La cucaracha en la mesada: análisis de «Los Sauces» de Algernon Blackwood.


La cucaracha en la mesada: análisis de «Los Sauces» de Algernon Blackwood.




En El Espejo Gótico hoy analizaremos el relato de Algernon Blackwood: Los Sauces (The Willows), publicado en la antología de 1907: El oyente y otros relatos (The Listener and Other Stories).


[«La sensación de lejanía de la humanidad, el absoluto aislamiento, la fascinación de este singular mundo de sauces, vientos y aguas, nos hechizó instantáneamente, de modo que nos dijimos entre risas que habíamos llegado audazmente, sin pedir permiso, a un pequeño reino de maravillas y magia, un reino que estaba reservado para otros que sí tenían derecho, con advertencias no escritas a los intrusos que tuvieran la imaginación para descubrirlas.»]


El narrador anónimo y su compañero [«el Sueco»] se encuentran en medio de un viaje en canoa por el Danubio durante una crecida estival. Llegan a «una región de singular soledad y desolación», donde islas cubiertas de sauces emergen y se hunden de la noche a la mañana. En las primeras horas de la tarde acampan en una de las islas. Han llegado a conocer bien el Danubio, sin embargo, no desdeñan sus peligros. En la tienda de Pressburg, donde compraron provisiones, un oficial húngaro les advirtió que cuando la inundación disminuya, podrían quedar varados lejos de cualquier ayuda. Pero son hombres prácticos y se han abastecido bien.

El Sueco [cuyas habilidades de supervivencia se comparan con las de los pueblos originarios de Norteamérica] toma una siesta y el narrador explora el área. La isla es pequeña y las aguas empiezan a devorarla lentamente. Está cubierta densamente por sauces. En medio de su deleite contemplativo, el narrador reconoce un «curioso sentimiento de inquietud». De alguna manera esta inquietud está relacionada con los sauces, un sentimiento que parece atacar la mente y el corazón, haciéndolo sentir un intruso en el lugar.

El narrador no menciona nada de todo esto a su compañero, a quien considera «desprovisto de imaginación».

Levantan una tienda y acuerdan continuar al día siguiente. Mientras recogen leña, ven algo extraño: el cuerpo de un hombre dando vueltas en el río. Sus ojos despiden un extraño fulgor amarillo. Luego se sumerge. Debe ser una nutria, se tranquilizan; pero justo cuando están recuperándose del sobresalto, ven a un hombre que pasa en un bote. Mira, gesticula, grita de manera inaudible y hace la señal de la cruz antes de desaparecer de la vista. Probablemente es otro de esos supersticiosos campesinos húngaros. Debe haber pensado que eran espíritus o algo así. De todos modos, el narrador está contento de que el Sueco sea tan poco imaginativo. El sol se pone, y el viento empieza a cobrar corporalidad:


[«Me hizo pensar en los sonidos que debe hacer un planeta, si solo pudiéramos escucharlo, moviéndose a través del espacio.»]


Se quedan despiertos hasta tarde, hablando, no de los incidentes del día, aunque normalmente serían los principales temas de conversación. Antes de acostarse, el narrador va a recoger más leña. Esta vez logra descifrar su sensación de inquietud: los sauces son hostiles. No los quieren allí, deambulando a su gusto. Este es su reino, y allí son intrusos:


[«Entramos en la tierra de la desolación»].


Mientras el narrador está acosado por la psicología del lugar, la creciente conciencia de que algo no está bien [los sauces ahora son «un ejército que agita desafiantemente sus innumerabls lanzas de plata»], el Sueco permanece en silencio la mayor parte del tiempo. Sus observaciones son lacónicas, centradas en el aquí y el ahora. En este contexto, el narrador despierta «en el umbral de un nuevo día» y presencia lo que pueden ser los espíritus de los árboles, que se manifiestan como «una serie de siluetas monstruosas». Decide no despertar a su compañero, quizás porque no quiere una corroboración. Señala estar «poseído por una sensación de asombro». En efecto, parece estar «contemplando las fuerzas elementales personificadas de esta región encantada y primigenia». El narrador está atrapado en la majestuosidad de la naturaleza, en su belleza, en su subliminalidad.

En este estado emocional ve extrañas siluetas entre los sauces: figuras monstruosas de color bronce que bailan y se elevan hacia el cielo. Intenta convencerse de que está soñando, pero todos sus sentidos admiten que esto es real. Se arrastra hacia adelante, mientras trata de llegar a alguna explicación racional. Las figuras desaparecen.

A partir de aquí, el asombro del narrador es reemplazado por el terror. La sensación de que hay alguien, o algo, siluetas monstruosas moviéndose entre los árboles, haciendo ruidos inexplicables, transforma el paisaje en algo directamente hostil, incluso voluntariamente hostil, cuya malevolencia está dirigida hacia los dos hombres.

