Hay algo ahí afuera, y no es humano: análisis de «La Cosa Maldita» de Bierce.


Hay algo ahí afuera, y no es humano: análisis de «La Cosa Maldita» de Bierce.




En El Espejo Gótico hoy analizaremos el relato de Ambrose Bierce: La Cosa Maldita (The Damned Thing), publicado originalmente en la edición del 7 de diciembre de 1893 de la revista Town Topics, y luego reeditado en la antología de 1910: ¿Pueden estas cosas existir? (Can Such Things Be?).

En una cabaña apartada se han reunido nueve hombres. Siete de ellos, granjeros y leñadores, están sentados contra la pared. Uno lee un desgastado libro, entrecerrando los ojos a la luz de una sola vela. El noveno yace sobre una mesa. Nadie habla, pero desde afuera llega un coro de animales nocturnos: coyotes, pájaros e insectos. Llega un décimo hombre, William Harker. Su ropa, aunque polvorienta por el viaje, lo distingue como un sujeto urbano. El forense [que se ha metido el libro en el bolsillo] informa al recién llegado que el asunto debe completarse esa noche. Le pregunta a Harker sobre Hugh Morgan, cuyo cadáver yace en la mesa.

Harker responde que vino a cazar y pescar con su amigo, también para estudiar el carácter de Morgan, ya que Harker es periodista y escritor de historias. Ha escrito una sobre la muerte de Morgan, de la que fue testigo, pero debe publicarla como ficción, no como noticia, porque es increíble.

Harker lee la historia en voz alta.

Él y Morgan están cazando codornices al amanecer. Llegan a un campo de avena. A poca distancia, un animal se revuelve en la maleza. ¿Un ciervo? Lástima que no hayan traído rifles, solo escopetas para codornices. Aun así, Morgan levanta su arma. ¿Podría ser un oso? Pero Morgan, temblando, declara que es esa «Cosa Maldita».

La bestia, aún invisible, se mueve directamente hacia ellos. Morgan dispara. La bestia gruñe. Morgan deja caer su arma y huye. En ese momento, Harker es derribado por algo «suave y pesado», y aún invisible. Oye a Morgan gritar de agonía; mezclándose con su voz hay «sonidos roncos y salvajes como los que se escuchan en los perros de pelea». Harker se pone de pie y observa a su amigo luchar con... nada.

Y, sin embargo, partes del cuerpo de Morgan aparecen y desaparecen, como si fueran borradas por el cuerpo de su antagonista.

Antes de que Harker pueda alcanzarlo, Morgan está muerto y la maleza vuelve a moverse en línea recta hacia los bosques vecinos.

El forense se levanta y retira la sábana que cubre el cadáver, revelando un cuerpo mutilado, con el cuello destrozado. Luego muestra la ropa andrajosa y endurecida por la sangre de Morgan. No hay más pruebas.

¿Qué opinan los demás?

El capataz quiere saber de qué manicomio escapó el señor Harker. Harker se sonroja, pero se queda el tiempo suficiente para pedirle el libro al forense: es el Diario de Morgan. El forense dice que no es pertinente, y lo retiene. Los otros deliberan brevemente y luego emiten su veredicto: Morgan evidentemente fue atacado por un león de montaña.

El Diario de Morgan puede arrojar algo de luz sobre su muerte.

Morgan primero escribe sobre el extraño comportamiento de su perro, que parece oler algo invisible y luego sale corriendo a toda velocidad. Una noche observa cómo las estrellas sobre una cresta desaparecen una a una, como si algo invisible las ocultara a su paso. Morgan está alerta toda la noche, arma en mano, pero no ve nada.

