Martense como un joven que:
[se unió al ejército colonial cuando la noticia de la Convención de Albany llegó a Tempest Mountain. Fue el primero de los descendientes de Gerrit en ver gran parte del mundo; cuando regresó en 1760, después de seis años de campaña, fue odiado como un forastero por su padre, tíos y hermanos, a pesar de sus disímiles ojos, típicos de la familia. Ya no podía compartir las peculiaridades y prejuicios de los Martense. En cambio, su entorno lo deprimió; y con frecuencia le escribía a un amigo sobre sus planes para dejar el techo paterno.]
Jan Martense nunca pudo llevar a cabo su plan. Queda claro que su familia lo asesinó poco después de su regreso. Incluso en la muerte, no recibe consideración ni justicia. Sin embargo, un fiel amigo llega más tarde a buscarlo, exhuma la tumba de Jan y encuentra pruebas del asesinato. Presiona a la justicia, pero sin éxito. Las pruebas que relacionan el crimen de Jan con su familia son escasas. Jan Martense, entonces, es el hijo pródigo al que Lovecraft se refiere al comienzo de la historia. Es un presagio de lo que podría haber sido, si la gracia hubiera existido en el universo. A diferencia del relato bíblico, el joven Martense no vuelve al perdón y la celebración, mucho menos a la fiesta y la reconciliación. Lovecraft invierte la parábola original y ofrece una lección alternativa.
[Todo esto me atormentará, porque ¿quién puede decir que el exterminio está completo y que otros fenómenos análogos no existen en el mundo? ¿Quién puede, con mi conocimiento, pensar en las cavernas desconocidas de la tierra sin sentir un terror de pesadilla ante las posibilidades futuras?]
Esto se pregunta el narrador tras los terribles descubrimientos que ha hecho, llegando a una nueva y espantosa comprensión del mundo. ¿Por qué Lovecraft está tan cautivado con este mundo oscuro y despiadado, plagado de túneles e «interminables pasillos ensangrentados» llenos de criaturas demoníacas? [ver: En el Metro: el horror subterráneo de lo reprimido]
H.P. Lovecraft. I Taller gótico.
Más literatura gótica:
A pesar de la actitud nauseabunda que empapa la historia, hay una energía casi histérica en el ritmo de las descripciones de Lovecraft. No hay ninguna inhibición en la frenética verborrea del flaco de Providence en El horror oculto: «anormalidades blasfemas», «sombras carnales», «crescendos de ululación demoníaca», «vegetación fungosa y fétida». El lenguaje es maníaco, desinhibido, y objetivamente absurdo; lovecraftiano, en una palabra. Sin embargo, todo eso es consistente con la trama. Recordemos que el narrador está emocional y mentalmente desequilibrado, como corresponde a alguien cuya vida está dedicada al amor por lo grotesco, lo que lo llevó a la búsqueda de lo extraño en la literatura y la vida. Sin embargo, la voz narrativa es sobre todo sobria, hasta un momento en que se vuelve frenética, quizás para hacerse eco del lunático que la expresa [ver: El adverbio que cayó del espacio]
El horror oculto también nos entrega algunas rarezas; entre ellas, que su protagonista sea un hombre de acción, no un erudito. Sin embargo, el narrador parece más propenso a imaginar que actúa [investigar, es la excusa] que a actuar realmente. Es un sujeto capaz de describir con exhuberancia lo horrible que es todo el asunto mientras cava como un maníaco. No es muy consistente, pero sí admirable. Menos comprensible es la actitud de las autoridades en relación al narrador. Todas las personas que lo rodean tienden a morir o a desaparecer en circunstancias sospechosas, y nadie parece motivado a investigarlo.