De vuelta en la tienda, el narrador escucha «pequeños golpeteos multitudinarios». Algo presiona la tienda hacia abajo. De repente se le ocurre una explicación racional: una rama ha caído y pronto aplastará la tienda. Pero afuera no hay indicios de tal cosa. Tienda, canoa y ambos remos parecen estar bien. Por la mañana, el Sueco descubre el verdadero horror: parte de la madera del bote fue arrancada y falta un remo. «Un intento de preparar a la víctima para el sacrificio», afirma. El narrador se burla. Está más molesto por este cambio en la mente poco imaginativa de su compañero que por el sabotaje.

Emparchan la canoa, sabiendo que la brea no se secará hasta el día siguiente, y discuten sobre los pozos que se ven en la arena. El Sueco se burla del «débil intento de autoengaño» del narrador y lo insta a mantener su mente lo más firme posible. La isla se hace más pequeña; el viento amaina. Aseguran la canoa y el remo restante, y preparan un reconfortante estofado. Pero el consuelo es exiguo, porque el pan ha desaparecido. ¿El narrador olvidó guardarlo en la tienda de Pressburg? Plausible [En esta escena uno casi espera escuchar a Gollum y San discutiendo por las provisiones de lembas.]

Algo retumba repetidamente en el cielo, como un inmenso gong. Se sientan y fuman en silencio. El narrador es consciente de que no pueden seguir negando la situación. Eventualmente deben discutirla. El Sueco murmura algo sobre la desintegración y sonidos cuatridimensionales. El narrador piensa que tiene razón: este es un lugar donde seres no humanos se asoman a la tierra [«fuerzas elementales en cuyo poder yacemos indefensos cada hora del día y de la noche»]. Quédate demasiado tiempo y serás «sacrificado», tu propia naturaleza y tu yo cambiarán.

Por fin hablan. El Sueco explica que ha sido consciente de esas otras dimensiones o planos durante toda su vida, llenas de «inmensas y terribles criaturas, en comparación con las cuales los asuntos terrenales son como polvo en el viento». Su única posibilidad de supervivencia es permanecer inmóviles y, sobre todo, mantener la mente en silencio para que «ellos» no puedan sentirlos. «No pienses, sobre todo eso, porque lo que pienses pasará». Por supuesto, este grado de autocontrol es imposible.

Se preparan para acostarse, pero ven que algo se mueve frente a la tienda. ¡Viene hacia ellos! El narrador tropieza, el Sueco cae encima de él en un inusual ejemplo de un personaje que se desmaya por algún otro motivo que no es la transición de una escena. El desmayo y el dolor los salvan, distrayendo sus mentes. El zumbido se ha ido. La tienda está caída, rodeada por esos extraños huecos en la arena. Duermen con dificultad.

El narrador despierta, escucha de nuevo el golpeteo afuera. El Sueco se ha ido. Afuera, un «torrente de zumbidos» lo rodea. Encuentra a su compañero a punto de tirarse a la corriente. El narrador lo arrastra hacia atrás mientras despotrica sobre «tomar el camino del agua y el viento». Por fin pasa el ataque. «Han encontrado una víctima en nuestro lugar», exclama el Sueco antes de caer dormido. Por la mañana, encuentran un cadáver atrapado entre las raíces de los sauces. Cuando tocan el cuerpo, el zumbido se eleva. La piel y la carne están «marcadas con pequeños huecos, bellamente formados», exactamente como los que cubren la arena.


En El horror sobrenatural en la literatura, Lovecraft postula que Algernon Blackwood no tiene rival en evocar esa sensación incierta de realidades y dimensiones superiores presionando sobre nuestro mundo. Sin dudas, el mejor de estos cuentos es Los Sauces.


[«Aquí, el arte y la moderación en la narrativa alcanzan su máximo desarrollo, y se produce una impresión de patetismo duradero sin un solo pasaje forzado o una sola nota falsa.»]


Los Sauces de Algernon Blackwood está marcado por la abrumadora generosidad del paisaje. Desborda, tanto literal como figurativamente, borrando los hitos físicos y psicológicos a medida que avanza. Comienza como la típica historia naturalista, quizás con un toque de aventura. El Danubio inundado es una exuberante cornucopia de vida, a kilómetros de cualquier esperanza de ayuda si algo sale mal. Este tipo de narrativas abundan en ejemplos de lo fácil que viajeros experimentados pueden desaparecer en la naturaleza, incluso sin perturbaciones sobrenaturales. La gente real a menudo emprende este tipo de aventuras «para encontrarse a sí mismas» [sea lo que sea que eso signifique], pero Algernon Blackwood no se involucra en las motivaciones de los protagonistas. Simplemente tenemos a estos dos hombres de acción, valientes y desapegados, que se mueven en un entorno natural inusualmente rico, descrito con la profundidad y la precisión de un viajero experimentado [ver: El Pantano Arquetípico en el Horror]

Si bien estas Entidades elementales podrían incribirse dentro del Horror Cósmico, sobre todo por el contraste con nuestra insignificante escala humana, no producen miedo en un sentido tradicional. Más bien, incitan a la adoración, incluso cuando el adorador no es bienvenido. Cuando el narrador sale de la tienda y encuentra que está rodeado por las Entidades, en ese momento, se perciben como algo terrible, es cierto, pero también como algo hermoso [ver: Cosmicismo: la filosofía del Horror Cósmico]

¿Debería el narrador caer de rodillas en adoración a esas Entidades que se elevan hacia las estrellas, o debería salir corriendo? En realidad, hace ambas cosas, y también su compañero, el Sueco, no tan poco imaginativo después de todo.