A la mañana siguiente descubre huellas frescas. Si sus experiencias son reales, se volverá loco. El suspenso es intolerable, pero Morgan no será expulsado de su propia tierra. En cambio, invitará a su sensato amigo, Harker, a visitarlo. Una entrada posterior describe la epifanía repentina de Morgan de que así como hay sonidos más allá del oído humano, debe haber colores más allá de la vista, como los rayos «actínicos» que los químicos han descubierto en el extremo del espectro solar. Así que no está loco, simplemente hay colores que no puede ver y, Dios lo ayude, la Cosa Maldita es de ese color.


La Cosa Maldita de Ambrose Bierce es un relato sobre «algo invisible»; y establece un elemento que llegaría a convertirse en un recurso común en el género: los horrores invisibles al ojo humano siempre son depredadores [ver: Invisibilidad en la literatura]

Uno podría suponer que la invisibilidad también podría ser desarrollada por una presa. ¿Por qué no hay simpáticos conejos invisibles? Aparentemente, si eres invisible, eres un depredador. Pero esto no es necesariamente cierto. De hecho, ¿cómo notaríamos que hay conejos invisibles? Es el comportamiento predatorio lo que eventualmente haría perceptible a una criatura invisible. Las depredaciones de los que están más abajo en la cadena alimenticia, como los conejos [si acaso hubiese una especie invisible] serían atribuídas a babosas o al peso deficiente de la cosecha de zanahorias.

En cuando a las presas invisibles, dudo que la invisibilidad tenga mucho sentido cuando tantos depredadores dependen principalmente del olfato y el oído. Incluso si la invisibilidad resultara metabólicamente económica, esta prescinde del elemento disuasivo. La mayoría de las «armas» que utilizan los animales para disuadir a sus depredadores [pensemos en las serpientes de cascabel o en los zorrillos] no dependen del elemento sorpresa, sino todo lo contrario: en anunciar que son peligrosos. Ser invisible, y, por lo tanto, difícil de detectar, socava todos los beneficios de este principio.

Pero, quizás, la distorsión perceptiva puede ser una amenaza estratégica: estar en el Valle Inquietante es una señal clara: «no puedes saber qué amenaza ofrezco, así que ni siquiera intentes atacarme». El anuncio, el despliegue del arma defensiva, en el caso de la Cosa Maldita, es la distorsión de la luz, con la consecuente reacción emocional e instintiva en quien observa ese fenómeno, algo así como la forma en que el sonido del cascabel de una serpiente puede paralizar a un depredador incluso si este nunca lo ha escuchado antes.

La influencia de La Cosa Maldita en H.P. Lovecraft es evidente, de hecho, el final del cuento de Ambrose Bierce es la premisa de varias historias del flaco de Providence: hay cosas extrañas y amenazantes más allá de los límites de la percepción humana. El Color [que cayó del espacio], los parásitos astrales de Desde el más allá (From Beyond), los monstruos invocados por Randolph Carter, incluso los Perros de Tíndalos de Frank Belknap Long, todos tienen su ascendencia en La Cosa Maldita de Ambrose Bierce [ver: Los Perros de Tindalos y los ángulos del tiempo]. Lovecraft, sin embargo, lleva esta idea mucho más allá. Para Ambrose Bierce, el mero hecho de haya cosas más allá de la percepción humana es suficiente revelación.

Las explicaciones de Morgan se refieren directamente a partes del espectro electromagnético insensibles a la visión humana. Son, de hecho, la revelación dramática al final de La Cosa Maldita. Quizás Ambrose Bierce estaba pensando en descubrimientos científicos recientes en su época [estamos en 1893]; pero no, el infrarrojo y el ultravioleta fueron descubiertos en 1800 y 1801 respectivamente. Ambrose Bierce simplemente se basó en estos elementos para darle un contexto científico a su monstruo invisible. En este punto, los investigadores presumiblemente ya eran conscientes de que tales cosas [si existieran] son visibles, solo que se perciben de manera inadecuada. Esto hace que el remate de la historia sea menos que impresionante para el lector moderno. El efecto descrito [algo ocluye los objetos detrás de él, pero no puedes ver la oclusión, algo así como en la película Depredador (Predator)] es paradójico; y la explicación no ayuda en nada.

