H.P. Lovecraft y Sonia Greene: una historia de amor.
El 3 de marzo de 1924 se produjo un hecho aparentemente contradictorio: H.P. Lovecraft, hombre taciturno y señalado constantemente como antisemita y racista, se casó en Nueva York con la escritora Sonia H. Greene, mujer sociable, inmigrante, judía, madre soltera, y siete años mayor que él (ver: Feminismo y misoginia en Lovecraft)
La ceremonia se realizó en la iglesia de St. Paul, Manhattan, y fue oficiada por el reverendo George Benson Cox. Asistieron sólo un puñado de amigos de Sonia Greene. Del lado de Lovecraft, ninguno.
Sonia Greene era lo opuesto a lo que uno esperaría encontrar en una mujer que atrayera la atención de Lovecraft. Era judía, viuda, tenía una hija, y era una mujer absolutamente independiente. Trabajaba en una tienda de departamentos, y al parecer ganaba bastante bien, al menos en comparación con los magros ingresos que obtenía el maestro de Providence vendiendo relatos a Weird Tales y trabajando ocasionalmente como escritor fantasma (ver: Lovecraft: escritor fantasma)
Lo cierto es que el salario de Sonia Greene le permitió alquilar una casa en una zona elegante de Brooklyn, donar dinero a varias publicaciones, y visitar distintas convenciones de prensa amateur. En 1921, durante una convención en la ciudad de Boston, Lovecraft y Sonia Greene se conocieron. Al parecer, los presentó un amigo en común, James Ferdinand Morton, un escritor anarquista interesado únicamente en dos cuestiones: el problema del racismo y la defensa de los derechos de la mujer.
Sí, Morton fue uno de los mejores amigos del racista y misógino Lovecraft (ver: Relatos de Lovecraft escritos con mujeres).
Después de aquel primer encuentro, Sonia Greene publicó un fanzine llamado The Rainbow, que Lovecraft reseñó en la edición de marzo de 1922 de la revista The National Amateur. A partir de entonces entablaron una relación epistolar, que poco a poco los fue acercando sentimentalmente. Dos años después se casaron.
Después de la boda, Lovecraft y Greene se mudaron a Brooklyn. Casi inmediatamente la pareja debió enfrentarse a serias dificultades financieras. Sonia Greene, que había iniciado un proyecto comercial propio, perdió su tienda (una sombrerería), y sufrió algunos problemas de salud. Lovecraft no pudo conseguir trabajo para manener a flote la delicada economía conyugal, de manera tal que Sonia se mudó sola a Cleveland, donde obtuvo un puesto como vendedora en una tienda. Lo que se dice un matrimonio moderno.
Durante esa época, Lovecraft vivía solo en el barrio de Red Hook, en Brooklyn (ver: Kalem Club: el club de Lovecraft en Nueva York). Su desagrado por la zona, y por toda la ciudad de Nueva York realmente, quedó reflejado en el relato: El horror de Red Hook (The Red Hook Horror).
En el último año de matrimonio, Sonia Greene vivió básicamente viajando por trabajo. Ella le enviaba a Lovecraft una asignación semanal para pagar el alquiler y subsistir, y solo regresaba uno o dos días al mes. Lovecraft estaba habituado a la escasez de recursos, pero en esa época, según él mismo afirmó en una de sus cartas, vivió tres días con una hogaza de pan, una lata de frijoles y un trozo de queso.
Menos de un año después, Lovecraft abandonó el departamento en Brooklyn y regresó a Providence. Mantuvieron durante un tiempo la ilusión de que seguían siendo una pareja viviendo por separado, pero eventualmente acordaron un divorcio amistoso, que de hecho nunca se concretó legalmente. Sin embargo, el vínculo de afecto mutuo se mantuvo durante el resto de la vida de Lovecraft; de hecho, en 1930, varios años después de la separación, Sonia Greene escribió una obra de teatro llamada Alcestis, que Lovecraft prologó elogiosamente.
La relación entre Lovecraft y Sonia Greene nunca fue fácil, y constituye una de las tantas paradojas en la vida del maestro de Providence. Más allá de las dificultades, y de la ruptura posterior, Sonia Greene sería el único vínculo significativo de Lovecraft con una mujer.
Lovecraft sencillamente no era un hombre apto para la vida en pareja. Lo intentó, es cierto, pero la experiencia lo hizo sentir miserable la mayoría del tiempo. De hecho, antes de la boda, Lovecraft le regaló a Sonia un ejemplar de la novela de George Gissing: Los papeles privados de Henry Ryecroft (The Private Papers of Henry Ryecroft), para que ella tuviese una noción aproximada de quién era el hombre del que se había enamorado, ya que Lovecraft se identificaba vívamente con el protagonista de la novela.