De hecho, eventualmente nos damos cuenta de que al Sueco no le falta imaginación. El narrador lo ha prejuzgado. De hecho, la teoría del Sueco sobre las intenciones de estas Entidades extradimensionales contrasta con la del narrador [ver: Seres Interdimensionales y una teoría sobre el Horror]. Para el Sueco, ellos son intrusos en esta tierra porque profanaron inconscientemente algún tipo de lugar sagrado:


[«Nos tomó de manera diferente, cada uno según la medida de su sensibilidad. Lo traduje vagamente en una personificación de elementos poderosamente perturbados, invistiéndolos con el horror de un propósito deliberado y maléfico, resentidos por nuestra audaz intrusión; mientras que mi amigo lo masticó como la violación de algún viejo santuario, algún lugar donde los antiguos dioses aún gobiernan, donde las fuerzas emocionales de los antiguos adoradores aún se aferran a ellos.»]


Después de presentar a estas Entidades colosales, que de algún modo inducen en el ser humano la sospecha de que somos intrusos en la naturaleza, Algernon Blackwood hace que acepten como sacrificio a un pobre campesino anónimo, al que no hemos visto antes y con el que no tenemos ninguna conexión emocional. Por supuesto, el lector seguramente se habría entristecido al ver a los protagonistas encontrándose con el típico destino lovecraftiano, pero este deus ex machina también funciona, incluso cuando no hay razón para que funcione. El pobre campesino sacrificado está solo, desconocido, no sabemos nada de él. El narrador y el Sueco al menos se tienen a sí mismos; en el peor de los casos, pueden matarse en entre sí. Pero, ¿el hombre solo? ¿Se ahogó o fue arrojado al agua como un despojo inservible luego de haber sido vejado de forma inimaginable? Nunca sabremos nada al respecto. Está fuera de nuestro ámbito, unheimlich, no se puede contar.

Los Sauces de Algernon Blackwood inmediatamente me hace pensar en el Viejo Hombre-Sauce, uno de los primeros peligros que encuentran los Hobbits en su camino hacia Rivendell, del cual son rescatados por Tom Bombadil; de hecho, me pregunto si Los Sauces pudo haber sido una influencia para J.R.R. Tolkien. En cualquier caso, parece que Tolkien tenía razón, «los árboles hablan entre sí». En ocasiones, quizás en una isla arenosa en medio del Danubio, bajo un velo cada vez más delgado hacia otra dimensión, hablan con los forasteros.

¿Podría ser el Bosque Viejo otro lugar donde los límites entre realidades o planos se desgarran? ¿Podría ser Tom Bombadil [el Sin Padre] el terrible genius loci de esta tierra pantanosa sobrenatural? ¿Serán los sauces las últimas Ent-Mujeres, enloquecidas por el triunfo y la expansión de la industrialización? No lo creo, pero es divertido pensar que sí [ver: ¿Qué pasó con las Ent-Mujeres?]

En cualquier caso, los Sauces son opresivos en su multitud. Son una masa cerrada e indefinible que amenaza, sofoca y, sin embargo, también son inquietantemente pasivos, «permaneciendo en una densa formación milla tras milla»:


[«Sus apretadas filas se volvían cada vez más oscuras a medida que las sombras se hacían más profundas, moviéndose con furia pero suavemente en el viento, despertando en mí la curiosa y desagradable sugerencia de que habíamos traspasado las fronteras de un mundo extraño, un mundo en el que éramos intrusos, un mundo en el que no se nos quería ni se nos invitaba a permanecer, un mundo en el que tal vez corríamos grave peligro.»]


La naturaleza de la amenaza sobrenatural cambia a medida que progresa la historia. Los «contornos monstruosos» que presencia el narrador al comienzo se tornan más definidos. El Sueco habla de una «cuarta dimensión» [ver: El Sendero de los Muertos y un pasaje a la Cuarta Dimensión]. Su teoría es que estas misteriosas Entidades provienen de un mundo completamente diferente:


[«Nos habíamos desviado, como dijo el sueco, a alguna región o conjunto de condiciones donde los riesgos eran grandes, pero ininteligibles para nosotros; donde las fronteras de algún mundo desconocido yacen cerca. Era un lugar ocupado por los habitantes de algún espacio exterior, una especie de mirilla desde la cual podían espiar la tierra, sin ser vistos, un punto donde el velo se había desgastado. Como resultado final de una estadía demasiado larga, debíamos ser llevados al otro lado de la frontera y privados de lo que llamamos nuestras vidas, pero por procesos mentales, no físicos. En ese sentido, como dijo, deberemos ser víctimas de nuestra aventura, un sacrificio.»]