Me pregunto cuánto del efecto de La Cosa Maldita fue eficaz en su tiempo, y cuánto se pierde para el lector moderno, que puede comprar una luz ultravioleta y un par de anteojos infrarrojos en cualquier tienda especializada. El mundo invisible que plantea Ambrose Bierce es accesible para nosotros, y sin demasiado esfuerzo.

Parte del genio de Lovecraft radica en su capacidad de hacer que el horror fuera más intenso con el conocimiento, en lugar de menos. El Color que Cayó del Espacio, tal vez el más desarrollado de las entidades imperceptibles del flaco de Providence, sufre un poco cuando los instrumentos de la Universidad de Miskatonic muestran que es incomprensiblemente inhumana. Pero los efectos de esa incomprensibilidad, las formas en que se insinúan en las plantas y en las mentes, superan esa barrera. Esos efectos, y no la explicación pseudocientífica, llevan el peso de la historia.

Otro punto en común entre La Cosa Maldita de Ambrose Bierce y Lovecraft es la forma en que se cuenta la historia. Aunque no tenemos al típico narrador de Lovecraft, sí tenemos una historia presenciada de segunda y tercera mano: el Diario de Morgan, el testimonio de Harker, todos los textos encontrados y las declaraciones oficiales. Luego está el forense, un tipo extraño que proporciona una perspectiva directa. Él es quien oculta el Diario, con su terrible revelación ultravioleta, a testigos y jurados por igual. Él sabe, por supuesto, que hay cosas que el ser humano no debería saber.

Estamos rodeados de criaturas invisibles para nosotros por la sencilla razón de que son demasiado pequeñas para que podamos verlas. Sabemos que existen, sabemos que hay bacterias, tardígrados y ácaros del polvo que acechan en nuestras sábanas; sin embargo, estas cosas invisibles debido a su tamaño diminuto no nos producen miedo, incluso cuando sus efectos sobre nuestra salud pueden ser devastadores. Nos preocupan más las dimensiones de vida que quizás pululan más allá del espacio que ocupamos. Pero, como sus [posibles] habitantes permanecen invisibles, solo nos resultan intelectualmente aterradores.

Son las cosas que deberíamos poder ver, porque son lo suficientemente grandes, que vagan por nuestro propio plano de existencia, las que nos aterrorizan.

Por supuesto, los seres humanos podemos oler y oír y saborear y tocar, pero es la vista nuestro sentido dominante, y a menudo nuestra primera línea de defensa ante una amenaza. Los seres invisibles no juegan limpio, porque, para nosotros, ver es creer. Ambrose Bierce seguramente pensaba algo parecido, porque en esta historia Morgan se pregunta si los perros pueden «ver con la nariz», es decir, se pregunta si sus cerebros pueden traducir olores en imágenes. Es un razonamiento interesante, pero inexacto. Un perro no tendría que traducir un olor a una imagen para detectar una amenaza, ya que el olfato es el sentido canino dominante. En la versión perruna de La Cosa Maldita, el monstruo no tendría que ser invisible, sino carecer de olor [ver: Lo olfativo, lo visual, lo auditivo y lo táctil en el Horror Cósmico]

La Cosa Maldita bien puede ser invisible, pero posee fisicalidad. Es lo suficientemente sólida como para destrozar un cuerpo humano. Ocupa espacio, borrando cosas con su masa, desplazando la vegetación, dejando huellas. En otras palabras, es invisible a la vista, pero visible en su interacción con el entorno. Además, huele, como puede atestiguarlo el perro de Morgan. Emite gruñidos, por lo que se lo puede oír. Se puede sentir, como descubre Harker cuando lo derriba. Y supongo que tendría sabor, si fueras tan temerario como para darle un mordisco [ver: La biología de los Monstruos]