Sonia Greene probablemente leyó el libro de Gissing, cuyo protagonista es un hombre antisocial, sin amigos, cuya mente vive más en el pasado que en el presente, y perfectamente incapaz de afrontar los más ínfimos hechos de la vida cotidiana, y de todos modos lo aceptó como esposo; quizás porque en su pasado hubo hombres mucho más terribles que el retraído genio de Providence, entre ellos, nada menos que Aleister Crowley, quien habría sido su amante en 1918 (ver: La conexión Lovecraft-Crowley).
Educado por una madre neurótica y un par de tías de temperamento georgiano, H.P. Lovecraft era incapaz de vivir la experiencia del amor en pareja en términos convencionales (ver: Por qué a Lovecraft lo vestían de niña). Para su constitución psicológica, las relaciones físicas no estaban vinculadas con el placer, sino más bien con un acto de responsabilidad, una de las tantas tareas, a menudo fatigosas, que el hombre casado debe realizar a despecho de sus intereses genuinos.
Fuera del ámbito conyugal, y entrando en el áspero terreno de las colaboraciones literarias, Sonia Greene rápidamente advirtió que la mujer no tenía lugar en la obra de su marido. No hay un solo relato de H.P. Lovecraft donde la mujer tenga un rol significativo. De hecho, en la mayoría de sus cuentos la mujer ni siquiera participa secundariamente, y si lo hace, resulta indistinguible de paisaje de fondo.
Es de suponer que, si en el mundo creado por un escritor no existen las mujeres —un mundo en el que teóricamente debería sentirse a gusto—, mucho menos resultarán importantes en la vida real. Más allá de esto, escribirían un relato en colaboración: El horror en la Playa Martin (The Horror at Martin's Beach).
Sonia Greene realmente amó a Lovecraft, a pesar de que luego realizaría algunas infidencias poco elegantes en el libro: La vida privada de H.P. Lovecraft (The Private Life of H.P. Lovecraft).
La historia de amor de Lovecraft y Sonia Greene ha sido largamente comentada y analizada, aunque existen muchos rincones oscuros e inexplorados, así como algunos mitos insostenibles, como aquel que indica que Sonia fue quien le reveló a Lovecraft la historia del Necronomicón, a cual habría conocido gracias a su acercamiento anterior con Crowley.
El fracaso de la relación se debió esencialmente a esos rasgos indeseables que H.P. Lovecraft había profetizado con la entrega ceremonial de la novela de Gissing. Lo cierto es que Sonia Greene luchó por la relación, y probablemente Lovecraft también, a su modo. El solo hecho de digerir que ella fuese el sostén económico de la pareja, en una época donde la mujer sólo trabajaba como secretaria, enfermera o camarera, y que además ambicionara convertirse en editora y escritora independiente, evidencian que Lovecraft descartó sus prejuicios, al menos por un tiempo, para que la relación prosperara.
Lo mismo hay que decir de Sonia Greene, una mujer independiente, activa, que posibemente debió suprimir su deseo para que el vínculo con Lovecraft no se marchitara por cuestiones banales. Como anécdota ilustrativa podemos mencionar que, cierta noche, una Sonia Greene presumiblemente excitada le pidió a su marido que se tome un descanso de sus febriles noches de escritura para ir a la cama con ella. Al día siguiente, Lovecraft comentó en una carta a un amigo:
El erotismo pertenece a un orden inferior de los instintos, y es una cualidad más animal que noblemente humana.
Sonia, por su parte, jamás condenó la naturaleza asexuada de Lovecraft, incluso lo defendió de rumores maliciosos luego de su muerte. A propósito, August Derleth comentó que, tras el fallecimiento del maestro de Providence, ella le confesó:
Howard era apto sexualmente, pero siempre se acercaba al sexo como si no le gustara plenamente. Cumplió normalmente con sus deberes conyugales, pero sin mucho entusiasmo.
En retrospectiva, Lovecraft explicó del siguiente modo su incapacidad para la vida en pareja:
Yo solo podía vivir en un remanso tranquilo impregnado de la historia de Nueva Inglaterra, mientras que mi compañera encontró tal perspectiva prácticamente asfixiante.
El detonante de este colapso amoroso, al menos para Sonia Greene, fue muy diferente. Para explicar las causas de su separación relató una anécdota que desnuda perfectamente la compleja personalidad de H.P. Lovecraft:
Cierta noche, cuando Howard y yo nos despedimos para irnos a dormir, le dije: «Howard, ¿me das un beso?». Y él respondió: «No, es mejor que no».
Más H.P. Lovecraft. I Autores con historia.
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- H.P. Lovecraft y Dante: el infierno es la locura.
4 comentarios:
Magnífico artículo que, a un aficionado como yo, lr acrecienta aún más el interés por la obra de este oscuro narrador.
Me encantó el articulo. Te felicito.
Magnífico ^^
Interesante.
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