El horror de Dunwich (The Dunwich Horror) es la respuesta de H.P. Lovecraft a Los Sauces de Algernon Blackwood. El flaco de Providence abre su historia con un recorrido por el río Miskatonic, no en bote, sino en auto, serpenteando a la vera a través de densos bosques y pantanos. Luego están esas figuras enigmáticas que se ven en las laderas rocosas. Los protagonistas de Los Sauces tienen varias teorías para explicar este extraño zumbido que vibra en el aire y deja marcas en la arena. Lovecraft, con la autoridad que impone la sabiduría del Necronomicón, puede decirnos con certeza qué tipo de entidades dejan huellas en el lodo de Dunwich:


[«Los Antiguos fueron, los Antiguos son y los Antiguos serán. No en los espacios que conocemos, sino entre ellos, caminan serenos y primitivos, entre dimensiones para nosotros invisibles.»]


Es evidente que las presencias extradimensionales de Algernon Blackwood y Lovecraft recorren la misma corriente. Otra «coincidencia» entre Los Sauces y El horror de Dunwich tiene que ver con los campesinos, descritos en ambos casos como gente bruta y supersticiosa. Por supuesto, al final resultan ser los únicos que realmente saben lo que está pasando. Por otro lado, en un cuento de Lovecraft el Sueco definitivamente no hubiese sobrevivido [ver: La Biblia de Yog-Sothoth: análisis de «El horror de Dunwich»]

Debido a sus propiedades analgésicas [el ácido salicílico es el componente activo de la aspirina], y a las propiedades astringentes y diuréticas de su savia, los sauces están asociados con la medicina desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, tal vez debido a su proximidad con el agua, también están conectados con procesos mágicos y espirituales, especialmente relacionados con la luna. Los griegos creían que los sauces eran sagrados para la diosa Hécate. En el folclore inglés tienen un carácter malvado y poco confiable, sospechoso de poder desarraigarse y seguir a los caminantes imprudentes. Esto los convierte en una adición poco confiable al paisajismo. No es casualidad que Algernon Blackwood utilizara algunas de estas características en su relato.

La esencia de Los Sauces de Algernon Blackwood radica en la malevolencia del escenario natural y las respuestas psicológicas de los dos hombres ante su situación. La historia comienza en soleadas áreas urbanas en las afueras de Viena, pero a medida que el narrador y su compañero viajan río abajo, el estado de ánimo general se oscurece, se vuelve más siniestro, así como las aguas se vuelven más turbulentas. Algernon Blackwood personifica al Danubio a través de una vívida descripción de su comportamiento a lo largo de su curso, lo que sugiere que el espíritu de las aguas madura, o se envilece, en su viaje.


[«El Danubio deambula a su antojo por la intrincada red de canales que cruzan las islas, con amplias avenidas por las que las aguas se vierten gritando, generando remolinos, rápidos espumosos; desgarrando los bancos de arena; llevándose masas de costa y macizos de sauces; y formando innumerables islas nuevas que cambian diariamente en tamaño y forma; y que poseen, en el mejor de los casos, una vida impermanente, ya que el tiempo de la inundación borra su existencia misma.»]


Algernon Blackwood insiste en la naturaleza caprichosa y destructiva del río, en su capacidad para rehacer el paisaje en cualquier momento. El Danubio es como un niño que destruye el escenario de sus juegos al aburrirse, reorganizándolo todo a continuación.

A medida que los dos hombres se alejan de la civilización, Algernon Blackwood también simplifica el paisaje: el río se convierte en un pantano turbulento, lleno de costas en constante cambio y pequeñas islas pobladas solo por sauces. En este punto, el narrador comienza a examinar su sensación de inquietud:


[«He llegado a la comprensión de nuestra absoluta insignificancia ante este poder desenfrenado de los elementos. El enorme río también tuvo algo que ver con eso: la vaga y desagradable idea de que habíamos jugado con estas fuerzas elementales en cuyo poder yacemos indefensos cada hora del día y de la noche.»]


A medida que los bordes de la isla se van reduciendo, la cordura de los dos hombres sufre una erosión paralela. Desde la perspectiva de Carl Jung, la isla cada vez más pequeña, los humedales llenos de sauces gesticulantes, la presencia de la luna y los frecuentes cambios de forma que ocurren a su alrededor, marcan este escenario como típico de la etapa onírica de albedo: una fase de la consciencia en la que nos despojamos de las proyecciones de nuestra Sombra, y donde todas las conceptualizaciones innecesarias se eliminan de la psique. En este estado de consciencia el mundo que nos rodea se convierte en algo más que una visión sesgada.