Morgan intenta explicar la Cosa Maldita a través de la ciencia, no de la superstición, lo cual termina siendo más supersticioso todavía. Bien, los científicos dicen que hay colores más allá del alcance de la visión humana. Digamos que la Cosa Maldita tiene una hermosa tonalidad en el rango del infrarrojo, o del ultravioleta; eso significaría que refleja longitudes de ondas de luz que no podemos ver. Por lo tanto, es invisible. No puede estar reflejando las longitudes de onda intermedias del rojo, amarillo, verde, naranja, azul y violeta, en cualquier combinación, o en ese caso lo veríamos. Pero si refleja solo colores invisibles, y absorbe el arco visible, ¿no la veríamos como algo completamente negro, algo similar a la Gente Sombra? [ver: 5 tipos de Gente Sombra] También hay que tener en cuenta el efecto de refracción, como intenta hacer H.G. Wells en El hombre invisible (The Invisible Man), pero no nos conviene entrar en este territorio, al menos para mí, incierto.

Ambrose Bierce siente la misma aversión por las explicaciones sobrenaturales. Hacer caso omiso de las leyes de la física [conocida] es una decisión más sencilla para un autor, pero Ambrose Bierce no va allí. Si tomara ese camino, la Cosa Maldita podría ser un simple fantasma o un demonio capaz de interactuar con nuestro mundo físico. En el marco de la pseudociencia lovecraftiana, la Cosa Maldita podría ser una entidad extradimensional, donde las leyes físicas son diferentes, como los engendros invisibles de Yog-Sothoth en El Horror de Dunwich (Dunwich Horror) o los seres imperceptibles que devoran al pobre Abdul Alhazred, autor del Necronomicón, ante un grupo de espectadores horrorizados [ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu]

Al final, la Cosa Maldita debe sobrellevar el peso de todos los descubrimientos científicos realizados desde que la historia fue escrita. Podemos aceptar que una criatura de una dimensión superior sea multicromática en su plano, pero que esos mismos colores, en nuestra dimensión, actúen en una frecuencia invisible para los humanos. Podría suceder, pero las decisiones que toman las personas en la historia son mucho más cuestionables. El forense tiene un par de momentos de gran sarcasmo, perfectamente sincronizados, con los que derriba los argumentos de Harker, el soberbio periodista urbano. El forense es brillante, según su lógica. Me pregunto qué hizo con el Diario de Morgan. También podría ser un «adepto» [Ambrose Bierce nunca lo insinúa], alguien que protege a la Cosa Maldita a través de una incredulidad fingida.

Hay dos antecedentes inmediatos de La Cosa Maldita de Ambrose Bierce: ¿Qué fue eso? (What Was It?) de Fitz-James O'Brien, y El Horla (Le Horla) de Guy de Maupassant. Pero la invisibilidad en la literatura es tan antigua como la historia misma. Algunas de las primeras referencias provienen de la mitología griega, como el Anillo de Gyges del que habla Platón. En esta reveladora historia, un pastor descubre un anillo de invisibilidad que utiliza para seducir a una reina y asesinar al rey. Es una historia básica, pero insinúa ambos lados del problema de la invisibilidad:

a- La invisibilidad podría convertir a un pastor en rey.

b- Incluso un rey no tiene defensa contra un hombre invisible.

En la Edad Media podemos encontrar una gran cantidad de cuentos de hadas sobre anillos, zapatos, gorras y capas de invisibilidad, muchos de los cuales encontraron su camino hacia la ficción moderna. Los hermanos Grimm recogieron la historia de las Doce Princesas, que relata cómo estas mujeres lograban escabullirse de su castillo todas las noches para bailar en el bosque. Preocupado, su padre promete recompensar a cualquier hombre que pueda descubrir el secreto de las muchachas. El misterio lo resuelve un viejo andrajoso, a quien una hechicera le da una capa mágica; usando este artilugio, el viejo espía a las princesas mientras es invisible y descubre la salida secreta que utilizan para evadir a los guardias.

