En la cama de Lovecraft


En la cama de Lovecraft.




Es un lugar común creer que H.P. Lovecraft era un tipo casto, que sus historias, a pesar de presentar criaturas tentaculares horriblemente deformadas de la cintura para abajo —y adoradas en grandes monolitos fálicos que chorrean un limo verdoso— constituyen un desplazamiento inconsciente de esa castidad (ver: Vermifobia: gusanos y otros anélidos freudianos en la ficción)

En resumen, y a pesar de todas esas inexactitudes, la idea es común: no hay sexo en la ficción de Lovecraft.

Y más aún: que esa ausencia es el producto de la neurosis de Lovecraft, de sus traumas y complejos con el género femenino (ver: Feminismo y misoginia en Lovecraft)

La verdad es mas complicada que eso.

Lovecraft no era una persona asexuada. Al menos durante un breve lapso de su vida, estuvo en pareja con una mujer bastante experimentada en ese campo: Sonia Greene (ver: Lovecraft - Greene: una historia de amor), quien además sostuvo que el maestro de Providence siempre cumplió sus deberes matrimoniales en la cama. Tampoco es veraz la idea de que la ficción lovecraftiana, principalmente los Mitos de Cthulhu, carecen de elementos sensuales.

El problema, en todo caso, es que la visión común sobre los relatos de H.P. Lovecraft está fuertemente influida por nuestra comprensión del hombre mismo, o aquello que creemos que fue, pero al examinar más de cerca las diferentes intepretaciones de la sexualidad de Lovecraft, quizás podamos comprender mejor su ficción.

Debido a esos conceptos erróneos respecto de Lovecraft, se han tejido estudios tan interesantes como inexactos. Si bien los detalles biográficos tienden a apoyar una visión de Lovecraft como esencialmente heterosexual, otras interpretaciones pueden ser valiosas para comprender su multiverso (El Multiverso en los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft)

En ese Multiverso, la vida es una enfermedad infecciosa que, dadas sus propiedades contagiosas, debe ser contenida. La solución a menudo es la continencia y la castidad, de ahí que algunos observen una aparente asexualidad en la obra de Lovecraft. Pero los dioses mismos no son inmunes al deseo. Basta repasar El horror de Dunwich (The Dunwich Horror) para notar que estos seres cósmicos se reproducen incontrolablemente, utilizando hembras humanas como recipientes orgánicos para su lujuria cósmica.

Aquí es inevitable pensar en los mitos griegos, en Zeus en particular, quien solía descender como una lluvia de oro para engendrar herederos célebres en úteros humanos (ver: Zeus, Danae  y la lluvia de oro). En la ficción de Lovecraft, el deseo y la lujuria no caen del Olimpo como una delicada lluvia de oro, sino como un color fuera del espacio (ver: ¿Qué era el Color que cayó del espacio?)

Existen sólidas justificaciones para que los estudiosos y biógrafos de Lovecraft lo describan como un asexual. El propio maestro de Providence era conciente de que sus impulsos sensuales eran casi inexistentes y, fuera de su breve matrimonio con Sonia Greene, parece haber llevado una vida esencialmente casta, sin ninguna otra relación ni deseos expresos de tenerla. Lovecraft reconoció este aspecto de sí mismo, ¿pero eso significa que el hombre estaba totalmente despojado de esos impulsos?

Casi todos los biógrafos de Lovecraft lo definen como un sujeto mojigato, reacio a hablar sobre sus experiencias personales en el terreno del amor y el deseo. Eso es rigurosamente cierto, también que Lovecraft sí hablaba sobre sexo, pero desde una perspectiva artística, y hasta científica, como se evidencia en sus cartas.

Lovecraft mantenía correspondencia con muchos lectores y escritores, tanto aficionados como profesionales, y siempre que surgía el tema demostró estar bien predispuesto a discutirlo. Sus mayores confidentes en este campo de la experiencia humana fueron Clark Ashton Smith, R.H. Barlow, J. Vernon Shea y August Derleth. En una carta a éste último, escribe:


Aunque detesto las irregularidades sexuales en la vida misma, como violaciones de cierta armonía que me parece inseparable de la vida elevada, tengo una aprobación científica del realismo en cuestiones de alcoba.


Esta imagen casta de Lovecraft se justifica en un punto: la reproducción asexual en muchos de sus relatos, por ejemplo, a través de razas alienígenas, como los Antiguos, parecidos a plantas; la Gran Raza de Yith en La sombra fuera del tiempo (The Shadow out of Time), o seres indeterminados en el ámbito reproductivo, como los Shoggoths.

Reproducciones sin la intervención de medios convencionales se observan en Joseph Curwen, el hechicero de El caso de Charles Dexter Ward (The Case of Charles Dexter Ward); y Ephraim Waite en El ser en el umbral (The Thing on the Doorstep).