Carl Jung creó una metáfora alquímica para describir las etapas de las fantasías oníricas que progresan a medida que el inconsciente lucha con algún conflicto. Al igual que la transmutación del plomo en oro, el inconsciente refina el material base en tres etapas. Estas son, en términos generales, de calidad oscura, intermedia y brillante. El nigredo es el punto inicial en el ciclo de la imaginería onírica, tipificado por temas como la decadencia, la desintegración, el desmembramiento y la tristeza. Siguen otras dos fases: albedo, en la que las imágenes de los sueños cambian de forma e identidad, moviéndose de un lado a otro y volviéndose más definidas [Los Sauces de Algernon Blackwood pertenece a este territorio]; y rubedo, donde finalmente se logra una síntesis o disolución, caracterizada por el brillo, el color y la energía.

En términos alquímicos, el metal base, oscuro y frío, el plomo de la pesadilla, se transforma a través de una etapa intermedia en oro cálido y brillante. El sol sale en un amanecer simbólico. No está claro si el narrador y el Sueco llegan a esta etapa al final de la historia, o si alguna vez escapan de la menguante porción de tierra que los sostiene durante esta crisis psicológica.

Las interacciones entre los dos hombres son interesantes. El narrador busca constantemente una explicación racional, mientras que su pragmático compañero comprende la situación de forma intuitiva, con todas sus implicaciones religiosas. Ambos representan dos perspectivas de una misma mente. Esto [me refiero al uso integral de nuestra mente] acaso es un requisito indispensable para captar la esencia de una entidad sobrenatural que no se preocupa por la humanidad; o mejor dicho, que considera a los dos hombres como insignificantes intrusos, como cucarachas que merodean en la cocina. Molestas, sin dudas, pero de ningún modo peligrosas [ver: Black Goo y otras monstruosidades amorfas en la ficción]

En un chispazo de integralidad psicológica, el narrador ofrece lo que podría ser una idea destilada de lo que ocurrió:


[«Por Júpiter, ¿fue todo una alucinación? ¿Fue simplemente algo subjetivo? ¿No discutía mi razón a la antigua y fútil manera desde el pequeño estándar de lo conocido?»]


Cuando uno se enfrenta a esta clase de horrores psicológicos que se proyectan en un islote en medio del Danubio, un lugar en el que se supone que ningún ser humano debe estar, de nada sirve pensar, hablar o reflexionar. Lo mejor que puedes hacer es remar como un maniático. Ya habrá tiempo de analizar la situación.

Son muchos los relatos de Algernon Blackwood que se centran en este encuentro del Hombre con el Espíritu de la Naturaleza. En El hombre al que amaban los árboles (The Man Whom the Trees Loved), gana la Naturaleza; lo mismo sucede en Los lobos de Dios (The Wolves of God) y El Wendigo (The Wendigo). Los Sauces termina con una decisión dividida. Los protagonistas sobreviven, pero la Naturaleza aún recibe un sacrificio al final [ver: La Llamada de lo Salvaje: análisis de «El Wendigo»]

En este contexto, es razonable que el destino de dos hombres que llegan a la frontera de la realidad como la conocemos también esté fuera de los límites de la historia. Algernon Blackwood simplemente selecciona un punto para concluir la narración, pero la historia continúa. Todavía están en el Danubio, todavía hay fuerzas desconocidas.

La naturaleza de la amenaza nunca se aclara en el relato, así como otros enigmas menores. Están los misteriosos pozos en la arena reflejados en las marcas en el cadáver, y el extraño zumbido que nos hace pensar en insectos [y con el Al-Azif, el nombre del Necronomicón, que alude al zumbido nocturno de los insectos]. ¿Está esto relacionado con la sensación de terror, o con otra cosa que se reúne en esta intersección entre dimensiones? Los Sauces de Algernon Blackwood es un relato que abre muchas posibilidades, como esas islas del Danubio, unas más estables que otras, pero todas dispuestas derrumbarse sin previo aviso. Lo que queda claro es que hay otros mundos, otras dimensiones, que se desbordan sobre el nuestro [ver: Seres Interdimensionales en los Mitos de Cthulhu]

La clave de la historia, por supuesto, es el Otro [no humano], es decir, estas Entidades cuya diferencia con el ser humano es total. Un encuentro con el Otro Absoluto socava las estructuras que constituyen lo humano [la cultura, la razón], en síntesis, desmorona la subjetividad. Al obligarnos a imaginar una perspectiva desde la cual no solo somos insignificantes, sino irrelevantes, Algernon Blackwood va más allá de un simple desafío al antropocentrismo, nos hace conscientes de las limitaciones de la experiencia humana incluso para contemplar parcialmente la vastedad del Otro Absoluto [ver: Freud, el Hombre de Arena, y una teoría sobre el Horror]

Como hemos visto mucho en El Espejo Gótico, no todos los Monstruos están disponibles para su identificación [ver: La biología de los Monstruos]. No todos se dejan conocer o comprender. El Horror está poblado por numerosas criaturas cuya extrañeza es irreductible, cuya diferencia con la esfera de lo humano es total. Desafiando toda familiaridad, estas figuras plantean un desafío interesante, porque si el poder de lo monstruoso proviene de nuestras reacciones [conflictivas] de negación y reconocimiento, ¿cómo podemos explicar el impacto de los Monstruos que, por definición, son irreconocibles?