Este tipo de historias se abrieron paso hacia la ficción moderna, generalmente con un aura de horror. Antes mencionamos a Fitz-James O'Brien y ¿Qué fue eso?, en el que un hombre se está quedando dormido cuando una criatura cae pesadamente sobre él en la cama. Ambos luchan ferozmente en la oscuridad, sus amigos lo ayudan, y cuando logran reducir al atacante y encender una luz, no ven nada; sin embargo, sienten físicamente que hay algo ahí. Horrorizados, atan a la criatura invisible a la cama y esperan... tal vez demasiado, porque esta finalmente muere de hambre. Entonces deciden hacer un molde de yeso del cadáver, que revela el rostro de un monstruo sobrenatural.

Veinte años después, Guy de Maupassant escribió El Horla, una historia sobre una entidad alienígena invisible que se adhiere a un hombre desventurado, absorbiendo su fuerza y energía vital, de un modo similar al concepto actual de parásitos astrales. Curiosamente, el Horla solo da señales de existir bebiendo agua estancada y arrodillándose sobre el pecho de sus víctimas mientras duerme; algo parecido a las escalofriantes experiencias de parálisis del sueño. Por supuesto, el hombre está al borde de la locura, y provoca un incendio en un intento desesperado por liberarse de un enemigo que no puede ver. Al final se insinúa que el Horla podría ser apenas un individuo de una raza extradimensional que, por motivos desconocidos, a veces logran llegar a nuestro plano para alimentarse de los seres humanos [ver: Gente Sombra, el Horla, y el portal interdimensional de Maupassant]

Al igual que O'Brien y de Maupassant, Ambrose Bierce presenta a un depredador de otro mundo que invade nuestro plano físico sin ninguna explicación. Los tres relatos son eficaces porque no necesitan proporcionar una historia de fondo elaborada. Los tres seres invisibles llegan y desaparecen sin que sepamos qué son realmente. No conocemos sus motivos, sus intenciones, ni siquiera tenemos una idea clara de cómo funcionan como entidades invisibles. Lo que hace distinta a la Cosa Maldita es la disciplina literaria de Ambrose Bierce: el lector nunca se encuentra directamente con la criatura, sino más bien con los restos destrozados de lo ha atacado.

Ambrose Bierce establece un contexto intrigante mucho antes de que sepamos algo sobre la Cosa Maldita: la investigación post mortem en el interior de la cabaña en lo profundo del bosque, con la asistencia de ocho hombres [el forense, un testigo, y un pequeño jurado conformado por leñadores locales], todos alrededor del difunto Hugh Morgan, que yace amortajado en una mesa, y el testimonio de William Harker, abren la historia maravillosamente:


[«A una distancia de menos de treinta yardas estaba mi amigo, arrodillado, con la cabeza echada hacia atrás en un ángulo espantoso, sin sombrero, con su larga cabellera desordenada y todo el cuerpo dando violentas sacudidas de un lado a otro, hacia adelante y hacia atrás. Su brazo derecho estaba levantado y parecía carecer de mano, al menos, no pude ver ninguna. El otro brazo era invisible. Creo que solo podía distinguir una parte de su cuerpo; era como si hubiera sido borrada en parte, no puedo expresarlo de otra manera, entonces un cambio de posición lo traía de nuevo a la vista.»]


Algo invisible está inmovilizando y desgarrando el cuerpo de Morgan, algo que también tiene masa y densidad, porque en su andar dobla la maleza y ocluye parte de su víctima cuando se interpone entre esta y la mirada de Harker. Cuando este llega hasta Morgan, su amigo está muerto. Las evidencias examinadas por el forense parecen indicar que el atacante sabía exactamente como lidiar con un organismo terrestre:


[«El forense se movió hasta el final de la mesa y desabrochó un pañuelo de seda, que había sido colocado debajo de la barbilla y anudado en la parte superior de la cabeza. Cuando se retiró el pañuelo, quedó al descubierto lo que había sido la garganta. Algunos de los los miembros del jurado que se habían levantado para tener una mejor vista se arrepintieron de su curiosidad y apartaron la cara.»]