El uso deliberado de Lovecraft de la reproducción asexual prueba que sí estaba interesado en aquello que sus biógrafos niegan en él. Lovecraft oculta el acto propiamente dicho, no forma parte de su ficción, pero retiene el impulso reproductivo. A veces esta reproducción es biológica, como las esporas de El color que cayó del cielo, o psicológica, a través de conceptos como posesión y transferencia de mente (ver: Regan MacNeil vs Lovecraft: el fenómeno de la posesión en la ficción)

El uso repetido de Lovecraft de la reproducción sin la participación del acto convencional es una consecuencia directa de sus puntos de vista sobre el determinismo biológico y la degeneración generacional. Los Mitos de Cthulhu están plagados de ejemplos de individuos y sociedades que se propagan a través de la reproducción convencional, lo cual los lleva a la degeneración de sus respectivas razas. En todo caso, Lovecraft consideraba que la reproducción asexual era una forma más avanzada, y por lo tanto más común en entidades interdimensionales muy superiores a nosotros (ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft)

La agenda de los Mitos esencialmente tiene que ver con remover todas las suposiciones del antropocentrismo e imaginar sociedades y razas cósmicas capaces de operar y reproducirse sin los efectos perjudiciales de la sexualidad. Más que una postura personal, es una cuestión lógica en ese contexto.

Pero Lovecraft se introduce aun más en el submundo de las alcobas. Por ejemplo: Herbert West: reanimador (Herbert West — Reanimator), es una revisión del elemento central del Frankenstein de Mary Shelley. Para Sigmund Freud, la creación del monstruo de Frankenstein es la última fantasía onanista: la idea de que el hombre engendra vida sin la participación de la mujer (ver: Lo que Mary Shelley nunca contó sobre Víctor Frankenstein). Herbert West, por extensión, puede considerarse bajo una luz similar (ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror)

La cuestión de género también es importante en Lovecraft. El maestro de Providence no le asigna ningún género explítico, y en consecuencia ninguna identidad sexual, a seres como Shub-Niggurath. Las anatomías alienígenas, cuando se las describe, carecen de detalles que nos permitan imaginar su género. A pesar de esto, muchas de estas razas poseen la habilidad de procrear con los humanos. Basta pensar en Yig, Yog-Sothoth, los Profundos.

El género predeterminado para muchas de estas entidades, por convención general del idioma inglés, es masculino (marcado por los pronombres masculinos he, him, his), pero Lovecraft no es reacio a usar el género neutro cuando la ocasión lo justifica.

Es conclusión: Lovecraft suprime el acto y preserva el impulso reproductivo en su ficción.

Otro aspecto que el maestro de Providence no evita es el concepto de familia u organización social. Dos especies muy importantes en los Mitos de Cthulhu, como la Gran Raza y los Antiguos, son de biología no humana, por lo tanto, difícilmente podrían propagarse como los humanos (ver: ¿Los pactos de sangre son una muestra de ADN para los Antiguos?). Ambas razas se reproducen por esporas; en consecuencia, hay poco lugar para la vida familiar en las dos civilizaciones; sin embargo, ambas contienen descripciones de estructuras sociales alternativas.

La únicar civilización alienígena avanzada de Lovecraft que utilizó la reproducción convencional es el pueblo de K'n-yan en El montículo (The Mound), escrito por encargo para Zealia Bishop. Aquí encontramos antiguas líneas hereditarias y divisiones que podríamos denominar familiares, pero en ningún momento, aquí o en cualquier otro relato de Lovecraft, hay lugar para el amor romántico tal como los humanos lo entendemos.

¿Esto prueba que Lovecraft condenaba al amor, o que sencillamente no encajaba en su idea de lo que estos seres y sociedades alienígenas debían ser?

Obviamente, estas especies y sociedades no reflejan a Lovecraft, como quieren hacernos creer sus biógrafos, pero sí algunas de sus preocupaciones, como el miedo de transmitir los rasgos indeseables que él mismo había heredado (ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft). Es notable que sus padres hayan fallecido en instituciones mentales, y que eso se exprese en el concepto de herencia genética degenerada e institucionalización, dos aspectos recurrentes en sus relatos, como por ejemplo en La sombra sobre Innsmouth (The Shadow Over Innsmouth) y Arthur Jermyn (Arthur Jermyn).

Los hechos generales de la vida de Lovecraft apoyan la opinión de que era heterosexual, al menos en la medida en que expresaba —aunque de forma indirecta— su atracción por las mujeres. En este contexto, el maestro de Providence no era precisamente demostrativo. Sonia Greene, en un libro donde desnuda buena parte de su vida en pareja, sostiene que Lovecraft tenía grandes dificultades para expresar sus deseos y sentimientos:


Creo que me amaba tanto como le era posible amar a un temperamento como el suyo. Nunca mencionó la palabra amor. En su lugar, decía: «Querida, no sabes cuánto te aprecio». Traté de entenderlo y agradecí cualquier migaja de sus labios que cayera en mi camino. «No, querida —decía—, si me dejas, no me casaré nunca más. No te das cuenta de lo mucho que te aprecio.»


Algunos biógrafos afirman que esta moderación de Lovecraft a la hora de demostrar afecto es el producto de su represión. Cualquiera que sea el caso, ya separados, Lovecraft y Sonia nunca firmaron los papeles de divorcio. De hecho, permanecieron legalmente casados hasta la muerte de Lovecraft en 1937.