A diferencia del concepto de unheimlich [lo Siniestro] de Sigmund Freud, que es el regreso de algo familiar que se vuelve extraño, los horrores de Los Sauces de Algernon Blackwood son completamente nuevos para los ojos humanos. No hay unheimlich en ellos porque no han nada familiar que pueda regresar a nosotros de forma distorsionada [ver: Lo Siniestro en la ficción: cuando lo familiar se vuelve extraño]

En Los Sauces hay más de un tipo de Otro No-Humano en acción, pero un solo Otro Absoluto. Uno de esos Otros No-Humanos se materializa en el paisaje y el Danubio, el cual se describe como un ser vivo:


[«Soñoliento al principio, pero luego desarrollando deseos violentos al tomar conciencia de su alma profunda, rodaba, como un enorme ser fluido, sosteniendo nuestra pequeña embarcación sobre sus poderosos hombros.»]


El río tiene su propia voz a lo largo de la historia: cantando, riendo, susurrando, murmurando, gritando y rugiendo. Inicialmente es un Otro No-Humano casi amistoso con los protagonistas. Es cierto, de vez en cuando les juega una broma pero que sigue siendo generalmente benévolo. Después de que ingresan al delta, el río se convierte en una presencia más seria, reclamando su asombro y respeto. El Danubio se convierte en una fuerza poderosa capaz de forjar el paisaje a su antojo, incluso de devorar la isla en la que acampan los dos hombres. Pero, por encima de este Otro No-Humano que es el río, son los Sauces que cubren las orillas arenosas de la zona lo que le da al paisaje su sensación de Otredad Absoluta:


[«Los sauces siempre charlaban y hablaban entre ellos, riéndose un poco, llorando estridentemente, a veces suspirando (...) era algo completamente ajeno al mundo que yo conocía, o al de los salvajes pero bondadosos elementos. Me hacían pensar en una multitud de seres de otro plano de vida, otra evolución en conjunto, tal vez, todos discutiendo un misterio que solo ellos conocen.»]


El horror de los Sauces radica en su extrañeza, en su Otredad en relación a la vida humana. El narrador se ve obligado a considerar la perspectiva inimaginable de los Sauces, y se da cuenta de que el suyo es un mundo inaccesible, un mundo con el que no tenemos posibilidad de comunicación, un punto de vista orgánico radicalmente diferente de nuestras formas mamíferas [ver: Algunas lenguas para la comunicación interdimensional]

Es interesante que el narrador mencione la diferencia evolutiva de los Sauces en este párrafo, que se hace eco de la la máxima del filósofo Vilém Flusser: «el asco recapitula la filogénesis». En otras palabras: cuanto más lejos de «lo humano» está una criatura en la rama evolutiva, más aversión, asco y, finalmente, miedo, sentimos por ella. Esta explotación de la distancia evolutiva con el Otro Absoluto es el motivo central en Los Sauces de Algernon Blackwood [ver: Toda materia es sensible: nosotros también somos IA]

Esta sensación de aversión está presente desde el comienzo del relato de Algernon Blackwood, y surge de la sensación de vitalidad y agencia del paisaje circundante. El Río y los Sauces no son un terreno pasivo para que los dos viajeros lo atraviesen, ni un recurso que puedan utilizar, son antagonistas activos y astutos. El río «crece», el viento «aúlla», los árboles «susurran». Nada en Los Sauces está quieto o es pasivo; todo, incluida la tierra, está cambiando, moviéndose, resistiendo los intentos de los viajeros de darle sentido o usarla. Durante la noche, su bote es saboteado, sus alimentos desaparecen y los sauces parecen haberse acercado a la tienda, actos que el narrador interpreta como signos de «agencia personal, de intención deliberada, de hostilidad». A lo largo de la historia hay un sentido de la agencia impredecible del entorno, una agencia que desafía las interpretaciones antropocéntricas [ver: La Tierra como superorganismo consciente]

Sin embargo, más allá del Río y los Sauces, el cuento de Algernon Blackwood contiene otra entidad de un tipo más nebuloso y amorfo: al despertarse en medio de la noche, el narrador se arrastra fuera de la tienda y ve una masa de tentáculos, «formas fluidas y desnudas» retorciéndose en una columna hacia el cielo, cambiando y fundiéndose entre sí. Sin rostro y sin rasgos distintivos, estas Entidades completamente alienígenas le inspiran asombro y espanto. Más tarde, cuando amaina el viento, escuchan un sonido que parece provenir de todas las direcciones a la vez, incluso desde dentro de ellos mismos, «un sonido no humano, un sonido fuera de la humanidad». No son dioses ni elementos naturales. Las criaturas, sin forma y sin nombre, no son un espectro del pasado, son nuevas para los sentidos humanos. Procedentes de más allá de los límites de la experiencia humana, rechazan cualquier identificación. Son el Otro Absoluto, y los protagonistas han llamado su atención [ver: Los Perros de Tindalos y los ángulos del tiempo]