Hasta aquí, la evidencia solo muestra lo que bien podría ser el ataque de un oso o un puma. Sin embargo, Harker [el testigo] reconoce que el cuaderno que ha estado leyendo el forense es el Diario de Morgan [la víctima]. Exige verlo, pero el forense se niega, diciendo que el diario es irrelevante para el caso. Recién cuando Ambrose Bierce nos permite echar un vistazo al Diario de Morgan, lleno de entradas con experiencias extrañas, llegamos a la conclusión de que ha sido atacado por una entidad invisible.

En el Diario, Morgan anota que su perro ha estado olfateando algo en el bosque [¡esa Cosa Maldita!]. Poco después observa que las estrellas se borran como si algo enorme caminara entre él y el cielo. A la mañana siguiente encuentra las huellas de lo que parece ser un animal enorme. Después de rastrear a la Cosa Maldita durante un mes, Morgan comienza a perder la cordura, no tanto por la presencia de la criatura, sino por falta de sueño. En este punto, cuando Morgan ya ha perdido la confianza en sus sentidos, invita a Harker, a quien considera sensato y racional, a pasar una temporada con él en su cabaña. En este estado, Morgan reflexiona sobre los misterios del universo y el pobre aparato sensorial humano; y finalmente desarrolla una tesis:


[«En cada extremo del espectro solar, el químico puede detectar la presencia de lo que se conoce como rayos actínicos. Representan colores, colores integrales en la composición de la luz, que no podemos discernir. El ojo humano es un instrumento imperfecto; su rango solo detecta unas pocas octavas de la escala cromática real. No estoy loco; hay colores que no podemos ver. ¡Y, Dios me ayude! ¡La Cosa Maldita es de tal color!»]


Como en muchos de sus relatos, Ambrose Bierce vuelve a utilizar aquí la arrogancia del intelecto humano como factor decisivo en su derrota ante seres que responden a una física diferente. Los miembros del jurado encuentran ridícula la sugerencia de un atacante invisible, pero el forense parece estar tan perturbado por esta sugerencia que decide ocultar el Diario de Morgan, tal vez para sofocar el pánico que provocaría tal posibilidad entre una comunidad poco instruída.

Ambrose Bierce estaba fascinado por la idea de que los seres humanos son ciegos a la realidad, que nuestros «instrumentos imperfectos» son incapaces de procesar esa realidad, y que nuestra ignorancia es la que nos salva al final del día, permitiéndonos funcionar con relativa normalidad y preocuparnos por trivialidades. En este contexto, Ambrose Bierce establece que la humanidad sería arrastrada por una marea de terror si alguna vez supiera que hay cosas que desafían las leyes naturales conocidas.

Las únicas personas que se toman en serio la extraña muerte de Morgan son Harker, que la contempla con asombro juvenil, y el forense, que la reprime con prudente temor por las consecuencias sociales que podría despertar. La humanidad, que Ambrose Bierce satiriza en el jurado de leñadores mezquinos y vulgares, no está dispuesta a creer en estas cosas.

El método de razonamiento del personaje más parecido a un científico en la historia [el forense] es quizás el menos científico de todos. Al parecer, nunca sospecha que Harker tal vez asesinó a Morgan en el bosque y luego escribió él mismo el Diario como una especie de coartada. Esto nos permite preguntarnos: ¿el forense realmente creyó algo de la historia de Harker? ¿Creyó que el Diario de Morgan era legítimo? Evidentemente, sí; de otro modo no habría liberado a Harker. Pero, si realmente creyó en todo esto, ¿por qué aceptó el veredicto del jurado de que Morgan fue asesinado por un puma? ¿Acaso los leñadores nunca vieron el cadáver de alguien asesinado por un puma? El forense bien podría haber querido evitar el pánico al esconder sus creencias, pero los leñadores son gente de la zona que probablemente sabe qué tipos de heridas puede inflingir un puma, y cuáles exceden las posibilidades de este depredador.