Cuando era muy pequeño, la madre de Lovecraft —que de hecho deseaba tener una hija— aprovechó los resabios de su educación victoriana para vestir a su hijo con faldas y dejarle el pelo largo hasta los seis años de edad. En ese contexto no es extraño que Susan recordara a menudo que Lovecraft declaraba rotundamente que era una niña a todo aquel que estuviera dispuesto a escucharlo (Por qué a Lovecraft lo vestían de niña)

El propio Lovecraft se refirió a esta etapa temprana de su vida:


Mi madre ayudó inocentemente a aumentar mi autoestima al registrar todos mis dichos infantiles adorables, y comencé a hacer estos comentarios ingenuos con el propósito de llamar la atención.


Las ropas largas, que desde nuestra perspectiva parecen de niña, eran prácticas bastante típicas para los niños de la edad de Lovecraft. No hay material en sus cartas que sugiera que Lovecraft alguna vez se identificara como mujer. Sin embargo, esa posible sensación de alienación infantil está implícita en algunas de sus historias, como en El ser en el umbral (Transgénero en la literatura: ficción, diversidad y discriminación)

Si bien Lovecraft no explora en detalle las posibilidades sensuales del intercambio de género —aparte de una sola sugerencia—, la historia se sostiene en un hombre que cambia de cuerpo, asumiendo el de una mujer. El ser en el umbral es el único cuento de Lovecraft donde el género se convierte en un tema importante de discusión. El agumento gira en torno al hecho de que, si bien el cuerpo de Asenath es femenino, la conciencia que impulsa ese cuerpo es masculina, la de su padre, Ephraim Waite.

Para aquellos que promulgan la idea de un Lovecraft asexuado como un invertebrado les recordamos que este relato sugiere que Efraín Waite ha violado a su hija de la manera más aberrante, usurpando su propia identidad. En esencia, él está ilícitamente dentro de ella.

La confusión de género explica ciertos comportamientos extraños, como cuando Asenath asustaba a sus compañeras con miradas lascivas y guiños obscenos inexplicables. Ephraim asume el cuerpo de su hija para prolongar su existencia («In Articulo Mortis»: Poe, Lovecraft y algunas opciones para retrasar la muerte); a su vez, la mente de Asenath ocupa el cuerpo de su padre, y descubre algunas ventajas de género. Aquí hay un pasaje abiertamente misógino:


Ella (Asenath) creía que el cerebro masculino tenía ciertos poderes cósmicos únicos y de gran alcance. Con el cerebro de un hombre, pensaba, no solo podría igualar sino superar a su padre en el dominio de las fuerzas desconocidas.


Debe recordarse que el cuerpo físico de Asenath es solo mitad humano. Su madre es una Profunda, de modo que el sentido de inferioridad de Asenath en relación al cerebro de su padre está más allá de la crítica feminista.

La confusión de género finalmente estalla cuando Edward Derby descubre que su esposa, Asenath... ¡es en realidad su suegro!:


La mataré... Mataré a esa entidad... ella, él, eso... ¡Lo mataré! ¡Lo mataré con mis propias manos!


El tema del lenguaje de género se refuerza en otras partes de la historia, ya que la narrativa lleva al lector a identificar a Ephraim / Asenath menos como un ser humano que como un híbrido descendiente de los degenerados de Innsmouth, y finalmente reconocer a eso como algo inhumano que eventualmente queda tirado en un umbral.

De todos modos, es extraño que un autor supuestamente desinteresado de los asuntos de alcoba haya escrito una de las mejores ficciones tempranas sobre transgénero.

El cuerpo de Asenath es biológicamente femenino, pero la mente y el alma que lo impulsa son masculinas, lo cual hace que ese cuerpo de mujer tenga actitudes y comportamientos estereotipados masculinos. ¿Eso convierte a Asenath en un personaje transgénero prototípico? Si ese cuerpo biológicamente femenino, pero ocupado por un hombre, se acuesta con su esposo, Derby, ¿eso lo convierte en homosexual o bisexual? ¿Qué siente Derby sobre la situación? Después de todo, viene manteniendo una relación velada con su suegro... (ver: Atrapado en el cuerpo equivocado: la identidad de género en el Horror)

Todo esto está presente en la ficción de Lovecraft, un autor que de ningún modo se privó de explorar los rincones más oscuros de los asuntos de alcoba, a pesar de lo que digan sus biógrafos.

Después de todo, hay que aceptar que Lovecraft era un ser humano, y eso implica que también era un ser sexual y que su obra no está fuera de esa dimensión.




Mitos de Cthulhu. I H.P. Lovecraft.


Más literatura gótica:
El artículo: En la cama de Lovecraft fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Conan dijo...

No resulta creíble que una entidad amorfa desee reproducirse con un humano. ¿Un humano desearía reproducirse con una hormiga?



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Análisis de «La pequeña habitación» de Madeline Yale Wynne.
Poema de Emily Dickinson.
Relatos de Edith Nesbit.


Paranormal.
Poema de Charlotte Mew.
Relato de Walter de la Mare.