[«¡Cállate! —susurró el sueco, levantando la mano—. No los menciones más de lo necesario. No los llames por ningún nombre. Nombrar es revelar; es la pista inevitable, y nuestra única esperanza está en ignorarlos, para que ellos nos ignoren a nosotros.»]


Jean-Paul Sartre sostiene que ser confrontado con la mirada objetivante del Otro es la fuente de nuestra conciencia como sujetos. Esta experiencia es desconcertante, porque nos obliga a percibirnos como un objeto en la mirada del Otro. El efecto inmediato de esta comprensión es sentirnos vulnerables. Ser observados por el Otro amenaza con desestabilizar nuestro sentido del Yo. ¡Y todo esto solo por ser visto por otro ser humano! ¿Cuáles son, entonces, las consecuencias de ser visto por el Otro Absoluto? O mejor aún, cuando somos observados por el Otro Absoluto, ¿qué es lo que ve? ¿Lo mismo que nosotros al encender la luz de la cocina en medio de la noche y observar una cucaracha corriendo desesperadamente de regreso a la oscuridad? [ver: Horror Cósmico: qué es, cómo funciona, y por qué el tamaño sí importa]

La analogía es incompleta, porque una cucaracha puede producirnos algo, asco, por ejemplo; mientras que para el Otro Absoluto no significamos nada. Pero, este razonamiento también es inexacto, porque el eje no está en la cucaracha. Imaginemos, por ejemplo, que vamos caminando tranquilamente por la calle y vemos una cucaracha correteando por el cordón de la vereda. Es probable que la dejemos en paz. No está en nuestro camino y no está ocupando nuestro espacio vital. Es poco probable que alguien desvíe su curso para pisarla. Ahora pensemos en la misma cucaracha caminando sobre la mesada de la cocina. La notaremos enseguida. Contrasta sobre nuestro espacio vital. Hasta entonces, la cucaracha merodeaba tranquilamente, pero al encender la luz de la cocina es súbitamente consciente la mirada el Otro Absoluto [nosotros] y su reacción instintiva es correr de regreso a la oscuridad, cuya seguridad radica en aislarse de nuestra mirada [ver: Si los ves, Ellos te ven]

En Los Sauces de Algernon Blackwood, la mirada del Otro Absoluto es una presencia constante, imponente y amenazante. Primero se manifiesta en la atención dirigida por los Sauces hacia los protagonistas, que se describe como «presionando, observando, esperando, escuchando». Pero el verdadero peligro es capturar la atención de las Entidades más allá de los Sauces. Por eso se vuelve imprescindible no nombrarlos, no hablar de ellos, no pensar en ellos. Su destino, si son atrapados o ceden, se describe por el Sueco como peor que la muerte: «una transformación radical, un cambio completo, una horrible pérdida de uno mismo por sustitución». Entonces, lo que está en juego en este encuentro con el Otro Absoluto es pérdida del Yo.

Pero, ¿cómo se produce esta pérdida de uno mismo? ¿Qué hay en la mirada del Otro Absoluto capaz de desatar nuestra desintegración como individuos?

Estas preguntas nos llevan a una paradoja en Los Sauces de Algernon Blackwood. Si somos insignificantes para el Otro Absoluto, ¿por qué estaría interesado en dirigir su atención sobre nosotros? 

Es la gran paradoja lovecraftiana, con sus seres inconcebiblemente distantes de lo humano, cuya agenda está muy por encima de la comprensón de simples mamíferos. ¿Por qué se interesan en nosotros? La respuesta es bastante simple: no se interesan en nosotros hasta que nosotros somos conscientes de su mirada. Mientras bajemos la vista ante su profundo sentido de indiferencia por la raza humana, estaremos bien. Si nos hacemos conscientes del Otro Absoluto, este nos devolverá la mirada, y es una mirada capaz de desintegrar nuestro sentido del yo.

Y no lo digo metafóricamente.

Ser conscientes de la mirada del Otro Absoluto nos obliga a considerar una perspectiva desde la cual el mundo como lo conocemos, todo el conocimiento y la experiencia humana, incluso nuestra sentido del Yo, son cuestiones periféricas, intrascendentes. En la atención del Otro Absoluto nos enfrentamos con nuestra propia insignificancia [ver: Horror Cósmico: la vida no tiene sentido, la muerte tampoco]

En Los Sauces [y en todos los cuentos de Horror Cósmico de Lovecraft] este sentido de la insignificancia humana se hace explícito, como cuando el Sueco le dice a su compañero que «nuestra única oportunidad es quedarnos completamente quietos. Nuestra insignificancia tal vez pueda salvarnos». Es un recurso inteligente. En cierto modo, transforma la insignificancia humana en nuestra única defensa.