Si bien la Cosa Maldita se teoriza vagamente, nunca se explica en la historia, y esa fue una buena decisión. Ambrose Bierce no estaba interesado en la protociencia ficción, que requiere cierto grado de posibilidad científica y explicaciones más o menos plausibles. Más bien, su objetivo es perturbarnos con lo que no sabemos, dejándonos como el médico forense: preocupados por nuestra ignorancia, aturdidos por nuestra propia estupidez, y horrorizados por nuestra insignificancia en un universo repleto de aterradoras maravillas.

En El horror sobrenatural en la literatura (Supernatural Horror in Literature), Lovecraft hace algunas observaciones sobre la obra de Ambrose Bierce, al que admira por su «rara variedad de comedia sardónica» y la «maestría de sus oscuras insinuaciones». Sin embargo, Lovecraft también es crítico con sus historias, a las que se refiere como «obviamente mecánicas y estropeadas por un estilo jovial y comúnmente artificial derivado de modelos periodísticos» [ver: Ambrose Bierce por Lovecraft]. El flaco de Providence siente que Ambrose Bierce «rara vez se da cuenta de las posibilidades atmosféricas de sus temas tan vívidamente como Poe; y gran parte de su trabajo contiene un cierto toque de ingenuidad, angulosidad prosaica o primitivo provincianismo estadounidense». Es una declaración dura, pero Lovecraft juzga a Ambrose Bierce mirando hacia atrás, hacia Edgar Allan Poe, mientras que el propio Ambrose Bierce estaba mirando hacia el futuro; es decir, hacia una versión más realista de lo fantástico.

No es mi intención ponerme quisquilloso con algo que no tiene demasiado impacto en la historia, pero la luz no funciona como sugiere Ambrose Bierce, o mejor dicho, como se registra en el Diario de Morgan. Cuando la Cosa Maldita «oscurece» las espigas a su paso, o las extremidades de Morgan al ser atacado, la luz se está comportando de un modo imposible. Si la mano está «oscurecida», ¿qué pasa con el paisaje detrás de ella? Si la hierba está oscurecida, ¿qué pasa con los tallos que hay detrás? ¿Qué ves cuando miras las espigas «oscurecidas»? ¿Ves el paisaje detrás? Si la imagen del paisaje pasa a través de la Cosa Maldita, ¿por qué no lo hace también la imagen de la mano o de las espigas? Si ninguna imagen pasa a través de la Cosa Maldita, ¿qué estámos viendo? ¿Un punto negro? Si es así, ¿por qué no vemos a toda la criatura como una mancha negra? Porque eso básicamente es ser visible.

Dejando de lado al sujeto quisquilloso que hay en toda persona que ha leido demasiadas historias, tomemos una dirección opuesta: la Cosa Maldita es una excepción. No es que sea visible únicamente en la franja ultravioleta, sino que es una abominación, algo tan extraño que el cerebro humano simplemente se niega a interpretarlo; o no puede interpretarlo.

Después de todo, nuestro cerebro ignora lo que no puede procesar [ergo, la Cosa se percibe como invisible]. En otras palabras, no es que la Cosa Maldita sea invisible [o que la luz pueda pasar a través de ella en frecuencias selectivas], sino que está creando un vacío en nuestro campo visual. Ante esto, es lógico que el centro de procesamiento visual de nuestro cerebro nos envíe señales más bien desesperadas. Las personas que se han encontrado con la Cosa Maldita la recuerdan como invisible porque no tienen información visual que puedan recordar.