Después de la muerte prematura de sus dos amigos y la espantosa muerte del reportero, el narrador desciende a la locura mientras continúa su investigación. Lovecraft cuenta entonces una historia dentro de una historia sobre Jan Martense, el descendiente que está condenado a sufrir una muerte prematura y violenta. Lovecraft describe a Martense como un joven que:
[se unió al ejército colonial cuando la noticia de la Convención de Albany llegó a Tempest Mountain. Fue el primero de los descendientes de Gerrit en ver gran parte del mundo; cuando regresó en 1760, después de seis años de campaña, fue odiado como un forastero por su padre, tíos y hermanos, a pesar de sus disímiles ojos, típicos de la familia. Ya no podía compartir las peculiaridades y prejuicios de los Martense. En cambio, su entorno lo deprimió; y con frecuencia le escribía a un amigo sobre sus planes para dejar el techo paterno.]
Jan Martense nunca pudo llevar a cabo su plan. Queda claro que su familia lo asesinó poco después de su regreso. Incluso en la muerte, no recibe consideración ni justicia. Sin embargo, un fiel amigo llega más tarde a buscarlo, exhuma la tumba de Jan y encuentra pruebas del asesinato. Presiona a la justicia, pero sin éxito. Las pruebas que relacionan el crimen de Jan con su familia son escasas. Jan Martense, entonces, es el hijo pródigo al que Lovecraft se refiere al comienzo de la historia. Es un presagio de lo que podría haber sido, si la gracia hubiera existido en el universo. A diferencia del relato bíblico, el joven Martense no vuelve al perdón y la celebración, mucho menos a la fiesta y la reconciliación. Lovecraft invierte la parábola original y ofrece una lección alternativa.
[Todo esto me atormentará, porque ¿quién puede decir que el exterminio está completo y que otros fenómenos análogos no existen en el mundo? ¿Quién puede, con mi conocimiento, pensar en las cavernas desconocidas de la tierra sin sentir un terror de pesadilla ante las posibilidades futuras?]
Esto se pregunta el narrador tras los terribles descubrimientos que ha hecho, llegando a una nueva y espantosa comprensión del mundo. ¿Por qué Lovecraft está tan cautivado con este mundo oscuro y despiadado, plagado de túneles e «interminables pasillos ensangrentados» llenos de criaturas demoníacas? [ver: En el Metro: el horror subterráneo de lo reprimido]
H.P. Lovecraft. I Taller gótico.
Más literatura gótica:
- El despertar del Dios-Pez: análisis de «Dagón».
- El nido de Nyarlathotep: análisis de «Las ratas en las paredes».
- El misterio del U-29: análisis de «El Templo».
- El entierro prematuro de George Birch: análisis de «En la cripta».
2 comentarios:
Interesante el análisis como una inversión del hijo prodigo, en que los malvados son la familia. Y que Jan Martense debió abstenerse de regresar con su familia.
Es curioso que lo desconocido, lo exterior pudo haber sido la salvación de ese personaje. Lo que parece contrario a que usualmente se analiza de Lovecraft.
No se puede hablar de racismo, porque los personajes tienen un origen europeo, son holandeses.
Y más que la sexualidad diferente, parece lo contrario, el peligro de cerrarse en un grupo, llegando hasta la endogamia, el incesto.
Todo lo contrario a El horror de Dunwich, en que la insignificancia de la condición humana puede cambiarse mediante el mestizaje. Los personajes parecen tener cierta cultura, leer el Necronomicón no es fácil.
(Pregunta: ¿Yog sothot encontraba atractiva a Lavinia Whateley o sólo fue un medio para tener un hijo híbrido? ¿Será que los conceptos sobre la belleza son otra cuestión humana que es desdeñable en el Horror Cósmico?)
Por eso, está excluido el Horror Cósmico de esta historia, en que los Martense no pueden leer, por lo que no pueden usar ningún libro prohibido. Y en lugar de hablar idiomas que los humanos no pueden pronunciar, no hablan.
Puede ser que el protagonista no tenga problemas legales, ya se cuenta que tiene ayuda. Que los recursos drásticos que usa son la colaboración con personajes que no menciona.
Interesante análisis.
Excelente análisis! Siempre cuestioné el tema de que en tan poco tiempo como lo expone Lovecraft, podría haber una degeneración familiar tan grande. EVIDENTEMENTE QUE NO! A pesar de eso es uno de mis relatos favoritos!
Publicar un comentario