Esta impresión de insignificancia se intensifica con la noción de que el protagonista y su compañero han tropezado con un área a la que no pertenecen: «Habíamos traspasado las fronteras de un mundo extraño, un mundo en el que éramos intrusos». Son cucarachas en la mesada. De repente, se vuelven notorios para el Otro Absoluto. Contrastan. Ya no son míseros humanos en su medio ambiente urbano [como la cucaracha en el cordón de la vereda], ahora se han introducido en su cocina.

El narrador se experimenta a sí mismo como un intruso, un invasor. Cada vez le queda más claro que no tienen derecho a estar allí. Hasta el sonido de su voz parece sacrílego en ese entorno:


[«La voz humana, siempre bastante absurda en medio del rugido de los elementos, ahora llevaba consigo algo casi ilegítimo.»]


Los dos hombres están experimentando el repentino colapso de los sistemas de significado. El Otro Absoluto, su mirada intrusiva, desintegran el marco humano de significado. Los desesperados intentos del narrador por aferrarse a la razón y tratar de explicar sus experiencias, de darles algún tipo de significado, son inútiles; y el Sueco lo comprende:


[«Este débil intento de autoengaño solo hace que la verdad sea más difícil de enfrentar.»]


El Otro Absoluto no significa nada excepto la ausencia de significado. Los Sauces de Algernon Blackwood evoca un universo que no es el nuestro. No está ahí para nosotros. No se ajusta a nuestras categorías, y solo se doblega ante voluntades completamente distintas. Este desplazamiento de lo humano como centro de todo es la consecuencia final y vertiginosa del encuentro con el Otro Absoluto.

Todo en Los Sauces, desde la escala física a la desconcertante belleza del lugar, trabaja en conjunto para generar una impresión de inmensidad. La alienación de los Sauces, su innegable agencia, y el encuentro con el Otro Absoluto, tensan las estructuras mentales de los dos protagonistas, lo que conduce a un punto de crisis. Se encuentran ante la posibilidad de tener que renunciar a su subjetividad [a su Yo], y dejarse transformar en el encuentro con el Otro Absoluto, perspectiva que ambos encuentran comprensiblemente aterradora.

Al final se salvan, no por ningún esfuerzo propio, sino por medio de un sacrificio humano, o, más precisamente, de una víctima sustituta: la muerte de un extraño cuyo cadáver descubren en las orillas de la isla. Inicialmente, el concepto del sacrificio parece fuera de lugar con la lógica que plantea Algernon Blackwood. ¿Por qué estas criaturas extradimensionales se preocuparían por un sacrificio humano? Si no tienen absolutamente nada que ver con la humanidad, ¿qué significado tendría tal acto para ellos?

La respuesta es que no tiene ningún significado. Sin embargo, sí tiene significado para los humanos. Mediante el concepto de un sacrificio humano, el hombre es restituido como centro del sentido, y los dos viajeros tienen la oportunidad de apartar la mirada de la idea de su propia insignificancia. Después de estar cara a cara con lo impensable, se les permite retroceder. Ya no necesitan confrontar la presencia imponente del Otro Absoluto. No es que el muerto permite que los dos hombres escapen de la mirada de las Entidades; al revés, les permite apartar la mirada, y por eso dejan de tener algún interés.

Este escape a último momento parece anular cualquier promesa de transformación para nuestros protagonistas. Es fácil imaginar que continúan con sus viajes, una vez más confiados en su capacidad para dar sentido al universo. El verdadero horror de la historia, por supuesto, que el «sacrificio» no hace desaparecer a las Entidades, simplemente le permite a nuestros protagonistas pensar en otra cosa, cerrar las puertas de la percepción e intentar olvidar, para continuar con su cosmovisión antropocéntrica relativamente intacta.

De esta manera, Los Sauces de Algernon Blackwood posiciona a las Entidades como un ataque al significado, mientras que el antropocentrismo, lejos de ser un rasgo de arrogancia, se muestra como nuestra única [y frágil] defensa contra el sinsentido. La historia también puede prestarse a una lectura nihilista [mas superficial, creo], en la que todos los esfuerzos humanos por encontrar y darle un significado a la realidad son engaños a los que nos aferramos desesperadamente porque somos incapaces de existir en la realidad y aceptar nuestra propia intrascendencia.




Algernon Blackwood. I Taller gótico.


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El artículo: La cucaracha en la mesada: análisis de «Los Sauces» de Algernon Blackwood fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

NITO dijo...

Hola, muy buen analisis, como siempre! sabés que EL WENDIGO me parece muy superior a los SAUCEs, aunque se nota en EL WENDIGo, que está basado en LOS SAUCES!



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