Las conclusiones a las que llegan los personajes de Ambrose Bierce no son calificadas, y están lejos del análisis espectral realizado por expertos en El Color que cayó del espacio. Todo lo que sabemos sobre la Cosa Maldita son apenas especulaciones de alguien que no es un profesional, realizadas a partir de observaciones limitadas.

Sospecho que Ambrose Bierce estaba imaginando que la Cosa Maldita era transparente en las longitudes de onda visibles, algo así como una lámina de vidrio o de cristal. Si hubiera escrito esto unos años más tarde, probablemente la habría hecho visible en longitudes de onda de rayos X. Los seres invisibles de Lovecraft tienen mejores explicaciones, es cierto, pero el flaco de Providence tuvo un par de décadas más de ciencia con las que trabajar. La falla conceptual se resume a que Ambrose Bierce emplea con ligereza lo que significa «borrar». No podemos ver al sujeto cuando está detrás de la Cosa Maldita, y no podemos ver las estrellas, pero aún podemos ver el suelo detrás del sujeto.

Por supuesto, todo esto es secundario. Lo que importa es la prosa y la atmósfera, la sensación de un horror opresivo. En cierto modo, La Cosa Maldita de Ambrose Bierce es profundamente antilovecraftiana. No hay un ejército de estas criaturas acechando y esperando para destruir el mundo, solo hay una Cosa, que vive en medio de la nada, haciendo más o menos lo que haría un puma o un oso invisibles. De hecho, creo que Ambrose Bierce se sale con la suya al vincular la premisa de la invisibilidad [no muy bien explicada] con una experiencia del mundo real con la que el lector puede identificarse:


[«Recuerdo que una vez, al mirar descuidadamente por una ventana abierta, momentáneamente confundí un pequeño árbol cercano con un grupo de árboles más grandes a poca distancia. Parecía del mismo tamaño que los demás, pero al ser más nítidamente definido en masa y detalle, parecía estar fuera de armonía con los demás. Fue una mera falsificación de la ley de la perspectiva, pero me sobresaltó, casi me aterrorizó. Me ha vuelto a pasar más o menos lo mismo. Solo un breve error en la percepción, ni siquiera una ilusión óptica en realidad, pero es extraño darse cuenta de que podrías estar tan equivocado sobre lo que estabas viendo, y deja una especie de paranoia persistente sobre las escenas de aspecto normal.»]


La descripción de «visión ocluida» parece extraña y difícil de justificar científicamente, pero una falla en el procesamiento de imágenes es plausible. Muchos de estos fallos existen y pueden crear extrañas ilusiones ópticas. Mi impresión es que la Cosa Maldita provoca algún tipo de refracción u otra distorsión de la luz visible, y que el cerebro del observador construye una imagen incorrecta a partir de esa señal extraña.

En definitiva, no es una bestia sobrenatural, sino un organismo físico y material. Deja huellas, gruñe de dolor cuando recibe un balazo, y los perros pueden detectar su olor. No se conoce su apariencia, excepto por el hecho de que posee garras afiladas [o algún tipo de apéndice] que pueden matar fácilmente a un humano. Se desconoce el mecanismo detrás de su invisibilidad, pero ciertamente no es transparente. En cambio, se comporta como un objeto opaco que de alguna manera distorsiona la luz a su alrededor, como lo demuestra el hecho de que algunos objetos desaparecen de la vista cuando la Cosa Maldita se interpone entre ellos y el observador.

La Cosa Maldita de Ambrose Bierce toca una fibra evolutiva muy profunda: lo más aterrador es lo que no podemos ver. Eso es algo espeluznante por sí mismo, pero más aún cuando es desarrollado por alguien que realmente desapareció y nunca más se supo de él. Hasta el día de hoy, nadie sabe qué pasó con Ambrose Bierce [ver: La extraña desaparición de Ambrose Bierce].




Ambrose Bierce. I Taller gótico.


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